Lola

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PRIMERA PARTE » 11

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Domingo 6 de septiembre de 2009.

Casa de Neus Estellés.

El Born, Barcelona.

Tras varias horas de sueño, Anna Estellés tenía mejor semblante que en días anteriores, sin embargo, seguía moviéndose con dificultad y cansándose al menor esfuerzo. Desde luego, no se sentía en forma para encarar el importante asunto que abría el orden del día, pero era algo que ya no podía retrasar; parte de las decisiones a tomar tenían que ver con el bebé que continuaba luchando por su vida en la UCI Neonatal del hospital.

Acabado un desayuno opulento y variado como le gustaba servir a la dueña de casa, la familia se reunió en el salón auxiliar, lugar habitual de las reuniones familiares. Estaban todos; Andy y su hermano Danny, su madre Anna y sus tres tíos; Roser, Neus y Pau, y por supuesto, su amiga del alma, Tina, que como apoderada legal de los Avery en Reino Unido solía estar presente en todas las reuniones que implicaban gestiones y papeleos.

—Bueno, perdonad que saque una chuleta, pero esta cabeza mía no está muy lúcida y son tantas cosas… 

Anna se puso sus gafas y desplegó un folio doblado en cuatro partes. Estaba bastante ajado, señal de que llevaba con ella bastante tiempo, añadiéndole temas a medida que los iba recordando. Andy miró a su madre con ternura. Se había lavado el cabello y Neus se lo había arreglado, moldeándoselo con un cepillo gordo. Con un vestido azul y blanco que la favorecía mucho y aquel peinado tan juvenil estaba guapa. Todo un cambio a la silueta cadavérica que hasta hacía dos días yacía en la cama de un hospital.

—Lo más urgente es inscribir el nacimiento del bebé en el registro civil. Mañana cumple el plazo legal. Pau ha consultado con los abogados y pensamos que lo más conveniente sería inscribirla como hija de madre soltera y padre desconocido, haciendo constar como nombre de padre un nombre ficticio. Así lo exige la ley. Jeremy no parece tener familia en España, ni en Europa. Pero cuando hay dinero de por medio nunca se sabe y prefiero evitar que la niña se vea envuelta en una disputa legal. Siempre podemos decirle la verdad cuando tenga edad para asumirla. ¿Estamos de acuerdo hasta aquí?

Anna recorrió con la mirada a los presentes uno por uno. No hubo objeciones, de modo que continuó.

—Para inscribirla necesitamos un nombre… Lleva una semana con nosotros y hemos ido de susto en susto, ni tiempo nos ha dado a ponerle un nombre… La pobrecilla… —Anna se caló mejor las gafas a sabiendas de que la razón de que viera borroso no tenía que ver con ellas. Se recuperó de inmediato y continuó—.  Me gustaría llamarla Luz. Era uno de los nombres que tenía pensado Sonia si era niña y además creo que le va. No ha dejado de luchar desde que llegó a este mundo y creo que esta etapa sería mucho más oscura y dolorosa para todos si no fuera por ella —hizo una pausa para aclararse la garganta y cuando estuvo segura de que volvía a tener sus emociones bajo control continuó—. La ley permite inscribirla con los apellidos de la madre y también permite invertir el orden. He pensado que lo más conveniente para la niña es inscribirla como Luz Estellés Avery. Ya que no tendrá la fortuna de crecer junto a ninguno de sus progenitores, que, al menos, tenga el respaldo de supone llevar el apellido Estellés. 

Sus ojos volvieron a recorrer a los presentes uno por uno. Tampoco hubo objeciones. Anna tomó el vaso que había frente a ella y apuró el contenido. 

—¿Quieres que siga yo? —ofreció Pau.

Anna esbozó una ligera sonrisa y negó con la cabeza. Lo que tenía que decir no sería bien recibido por sus hijos y no deseaba que fuera él quien tuviera que comunicarlo. Llevaba años ayudándola desde la distancia, a espaldas del patriarca, preocupándose por el bienestar de sus sobrinos, esperando el momento en que la familia volviera a reunirse. No era justo dejárselo también a él.

—Mi salud se deteriora progresivamente y llegará un momento en el que ya no pueda valerme por mí misma. Sabíamos que sería así —miró a sus hijos. Notó que sus ojos lucían brillantes, especialmente los de Danny—, que llegaría el momento de tomar una decisión sobre el tema. Apenas tenemos bastante para vivir a pesar de que Andy no hace más que trabajar y que tú, Danny, no tienes siquiera un ordenador decente para estudiar…  Ahora, además, está la pequeña Luz. ¿Cómo vamos a salir adelante? No puedo cargar tanta responsabilidad, tanto esfuerzo sobre vuestros hombros, chicos —tras una pausa final, lo dijo de carrerilla—. Nos quedamos en España, con los tíos. De esta forma, vosotros tendréis la vida que unos jóvenes deben tener, Luz crecerá al abrigo de una familia numerosa y yo… Yo estaré en casa, con mis hermanos. 

La primera reacción no demoró en llegar. Danny se levantó bruscamente y salió del salón sin decir ni una sola palabra. Un portazo les anunció que también había salido de la vivienda.

Tina saltó de su silla.

—Seguid sin mí. Yo me ocupo de él —dijo saliendo detrás del joven.

Andy acarició la mano de su madre.

—No te preocupes por Danny, mamá. Se le pasará. Estás haciendo lo mejor para todos y tienes mi apoyo, como siempre. Estaremos bien, ya lo verás.

* * * * *

—¿Lo llevas todo? —preguntó Andy después de que su tía Neus le dijera que la esperaba en el coche para darle unos momentos a solas con su amiga, antes de embarcar de regreso a Londres.

Tina echó un vistazo rápido a sus escasos bártulos. Siempre viajaba ligera de equipaje y en esta ocasión con más razón, ya que solo había venido a pasar el fin de semana.

—Sí, menos las ganas de irme —apuntó con desgana—. No me apetece nada dejarte sola en estos momentos, cari. Nada de nada.

Andy le restó importancia al asunto. Las despedidas siempre eran duras y no quería añadir más tristeza a aquel momento.

—Tranquila, mañana empiezo a trabajar en el restaurante, así que no tendré tiempo ni de respirar. Y en cuanto nos dejen sacar a Luz del hospital, nos vamos a Menorca. Hay tanto que hacer que tampoco tendré tiempo de nada… Estaré bien, Tina, no te preocupes. Los cuatro estaremos bien.

Tina asintió con énfasis. Habían perdido a Sonia, pero habían ganado a Luz así que los Avery seguían siendo cuatro. 

—Es cierto. Pero sigo sin tener ganas de dejarte sola. 

—Alguien tiene que ocuparse de cancelar nuestras cuentas y pagar facturas y toda esa lista de cosas que te ha dado mi madre para hacer —sonrió, intentando animarla y animarse—. ¿Y te quejabas de que en el gimnasio no parabas con tanta gente de vacaciones y tantos temporales ineptos? ¡Ahora sí que vas a estar hasta arriba de trabajo!

Tina sonrió.

—Y con lo minuciosa que es Anna para todo, me llamará para pasar revista, cosa por cosa, hasta que haya liquidado la última. 

Esta vez fue Andy la que asintió con énfasis. Menuda era su madre.

—¿Estás segura de que quieres que la venda?

Se refería a la vetusta moto de las hermanas Avery. Andy asintió.

—Tío Pau tiene razón. La pobre está en las últimas y con lo me saldría traerla, matricularla y demás, no merece la pena. 

—No todo en la vida es cuestión de dinero, Andy.

Estaba claro, pero necesitaba que aquel proceso de liquidar la vida familiar de los Avery en Londres y comenzar una nueva en España fuera lo más liviana y rápida posible para su madre. Insistir en aquel asunto, seguramente le permitiría conservarla, pero no lo quería al precio de que Anna discutiera con su hermano.

—Solo es una moto. Nada más.

Tina lo dio por bueno. 

—Es hora de marcharme, nenita. Prométeme que te vas a cuidar y que no vas a dejar de entrenar al menos un par de veces por semana. Es tu cable tierra, no lo olvides. Y a tu vida le esperan grandes movimientos sísmicos —las dos amigas se abrazaron—. Prométemelo, anda, así me voy más tranquila.

—Te lo prometo. Venga, vete o no embarcas.

Tina volvió a abrazarla fuerte un momento y luego se encaminó hacia el control de equipaje a paso rápido.

* * * * *

Sábado 12 de septiembre de 2009.

Rowley Customs.

Londres.

Después de tres días en Edimburgo, lidiando con escoceses, necesitaba más que nunca pringarse las manos de grasa, pensó Dylan mientras bajaba la rampa que conducía al corazón del taller de customizados de Evel.

AJ se asomó por el costado del capó al oír pasos que se acercaban y al ver de quién se trataba, sonrió. Con sus infaltables vaqueros llenos de rotos de diseño, caídos a mitad de la cadera, su camiseta sin mangas, exhibiendo los tatuajes, era la viva imagen de un hombre satisfecho de sí mismo. Desde que había conseguido el “trabajo de su vida”, mucho más.

—¿Alguien puede confirmar que ese sujeto con más tinta en su piel que un periódico es quien yo creo que es? No me he traído las gafas…

—¿Te refieres al de la cabeza como una bola de billar? —terció Maddox, broma que le granjeó una mirada irónica por parte del irlandés, primero a su cara, luego al estropicio de trenzas hechas sin orden ni concierto que llevaba puesto a modo de peinado. Nunca había entendido el arte capilar africano al que los hombres negros eran tan aficionados.

Notó que Evel también estaba allí, apoyado contra la cabina de un Jeep que parecía que acababa de llegar de la guerra, hablando por el móvil. A juzgar por su lenguaje corporal -y la miel que le salía a chorros por cada poro de la piel- no le hacía falta preguntar con quién hablaba.

Dylan se quitó las gafas de sol que colgó del cuello de su camiseta y se detuvo sobre el emblema que dominaba el centro estratégico del área de trabajo del taller. Dejó caer al suelo el bolso de deporte donde traía su ropa de trabajo. A continuación, dio una vuelta sobre sí mismo, exhibiendo su percha y su buen estado físico (en comparación con quienes se estaban mofando, él parecía una estrella de cine).

—Mirad y aprended —replicó señalándose con una mano—. Esto es un tío cañón.

Un coro de carcajadas le dio la bienvenida.

—¡Qué jeta tienes! —dijo AJ haciendo temblar sus enormes bigotes blancos de tanto reír—. Se te echaba de menos, tío. Últimamente, no te vemos mucho por aquí. ¿Qué tal te va la vida? 

—Muy bien. Anoche llegué de Edimburgo y el martes parto para Niza.

—¿Ya te vas, tan pronto?

Dylan asintió. Tenía media casa por embalar y varios otros asuntos que resolver, pero debía incorporarse al trabajo en la nueva fecha prevista. Lo que no lograra acabar, se quedaría pendiente hasta su próximo viaje a Londres.

—Hola, Dylan, no te había visto… —lo saludó Evel, dándole un puñetazo en el hombro.

El irlandés aprovechó la ocasión para mofarse con descaro. 

—¿Qué, has acabado ya de hablar con tu mujercita? 

Evel sonrió con resignación ante la tanda de bromas que le esperaban. Se disponía a responder cuando AJ intervino. En tono de mofa.

—Qué va. Ha acabado esta llamada. Es la quinta desde que abrimos, así que echa cuentas de las que van a caer hasta que llegue la hora de cerrar. ¡Hablan más que antes de casarse en secreto y casi organizar la V Guerra Mundial! 

Ya, pensó Evel, que no le recordaran la guerra. Todavía estaba lidiando con el bando enemigo, sin visos de que fumaran la pipa de la paz en un futuro próximo. Y como no tenía ninguna intención de que aquel asunto acabara convertido en tema de conversación otra vez, señaló el vehículo que estaba sobre la tarima de montaje.

—¿Lo has visto?

—¿Es tu primer bólido? —preguntó asombrado. Evel asintió con una sonrisa satisfecha—. ¡Qué pasada!

Se acercó a inspeccionarlo más detalladamente y fue entonces que otro vehículo atrapó su atención.

—¿Esa es la moto de Andy?

Sabía que era su moto, no necesitaba preguntarlo, pero ver asentir a Evel disparó una sucesión de preguntas en su mente. La más recurrente fue la que formuló con una sonrisa de la que ni siquiera fue consciente.

—¿Ha vuelto a Londres?

—No. La ha traído una amiga de la familia para que la venda.

—¿Se queda en España?

—Sí, por lo visto. Están liquidando todos sus asuntos aquí.

Entonces, la situación de su madre se había agravado. Qué putada, pobre Andy, pensó. Volvió a mirar de reojo la moto.

—¿Tienes comprador?

Evel ladeó la cabeza y escrutó a su amigo, intentando precisar si en verdad estaba tan raro aquella mañana, o solo se lo parecía.

—¿Tienes algún otro negocio en mente? —Y no añadió “como cuando te quedaste Princesa a precio de saldo”, pero no hizo falta. Era algo que había oído en más de una ocasión y Dylan leyó entre líneas. Y como era habitual en él, no escatimó ironía cuando respondió:

—Siempre, chaval. ¿No dices que soy el tío del millón de contactos? ¿Cómo crees que los hago si no es proponiéndoles negocios? Tengo un comprador. Si te interesa, me lo dices. 

A continuación, recogió el bolso de deporte y se dirigió al vestuario a ponerse la ropa de faena.

* * * * *

Cuando regresó al área de trabajo del taller, Niilo estaba trabajando en el primer customizado de Evel. En realidad, lo que hacía era proferir lo que parecían palabrotas en una lengua desconocida. Las dos cosas le resultaron rarísimas, que aquel chaval reservado y hasta cierto punto huraño, con tal aire al personaje de Anakyn Skywalker de “La guerra de las galaxias” que muchos lo apodaban así hubiera salido de su ostracismo, y no entender un pimiento de lo que decía.

—Tranquilo, tío, que te vas a quedar calvo de tanto cabrearte. ¿Te puedo echar una mano?

Niilo salió del interior del vehículo, tomó un destornillador de la mesa de herramientas y volvió a introducirse en el coche. 

—Depende. ¿Puedes traerme a Conor para que lo mate lentamente y luego encargarte de limpiar la escena del crimen? —dijo al tiempo que desmontaba el salpicadero con movimientos bruscos que denotaban, sin ningún género de dudas, el nivel de cabreo que tenía en el cuerpo—. El muy capullo tenía tanta prisa por largarse a Barcelona que lo ha dejado todo manga por hombro…

 Dylan se quedó cortado. ¿Cómo que se había ido a Barcelona? ¿Cuándo?¿Así, sin más? 

—¿Y a qué ha ido a Barcelona? 

Niilo asomó la cabeza por el hueco de la ventanilla. Para ser un tipo que se jactaba de ser la lógica andante, hacía preguntas bastante obvias.

—¿Y a qué va a ser, Dylan? A intentar ligar con Andy. Por lo visto, todavía no se ha dado cuenta de que es mucha mujer para él.

La expresión del irlandés mostró a las claras que intentaba procesar información que no acaba de cuadrar y si Niilo tenía alguna duda al respecto, cuando lo vio sacudir la cabeza como si pretendiera que las piezas de su cerebro se colocaran en su sitio, ya no le cupo ninguna. 

—Lleva meses flirteando con ella cada ocasión que tiene. Y si no la tiene, se la inventa. No sé qué te sorprende tanto.

—Tu tono —replicó el irlandés. Aunque eso no era del todo cierto, la sorpresa principal tenía que ver con Conor y no con aquel ingeniero inglés de ascendencia finlandesa por el que Evel sentía tanto respeto, personal y profesional.

—¿Qué le pasa a mi tono?

—Suena a dos gallos compitiendo por la misma gallina.

Niilo dejó lo que estaba haciendo y se volvió a mirar a Dylan. Todo él rezumaba ironía. Ironía finlandesa.

—¿Has estado fumando maría, tío? 

Aquel fue el fin de la conversación. Niilo continuó trabajando y Dylan se puso a ayudar a AJ con el Jeep. Mentalmente, sin embargo, no dejó de darle vueltas al asunto de Conor y Andy. 

Y de sentirse raro cada vez que se descubría haciéndolo. Después de todo, ¿qué se le había perdido a él en esa historia?

Nada.

Nada de nada.

* * * * *

En Barcelona…

Andy soltó la bandeja sobre la barra y salió corriendo a recibir a su madre, loca de alegría. Era la primera vez que Anna abandonaba el piso de su hermana para algo diferente que su visita diaria a la pequeña Luz quien permanecía en la UCI Neonatal, y verla tan guapa, recuperándose poco a poco era la mejor noticia que podía recibir.

—¡Me encanta que me des estas sorpresas! ¡Mira qué guapa estás! ¿Has comido ya o puedo tentarte con alguna de las delicias del nuevo menú de Ciro? —La estrujó dando rienda suelta a su alegría—. ¡Ay, mami, qué contenta estoy de verte!

Anna se dejó querer. La animaba sentirse mejor y la animaba mucho más aún ver una sonrisa en aquel rostro joven que amaba tanto.

—Me he dicho “¿cómo no vas a ir a ver a tu niña ahora que ha cambiado la camiseta y los vaqueros por un uniforme tan elegante? —La apartó un poco para poder mirar el uniforme femenino del restaurante compuesto de unos elegantes pantalones negros de vestir y una blusa blanca de mangas cortas—. Estás preciosa, Andy.

Ella bromeó dando una vuelta completa sobre sí misma como si fuera una modelo ante la mirada enternecida de Neus, que contemplaba a madre e hija satisfecha de poder, al fin, tenerlas a su lado. Desde la barra auxiliar, Pau también contemplaba el espectáculo con evidente placer. Le había tomado años volver a reunir a su familia, años de peleas con su padre, años de intentos vanos… y todavía seguía cruzando los dedos, rogando que nada echara a perder las cosas.

—Venid, quedaos conmigo un rato aquí en la barra mientras voy atendiendo, que el chef se enfada si los platos se retrasan un segundo —le hizo un guiño a Neus, la madre del aludido, que se dirigió a la cocina para saludarlo.

Anna tomó asiento en uno de los elegantes taburetes altos con respaldo y Andy le sirvió una limonada que era su segunda bebida de verano favorita. La primera, cerveza, se la había prohibido el médico.

—Gracias, cariño… He ido a ver a Luz y está muy bien. La pediatra cree que si sigue ganando peso como hasta ahora, podrán darle el alta antes de lo que pensaban.

—¿En serio? —dijo la camarera ilusionada y al ver a su madre asentir, añadió—: ¡Este día es perfecto! ¡Ay, qué bien, mamá!

Anna hizo un gesto tristón. Danny no llevaba nada bien su vida en España. La idea de Pau de traerlo al restaurante para que aprendiera el oficio y se entretuviera no había funcionado. Quim, el mediano de los hijos de Neus había sugerido intentarlo con los viñedos familiares y parecía, por el momento, haber tenido más suerte.  

—Dudo mucho que a tu hermano le vaya a alegrar tanto. No por Luz, claro, sino por irnos a Menorca. Si Barcelona no le gusta, a Menorca la odia… A pesar de no haber estado allí jamás… 

La familia había decidido trasladarse a la isla tan pronto la pequeña recibiera el alta médica y eso había constituido la segunda pataleta de Danny en el corto tiempo que llevaba en España. Pero, en realidad, no odiaba Menorca, la temía. Menorca era el reino de los Estellés, sus dominios. Y por más que Pau estuviera desde el verano al timón de los negocios familiares, patriarca había solo uno: el abuelo Francesc Estellés, un hombre orgulloso y autoritario que le había dado la espalda a su hija por casarse con un inglés y marcharse de su reino, y que apenas había visto un par de veces a sus nietos mayores. Al menor, ni siquiera se había molestado en conocerlo. El muchacho tenía miedo de enfrentarse a él, de que su madre sufriera, de lo que sería de ellos en una isla a merced de un hombre que no los quería. Temores de adolescente, nada más. A Andy, en cambio, lo que menos le preocupaba era el patriarca: no albergaba ningún sentimiento hacia él y como no pensaba permitir que él -ni nadie- hiciera daño a su madre, le daba igual. Estaba segura de que en cuanto Danny lo comprendiera, se quedaría tranquilo.

—Se adaptará, mami. Todo esto lo ha trastornado un poco, pero es un buen chico que adora a su madre y hará lo que haga falta con tal de verla bien. No te preocupes. Va a estar bien vivir en una isla soleada y calurosa, para variar  —la animó, apretando cariñosamente su mano.

Y fue en aquel momento que lo vio: alto, delgado, con unos pantalones de camuflaje, una camiseta totalmente “flower power” (que a punto estuvo de arrancarle una carcajada) y unas rastas multicolores divinas…

El cambio de actitud en Andy hizo que Anna se girara para poder seguir la dirección de su mirada. Sonrió sin poder evitarlo al reconocer al joven que se dirigía hacia ellas. No lo conocía personalmente, pero le habían hablado tanto de él… Mucho y bien.

Andy rió de pura sorpresa cuando él se detuvo frente a ella.

—Hombre, Conor… ¿Estoy soñando que estoy en el MidWay o tú te has equivocado de bar…? ¿Qué haces en Barcelona?

Él le obsequió una mirada tan seductora como su sonrisa. 

—Verte —respondió con simpleza.

Desde la barra auxiliar, Pau meneó la cabeza. Era hombre y, como tal, podía reconocer que el éxito que su sobrina tenía entre los hombres estaba plenamente justificado. Era un encanto de niña, bonita, simpática y divertida. Lo que no dejaba de sorprenderlo era el furor que parecía causar entre los amantes de las motos de Su Majestad la Reina Isabel II. 

La fórmula no fallaba nunca: si era motero y era inglés, nueve de diez que quería enrollarse con su sobrina. 

* * * * *

El restaurante empezaba a llenarse y el motero de las rastas seguía allí, dándole charla a Andy en la barra. Pau se lo indicó con una seña a su sobrina quien, de inmediato, se puso a trabajar. El motero permaneció allí, charlando por etapas con Andy, mientras ella atendía las mesas y cantaba comandas en la cocina. Se disponía a salir de la barra para agilizar la salida de platos antes de que a Ciro le diera un ataque, cuando sonó el teléfono. Volvió sobre sus pasos y lo atendió.

Hola, ¿podría hablar con Andy, por favor? —oyó que le decía una voz de hombre en inglés.

Pau procesó la información con rapidez. La mayoría de la gente que conocía su sobrina era de su misma nacionalidad. Y como era soltera y estaba en edad de merecer, no tenía nada de raro que un inglés pidiera hablar con ella. Si además tenía en cuenta la fórmula infalible, era bastante probable que quien llamara fuera un motero. Y de todos los moteros, había al menos una posibilidad de que se tratara de uno en particular que bajo ningún concepto quería ver junto a ella. Lo más probable era que no fuera él. Estaba claro lo que un tío tan mayor -y tan tatuado y con tanta pinta de miembro de la Hermandad Aria- buscaba flirteando con una yogurina y Andy se había marchado de Inglaterra, por lo que ya no estaba a su alcance, pero… Más valía curarse en salud.

—No está —respondió Pau—. Si quiere dejarle un recado… 

Sí, por favor. Dígale que ha llamado Dylan. Ella tiene mi teléfono. Gracias.

Dylan, pensó Pau. ¿No era ese el nombre de pila del informe que le habían hecho llegar los abogados?

—Muy bien, se lo daré —respondió.

Colgó el auricular y verificó de un vistazo rápido qué hacía su sobrina. Ella estaba de espaldas, en la máquina de café express y el motero del peinado curiosos continuaba allí, conversando con Anna, mientras esperaba que Andy volviera a regalarle un segundo de atención. 

A continuación, Pau tomó su PDA y se dirigió a atender la mesa de cinco que habían venido a celebrar el cumpleaños del abuelo.

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