Lola

Lola


TERCERA PARTE » 25

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Domingo, 29 de noviembre de 2009.

Restaurante Sa Badia,

Ciudadela, Menorca.

La semana se les había pasado volando y ninguno de los dos podía creer que aquel fuera el último día de Dylan en Menorca.

Angela y los Rowley habían regresado a Londres el domingo anterior por lo que las reuniones sociales multitudinarias, a las que el irlandés ni estaba acostumbrado ni deseaba acostumbrarse, habían acabado aquel mismo día con una merienda en casa de Andy. Desde entonces, habían podido disfrutar de pasar tiempo juntos y a solas entre los turnos de comida y cena del restaurante. 

Y les había cundido: habían puesto al día la documentación de Lola para que Andy pudiera circular con ella, y después de ver más de veinte candidatas a próxima vivienda, Dylan se había decidido por una. Estaba situada muy cerca de la residencia Swynton, en Cala Morell, pero contaba con unas dimensiones mucho más razonables. La casa llevaba un par de años deshabitada por lo que le hacían falta unos arreglos menores y renovar la pintura. Andy se ocuparía de supervisar que éstas se llevaran a cabo mientras Dylan estaba en Niza, y todo indicaba que en un par de semanas, podría abandonar la casa de Angela y trasladarse a una propia.

Aquella mañana, la familia mantenía su reunión mensual en el comedor auxiliar del restaurante, que todavía no había abierto al público, mientras Dylan hacía tiempo tomándose un café en la barra.

El primero en aparecer en el salón principal fue Ciro. Con su bolso para hombres, la cazadora al hombro y sus pintas de friki, se dirigió hacia Dylan con los pasos enérgicos propios de alguien que siempre lleva prisa. Tras él, lo hicieron la mayoría de la familia menos Andy. Venían conversando entre ellos. En último lugar,  apareció el sucesor del patriarca, quien enfiló directamente hacia la barra. Le dijo algo al camarero que se había quedado a cargo y el joven se marchó a la cocina. A pesar de que Dylan estaba seguro de que lo había visto, Pau se puso a revisar unos papeles, como si no lo hubiera hecho. Era la primera vez que estaban en un mismo lugar desde su último cara a cara en el hospital, hacía una semana, y Dylan decidió tomárselo con calma. Por lo poco que había conseguido sonsacarle a Andy sin parecer demasiado interesado en el asunto, tío y sobrina habían mantenido una conversación muy seria antes de que él regresara a Barcelona, el domingo anterior por la noche. Según ella, habían aclarado las cosas, pero conociendo a Andy, la normalidad entre los dos aún tardaría en llegar.

El irlandés puso su atención en el chef que se acercaba. Con lo fatal que se caían mutuamente Pau y él, con Ciro, en cambio, habían congeniado desde el principio. No parecían de la familia.

—¿Qué, poniendo rumbo a tierras francesas? —dijo Ciro deteniéndose brevemente.

—Esta tarde, sí. Ya toca.

—Pero vuelves el finde, ¿no? —Y tanto que sí. Dylan asintió enfáticamente haciendo sonreír al chef—. Ya, me imagino que mi prima te machaca como se te ocurra no venir, ja, ja, ja, menuda es… Oye, ¿por qué no te pasas el sábado? Te muestro cómo preparo la codorniz y así, de paso, le espantas los moscardones a tu chica.

Las dos propuestas le parecían estupendas así que Dylan chocó los cinco con Ciro.

—A más ver, entonces —se despidió el chef—. Me voy corriendo al aeropuerto 

Dylan se percató de la mirada de Pau, aunque él se apresuró a retirarla. Estaba claro que no le gustaba que hiciera buenas migas con alguien de la familia, lo cuál era bastante entendible porque los que lo miraban con buenos ojos (a él y a su relación con Andy) empezaban a ser un ejército por lo que se estaba quedando solo en la facción opositora. Al irlandés, sus miraditas y sus opiniones le traían completamente al pairo. Y más en aquel momento, que Andy apareció en su campo visual. Preciosa como siempre, con unos tejanos de tiro bajo metidos dentro de sus botas de tacón altísimo, un llamativo jersey violeta, y Luz en brazos.

Ella y su sonrisa derrite-moteros venían directo hacía él cuando Pau intervino.

—¿A qué hora contaré contigo esta noche?

—Ocho y media o nueve, cuando vuelva del aeropuerto.

Pau movió afirmativamente la cabeza, pero su rostro mostró con claridad que aquello no era de su agrado. De hecho, un instante después lo dijo.

—¿Tienes miedo de que se pierda por el camino? —Miró de refilón a Dylan quien continuó a lo que estaba como si tal cosa.

En realidad, el irlandés contemplaba la escena con interés. Siempre le había parecido un espectáculo presenciar cómo Andy le ponía los puntos sobre las íes al personal. Lo había visto en alguna que otra ocasión en el MidWay y en sesión continuada desde que había llegado a la isla. Y esta vez, tenía claro que sería un señor espectáculo porque a Andy le había cambiado la expresión de la cara y aquello no podía ser bueno para el heredero del patriarca.

—¿Perderse? —Su voz rezumó ironía—. Si Dylan ha conseguido llegar hasta aquí, dar conmigo, a pesar de todos los pesares —y no hizo más aclaraciones porque no hacían falta— está claro que puede apañárselas solito perfectamente. Voy porque quiero —sentenció, desafiante, y celebró la oportuna risita que soltó la niña que sostenía en brazos, haciéndole una carantoña y repitiendo, esta vez con una vocecita dulce, lo que a la pequeña parecía haberle hecho tanta gracia—: ¡Claro! ¿Voy porque quiero, no, Luz? ¡Claro que sí, mi niña guapa… porque mira que eres guapa…!

—¿Cómo que “guapa”? —dijo Danny, aparecido de la nada, al tiempo que tomaba en brazos a la pequeña y se la quedaba ante la sorpresa de su hermana mayor—. Tú eres guapa, ella es preciosa.

—Oye… —bromeó Andy, haciéndose la enfadada.

Anna y tus hermanas ya estaban allí, metiéndose con él.

—A ver qué dices tú de mi sobrina favorita —terció Neus, rodeando a Andy con un brazo.

—Pero qué malo, Danny, mira que decirle eso a tu hermana… —lo reprendió Anna al tiempo que le despeinaba cariñosamente el cabello al muchacho.

Entonces, se oyó la voz de Dylan. Súper masculina y con aquel acento tan irlandés y su hablar pausado.

—Qué va, Danny. Te aseguro que desde aquí las cosas se ven muuuy diferentes —dijo atrayendo la atención de todos, Pau incluido—. Y si fuera tú me lo pensaría dos veces, chaval. Porque si no me han informado mal, de ella dependen tus salidas de fin de semana —le hizo un guiño cómplice al adolescente—. Y de mí que el señor del trineo te traiga la PlayStation 2… Así que, tú verás.

Los ojos del muchacho se iluminaron. Sonrió mirando a su hermana y a su madre súper ilusionado.

—¡¿Me vas a traer la Play?! ¡Tío, cómo te quiero! —exclamó, palmeando el hombro de Dylan.

La mirada de Andy se volvió dulce, dulce, dulce. No podía creer que él se acordara de aquel comentario de cuando todavía vivían en Londres. Había sido más bien una queja de una hermana cabreada por trabajar mil horas y aún y así, no poder siquiera ahorrar un poco para darle un gusto a su hermano pequeño por Navidad. Danny soñaba con la bendita PS2.

—¿Yo? —bromeó el irlandés, ajeno a la mirada de su chica—. ¿Tengo pintas de ser el señor del trineo?

—De yakuza15 diría yo  —terció Roser, ganándose varias miradas recelosas de los allí presentes.

Al irlandés le quedó claro que lo decía completamente en serio. La animadversión de la única hija soltera de Francesc Estellés era tan real que podía tocarse y casi tan grande como la de su único hijo varón. Pero a Dylan le daba igual. Además, lo último que le apetecía aquel día (y ninguno, a decir verdad) era darle carnaza al enemigo para que siguiera alimentando su odio.

—Tengo influencias en el Polo Norte, pero si cabreas a tu hermana de poco servirán —replicó el irlandés, como si no hubiera oído el comentario de Roser.

Pau torció el gesto. Seguía teniendo serias dudas acerca de la honestidad de aquel tipo que, evidentemente, encandilaba a su sobrina. Y tampoco le gustaba el método que usaba para ganarse a la familia. Mucho menos aún que hubiera monopolizado la conversación. Decidido a recuperar la atención de todos, habló en voz alta.

—Disculpad que vuelva sobre el tema, pero es que vivimos de esto, ¿sabéis? Somos restauradores y bodegueros y esto es lo que pone el plato de comida en nuestra mesa y en la mesa de todos los que trabajan para nosotros —miró brevemente al irlandés y le dijo—: Es lo último que digo en tu idioma. Si vas a quedarte aquí, aprende nuestra lengua.

Las risas acabaron de repente y cuando reinó el silencio, Pau miró directamente a su sobrina.

—Nos dejas solos en el turno de comidas y llegas tarde al de las cenas. Sabes que los fines de semanas vamos a tope de trabajo. Lo siento, pero no me parece bien, Andy.

Como era de esperar, Dylan no entendió lo que dijo Pau. Sonaba a rapapolvo, claramente, y a juzgar por la cara de su chica, la cosa no pintaba bien. Para sorpresa de todos, Danny se situó junto al irlandés y se dedicó a hacer de traductor simultáneo.

—¿Qué es lo que no te parece bien? —respondió Andy en inglés, mirándolo directamente a su vez—. ¿Que quiera tener una vida personal además de un trabajo? Pues acostúmbrate porque mientras Dylan esté en la isla solamente los fines de semana, no me veréis el pelo por aquí. Y después, ya veremos.

El menorquín volvió a resonar en el lugar, alto y claro.

—Pues, no, señorita. No se puede ser dueño y desentenderse del negocio cuando interesa. Lo que tú desatiendas, lo tendrá que atender alguien.

Aquello parecía un duelo de titanes y el irlandés lo estaba disfrutando a tope… quizás porque tenía claro que el resultado estaba cantado; ganaba la preciosa criatura. De todas, todas.

—Tú eres el gerente. Ahora que sabes que libraré los fines de semana, estoy segura de que te ocuparás diligentemente como siempre de que alguien cualificado me sustituya. Habéis sobrevivido años sin mí, no va a pasar nada porque los fines de semana no aparezca por aquí.

Dicho lo cual, continuó camino hacia Dylan, dando la conversación por terminada. 

Pero Pau todavía tenía algo que decir…

Miró a Dylan con un punto de recelo justo cuando su sobrina se estiraba a besar sus labios, y ver que él le devolvía el beso, y no precisamente de forma recatada, incrementó su mala leche.

—Y tú, callado porque te conviene, ¿no? —Lo dijo en su lengua nativa, provocando comentarios disgustados por parte de sus hermanas a las que se limitó a responder: “esto es Menorca, señoras, y aquí se habla el menorquín”.

A modo de gesto desafiante hacia su tío y un poco por calmar a su propio orgullo de súbdito inglés, Danny se apresuró a traducir las palabras de Pau, aumentando la tensión del momento.

Andy pensó que Dylan estaba en todo su derecho de mandarlo a la mierda. Casi mejor, ¿por qué no lo hacía ella y así iban ganando tiempo?

Dylan, en cambio, consideró que aunque probablemente esas no fueran las auténticas razones del español, le convenía que Pau siguiera mostrando cierta animadversión hacia él. Porque tenía sentido. No lo veía con buenos ojos, no lo quería junto a su sobrina y eso no era algo que fuera a cambiar de un día para el otro. Así que a todos les resultaría normal que hubiera cierta resistencia por parte de él. Desagradable, sí, pero normal. Y puestos a elegir, prefería que Andy se cabreara con su tío por tonterías como negarse a hablarle en inglés solo por dar por saco, a que un cambio en su actitud desempolvara los sucesos del fin de semana que tantos interrogantes habían suscitado en ella; la inesperada aparición de Clinton Rowley en la isla, el más que inesperado regreso de su tío apenas un día después de haberse marchado a Barcelona… Lo último que Dylan deseaba era que aquella cabecita preciosa atara cabos.

—Mira, tío —replicó, haciendo gala de su pasotismo supino una vez más—, te voy a dar una pista porque veo que estás más perdido que un pulpo en un garaje. No le digas lo que tiene que hacer. Así, no la vas a llevar a tu terreno nunca —miró a su chica con picardía, quien se derretía por sectores ante aquel hombre que demostraba conocerla tan bien y que seguía escogiendo pasar de las memeces de su familia—. Si eres bueno y no das la brasa, quizás algún día te cuente mi truco.

Para alivio de su familia, Pau recibió el golpe con deportividad. O algo parecido; tomó la carpeta con documentos que había sobre la barra, la puso bajo un brazo y se dirigió a su despacho sin hacer ningún comentario más.

* * * * *

Después del intento fallido de que Andy condujera y Dylan fuera de paquete -y las consecuentes risas cuando los dos casi acaban por los suelos-, la pareja había intercambiado puestos en la moto. Sin viento y con una temperatura bastante cálida a pesar de la época del año, habían disfrutado del paisaje menorquín y de su mutua compañía a bordo de Lola. 

Pero el vuelo de Dylan salía en poco más de dos horas y tocaba volver al mundo real.

Entraron por el acceso lateral, bordeando la casa, hasta el jardín trasero donde se detuvieron cerca de la valla posterior. Andy no pudo resistirse al paisaje que se abría ante sus ojos y se acercó al linde de la propiedad donde si por ella fuera se instalaría perpetuamente con un buen sillón y una buena taza de café. Aquel rincón era con lejos lo mejor de la casa de Angela Swynton.

—Recuérdame que no vuelva a montar en este invento hasta que no le haya arreglado la suspensión. Me he quedado sin culo —se quejó el irlandés dirigiéndose hacia su chica.

Ella se volvió sonriendo y tras darle un buen repaso al macizorro que ocupaba su campo visual, dijo:

—Pues qué quieres que te diga, yo lo sigo viendo igual de tentador que siempre.

Dylan le rodeó la cintura con un brazo y se inclinó a hablarle al oído.

—Ya, tú sigue arrimando leña al fuego y verás lo que pasa…

Ambos rieron ante su insinuación y los dos se dieron cuenta de que, en aquella ocasión, no era más que un intento de quitar tensión al cada vez más inminente momento de separarse.

—Ven —invitó ella, pasando al otro lado de la valla, hacia las rocas que conducían al pequeño acantilado.

Anduvo unos pocos metros y tomó asiento sobre una piedra de superficie menos accidentada que las demás. El irlandés la siguió y se sentó a su lado. Sonrió y ella hizo lo mismo aunque no de la misma manera; había cierto nerviosismo en su rostro y sus ojos brillaban mucho. Al fin, Andy soltó lo que llevaba días dándole vueltas en la cabeza.

—No tienes que dejarlo, Dylan. Me refiero a que no lo hagas por mí, en serio… 

“Menos mal que te advertí de que no echaras leña al fuego”, pensó el irlandés. Andy acababa de echar un bidón de gasolina y él ardía de ganas de besarla hasta que los dos perdieran el sentido.

El plan era estar en Francia de lunes a viernes al mediodía, y el resto del tiempo en Menorca. Se había comprometido a continuar hasta la mitad de la segunda fase, lo cual quería decir que durante los próximos cuatro meses se verían a cuenta gotas. Dylan no tenía la menor idea de cómo se las arreglaría para cumplir con lo pactado sin volverse loco, ¿y la preciosa criatura estaba sugiriendo que no abandonara el proyecto? 

—Vence el contrato —mintió—. Y teniendo a mi chica en Menorca, como te imaginarás, no voy a renovarlo. Prefiero trabajar en Menorca y no en el culo del mundo.

—Pero me decías que era tu trabajo ideal, que te encantaba…

Él decidió cortar de cuajo aquella conversación. Se inclinó y la besó en la boca.

—No tanto como tú y si puedo elegir, prefiero tenerte a mano todo el tiempo, que mojar tres días a la semana —volvió a besarla y esta vez el beso fue más largo—. Aunque me pase las setenta y dos horas mojando sin parar y me quede hecho polvo. De ti nunca tengo bastante y por suerte para mí, tú de mí tampoco.

—Hablo en serio —insistió Andy, reprendiéndolo con su mirada—. Te encanta lo que haces, te encanta ese trabajo y yo no quiero ser la razón de que lo dejes. Nos arreglaremos bien…. Creo —añadió con cara de dolor—. Se nos hará eterno el tiempo que estemos separados y eso, pero no es la muerte.

—¿”Se nos hará eterno”? O sea, que me echarás de menos, pero no tanto. ¿Eso dices?  —Andy empezó a reír—. Espera a que llegue el miércoles, hayas conseguido sobrevivir a dos largos días a dieta de mí, sabiendo que todavía te quedan otros dos por delante, y luego me lo cuentas.

La pareja rió con complicidad. Cada uno, a su manera, recordaba perfectamente esa clase de ansiedad. Esa necesidad que los mantenía en vilo todo el tiempo, incapaces de pensar en otra cosa.

—Fuera de bromas, Dylan. Que sepas que por mi parte, estoy dispuesta a intentarlo, si tú quieres. Con intentarlo no perdemos nada…

El recuerdo de esos días en Niza y luego en Londres, después de la boda se clavaron en la mente del irlandés y, de pronto, todo estaba allí de nuevo, tan intenso como entonces. La desesperación, aquel vacío que no lo dejaba ni a sol ni a sombra, daba igual lo que hiciera, esa necesidad de estar con ella que por momentos se volvía tan real que dolía…

—¿En serio? —sus ojos celestes la miraron con aquel deseo que siempre parecía estar agazapado, dispuesto a mostrarse sin ambages en cualquier momento—. Hay gente que puede seguir con su vida con relativa normalidad. Tú no eres de esa clase. Echabas de menos a tu madre cuando estaba en Barcelona de vacaciones, a tu hermano cuando se quedaba el fin de semana a dormir en casa de Jonas, ¿recuerdas? No vas a aguantar años viéndonos solamente los fines de semana —volvió a mirar el horizonte y lo soltó—. Y yo tampoco. No puedo estar sin ti. No quiero estar sin ti.

¿Qué tenía ese hombre que conseguía convertir la frase más corriente, más manida incluso, en la declaración de amor más categórica? ¿Cómo se las arreglaba para trasmitirle tanto y de forma tan inapelable, con apenas un puñado de palabras? Era demoledor. 

—Es lo más bonito que me han dicho jamás —murmuró, su voz cargada de emoción—. Y cada vez que caigo en la cuenta de que eres tú quién lo dice… Me halagas un montón, Dylan. Mucho, mucho, mucho.

El irlandés volvió a acudir a la broma. Tenía que hacerlo.

—Mmm, qué bien me ha sonado eso… Y dime, ¿tú crees que si vuelvo a halagarte mucho, mucho, mucho…? —Sus cejas se movieron insinuantes al tiempo que él la rodeaba con los brazos, buscándola.

Andy soltó un suspiro que le salió del corazón. Adoraba a aquel hombre. Ya lo adoraba antes de verlo cual aparición en el restaurante hacía una semana. Después de todo lo que había sucedido desde entonces, su locura por él estaba desatada. 

Pero sabía que él tenía que marcharse. Espió su reloj por el rabillo del ojo y con todo el dolor de su alma, comprobó que ya no quedaba tiempo. Debían ponerse en marcha.

Aissssss… Porque tenemos que ir al aeropuerto, que si no… menudo atracón de ti me iba a dar, calvorotas —dijo con sentimiento al tiempo que tiraba de Dylan para que se pusiera de pie.

Atravesaron la valla y se encaminaron hacia la casa tomados de la mano.

Se detuvieron junto a la puerta que comunicaba la terraza con el interior de la vivienda y Andy le puso sus brazos alrededor del cuello. O al menos lo intentó, ya que sin la ayuda de Dylan, que se encorvó para compensar la diferencia de estatura, no lo habría conseguido. Él le rodeó la cintura con los suyos.

—¿Me vas a llamar todos los días antes de que empiece mi turno? 

Su voz había vuelto al nivel de los susurros y sonaba dulce, dulce, dulce. 

Dylan asintió. ¿Quién era capaz de negarle algo a esa mujer?

—¿Y cuando salga de trabajar, por la noche? Así charlamos un ratito antes de irnos a dormir —volvió a decir con su voz derrite-moteros.

El irlandés movió la cabeza a un lado y a otro, considerando la oferta.

—Venga, di que sí… —insistió Andy—. Si no, no voy a poder pegar ojo y me van a despedir por zombi. Venga, venga, sé bueno.

—No sé yo… ¿En qué clase de “charla” estabas pensando? —respondió el irlandés con segundas, tronchándose y haciendo reír a Andy.

—Eres imposible —dijo ella con un punto de incredulidad y un montón de diversión. Le encantaba la vuelta de tuerca sexy que Dylan le daba a todos los momentos. Le encantaba él.

—Y lo que te gusta que sea así, ¿eh? —la desafió él.

Ella asintió suavemente. No pensaba negarlo; no tenía ningún sentido hacerlo. Él lo sabía, la conocía muy bien. Mejor de lo que nadie lo había hecho jamás. Menos aún alguien del sexo masculino. Andy bajó los brazos, los colocó alrededor de la cintura masculina y se pegó a él, mimosa.

—Dios, no puedo creer que esté aquí, conmigo —murmuró al tiempo que le daba pequeños besos sobre el pecho, por encima de la ropa—. ¿Te acuerdas la primera noche que pasaste en la isla, cuando te llamé desde el trabajo?

—Ajá….

—Tenía la sensación de estar entrando y saliendo de un sueño… Un momento oía la voz de Ciro llamando a algún camarero, y estaba en el restaurante trabajando a toda máquina. Un momento después, estaba hablando contigo y…

Andy no acabó la frase. Se abrazó más fuerte a Dylan y sus labios continuaron trazando un reguero de besos pequeños, casi imperceptibles, que no eran al azar; inconscientemente -o quizás no tanto- recorría de memoria el contorno del tatuaje del samurai que adornaba el frontal masculino. Eran los mismos movimientos, que invocaban los mismos recuerdos de otros momentos, cuando nada separaba sus labios de la piel de Dylan.

—¿Y, qué? —dijo él, instándola a seguir. Hambriento de cada palabra suya, de cada gesto.

—Y todo era luminoso, radiante, perfecto… Y yo volvía a sentirme como hacía…  Dios, tanto tiempo que no me sentía —buscó su mirada y lo que Dylan vio en sus ojos, lo hizo estremecer—. Me estaba ahogando y no me daba cuenta. Yo tampoco podía respirar sin ti, Dylan.

Él buscó su boca con desesperación y los dos se fundieron en otro de sus momentos apasionados. Instantes en que los silencios comunicaban mucho más que el poema de amor más hermoso que hubiera desgranado ningún poeta jamás. El calor de sus cuerpos fundidos en un abrazo imposible, la emoción de amar y saberse correspondido, y la plenitud que confiere la certeza de estar con la persona correcta.

Aissss, nena… —murmuró Dylan apartándola de él como si quemara y empujándola suavemente hacia el interior de la vivienda—. Vámonos, venga, vámonos o…

—¿O…? —dijo ella dándose la vuelta y enfrentándolo. Volvían a jugar. Volvían a enredarse en aquella locura compartida, imposible de parar.

Permanecieron mirándose con expectación y deseo.

Dylan se sentía tan capaz de olvidarse del vuelo, del proyecto, de todo…

Respiró hondo.

—¿Cuántos puntos te quitan en esta preciosa isla por conducir con exceso de velocidad?

Andy empezó a reír al tiempo que avanzaba de espaldas dentro de la casa.

—Ninguno, creo. Tu carnet no es español. Ahora, eso sí, de la multa no te libra nadie.

Él la siguió, disfrutando del momento, como de todos los juegos que surgían entre ellos espontáneamente.

—¿Conducir después de vérmelas contigo? Imposible. Me dejas de cama, preciosa… No me refería a mi carnet. Me refería al tuyo. 

Ella rodeó el sofá justo antes de llevárselo por delante y continuó avanzando, tronchándose de risa.

—¿Que conduzca yo? Ja, ja, ja, ja ¡Qué gracioso! Y dice que yo lo dejo de cama a él… Pues anda que tú a mí… Creo que será mejor descartar la idea. 

—Oye, oye, oye… No tengas tanta prisa en descartar opciones que este tema es muy serio —respondió él, intentando atraparla sin éxito.

—¡Serio es el castañazo que nos vamos a dar por hacer el tonto! Ja, ja, ja. 

—Ja, ja, ja ¡Qué exagerada! Que no va a pasar nada, mujer. Venga, no te me acobardes ahora…

Entonces Dylan la alcanzó y la retuvo tomándola por la cintura. 

—¡Que no, Dylan! Ja, ja, ja, ja ¡Que me dejes! Ja, ja, ja ¡Estás loco!

Ella volvió a liberarse y echó a correr hacia la puerta de salida.

Dylan, por supuesto, echó a correr tras ella.

Y volvió a alcanzarla y esta vez, a Andy no le fue tan fácil liberarse. 

Pero continuó intentándolo. Entre besos y juegos, continuó intentándolo.

Y él continuó besándola.

Y abrazándola…

Y dejándola escapar para un instante después, atraparla de nuevo.

El atardecer empezó a caer sobre la isla. Y mientras las risas de Andy y Dylan resonaban en el interior de la casa, en el jardín, los últimos rayos de sol perfilaron el contorno de la vieja moto recortada contra aquella bahía de inconmensurable belleza, testigo silencioso del comienzo de un gran amor.

* * * * *

¿Te ha gustado Lola?

¡Espero que sí! Espero que la apasionada historia de amor de Andy y Dylan, haya sido de tu agrado. En tal caso, te animo a dejar tu opinión en la plataforma donde la hayas comprado. Ya sabes qué importante es el boca-a-boca para todo escritor, y que compartieras tu opinión me sería de gran, gran, gran ayuda. ¡Muchísimas gracias!

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Y ahora, ¿qué leer?

La cuarta entrega de Moteros está en preparación y verá la luz muy pronto, pero mientras tanto te recomiendo mi Serie Sintonías, una serie romántica que también habla de valores, de familia, de amistad, de segundas oportunidades; unos personajes reales como la vida misma de los que querrás saber más, y más, y más... Encontrarás información detallada sobre ella, en este enlace:

Serie Sintonías de Patricia Sutherland

¡Gracias por leerme!

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Tengo una sorpresa para ti…

¿Pensabas que te iba a dejar sin un relato pormenorizado de un momento tan especial como la boda de Dakota y Tess? Ni hablar. Moteros existe porque las fans del motero pelilargo ansiabáis saber cómo evolucionaba su relación con Tess y, aunque no era idóneo que formara parte de Lola, no podía dejar de narrarlo. Si tú disfrutas leyéndolo, la mitad de lo que yo he disfrutado escribiéndolo, me sentiré totalmente compensada. ¡Te lo aseguro!

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Especial Boda Dakota y Tess

¡Buena lectura! ;)

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