Lucifer

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La Mujer de Rojo (2)

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La Mujer de Rojo (2)

 

Se miró al espejo. Un rostro joven pero cansado le devolvió la mirada. El cabello negro le caía revuelto sobre los ojos, mejillas y la barbilla, y moría en los pechos. Lo echó para atrás y sus ojos negros la miraron fijamente desde el universo paralelo al otro lado del espejo. Con ambas manos recargadas en el lavabo, dejó que su mente comenzara a vagar libre y descarriadamente.

Brujas, poderes sobrenaturales, vampiros, ángeles caídos, ataques nucleares... ¿en qué clase de mundo vivía ahora?, pensó Vivian. En pocos años, el mundo que ella creía conocer, el que le parecía durante su adolescencia tan seguro , tan monótono, tan aburrido, ahora parecía haberse trastocado, como si la civilización se hubiera metido de lleno en alguno de los macabros cuentos de los Hermanos Grimm y ahora en el mundo pudieran pulular libremente cualquier tipo de criaturas fantásticas e irreales.

Salió del baño, y con pasos lentos se dirigió a la cocina. Por las ventanas se podía alcanzar a percibir la completa oscuridad de una noche cerrada y sin luna, cortada únicamente por las luces de una ciudad que se negaba a dormir. No llevaba puesto nada más que una diminuta tanga roja, pero con el calor que había hecho en los últimos días, poca falta le hacía algo más. Tras servirse un enorme plato de algún cereal colorido con forma de frutas, se dirigió a la sala de su pequeño departamento, la cual era también gran parte del comedor.

Tomó el control y encendió el televisor. Estaban las noticias. Al igual que las últimas dos semanas, la explosión de las bombas nucleares en Corea del Norte acaparaba los encabezados. Las escenas eran aterradoras, extremadamente tétricas y no aptas para personas sensibles. Las primeras imágenes mostraban las nubes de hongo, elevándose hacia el cielo, iluminando la noche con su infernal fulgor.

Al pasar los días comenzaron a mostrar los efectos que la radiación había tenido sobre aquellas personas a quienes la explosión no alcanzó a matar. Seres agonizantes, con la piel supurante, o derretida en algunos casos, que gemían y lloraban de dolor ante una cámara de video que permanecía fría e impasible ante su sufrimiento.

Los reporteros más intrépidos, aquellos que se aventuraban a ir a las zonas más cercanas a la explosión sin que el riesgo fuera extremadamente alto, iban envueltos en trajes antiradiación amarillos, lo que les daba el aspecto de alienígenas sacados de alguna película de ciencia ficción de los años cincuenta. Monstruos insensibles que iban de aquí para allá, con los rostros envueltos en máscaras antigás y cargados de cámaras  que grababan con avidez lujuriosa el sufrimiento humano. Niños, ancianos, hombres o mujeres, daba lo mismo, la cámara era igual de fría e impersonal con los sentimientos de cualquiera.

Vivian cambió de canal. Sus pechos, pequeños pero firmes, se balancearon con el movimiento de su brazo, una fina película de sudor los cubría. No pudo evitar volver a pensar en el hombre de negro, e imaginó esas manos blancas como la muerte acariciándole los pezones y erizando la piel de alrededor con su tacto frío.

Su atención regresó a la televisión empotrada en la pared, aunque la humedad seguía presente en su entrepierna y la comezón de la excitación sexual estaba latente en su vientre bajo. Siguió comiendo de su cereal con leche y viendo la televisión.

Ahora sonaba una voz en off, la voz de algún reportero que explicaba lo que sucedía en las imágenes. Cientos de niñas y niños lloraban ante la atenta mirada del público. Vivian no lo notó en primera instancia, pero cuando se dio cuenta de lo que pasaba ahí, la piel de la espalda se le erizó y concentró toda su atención en lo que decían.

"Miles de familias han sido separadas dentro de Estados Unidos..." —narraba la voz de un reportero.

En las imágenes, los niños se encontraban prácticamente enjaulados en estancias enormes, similares a las prisiones provisionales de las comisarías de policía, pero mucho más grandes. La voz en off continuaba su narración.

"...después de los ataques nucleares, el gobierno de Estados Unidos ha declarado prácticamente ley marcial dentro de sus fronteras, con el pretexto de salvaguardar la seguridad de sus ciudadanos, y con este mismo motivo, miles de personas que se encontraban en ese país de manera ilegal o que eran personas non gratas para las agencias de Seguridad Nacional, ya sea latinos, musulmanes o cualquier tipo de extranjero, han sido cazados, apresados y ahora están en proceso de ser deportados a sus países de origen. Sin embargo, el gobierno no cuenta con la facultad de deportar a niños nacidos en suelo americano, los cuales por derecho tienen la ciudadanía americana. Por tanto, el gobierno ha tomado la decisión de simplemente separar a las familias..."

La narración seguía y entraba en detalles, pero ahora la mente de Vivian comenzaba a cavilar dentro de los confines de su cabeza. ¿Cómo era posible que todo eso estuviera pasando? No sabía qué la sorprendía más, si el descubrimiento que había hecho sobre los seres sobrenaturales que compartían el mundo con ellos o las crueldades que los propios humanos eran capaces de realizar de manera tan atroz contra sus propios congéneres. La asqueaba esa forma tan fría e impersonal de exhibir a la gente que se hallaba en el peor de los sufrimientos, o a punto de morir, tan sólo para conseguir subir las audiencias.

Alguien tenía que hacer algo, decidió. Así que se dispuso a invocar finalmente al hombre de negro. Sus tías la odiarían para siempre, lo sabía bien, incluso se pondrían en el lado opuesto de la historia, pero Vivian finalmente había tomado su decisión. Se había quitado esas vestiduras de indiferencia y de querer mantener un perfil bajo, y estaba resuelta a tomar acción, a ser parte de la historia; no sólo interviniendo en ella, sino cambiándola.

Dejó el plato vacío sobre la mesilla frente a ella, apagó el televisor y fue hasta su habitación. Llegó hasta su armario, abrió las puertas plegables y buscó con ojos concentrados. Finalmente encontró lo que había ido a buscar. Tomó la prenda, la descolgó, le quitó el gancho y pasó sus delgadas y tonificadas piernas a través del único vestido rojo con el que contaba en todo su ropero. Cuando lo tuvo ceñido al cuerpo fue de vuelta al baño y se observó detenidamente.

Aún no se parecía del todo a la mujer de rojo que había visto en sueños, aún le faltaba el porte, la seguridad, la mirada capaz de llevar a naciones enteras a la guerra..., pero ya llegaría ahí. Por ahora, lo único que podía hacer era dar el primer paso hacia esa nueva vida, hacia convertirse en esa mujer y de esa forma cambiar el curso de la historia...

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