Lucifer

Lucifer


Batalla Final (1)

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Batalla Final (1)

 

Lilith arañó la espalda de su amante, al tiempo que le quitaba las ropas de batalla, con vehemencia y en medio de gemidos de pasión. Cuando su torso hubo quedado desnudo, Lilith contempló durante un instante los pectorales marcados, el abdomen fuerte y las cicatrices (algunas ya rosas y otras frescas y de color carmesí) hechas por armas angelicales que cruzaban tanto su pecho como el estómago. Todo él le encantaba.

Lucifer correspondía con lujuria. Le arrancó con total salvajismo la falda, dejándola totalmente desnuda de la cintura hacia abajo. Ella se lanzó hacia él, obligándolo a cargarla en sus musculosos brazos, en esos bíceps donde unas venas palpitantes sobresalían por debajo de la piel.

Lilith liberó sus alas en medio de un escalofrío electrizante que recorrió cada músculo de su cuerpo; desde la cabeza hasta la parte interna de las piernas, pasando por su sexo anhelante. Sus alas se extendieron majestuosamente hacia el cielo, rozando las hojas de algunos árboles bajos. Lucifer también desplegó las suyas.

A Lucifer le gustaba hacerla esperar, mantenerla al borde, en suspenso, así que la besó durante varios segundos más, los cuales a ella le parecieron eternos.

Finalmente se decidió. Lucifer echó la cabeza hacia atrás y en medio de un sonido húmedo y deslizante hizo crecer sus colmillos. El simple sonido y la anticipación hicieron que la entrepierna de Lilith se humedeciera como si fuera una adolescente humana. Entonces ella alargó los suyos también.

Lucifer arrojó su cara hacia los pechos de ella y con hambre anhelante clavó sus firmes colmillos en la piel, la sangre resbaló por los labios de él y se escurrió entre el vientre de Lilith. Ella, que seguía sobre él y a mayor altura, bajó su boca hasta la garganta de su hombre y lo mordió con lascivia. Ambos permanecieron así, en un paroxismo de excitación y placer...

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Entonces el creador se percató de que ella se estaba refugiando en su mente, en sus recuerdos, y con un movimiento enérgico, violento, se acercó hasta ella y le propinó un golpe cargado de ira que la sacó por completo de su ensimismamiento.

Lucifer lanzó un grito lleno de rabia y dolor. Ese bastardo se había materializado, y al instante, los había inmovilizado a todos. Y ahora se dedicaba a pasear entre ellos, torturándolos, castigándolos poco a poco, mientras decidía qué hacer con todos ellos, con los últimos nueve ángeles rebeldes.

El cielo había ardido en llamas cuando los ángeles atravesaron la última barrera, cuando entraron al Palacio Celestial. Ahora, un color rojo agónico envolvía todo, como si se encontraran al borde de una estrella moribunda.

Dios lanzó a Lucifer contra una de las columnas, tan altas que desaparecían de la vista y se adentraban en la eternidad. La columna lucía del mismo rojo que todo lo demás, pese a ser de un blanco puro. Su espalda chocó fuertemente, la piedra se cuarteó y un enorme bloque cayó sobre su costado, rompiéndole dos costillas. Lucifer no gritó, el dolor físico era nada comparado a ver a Lilith sufriendo.

Sus músculos se tensaron bajo la coraza metálica. Intentó llevar la mano hacia la espada que permanecía envainada, en su cinto, pero fue inútil. El agarre telequinético del creador era inquebrantable.

En ese momento se odiaba a sí mismo por haber persistido en esa guerra. Aunque conocía de antemano la futilidad de esta guerra, había una pequeña línea de tiempo, una sola fina línea temporal en medio de miles de millones más, en las que él y su séquito prevalecían. Así que mientras existiera esa mínima posibilidad, él se aferraría a ella.

Pero ahora, viendo cómo el creador golpeaba el rostro de Lilith una y otra y otra vez, sólo para hacerlo sufrir a él, Lucifer casi deseo haber aceptado la oferta inicial del creador: perder su individualidad, todo recuerdo de lo que alguna vez fue y unirse nuevamente a dios, ser uno con él una vez más y durante el resto de la eternidad.

Pero no. Lucifer se negaba a perder su humanidad. Lanzó un grito cargado con la fuerza de mil voces y luchó contra la fuerza telepática del creador. Lentamente y con un esfuerzo tremendo, que lo hizo sangrar por los ojos, Lucifer se puso en pie.

El resto de ángeles giraron la cabeza hacia él.

—¡Vas a pagar! —rugieron desde su garganta las mil voces.

La mirada del ángel era amenazadora, fiera. Dios se detuvo, paró su faena y lo volteó a ver. Dejó caer al suelo el cuerpo casi inconsciente de Lilith y con pasos firmes comenzó a caminar hacia Lucifer.

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