Lola

Lola


TERCERA PARTE » 21

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Continuaba diluviando. Llovía como si fuera la última vez y los limpiaparabrisas no daban abasto, por lo que seguir las indicaciones de tráfico de una Andy extremadamente nerviosa en semejantes condiciones, no facilitaba las cosas a alguien que prácticamente acababa de poner un pie en la isla y conducía un vehículo que tenía el volante al lado contrario del tráfico que venía de frente. Aparte de hacer de GPS y de llamar a su hermano que estaba en casa de un amigo, Andy dijo muy poco. Prácticamente no habló. Cuando al fin Dylan se detuvo frente al edificio de paredes color ocre, la vio bajarse rápidamente y correr bajo el aguacero hacia la entrada, sin esperar a nadie. 

Andy no estaba para cortesías. Había sido oír la palabra hospital y retroceder en el tiempo a la madrugada en que una llamada de Pau había vuelto su mundo del revés. De la risa al terror puro y duro en una milésima de segundo. Avanzó serpenteando entre la gente, volando sobre sus tacones, empapada y con el corazón latiendo en la garganta. Y empezó a alarmarse seriamente cuando no vio a sus tías por ningún lado. Corrió hasta el mostrador de información, y sin respetar su turno, preguntó por su madre, organizando un altercado entre los que esperaban. 

Cuando al fin localizó a Neus y Roser en un extremo de la sala, conversando con una enfermera, no habían transcurrido más de un par de minutos desde que había llegado. A Andy, en cambio, le parecieron un siglo y reaccionó como solía hacerlo cuando la ansiedad se adueñaba de ella. Dejó a la recepcionista con la palabra en la boca, otro tanto hizo con los quejosos de la fila, y fue al encuentro de sus tías. Una de ellas, Roser, acababa de tomar en brazos a Luz, que hasta ese momento estaba en su carrito de paseo.

—¿Se puede saber dónde puñetas estabais? —y mirando a la enfermera que ya se alejaba, inquirió—: ¿Qué ha dicho?, ¿cómo está mi madre? Quiero verla.

 Neus detuvo a su sobrina por el brazo.

—Tranquila, tranquila. A tu madre la van atender ahora, eso nos dijo. Pero no te preocupes, que seguro que no es nada. Dice que Anna ya está intentando bajarse de la camilla para irse a casa, así que estará bien.

Andy se apartó el cabello mojado de la cara con un movimiento brusco. Del flequillo caían pequeñas gotas que se le metían en los ojos y dejaban huellas sobre el maquillaje convirtiendo su rostro en una caricatura.  

—¿Cómo que estará bien? Si la habéis traído al hospital, bien no puede estar —y al ver la reacción de sus tías, frunció el ceño. 

Roser, por lo visto, había sentido la súbita necesidad de acunar a la niña que estaba tan tranquila mirándolo todo a su alrededor con sus inmensos y precios ojos azules y no tenía intenciones ni necesidad de seguir durmiendo, y Neus miraba a otra parte, como si la cosa no fuera con ella.

—¿Se puede saber qué sucede aquí, que le pasó a mi madre? —exigió la joven.

—Nada —respondió Neus, tras soltar un suspiro malhumorado—. Se enfadó, empezó con problemas para respirar y con dolores en el estómago, y como no se calmaba, decidimos que lo mejor era traerla a que la vieran. Por si acaso. 

Andy miró a sus tías. 

—¿Y por qué se enfadó mi madre? 

El intento de responder de Roser acabó por la vía abrupta en cuanto un pellizco en la cintura le hizo ver las estrellas. El rostro de Andy se endureció. Qué puñetas había sucedido.

—Como no empecéis a hablar ya mismo, este hospital va a tener una sobrecarga de trabajo —advirtió. 

Neus soltó el aire por la nariz, empezaba a estar tan furibunda como su sobrina. Tenía unas ganas cada vez más insoportables de estrangular a cierta hermana solterona que, a pesar de todos sus esfuerzos, seguía militando en las filas del patriarca, consintiendo sus métodos neandertales. Pero no quería darle más disgustos a aquella niña que amaba como si fuera su propia hija. Ignoraba cuánto tiempo más las compuertas del dique aguantarían en su sitio, pero no deseaba ser quien propiciara la explosión, y, preferentemente, tampoco deseaba estar presente cuando volaran por los aires. 

Porque de que volarían, no le cabía la menor duda.

—Somos hermanas, cielo. Y, como bien sabes, las hermanas discuten —respondió en un intento de evadir el meollo de la cuestión.

Justo en ese momento Dylan entró en la sala acompañado de Angela. Escrutó el lugar buscándola y cuando la halló fue a su encuentro.

Se encontró con una Andy muy diferente de la camarera que despachaba cervezas alegremente tras la barra del MidWay. Hablaba en algo que se parecía un poco al castellano, pero no lo era, por lo que no entendía más que alguna palabra suelta de lo que decía. Lo cual no evitaba que entendiera que los ánimos estaban muy revueltos. 

En efecto, la joven había cogido a su sobrina en brazos, pero parecía tan alterada y tan concentrada en la conversación con una de sus tías, que ni siquiera se había percatado de la presencia de los recién llegados. 

—Sabéis que no está bien. Ese rollo de que discutís porque sois hermanas no me vale. No me vale. Me da igual quién tiene la razón, no discutáis con ella. No la hagáis enfadar. ¡Parece mentira que siendo dos cincuentonas os comportéis como quinceañeras en cuanto me doy la vuelta! 

—Cálmate o harás llorar a la niña —se quejó Roser que llevaba fatal el caracter contestario de sus sobrinos más jóvenes. Todos habían heredado el genio de su madre, pero Andy era la peor con mucho. Qué difícil resultaba razonar con aquella muchacha.

—Me calmaré cuando me de la gana —escupió Andy mirando fijamente a su interlocutora.

Sin entender ni una palabra de lo que había dicho, Dylan y Angela cruzaron miradas de asombro. La abuela de Evel solo conocía la versión risueña de la camarera y aquello le resultaba inédito. En cuanto al irlandés, no era la primera vez que la veía encararse con alguien de aquella manera, pero entonces Andy estaba bajo los efectos de un par de pintas de cerveza, lo cual era de por sí una situación excepcional. Y, por la cuenta que le traía, decidió tomar buena nota de cómo las gastaba aquella preciosidad cuando se enfadaba sin ayuda del alcohol. A la mujer, con la que guardaba un cierto parecido que denotaba que eran familia, le había cambiado la cara. Como la contraofensiva fuera del mismo tenor, el follón estaba servido.

 Pero la sangre no llegó al río. De momento. Un segundo pellizco por parte de Neus, más fuerte que el anterior, silenció a Roser que miró a otra parte, apretando los dientes. Fue entonces, cuando reparó en las dos personas que estaban cerca. No las conocía personalmente, pero sabía perfectamente quién era una de ellas: la causa del problema. Carraspeó en tono lo bastante alto para llamar la atención de Andy, pensando que igual con un poco de suerte, la aparición de aquel estrambótico Romeo servía para algo: poner fin a la bochornosa bronca que estaban recibiendo de parte de una joven a la que doblaban la edad.

En efecto, la llegada del irlandés tuvo un efecto positivo sobre Andy. A pesar de la preocupación, su gesto y su voz se endulzaron al detectar su presencia. Y para alivio de Dylan, el inglés se convirtió en la lengua de comunicación. 

—Ah, ya estáis aquí… Siento haber salido corriendo… No conoces a mis tías… Él es Dylan y ellas son Neus y Roser  —La primera estrechó su mano amablemente. La mirada de pocos amigos que le dedicó la segunda, hizo que el irlandés se limitara a saludarla con un ligero movimiento de cabeza seguro de que si la tocaba recibiría una descarga fulminante o cualquier otro castigo letal—. Y esta encantadora mujer es Angela, la abuela de uno de mis jefes del MidWay.

Angela, mucho más comedida, les ofreció su mano. Las dos menorquinas respondieron al saludo. Neus lo hizo con gentileza, Roser no. Nadie que viniera a sembrar la discordia en la familia era bienvenido. Si Romeo no había venido a intentar enredar a Andy para llevarla de nuevo a Inglaterra, ¿a santo de qué se había traído a la abuela de uno de sus antiguos jefes con él? Hasta ella, que nunca había tenido una comunicación fluida con su sobrina, sabía que ella sentía debilidad por uno de los dos moteros que regentaban aquel bar londinense del que vivía hablando como si se tratara de un lugar idílico. Concretamente, por el nieto de la mujer que estaba allí. Si aquello no era una encerrona, que bajara Dios y lo viera.

—¿Cómo está tu madre?, ¿se sabe algo? —preguntó Dylan. 

—La están atendiendo. En teoría, solo fue un disgusto. —Los ojos de Andy sobrevolaron a las causantes del mismo, comunicándoles que tan solo se trataba de una tregua y que las cosas no quedarían así—. Pero cuando se tiene la ELA, nada es tan simple.

—¿Pero aparte de este incidente puntual, cómo se encuentra? —se interesó Angela al tiempo que acariciaba una manita que Luz había extendido hacia ella—. Brian me comentó que estabas contenta porque se estaba recuperando bien del pre-infarto.

Andy no recordaba bien la conversación que había tenido con su nieto, aunque lo más probable era que su alegría se debiera no tanto a la recuperación de su madre, sino a que hubiera sobrevivido a la muerte de su hija mayor estando en un momento tan delicado. Aquellos días nefastos conformaban una gran nebulosa en sus recuerdos.

—Tiene días buenos y de los otros, limitaciones, dolores… pero se nota que el clima de aquí le sienta bien y eso ayuda mucho.

—Estar en casa le hace bien —dijo Neus, mirándola con cariño.

Angela acarició el rostro de Andy, le apartó un mechón mojado de la frente.

—Seguro que no fue más que un disgusto, querida. Ten confianza.

Andy asintió levemente con la cabeza y volvió su atención hacia Luz. Sentía los ojos acuosos y una incómoda presión en la garganta.

Dylan lo captó al instante. Y no solo porque no le quitaba los ojos de encima. Tenía la sensación de que cuanto más tiempo pasaba con ella, más claras se volvían las reacciones de Andy a sus ojos. No era así cuando estaban en Londres. Entonces, lo que averiguaba era resultado del análisis, de la observación. Ahora era diferente. Desde que había puesto un pie en Menorca, desde que la había visto otra vez, el proceso era diferente. Instantáneo. La caricia de Angela, precedida de la intervención de su tía, la había emocionado. Aquellas palabras dichas por alguien que la adoraba, que incluso en otro idioma dejaban sentir la tremenda carga de cariño que portaban, habían conseguido que se le llenaran los ojos de lágrimas… Más allá de la rabieta, podía leer preocupación y ansiedad en el rostro de Andy. Y a pesar de su innegable fortaleza y de la cercanía de la familia materna, se sentía sola. Sola en el medio de la tormenta. Por momentos, le temblaba la barbilla y en cuanto se daba cuenta, apretaba la mordida e intentaba concentrarse en otra cosa. Como las carantoñas que le hacía a la beba regordeta que sostenía en brazos. 

Joder, qué ganas de abrazarte… 

La voz de Dylan sonó tan dulce como la mirada que Andy le obsequió cuando él dijo:

—¿Quieres un café? Te lo dejaste a medias…

Dudaba que algo le pasara por la garganta, pero si venía de Dylan la respuesta era sí. Sí, sin más. Andy asintió varias veces con la cabeza y una sonrisa agradecida en el rostro que agravaron las ganas de abrazarla que sentía Dylan. 

Pero en cuanto él consultó a las damas presentes si alguien más se apuntaba al café…

—Hay un problema.

Dylan se volvió a mirar a Andy.

—Me muero por un café, pero… no quiero que te vayas —admitió, aguantando el tipo.

Toma ya. Y se lo soltaba así, tal cual, sin preámbulos, pensó el irlandés.

—Así que quieres que me quede… 

Andy volvió a asentir, más y más incómoda cada segundo que él continuaba en silencio, atravesándola de parte a parte con sus preciosos ojos del color del cielo.

Dylan, en cambio, se crecía cada minuto que pasaba a su lado. Ahora sabía que se crecería mucho más. Era de esa clase de hombre, de los que apostaban fuerte, y “no quiero que te vayas” no era lo mismo que “quiero que te quedes”. Lo primero sabía a deseo; lo segundo a declaración de intenciones. Parecía lo mismo, pero no lo era. No para él, que se había presentado en la isla a ciegas. Sin saber si Andy seguía pensando en él, aunque fuera de tanto en tanto, o si ya formaba parte del lote de recuerdos que había dejado definitivamente atrás al marcharse de Londres. 

También sabía, por cierto, que si no hacía algo por cambiar el tono de aquel momento, acabaría empotrándola contra la pared más próxima y comiéndole esa boca preciosa hasta saciarse, sin importarle nada más. 

Lo cual, dadas las circunstancias, sería una GRAN estupidez. 

El irlandés respiró hondo, sacudió su cráneo rasurado y volvió a mirarla, esta vez con una sonrisa.

—¿En serio? —le dijo con toda la picardía del mundo—. Vaya, vaya. Las cosas que uno descubre un sábado cualquiera por la tarde…

Andy no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa, algo incómoda, al ver aquel punto entre desafiante y divertido en su expresión. 

Y mientras Neus y Angela intercambiaban miradas cómplices, Roser puso los ojos en blanco.

—Voy yo —masculló la solterona al tiempo que se alejaba.

* * * * *

Andy no pudo evitar soltar un suspiro de alivio cuando más de una hora más tarde, el sexagenario de barriga prominente le confirmó que su madre estaba bien. El Dr. Grau era el médico de cabecera de la familia, a la que conocía desde hacía años, y aunque a Anna la atendía un especialista, conocía su historia médica en detalle.

—¿De verdad que está bien, doctor?

—Sí, quédate tranquila. Solo fue una reacción al estrés —respondió el hombre, restándole importancia—. Por lo visto, tuvo una discusión con tus tías y se puso nerviosa. Ya le he dicho que si piensa reaccionar igual cada vez que se disguste por algo, yo me retiro. Tu madre es una señora muy interesante y todo eso, pero yo ya tengo una mujer a la que veo muy poco por motivos laborales. No sé si me entiendes… 

En aquel momento, un Danny pálido y con la respiración alterada, apareció de repente.

—¡¿Y mamá, cómo está?! 

Era la viva imagen del miedo, estaba a punto de echarse a llorar. A Andy le partió corazón.

—Está bien, está bien… —le dijo al tiempo que le rodeaba el cuello con un brazo y lo atraía hacia ella—. Tranquilo, Danny, que mamá está bien…  

—Joder… —murmuró el muchacho, con el llanto en la garganta, rodeando con sus brazos a su hermana mayor y a la niña que sostenía en brazos—. Joder, qué susto… 

El Dr. Grau frotó cariñosamente la cabeza del adolescente.

—Venga, id a verla. Está esperando a que la enfermera le traiga los volantes para la analítica que he pedido. Después ya os la podéis llevar a casa, ¿vale?

Andy le entregó la niña a Neus para que se quedara con ella. A continuación, se volvió hacia Dylan y le indicó con una seña, que hizo extensiva a Angela, que iría a ver a su madre. Fue entonces cuando Danny, algo más calmado, se percató de la presencia del robusto motero lleno de tatuajes amigo de su hermana.

—Hola, Dylan… ¿De vacaciones en la isla? —lo saludó mientras se alejaba, siguiendo a su hermana.

El irlandés necesitó unos instantes para procesarlo. Que recordara, el chaval jamás se había prodigado en palabras con él, precisamente. Ahora, acababa de soltar un puñado de golpe y sonaba… ¿agradablemente sorprendido de verlo? Ver para creer.

Se limitó a devolverle el saludo con un nada comprometedor guiño, consciente de que las tías de Andy no le perdían pisada. Al fin, Roser se llevó al médico aparte y se puso a conversar con él. Neus la siguió con la niña en sus brazos. En un principio, se enfrascó en la conversación que su hermana mantenía con aquel viejo amigo de la familia, pero pronto volvió a mirar a Dylan, pensativa.

Hasta aquella misma mañana, Anna no sabía quién era él, pero Danny, evidentemente, lo tenía muy visto. No solo lo conocía, le caía bien. Neus sonrío para sus adentros. 

¿Qué había habido, realmente, entre aquel mozo y su sobrina cuando aún vivía en Londres?

La curiosidad la estaba matando.

* * * * *

Hacía un buen rato que Andy y Danny habían ido a ver a su madre. Los que estaban en la sala de espera habían tomado asiento y conversaban entre ellos. Normalmente, el centro de atención era Luz. La niña, que había devorado su biberón, volvía a interesarse por todo lo que sucedía a su alrededor con ojos sumamente atentos. Las mujeres comentaban que era una niña muy tranquila, que era el vivo retrato de su madre: con su pelito rubio y sus ojos claros no se parecía a sus tíos, excepto en la sonrisa fácil. Desde luego, hablar de la niña era un recurso social cómodo para todos; evitaba rozar siquiera el inconveniente asunto de la presencia de Dylan en la isla.

El irlandés, en cambio, no le prestaba demasiada atención a la conversación. Su cerebro, que no había parado de analizarlo todo desde que había puesto un pie Menorca, ahora actualizaba sus estadísticas a la luz de los nuevos datos incorporados. Aquella deseada pero totalmente inesperada declaración de intenciones por parte de Andy había aumentado no sólo sus posibilidades de éxito, también su ansiedad. Raro en él, se sentía como si tuviera hormigas en el cuerpo.

—Creo que si ahora te pidiera que me traigas un té, te haría el hombre más feliz de la tierra —murmuró Angela, sacándolo de su abstracción con una sonrisa—. ¿Me equivoco?

Dylan sacudió su cráneo rasurado en un gesto negativo.

—En lo más mínimo —admitió—. Es más, creo que te lo traeré por tandas: primero voy a por el té, luego a por el azúcar. Así duro más tiempo ocupado haciendo algo. Con suerte, igual mi coco se lo traga y me deja en paz un rato.

Angela rió de buena gana.

—En tal caso, te pediré que añadas alguna galleta para mojar. Tres tandas. ¿Qué te parece?

Dylan se puso de pie más que dispuesto a ocupar su energía en algo distinto de comerse el coco, pero entonces, cuando vio la silueta que entraba por la puerta principal comprendió que el té y las galletas tendrían que esperar.

—Joder. Como éramos pocos… —masculló el irlandés. 

La abuela de Evel siguió la mirada de Dylan hasta el hombre alto y delgado que se dirigía hacia ellos.

—¿Es el tío de Andy? —Le preguntó en voz baja para no alertar a Neus y Roser que, atentas a Luz, todavía no se habían apercibido de su presencia.

Dylan asintió ligeramente con la cabeza.

Pues no traía cara de buenos amigos, pensó la anciana. Quiso atribuirlo a la preocupación por el estado de su hermana, aunque al tanto de los antecedentes, sabía que la presencia de Dylan en Menorca también tenía que ver. La cuestión era cuánto. Lo último que deseaba era que tuviera lugar otro suceso que lamentar aquel día; con la hospitalización de la madre de Andy era más que suficiente, incluso aunque hubiera acabado en un simple susto.

En efecto, la preocupación por el estado de Anna ocupaba en aquel momento el primer lugar en la lista de preocupaciones de Pau Estellés, pero no era la razón que lo había traído a Menorca. Se había enterado de que su hermana estaba en el hospital al llegar. Y como tal prioridad, lo trató.

—¿Cómo está Anna? —preguntó a sus hermanas antes siquiera del beso de rigor con que siempre se saludaban entre ellos.

Ellas se mostraron sorprendidas. Neus más que Roser, y sorprendida en el mal sentido de la palabra. Ella solo había avisado a las personas que era imprescindible que lo supieran, a saber: Ciro, para que se ocupara de reprogramar las tareas del turno de cenas en el restaurante por si acaso no podía contar con Andy, y Andy quien se ocupó de avisar a Danny. Dudaba mucho que Roser lo hubiera hecho. Después del rapapolvo que se había llevado, y el consecuente susto al ver cómo lo tomaba Anna, no le habrían quedado ganas de verse involucrada en otro follón. Y que Pau se presentara en la isla, sin duda, daría lugar a varios.

—Pau… ¿qué haces aquí? 

—¿Cómo está Anna? —repitió con tono de “te he hecho una pregunta”.

—Está bien. En un rato, podremos llevarla a casa… Por favor, no preguntes qué le sucedió. —Señaló con un gesto de los ojos la presencia de la abuela de Evel. 

Pau elevó el mentón, un signo característico que no requirió traducción para las hermanas, y resuelta su primera preocupación, fue a por la segunda sin molestarse en responder a su hermana. Se encaró con Dylan de forma tan enérgica que Angela se puso de pie de un salto. La tensión del ambiente se disparó haciendo que el irlandés se pusiera en guardia. Ya no tenía ninguna duda; el tío de Andy iba a por él.

—Llevo media vida lidiando con impresentables, pero como tú, ninguno —empezó a decir en inglés.

El tono había ido in crescendo y al llegar al final de la frase, su mano estaba sobre el pecho de Dylan.

—¡¿Creías que con colgarme el teléfono y no volver a cogerlo resolverías algo, eh? No tienes ni puta idea de con quién estás tratando!

—¡Pau! ¡¿Pero qué haces, te has vuelto loco?! —exclamaron sus dos hermanas casi al unísono, tomando a su hermano del brazo. De puro nervio, hablaban en menorquín, dando lugar a una escena de lo más curiosa.

—Tranquilidad, caballeros, por favor. Un poco de tranquilidad —rogó Angela, intentando situarse entre los dos, algo que solo consiguió a medias.

Dylan se quitó la mano de encima de forma brusca. Sentía la sangre hirviendo en sus venas, pero una vez más, abogó por que las cosas no se salieran de madre.

—Te colgué porque no dejabas de vociferar. Y te advertí de que lo haría si no te calmabas, así que déjate de gilipolleces. Además, ya nos hemos dicho lo que teníamos que decir, ¿o no? —replicó Dylan, manteniéndole la mirada.

—Y una mierda —Pau dio un paso al frente, invadiendo el espacio vital del irlandés—. Puede que Andy se trague tus mentiras, pero yo sé de qué vas y te juro por mi madre que…

El irlandés lo interrumpió, tajante y retrocedió un paso, poniendo una distancia de seguridad entre los dos.

—No tengo la menor idea de lo que estás hablando. Qué mentiras ni hostias en vinagre… Tú alucinas, chaval. 

Cuidado con lo que dices. —El tono de voz del español fue el equivalente a un revólver apuntándole a la cabeza.

Dylan soltó una risotada. Ahora resultaba que el que tenía que cuidar sus palabras era él… 

—A ver si nos entendemos… Acabo de llegar. Apenas nos ha dado tiempo a charlar un rato, que como imaginarás no tenía previsto malgastar hablando de ti o de tus amenazas, porque a) me importan un carajo y b) solo servirían para que se cabree, tío. ¿O piensas que la va a alegrar saber lo capullo que puedes llegar a ser cuando te lo propones? Ya te lo he dicho: Andy no sabe nada de eso y si de mi depende, no lo sabrá. N-A-D-A, ¿te enteras? 

—¡Cabrón oportunista…! —Y con esas, se le fue al humo otra vez.

Neus apartó a su hermano de Dylan de un empujón que apenas consiguió moverlo del sitio.

—¡Pau, ya está bien! ¿De qué amenazas habla? ¿Pero qué te pasa a ti, muchacho? —voceó Neus en menorquín. 

—¡No te metas en esto, Neus! —replicó él.

Lo que le pasaba era que ese tipo lo ponía enfermo. Para él las mujeres eran de usar y tirar, objetos con los que saciar sus necesidades. En Andy había encontrado un chollo; joven, inexperta y con una familia adinerada. Menudo braguetazo. Imaginarlo tocándole un pelo a su sobrina le resultaba insoportable y la idea de verla sufrir por él…  Pau resopló, cada vez más caliente, y volvió a cargar.

O eso intentó…

Hasta que una mano sobre su pecho lo detuvo. Una mano que no pertenecía al impresentable al que deseaba partirle la cara.

Los dos miraron a la dueña de la mano.

—¡¿Pero qué…?! —Andy, alarmada, miró a los dos hombres—. ¿Alguien puede explicarme qué coño está pasando aquí?

Dylan soltó un bufido acompañado de un rosario de palabrotas.  

Miró al español con ganas de matarlo y al fin, enfilando para la salida, respondió:

—Yo, desde luego, que no. 

* * * * *

Los ojos de Andy, llenos de asombro y perplejidad, siguieron a Dylan hasta que desapareció de la sala seguido por Angela Swynton. Todo su lenguaje corporal decía que iba al límite y, conociéndolo, sabía que la razón de que no se hubiera liado a puñetazos allí mismo, solo podía ser que supiera que Pau era familia. Lo que disparaba un millón de preguntas en ella. Preguntas como ¿qué hacía peleando con Dylan?, ¿y por qué peleaban? ¿de qué se conocían? Que recordara, no los había presentado. Aquel día que Pau había estado en el MidWay, Dylan se había marchado antes de que él llegara. 

La mirada de Andy regresó a su tío. Lo miró fijamente y disparó a discreción.

—¿De qué va todo esto, tío Pau? ¿De qué conoces a Dylan?

—Da igual de qué lo conozco. La cuestión es que sé quién es y cómo las gasta, y de eso precisamente estábamos hablando.

Andy puso los brazos en jarra.

—¿Y quién es, según tú? 

—Un oportunista que intenta aprovecharse de ti.

La risotada de Andy sonó tan fuerte que algunas personas próximas se volvieron a mirar.

—Tienes que estar de broma… Aprovecharse ¿de qué? ¡Es un amigo! 

—Amigo con beneficios —precisó Pau, tan indignado como su sobrina, que se puso roja, no tenía claro de si por rabia, por incomodidad o por las dos cosas—. Tiene mi edad, Andy. Y es un borracho que se acuesta con una fulana distinta cada semana, ¿qué crees que busca estando contigo? 

Ella se lo quedó mirando fijamente, perpleja, mientras intentaba asimilar lo que oía (que la estaba dejando alucinada), atar cabos y, en especial, no perder los nervios. Mucho para una sola cabeza, estaba claro, pero había que intentarlo. Porque como dedicara un segundo a considerar el hecho de que su tío estaba metiendo las narices en su vida, dejaría de pensar y pasaría a la acción. ¡Cómo la cabreaba que se creyera con derecho a opinar sobre sus asuntos! ¡Y cómo escocía que hablara así de Dylan! ¿Por qué el irlandés era tema de conversación entre los Estellés? Nadie excepto Danny lo conocía de antes. Ni siquiera Tina.

Eso no es asunto tuyo —fue lo primero que le vino a la boca—. Y además, ¿qué sabes tú de Dylan para hablar así, de qué lo conoces?  

Tío y sobrina estaban frente a frente, los dos igual de rabiosos. Él, altísimo, inclinado ligeramente hacia adelante y ella, apenas ciento sesenta y tres centímetros de mujer, casi de puntillas. 

—Pues, mira… Lo conocí en junio, en el local de un amigo en Barcelona. Él estaba borracho como una cuba y se dedicaba a destrozar el bar. Cerca de siete mil euros en daños, ¿qué te parece? Y sé lo que hay entre vosotros porque te vi con él en el MidWay aquel día. Yo estaba fuera atendiendo una llamada y os vi a través del cristal —Andy elevó una ceja desafiante, algo que a su tío le calentó la sangre y lo llevó a añadir—: Por el juego de manos que os traías, deduje que él era algo más que un cliente. 

—Y te quedas tan ancho —replicó la joven, su tono fue tan lamentable, tan cargado de desilusión que esta vez fueron las mejillas del menorquín las que mostraron un marcado arrebol.

Roser se dio la vuelta cuando Andy no lo negó. El motero tatuado le provocaba tal rechazo que no conseguía imaginarlo retozando con su sobrina sin que la invadieran unas tremendas ganas de vomitar. Puso toda su atención en Luz a quien sostenía en brazos.

 A Neus, en cambio, lo que le provocaba náuseas era la actitud de su hermano. Ya era malo lo que había estado haciendo a espaldas de Andy, ¿qué pretendía enfrentándose a ella, hablando de sus asuntos privados delante de todo el mundo? Le indicó con una seña que no continuara. Que no agravara las cosas. Pero Pau estaba demasiado embalado y ya no podía parar. Demasiado cabreado por todo aquel asunto, por la osadía de que había hecho gala aquel individuo, presentándose en la isla a pesar de haberle exigido, con todas las letras, que se mantuviera alejado de su sobrina.

Andy, en cambio, se percató del gesto. No era sorpresa lo que había en el rostro de su tía Neus, sino indignación. Probablemente porque lo que oía no era nuevo para ella. Sin embargo, del suceso “intercambio de caricias” habían transcurrido meses y dudaba muy mucho que Pau se hubiera dedicado a hablar de ello con sus hermanas. Pero, evidentemente, todas estaban al tanto de la existencia de Dylan, así que…

—¿Y vosotras, de qué le conocíais? ¿También lo visteis destrozando un bar?

Notó que Roser apartaba la mirada, sumamente incómoda. Y que Neus soltaba un bufido.

La mayor de las hermanas había intentado proteger la gran metedura de pata del único hijo varón de Francesc Estellés porque no deseaba que la relación tío-sobrina se enrareciera. También porque sabía que las intenciones que movían a Pau era buenas. Era un buen hombre, adoraba a Anna y a sus hijos, y haría cualquier cosa por protegerlos. Pero este asunto lo estaba llevando demasiado lejos, y lo peor era que él no parecía darse cuenta. Había que ponerle coto y había que hacerlo ya.

—Lo vi saliendo del restaurante hace dos semanas y lo reconocí de una noche que os vi desde el balcón cuando él te trajo a casa en moto. Cuando entré, me enteré de que no era la primera vez que llamaba preguntando por ti. No te daban sus recados —Andy abrió sus ojos desmesuradamente. Neus asintió—. Ni a él le daban información sobre ti. Y como te imaginarás, tomé cartas en el asunto. —Aparte de enfrentarse a su hermano y ponerlo verde, se había encargado de que Dylan recibiera la información que llevaban semanas negándole.

Andy gesticuló con las manos pidiendo silencio. 

—Un momento… ¿Quieres decir que cuando preguntaba por mí le decían que me había ido a Marte o algo así? —Miró alternativamente a sus tías y a Pau. Sus ojos reflejaban cómo se sentía: estaba flipando. La falta de respuesta fue suficiente respuesta—.  Pero ¿por quéeeee…?

—Porque tu tío aquí presente no cree que seas lo bastante madura para saber lo que te conviene —replicó Neus.

—Qué exagerada —terció Roser—. Solamente intenta protegerla.

—Acabas de perder a tu hermana, de quedarte a cargo de una madre enferma, un hermano adolescente y un bebé recién nacido —se defendió Pau—. Lo último que te hace falta es un desengaño amoroso, Andy. He hecho lo que debía, ni más ni menos; intentar evitar que te estrelles con un tío que no te merece como han hecho tu madre y tu hermana.

Andy rió con ironía.

—Ah, ya entiendo, mi opinión sobre el tema no importa una mierda. Tú has decidido que Dylan no me conviene y ya está, no hay más que hablar —dijo mientras asentía con la cabeza cada vez más indignada—.  Y digo yo, si no es mucha molestia, claro… ¿cómo averiguaste que él estaba aquí? ¿Tienes a algún chivato en nómina o algo parecido?

—Chivata —precisó Neus, deseando acabar con aquel asunto de una vez—. Roser creyó conveniente decirle a tu tío que Dylan estaba en la isla y convertir una noticia feliz en un disgusto para tu madre, que la oyó hablando con él a escondidas —le echó una mirada furibunda a Pau y otra a su hermana Roser—. Lo siento, pero os habéis pasado siete pueblos. Los dos. Andy tiene derecho a saberlo.

La camarera abrió la boca. Fue un gesto reflejo.

—Pero… pero… pero… ¡Esto es el colmo! Que os quede bien clara una cosa: estaré con quien quiera, donde quiera y vosotros no volveréis a meter las narices en nada que tenga que ver con los Avery. Da igual si se trata de mi madre, de mi hermano o de Luz. O, por supuesto, de mí. —Señaló a Roser y a Pau con un dedo amenazador—: Una intromisión más, y nos volvemos a Inglaterra.

Acto seguido, se alejó en dirección a la puerta de salida.

* * * * *

A Dylan le había tomado un bote de cerveza y un pitillo volver a ser persona. Persona cabreada, pero bajo control. Además, la compañía de Angela actuaba como un elemento moderador; su actitud amable y conciliadora, y su talante optimista siempre conseguía modificar el entorno para mejor.

Había dejado de llover y los dos estaban en la acera, a unos diez metros de la entrada del edificio. Lo bastante cerca para ver a Andy cuando saliera, lo bastante lejos para evitar encuentros desagradables.

—Mira, tu preciosa criatura ya está aquí —le dijo Angela al irlandés, al tiempo que le hacía señas a Andy para que los viera.

El irlandés dirigió la vista hacia las grandes puertas de cristal y ya no pudo apartarlos de la mujer que se acercaba con pasos rápidos y enérgicos. A pesar del chaparrón que le había estropeado aquel moldeado con gomina que le quedaba tan bien, a pesar del mal rato pasado, del que quedaban claros signos en su rostro… A pesar de todo, era… Preciosa. Estaba en forma, mucho más en forma que la última vez que se habían visto en Londres, lo cual quería decir que había tenido motivos y ocasión para quemar mala leche ensañándose con el saco de boxeo en el gimnasio. Pero además, había una especie de halo a su alrededor, propio de las personas con gran belleza interior, que la hacía tremendamente atractiva. 

Angela continuó atenta al amigo de su nieto con total interés y una sonrisa cómplice en los labios que no podía ni quería evitar. Le gustaba la transformación que había sufrido aquel muchacho y, en cierto modo, se sentía orgullosa de él al igual que lo estaba de su nieto. En el caso de Dylan el camino recorrido era mucho más notable; del hombre solitario y excesivamente independiente que había instalado el sistema de seguridad en la galería de arte de Sylvia Swynton, hacía más de dos años, a este, que aceptaba su compañía y sus consejos sin aparente conflicto, había un mundo de diferencia. Y la razón, no tenía la menor duda, era la simpática joven de la que se había enamorado. Aunque ni ella ni él hubieran llegado aún al estadio de reconocerlo.

—Qué bien te sienta el amor —fue como un pensamiento en voz alta que los sorprendió a los dos.

A Dylan, además, le disparó el lado irónico.

—Sé de algo que me sentaría mucho mejor —comentó mientras Angela se desternillaba. Encontraba divertido hasta su doble sentido en según qué ocasiones.

Ya, mucha risa, mucha risa…, pensó el irlandés. Las cosas no estaban tan “risueñas” para él. Por si no era lo bastante malo ir a ciegas con la “preciosa criatura”, pisaba terreno desconocido y no dejaba de encontrar minas antipersona por el camino. Su mente, acostumbrada a la lógica y a valorar alternativas, funcionaba bien bajo presión, pero la preocupación de hacer o decir algo que perjudicara a Andy, que la hiciera sufrir, añadía unos niveles de ansiedad, rayanos en lo insoportable… Súmale una acuciante necesidad de comérsela entera, cachito a cachito… Y el panorama estaba completo.

En aquel momento, una pareja mayor interceptó a Andy y se pusieron a conversar. 

—¿Más miembros hostiles del clan? —preguntó Angela. 

Él era un setentón de cejas frondosas y aspecto altanero. Ella, bastante más joven, llamaba la atención no solo por su belleza serena, también por su elegancia. La conversación que mantenían con Andy parecía seria, pero no tensa.

Poco después, la pareja siguió su camino hacia el interior del edificio y Andy se encaminó hacia donde estaban Dylan y Angela. Pero, de pronto, la pareja cambió el rumbo y también se encaminó hacia ellos.

—Mierda —murmuró Dylan. Andy no estaba lo bastante cerca para haberlo oído, pero algo debió detectar ya que se volvió a mirar qué sucedía.

El irlandés notó interés en el hombre y tensión en su mujer. Aún así, mantuvo la mirada. Andy se disponía a hacer las presentaciones, cuando el hombre se le adelantó.

—Usted debe ser Dylan Mitchell.

Aún siento foráneo y desconociendo la historia de la familia de Andy, el parecido de aquel hombre con Pau Estellés era evidente. Y si era quien sospechaba que era, Dylan no pensaba andarse con remilgos. 

—Eso depende… ¿Quién lo pregunta? Porque si es un Estellés, entonces soy Homer Simpson —replicó. Y se quedó tan tranquilo.

Andy bajó la cabeza para que su abuelo no detectara su sonrisa. Le encantaban las salidas socarronas del irlandés, y le gustaba todavía más que los grandes hombres de la familia le trajeran al pairo. 

Y mientras Angela lo celebraba con una carcajada y el hombre asentía con la cabeza, indicando que la broma no le había parecido mal, el gesto de su mujer dejó claro que ni aquel hombre ni sus bromas eran de su agrado.

—Soy Frascesc Estellés, el abuelo de Andy —se presentó en un inglés inesperadamente bueno.

—Ella es Angela, la abuela de mi ex jefe de Londres —intervino Andy.

El patriarca la saludó con un ligero movimiento de la cabeza.

—¿De vacaciones en el paraíso? 

Angela le obsequió al patriarca un sonrisa.

—Podría decirse que sí.

—Esta es mi mujer, Lucía —continuó Estellés—. Los hombres de la familia somos un poco territoriales, pero no pasa de ahí —explicó el menorquín, obviamente intentando justificar las acciones de su hijo—. Es amigo de Andy y nos interesa. Eso es todo.

¿En serio? 

—Pues yo creo que se están pasando de interés —replicó Dylan, cáustico.

Los que conocían el temperamento del patriarca se prepararon para la contraofensiva; Andy con preocupación y Lucía con cierto no reconocido placer oculto, ya que, al igual que a su marido, a ella tampoco le caían bien las personas que iban de rebeldes por la vida. Este en cuestión, ya le había causado graves problemas antes siquiera de conocerlo en persona. Y ahora que lo conocía… Era una provocación andante. No había más que verlo. 

Normalmente, habría sucedido tal como esperaban su nieta y su esposa, pero, en este caso, Francesc no perdía de vista que no se trataba de un rebelde cualquiera, del típico transgresor por deporte. Estaba ante un hombre que se había hecho a sí mismo, que había sabido labrarse contactos poderosos y cuyo trabajo en ingeniería domótica era lo bastante valorado para tener a importantes inversores árabes apostando fuerte por llevárselo a Dubái. Sin embargo, allí estaba él, después de dejar con el culo al aire al mismísimo Pau Estellés, permitiéndose decir lo que le daba la gana ante quien le daba la gana. En lo que a él concernía, se había ganado con creces su interés.

—Bien lo merece. Ha organizado usted un buen jaleo, señor Simpson… —replicó el patriarca, ante la perplejidad de su esposa, la sorpresa de su nieta y la cautela del irlandés, que seguía sin fiarse de los hombres de esa familia—. En fin… Nos vamos a ver a tu madre, Andy.

Andy asintió con una sonrisa. Qué ironía que fuera justamente aquel ajetreado día, el elegido por su abuelo para mostrar el primer síntoma de interés por su hija Anna desde que esta había llegado a la isla.

—Se alegrará de verte, abuelo. —El hombre se limitó a asentir ligeramente con la cabeza.

—Los acompaño —intervino Angela, satisfecha de cómo estaban saliendo las cosas después de todo, y deseosa de que la pareja pudiera estar a solas y arreglar sus asuntos.

Durante los primeros instantes ninguno dijo nada. Dylan porque ignoraba cuánto había soltado por su bocaza el tío de Andy y no quería arriesgarse a meter la pata. Y Andy…

Ella, porque no sabía por dónde empezar a disculparse. Todavía tenía la sensación de que lo sucedido era demasiado delirante para ser real. Además, saber que Dylan la había llamado, que incluso había ido a verla al restaurante, avivaba su ilusión. Una ilusión que no quería tener. No tan pronto. 

Pero algo tenía que decir…

—No puedo creer que mi tío no me diera tus recados, que no te dieran información sobre mí… Me parece tan fuerte… Te juro que no sé si reírme o llorar… —lo miró con el bochorno impreso en la cara—. Estoy tan enfadada con él y tan avergonzada…

Dylan podía entender que se sintiera así, pero no pensaba consolarla. Por lo visto, el bocazas había logrado contener su diarrea verbal a tiempo y como había tenido suficiente dosis de gilipollez Estellés para los restos, no quería a Pau como tema de conversación. Ni un minuto malgastado en hacer algo diferente que acercar posiciones con Andy, en hacerla reír, en seducirla.

—¿Mucho, mucho, mucho? —dijo con todo el doble sentido del mundo.

La primera sonrisa hizo acto de presencia en el rostro femenino.

—Eres imposible.

—Estoy siempre dispuesto, que es diferente —matizó el irlandés y a pesar de que reía, sus ojos de cazador no pasaron inadvertidos a la camarera.

Y tanto que sí. Un millón de recuerdos se agolparon en la mente de Andy.  Escenas ardientes entre los dos que habían empezado justamente así, con Dylan tirando el anzuelo y ella picando. Y volviendo a picar en un bucle sin fin. A su lado se sentía como la mujer fuerte que era, no como una joven con demasiados problemas, intentando desconectar. A su lado, no había prejuicios ni preguntas ni imposiciones ni lisonjas pretendiendo disfrazar la naturaleza sexual de lo que los unía. Ella era libre de quedarse o irse y él también… Pero eso había sido mientras estaban en Londres. Ahora era diferente. Porque su vida había cambiado y ya no vivía en Londres.

Y porque estaba enamorada de él.

La aparición de Ciro, que se dirigía hacia ellos con su andar desenfadado y su pinta de friki, interrumpió el momento.

Andy respiró hondo, harta de que todo en su vida fuera un jaleo. 

—Bienvenido a mi mundo, Dylan —meneó la cabeza—. Es así tooodo el tiempo. 

El irlandés la miró con ternura, pero no dijo nada. 

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