Lola

Lola


CAPÍTULO 22

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CAPÍTULO 22

Los días pasaban y la mejoría de Mario era espectacular. Las fuerzas iban volviendo a su cuerpo, y de la operación solo le quedaba una cicatriz en la cabeza. La bala, de pequeño calibre, había impactado contra el hueso temporal, rompiéndolo y reduciendo el impacto del proyectil, que pasó rozando el globo ocular sin golpearlo directamente. La bala terminó alojada en las fosas nasales. La trayectoria se realizó de una forma limpia, sin romper tejidos a su paso, de ahí su rápida recuperación. Según les explicó el cirujano, era como si la bala se hubiera abierto camino apartando los tejidos, reduciendo el riesgo de inflamación y rompiendo escasos vasos sanguíneos que no produjeron hemorragias.

Mario permaneció ingresado los días que el cirujano creyó conveniente y Lola estuvo a su lado hasta el momento de abandonar el centro hospitalario. Las visitas de todos los miembros de la familia hicieron desesperar a Mario, que nunca podía estar a solas con Lola. Cuando no eran sus padres, era su hermana, y cómo no, la familia Egea tampoco dejaba de visitarlo todos los días, y si no, eran los compañeros o los amigos. La habitación siempre estaba llena de gente. Se empezaba a cansar, y si tardaban mucho en darle el alta, la cogería él voluntariamente, pero no podía seguir sin tener a Lola para él solo.

Soñaba con todo lo que haría cuando le dieran el alta. Se encerrarían en su casa y no quería saber nada de visitas; es más, si insistían, cogería a Lola y se perdería en algún lugar lejano donde nadie pudiera ir a visitarlos. Solo Lola conocía esos planes y también su agobio. Cada vez que una nueva visita aparecía por la puerta, suspiraba lleno de impotencia.

—¿No tienen nada que hacer? Nunca creí que la gente pudiera ser tan cumplida —protestó, resoplando ante los golpes en la puerta.

—Eso es porque te quieren —le dijo sonriendo Lola.

—Preferiría que no me quisieran tanto. ¡Son unos pesados! ¿Hace falta que vengan todos los días? —se quejó en voz baja.

—Eres un desagradecido —le riñó ella—. Terminan de trabajar y pasan a verte. Deberías estar contento.

—¡Y yo lo agradezco! Pero con una visita es suficiente, no hace falta que pasen todos los días. ¿No se dan cuenta de que lo único que hacen es molestar? Con tanta interrupción, no puedo ni hablar contigo, y tú eres lo único que necesito.

—Pero ¿crees que si estuviéramos solos, ibas a propasarte conmigo? Chaval, no estás en tus cabales. Haremos lo mismo si estamos solos o acompañados, así que relájate y sé amable con la gente —le dijo, mandándole un beso y levantándose para que la nueva visita llegara hasta Mario.

Él suspiró. Menuda enfermera era Lola, más estricta que las del hospital. «Pero tiene los días contados», pensó, mirándola con lujuria. No diría nada más, pero en cuanto pudiera, caería sobre ella y se las pagaría todas juntas.

Lola era tan feliz que no le importaba esperar y disfrutar de la desesperación de Mario cada vez que intentaba besarla, acariciarla o simplemente meterle mano y alguien irrumpía en la habitación. Esa había sido la tónica durante los días de ingreso. Todo el mundo quería pasar unos minutos con él para que no se sintiera desamparado y él se desesperaba por estar solo; bueno, solo del todo no, con Lola.

Cada vez que entraba alguien en la habitación y los obligaba a separarse, Mario observaba la sonrisa maliciosa en la boca de Lola. Estaba disfrutando de su desesperación. Él la miraba entrecerrando los ojos y, entre dientes, le decía:

—Sabes que en un día me las pagarás todas juntas, ¿verdad?

Y Lola, la misma Lola de siempre —la risueña, inquieta, divertida, extrovertida, desordenada y práctica, unas veces quisquillosa y otras, en cambio, ausente y atenta únicamente al mundo cuadriculado de los números, pero siempre, siempre la auténtica, su Lola—, le contestaba lo mismo todas las veces:

—Cuando quieras y donde quieras. Ya sabes que me muero por un reto.

Lo desafíaba con esa sonrisa, alterándolo y provocando que cierta parte de su anatomía se endureciera solo de pensar en cómo iba a cobrarse.

¡Y por fin llegó el tan esperado momento después de seis días ingresado! Los tres últimos había estado perfectamente, ya que le iban a dar el alta. Se levantó nervioso, se puso la ropa que el día anterior Lola le había traído y esperó. Sobre las nueve de la mañana, Lola entró en la habitación con una alegría que contagiaba a todo el mundo, lo abrazó y lo besó, retirándose enseguida y poniendo cardiaco a Mario. Cada vez ansiaba más estar fuera del hospital para tomarla entre sus brazos y no soltarla jamás.

Recogieron todas las pertenencias de Mario en una pequeña bolsa de deporte y sentados sobre la cama, con las manos cogidas y haciendo mil planes de futuro, esperaron a que pasara el médico y les diera la tan esperada alta hospitalaria.

A las doce de la mañana, el médico entró en la habitación, y después de un pequeño chequeo y, lo más importante, de unas recomendaciones obligatorias, insistiendo mucho en que, ante cualquier molestia, mareo, sobre todo si iban acompañados de vómitos, debería acudir con urgencia a un centro hospitalario, el doctor le dio el alta. Todo estaba bien. Las últimas pruebas que le habían realizado el día anterior habían salido impecables y no existía ninguna razón para seguir ingresado.

Lola cogió la bolsa y Mario, con los papeles en la mano, hizo una última parada en la recepción. Una vez todo firmado y después de concertar una cita para una semana después, los dos salieron del hospital dirigiéndose al parking donde Lola tenía el coche aparcado.

—Me he traído el coche de mi madre porque ella no lo necesita. Además, tengo planes. Nos vamos a instalar durante esta semana en casa de mis padres. Ellos están en Camprodon y la casa está vacía, así que tenemos la piscina y el jardín. Estaremos mejor que en tu piso, porque no pienso dejarte solo. Estaré vigilándote las veinticuatro horas del día. Esperaremos hasta el día de la visita del médico y así tus padres podrán pasar cuando quieran. Estaremos en el mismo pueblo. Y no me mires con esa cara. Está todo planeado y no vas a cambiar nada.

—Vale, vale, pero yo pensaba que estaríamos solos.

—¡Y lo estaremos! Pero tendremos visitas, y piensa que hasta que no vayamos a la consulta, no puedes hacer vida normal. Acuérdate de todas las recomendaciones del médico. Durante esta semana, te tomarás la vida con tranquilidad, reposo y más reposo. A partir de la semana que viene, ya hablaremos.

—Pero mi deuda me la podré cobrar, ¿no? —le preguntó Mario, mirándola con esos ojos verdes muy abiertos y llenos de ansiedad.

Lola abrió el coche y dejó la bolsa en el asiento trasero, y cuando los dos estuvieron sentados, se volvió hacia él, que estaba esperando una respuesta. Acercándose, le rozó los labios.

—Han dicho que nada de esfuerzos, cariño, y se cumplirá a rajatabla. No quiero que sufras un retroceso por no tener paciencia. Llevamos muchos años así y podemos aguantar una semana más. Estaremos juntos, hablaremos, haremos planes de futuro, pasearemos. Podemos hacer muchas cosas los dos, pero hasta que no te vea el doctor la semana que viene, nos limitaremos únicamente a eso. ¡Nada de esfuerzos! ¡Vida contemplativa!

Mario resopló, pero no dijo nada más. Conocía a Lola y no la podría convencer, y ella, en recompensa, le tomó la mano con cariño y la acercó a sus labios, depositando un beso.

—Te quiero, Mario, y no quiero que te suceda nada malo. Por eso, durante una semana, vamos a ser buenos y vamos a hacer todo lo que nos han dicho en el hospital. Te aseguro que no nos aburriremos.

—¡Vale! Esperaré. ¡Pero ni un día más! El martes que viene me cobraré mi deuda.

—Y yo estaré deseando pagarte.

Se instalaron en la casa de los padres de Lola y durante toda la semana hicieron una vida relajada: largos paseos cogidos de la mano mientras hablaban y se decían todo lo que nunca se habían dicho.

—Lo que llevo días intentando entender es cómo nunca me di cuenta de que estabas enamorada de mí. Y, sobre todo, cómo he tardado tanto en descubrir que yo también estaba enamorado de ti, que disfrutaba con todo lo que hacía contigo, porque lo único que deseaba era eso precisamente, estar contigo. ¡Como pude ser tan imbécil! Intentaba buscar fuera lo que siempre había estado a mi lado.

—Cuando éramos niños, me gustaba jugar contigo. Después te convertiste en mi amor platónico, inalcanzable en aquel momento. A lo largo de estos años me han dolido tantas cosas que me has hecho y han sido tantas que podría estar muchos días numerándolas.

—Me lo imagino, y me gustaría saberlas. No he sido consciente de que me comportaba como un imbécil hasta hace unos días. Ni después de hacer el amor contigo y quedarme asustado por lo que llegué a sentir me di cuenta de que lo que realmente me sucedía era que te amaba. Solo me di cuenta de mis sentimientos cuando pensé que te perdía, cuando vi que empezabas a salir con ese tal Pau. Por eso quiero saber cada vez que te fallé, que te hice sufrir o que te ignoré.

—Cuando creciste un poco y te creíste más adulto que todas nosotras, llamándome muy a menudo mocosa o larguirucha despectivamente, me dio mucha rabia, y durante años te evité, y aunque estabas en un rinconcito de mi corazón, te tenía bastante olvidado. Pero apareciste aquella noche durante nuestra fiesta de fin de carrera, ¿te acuerdas? Y a partir de entonces llegó mi tortura. Piensa en todas las veces que quedábamos para hablarme de la última chica que habías conocido. Me tocaba mucho las narices y siempre volvía a casa, además de frustrada, cabreada y rabiosa. Y tenías la poca vergüenza de decirme, «Mañana no nos veremos, que he quedado con una chica impresionante. Te llamo y te cuento». ¡Imagínate cómo me quedaba yo!

»Pero lo peor de todo empezó al llegar a casa después de la excursión a Àger. Primero tuve que lidiar con tu indiferencia. Eso fue lo más duro y lo que más me dolió. Después de lo que habíamos compartido, me borraste de un plumazo durante mucho tiempo; ni una visita ni una llamada, ni siquiera un mensaje. Y eso no iba a ser todo. Cuando un mes después, Julia me dijo que llevabas saliendo casi un mes con la misma chica, ¡imagínate cómo me sentí! ¡Y todo el mundo estaba muy contento porque por fin sentabas la cabeza! Eras el tema estrella, Julia, mis padres, los tuyos… Y yo tenía que sonreír cuando por dentro me estaba rompiendo.

»Me juré que no quería volver a verte, pero bastó una simple llamada tuya para que yo corriera a tu lado. Era como una marioneta y tú movías mis hilos. Y cuando Marta te impuso no volver a verme y tú lo acataste y recibí ese mensaje que jamás debí leer, pensé que tenía que tomar una determinación, que no podía seguir siendo un títere que tú movieras a tu antojo, y esa vez fui firme y te aparté de mi lado del todo. Ironías de la vida. Al alejarme, fue como te conseguí. Si lo llego a saber, lo habría hecho hace mucho tiempo, pero me conformaba con tener las migajas que me dabas cuando debería haber exigido todo de ti.

—¿Y cuando besaste a Pau? Porque yo lo vi —le preguntó, recordando aquel momento lleno de incertidumbre.

—Jamás me interesó Pau; es más, quedábamos y le ponía la cabeza como un bombo hablándole de ti. Lo más seguro es que cuando llegara a su casa tuviera que tomarse un analgésico. Aquel día, al llegar a mi calle, vi tu moto aparcada. La reconocería entre un millón por la pegatina que yo mismo coloqué. Sabía que no estarías muy lejos, que me vigilabas, aunque ignoraba desde dónde. Lo besé porque quería que vivieras en tus propias carnes la decepción que yo había vivido durante años.

—Fue muy convincente. Ese beso me dolió y se clavó como un puñal en mi corazón.

—Por no hablar de la cara de asombro de Pau, que no entendía nada hasta que le dije que estabas cerca y entonces me ayudó —rio Lola, satisfecha de saber que había conseguido su propósito—. Cuando nos reuníamos, yo le contaba mis penas y el también descargaba las suyas. Su novia estará durante seis meses en Nicaragua con una ONG y no volverá hasta octubre. Es médico, y su especialidad son las enfermedades tropicales, y cuando le ofrecieron esta oportunidad, inmediatamente pensó en su especialidad y todo lo que podría aprender sobre el terreno, así que, animada por Pau, se fue. Nuestros encuentros eran para desahogarnos. Y ese es el resumen. Amarte durante estos años ha sido… imposible de explicar, pero la frase de una canción de Amaral, que últimamente he escuchado con insistencia, lo dice todo: «A veces te mataría y otras, en cambio, te quiero comer».

—Escuchándote y repasando esos momentos, me dan ganas de darme cabezazos contra la pared.

—¡Ni se te ocurra dar ni un brusco movimiento! Ya buscaremos una forma de que pagues por todos los delitos.

—¡Cómo no he podido ver cuánto te amaba! ¡Es que me parece imposible!

—Tu hermana sabe todo lo que hay entre nosotros, pero…

—¿Todo?

—Sí, todo. Te recuerdo que es una de mis mejores amigas, y al final les tuve que decir la verdad. No podía disimular por más tiempo. Estaba tan rota que era imposible esconderlo. Además, siempre nos lo contamos todo. Bueno, todo excepto esto, que siempre lo he mantenido en secreto. Solo Margaret sabía lo que me sucedía y conocía tu nombre. Mi hermana Blanca también sabía lo que me sucedía, pero ignoraba quién eras.

—¡Pues todo, todo, no se lo cuentas! Durante años, la has tenido tan engañada como a los demás.

—Pero solo porque sabía que te diría algo y no quería que tú lo supieras. Con lo creído que eres, era lo único que te faltaba para ser más insoportable. Mis hermanas ya lo saben. En cambio, a mis padres no les he dicho nada, y a los tuyos tampoco.

—No creo que haga falta. Se lo deben imaginar después de lo que les dije en el hospital. Y conociendo a mi madre, no creo que se lo haya guardado para ella.

—Ya me lo imagino, pero les tendremos que decir algo, ¿no?

—En cuanto lleguen se lo diremos. Yo también quiero que todo el mundo deje de considerarnos amigos y que de ahora en adelante te vean como lo que eres: mi mujer.

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