Love story

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Phil Cavilleri estaba en el solárium, fumando su enésimo cigarrillo, cuando aparecí.

—¿Phil? —dije suavemente.

—¿Sí? —Alzó los ojos y pienso que ya lo sabía.

Obviamente, necesitaba alguna clase de consuelo físico. Caminé hacia él y puse mi mano en su hombro. Tenía miedo de que llorara. Estaba casi seguro de que yo no lo haría. Es decir, no podía. Ya había pasado por todo eso.

Él puso su mano en la mía.

—Desearía —murmuró—, desearía no haber… —Hizo una pausa y esperó. ¿Qué prisa había, después de todo?

—Desearía no haber prometido a Jenny ser fuerte por ti.

Y, para honrar su plegaria, acarició mi mano muy suavemente.

Pero yo necesitaba estar solo. Tomar aire. Caminar, tal vez.

Abajo, el pasillo del hospital estaba absolutamente callado. Todo lo que podía oír era el click de mis propios zapatos en el linóleo.

—Oliver.

Me detuve.

Era mi padre. Excepto la mujer en el escritorio de la recepción, estábamos solos allí. De hecho, nos contábamos entre las pocas personas de Nueva York despiertas a esa hora.

No pude hacerle frente. Fui derecho hacia la puerta giratoria. Pero en un instante él estaba allí afuera, parado cerca de mí.

—Oliver —dijo— debiste contármelo.

Hacía mucho frío, lo que en cierto sentido era bueno porque yo estaba embotado y quería sentir algo. Mi padre continuó dirigiéndose a mí, y yo continué parado en silencio, dejando que el viento frío golpeara en mi cara.

—Tan pronto como me enteré, salté al coche.

Había olvidado mi abrigo; el fresco estaba empezando a hacerme mal. Bueno. Bueno.

—Oliver —dijo mi padre urgentemente—, quiero ayudar.

—Jenny está muerta —le dije.

—Lo siento —dijo en un atontado murmullo.

Sin saber por qué, repetí lo que había aprendido mucho antes de la linda chica, ahora muerta:

—Amar significa nunca tener que decir «Lo siento».

Y entonces hice lo que nunca había hecho en su presencia, y menos aún en sus brazos. Lloré.

FIN

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