Lucifer

Lucifer


Los Eternos

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Los Eternos

 

"Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que decía: "Ven". Entonces salió otro caballo, rojo; al que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; se le dio una espada grande."

—Segundo Jinete del Apocalipsis .

 

 

Los Eternos eran estatuas de mármol que alguna vez fueron humanos de carne y sangre, y luego vampiros. Vivieron durante milenios junto a los humanos, pero siempre sin pertenecer, alienados tras las sombras. Entremezclándose por las noches entre sus presas, asistiendo a los bailes y cautivando a la gente con su sola presencia. Eran como estrellas luminosas y pálidas en medio de una oscura noche sin nubes.

Lucifer los encontraba temibles. Tanto poder confinado en esa cripta subterránea, debajo de esa antigua ciudad, una ciudad que ni siquiera existía aun cuando la mayoría de ellos vivía, le hacía sentir inseguro, frágil. Caminó varios minutos entre las hileras de altares de piedra. Escuchando en las paredes de su cráneo las voces de todos ellos, tiempo atrás olvidadas, como susurros lanzados al viento. Su concentración era máxima, debía encontrar al más antiguo de entre todos ellos, algo que no era fácil. Tanto Gabriel, Miguel y Azrael le habían dicho que les resultaba imposible calcularles la edad. Para ellos, todos les resultaban igual de asombrosamente antiguos. Todos ellos databan de los Primeros Tiempos, aquellos posteriores a la Primer Gran Guerra en el Paraíso.

Pero Lucifer debía intentarlo, debía encontrar al más antiguo de entre todos ellos. Este debía de ser del primero del que se alimentara Lucifer, para que así su poder se volviera equiparable al del más antiguo de ellos.

Y de pronto, lo sintió. En una esquina, un silencio sepulcral se extendía, los susurros se apagaban y el frío parecía apoderarse de todo el espacio telepático.

—Él —dijo Lucifer con su aguda voz, mientras se acercaba.

—¿Vas a beber de él? —preguntó Gabriel.

—Así es —respondió con metal en la voz —mi poder será sólo tan fuerte como el primer vampiro del que yo me alimente. Y él es antiguo incluso entre todos estos antiguos.

Miguel permaneció en un silencio absoluto, con expresión melancólica y taciturna.

—Adelante —respondió Azrael con solemnidad.

Lucifer llevó la muñeca hacia la boca del bebedor de sangre. Inmediatamente, los labios de este asieron la piel fuertemente, como si de una prensa de piedra se tratara. Instintivamente Lucifer trató de retirar el brazo, pero los labios de este bebedor eran demasiado fuertes para él. Los colmillos se deslizaron en silencio y aguijonearon la piel de Lucifer como si se tratara de cuchillos incrustándose en mantequilla.

Y ahí fue cuando presenció la historia de ese bebedor de sangre. Enoch. El aprendiz de Caín. Toda la historia que ese bebedor poseía fue simplemente abrumadora. Ver la primera ciudad, los primeros bebedores de sangre, las primeras guerras, y sobre todo la Primer Gran Purga, donde cientos y cientos de vampiros fueron exterminados de una manera sumaria y total, todo eso fue simplemente sobrecogedor para el Ángel Caído.

Cuando la estatua hubo saciado su sed, los labios soltaron su agarre. Lucifer, prácticamente drenado cayó al suelo cuando sus piernas, como dos finos hilos, fallaron al sostenerlo. Antes de que su cuerpo alcanzara a tocar la piedra del piso, Miguel se deslizó a una velocidad impresionante y lo sostuvo por las axilas. Lucifer había podido sentir la sed de ese Antiguo, quien llevaba siglos sin probar una sola gota de ella.

—Ahora bebe tú —le susurró Miguel cálidamente al oído, como si fueran dos amantes.

Lo ayudó a mantenerse de pie junto al Vástago antiguo y Lucifer, más pálido aún de lo que era normal para un bebedor de sangre, acercó sus labios al cuello de aquella estatua marmórea. Sus colmillos instintivamente supieron qué hacer. Con su característico sonido húmedo, tan lleno de lujuria, se alargaron y encontraron su camino hacia la sangre a través de la piel de piedra.

Lucifer bebió ávidamente.

Lo que vio, fue simplemente demasiado, su mente tuvo que expandirse para asimilar el flujo abrumador de información de Historia antigua que fluyó como la marea más intempestiva directo hacia ella. Vio la historia de la humanidad, historia olvidada, conoció —y vivió junto a ellos — a otros vampiros que vivieron milenios atrás y que hace siglos habían sido olvidados por completo. Vio Guerras —las de los humanos y las vampíricas —vio Purgas (Caín no había sido el único antiguo convertido en Ángel Exterminador de vampiros), y sobre todo muerte, muerte provocada por la sed de sangre. Una sed que no conocía límites.

Pero lo más aterrador fue lo último que presenció. Los retazos de futuro que ese vampiro poseía dentro de sus visiones. Lucifer pensó en las visiones que él mismo había tenido en el pasado distante acerca del futuro. Pero ese era un poder que había muerto junto con su condición angelical. Las visiones de este futuro mostraban la Última Guerra entre vampiros. Una guerra que se desataría en el momento en que los bebedores de sangre se revelaran públicamente ante los humanos como seres reales y no meras supersticiones o monstruos de novelas. Aquella Guerra donde el antiguo padre se levantaría de entre la cenizas que lo mantenían enterrado y volvería para ponerle fin a la vida de sus niños rebeldes, nuevamente y por una última vez.

La faz de la Tierra quedaría limpia por completo de vampiros...

Lucifer sintió un sudor frío bañar su espalda cuando terminó de beber. Porque también había visto que él mismo era el artífice principal, el causante de la Última Guerra. Él sería quien despertaría la ira del primer Padre y lo hiciera volver de su tan alargado exilio.

Pero al mismo tiempo sintió todo ese poder fluir por su sangre, fue electrizante, fue como si un volcán, largo tiempo dormido, finalmente hiciera erupción. Las llamas del infierno rugieron en su ser y el poder lo embargó todo. Sus ojos se llenaron de sangre y por unos momentos todo desapareció, quedando únicamente ese poder abrumador. Un poder como ningún otro vampiro había conocido jamás.

Lucifer sonrió, dejando a la vista unos colmillos blancos, afilados y manchados de sangre. Y entonces Lucifer supo que al fin estaba de vuelta. El Infierno se desencadenaría en la Tierra. Sin importar las consecuencias que esto trajera consigo.

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