Loki

Loki


Capítulo cinco

Página 15 de 45

Capítulo cinco

Sobre sus rodillas reposaba la cabeza cortada de su amigo, con su propia mano apoyada encima. A pesar de tener los ojos abiertos, parecía inanimada. No había ni una chispa de conciencia, ni vapor en los orificios nasales, ni una mueca en la boca. Tenía una apariencia cerúlea que la hacía parecer casi irreal, aunque una inspección más cercana revelaba signos de que alguna vez había estado unida a un cuerpo.

Había recogido él mismo la cabeza después de que los Vanir la hubieran rebanado del tronco de Mímir. La dejaron en el Pozo de Urd a sabiendas de que allí la encontraría. Odín los había visto decapitar a su amigo innumerables veces en visiones, los había contemplado depositando la cabeza en el pozo, creyendo que con este acto de violencia hacia su sabio amigo iban a sorprenderle o enojarle, pero ignoraban que les había enviado a Mímir incluso después de haber tenido las visiones: conocía perfectamente lo que iba a pasar y acudió ese día al pozo sabiendo con exactitud lo que encontraría.

No le resultó difícil cantar las runas mientras embadurnaba la cabeza con hierbas sagradas, trayéndola de vuelta a la vida y devolviéndole el habla. Recordaba muy bien la mirada de su amigo cuando abrió los ojos y dijo sus primeras palabras, débiles y roncas, aunque lo suficientemente claras para que Odín las entendiera. Se limitó a asentir una vez y luego metió la cabeza de su amigo en un saco y regresó con ella a Asgard. Incluso ahora, las primeras palabras de Mímir resonaban de nuevo en su interior como símbolos de su maldición y responsabilidad. Había dicho: «Lo sabías».

—¿Dónde está ahora Loki? —dijo Odín.

Los ojos se movieron ligeramente sin que parecieran estar viendo nada. Eran los ojos de un ciego. La boca se abría y cerraba, como un pez boqueando en busca de aire. Odín se inclinó, acercándose.

Está planeando… —dijo la cabeza de Mímir en un susurro como el del viento.

—¿Qué planea?

De nuevo la boca abierta, los ojos más centrados, observando a su alrededor y captando su limitada perspectiva.

Un viaje…

Odín suspiró impaciente. La cabeza de Mímir era siempre así: su distanciamiento de los Nueve Mundos le permitía contemplar cosas que ni siquiera él veía, aunque jamás era sencilla o directa. Hablaba con acertijos y pistas, a menudo haciendo tedioso obtener algo de ella. Odín se preguntó si ésta era la minúscula manera que tenía de vengarse de él. No podía sin embargo negarse a responder por completo, pues las runas le obligaban.

—¿A las Nornas?

Sí…

Odín asintió. Era satisfactorio confirmar su visión, dado que también él lo había visto. Se puso en pie y acunó la cabeza mientras caminaba hacia un pedestal de la cámara. La depositó sobre el pedestal y contempló el cielo nocturno. Aunque fuera era de día, allí dentro siempre era de noche y se podía ver el cielo lleno de estrellas cuando se alzaba la vista.

Volvió a bajar la mirada hacia Mímir.

—¿Qué le dirán?

Nada… y todo…

—Les preguntará por el constructor. ¿Qué le dirán?

Ellos comparten… la misma… chispa…

—¿Van a decirle eso?

No… Lo… averiguará…

—¿Le dirán qué es el artesano?

Ellos son… uno y… el mismo…

Odín entrecerró los ojos.

—No le dirán eso.

Sí… y no…

El Alto alzó de nuevo la vista hacia el cielo nocturno. Se decía que las estrellas eran las pavesas de las llamas de Muspelheim, ese reino ardiente situado en la periferia de los Nueve Mundos. Él las había colocado allí mismo, parte de la creación de los Nueve Lugares, o eso decía la historia. No recordaba haber hecho tal cosa. Era difícil acordarse de acontecimientos que sucedieron hace mucho, sobre todo porque viajaba siempre a la deriva, adelante y atrás en el tiempo.

Los sucesos que había puesto en marcha cuando aceptó la oferta del constructor le preocupaban aún cuando era consciente de su necesidad. Él era el Padre de Todo y lo había sido durante tanto tiempo que apenas podía recordar una época en la que no lo llamaran así. Los Aesir acudían a él en busca de orientación y siempre estaba allí para ofrecerla. Y sin embargo, aunque no lo sabían, era su enemigo. De hecho tal vez nunca lo llegaran a saber, aunque quizá lo sospecharan cuando ordenara a los ejércitos de los Aesir situados más allá de las murallas que hicieran frente a las huestes masivas que caerían sobre ellos.

Aunque tal vez no. Estaban tan acostumbrados a la infalible sabiduría del Padre de Todo que la mayoría sería reacia incluso a cuestionar una decisión tan cuestionable. Tiene que haber una razón, dirían. Hay una estrategia que sólo el Alto conoce. Había una razón, por supuesto, pero nunca la explicaría. Y si lo hiciera, ninguno de ellos la entendería.

No necesitaba que lo comprendieran. Sus actos eran una traición. No, pensó: son una traición necesaria. Era irónico que encontraran engaño y deslealtad en cada gesto y en cada palabra de Loki y que lo fueran a condenar por sus actos, cuando no era más que una herramienta para el Alto. Él era en verdad su mayor enemigo. Sin embargo, sólo unos pocos se darían cuenta en algún momento. Los demás estarían muertos.

Yggdrasil, el Árbol del Mundo, se elevaba sobre toda la creación. Sus raíces conducían a las regiones más alejadas de Niflheim, hasta las entrañas de Hel. Invisible para los mortales que no podían percibir su magnitud, se levantaba a través de Midgard y cruzaba el plano celestial en el que se asentaba Asgard. Sus ramas se extendían a lo largo de los Nueve Lugares. Era el alma de la creación. Yggdrasil estaba allí antes de que el gigante de hielo Ymir fuera asesinado y descuartizado, antes de que su cuerpo se convirtiera en la tierra, los árboles y el cielo. Estaba allí incluso antes de que el cuerpo de Ymir se formara a partir de un bloque de hielo congelado. Yggdrasil siempre había sido. Y siempre sería.

Loki lo había visto una vez y quedó abrumado por su tamaño y majestuosidad. Sucedió muchos años atrás, antes de las guerras, mientras buscaba en el horizonte algo largamente olvidado. Al ponerse el sol entrecerró los ojos contra sus rayos y por un breve momento vislumbró la enormidad del Árbol del Mundo. Sus ramas se extendían y se elevaban lejos del alcance de su vista y su tronco se hundía más allá de Midgard. Durante el más breve de los instantes, Loki había sentido su imponente presencia como una parte fundamental de la creación, como un ser vivo, y aunque aquella visión se había desvanecido con los años, la sensación que lo había embargado había quedado tan arraigada como cuando la experimentó por primera vez.

Esa sensación lo guiaba hacia Yggdrasil incluso ahora que esperaba encontrar a las Nornas. Ellas conocerían al constructor. No estaba convencido en absoluto de que le fueran a revelar nada, pero sus propios cantos rúnicos habían sido infructuosos y no confiaba en que Frey o Freyja le dijeran algo de valor.

Inmerso en sus pensamientos, el árbol pareció llegar a él de golpe.

Todo estaba oscuro, pero no con la oscuridad del anochecer. No hacía tanto frío como para que fuera de noche y, al mirar al cielo, vio la luz del sol desesperada, tratando de perforar las enmarañadas y entrelazadas ramas del árbol. Estaba a la sombra de Yggdrasil, aunque era extraño que no lo hubiera visto a lo lejos antes de toparse repentinamente con él.

Pese a su masa, Yggdrasil no tenía una apariencia verdaderamente sólida. A veces se podía ver a través de él y el árbol alternaba entre corpóreo e incorpóreo, apareciendo y desapareciendo como si no pudiera decidir si quería o no existir. Loki se sentía como imaginaba que se sentiría un mosquito al pie de una montaña: ni siquiera era capaz de comprender su inmensidad, pero percibía las oleadas de poder y vida que emanaban de él.

El grano de la madera expuesta donde la corteza estaba rasgada era más ancho que las puertas principales de Asgard, y también era profundo. Podía caminar por él y seguir un camino hacia el propio Yggdrasil. Pese a su apariencia se notaba recio y los dedos se estremecían cuando lo tocaban, como si estuviera liberando energía. Loki entró en el árbol, hundiéndose en las profundidades de la cosa más grande y antigua que jamás haya existido.

Estaba sumido en la oscuridad y había perdido todo sentido de la orientación y del paso del tiempo. Más allá de sí mismo, lo único de lo que tenía conciencia era una presencia opresiva que permeaba su cuerpo como un latido profundo y zumbante, la conciencia de un ser que había existido desde los albores del tiempo, que crecía y amenazaba con abrumarle al saturar cada uno de sus sentidos hasta el punto de no poder decir dónde terminaba él y dónde comenzaba la entidad.

Y de repente, se fue.

No sabía cuánto había pasado mientras flotaba en la nada, pero parecía como si el tiempo se hubiera suspendido. Un instante había durado una eternidad. Trabajosamente, se obligó a centrarse en su labor y a olvidarse de la conciencia ubicua de Yggdrasil, apartándola de su mente. No fue tan difícil como había pensado, pues al ponerse en pie descubrió que los recuerdos y los sentimientos se desvanecían tan rápidamente como si fueran sueños.

Trató de percibir su entorno mientras se diluían los últimos vestigios de la experiencia. Estaba en la entrada de una enorme caverna. Miró al cielo y vio estrellas brillantes salpicando el paisaje. Se preguntó si todavía estaría en el interior del árbol o si habría sido arrastrado a otro lugar. El suelo estaba cubierto por una fina niebla que lentamente se arremolinaba alrededor de un distante punto central, pero cuando caminaba a través de ella era espesa y apenas giraba. Al acercarse al centro vio que la niebla surgía de un gran agujero que se extendía a ambos lados a la distancia de un tiro de piedra. Le rodeaban voces susurrantes. Un paso más cerca comprendió que era el Pozo de Urd. Al asomarse por el cortado, sus ojos no pudieron penetrar sus profundidades.

Las voces eran débiles e intangibles, un revoltijo de palabras y frases apenas reconocibles, entre las que captaba ocasionalmente fragmentos familiares. Había en las voces tonos y emociones distintas: podía escuchar el dolor y la confusión, la alegría y el éxtasis, la ira y la furia. Miró alrededor. No vio a nadie. Bordeó el pozo con cuidado.

Hizo una pausa cuando la niebla se agitó. Frente a él se alzaron despacio unos zarcillos que formaron la forma vagamente humana de una mujer fantasmal, insustancial e incompleta, con vínculos tenues o sólo sugeridos entre las partes del cuerpo. A cada lado se alzó una figura semejante.

—Hijo del caos…

—Heraldo del crepúsculo…

—Ladrón de tiempo…

Abrieron la boca para hablar, pero sus voces nacían a la vez de todas partes, haciendo vibrar toda la caverna. Sus formas se desplazaban a medida que le hablaban, plegándose sobre sí mismas y cambiando de aspecto.

Entrecerró los ojos. No entendía sus alusiones, aunque era evidente que se dirigían a él. Le intrigaban pese a todo aquellos epítetos, y se preguntó qué sentido tendrían. Pero los ignoró, pues estaba allí para encontrar una respuesta al problema del constructor, no para descifrar los enigmas de aquellas criaturas.

—¿Sois las Nornas? —preguntó.

Las formas se arremolinaron y mezclaron en una sola, que se derrumbó, haciéndose niebla a sus pies. Una brisa fresca sopló por su nuca y cuando se dio la vuelta vio justo detrás a otra figura de niebla con la mano extendida. Lo que sentía no era exactamente miedo, pero había algo en ese lugar y en aquellos seres que agitaba el temor en su interior.

—Somos lo que ha sobrevenido…

—lo que está sucediendo…

—lo que tiene que ocurrir…

—Destino…

—Ser…

—Necesidad…

Las mujeres de niebla se derrumbaron de nuevo. Loki miró alrededor de la caverna y vio zarcillos formándose en tres lugares diferentes.

—Yo soy Loki, de…

—Sabemos…

—quién eres…

—Loki de Asgard…

Estaba inquieto, pero satisfecho al menos de haberlas encontrado y de que le hablaran. Se había preguntado más de una vez si unos seres como aquellos se dirigirían a él. Su necesidad de encontrar una respuesta al enigma del constructor le había impulsado, a pesar de la incertidumbre.

—Debéis saber entonces por qué estoy aquí.

—El…

—maestro…

—de obras…

—¿Me diréis bajo qué hechicería se escuda? ¿Puede romperse el pacto?

Se hizo el silencio mientras las brumas se alzaban de nuevo en otra parte de la cámara.

—El constructor…

—no completará…

—la muralla…

Se sorprendió: las Nornas lo sabían todo, o al menos eso se decía. Necesitaba saber más.

—¿Cómo será detenido sin romper el trato?

—A él…

—se le usurpará…

—su recompensa…

—pero a ti…

—se te usurpará…

—mucho más…

Entrecerró los ojos.

—¿Qué queréis decir?

—Contempla…

—el…

—pozo…

Se volvió despacio, curioso, apartando la mirada de ellas con desconfianza. Al principio no vio nada bajo la turbulentas neblinas del pozo. Pero más allá de la oscuridad comenzó a ver formas y colores que representaban una escena.

La niebla comenzó a componer criaturas: unas con múltiples extremidades; otras medio vivas y medio muertas; bestias mitad hombre; una criatura con un rostro de fuego negro; una cabeza sin cuerpo con un solo ojo y serpientes con largos colmillos que goteaban veneno.

—¿Qué es esto que me enseñáis?

—Los monstruos…

—surgirán…

—de ti…

Notó la impaciencia en su pecho.

—¿Qué significa eso? —preguntó.

—Perteneces a dos…

—mundos y eso será…

—tu perdición…

—pero…

—también…

—tu fortaleza…

Una figura neblinosa se formó junto a él y apuntó al pozo. Loki se asomó otra vez: los monstruos habían desaparecido. En su lugar, las brumas enturbiaban el fondo y dibujaban algo nuevo.

Se esculpió un árbol y luego otro y otro hasta que apareció un huerto entero de árboles en las brumas del pozo. Eran abundantes, estaban cargados de fruta madura. Poco a poco, comenzaron a cambiar y ajarse. Sus largas ramas se convirtieron en brazos marchitos con dedos largos y frágiles; su corteza se volvió áspera y arrugada como la piel de la vejez; se encogieron bajo el peso de una larga vida que los encorvaba hasta acercarlos al suelo; sus orificios se transformaron en cuencas abiertas y vacías que lo habían visto todo y que ahora no sabían nada. En vez de un gran huerto, ahora parecía un bosque andante de cadáveres, muertos en todo salvo en el nombre.

—Quitarás…

—y repondrás…

—vida, sólo para…

—quitarla…

—de nuevo…

—una vez más…

La escena cambió. Un rostro sin ojos le encaraba. Sostenía un cuenco con unas manos blancas; el resto de su cuerpo siguió formándose. El cuenco estaba vacío, pero poco a poco empezó a llenarse con un líquido rojo oscuro. Las manos lo dejaron caer y el líquido salpicó y manchó primero a docenas de sombrías figuras cercanas para extenderse después al resto de figuras hasta abarcarlas a todas. Empezaron a fundirse con el suelo hasta que lo único que pudo verse fue un estanque rojizo que se volvió más claro. El estanque se aclaró y apareció un pequeño pez que nadaba rápidamente a través del agua, como si intentara escapar de algo. Docenas de manos captoras se arrojaron de repente al agua y el pez se precipitó lejos de ellas. Pero allí donde nadaba había más manos que se lanzaban sobre él como dardos hasta que finalmente fue atrapado. Las manos se abalanzaron sobre el pez y éste desapareció en medio de un amorfo montón de carne que lo consumió.

—Padre de los muertos…

—Acarreador de la llama…

—Portador de máscaras…

Las Nornas coreaban mientras sus formas vacilaban ante él.

—Matarás…

—lo que no puede…

—matarse…

—Serás el heraldo…

—de la destrucción…

—y el renacimiento…

—¿Por qué me mostráis estas escenas? —dijo, apretando los puños. «¿Cómo van a ayudarme a detener la reconstrucción de la muralla? ¿Por qué perder el tiempo con enigmas y profecías?», pensó. «Mientras yo malgasto las jornadas aquí, la muralla está a punto de terminarse».

No contestaron. La escena del pozo, sin embargo, cambió otra vez. Loki se vio a sí mismo, brumoso e insustancial, y tenía unas figuras minúsculas a sus pies. A medida que el Loki de niebla se inclinaba para mirar más de cerca a los pequeños hombres, sus brazos comenzaron a alterarse: se hicieron más largos y sinuosos y revelaron escamas. Sus dedos se fusionaron y sus manos se convirtieron en cabezas con ojos rasgados mientras que unas lenguas viperinas chasqueaban de continuo dentro de unas fauces llenas de colmillos.

El Loki de niebla retrocedió horrorizado al ver en qué se habían convertido sus brazos, pero cuando abrió la boca de par en par, los dientes comenzaron a crecerle y se afilaron mientras la mandíbula y la nariz se le alargaban. Sus orejas se volvieron puntiagudas y le brotó pelo negro de su rostro lupino. Sus piernas se atrofiaron: vio cómo su piel se arrugaba y ennegrecía y cómo los huesos casi le sobresalían mientras la carne se pudría, atrayendo a las moscas.

Su imagen comenzó a arder, elevando hilos de humo, hasta que al fin estalló en llamas. Agitó los brazos salvajemente como si le doliera y cuando miró la escena más de cerca, le pareció por su expresión que su rostro hecho de niebla estaba casi… satisfecho.

Las llamas se extendieron y consumieron a todas las figuras que tenía a sus pies. Una agarró un martillo; otra, una lanza. Vio poco más, pues los pequeños hombres se convirtieron en cenizas. El fuego continuó propagándose hasta que toda la escena fue sólo fuego que ardía con tal intensidad que tuvo que apartar la vista. Al volver a mirar, la imagen había desaparecido. Regresaron de nuevo el remolino de niebla y la nada.

—La respuesta…

—está…

—dentro de ti…

Las miró, curioso y molesto a la vez. Le habían mostrado algo del futuro, estaba seguro, pero no sabía qué hacer con ello. ¿Le era de utilidad alguna de aquellas escenas?

—¿Qué respuestas? No he visto nada salvo imágenes de horror. No me habéis mostrado nada de la brujería que enmascara al artesano.

—Tú…

—serás…

—madre y…

—padre para…

—tu…

—respuesta…

—Eres a la vez…

—uno…

—y muchos…

—Habláis con acertijos. —Había perdido la paciencia. ¿De qué servía viajar aquí cuando todo lo que ofrecían eran imágenes vagas y sugerencias acerca de lo que podría llegar a ser?—. Si no me vais a decir nada útil, he terminado con vosotras. —Dio la espalda al pozo y comenzó a alejarse, de vuelta hacia donde se había encontrado en el suelo. Sólo le dedicó un instante de reflexión a cómo podría salir de ese lugar.

—Astuto…

—Embaucador…

—Viajero del cielo…

Se detuvo y se volvió. Sólo quedaba una figura de niebla, que se intuía femenina, con tres cabezas que hablaban al unísono.

—Busca al maestro de obras. Sois uno y el mismo.

La mujer de niebla se derrumbó sobre sí y no se levantó. Loki esperó. Ni las figuras volvieron, ni las voces le hablaron más. A excepción del flujo continuo de niebla, nada se movió en el Pozo de Urd. Se dio la vuelta con una frustración que le roía el borde de la mente, únicamente para verse empujado de nuevo a la negra nada de Yggdrasil.

Ir a la siguiente página

Report Page