Lola

Lola


TERCERA PARTE » 24

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No acabó de decirlo que ya estaban desnudándose, locos de ansiedad. Ella le agarró el pene en cuanto él se quitó los pantalones y el miembro quedó al aire, totalmente erecto. Lo frotó con glotonería mientras suspiraba. Él apretó la mano que le estaba dando tantísimo placer en un gesto de aprobación, pero no dejó de tantear los pantalones con la otra, en busca de preservativos.

—¿Llevas condones para ir a desayunar? Qué tío más preparado… —Lo azuzó Andy, cada vez más caliente.

Sin dejar de mirarla, él rasgó la bolsa y se lo puso con movimientos precisos. Acto seguido, la elevó por las nalgas y cuando ella volvió a rodearte las caderas con sus piernas, él se enterró dentro de ella. Entró con fuerza, de una vez, sin casi darle tiempo a nada. Ella soltó un suspiro larguísimo y apretó el cerco de sus piernas buscando más.

Y él se lo dio. La empotró contra la pared y sus caderas empezaron a trabajar a destajo.

—¿Preparado para ti? Siempre. Es que como no me dejas hacértelo sin… —dijo él enredando mordiscos y palabras.

Dylan buscó la mirada de Andy. Auténticas llamaradas de deseo emitían aquellos preciosos ojos castaños, que de tratarse de fuego, lo habrían consumido en un instante, reduciéndolo a cenizas. Hizo que se sintiera tan poderoso y al mismo tiempo tan desesperado por ser el hombre que encendiera sus deseos más íntimos, sus sueños más calientes, sus fantasías más eróticas… Desesperado por ser el hombre de su vida, el que amara hasta la locura. El único que quisiera a su lado siempre.

—Con lo me gusta y no me dejas… Uno de estos días habrá que resolver eso, ¿no? —y volvió a hundirse en ella hasta el fondo, gozando al ver como Andy gemía de placer.

Porque esta vez no era dar satisfacción sexual a una de tantas compañeras de alcoba. 

Esta vez se trataba de Andy, la única mujer de la que se había enamorado en treinta y seis años de vida.

Esta vez, era la mujer.

¿Quién le habría dicho a Dylan que la joven algo achispada que cargaba cual saco de patatas, escaleras arriba aquella tarde, entraría en su vida de lobo solitario arrasándolo todo y adueñándose de su corazón, lo único que alguien tan propenso al exhibicionismo había logrado mantener a cubierto?

¿Quién le habría dicho a Andy que el tipo con pinta de miembro de la Hermandad Aria que la cargó escaleras arriba, aquella tarde de rabia y desencanto, con el estómago revuelto a cuenta del alcohol y el corazón hecho polvo por culpa de un príncipe azul que le había salido rana, acabaría convertido en el hombre de su vida? 

Es que, a veces, el amor llega cuando menos te lo esperas.

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