Lolita

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Primera Parte » Capítulo 19

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Unas palabras más sobre la señora Humbert mientras las cosas andan bien (pronto ocurrirá un feo accidente). Siempre había percibido sus tendencias posesivas, pero nunca pensé que se mostrara tan frenéticamente celosa de todo cuanto no fuera ella en mi vida. Demostró una curiosidad exacerbada e insaciable por mi pasado. Quiso que resucitara a todos mis amores para poder insultarlos y pisotearlos y anularlos totalmente, destruyendo así mi pasado. Me hizo narrarle mi casamiento con Valeria, que fue desde luego una perdida; pero también debí inventar, o agrandar atrozmente, una serie de amantes para el mórbido deleite de Charlotte. Para tenerla contenta, debía regalarle un catálogo ilustrado de mujeres, perfectamente diferenciadas según las normas de esos anuncios norteamericanos en que se representan escolares en una sutil proporción de razas, con un chiquillo —solo uno, pero todo lo bonito que son capaces de hacerlo— color chocolate y ojos redondos en el medio de la primera fila. Así presenté a mis mujeres, y las hice sonreír y menearse —la lánguida rubia, la orgullosa morena, la sensual pelirroja—, como en una exhibición de burdel. Cuanto más populares y triviales las mostraba, más agradable era el desfile a la señora Humbert.

Nunca he confesado tanto en mi vida ni he recibido tantas confesiones. La sinceridad y descaro con que Charlotte discutía lo que llamaba su «vida amorosa», desde el primer jugueteo hasta el catch-as-catch-can conyugal, contrastaban mucho con mis volubles composiciones, pero técnicamente ambas enumeraciones eran afines, puesto que ambas revelaban el mismo linaje (operetas almibaradas, psicoanálisis, novelas baratas), del que yo tomaba mis caracteres y ella su modo de expresión. Ciertos curiosos hábitos sexuales del buen Harold Haze me divertían bastante, aunque Charlotte consideraba impropio mi regocijo. Pero, por lo demás, su autobiografía estaba tan desprovista de interés como lo estaría su autopsia. Nunca he visto a una mujer más saludable que ella, a pesar de sus dietas de adelgazamiento.

De mi Lolita hablaba poco, menos aún del borroso niño rubio cuya fotografía, con exclusión de toda otra, adornaba nuestro yermo dormitorio. En uno de sus sueños sin gusto, profetizó que el alma del niño muerto volvería a la tierra encarnada en el hijo que tendría en su actual matrimonio. Y aunque yo no tenía particular apuro por abastecer la serie Humbert con una réplica de los productos Harold (con un estremecimiento incestuoso había llegado a considerar hija mía a Lolita), se me ocurrió que un internamiento prolongado con una buena operación cesárea y otras complicaciones en una maternidad segura, durante la próxima primavera, me daría oportunidad para estar a solas con mi Lolita durante semanas, quizá y… atiborrar a la niña de somníferos.

¡Oh, Charlotte odiaba a su hija! Lo que yo consideraba especialmente delictuoso es que se había desviado de sus normas para responder con gran diligencia a los cuestionarios de un libro absurdo que tenía (Guía para el desarrollo de su hijo), publicado en Chicago. Ese galimatías se sucedía año tras año, y se suponía que mamá llevaba una especie de inventario en cada cumpleaños de su hija. Al cumplir Lo los doce años, el 1.º de enero de 1947, Charlotte Haze, née Becker, subrayó los siguientes epítetos, diez entre un total de cuarenta, bajo la rúbrica «La personalidad de su hijo»: agresiva, ruidosa, desconfiada, disconforme, impaciente, irritable, curiosa, desatenta, obstinada y mordaz (subrayado dos veces). Había ignorado los otros treinta adjetivos, entre los cuales figuraban alegre, vivaz, etc. Era realmente enloquecedor. Con una brutalidad que nunca aparecía en la serena naturaleza de mi encantadora esposa, destrozaba las cosillas de Lo que habían peregrinado por varias partes de la casa para congelarse allí como tantos otros animalitos hipnotizados. Ni siquiera soñaba la buena señora que una mañana, cuando un malestar estomacal (resultado de mis intentos de mejorar sus salsas) me impidió acompañarla a la iglesia, la engañé con una de las tobilleras de Lolita. ¡Y su actitud hacia las cartas de mi sabrosa amada!

Queridos Mamita y Humbertito:

Espero que estén bien. Muchas gracias por los dulces. Yo (tachado y escrito encima) perdí mi sweater nuevo en el bosque. En los últimos días ha hecho frío. Estoy muy

Cariños

Dolly

—La aturdida se ha olvidado una palabra después de «estoy muy» —dijo la señora Humbert—. Ese sweater era de pura lana… Y espero que no vuelvas a mandarle dulces sin consultarme.

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