Lucifer

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Nueva Vida

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Nueva Vida

 

Vivian nunca quiso ser una bruja, rechaza su destino, se niega a aceptarlo.

Seis años han pasado desde que sus poderes le fueron otorgados. La niña asustadiza, temerosa y perdida ha desaparecido del todo, siendo sustituida por la ahora fuerte y capaz mujer que se encuentra a la entrada de esas enormes puertas de la galería de arte más importante de la ciudad.

En ese momento, con el portafolio lleno de fotos de sus pinturas (fotos que mostrará en un intento de que sean aceptadas para ser puestas en exhibición) vuelve a ser la misma niña llena de titubeos, preguntas y dudas sobre sí misma que era hace seis años. Antes de saber quién realmente era. Lo que realmente era.

Sus tías, aquellas dos excéntricas mujeres de quienes apenas tenía alguno que otro recuerdo proveniente de su niñez, eran quienes la habían guiado durante todo el proceso de su iniciación, de su metamorfosis.

Los poderes a los que podían acceder las brujas eran vastos y numerosos. Pero la mayoría de ellas sólo poseía uno o dos, las más fuertes o las ancianas incluso llegaban a dominar el arte oscura de tres o cuatro poderes. Pero nunca más. Se decía que los cuerpos mortales no estaban hechos para dominar tales artes, y su uso representaba llevar el cuerpo físico a límites que ningún mortal común podía soportar. Y ellas, les gustara o no, seguían siendo humanas, y por poderosas que pudieran ser, seguían habitando carne mortal.

Oído aumentado, el poder de hablar con los muertos, levitar, comunicarse con ciertos animales (e incluso hacer que estos siguieran tus órdenes), fuerza aumentada, dominar y manipular las emociones de otras personas, leer la mente, conjurar fuerzas oscuras, y telequinesia... Estas eran sólo algunos de los poderes que Vivian había visto en las brujas que habían desfilado ante ella en los seis años transcurridos desde su iniciación.

Pero ella tenía un terrible secreto, un oscuro poder. Un poder que no podía ser mencionado. Un poder del que las otras brujas sólo se atrevían a hablar entre susurros, oculto entre las sombras de las leyendas. Aunque aún no sabía a ciencia cierta que lo poseyera, al fin y al cabo, apenas era una aprendiz del Arte Negra y su poder se encontraba en un estado en exceso incipiente.

Sus pensamientos son abruptamente interrumpidos al momento en que la enorme puerta automática de casi tres metros de alto se abrió ante ella.

Con paso elegante, casi como si se deslizara, entra en la enorme galería. El recibidor es un vestíbulo gigante de paredes elegantes que ascienden hasta una cúpula en el techo, donde está pintado un hermoso cielo azul plagado de pequeñas nubes por algún talentoso artista.

Camina hasta la barra detrás de la cual aguardan tres recepcionistas,  recuperando la seguridad que la adultez ha traído consigo, y sabe en su fuero interno que sus pinturas son dignas de estar ahí, pertenecen ahí.

Sus tías le aconsejaron usar la manipulación de una bruja para "persuadir" a quien tomara las decisiones para ser aceptada en esa galería. Pero a Vivian no le gusta usar su calidad de bruja para influir en las decisiones de otras personas cuando se trata de su trabajo. Le gusta conseguir las cosas mediante su esfuerzo, mediante los propios méritos de cada una de sus pinturas.

La nube de pensamientos oscuros se ha difuminado por completo de su mente, siendo sustituida por una claridad nítida de confianza en sí misma y en su trabajo. Y cuando habla, lo hace sin utilizar el Arte Negra, habla usando solamente la seguridad que se ha ido labrando durante toda su vida.

—Hola, vengo a que exhiban mis pinturas en su galería.

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