Lucifer

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10 años atrás (Dominic Callahan)

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10 años atrás (Dominic Callahan)

 

Dominic y Sara entraron al enorme salón entre risas y con las playeras polo para jugar tennis aún cubiertas de sudor. Dominic recargó las raquetas en la barra del bar, se acercó a su novia y la besó.

Le encantaba la casa de los padres de Sara; además de tener su propio bar, que era el salón donde se encontraban, también tenía su cancha privada de tennis. Y para alguien como él, quien había sido un campeón estatal del tennis a los 17 años, y una estrella en ascenso, eso era algo realmente increíble de tener en una casa. Y sobre todo, le encantaba poder usar la cancha a la hora que le apeteciera.

Desafortunadamente, su prometedora carrera en el tennis se había visto cruelmente truncada debido a un accidente de bote en el cual, aparte de casi morir ahogado, se había lesionado de gravedad, dejándole una rodilla rota que había tardado tres años en curar. Y aún ahora, en las noches frías, el dolor volvía y atacaba su rodilla con sus dientes fríos.

—Amor ¿quieres que te prepare algo de tomar antes de irme a bañar? —preguntó Sara dulcemente.

—En serio no es necesario, linda —respondió él.

—No seas tonto, sabes que lo hago con gusto. Al fin y al cabo, tú eres mi hombre —dijo ella con coquetería. Y acto seguido se dirigió al bar y sacó una botella llena del rojo líquido del clamato y una cerveza del refrigerador, y comenzó la preparación.

Dominic tomó asiento frente al televisor y lo encendió. Miró a Sara, cuando ella intentaba ser coqueta recordaba a una adolescente enamorada, con su cabello negro y lacio y sus ojos grandes del mismo color, era la viva imagen de la ternura, resultando muy lejana a la apariencia coqueta y sensual que intentaba transmitir.

En media hora llegaría uno de los amigos de Sara, una de las personas a quienes Dominic daba clases de tennis para tener ingresos en lo que conseguía convertirse en ministro.

El papá de Sara le había ofrecido trabajo en una de sus empresas —un trabajo muy bien remunerado—, pero Dominic lo había rechazado, ya que el día de su accidente, al casi morir ahogado, la herida en la rodilla no fue lo único que le sucedió. Ese día tuvo una revelación, una visión, una epifanía.

Sintió el llamado. Pero no un llamado religioso. Ese día Dominic vio algo más, algo que nada tenía que ver con dioses o mitos. No le gustaba decir que vio a dios, por que ciertamente él no se veía a sí mismo como una persona creyente. Pero sí que sintió esa energía divina que une a todos los humanos. Contempló a los ojos a una energía primordial y sintió que era su deber guiar a otras almas perdidas en busca de dirección.

Y por tanto, ahora estudiaba para convertirse en ministro anglicano (ya que el celibato no entraba dentro de sus planes). Aunque seguía sin creer en dios ni en ninguna de esas doctrinas, sí que creía en esa fuerza primordial que lo había rescatado el día de su accidente, manteniéndolo con vida aún después de estar casi durante tres minutos sumergido entre las olas que lo revolcaban. Y por tanto creía que ese era un buen camino para poder llegar a personas y guiarlas hacia la dirección correcta. Aunque él mismo no creyera en las doctrinas ortodoxas.

—Listo, bebé —la voz de Sara lo sacó abruptamente de sus pensamientos.

Estaba tan ensimismado, que ni siquiera la sintió acercarse. Ella le puso el vaso sobre la mesita frente al sillón. Lo besó tiernamente, metiendo su ágil y dulce lengua en la boca de él. Al instante sintió la punzada de la excitación despertar en su vientre bajo y deslizarse hasta su entrepierna. Pero ella se separó antes de que la situación desembocara en sexo.

—Me voy a bañar cariño, suerte en tu clase —dijo. Dio media vuelta y salió contoneándose, deleitada en sentir la mirada de su novio clavada en su trasero y piernas esbeltas debajo de la blanca falda deportiva.

Y así Dominic se quedó solo. Comenzó a cambiarle a los canales de manera aburrida, en realidad no le apetecía ver la tele. No pasaron ni cinco minutos de que hubiera salido Sara, cuando entonces entró Ella...

Una mujer que ponía extremadamente nervioso a Callahan, lo intimidaba y lo excitaba a partes iguales. Una mujer rubia, con ojos verdes que parecían absorber todo a su alrededor como dos torbellinos salvajes. Ella era Gabriela; la hermana menor de Sara.

—Qué agradable sorpresa —dijo al tiempo que abandonaba el umbral de la puerta y se acercaba hacia Callahan, con paso seductor, haciendo chocar sonoramente las puntas de sus botines contra el suelo. Los botines de un gris plateado combinaban a la perfección con el cinturón y la blusa de ella; su chamarra, así como su pantalón eran de cuero, lo que le confería el toque final a su aspecto de chica mala.

El hombre se puso torpemente en pie, haciendo chocar dolorosamente su espinilla contra el borde de la mesita, enojado porque su nerviosismo se notara de manera tan evidente.

—Sabes que los fines de semana siempre estoy aquí a esta hora —contestó él irritado.

—Oye, no te enfades cariño —dijo ella y llevó una mano al bíceps de Dominic.

Él sintió una descarga eléctrica recorrerle el cuerpo cuando los dedos de ella tocaron su piel. Un escalofrío de placer recorrió su espalda y supo que estaba irremediablemente condenado a caer de nuevo en las redes de araña de aquella mujer que lo conocía perfectamente. Una mujer que parecía poder hacer con él lo que quisiera a su antojo.

Y así lo hizo. Acercó su cara a la de él y lo besó con fiereza, con la vehemencia de una amante desesperada. Él no pudo resistir, cedió ante sus instintos primarios, ante el deseo y la lujuria incontenibles que ella le despertaba. Sus lenguas se fundieron en una danza sinuosa, la danza de las serpientes hambrientas.

Dominic empujó a Gabriela hasta la mesa de billar, la tomó por los muslos y la subió a esta. Después, llevó su  mano hasta la espalda baja de la mujer y la metió por debajo del pantalón. Su mano sólo encontró piel. La mujer no llevaba nada debajo del pantalón.

Y aunque este detalle lo hizo excitarse aún más y que su erección creciera en fuerza e intensidad; también lo hizo percatarse de lo diferentes que eran Gabriela y su hermana. Por alguna extraña razón, lo hizo reaccionar.

Así que tenía que pelear. Era lo menos que le debía a Sara.

—Gabriela por favor, para esto —dijo al tiempo que retiraba sus manos del cuerpo exuberante de la mujer y daba un paso hacia atrás—. Yo estoy con tu hermana, es a ella a quien quiero.

—¿Y por qué la quieres a ella? —explotó la mujer —¿Qué es lo que tiene la linda y tierna Sara que no tenga yo, eh? ¿Qué es lo que ella te puede dar que yo no? —restalló mientras se bajaba de la mesa de billar. 

El fuego en su mirada, su expresión de refunfuño y la forma en que cruzó los brazos fuertemente contra el pecho como una niña pequeña haciendo un mohín, la hicieron lucir realmente tierna. Dominic sintió ganas de disculparse, de tomarla entre sus brazos y consolarla.

Pero se obligó a apartar esa línea de pensamiento de su mente. Tenía que recordar el tipo de mujer que ella era, no podía caer en su juego mental.

—Porque con ella sé qué esperar —respondió Dominic fríamente.

—Ella es predecible —tono socarrón.

—Ella me da seguridad.

—Es aburrida —la mujer entornó los ojos.

—Con Sara no debo preocuparme si sale con amigas. Sé que eso hará, salir con amigas. No debo preocuparme de que esté con otro hombre.

—Aunque lo hiciera, jamás lo sabrías.

—Ella es fiel —dijo él en un tono que intentaba zanjar de una buena vez esa maldita conversación.

—Los perros son fieles.

—Di lo que quieras, pero ella no es de las que tienen sexo con cualquier tipo que encuentran en la discoteca... —el golpe bajo pareció ser mal encajado por ella.

Gabriela guardó silencio. Entrecerró los ojos, como si sopesara las siguientes palabras que saldrían de su boca.

—Yo no le debo lealtad a ningún hombre, no estoy casada con ninguno. Ni siquiera tengo novio porque odio esas malditas escenas de celos machistas y de doble moral que a ustedes tanto les gusta hacer —la chica se puso roja tras su enérgico discurso.

—¿Quieres decir que si estuvieras casada, le serías fiel a ese hombre? — preguntó Dominic con genuina curiosidad.

Ella se sonrojó, se puso roja como un tomate. Y él se sintió exultante por eso. Jamás se imaginó estar en esa posición, jamás se hubiera imaginado que alguien tímido y algo introspectivo como él, sería capaz de hacer sonrojar a una mujer como aquella.

—De todo el maldito discurso que te acabo de dar ¿eso es lo único que escuchaste? —preguntó, intentando sonar enfadada.

—Así es —ahora él era quien tenía un tono juguetón en la voz, casi como si se estuviera burlando. Tras un silencio, durante el  cual ella permaneció con esa expresión de niña enojada en el rostro, él volvió a atacar —¿No piensas responder la pregunta? —levantó una ceja como quien coquetea.

—Pues bueno...yo...este...yo creo que si el hombre vale la pena, yo, yo le sería fiel —contestó, mientras bajaba la voz con cada palabra —. Y pues si decido casarme con él, obviamente es por que vale la pena y porque le quiero ser fiel ¿no?

—¿Lo dices en serio? —preguntó Dominic entrecerrando los ojos.

—Sí —respondió ella. La expresión de enojo había desaparecido casi por completo. Pero al notar que Dominic se limitaba a sólo verla divertido, con una sonrisa en los ojos, no se pudo controlar —. Sí, maldita sea, lo digo en serio.

—¿Una chica como tú? —preguntó Dominic con incredulidad —¿en serio renunciarías a tu libertad de esa forma?

—¿Eres idiota o qué? —le espetó ella —Ya te dije, si me caso, es porque sería con un hombre que valga la pena, así que no lo vería como sacrificio de nada. Lo haría por gusto. 

—Eso suena muy lindo en el papel, en la teoría. Pero ambos sabemos que jamás lo harías en la vida real, jamás te comprometerías de esa forma. Y esa es la razón por la cual no podemos estar juntos.

Dominic dio media vuelta, dispuesto a marcharse de ahí. Y aunque se sentía satisfecho consigo mismo por haber sido capaz de resistir a los encantos de una mujer como Gabriela, la cual parecía sacada de la portada de una revista, también fue embargado por un profundo pesar. Sabía que si abandonaba esa habitación en ese momento, Gabriela saldría de su vida para siempre. Aun así se obligó a caminar hacia la salida.

La imponente rubia de mirada hipnotizante se quedó recargada en la mesa de billar, contemplando cómo la única persona que le había hecho pensar en tener un futuro al lado de un hombre, se marchaba para siempre de su vida. Miles de pensamientos cruzaban, con la velocidad de estrellas fugaces, su mente. Entonces pasó uno que llamó su atención en particular. Un pensamiento extremadamente radical por su naturaleza diametralmente opuesta a lo que el sentido de la razón dictaba.

Echó a correr hacia él, completamente resuelta. Había tomado una decisión. Y ahora tenía que atreverse a expresarla en voz alta. Era momento de arriesgarse, de echar los dados sobre la mesa y esperar porque Dominic no se burlara de ella en su cara.

—Espera —gritó. Sus movimientos, expresiones y voz tenían tanto dramatismo que Gabriela casi podía imaginar la música instrumental de fondo.

—Gabriela, por favor no seas cruel —dijo él,  mientras giraba para quedar frente a ella —¿Por qué no vas mejor con algún pretendiente ricachón tuyo y me dejas...?

Ella lo calló de golpe. Se acercó y le planto un apasionado beso cargado de ternura y anhelo.

—¡Wow! —fue lo único que Dominic alcanzó a articular.

Ella se separó de él, con las piernas temblándole de miedo. Sólo ahora se daba cuenta plenamente de que podía estar a minutos de perder para siempre al amor de su vida. Las palabras que eligiera a continuación marcarían el rumbo del resto de su vida.

—Si el hombre adecuado me lo pidiera, yo me casaría con él —dijo con la boca, mientras que sus ojos imploraban.

Dominic parecía confundido, como si una batalla tortuosa se librara en su interior, una tormenta de emociones desatada en su pecho. Pero al fin, logró encontrar las palabras.

—¿Quieres decir que si yo te propusiera matrimonio, tú aceptarías? —su rostro sólo expresaba una clara confusión.  

Pero aun así, Gabriela estaba pletórica. No podía estar más contenta de la pregunta que Dominic acababa de formular.

—Dom, tontito, si tú me propusieras matrimonio ahora mismo, yo me iría a vivir contigo y todo el paquete. Aunque quisieras ir a los suburbios —terminó con el tono de una cariñosa maestra reprendiendo al alumno de jardín de niños.

La confusión seguía en el rostro de Dominic, cediéndole el paso lentamente, y poco a poco, a la incredulidad. Entonces una idea brotó en su mente, una sonrisa maliciosa y juguetona apareció en sus ojos. Hincó una rodilla en el suelo y tomó las manos de Gabriela entre las suyas.

Gabriela sintió el aire abandonar sus pulmones y la sangre subirle al rostro. Se sentía abochornada consigo misma por estarse sintiendo como una tonta adolescente frente a Dominic.

—Señorita Gabriela —dijo en un tono que no dejaba entrever si hablaba en serio o era sólo una broma. ¿Aceptaría usted casarse conmigo? —soltó por fin.

Gabriela se llevó las manos al rostro, completamente conmocionada. Pero necesitaba asegurarse. Tenía que saber si era broma o si Dominic hablaba en serio.

—Dominic, por favor no bromees con eso. Dime ahora si tu propuesta es real o me estás tomando el pelo.

Dominic pareció confundido, nuevamente. Frunció los labios, entrecerró los ojos, clavando la mirada en la de Gabriela y habló.

—Tú misma lo dijiste, ¿no?, si te pido matrimonio ahora mismo, estás dispuesta a casarte y tener el cuento de hadas que por tanto tiempo has evitado ¿cierto?

—Ya sé lo que dije, y sí quiero aceptar. Pero ¿qué hay de Sara?

Dominic puso una expresión meditativa y luego respondió.

—Sara es una chica fuerte, aunque por fuera parezca tierna y frágil. Lo superará. Además, creo que en su fuero interno ella sospecha algo de lo nuestro. Al final sabrá aceptar que no estábamos destinados a ser el uno para el otro y encontrará al hombre que sí sea el correcto para ella.

—¡Entonces acepto! —gritó ella llena de euforia—. Acepto casarme contigo Dominic Callahan. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado —Gabriela daba saltitos de la emoción, aún sin creérselo del todo.

Callahan se puso de pie, la abrigó entre sus brazos y sus bocas se fundieron en un cálido beso.

Y así fue como Dominic Callahan se había comprometido con la mujer que sería la madre de sus dos hijos, su compañera de vida y el amor de su vida...

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