Lola

Lola


CAPÍTULO 13

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CAPÍTULO 13

Mario llegó al bar donde había quedado con Marta. Seguro que ella ya lo estaría esperando porque llegaba con retraso. A última hora, cuando estaba a punto de salir por la puerta, un asunto urgente requirió su presencia en los calabozos: una detención problemática y con grave riesgo de lesiones tanto para los detenidos como para los policías, por eso necesitaban el mayor número de agentes posibles.

Solo le faltaban problemas de ese tipo cuando llevaba dos semanas que no se centraba, justo el tiempo que hacía que Marta le había lanzado ese ultimátum que desde el primer momento no debió aceptar: le había prohibido volver a quedar con Lola.

Al principio lo aceptó sin medir las consecuencias. Las explicaciones de Marta entonces las encontró lógicas y accedió a complacerla. No la llamaría ni quedaría con ella, y había dejado a su amiga de lado por completo. Mario pensó que a partir de ese momento se centraría en Marta, en su incipiente relación con ella y que todo sería más tranquilo y fácil.

Pero en vez de suceder así, en vez de estar mejor con ella, ocurría todo lo contrario. Y las palabras de Lola el día anterior, cuando ella lo llamó para una salida, lo habían dejado todavía más confundido. No sabía cómo, pero estaba convencido de que Lola había descubierto su mentira. No tenía servicio, tenía el fin de semana libre, pero le había prometido a Marta que no quedaría con ella, y él era un hombre de palabra.

Y por ese motivo quería hablar con ella.

Mario estaba ausente, distraído, no se centraba en nada de lo que hacía, ni en el trabajo ni con su familia, y mucho menos con Marta. Siempre era ella la que llamaba para cenar juntos o simplemente para saber cómo estaba. En cambio, Mario llevaba dos semanas en las que ya no es que apenas se preocupara de ella, sino que incluso ponía excusas para no quedar y marcharse a su casa. Todo el mundo se empeñaba en ponerle nombre a la relación con Marta. Ante los ojos de todo el mundo, ella era su novia, pero él no estaba convencido, y cada vez, esa posibilidad la veía más lejana. Y todas sus dudas habían empezado justo cuando dejó de ver a Lola.

Desde que ella no formaba parte de su vida, desde que no la veía o disfrutaba de su compañía, era como si su vida no estuviera completa, como si le faltara algo esencial, y había llegado a la conclusión de que era por ella.

En esas dos semanas ni siquiera le había llamado por teléfono para saber cómo se encontraba. Y cada día que pasaba entendía menos cómo se había dejado convencer por Marta para aceptar ese maldito ultimátum. Ni siquiera había protestado por ello. Pero eso había llegado a su fin. Hablar con Lola el día anterior le había abierto los ojos. No iba a continuar con esas exigencias por más tiempo. En cuanto se encontraran, se acabarían los ultimátum. No iba a quitar nada de su vida a menos que él lo decidiera.

Esa misma mañana había sido Mario el que la había llamado y pensaba hablar muy seriamente con ella. Le iba a exponer todo lo que pensaba, cómo quería que fuera su vida y su relación, y sobre todo dejarle muy claro que no aceptaría condiciones de nadie, que el mando de su vida lo llevaba él y que no iba a permitir a nadie que le dijera cómo llevarla. Él iba a decidir siempre quién formaba parte de su vida y quién no. Pensaba dejarle muy clarito que ella no era nadie para impedirle ver a quien quisiera, y menos a una amiga de toda la vida como era Lola.

Esperaba que Marta entrara en razón y no le pusiera muchos inconvenientes, porque si lo hacía, después de pensarlo durante muchos días, no estaba dispuesto a seguir así, con esa espiral de exigencias tontas: «Hoy no te dejo ver a tu amiga y mañana no quiero que veas a tu madre o tu hermana». ¡Hasta allí podríamos llegar! Estaba con él y no necesitaba marcar el terreno. No eran animales.

Como la había avisado de que llegaría tarde, Marta todavía no estaba, así que fue hasta la mesa del fondo, pidió una caña mientras la esperaba y sacó el móvil por si tenía algún mensaje. No pudo evitar abrir el WhatsApp de Lola para releer la última conversación que habían mantenido y que en esos momentos tanto echaba de menos. Volvió a cerrarlo y lo metió en el bolsillo.

No llevaba ni cinco minutos esperando cuando Marta entró en el local. Se paró unos segundos mientras miraba todas las mesas, y cuando encontró a Mario, fue hacia él, dándole un beso al llegar mientras se sentaba a su lado.

—¿Hace mucho que esperas?

—No, solamente cinco minutos.

—Bueno, tú dirás. Hace tantos días que no me llamas que he llegado a pensar que habías borrado mi número.

—No digas tonterías. Hablamos todos los días.

—Ya lo sé, pero no porque tú me llames. Bueno, da igual.

El camarero se acercó interrumpiendo la conversación y, después de tomar nota de sus consumiciones, se alejó de ellos. Marta estaba nerviosa. Desde hacía unas semanas, veía a Mario raro, distraído. Eso, sumado al hecho de que jamás era él el que llamaba, la hacía ponerse, más que nerviosa, preocupada. Si ella no lo llamara, no sabía si Mario lo haría, pero tampoco quería comprobarlo.

—¿Tuviste fiesta ayer?

—Sí.

—¿Y no me llamaste para comer juntos?

—No, iba a ver a mis padres y comía con ellos.

—¡Claro, para mí nunca tienes tiempo, pero para todos los demás, el que quieran! Y eso suponiendo que sigas sin ver a tu amiga, ¡porque solo faltaba eso! ¡Lo que yo digo, que tienes tiempo para todos!

—No, no he quedado con ella, pero…

—¿Crees que es normal que quedes más con tu «amiga del alma» —le dijo en plan de burla— que con tu novia?

Tal y como lo estaba exponiendo Marta, parecía escandaloso, y no era lógico. La única verdad era que si no quedaba con Marta en toda la semana, apenas la echaba de menos. Pero, en cambio, cada día que pasaba le costaba más no ver a Lola. Y eso sí que no era normal, aunque no pensaba decírselo. En ese asunto había algo que no cuadraba, ni en su relación con Marta ni en la forma de añorar la compañía de Lola.

Podría ser que una de las causas fuera que, últimamente, cuando quedaba con Marta, solo era para discutir, y no tenía ganas de forjar una relación así. De alguna manera tenía que explicárselo, así que tomó aire, como si ese gesto le diera la fuerza necesaria para hablar:

—Mira, Marta, desde hace un par de meses, cuando nos vemos, solo es para discutir, y mi paciencia se está acabando. Siempre estás echándome algo en cara, tanto si quedo con mi familia, con mis amigos o si me tomo una caña con mis compañeros. Recuerda que todos ellos formaban parte de mi vida antes de que tú entraras en ella. Durante el último mes he hecho lo que tú querías que hiciera y ni aun así estás contenta. Sigues discutiendo sin parar. Hoy he quedado para decirte que no voy a renunciar a nadie. Tendrás que ser tú la que se amolde a mi vida y a mi gente, pero no voy a apartar a nadie. Puedo llegar a entender que no te importen nada, igual que a mí tampoco me interesa tu gente; apenas los conozco, igual que te pasa a ti con los míos. Jamás te he pedido ni te pediré que renuncies a alguien importante en tu vida por un capricho mío, pero yo tampoco voy a permitir que me impongas algo así.

—Cariño, yo lo único que quiero es que no te alejes de mí —le dijo mucho más contenida y cariñosa que al principio de la conversación—. Yo solo quiero estar contigo y tú siempre me pones en el último lugar. Todo el mundo está antes que yo.

—Pero es que cuando estamos juntos, lo único que haces es echarme en cara cualquier cosa y discutir, y ante esta perspectiva, no pretenderás que lo que más desee sea estar contigo, ¿verdad?

—¿No quieres estar conmigo? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

—Yo no estoy diciendo que no quiera estar contigo, lo que quiero es aclarar esto. No quiero estar siempre discutiendo, eso es lo más importante para mí. Quiero relajarme a tu lado, disfrutar juntos de una paz y una calma que solo existió al principio. No quiero llegar a tu lado y cada día empezar una nueva pelea por cualquier insignificancia. Añoro que hablemos con calma, como hacíamos cuando nos conocimos, y compartir todo lo que suceda en nuestras vidas. Pero tú todo lo conviertes en un tira y afloja, una tensión de la que empiezo a estar harto.

—¿Y qué es lo que propones? Porque me has llamado con una intención clara, ¿no es así?

—Pues tienes toda la razón. Yo te diré lo que quiero y de ti dependerá si seguimos o no. Pero te aseguro una cosa: si es como hasta ahora, no quiero continuar adelante.

—Dime lo que has pensado.

—En realidad, es algo que ni siquiera tendría que plantearte. No voy a renunciar a nadie de mi entorno. Quedaré con mi familia y mis amigos cuando lo crea conveniente, y lo único que voy a hacer es darte la opción de acompañarme, ni más ni menos que lo mismo que haces tú, que quedas con los tuyos cuando quieres y como mucho me dices que te acompañe. Nunca me has pedido permiso y tampoco pretendo eso, pero yo quiero que actúes conmigo de la misma manera. Aquí incluyo a Lola. Es mi amiga, hemos estado juntos desde que nacimos y tenemos las mismas aficiones. Quedaré con ella siempre que quiera.

—¿Por qué tienes que quedar con ella muchas más veces que conmigo? ¿Por qué tiene que estar antes que yo?

—Muy sencillo, yo tengo unas aficiones que practico desde hace muchos años. Mis amigos siempre me han acompañado, siempre hemos ido juntos. Joan y Darío son compañeros desde que estábamos en la academia, y luego está Lola. Los cuatro formamos un grupo, a todos nos gustan las motos, el parapente, saltar en paracaídas, bajar barrancos, escalar paredes. Lo pasamos bien mientras realizamos nuestros deportes favoritos. ¿Por qué salgo más con Lola que con el resto? Pues tiene una sencilla explicación, ya sabes que tanto Joan como Darío son Mossos, como yo, y es muy difícil coincidir en nuestros días de fiesta, en cambio con Lola es más fácil. Me gusta lo que hago y no tengo la intención de dejar de practicar nada de lo que te he dicho por una imposición caprichosa. Yo no te pongo ninguna traba para que dejes de hacer lo que te gusta, así que no lo hagas tú. La única opción que te doy es que me acompañes, que pruebes este tipo de deporte y te unas a nosotros.

—No me gustan, me dan miedo. No todos tenemos valor para poner nuestra vida en riesgo. No puedo entender esa necesidad.

—No tienes que entender nada, es cuestión de gustos y respeto que no te gusten, pero respeta mi gusto. Lo que no entiendo es tu fijación por Lola.

—Tú no te das cuenta, pero hablas de ella con adoración y demuestras hacia ella algo más que amistad. Al menos, eso es lo que yo veo.

—Lola es mi mejor amiga y estamos juntos desde que éramos niños. ¿Qué si la quiero? ¡Pues claro! Es como mi hermana Julia.

—Y yo la veo como una amenaza. Hace que me sienta insegura, inferior, y no lo soporto. Cuando sé que estás con ella, los celos me matan.

—Pues tienes un problema que debes solucionar tú; yo no tengo nada que ver. Porque quiero que quede muy claro que Lola ha estado siempre en mi vida y ahí va a seguir, y que ni por ti ni por nadie la voy a apartar de mi lado. Desde que nacimos hemos estado juntos, y no pienso dejarla de lado por un capricho tuyo.

—Pero si la ves, será con una condición…

—No hay condiciones, Marta. No voy a consentir que, con la edad que tengo, nadie me ponga limitaciones. Yo no soporto a tu amiga Pilar ni a Toni, el novio de tu hermana Susana, y los aguanto cada vez que nos vemos. Además, no hará falta que veas a Lola, ni siquiera es necesario que llegues a conocerla. Soy yo el que quiero estar con ella, y jamás te impondré la presencia de alguien; de eso puedes estar segura. Claro que tampoco tendré yo que soportar a tu querida amiga porque eres tú la que desea estar con ella. ¿No crees que es una buena idea y además muy salomónica? Así ninguno tiene que pasar un mal rato.

—Nunca me habías dicho que te caían mal.

—Porque no es problema tuyo, sino mío. Es tu gente y es contigo con quien tienen que tratar. Yo puedo soportarlos puntualmente. Y si tú no me hubieras dicho nada de Lola, jamás te lo habría dicho, no te habrías enterado.

—No sé si lo soportaré. No sé cómo llevaré este asunto.

—Yo tampoco, pero tendrás que acostumbrarte.

—¿Y si no lo hago, y si no me acostumbro?

—Si no…, yo no voy a mantener a Lola lejos de mi vida, así que tú verás.

No le dio tregua porque lo que no tenía muy claro era qué sucedería si Marta no lo aceptaba, y en ese momento tampoco quería pararse a pensarlo.

—Así que si te digo que no puedo soportar esa situación y que elijas entre Lola y yo, tendría las que perder, ¿no es así?

—Yo no quiero perderte, pero jamás voy a permitir que me pongas entre la espada y la pared o me digas a quién debo ver o a quién no. Y a Lola no la voy a apartar de mi vida. Tú sabrás qué quieres hacer.

Marta no pudo seguir hablando. Tenía dentro tanta rabia que si seguía hablando se delataría. Mario podría decir lo que quisiera, pero ella lo había observado cuando hablaba de Lola, y lo hacía con pasión, con orgullo, le brillaban los ojos de emoción… Pero ¿amistad? Ella veía un sentimiento mucho más grande.

Envidiaba la familiaridad y la confianza que había entre ellos, la complicidad que compartían. Le dolía que con una simple mirada fueran capaces de entenderse. Mario siempre le recalcaba que con Lola no le hacían falta las palabras, que con un simple gesto se entendían, y eso escocía como el alcohol sobre una herida cada vez que lo escuchaba. Era lo que más rabia le daba. Ella no tenía esa compenetración con Mario y creía que jamás la llegaría a tener.

A lo mejor veía fantasmas donde no existían, o ellos no eran conscientes de los sentimientos que había entre ellos, pero cuando hablaba de Lola, su mirada se iluminaba, brillaba con una luz que no veía cuando la miraba a ella. Marta, solo con las expresiones que veía en Mario, sentía que estaban conectados. Pero no iba a insistir. Sabía cuándo tenía que retirarse, y ese era el momento. Si no lo hacía, perdería a Mario para siempre. No podía jugar con ese tema y no pensaba hacerlo.

Mario se limitó a comer. Se instauró un silencio entre ellos que después de unos minutos empezó a resultar incómodo. No sabía qué le estaba pasando, pero en cuanto Marta le puso en la tesitura de elegir entre ella y Lola, un cambio se había operado en su corazón.

En ese mismo momento, en medio de ese incómodo y cortante silencio, supo que Lola siempre iría delante de cualquier mujer, porque solo con ella se sentía completo en todos los aspectos de su vida. Se divertía con Lola más que con nadie y era la compañera ideal en cualquier deporte, en los más tradicionales o en los de riesgo. Los dos eran amantes de las motos y les encantaba disfrutar de la emoción que solamente entienden los que llevan una: la sensación de libertad, sentir la fuerza del aire en tu cuerpo, la perfecta comunión con la máquina. Y solo una vez habían hecho el amor, pero había sido una de las mejores experiencias de su vida.

Estaba convencido de cuál sería su siguiente paso. En cuanto finalizara la cena con Marta, se marcharía con la excusa de que el día siguiente tenía que madrugar. Pero lo que haría en realidad sería ir a casa de Lola y explicarle toda la verdad. Le pediría que salieran a tomar una cerveza. Necesitaba hablar con ella y, sobre todo, escuchar su risa, sentir su alegría tan contagiosa. Ya no era cuestión de hablar con ella, ni siquiera de salir a dar unas curvas. Necesitaba sentirla cerca, ver la chispa en sus ojos, su vitalidad, incluso su mal genio, y hasta escuchar sus palabrotas. Ya no era lo que hacían juntos, sino ella. Solo ella.

Por eso, cuando salieron del restaurante, fueron caminando en silencio, uno al lado del otro, hasta llegar a su casa. Mario se paró ante el portal. Marta se volvió hacia él, y lo primero que hizo fue dirigirle una mirada interrogante, hasta que comprendió sus intenciones: no iba a quedarse esa noche. Marta lo supo, pero le preguntó abiertamente:

—¿No te quedas esta noche?

—No, tengo que recoger unos papeles en la comisaría de Plaza Cataluña antes de venir aquí.

—¿Y tienes que traerlos tú?

—No es que tenga la obligación de traerlos, pero he dicho que lo haría. No me cuesta nada pasar por delante para recogerlos y evitarle el viaje a una patrulla.

—¡Claro! Podrías haber pensado que, si cenábamos juntos, te quedarías a dormir, ¿no? Bueno, da igual. Yo soy la que discute y la que se cabrea, pero tú siempre me lo sirves en bandeja.

—No sabía si tú ya habías quedado. No podía hacer planes sin contar contigo —se excusó.

—¡Claro! Y tú siempre tienes la excusa perfecta. Ahora no podías hacer planes conmigo, pero en otras ocasiones, los has hecho con otros. Entiendo, ya me lo has dejado muy claro. Yo soy el último mono y mi cabeza pende de un hilo. Buenas noches.

Y sin darle ni un beso, Marta se dio la vuelta y entró en el portal de su casa. Mario se quedó mirando cómo desaparecía tras la puerta de entrada al bloque sin hacer la menor intención de correr tras ella y decirle que lo sentía. Y cuando la perdió de vista, se fue a buscar la moto sin mostrar una pizca de arrepentimiento.

En realidad, Marta tenía razón. Ese día, por ejemplo, lo más lógico era quedarse con ella y al día siguiente se ahorraba el viaje. Pero tenía otros planes, e inconscientemente los había forjado antes de mantener la conversación con Marta.

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