Loki

Loki


Capítulo dos

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Capítulo dos

El presente era nebuloso, a veces hasta más que el pasado o incluso que el futuro. Odín podía ver cómo una muralla de gigantes caía sobre Asgard, marchando a través de Bifrost, haciendo añicos el puente bajo su peso colectivo. Una masa caótica con el único propósito de destruir Asgard y a sus habitantes; una marea irresistible que no se podía detener.

Y a continuación la imagen había desaparecido.

En su lugar, cruzando Bifrost a buen paso, apareció un viajero solitario junto a un gran caballo percherón. Llevaba un cinturón con herramientas de albañil. Les haría una oferta en breve, que aceptarían. ¿O ya la habían aceptado? No estaba claro. Odín sabía que el constructor no era lo que aparentaba, pero el resto era vago y oscuro. Durante un breve segundo vislumbró una escena de violencia y destrucción tan terrible e intensa que le produjo un dolor lacerante por todo el cuerpo. Se desvaneció tan rápidamente como había llegado, dejándole con la mirada perdida en el vacío salón del consejo de Gladsheim.

El mensajero de Heimdall llegó mansamente ante la presencia de Odín. El Padre de Todo lo había visto entrar por la puerta principal tras anunciar a sus siervos que tenía un mensaje urgente de su señor. Lo dejaron pasar con presteza. El viejo Edil, al que conocía desde hacía décadas como siervo de confianza de Heimdall, se le acercó con un mensaje que sabía que tenía que llegar desde que se arrancó el ojo tantos años atrás.

—Padre de Todo, traigo un mensaje urgente de mi señor Heimdall.

Edil se dejó caer sobre una rodilla e inclinó la cabeza a los pies de Odín. El viejo temblaba, visiblemente aterrorizado, mientras permanecía arrodillado en actitud suplicante.

—Habla.

Edil no levantó la cabeza, para evitar la mirada del único ojo de Odín.

—Padre de Todo, Heimdall me manda para decir que…

La atención de Odín se dispersó. Estaba allí, en su salón, pero al mismo tiempo estaba en otro lugar. Vio una serpiente arrancada de su nido por uno de bello rostro y aura de brujería. Vio las runas místicas grabadas en el aire mientras la criatura cambiaba. El de bello rostro —se percató de que era Frey— desapareció con la serpiente en una cueva.

La imagen cambió y vio las aguas susurrantes de un angosto y frío arroyo. Trataban de cazar un pez, uno que no era un pez y tejía su camino en las profundidades del río. El pescado era astuto y pequeño y se podía agarrar con una mano. Lanzaron una red hacia un extremo del arroyo. Mientras su peso la hacía descender al fondo de la corriente, dos dioses —¿Thor? ¿Frey? No podía verlo con claridad— se zambullían y avanzaban a trompicones, empujando a la presa más y más hacia la red mientras un tercero permanecía sobre ella. El pez, incapaz de encontrar una salida entre las piernas de los Aesir, dio un último salto desesperado sólo para ser capturado en pleno vuelo. Se retorcía y revolvía para liberarse, aunque fue en vano.

—… un solitario maestro de obras ha ofrecido…

La escena cambió de nuevo. Estaba en el salón de un dios manco. Un lobo tan grande como un caballo estaba siendo arrojado al suelo. La escena estaba oscura y no podía distinguir los rostros, pero le pareció que Tyr estaba allí. El lobo se debatía, sujeto por una cuerda de plata enroscada alrededor de sus patas y su tronco. Todavía tenía el hocico libre. Las poderosas mandíbulas arremetieron y se cerraron firmemente. Hubo un aullido de dolor y la imagen final de un brazo ensangrentado y atenazado con fuerza.

Volvió al presente. Un viejo sirviente —Edil, pensó— se arrodillaba ante él, esperando algún tipo de respuesta.

—¿Padre de Todo? —La voz le temblaba de miedo.

Bajó la mirada hacia el tembloroso sirviente. Siempre ocurría aquello cuando los que no eran Aesir se le acercaban. Pocos podían estar en su presencia sin sentir su aura aterradora.

Podía entender por qué le tenían miedo. Él era el Terrible, el Dios de la Carga, el Gobernante de la Horca. Era el dios del misterio, la magia y la muerte. Los relatos de sus hazañas no se cantaban por los guerreros borrachos que intentaban arrancar su propio valor ante una inminente batalla. Eran cuentos para asustar a niños pequeños y también a hombres adultos. Eran historias lúgubres sobre la muerte y su certeza en los que la sombra del tuerto se aparecía para enviar a alguien a Niflheim con un golpe de su lanza o con la mirada de su ojo. No era un dios al que amar y respetar; era un dios al que temer.

Y así debía ser. Nadie podía imaginar su carga, la profundidad de su conocimiento y su sabiduría. Aún los primeros entre los Aesir —Tyr, Thor, Heimdall— no eran para él más que niños con su simple comprensión de las sendas de los Nueve Mundos.

—Dile a Heimdall que hemos recibido su mensaje.

Despidió a Edil con una inclinación de cabeza y el viejo criado se alejó lentamente con la cabeza baja antes de darse al fin la vuelta y marcharse a toda prisa de la sala.

Odín ya había mandado sus cuervos para indicarle a Heimdall que permitiera entrar al viajero en Asgard; el mensajero era una cortesía.

Llamó a sus propios sirvientes para enviar un mensaje a los Aesir. Al instante corrían a las moradas de cada uno de los dioses, solicitando su presencia en el consejo de Gladsheim. Llegarían muy pronto y Odín entonces fingiría que tenían algo que decir en la decisión venidera.

El artesano pronto estaría allí para presentar su propuesta a los Aesir reunidos y Odín no podía disipar su temor frente al trato que se cerraría. Lo rechazaría en apariencia, pero sabía que en última instancia sería aceptado. Pese a que cada día acercaba inexorablemente el Ragnarok, el resultado final no era cuestionable: el ciclo de los Nueve Mundos debía representarse como indicaba el porvenir, e incluso él, el Alto, el Padre de Todo, estaba sujeto a su destino.

Al pasar el umbral, como de costumbre, todos los ojos se volvieron hacia ella. La belleza de Freyja era arrebatadora y nadie, dios o mortal, podía verla pasar sin contemplarla con anhelo. Los sirvientes apartaron la mirada tras el primer vistazo, respetuosos ante la presencia de alguien como ella. Los Aesir retomaron sus conversaciones en sus asientos mientras Odín presidía la mesa en silencio y con la mirada perdida. Sus dos lobos jadeaban a sus pies.

Freyja no se sorprendió al ver así sentado al Alto, separado del resto en espíritu y también apartado de ellos a la cabeza de la mesa. Era un dios distante y muchas veces parecía estar meditando grandes misterios con el ceño fruncido, viendo cosas que nadie más podía comprender.

Durante las guerras entre los Aesir y los Vanir, Odín había sido el enemigo más temido. Tan sólo con la mirada había matado a muchos de su especie, y su magia rivalizaba con la de cualquiera de los Vanir, versados como estaban en las artes de la brujería. En ese aspecto era único entre los Aesir: todos eran guerreros poderosos, pero tan sólo él manejaba la muerte como arma. Era bueno que la guerra hubiera terminado. Las pérdidas habían sido abundantes en ambos bandos, aunque eran los Vanir quienes más habían sufrido.

Mientras tomaba asiento y los siervos se peleaban por retirarle la silla, llenar su copa y velar de cualquier forma porque sus necesidades fueran satisfechas, Freyja comprobó que, salvo dos, todos los dioses principales estaban presentes. Aunque sabía que Thor no se les uniría, a Loki se le esperaba. Si de ella hubiera dependido, el consejo se habría llevado a cabo sin él.

Loki no era amigo de los Aesir por mucho que se hiciera pasar por uno de ellos. Había a su alrededor un aura que, como la de Odín, lo distinguía de los demás. Pero su aura era diferente de la del Alto. Pese a su distancia, Odín era el árbol del que se propagaban las ramas que eran los Aesir. Era el padre de muchos de ellos y su espíritu les infundía, como a todo el reino de Asgard. Sin Odín, no había ni Aesir ni Asgard.

No podía decirse lo mismo de Loki. Freyja percibía algo extraño en él, algo de lo que tal vez ni siquiera era consciente. Actuaba como ellos en muchos aspectos, pero evitaba sus formas sencillas y su personalidad guerrera. Por supuesto poseía una gran fuerza y era también hábil con la espada, como corresponde a un asgardiano. Sin embargo, sus verdaderas habilidades eran el engaño y la astucia. En muchos sentidos era todo lo contrario a Thor, la encarnación de la fuerza definitiva, inflexible e inexorable.

Le asombraba que, pese a sus diferencias, Thor y Loki no parecieran odiarse. Se preguntó si el Tronador no percibía al Astuto como una amenaza y por eso no lo tenía en consideración. Ciertamente Thor no prestaba atención a los pequeños detalles y optaba por asaltar de frente y sin ambages a sus enemigos. De hecho, su actual ausencia se debía a sus viajes a Jotunheim, donde indudablemente buscaba gigantes para masacrar.

Sin embargo, no era sorprendente la enemistad entre Loki y Heimdall. El Guardián de Bifrost sólo sentía desprecio por los métodos del Astuto: como protector de Asgard, trazaba una línea clara entre amigo y enemigo y, puesto que los gigantes engañaban y provocaban el caos, aquellos que utilizaban dichos medios bien podían ser sus aliados. No era de su incumbencia que las artes de Loki estuvieran al servicio de Asgard, como proclamaba el Astuto; tal como Heimdall lo concebía, los que luchaban por el bando de los dioses no usaban las armas del enemigo. Si no fuera por la presencia dominante del Padre de Todo, él mismo se encargaría de matar a Loki antes de que pudiera causar la caída de Asgard.

Pese a que no le gustaba la muerte, a Freyja le resultaría difícil derramar lágrimas por Loki. Era insólito que ni siquiera sus vaticinios fueran capaces de penetrar el extraño aura que lo rodeaba. Sólo esperaba que el sabio Odín tuviera razón al mantener al Astuto entre ellos.

Balder se sentó a la larga mesa tamborileando los dedos con impaciencia sobre el duro roble. De vez en cuando tomaba un largo trago de hidromiel. Cada vez que su copa tocaba la mesa, los siervos se apresuraban a recargarla aunque él no prestara ninguna atención al hecho de que nunca estaba vacía. Cuanto más se prolongaba la tardanza, más se oscurecía su ánimo ¿Por qué debían esperar todos a que asomara la cabeza el intrigante de Loki?

Odín nunca podía celebrar el consejo sin el asesoramiento del Astuto, lo que era un insulto para el resto y sobre todo para Balder. Le encolerizaba sentirse esclavizado por ese embaucador. ¿Qué sabiduría aportaba Loki que no pudiera ser obtenida de otras fuentes? ¿Por qué era necesario esperar a quien todos vilipendiaban?

Apuró su copa frustrado antes de dejarla de un golpe en la mesa, salpicando las últimas gotas de aguamiel. Al instante otro criado se acercó con una jarra y rellenó la copa. Su aversión a Loki había crecido desde sus sueños más recientes y no podía ignorar la aprensión que sentía por dentro cada vez que estaba en su presencia.

Desde hacía algún tiempo, Balder se despertaba bañado en sudor frío, a veces todavía deslizándose entre escenas fantasmales. Recordaba poco de los sueños a excepción de la presencia de sombras, oscuridad y una abrumadora sensación de desesperación. Pero persistían algunas imágenes fugaces: en todos los sueños había una reunión de los dioses que comenzaba con un festín. Mientras comían, uno de ellos comenzaba súbitamente a arañarse la garganta y a vomitar sangre para acabar cayendo de bruces sobre la mesa en un paroxismo de dolor. Le seguía otro y luego otro hasta que toda la sala se llenaba de estallidos violentos. A medida que los espasmos se calmaban, todos aquellos a quienes conocía y amaba morían horriblemente. Todos, excepto él y su hermano, Hod, que no mostraba sin embargo su rostro ciego y hermoso, sino más bien una máscara siniestra que sonreía con desprecio vil, el rostro descarnado de un enemigo que se oponía a él por completo. Pero como sucede en los sueños, Hod no era Hod sino alguien que se disfrazaba con su cara.

No había contado aquellas ensoñaciones a nadie: le parecía afeminado preocuparse por fantasmas que rondaban sus pesadillas y no era difícil imaginar que sería objeto de burlas por admitir el miedo que le producían. Llevaba el temor consigo y, aunque disminuía al avanzar la jornada, volvía de noche al acostarse: sabía que el reposo evocaría otra vez las escenas y sensaciones, y que se despertaría con la cama empapada en sudor mientras trataba en vano de ahuyentar fantasmas que no podía ver.

Jamás hubiera creído que le aliviaría ver a Loki entrando en una sala, pero eso fue lo que experimentó Tyr cuando el Astuto tomó asiento cerca de Odín. Loki saludó a cada uno de los dioses convocados con un ligero cabeceo que no escondía nada excepto respeto. Al menos sabrían por fin para qué los había convocado Odín.

Tyr notó lo rápido que se hizo el silencio al volverse las miradas hacía Odín para que explicara el propósito del consejo. El Padre de Todo levantó su cabeza gris y se enderezó en la silla. Tenía el aspecto de un antiguo guerrero que hubiera regresado de entre los muertos y que todavía se alojara en el cuerpo famélico de un cadáver. Durante largo rato Odín los miró sin decir nada, como si estuviera contemplando algo que estaba más allá de ellos. Justo antes de que sonara su voz, Tyr ya dudaba que fuera a hablar.

Simplemente dijo:

—Tenemos un visitante.

Señaló a las grandes puertas de Gladsheim, que los sirvientes trataban de abrir tirando de ellas hacia ambos lados.

Tyr esperaba a alguien de importancia. Tal vez un Vanir de alto rango o un señor oscuro de Svartálfheim con sus feos rasgos y su piel negra como la tinta. Estaba incluso preparado para que fuera un emisario de Jotunheim con una declaración de guerra o incluso, por improbable que eso fuera, con un gesto hacia la paz. Sin embargo jamás hubiera imaginado que se celebraría un consejo de los dioses para recibir a aquel visitante.

Las puertas estaban ya abiertas por completo y los brillantes rayos del sol se filtraban al oscuro salón haciendo que los ojos se entrecerraran. Una silueta que caminaba lentamente, con una bestia de carga a remolque, se recortó en la luz de la puerta. El visitante se dirigió al centro de la sala.

Permaneció de pie, impasible ante los dioses, esperando permiso para dirigirse a ellos. Tyr no apreciaba nada especial en él: se trataba de una especie de artesano, o eso sugerían sus herramientas, y parecía fuerte, como si estuviera acostumbrado a construir cosas.

Tyr examinó al hombre un instante y luego observó deprisa a los demás dioses convocados hasta que su mirada se detuvo finalmente en Odín, que no expresaba nada en absoluto. El Padre de Todo se inclinó hacia adelante en su asiento y colocó sus brazos sobre las rodillas antes de hablar.

—Tienes un trato que ofrecernos —dijo. No era una pregunta.

El mortal no parecía intimidado o inseguro, lo que hizo sospechar a Tyr. Miró a Loki y lo vio con la barbilla en la mano, obviamente valorando la escena. Los otros tan sólo observaban; la curiosidad era patente en sus rostros.

—Sí —respondió el mortal.

Pese a que ni la familiaridad ni la falta de respeto parecieron importar a Odín, sí molestaron a Tyr. Se preguntó acerca de la cordura de un mortal que se atrevía a abordar a los dioses como a sus iguales, aunque por ahora se contentaría con cumplir la voluntad inexpresada de Odín de escuchar sus palabras.

—Haznos tu propuesta.

El visitante los miró a todos, deteniendo la vista sobre Freyja un momento que, aunque breve, no dejaba duda sobre el deseo que contenía. Si Freyja lo notó no pareció importarle. Hasta donde Tyr sabía, Freyja recibía esas miradas de todo aquel con quien se cruzaba, por lo que tal vez ya ni siquiera se fijara en ellas.

—En Midgard hemos oído hablar de la guerra entre los Vanir y los Aesir. Hemos oído hablar de la destrucción del poderoso muro de Asgard, el recinto que os mantiene a salvo de los invasores. —Con una mano señaló el cinturón—: veis mis herramientas. Soy maestro de obras. Levanto solidez con mortero y roca. Hay mucho que reconstruir en Asgard: he visto palacios y torres en ruinas, estructuras una vez orgullosas que ahora raspan el cielo como dientes rotos.

Fue una suerte, pensó Tyr, que Thor no estuviera aquí. Con la venia de Odín o sin ella, al escucharlo proferir tales insultos sobre Asgard habría abierto de par en par la cabeza de aquel mortal con un golpe de Mjolnir. Tal era así que Tyr podía sentir cómo su propia cólera iba en aumento. Se preguntó cuánto dejaría Odín que aquello continuara.

—Con todo lo que os queda por reconstruir, tan sólo propongo que me permitáis volver a levantar las murallas de Asgard.

Tyr escuchó las risitas y los murmullos de todos. En silencio se hizo eco de esos mismos sentimientos. Era como mínimo presuntuoso para aquel solitario mortal venir a Gladsheim y reclamar la reconstrucción de un muro que había costado meses levantar a los dioses. ¿Por qué lo toleraba Odín? La expresión del Padre de Todo estaba en blanco, pero eso no quería decir que rechazara la idea de plano. ¿Qué locura era aquélla?

—¿Y qué precio pedirías? —Odín era ante todo sucinto.

El constructor recorrió la sala con la mirada, deteniéndose un instante en Freyja. Esta vez ella notó dicha atención: bajó sus cejas y miró inquisitivamente a Odín. Tyr creyó adivinar el precio que el constructor estaba a punto de pedir y la ira brotó de su interior. Miró a Frey, el hermano gemelo de Freyja y, o éste no entendía lo que el constructor iba a reclamar o Tyr no era capaz de leer su expresión. En cualquier caso, no podía predecir cuál sería la respuesta del príncipe Vanir; la suya la tenía clara.

—No pediré un pago que no se pueda pagar.

—Declara tu precio.

—No deseo enfadar a los dioses con éste. ¿Juras que estoy a salvo aquí?

Odín se quedó perplejo.

—Nadie te atacará. —Su sola mirada acarreaba el peso de su autoridad.

—Muy bien. —De nuevo, el maestro de obras miró con rapidez alrededor antes de enderezarse hasta alcanzar toda su altura. Era un hombre grande y poderoso, pero un insecto en comparación con el poder de cualquier dios y mucho más frente a los ilustres convocados—. Por reconstruir vuestras murallas quiero a Freyja.

Tyr había predicho el precio correctamente, pero el atrevimiento del constructor al pronunciarlo lo encendió. Observó que Freyja, sin embargo, no parecía enfadada o repugnada, sino que había incluso un toque de diversión en su rostro. Probablemente disfrutaba con aquel ridículo pacto: como que el Alto iba a utilizarla de moneda por un servicio. Pese a que casi con certeza Freyja estaba en lo cierto, Tyr se encolerizó por la impertinencia de aquel mortal. Quizá ese insulto sacara a Odín de su complacencia.

En cambio, simplemente se quedó con la mirada fija. Tyr se preguntó si estaría pensando en el trato o si sólo estaba con la mente en algún otro lugar, como parecía estar a menudo.

—¿Qué plazo necesitas para reconstruir el muro? —preguntó Odín.

El anterior regodeo de Freyja se tornó en repulsión, o eso supuso Tyr a partir de la mueca que se extendió por su rostro; era extraño ver cómo unas facciones tan hermosas se retorcían de una forma tan poco atractiva. Según barría la habitación con la mirada, Tyr vio aumentar la furia en los rostros de unos dioses; otros simplemente estaban conmocionados. Sin embargo, todos ellos intentaban enmascarar sus reacciones: Odín era el Padre de Todo, el Alto, y no era propio de los Aesir cuestionar abiertamente su juicio.

—Necesitaré seis estaciones.

Tyr entrecerró los ojos. Un período de tiempo corto para que un constructor reparara una muralla que rodeaba la totalidad de Asgard. Era una tarea en apariencia imposible. ¿A qué estaba jugando aquel necio?

Tyr había visto que Loki, hasta ese momento, seguía sentado en silencio cerca de Odín, sin duda observando, percatándose de detalles que el resto de ellos podía estar pasando por alto. Loki se inclinó y le susurró algo a Odín, gesticulando sutilmente con las manos para enfatizar su discurso. Tyr se preguntó qué maldad estaría tramando. Finalmente el Astuto se recostó en su silla y Odín volvió su atención hacia el constructor.

—Tienes dos estaciones para completar el muro.

Tyr oyó un ruido sordo —el sonido nítido de un puño golpeando en la madera— y vio a Balder ponerse en pie disparado, volcando su silla hacia atrás contra el suelo de piedra.

—¡Padre, no puedes negociar con Freyja como si fuera ganado!

Odín clavó en él su único ojo y no dijo nada, pero el mensaje era lúcido e inequívoco. Balder se sentó en silencio, aunque no sin una mirada hosca de desagrado.

Tampoco el constructor parecía contento.

—No puedo reconstruir el muro en tan poco tiempo. Es imposible.

—La muralla debe estar finalizada antes del primer día de verano. Ése es el trato.

El constructor frunció el ceño mientras contemplaba atentamente primero a Odín y después a Freyja. Se volvió nuevamente hacia el Padre de Todo. Tyr no podía ni plantearse que aceptara el acuerdo. Seis temporadas eran insuficientes para completar esa monumental tarea, pero tener listo el muro antes del primer día de verano era imposible y el constructor también lo sabía. ¿Era tan enorme su lujuria por Freyja como para nublarle completamente el juicio? Pasaría dos temporadas reconstruyendo un muro para nada. ¿Sería tan tonto ese mortal?

—Acepto la oferta si puedo usar mi caballo para que me ayude a transportar piedra.

Aparentemente Odín estuvo a punto de decir que no, pero Loki, una vez más, se inclinó y le susurró. Después de un momento, el Alto volvió la mirada hacia el constructor. Tyr no pudo dejar de notar la sonrisa de suficiencia que cruzaba el rostro del Astuto.

—Será como dices. Reconstruirás la muralla sin asistencia salvo por tu caballo. Habrás terminado antes del primer día del verano o de lo contrario perderás tu pago. —Odín esperó un momento para que el constructor lo asimilara—. Si lo logras —se detuvo un instante— Freyja será tuya.

El constructor sonrió ampliamente y Odín, antiguo y venerable, se levantó de su silla despidiendo a todos los dioses reunidos con un gesto de su cabeza gris. Se dio la vuelta y abandonó el recinto, la elevada autoridad de su persona palpable a cada paso. No se oía nada en la sala que ahogara el débil sonido de las lágrimas doradas de Freyja golpeando la mesa.

Loki había estado durmiendo cuando recibió el mensaje del Padre de Todo. Uno de los siervos de Odín estaba en su puerta, llamándolo para una audiencia con el Alto.

Estaba solo en la cámara dormitorio: el lado de Sigyn estaba vacío. Se vistió sin prisa y se ciñó el cinto; no le molestaba el golpeteo de la espada en la pierna ni necesitaba un arma, pero era parte de la vestimenta normal de un asgardiano. Las apariencias son importantes y siempre es más fácil ceder a las expectativas que luchar contra ellas.

Sabía que se le miraba con suspicacia. Oía los furiosos susurros, a menudo ni siquiera disimulados, e incluso las quejas al oído del propio Odín. Podía sentir las miradas de desprecio, su asco hacia él. ¿Y por qué? ¿Porque se atrevía a considerar una solución en lugar de desenvainar su acero al instante? ¿Debido a que no estaba a la altura del concepto de lo que debiera ser un asgardiano?

Se sacudió la idea de la cabeza. No sería bueno entrar con el rostro iracundo en una cámara llena de hoscos asgardianos.

Como siempre, le correspondería examinar cautelosamente el problema desde todos los ángulos y ofrecer asesoramiento al Padre de Todo, quien, desde donde alcanzaba su memoria, había sido para él un padre de hecho si no de nombre. Sabía que su valía para Asgard estaba antes en su sano juicio que en su espada, y cumplía bien su papel, aun cuando los otros dioses no lo valoraran. Por encima de todo, a pesar de las burlas de los demás, se lo debía a Odín.

No es que no pudiera luchar si era necesario: no era tan tonto como para pensar que era rival para Thor o Tyr, pero sabía cómo usar un filo y había acabado con muchos de los propios Vanir antes incluso de que se pensara en hablar de paz entre ambos bandos. Una vez se enfrentó incluso con el mismísimo Frey, aunque las circunstancias intervinieron y el choque terminó antes de que pudiera dar comienzo.

Ahora reinaba la paz, lo que le complacía. Hasta cierto punto. Por supuesto no se podía confiar ni en Frey ni en Freyja, el perro vanirio y la puta de su hermana, pero era mejor tenerlos rodeados en Asgard antes que conspirando en la lejana Vanaheim. Su traición era inevitable y él sería el primero en encargarse de que pagaran con sus vidas.

Podía ver el doblez en cada acción que realizaban, en cada palabra que brotaba de sus lenguas de plata. Habían sido enviados como rehenes para poner fin a la lucha, pero él sabía que aquello era un ardid, que se limitaban a esperar el momento más oportuno para atacar. Y los Aesir eran presa fácil para ese tipo de estrategias: tanto Frey como Freyja poseían cualidades que los Aesir respetaban y nadie salvo él podía ver la astucia que había bajo la superficie de sus acciones.

Esperaría el momento oportuno para desenmascararlos: ésa era su mayor habilidad, elegir el momento perfecto para actuar. Los Aesir ya no podrían pronunciar su nombre con desprecio una vez probara ante todos la falsedad de los dos gemelos Vanir. Su habilidad y belleza no tendrían relevancia: la traición era el crimen más odiado por los Aesir y su castigo —el águila de sangre— era en verdad terrible.

Loki fue el último en llegar a Gladsheim. Encajó con gracia, asintiendo, las miradas de desprecio de los Aesir convocados, que lo detestaban. Después se presentó en el centro de la sala un hombre grande, corpulento, vestido con toda sencillez. Y había algo más: Loki percibía que aquel hombre no era lo que parecía ser, pero no podía penetrar más allá. Su mente empezó a urdir posibilidades y razones, los motivos por los que aquel insólito y curtido visitante se presentaba en medio de los dioses.

A medida que el artesano se dirigía hacia ellos, Loki calibró sus acciones, su lenguaje, su manera de moverse. Era rudo, simple, mas no era un maestro de obras corriente. Hubo una alteración mientras hablaba, como una segunda piel aferrada a él, perceptible un breve instante y únicamente por alguien con habilidad suficiente para verla. Loki miró de reojo a Frey y a Freyja y le hizo gracia que ninguno la hubiera detectado.

El constructor se enfrentó a la ira de los Aesir cuando nombró su precio; sin embargo, se mantuvo firme. Loki notó en su rostro una leve mueca de satisfacción por haber enfurecido a un enemigo, por haber conducido a un oponente a la angustia física tan sólo con palabras. Loki lo había hecho en muchas ocasiones y sintió una repentina y singular afinidad con aquel audaz mortal que pedía tanto de aquellos que tenían tan poco sentido del humor. Se inclinó y susurró al Padre de Todo.

No era necesario contarle todas sus sospechas. Odín era el único Aesir que Loki consideraba su igual en capacidad mental y sin duda habría visto todo o casi todo lo que él mismo había observado: su único papel consistía en señalar las ventajas que se podían obtener de la situación, en explicarle cómo sacar beneficio del apetito del constructor por Freyja. Metámosla en el acuerdo; había pocas posibilidades de que el constructor tuviera éxito. Aunque había algo oculto en él, Loki no podía anticipar ninguna manera en la que eso le ayudara en la monumental labor que había aceptado. Fracasaría y sin embargo las murallas de Asgard estarían parcialmente reconstruidas a cambio de nada salvo el sudor y las lágrimas del constructor.

Y si por alguna obscena casualidad finalizara su trabajo, mejor que mejor: los Aesir tendrían la muralla completamente reconstruida y se desharían de Freyja en un solo golpe. Los Aesir no podrían desdecirse del acuerdo, por supuesto, pero tal vez pudieran deshacerse también de Frey, pues éste no aceptaría tan fácilmente que se esclavizara a su hermana. Tal vez se levantara en armas contra el constructor, y los Aesir se verían obligados a matarlo para que no violara el pacto, un código por el que morirían o matarían.

El maestro de obras no se preocupaba por las condiciones que le hubieran impuesto, sino que su lascivia por Freyja era como un hedor fétido que envenenaba el aire a su alrededor. Loki sabía que eso sería su perdición. Su réplica —poder emplear su caballo— era patética. Claro, pensó Loki, usa tu caballo: no queremos que tus esfuerzos te maten antes de que la labor esté medio acabada. Odín era reacio a la idea, pero las palabras de Loki lo decidieron. Aceptó el acuerdo y los Aesir se quedaron en silencio, reconociendo su autoridad incluso sin estar conformes con su decisión.

Mientras el constructor se marchaba para comenzar la faena imposible que había acordado, Odín se volvió hacia Loki.

—Si el constructor tiene éxito…

—No lo hará, Padre de Todo. Se trata de un cometido imposible.

—Eso era verdad hasta que le permitiste emplear su montura.

—Obtendremos más del trato, mi señor: así conseguirá reconstruir más. Con caballo o sin él, no terminará; Freyja está a salvo.

Odín se acercó y le clavó la mirada.

—Si el muro se completa, aprenderás por qué me llaman el Terrible.

Aún sabiendo que estaba en lo cierto, Loki sintió que sus entrañas se tensaban al contemplar el ojo del Padre de Todo. ¿No conocía también Odín el resultado? Si realmente temía perder, no debería haber aceptado el trato. Se tranquilizó porque Odín conocía el futuro. El Alto no le permitiría meterse en una negociación en la que estuviera verdaderamente en riesgo. La amenaza era parte del espectáculo para recordar a todos los reunidos que también era el Terrible.

El constructor fracasaría, el muro quedaría casi reconstruido y él habría servido al Padre de Todo una vez más, como de costumbre. La falsa amenaza de Odín podía incluso funcionar a su favor: si el Alto admitía ante los dioses que el consejo de Loki había sido acertado, nadie más sería capaz de rechazarlo abiertamente. Ni siquiera sus detractores podrían afirmar que sólo causaba problemas en Asgard.

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