Lucifer

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Lilith (Parte 2)

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Lilith (Parte 2)

 

Alguna vez el mundo estuvo envuelto en llamas.  Hubo una era en que el Creador no era consciente de sí mismo. Su mente, así como la Tierra y los Cielos, no eran sino una marea interminable de caos.

Pero había una parte de él, sólo un fragmento de hecho, que ansiaba algo más. Lo buscaba desesperadamente. No podía creer —se resistía a creer— que eso fuera todo. Aún sin saberlo o ser consciente de ello, se cuestionaba.

Los milenios pasaron, la Tierra se enfrío y llegó el orden. Después vino la consciencia, el Creador se percató de su propia existencia. Y con ello vino el dolor, el raciocinio de la soledad. Después llegó  la ira. Pero ella, esa pequeña porción de sí mismo que era ajena a él, intentó tranquilizarlo. Pero sólo logró enfurecerlo más.

Entonces el autodenominado dios la aborreció. La envidió y la expulsó a la Tierra; la exilió para siempre. 

Samael salió repentinamente de la ensoñación, totalmente contrariado, confundido y dolido por los destellos de pasado remoto que había presenciado desde dentro de su mente.

Casi caía al suelo, pero tanto Lucifer como Lilith lo tomaron cada quién por un brazo para que pudiera seguir volando. Los nueve ángeles rebeldes se elevaban majestuosamente por entre los espacios interminables, y ahora desolados, del Paraíso. Todo cuanto los rodeaba era de un blanco inmaculado, lleno de destellos plateados. Era un lugar que el cuerpo físico de Samael interpretaba como surreal. Como cuando los humanos tienen el recuerdo de un sueño. Es algo que no pueden explicar con palabras pero que recuerdan mediante vívidas imágenes.

Todo cuanto los rodeaba emanaba una sensación desoladora. El lugar donde antes habían convivido millones de ángeles en paz, era ahora sólo un yermo impoluto donde no se escuchaba sonido alguno aparte del aleteo de los ángeles y las respiraciones entrecortadas de sus cuerpos físicos. Una gota de sudor cayó de la frente de Samael. La vio descender y desaparecer en el vacío, en la blancura interminable.

—Es hora de continuar —le dijo Lucifer.

Samael miró a Lilith con vehemencia. Ella siempre había despertado en él cierto recelo, y ella lo sabía. Los ángeles por naturaleza, no podían confiar en algo cuya naturaleza no era ni puramente física ni espiritual, y Lilith era un híbrido de ambos. Aunque ellos habían adoptado cuerpos físicos, su esencia seguía siendo espiritual, pero ella había transformado su misma esencia, convirtiéndose en algo completamente diferente...Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando su mente se vio despedida abruptamente de vuelta a los recuerdos que Lucifer quería mostrarle.

Toda esa furia, toda esa ira, un sentimiento nunca antes conocido, experimentado por primera vez. El exilio provocaba eso, la soledad lo amplificaba. Durante años, esa porción del Creador vagó por el mundo, total y completamente sola. Hasta que después de millones de años empezó a olvidar su misma esencia, toda memoria anterior a su existencia original se borró. Y entonces llegaron los primeros hombres. Y ya no estuvo sola. Pero ellos la temían. La veían como una diosa, pero también como una fuerza descomunalmente poderosa y por tanto, temible. Así que decidió mezclarse entre ellos, pero no sólo eso, sino que con el paso del tiempo se convirtió en uno de ellos...

 

Un grito atronador, una advertencia, una voz cargada de rabia volvió a sacar a Samael de los recuerdos. Hurgó en los pensamientos de su maestro. Ya casi llegaban, el tiempo se estaba agotando, le transmitió Lucifer con una voz mental serena y llena de calma.

—¡Aléjense de aquí ángeles rebeldes, ángeles bastardos! —atronó la voz del creador, lacerándoles los oídos.

Era una voz omnisciente, no provenía de ningún lugar en concreto, pero estaba en todas partes de esa blanca e interminable extensión al mismo tiempo. Samael sintió el miedo de todos sus compañeros sumándose al propio.

Miguel intentaba transmitirle serenidad a Kiara; Athiara se preguntaba por qué Samael estaba tan distante, sentía un poco de celos de Lilith, lo había visto mirarla; incluso los siempre impetuosos y envalentonados Gabriel, Eliana y Azrael se sentían intranquilos.

—¡No podemos hacerlo! —respondió tranquilo Lucifer. Sus mil voces sonaban casi tan intimidantes como  la del creador.

—Entonces pagarán las consecuencias.

Samael sólo era consciente a medias del diálogo entre su guía y el dios tirano. Sus pensamientos estaban enfocados en otra cosa, o más bien, en alguien más. En Lilith.

Había ciertas leyendas, antiguos mitos, los cuales decían  que aquella primera y misteriosa mujer mortal con la que había yacido Lucifer, era en realidad la encarnación humana de Lilith. Por supuesto Samael jamás las había creído, era bien conocido por todos que Lucifer había sido el primer ángel en encarnarse en un cuerpo mortal. Pero ahora, después de lo que le habían mostrado, no estaba tan seguro, quizá las antiguas leyendas no estaban tan equivocadas...

—Hemos llegado —anunció Lucifer.

Se pararon al borde de un precipicio inacabable, ante el cual se hallaba el inconmensurable Palacio Celestial. Samael miró a su maestro, con un suave roce mental se coló en sus pensamientos.

Lucifer miraba con sus ojos eternos y resplandecientes el palacio santo, el lugar donde estaba destinada a llevarse a cabo la última pelea, la casa de dios. El cansancio había hecho mella en él, y Samael podía sentirlo, sólo quería que todo terminara de una vez. Lucifer giró la cabeza en un gesto que resultaba poético.

Entonces, sin previo aviso, gritó con una voz que inundó los cielos, retumbó valerosamente hacia la eternidad y bañó de coraje a sus guerreros. Alzaron el vuelo nuevamente, levantaron las espadas y embistieron hacia el palacio con todo el brío de sus corazones.

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