Lucifer

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Enoch, el primer Vástago

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Enoch, el primer Vástago

 

  «Salió, pues, Caín de delante de Dios, y habitó en tierra de Nod, al oriente de Edén»

—Libro del Génesis

 

 

Entonces mi maestro se acercó a mí. Aunque claro, yo en ese entonces aún no lo sabía. Nos contó que venía de lejos, de una ciudad hundida en penumbras, envuelta eternamente en sombras. La ciudad allá donde iban los proscritos, los marginados, los exiliados del Edén.

Cuando Caín  el Maldito se acercó a mí, miraba con incredulidad la primer Ciudad de los hombres. Después (décadas después) me enteré que antes de su exilio, no había ciudades, él había sido hijo de los Primeros; los primeros transgresores, los primeros exiliados...

En su propio exilio él conoció a la Bruja Original, la más poderosa de entre todas ellas. Una mujer que hizo enojar tanto al Creador que su maldición fue que la historia olvidara su nombre por siempre. Ella le enseñó las Artes Negras, las Artes Prohibidas.  

Cuando él estaba solo en la oscuridad, su hambre creció, su frío creció, y lloró...

Pero entonces llegó ella, , una mujer oscura y hermosa con sus ojos cortando la oscuridad. Ella se apiadó diciéndole: "Conozco tu historia Caín de Nod. Estás hambriento; tengo comida. Tienes frío; tengo ropas. Estás triste; tengo consuelo."

Al igual que ella, Caín tenía su propia maldición, la peor de entre todas: jamás vería de nuevo un amanecer, y estaría condenado a vagar por la Tierra, y por su marca, jamás ningún Hijo de Set podía matarlo. Aunque nosotros, los ingenuos Hijos de Set no lo vimos así, la veíamos como el más hermoso de los dones, la forma última de alcanzar la eternidad en esta vida.

Así que después de décadas de ser  sus fieles seguidores, después de noches enteras de implorar, al fin aceptó a tres de nosotros para que fuéramos sus hijos, sus primeros Vástagos...

Tres de nosotros, los primeros mortales en beber de su sangre. Y con ella vino el temor al sol, al fuego, a la filosa madera. Nos convirtió en la segunda generación. Dejamos de ser Hijos de Set, para convertirnos en los primeros Hijos de Caín, Niños de la Noche y de las Sombras.

Pero Caín pronto se arrepintió. Al ver los monstruos que había engendrado, sus ojos lloraron sangre al percatarse de su acto, al saber que su maldición nos había transmitido. Ahora éramos inmortales, pero jamás veríamos nuevamente el día, jamás engendraríamos hijos naturales, estábamos exiliados para siempre del mundo de los mortales, quienes hasta ese día habían sido nuestros hermanos. Y con su arrepentimiento vino la máxima Ley, la más severa.

Jamás deberíamos esparcir nuestra maldición a otros. Podríamos alimentarnos de los Hijos de Set, beber de su sangre, pero no debíamos engendrar más Vástagos. Debíamos ser los únicos bebedores de sangre. Por supuesto, el que se haga una ley, no significa que todos estén dispuestos a seguirla...

 

Mis dos nuevos hermanos pronto decidieron crear su propia estirpe; la inmortalidad es demasiado sobrecogedora como para enfrentarla solo. Yo intenté seguir los mandatos de mi maestro, sin embargo la locura arañó las paredes de mi mente, la soledad puede ser el cuchillo más afilado, el fuego más mortífero. Y entonces decidí seguir los pasos de mis hermanos, crear mi propia estirpe, romper la Ley de mi Maestro, ahora mi Padre, mi sire.

Y así nació la tercera generación. Y con ellos vino la Yihad. Esos chiquillos, esos jóvenes bebedores de sangre no tenían nexo alguno con Caín, no eran descendientes directos de nuestro maestro, por consiguiente no tuvieron reparo alguno en romper sus leyes, en rebelarse. Y cuando ellos se rebelaron, la tierra se tiñó de sangre, los ríos se tornaron rojos. Dentro de su limitada visión, ellos no veían por qué tenían que obedecer las leyes de nuestro Padre, así que crearon sus propios clanes, sus propias familias de vástagos. Y nos dieron caza.

La Guerra fue cruenta, bebedores de sangre antiguos tuvimos que matar a los jóvenes, a aquellos que nos querían dar muerte, beber de nuestra sangre para así poder obtener nuestro poder. Al final los jóvenes eran demasiado numerosos. Mis dos hermanos perecieron en la Guerra y sólo quedé yo, junto con algunos de mis Vástagos más leales. Todos los demás buscaban mi muerte. Y ahora, los que habían bebido de mis hermanos eran casi tan fuertes como yo.

Clanes enteros buscaban mi destrucción, me cazaban por las noches y mandaban a siervos humanos a buscarme por el día. Mis Vástagos leales murieron para defenderme. Los escondites pronto se me terminaron, y los jóvenes bebedores pudieron haberme matado, pero al final no alcanzaron su cruel objetivo. Al final Caín regresó de su Exilio, completamente enfurecido por el caos que habíamos causado, por la forma en que entre nosotros mismos, sus hijos y sus nietos, nos estábamos masacrando, y masacrando a los Hijos de Set en el proceso.

La furia de Caín fue inmensa. Masacró a los Vástagos rebeldes. A aquellos que habían sembrado la semilla de la rebelión, aquellos que habían arrancado de manera ilícita la sangre de los cuerpos de sus propios sires. Dejando sólo a aquellos pocos que habíamos respetado sus leyes. Bebió de mi sangre y al ver los motivos por los cuales lo había desobedecido creando a mis propios hijos, al ver que no era por motivos egoístas, me perdonó la vida a mí también. Aunque ya no me volvió a aceptar como su discípulo.

Pero no fue suficiente, Caín estaba demasiado desilusionado de su propia especie, de sus propios descendientes. Así que se marchó una vez más, pero ahora para siempre. Nadie supo a dónde fue, o si aún vive. Algunos dicen que se expuso al sol y sus cenizas se disolvieron en el viento; otros que se enterró en las profundidades de la Tierra, y duerme profundamente hasta el nuevo día en que volvamos a desencadenar toda su ira y retorne para cumplir las profecías de la destrucción total y definitiva de nuestra especie.

Lo que sí vimos todos fue cómo aquella noche, con las primeras luces del Amanecer, se adentró en el desierto, el terrible desierto. Un lugar donde no hay refugio alguno de la luz del sol, y por tanto un lugar al que sabía que ninguno de nosotros podía seguirlo...

 

—¿Qué ha sido eso? —preguntó completamente conmocionado Lucifer, al despegar su muñeca de los pétreos colmillos de aquel antiguo bebedor de sangre convertido en efigie.

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