Lolita

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Segunda Parte » Capítulo 25

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El tema de este libro es Lolita; y ahora que he llegado a la parte que (de no habérseme anticipado otro mártir de la combustión interna) podría llamarse Dolores Disparue, es punto menos que inútil analizar los tres años vacuos que siguieron. Además de citar algunos pormenores imprescindibles, solo deseo dar la impresión general de una puerta lateral que se abre en pleno fluir de la vida, y de una ráfaga de negro tiempo rugiente que sofoca con el latigazo de su huracán un grito de solitaria desesperación.

Es singular que pocas veces o nunca soñara con Lolita tal como la recordaba, como la veía constantemente, maniáticamente, en mi conciencia despierta durante insomnios y pesadillas diurnas. Con más exactitud: rondaba por mis sueños, pero aparecía en ellos con extraños o ridículos disfraces de Valeria o Charlotte, o una cruza de ambas. Ese espectro híbrido me perseguía, arrojando velo tras velo, en una atmósfera de gran melancolía y aversión, o me invitaba lánguidamente desde un vasto lecho o una dura yacija, con la carne abierta como la válvula de la cámara de una pelota de fútbol. Me encontraba —mi dentadura postiza rota o definitivamente perdida— en horribles chambres garnies donde me entretenía en tediosas sesiones de vivisección que por lo común terminaba con Charlotte o Valeria entregadas al llanto en mis brazos ensangrentados, tiernamente besadas por mis labios fraternales en medio del desorden de un remate: bric-à-brac vienés, lástima, impotencia, las pelucas castañas de trágicas ancianas recién chamuscadas.

Un día saqué del automóvil y destruí un montón de revistas para adolescentes. De la edad de piedra, en el fondo; muy modernas, o al menos micénicas, en cuanto a la higiene. Una actriz muy hermosa y en plena sazón, con pestañas inmensas y un labio inferior rojo y pulposo, usando un champú. Anuncios, modas. Que c’était loin, tout cela! Es deber de la dueña de casa suministrar batas a sus huéspedes. Detalles no tomados en cuenta quitan todo brillo a la conversación. Todos conocemos a las «mondadoras» (las que mondan la cutícula durante una reunión). Todo caballero —a menos que sea muy maduro o importante— debe quitarse los guantes antes de dar la mano a una mujer. Haga que él sueñe con usted usando la nueva faja X…: ¡excitante! Barrigas chatas, caderas airosas. Tristam: una película inolvidable. El enigma marital de los Joe-Roe mantiene a sus admiradoras en suspenso. Usted puede llegar a ser encantadora en un minuto y gastando poco dinero. Historietas. Niña-mala-pelocastaño-padre-gordo-con-cigarrillo… Niña-buena-pelirroja-padre-apuesto-con-bigote-retorcido. Et moi qui t’offrais mon génie… Recordé los versos no desprovistos de cierto encanto que solía escribirle en una especie de jerigonza cuando Lo era muy niña. «Debe decirse perigonza», me decía ella burlonamente.

Viernes, vírgula, virgen

enano verde

verdularia cantárida

erre con erre[15].

Otras cosas relacionadas con ella eran menos fáciles de evocar. Hacia fines de 1949, adoré y acaricié y maculé con mis besos y mis lágrimas de tritón un par de zapatos de goma, una camisa de muchacho, unos viejos blue jeans usados por ella y encontrados en el baúl del automóvil, una gorra arrugada con la insignia de la escuela y otros tesoros igualmente fútiles. Después, cuando comprendí que perdía la cordura, reuní esos objetos surtidos, les agregué lo que había amontonado en Beardsley (un cajón de libros, su bicicleta, chaquetas raídas, zapatos para la lluvia) y el día de su quincuagésimo cumpleaños lo envié todo como regalo anónimo a un asilo para huérfanos situado junto a un lago ventoso, en la frontera canadiense.

Es muy posible que un hipnotizador eficaz hubiera extraído de mí y dispuesto según una ordenación lógica ciertos recuerdos inconexos que he enhebrado en mi libro, con ostentación mucho mayor de la que acompañaba su aparición en mi mente (aun cuando sabía que debía buscar en el pasado). Por entonces, apenas creía que perdía contacto con la realidad; y después de pasar el resto del invierno y casi toda la primavera siguiente en un sanatorio de Quebec —donde ya había estado antes—, resolví arreglar algunos asuntos en Nueva York y marcharme después a California para seguir allí la busca.

Estos son unos versos bilingües que compuse en mi retiro:

Wanted, wanted: Dolores Haze

Hair: brown. Lips: scarlet.

Age: five thousand three hundred days.

Profession: none, or «starlet».

Where are you hiding, Dolores Haze?

Why are you hiding, darling?

(I talk a daze, I walk in a maze,

I cannot get out, said the starling).

Where are you riding, Dolores Haze?

What make is the magic carpet?

Is a Cream Cougar the present craze?

And where are you parked, my car pet?

Who is your hero, Dolores Haze?

Still one of those blue-caped star-men?

Oh the balmy days and the palmy bays,

And the cars, and the bars, my Carmen!

Oh Dolores, that juke-box-hurts!

Are you still dancin’, darling?

(Both in worn levis, both in torn T-shirts,

And I, in my corner, snarlin’)

Happy, happy is gnarled McFate

Touring the States with a child wife,

Plowing his Molly in every State.

Among the protected wild life.

My Dolly, my folly! Her eyes were vair,

And never closed when I kissed her.

Know an old perfume called Soleil Vert?

Are you from Paris, mister?

L’autre soir un air froid d’opéra m’alita:

Son felé — bien fol est qui s’y fie!

Il neige, le décor s’écroule, Lolita!

Lolita, qu’ai-je fait de ta vie?

Dying, dying, Lolita Haze

Of hate and remorse, l’m dying.

And again my hairy fist I rise.

And again I hear you crying.

Officer, officer, there they go…

In the rain, where that lighted sotre is!

And her socks are white and I love her so,

And her name is Haze, Dolores.

Officer, officer, there they are

Dolores Haze and her lover!

Whip out your gun and follow that car.

Now tumble out, and take cover.

Wanted, wanted, Dolores Haze.

Her dream-gray gaze never flinches.

Ninety pounds is all she weighs

With a height of sixty inches.

My car is limping, Dolores Haze,

And the last long laps is the hardest.

And I shall be dumped where the weed decays,

And the rest is rust and stardust[16].

Después de psicoanalizar este poema, advierto que es en verdad la obra maestra de un maniático. Los ritmos tensos, rígidos, estremecedores, corresponden con gran exactitud a ciertas imágenes y paisajes terribles, sin perspectiva, a imágenes y partes de paisajes magnificadas, como los esbozados por los psicópatas urdidos por unos astutos examinadores. Escribí muchos otros poemas. Me sumergí en la poesía de los demás. Pero no olvidé por un segundo el peso de la venganza.

Sería una falacia de mi parte —y una tontería de parte del lector— decir que la conmoción producida por la pérdida de Lolita me curó de la pederosis. Mi naturaleza maldita no podía cambiar, por más que cambiara mi amor hacia Lolita. En playas y parques, mis ojos sombríos buscaban a hurtadillas, contra mi voluntad, los taimados melindres de las azafatas y doncellas de Lolita. Pero una visión esencial desapareció en mí: ya nunca concebí la posibilidad de deleitarme con una niña, específica o sintética, en algún lugar apartado; nunca volvió a hundir mi imaginación sus colmillos en las hermanas de Lolita, en parajes remotos, en las cuevas de una isla evocada. Eso había acabado, al menos por el momento. Por otro lado, ay, dos años de excesos monstruosos habían dejado en mí ciertos hábitos de lujuria: temía que el vacío en que ahora moraba me arrojara a la libertad de una repentina locura al compararlo con una tentación fortuita, en alguna acera entre la escuela y la comida. La soledad me corrompía. Necesitaba soledad y cuidados. Mi corazón era un órgano histérico e imprevisible. Así entró en escena Rita.

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