Lola

Lola


CAPÍTULO 6

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CAPÍTULO 6

—¡Qué susto me has dado! ¿No sabes decir que eres tú? Ya estaba pensando con qué llave te tumbaría en el suelo si se te ocurría hacerme algo.

—He ido hasta el club, pero estabas tan entretenida y tan bien acompañada que he decido esperarte aquí.

—¡Mira que eres idiota! ¿No has dicho que no te apetecía ir al club? ¿Por qué has ido? Deja de comportarte conmigo como si te perteneciera. No me gusta nada.

—Lo sé y lo siento, pero me siento protector contigo, no puedo evitarlo. Desde pequeños ha sido así.

—No me gusta que nadie a mi lado haga algo obligado. Somos amigos, nada más. Así que, si quieres proteger a alguien, búscate una novia y le das la tabarra todo lo que quieras, pero a mí deja de tratarme como si fuera una inútil o una simple posesión.

—¿Quién era el chico con el que hablabas? —le preguntó de repente y sin venir a cuento.

Lola lo miró extrañada. Había estado con todo el grupo y había hablado con todos, así que ¿a quién se refería? Como no le diera más pistas, sería imposible saberlo. Mario agregó un nuevo dato para refrescarle la memoria—: Sí, el de la camisa a cuadros y barba, ese que te estaba comiendo con los ojos.

Lola todavía alucinaba más. No tenía ni idea, pero tampoco iba a decirle nada. Pensaba dejarlo que sufriera, si es que lo hacía.

—Sí que te has fijado bien. Si tanto interés tenías en conocerlo, haber entrado. Pero no te preocupes, que mañana te lo presento.

—No me interesa conocerlo. Me molesta las confianzas que se ha tomado contigo.

Esta vez, la mirada de Lola no era de asombro como lo había sido hasta ese momento, sino de enfado. En ese viaje, el papel de protector le estaba tocando las narices más que nunca y, como era de esperar, el explosivo carácter de Lola y su eterna frustración aparecían de repente.

—Se tomaba las confianzas que yo le daba, y a ti ni te va ni te viene, ¿lo has entendido de una puñetera vez? ¡Que sea la última vez que me haces un comentario de este tipo! A ver si lo entiendes de una puta vez, y te lo voy a decir muy clarito porque pareces un poco corto: veo a quien quiero, dejo que me sobe quien me da la gana y me llevo a la cama a quien me apetece ¿Lo has entendido ya?

Escuchar a Lola cómo se enfadaba, lejos de calmarlo, lo estaba poniendo a cien. Desde la cena no había podido sosegarse. Había llegado hasta el club y, al entrar y encontrarse que Lola se estaba divirtiendo con todo el grupo que esa misma mañana se habían encontrado en la escuela de parapente, no pudo evitar que una rabia lo recorriera de los pies a la cabeza. Y ver cómo cuchicheaba con aquel chaval, que sabía perfectamente cómo se llamaba, le producía una rabia especial. Observó a través de una pequeña ventana durante cinco minutos y estuvo dispuesto a entrar, pero al ver cómo reían Lola y Pau durante aquellos minutos, y cómo este se acercaba para hablarle al oído, lo enfureció sin que él mismo entendiera el porqué.

Se marchó enfadado, aunque no sabía muy bien con quién, y se dirigió al hostal. Se acostaría y punto final. Pero no pudo hacerlo. Fue incapaz de acostarse dejando a Lola sola. Entró en la habitación, pero no llegó a quitarse la ropa y volvió a salir. La esperaría en la calle. No quería que se volviera a enfadar con él, y es que tenía toda la razón. No sabía por qué le había mentido y no le había dicho que él también había pensado en ir al club un rato. Pero Lola lo confundía, era difícil estar solo con ella. Deseaba más, pero al mismo tiempo le aterraba cualquier tipo de intimidad.

La oía, pero no escuchaba lo que decía, solamente seguía sus labios. Ese movimiento lo estaba poniendo cardíaco. Su boca se abría y se cerraba, y solo podía imaginarla moviéndose contra la suya. Con imaginarlo no podía atender a nada más, y sin darse cuenta, sin pensar lo que hacía, le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hasta él, quedando sus cuerpos totalmente pegados. Después pasó el otro brazo, estrechándola tanto contra él que apenas podían respirar. Sin decir nada y con la respiración alterada, bajó sus labios hasta los de Lola y, por primera vez en la vida, entraron en contacto. Fue una sensación tan increíble que, aunque pasaran muchos años, ninguno de los dos olvidaría jamás.

Los dos temblaban, pero no se apartaban. Era algo que llevaban deseando años, pero jamás se habían atrevido a dar ese paso. Mario movía sus labios con insistencia, con deseo. Seguía teniendo miedo, pero era incapaz de apartarse de Lola. Ella era como un imán que no lo dejaba alejarse. Su mente le repetía que solo un beso, que cuando se separaran estarían más tranquilos, pero ese momento fue el que eligió Lola para mover sus labios, para abrirlos y cerrarlos, y fue esa pequeña chispa la que Mario necesitaba para descontrolarse por completo. La ciñó por la cintura con fuerza, subiéndola hasta que quedaron a la misma altura. Lola no tocaba con los pies en el suelo. Estaba en el aire y totalmente a merced de Mario.

—Lola…, no sé qué estamos haciendo.

Pero en vez de parar, la devoraba, se metía dentro de su boca, y con su lengua degustaba con glotonería aquel sabor único. Respiraba con dificultad, pero le daba igual. Necesitaba absorber todo lo que pudiera de Lola porque no podría volver a suceder otra vez. Pero era incapaz de separarse de ella. Cuanto más lo pensaba, más fuerte la aprisionaba contra su cuerpo. Su mente y su corazón iban por caminos contrarios, pensaban de forma muy diferente y, por el momento, ganaba su corazón.

—¡Lola! —exclamó Mario con un suspiro sobre los labios de aquella mujer que lo estaba volviendo loco.

Ella, como respuesta a esa súplica, se contoneó contra su cuerpo con verdadera lujuria. Tantos años deseándolo, imaginando cómo sería estar entre sus brazos, y ningún sueño se parecía a la realidad. ¡Era mucho mejor! Jamás imaginó que estar con Mario fuera así. No era una mujer sin experiencia, pero lo que sentía con un beso de Mario no lo había experimentado al lado de ningún otro hombre. Era como rozar con las yemas de los dedos el paraíso, era la más sublime y placentera experiencia que había vivido en toda su vida. Ahora sabía que besar y sentir a Mario contra su cuerpo era lo único que necesitaba para ser feliz.

Mario no podía razonar como lo hacía Lola. Estaba colapsado y había dejado de pensar lo que era correcto y lo que no hacía un buen rato. Únicamente quería sentirla y que ese momento no acabara nunca.

Fue Lola, determinada a que aquello siguiera adelante y no terminara con un simple beso, la que dijo algo en un segundo que sus labios quedaron libres:

—¿Vamos a la habitación, Mario? —susurró totalmente excitada.

—Sabes que no vamos a conformarnos con un beso —le contestó él, tan excitado como ella.

—Lo sé, no puedo luchar más contra lo que deseo. ¿Tú sí? —le preguntó, deseando que su respuesta fuera negativa.

Mario ni contestó y, sin soltarla, la llevó hasta la puerta de la entrada, la empujó con el hombro y subió las escaleras con Lola en volandas. Los dos temblaban, y no era por el frío precisamente. Saber que en pocos minutos estarían amándose como llevaban tiempo deseando los excitaba a la vez que los asustaba. Se conocían mejor que nadie. Mario sabía cómo era Lola, qué le gustaba y qué odiaba, y al contrario pasaba lo mismo: Lola sabía perfectamente cada defecto y virtud de Mario. Pero en la cama eran dos desconocidos, incluso había sido la primera vez que se besaban.

Antes de seguir adelante, las dudas volvieron, sobre todo a Mario.

—¿Y si después nos arrepentimos? —le pregunto Mario, mucho más indeciso que ella.

—Tú decides. —No quería forzarlo a hacer nada que no deseara.

En contestación, Mario, con manos temblorosas, recorrió su cuerpo mientras volvía a asaltar su boca. Lola cerró los ojos para sentirlo con más intensidad. Se estremecía entre sus brazos. Cada caricia y cada beso hacía que lo deseara con más desesperación. Mil veces había estado en sus brazos mientras la ayudaba a subir por algún barranco, en las escaladas o en alguna ocasión que iban en la misma moto, e incluso cuando se despedían siempre se abrazaban, pero jamás como en ese momento. Era la primera vez.

Mario, como si de un ritual se tratara, la desnudó con paciencia sin dejar de besarla. No quería perder ni un solo instante el contacto con ella. Al final, cuando pasó sus manos, solo había entre ellos unas finas braguitas que, lejos de molestarlo, lo excitaron todavía más. Había visto a Lola mil veces en bikini y jamás le había pasado lo que le sucedía en ese instante. Y la ropa era la misma, pero el momento era completamente diferente. Sabía que, en cuanto le quitara esa prenda tan íntima, la tendría toda para él. Después de tres años deseándola y negándose a pensar en ello, ese día sería suya. Al día siguiente ya se preocuparía de todo lo demás, porque en esos momentos, en lo único que pensaba era en hundirse dentro de ella y no salir jamás.

Lola ni siquiera pensaba. Fue sentir las manos de Mario sobre su cuerpo desnudo y su mente se colapsó, preocupándose solamente en sentir. Mario la tocaba de esa forma tan sexual, y todo era completamente nuevo para los dos. Mil veces había sentido aquellas manos sobre su cuerpo durante años, pero jamás como en ese instante. Las manos de Lola volaron sobre la ropa de Mario y, en segundos, se vio despojado de todo lo que llevaba puesto.

Sentir la piel de Lola en su propia piel lo hizo gemir de placer. Era algo increíble. Nunca pensó que se sentiría así, tan ansioso, tan excitado, incluso temblaba como una hoja por el mero hecho de tenerla entre sus brazos. La deseaba como a nadie, y lo más asombroso de todo era que la tenía allí mismo, sintiendo lo mismo que él, deseándolo de la misma manera, ardientemente, desesperadamente. Sus manos recorrían sus cuerpos con tanta ansiedad que esta se confundía con necesidad. No podían separarse.

—Lola, estamos a tiempo de parar, pero cada minuto que pasemos así será más difícil hacerlo. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?

—Yo no tengo ninguna duda de lo que quiero, Mario. Sé lo que quiero, y ahora te quiero a ti. La cuestión no es esa, estoy más que segura, pero ¿y tú? ¿Quieres lo mismo? —le preguntó Lola con cierto temor. Temía que en el último momento se echara atrás.

La sinceridad de Mario la tranquilizó. Aunque las señales le decían que los dos deseaban lo mismo, Mario podía ser un poco obtuso cuando quería. Pero en esta ocasión no fue así, y no solo su cuerpo lo confirmó, sino también sus palabras:

—Ahora mismo solo quiero follarte de cien maneras diferentes. Quiero entrar en ti y no salir en toda la noche, pero no sé qué pasará mañana, y eso es lo que me preocupa y me asusta.

—No pienses tanto, por favor. Significará lo que nosotros queramos que signifique. No te pongas transcendental, que con tu historial no te pega. ¿Tengo que ir a buscar otro para follar después de haberme calentado? Si es así, dímelo ya y no sigas mareando la perdiz. Entra en mí y deja que disfrutemos de algo en lo que llevamos pensado mucho tiempo, aunque no nos atreviéramos a decir nada. Bésame y no pienses más, o si no, lárgate para que busque lejos de ti lo que quiero.

No hizo falta que Lola le dijera nada más para que Mario asaltara su boca. La estrechó con fuerza contra él llevándola hasta la cama, donde los dos se dejaron caer. Pensar que Lola pudiera buscar al tal Pau para calmar su excitación le revolvía el estómago. Era tanta la urgencia y la excitación que no hizo falta calentarse más. Lola metió la mano bajo el pantalón hasta llegar al duro y erecto pene y este guio sus dedos bajo aquellas braguitas llegando a su sexo, húmedo y ya preparado para ser penetrado.

Al sentir aquella suave caricia, ella separó sus piernas sin ningún pudor quedándose totalmente expuesta a él. No necesitaba de más juegos eróticos ni de insistentes caricias; estaba húmeda y preparada para recibirlo. No quería retrasarlo más, quería sentir a Mario dentro de ella, así que apartó su mano y tomó ese miembro duro y grande entre sus dedos guiándolo a su más que preparada abertura. Sin más, con un leve empujón de Mario, entró suavemente pero con decisión, colándose hasta lo más profundo de su cuerpo, llenándola y reclamando ese espacio de su propiedad.

Lola se dejaba hacer; no era capaz de emitir ni un sonido. Estaba recibiendo a Mario en su interior y era la sensación más increíble que llegaría a sentir jamás. La suavidad de su miembro deslizándose por su interior era algo que, aunque viviera cien años, no podría olvidar. No era como siempre había soñado. ¡Era mil veces mejor! Y después de vivir esa intimidad con Mario, sabía que jamás podría vivirla con otro hombre. No podría intimar con nadie más que no fuera él: Mario.

Con suaves y lentos movimientos, intentaba llegar con cada embestida a lo más profundo de su cuerpo. Era como exigir un territorio, una sensación de propiedad. Quería reclamar a la mujer que tenía entre sus brazos y que no quería dejar jamás. Mario no se dio cuenta de que había aumentado el ritmo de sus movimientos hasta que Lola gimió dentro de su boca. La vibración de ese erótico sonido, junto con las suaves sacudidas, le hizo entender que Lola se había corrido y que él apenas había sido consciente. Con Lola no era capaz de controlar nada. Nunca había perdido el control de esa manera, jamás había hecho el amor con alguien sin estar pendiente de todo, pero en ese instante, simplemente se dejó llevar, se rindió totalmente a la mujer que tenía bajo su cuerpo.

Una fuerte sacudida le indicó que su miembro inundaba sin ningún tipo de barrera el templo del placer que acababa de conocer: el interior de Lola. No tuvo control para correrse dentro de ella, lo perdió por completo, y cuando se dio cuenta, era demasiado tarde, imposible frenar su pasión. Además, tampoco quería hacerlo, no quería reprimirse Lo único que le pedía su cuerpo era inundarla con su semilla, tomar posesión de esa zona tan íntima y reclamarla para él

Durante unos minutos, ninguno de los dos dijo nada y tampoco se apartaron. Permanecieron abrazados, sin separarse, uno en brazos del otro. Fueron unos momentos mágicos. Sus cuerpos satisfechos y saciados yacían casi inertes sobre la cama y tan juntos que parecían uno solo. Sus mentes vacías apenas podían pensar, y mucho menos asimilar lo que había sucedido entre ellos. Solamente podían sentir los rápidos y potentes latidos de sus corazones, las respiraciones entrecortadas y el suave roce de sus manos que perezosamente recorrían sus cuerpos.

Mario abrió los ojos y la miró con tal intensidad que, en pocos segundos, Lola abrió también los suyos, presintiendo que una mirada abrasadora la observaba con insistencia. Se encontró con los intensos ojos verdes de Mario a pocos centímetros de los suyos. Empezaban a ser conscientes de lo que había sucedido entre ellos y que a partir de entonces todo sería diferente. Sostuvieron sus miradas durante unos segundos, sin hacer ningún movimiento, sin decir ni una palabra, nada, pero sus mentes empezaron a activarse. Por dentro, eran dos locomotoras a punto de echar humo.

—¿Qué hemos hecho? Yo no quiero que entre nosotros cambie nada, y tengo miedo a que la hayamos cagado. ¿Tú qué piensas? —le preguntó él preocupado.

Lola se quedó mirándolo y pudo ver el miedo en sus ojos. Estaba aterrado. Estaba muy claro que no sentía por ella lo mismo que ella por él. Le dolió reconocerlo, pero Lola era ante todo muy realista y sabía que los sentimientos no se pueden imponer. O se quiere o no se quiere, y estaba claro que Mario no la quería. Si hubiera sentido lo mismo que ella, no tendría ninguna duda para reconocer que era el amor de su vida. No era así y lo único que tenía era miedo de decepcionarla, pero solo como amiga. Segura como estaba del tipo de sentimientos que tenía hacia ella, solamente fraternal, no iba a ser tan masoquista como para reconocer los suyos abiertamente ante él. Todavía le quedaba un poco de orgullo.

No tenía la intención de humillarse ni ante él ni ante nadie. Jamás admitiría sus sentimientos para ser rechazada. Y los ojos de Mario no mentían, no había ni una pequeña posibilidad de que sus sueños se hicieran realidad.

Su rápida y ágil mente se repuso del punzante dolor que su corazón le estaba trasmitiendo, y poniendo mayor empeño que nunca en disimular y en que sus sentimientos no asomaran, le dedicó una sonrisa mientras con toda la tranquilidad del mundo, como si lo que había pasado entre ellos fuera lo más normal del mundo, comenzó a despreocuparlo:

—¡No te asustes, que no ha pasado nada! Nos hemos dejado llevar, nada más. Nunca habría pensado que fueras tú el que más importancia le diera a lo que ha sucedido entre nosotros. Simplemente hemos echado un buen polvo, no quieras ponerle otro nombre. ¿No has oído hablar de los amigos con derecho a roce? Esto sucede muy a menudo.

—Pero contigo no. Contigo es diferente. ¡Somos como hermanos! Me siento como si cometiera un acto de incesto.

—¡Que no eres mi hermano, no eres nada mío! Si quieres olvidar lo que ha pasado, tú mismo, pero no me vengas con arrepentimientos ni comeduras de olla, que no estoy para tonterías. Además, si no hubiera sido contigo, quizás habría quedado con Pau para echar un polvo —mintió.

Lola no podía disimular por más tiempo, y mucho menos seguir hablando, ya que las palabras se quedaban estranguladas en su garganta. Negar sus sentimientos era algo muy duro de digerir cuando lo que deseaba más que nada en el mundo era seguir entre sus brazos y decirle cuánto lo amaba. Durante muchos años lo había hecho en silencio, había dicho solo para ella cuánto lo amaba. Pero no quería que nadie sintiera lástima por ella, y menos que nadie, el propio Mario. Así que, con todo el dolor de su corazón, se separó de él, aunque no pudo evitar que, antes de levantarse y alejarse de él, un último beso rozara sus labios. Temblaba porque estaba a punto de derrumbarse, pero necesitaba sentirlo tan cerca como lo había sentido unos minutos antes. Todavía tenía su miembro dentro de ella, y en cuanto se separaran, todo habría acabado para siempre.

Cerró los ojos mientras sus labios se unían y absorbían en esos últimos segundos de intimidad todo lo que ella deseaba disfrutar el resto de su vida. Sus labios temblaban sobre los de Mario porque era lo más doloroso que había hecho nunca. Durante un largo rato, él le había pertenecido, había sido suyo, y en solo unos segundos lo iba a perder. Porque eso era lo que iba a pasar. En cuanto se separaran, sabía que Mario pondría tierra de por medio. Lo conocía.

Lola se obligó a separar sus labios, y lo hizo con lentitud. Todo había acabado antes de empezar. Era mejor así, porque una sola vez le dejaría una huella imborrable. Si estuvieran más tiempo juntos, cuando Mario la abandonara, no podría resistirlo.

Al separarse, el miembro flácido de Mario salió con suavidad del interior de ella y este notó un frío, una sensación extraña que nunca había sentido. Lola se sintió vacía. No solo su vagina se quedaba desamparada, sino también su alma. No pudo aguantar más y salió de la cama a toda prisa para encerrarse en el lavabo. «No es algo extraño actuar así», pensó Lola mientras se dirigía a la puerta del lavabo con los ojos brillantes a punto de derramar las primeras lágrimas. Se mordió el labio con fuerza para evitarlas y enseguida sintió en su boca el fuerte sabor a hierro. La fuerza con la que sus dientes mordían le provocó una herida y la sangre fluyó en su boca. Con gran rapidez, cruzó la habitación entrando al pequeño lavabo que había dentro de la habitación.

Mario la miraba mientras desaparecía en el lavabo. Estaba confundido. Se sentía extraño porque, hasta ese momento, siempre había sido él el que se levantaba y enseguida buscaba distancia con la persona que acababa de mantener relaciones, pero esta vez no había tenido esa sensación. Cuando Lola se apartó y su miembro salió de su interior, sintió un gran desamparo. Quería seguir dentro de ella, quería seguir abrazándola, sentirla sobre su pecho, besar durante toda la noche sus ardientes labios palpitando junto a los suyos. No quería que terminara. Había sido un aperitivo, porque él deseaba pasar toda la noche entrando y saliendo de ella. Con una vez no era suficiente. La quería a su lado.

Incluso estaba molesto por lo poco que había significado para Lola. Tendría que sentirse tranquilo, relajado. Había sido un calentón y nada más, pero no se sentía así. Estaba decepcionado, desencantado, sus manos buscaban a Lola y no la encontraban, sus labios también la deseaban y su pene volvía a estar duro solo con pensar en volver a estar dentro de ella.

Dentro del baño, Lola se lavó la cara intentando alejar las lágrimas. Seguía mordiéndose el labio y las pequeñas gotas de sangre se confundían con su saliva. Estuvo unos minutos mirándose al espejo hasta que decidió meterse en la ducha. Al sentir el agua correr por su cuerpo, no pudo evitar que aquellas lágrimas que había intentado controlar salieran, se confundieran con el agua y se perdieran por el desagüe. Estuvo unos minutos bajo la ducha, dejando que el agua caliente la calmara y pusiera sus emociones en orden. Finalmente, salió y se secó enérgicamente mientras dejaba todo en esa ducha: su decepción, su pena, su dolor, todos los sentimientos que la estaban rompiendo por dentro. Volvió a colocase su máscara de indiferencia, esa que decía «Aquí no ha pasado nada», y regresó a la habitación.

Mario la observó con mucha atención. Había algo extraño en su mirada, pero podían ser mil cosas: jabón de la ducha, cansancio o sueño. Pero quería decirle algo, que había sido un polvo, pero no uno cualquiera. Necesitaba decirle la verdad, quería que ella supiera cómo se había sentido.

—Ven aquí conmigo y hablemos —le dijo Mario, dando palmadas en la cama a su lado—. Necesito hablar de lo que ha pasado entre los dos, saber qué significa para nosotros. No quiero que sea algo tan frío. Te necesito a mi lado.

—Y estoy a tu lado, Mario, pero debemos ser realistas, si no es así, sufriremos. Yo también te necesito a mi lado y no quiero que un momento de locura y desenfreno nos aleje. Por eso debemos darle la menor importancia posible a lo sucedido.

—Para mí no ha sido un simple polvo. Ha sido algo especial. No me había sentido así nunca. No menosprecies lo que hemos vivido y sentido, Lola. Sé que para ti también ha sido algo especial. Estabas entre mis brazos y he sentido en mi propia piel cómo te estremecías, cómo me besabas y cómo me acariciabas. No intentes rebajarlo a un simple polvo cuando ha sido mucho más que eso, y tú lo sabes.

Lola se quedó callada. ¡Claro que había sido mucho más!, pero no quería romperse confesándole lo que había significado para ella, no quería decirle que lo amaba desde hacía años y lo que sentía al no ser correspondida. Por eso tenía que ponerse una coraza de indiferencia, para poder blindar su corazón, y aunque no podía evitar el sufrimiento, sí que podía impedir que quedara hecho trizas. Si escuchaba a Mario, si se dejaba convencer para hablar por lo sucedido, su corazón se rompería en mil pedazos.

—Al menos quédate a mi lado —siguió diciéndole Mario—. No quiero esta reacción tan fría de separarnos nada más acabar. No eres un ligue más, eres mi amiga, y hoy además hemos sido amantes. No te alejes de mí, Lola.

—Mario, quizás no deberíamos habernos acostado, pero ha sucedido y no quiero que le demos más vueltas o creará una brecha entre nosotros. Nos dejamos llevar y nada más. Hemos disfrutado los dos, y no intentes idealizarlo o suavizarlo.

Estas cosas pasan: dos amigos que comparten mucho tiempo juntos y acaban en la cama. No busques más explicaciones. Hazte a la idea de que hemos disfrutado de la misma manera que si practicáramos algún tipo de deporte. ¡Joder, ya no sé qué más decirte para que no te comas el tarro!

—¿Estás segura de que solo ha sido eso? —le preguntó Mario, lleno de dudas.

—¿Tienes dudas? ¿Qué crees que ha sucedido? Yo te respondo: no ha habido nada más, simplemente sexo. No me dirás ahora que es la primera vez que echas un polvo simplemente por deseo. ¿O eres de los que si no hay amor, no hay sexo? —le preguntó con un deje de burla.

—No te rías de mí, Lola. Muchas veces acabo en la cama por atracción. Seguro que muchas más que tú, pero ninguna de ellas era amiga mía.

—Siempre hay una primera vez para todo. No le des más importancia.

Mario se quedó callado. No quería decirle que no era eso lo que había pasado, que era algo más fuerte, que jamás había sentido algo parecido al lado de una mujer, que la empezaba a mirar de otra manera, y lo más increíble de todo era que creía que podría haber algo entre los dos si lo intentaban. Pero le daba miedo decírselo. Temía que Lola se burlara de él. Los signos que había creído notar, por lo que acababa de escuchar, solo eran una simple ilusión. ¿Y si después de todo Lola tenía razón? ¡Claro que la quería! Pero a lo mejor estaba confundiendo sentimientos y lo que sentía por ella era solamente amor fraternal. Su mente y lo que acababa de suceder lo tenían confundido.

Lola se acostó y, aunque las camas estaban unidas, se fue a su lado y tan a la orilla que, si se llegaba a mover durante la noche, se caería al suelo. No evitaría la situación e intentaría comportarse con naturalidad, como si fuera una excursión más.

Y eso fue lo que hicieron. Cada uno ocupó su lado de la cama y se dieron la espalda después de desearse, con un educado buenas noches, un feliz descanso. Apagaron las luces, y aunque el silencio en la habitación daba a entender que los dos habían caído en un profundo sueño, era lo más lejano a la realidad. Los dos estaban despiertos y sus mentes no descansaban; eran dos torbellinos dando vueltas a lo sucedido. Y así siguieron toda la noche.

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