Luna

Luna


Capítulo 18

Página 21 de 35

Por la tarde, cuando llegamos a su casa, yo seguía de tan buen humor como casi toda la mañana, y también extrañamente satisfecha.

—Sara —dijo. Volteé alegre— En la noche, quiero pasar por ti a tu casa. —Arrugué la frente—. Lo de tu padre, ¿recuerdas? —enfatizó. Elevé las cejas torciendo los labios.

—Luca… —me quejé no muy convencida. En un pestañeo ya estaba frente a mí. Tomó un rizo de mi cabello.

—Por favor, vamos a hacer esto lo mejor que se pueda, si es que se puede —pidió. Asentí aturdida por su cercanía.

—Con una condición —hablé. Se llevó mi mechón a la nariz, inhalando su aroma. Cerré los ojos para poder pensar con claridad—. Vamos a comer algo sustancioso y luego quiero patinar un poco, ¿sí? —propuse entusiasmada. Me miró alejándose un paso, con orgullo.

—Ya encontraré algo que no me guste de ti —musitó rozando mi nariz con los dedos. Le devolví el gesto, alegre.

—Espero que no.

Me dejó en casa alrededor de las 6. Estaba asoleada, pero más viva que nunca. Aurora me observó con intriga cuando subí con mis patines colgando.

—Llegas temprano. ¿Y eso? —Los señaló interesada.

—Algo que me gusta hacer —le expliqué con simpleza, despeinada, acalorada.

—En todo el tiempo que llevo aquí jamás te he visto con ellos.

—No me quedaban, éstos son nuevos. Luego podemos comprar otros y te enseño —le propuse con frescura. Soltó la carcajada, negando con su café en la mano.

—¡No! Si quiero llegar sin huesos rotos a la vejez, mejor no. Pero me gustaría verte algún día.

—Exageras, podrías aprender, no es difícil. Me voy a dar un regaderazo. —Y señalé mi cabello. Entornó los ojos.

—Anda, sólo lo traes más rizado de lo normal. Debe ser la humedad. Y ponte bloqueador cuando andes haciendo eso, niña.

Mi padre llegó a las 8, Luca pasaría en media hora. Yo ya estaba más que lista. Durante un rato me dediqué a realizar mis deberes, abrumada al ver que era mucho debido a mi negligencia, decidí que organizarme era lo mejor. No podía permitirme bajar mis calificaciones, mi beca iba de por medio y no la arriesgaría por nada.

Bajé justo cuando él iba a subir. Parecía agotado.

—¿Vas a salir? —me cuestionó todavía con su saco en la mano y su portafolio en la otra.

—Sí —respondí. Asintió observándome un poco más de la cuenta. Mi nariz y mejillas estaban algo enrojecidas por el sol y obviamente estaba un poco más arreglada de lo normal. Lo cierto es que sabía que no preguntaría más, su indiferencia dolió, pero le había prometido a Luca decirle y lo haría, aunque a él claramente no le importara—. Con mi novio —susurré.

Se detuvo en seco y me miró frunciendo el ceño. Lo tenía a menos de cincuenta centímetros de mí. Parecía más grande ahora. Sus cejas rubias y sus ojos grises eran claramente mayores, su cabello, siempre corto y rizado, igual que el de Bea y el mío, lo llevaba cuidadosamente peinado hacia atrás, ya tenía más canas que la última vez que me había fijado. Vestía un traje oscuro con una camisa blanca y corbata violeta. Seguía siendo increíblemente atractivo, pero a sus cuarenta y cuatro años ya lucía bastante cansado y mayor.

—¿Novio? —repitió con cuidado. Bajé el último peldaño, asintiendo.

—Vendrá por mí en media hora. Quiere conocerte.

—¿Por qué? —Sus preguntas me herían, sin embargo, no permitiría que alteraran mi estado de alegría.

—Porque eres mi padre… Supongo.

—¿Cuántos años tiene? —Ya estaba completamente girado hacia mí, visiblemente intrigado.

—Mi edad.

—¿Y es muy formal? —indagó. Ahora sí lucía un poco alterado.

—¿Qué? —Quise saber.

—Su noviazgo… Si no ¿por qué quiere conocerme? —refutó.

No supe qué contestar, después de varios segundos aguantando su mirada inquisidora, asentí. No habló durante casi durante un minuto.

—De acuerdo, avísame cuando llegue. —De nuevo acepté, muda. Cuando ya no lo vi, solté el aire, confusa. Aurora se apareció en ese momento.

—No lo puedo creer, tienes novio y no me habías dicho. —Sonreía feliz. Me arrastró hasta la cocina y cerró la puerta abatible tras ella.

—¿Desde cuándo? ¿Cómo fue? —No tuve más remedio que contarle lo que podía. Me escuchó atenta, sin pestañear. Al parecer a ella sí le importaba lo que me ocurría y aunque no podía decirle toda la verdad, el saber que en mi casa ya lo sabían resultó reconfortante—. Ya decía yo… Si eres preciosa y muy inteligente, sólo hacía falta un valiente para que despertara cosas en ti.

Permanecimos en la cocina hasta que el timbre sonó. Ya iba a abrir cuando ella se levantó alisándose los jeans. Solté la carcajada.

—Deja, yo iré. —Me guiñó un ojo sonriendo. La seguí. Esperé en el pasillo hasta que abrió. Luca se veía sensacional, como siempre, vestido como cualquier otro adolescente: jeans, Vans, una camisa oscura y su cabello perfectamente desgarbado.

Aurora se paralizó. Sabía que no se lo esperaba, sin embargo, él no la veía a ella, sino a mí. Ladeé mi rostro mirándolo con timidez, con complicidad.

—¿Hola? —tartamudeó al fin con voz seca la responsable de la casa. Luca posó su atención en ella, y noté que la pobre estaba teniendo problemas para pensar con claridad.

—Aurora, él es Luca… Luca, ella es Aurora. —Luca sonrió, saludándola educadamente.

—Mucho gusto —su voz sonaba tan profunda y fuera de lugar, que de inmediato me puse nerviosa. Mi nana logró reaccionar un segundo después.

—Igualmente, Luca —respondió abriendo la puerta torpemente para que pasara. Él lo hizo mientras ella me hacía señas por detrás, mostrándome su rotunda aprobación. En otro momento hubiese reído con ganas, pero me mordí los labios, aguantando.

Caminé hasta él, alegre de que estuviera ahí, en mi vida.

—Hola —susurré, ya a unos centímetros de su prefecto cuerpo.

Te ves preciosa.

Tomó un mechón de mi cabello rizado, sonriendo lánguido.

—Hola.

—Iré por mi padre, no te muevas —le advertí con tono autoritario. Asintió riendo por lo bajo. Al subir, escuché cómo Aurora le ofrecía asiento y algo de tomar, aún nerviosa.

Llegué a la habitación de papá, la puerta estaba abierta. Él no se encontraba, fui a la habitación de Bea, los dos se estaban inmersos en un partido de tenis.

—Ya está aquí. —Se había puesto unos vaqueros y una camiseta de los Rangers. Parecía mucho más joven así. Dejó de jugar mirándome serio.

—Ahora vengo, Bea, no hagas trampa —le advirtió jovial.

—¿Quién llegó? —preguntó curiosa.

—El novio de tu hermana —refunfuñó. Bea me miró asombrada y salió colgándose del brazo de mi padre.

—Yo también iré —anunció decidida. Asentí sin remedio. Ambos bajaron delante mío.

Cuando llegaron al recibidor percibí su asombro. Mi padre ni siquiera se movió, mientras mi hermana se veía gratamente alucinada.

Luca los encaró dejando de conversar con Aurora, que parecía embelesada.

—Buenas noches —saludó cortés y seguro. Mi padre pestañeó varias veces, un segundo después le tendió la mano. Observé a Luca, nerviosa, pero éste no pareció notar mi preocupación y le devolvió el gesto tranquilo, estando ahí más de la cuenta. Sacudí la cabeza sin comprender.

—Buenas noches, soy el padre de Sara, Gabriele.

—Y yo Bea —agregó mi hermana deslumbrada.

Luca le sonrió con ternura.

—Mucho gusto, soy Luca Bourlot.

—¿Luca? Lindo nombre —apuntó Bea mirándome chispeante. Mi padre giró hacia mí examinándome de una forma que no logré descifrar. Pero enseguida volvió su atención hacia él.

—Me dijo Sara que están saliendo.

—Así es.

—¿A dónde van? —Quiso saber mi padre viéndome fijamente, pero preguntándole a él.

—Al cine, a cenar. No llegamos tarde. —Luca estaba impasible y relajado, no parecía notar la actitud hostil de mi padre.

—Sara conoce los horarios —expresó inspeccionándolo.

—Entonces los cumpliremos… Fue un gusto —extendió la mano para despedirse. Por un momento pensé que mi padre no se la daría, pero al final se la tendió sonriendo casi imperceptiblemente.

—Igualmente, Luca. Vayan con cuidado.

—Así lo haremos, señor. —Miró a Bea de forma más informal, tendiéndole la mano. Ella se la tomó encantada.

—Mucho gusto, Bea.

—Igual, Luca —musitó roja como un jitomate. Caminé hasta la puerta, me urgía salir.

Luca se despidió de Aurora y salió detrás de mí. Caminé hasta su camioneta. Abrí la puerta sin esperar que él lo hiciera y subí. Él realizó cada acción de la forma convencional, así que tuve unos segundos de soledad. Cuando al fin entró, lo miré desconcertada.

—Todo salió bien —expresó satisfecho, prendiendo el motor; se veía despreocupado.

—¿Cómo? ¿Por qué? Los tocaste. —Lo acusé sin comprender, abriendo los ojos para mostrarle mi desconcierto. Arrugó la frente.

—Sí, ¿qué tiene de raro? —reviró con simpleza. Lo fulminé, confusa. ¡Era en serio!

—¿Cómo que qué tiene de raro? A mí ni siquiera eso: cada mañana, cada caricia tuya dura menos de un segundo, apretaste su mano mucho más que eso —espeté molesta. Rio. Se detuvo en un costado de la calle, desbrochó el cinturón de seguridad y me miró intensamente.

—Sara, contigo es diferente. Tú… me enciendes. ¿Me explico? ¿Cómo crees que convivimos con ustedes? Podemos tener ese tipo de contactos sin poner a nadie en peligro. Lo pienso, me controlo y logro dar un apretón de mano, un abrazo, sin provocar ningún daño, sin dejar salir mi energía; a lo mucho la gente piensa que tengo calor, nada más.

—Pero entonces, ¿por qué conmigo no te controlas? Si lo pensaras antes podríamos…

—No —me interrumpió paciente, pero con firmeza—. No podría. No puedo… y no te arriesgaré. Créeme que lo he pensado e intentado, pero te acercas y todo mi autocontrol se rompe en millones de fragmentos, mi esencia enloquece, te reclama con una fuerza indomable. Sólo puedo pensar en lo mucho que te deseo y en esta necesidad abrasadora de tenerte aún más cerca. Lo mejor es seguir así, aunque sé lo difícil que es para ti, porque también lo para mí. —Me crucé de brazos, frustrada, por tonta de alguna manera había albergado una esperanza—. Ahora dime, ¿qué quieres hacer? Quedamos que elegirías hoy —me recordó conciliador. Respiré profundamente intentando olvidar todo lo ocurrido hacía unos minutos. Me costó, la imagen de él sobre mis labios quemaba.

—Bolos, cenar evidentemente. —Él prendió el motor sonriendo.

—Evidentemente —repitió burlón.

La noche fue ligera y muy divertida. Elegí comida italiana en un restaurante al que nunca había ido, pero que por fuera me gustó. Conversamos de trivialidades. Me preguntó sobre Bea y mi relación con Aurora, nada de mi padre, cosa que le agradecí.

Cuando terminamos fuimos directo al boliche. Él, como en todo, lo hacía perfecto, sin embargo, decidió no humillarme y me dejó abajo dos puntos. Nos reímos, hablamos y nos burlamos uno del otro sin parar. Éramos, al final, un par de adolescentes pasándola bien, sin complicaciones y sin una verdad encima que lo consumía todo, al menos a los ojos de los demás.

Llegamos a mi casa casi a la una. A su lado el tiempo volaba y lo pasaba tan bien que me encontraba deseando hacer alguna otra cosa. Iba a abrir la puerta cuando sentí su tacto sobre mi rostro haciéndome girar.

Di un respingo cerrando los ojos. Se sentía deliciosamente caliente en comparación con lo fresco de la noche. No quemaba, más bien me envolvía en una calidez relajante. El líquido comenzó a viajar dentro de mí como siempre, invadiendo todo mi cuerpo de forma delicada y eso que pujaba por saltar sobre él, se mantuvo apacible, ronroneado ante el gesto. Sonreí deleitada.

—Sara, me crees, ¿verdad? —Quitó la mano un segundo después, esa había sido su caricia más larga.

—¿Sobre qué? —Quise saber aturdida.

—Sobre lo imposible que es ir más allá tú y yo.

—Sí, Luca.

—Vi tu expresión y temí que no me creyeras del todo. —Lucía preocupado.

—Te creo, sería absurdo no hacerlo después de estos días. Es sólo que sentí un poco de celos. Hay ocasiones, casi todo el tiempo —confesé bajando la mirada para que no leyera el tamaño de mi frustración—, que quisiera…

—Lo sé, y para mí es igual de doloroso. Y si existiera una manera, la que fuera, de poder estar a tu lado lo haría, Sara, no lo dudes. No quiero decir que nunca ocurrirá, pero definitivamente no ahora. No me siento listo, en serio me descontrolas de una manera absurda, ahora mismo te veo y no logro ser dueño de mí —confesó pasándose los dedos por sus rizos negros. Sonreí, porque bueno, eso era una esperanza, ¿no?

—Luca, sabíamos que esto iba ser así… Ya encontraremos una forma de hacerlo menos frustrante. —Apretó el volante, sin verme.

—Ruego por encontrar una solución… Baños helados o liberar mi sobrecarga de energía funciona cada vez menos —confesó medio bromeando, aunque supe de inmediato que era cierto.

—Nos sumergiremos en hielo si es necesario o podemos ir al Polo Norte, te robo un beso y ya —propuse con simpleza, intentando hacerlo sonreír. Me miró enseguida como evaluando lo que acababa de decir—. Lo de sumergirme en hielo ni lo pienses —protesté—. Por muy caliente que seas, me daría hipotermia. Aunque lo otro sí es una opción —admití torciendo los labios. Negó sonriendo.

—Eres imposible, pero me agrada tanto tu cabeza.

—Me lo dices todo el tiempo. —Le recordé divertida. Quizá si tomaba en cuenta mi idea, podía ser una opción. De sólo pensar en esa boca sobre la mía… ¡Dios! Hacía combustión.

—Y lo más preciado de mi existencia. —Dejé de sonreír. Me miraba de esa forma que me dejaba mal, hiperventilando, alucinando—. Y sé que es así porque aun sin poder tocarte te siento, porque cada minuto sin ti es eterno y porque lo que pudiera ser un defecto en cualquier persona, en ti me parece adorable, me haces querer ser mejor… siempre.

—Luca… tú también lo eres, y lo sé porque cuando estoy a tu lado, soy lo que quiero ser, lo que siempre fui. Porque me gusta en lo que me convierto contigo y porque ya no puedo imaginarme una vida sin ti, sin tus ojos, sin tu voz —murmuré con dulzura.

Nos miramos durante varios minutos absorbiendo lo que acabábamos de confesarnos, porque no hacía falta decirnos más si con eso lo decíamos todo. Con nuestras palabras, con nuestras risas, con nuestros momentos juntos, con lo complicado y atípico de todo lo que nos ocurría, de alguna manera habíamos logrado ir más allá, donde el tacto no podría, donde los sentimientos no se confundían.

Luca había llegado justo en medio de mi alma, y yo de la suya, si es que la tenía.

—Te veo arriba —habló rompiendo a tiempo el deseo en nuestros ojos.

—No tardes —susurré.

—En quince minutos, ¿está bien? —preguntó. Asentí y me bajé.

Llegó justo cuando dijo. Sonreí al verlo, en tiempo récord me había alistado y lo cierto es que tenía sueño.

¿Mañana pasarías el día conmigo?

Asentí suspirando gracias a aquellas caricias que, aunque no sentía, me adormilaban.

Paso por ti a las once, di que tenemos que acabar el proyecto.

—Sí, eso diré —respondí más dormida que despierta. Sonrió.

Lleva una chamarra y ropa cómoda.

Fue lo último que escuché.

Por la mañana, la alarma de mi celular sonó a las 10. Pestañeé confundida, no recordaba haberla puesto. La apagué suponiendo que él lo había hecho. Un aviso en la pantalla llamó mi atención.

«Te veo en una hora, mi Luna».

Sonreí sintiéndome en una nube. Me bañé deprisa y me vestí recordando sus indicaciones. En cuanto acabé, decidí bajar a engullir algo, no aguantaría mucho con el estómago vacío.

Bea estaba ahí jugando con su celular, mientras Aurora le daba instrucciones a Rita sobre algo. Mi hermana, al notarme, me sacó la lengua, yo a ella y así comenzamos nuestro infantil juego. Aurora rodó los ojos.

—Me parece increíble que con esos comportamientos de bebé hayas conquistado a un chico como Luca. Anda, cuenta cómo le hiciste —me preguntó Aurora, bromeando, al tiempo que me servía tres hot cakes con chispas de chocolate y miel.

—Sí, Sara. Luca parece actor de cine —secundó mi hermana, repentinamente interesada.

—Para que vean —me burlé alzando las cejas, llevándome un trozo a la boca, deleitada.

—Fuera de broma, ya sabes lo que pienso, eres una joven muy especial, mereces todo lo que quieras, pero sí debo admitir que cuando lo vi me quedé en shock —dijo mi nana, avergonzada.

—Te vi, casi tengo que recoger tu quijada del piso.

—Dios, qué pena… Pero no me lo esperaba, está realmente guapo.

—Sí, demasiado —completó Bea—. Además, te mira de una forma… —Silbó recargando la barbilla en sus brazos.

—Sí, definitivamente está muy enamorado de ti —dijo la mayor. Bajé la vista, sonrojada. Sí, ambos lo estábamos por raro que lo pareciera, por muy rápido que fuera.

Llegó tan puntual como siempre, mi hermana y Aurora se pelearon para abrirle, las dejé riendo. Una vez solos, le conté lo que me habían dicho, sólo sacudió la cabeza, sonriendo desconcertado.

—¿Ya me dirás a dónde vamos? —chismoseé. Negó y manejó rumbo a su casa—. Luca… —le supliqué ansiosa, con voz quejosa.

—Ya lo verás, Sara, sólo espero que te guste —meditó. Refunfuñé fijando la atención en el exterior.

Se estacionó dentro de su cochera. Bajé desconcertada.

—¿Aquí es la sorpresa? —insistí. No respondió, andaba muy misterioso.

—Sígueme, vamos a mi recámara. —Enarqué una ceja. Se dio cuenta de por dónde iban mis pensamientos. Se frotó el rostro, negando. Está bien, quizá ya parecía una acosadora, pero es que no es fácil vivir así.

—Sara, ojalá fuera eso que estás pensando, pero creo que es menos… excitante, aun así, espero que te guste. —Seguí intentando ocultar mi decepción. Llegamos a su habitación directamente.

—¿Y los demás? —pregunté cuando cerraba la puerta.

—Jugando en la sala de televisión —soltó como si fuese de lo más normal, no pude evitar reír.

—De nuevo ¿«demasiado normal»? —notó. Asentí arrugando la nariz—. Lo sé, pero cuando Hugo se enfrasca en esos juegos, puede durar horas, y Florencia es algo competitiva, por lo que están ahí toda la mañana.

—¿Y tú? ¿Qué haces cuando eso pasa? —lo cuestioné, vagando por ahí mientras él tomaba unas cosas de su mesa de noche y las guardaba en su chaqueta oscura.

—Yo leo, salgo a conocer, a veces juego con ellos, aunque no somos buenos perdedores, ninguno —admitió sonriendo. No los lograba imaginar haciendo eso, sonaba tan simple y tan… él.

—Ahora, ven aquí. —Lo miré confusa—. Ven… —insistió extendiendo su brazo. Me acerqué sin comprender—. Dame la mano. —Enseguida recordé cómo habíamos llegado a la barranca hacía unos días, me había pedido exactamente lo mismo.

—¿A dónde iremos?

—Dame la mano y sabrás. —Me acerqué más a él y le di la mano cerrando los ojos, sin saber por qué—. Ya llegamos —susurró, soltándome. Abrí los ojos y di una ojeada a mi alrededor, no reconocí dónde nos hallábamos y, obviamente, no había sentido absolutamente nada.

Era una especie de callejón sin ventanas, alrededor había edificios de ladrillo. El cielo estaba algo nublado, gris, y ese olor… Mi mente se llenó de destellos, de momentos.

—¿Qué es esto? —pregunté nerviosa, percatándome de los contenedores de basura y las puertas traseras de algún restaurante que conectaban con ese lugar.

—Ven, sígueme —me pidió.

Caminamos fuera de la callejuela, uno al lado del otro. Estaba realmente intrigada, lo cierto era que había algo en el ambiente que me resultaba absolutamente familiar.

En cuanto puse un pie sobre la acera, quedé paralizada, llevándome las manos a la boca, con los ojos bien abiertos. Los edificios, la calle adoquinada, los restaurantes… estábamos en Gastown, en Vancouver. Mi piel se erizó y mi mirada se nubló. No era posible. Mi hogar.

Ir a la siguiente página

Report Page