Loki

Loki


Capítulo tres

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Capítulo tres

Balder y Tyr detuvieron sus caballos en las afueras de Asgard, en la hierba alta de los campos. Dominando desde allí la ciudad, contemplaron los torreones y grandes fortalezas que se extendían a un lado y a otro hasta el horizonte. La guerra había dañado muchas de las estructuras, una vez inmaculadas y brillantes. Muchas —la mayoría— habían sido reparadas, pero los trabajos proseguían: incluso para los dioses llevaba tiempo levantar de nuevo lo que había caído.

La muralla que rodeaba Asgard era sin embargo la estructura más gravemente dañada. Casi diezmada durante los combates, había quedado reducida a escombros en muchos lugares. En otros, quedaban en pie secciones solitarias de muro a una fracción de su antigua altura. Una vez, desde su promontorio, las murallas tuvieron el aspecto de fauces abiertas llenas de mellas y dientes rotos.

Pero casi era verano y lo que veían era una muralla que estaba, sorprendentemente, casi terminada. Donde una vez hubo huecos y ruinas ahora se elevaban bloques de piedra sobre bloques de piedra hasta una altura vertiginosa. La brecha en el recinto, una vez tan grande como para dejar sin protección la totalidad de Asgard, ahora se reducía a meras leguas. Esa distancia parecía insignificante en comparación con lo que el constructor había logrado hasta ahora. Ni Balder ni Tyr dudaban de que terminaría antes del primer día de verano.

Podían verlo trabajar desde donde estaban sentados. Era apenas una mota a esa distancia, pero el rastro de su avance era inconfundible. Una nube de polvo se levantaba donde tallaba y colocaba los bloques de piedra, encajándolos a la perfección sobre aquellos que ya había colocado. Si astillar y cortar cualquier piedra alzaba una polvareda, el artesano trabajaba tan rápido y con tal furiosa intensidad que creaba un torbellino de polvo, logrando que pareciera como si el humo ondeara desde un pequeño e intenso fuego que no podía verse.

En otras ocasiones, cuando arrastraba piedra de la cantera y la descargaba en la base de la pared, sus movimientos eran tan veloces que parecía un ejército de hormigas construyendo su nido. Maravillados, especularon sobre su fuerza y resistencia, pues izaba bloques de piedra que darían problemas a algunos dioses. Y no se detenía: continuaba trabajando cuando se tumbaron de noche y, cuando al día siguiente se levantaron, seguía arrastrando y cincelando piedras. Ningún dios lo había visto descansar o hacer tan siquiera una pausa para comer.

Pero incluso a ese ritmo increíble no habría llegado tan lejos sin la ayuda de su caballo. Cada vez que regresaban de la cantera, el animal —no más grande que cualquier caballo de tiro— arrastraba decenas de enormes bloques en una amplia red que remolcaba tras de sí durante cientos de pies. La carga era tan pesada que dejaba un surco a su paso y el estruendo se oía a muchas leguas.

—Se acerca el primer día de verano —dijo Tyr.

—Y nos acercamos más a la pérdida de Freyja —contestó Balder apretando los puños. Se volvió hacia Tyr—. Sin hechicería, ningún mortal podría lograr lo que éste ha logrado. —No mencionó que la intensidad de sus pesadillas había aumentado desde la llegada del maestro de obras.

—Sin lugar a dudas. Su fuerza rivaliza con la de Thor.

—Entonces debemos rescindir el contrato: fue acordado de mala fe. Eso debería justificar que se rompiera.

Tyr negó con la cabeza.

—Sabes que no es posible: no podemos cambiar los términos de un acuerdo porque no nos guste el resultado. Ya conoces lo que significa ser Aesir —agregó Tyr— y no debemos olvidar que, incluso si perdemos a Freyja, algo obtenemos con este trato.

Balder no se aplacó.

—No me importa el muro. ¿Cómo se puede comparar a una de las diosas con una cosa hecha de ladrillos apilados? Lo que perdemos es mucho más que lo que ganamos.

—Eso lo dices ahora: ¿y si los gigantes marcharan sobre nosotros? No me tomo a la ligera la triste pérdida de Freyja, y quizá es cruel decirlo, pero ese muro puede ser lo que evite la destrucción de Asgard; que Freyja se sacrifique en este momento puede evitar la muerte de todos.

Balder lo miró con amargura.

—¿Es éste el coste de nuestra seguridad? ¿Intercambiar a uno de los nuestros para que los demás se sientan seguros? Es un trato cobarde.

Tyr no se sorprendió al oír hablar así a Balder. Su temperamento a menudo se apoderaba de él. Sin embargo, no permitiría que Balder hablara mal del Alto sin réplica.

—Haces un flaco favor a tu padre, de cuyos sacrificios y cargas poco sabes. Mientras él lleva el destino de los Nueve Mundos a hombros, tú piensas únicamente en una diosa solitaria. Pese a que la valoramos y honramos, ¿sacrificaríamos toda la creación por ella?

Balder miró hacia otro lado, frustrado.

—Tratas de hacerlo más complicado de lo que es. ¿De verdad crees que el destino de todos descansa en este trato mal concebido?

—¿Cómo podemos saberlo? No somos nadie para cuestionar el juicio del Alto; sabe cosas que sólo podemos intuir.

Balder no estaba satisfecho.

—Bah, ésa es una explicación destinada a mantenernos tranquilos. Si mi padre realmente lo sabe todo, entonces ¿por qué no comparte sus conocimientos con nosotros? ¿Nos cree niños que no pueden soportar oír noticias agrias?

Tyr se removió en su caballo, incómodo con el rumbo de la conversación.

—Todavía no sabemos cuál será el resultado de este trato. Es posible que las murallas no se completen y que no se pierda a Freyja.

—Terminará. Míralo: es un torbellino. ¿Cómo puede trabajar sin descanso con tanta furia? Hay hechicería en esto.

Tyr asintió lentamente.

—Puede que tengas razón. Pero se hizo un pacto y eso es lo que importa.

—¿Y qué hay de la brujería? ¿No importa que esta criatura nos haya engañado?

—No, si no se puede probar.

Tyr suspiró y miró el muro. Tampoco le gustaba el trato, pero una vez acordado nadie podía cambiarlo. Dudaba que el constructor se hubiera conformado con otra recompensa. Además, ¿qué podía compararse con Freyja?

Balder frunció el ceño.

—El culpable de esto es Loki. Él convenció a mi padre para aceptar este pacto. Tú lo viste, Tyr: Odín estaba dispuesto a rechazarlo antes de que Loki le susurrara dulces palabras al oído. Sus tejemanejes nunca traen nada bueno; mi padre debería saberlo a estas alturas.

—Sabes que eso no es cierto. Algunas veces los ardides del Astuto han ayudado a Asgard.

Balder parecía asqueado.

—Echa a perder cuanto toca.

—¿No fue Loki quien encontró a Mjolnir cuando lo robó Thrym, el gigante? Si no fuera por él, Thor no hubiera recuperado el martillo.

—Mjolnir hubiera aparecido muy pronto incluso sin ayuda de Loki. Ese gigante era un necio: ni siquiera podía distinguir que su novia era un bruto atronador de barba roja.

Tyr prefirió no discutir: sabía que la ira de Balder hacia el pacto le impedía ver con claridad.

—No me quedaré aquí sentado mientras perdemos a Freyja —dijo Balder.

—No hay nada que hacer salvo sentarse, aguardar y desear que el artesano no complete la reconstrucción. No podemos interferir. —Tyr se preguntó si Balder planeaba atacar o detener de alguna manera al maestro de obras. Un acto así sólo traería deshonor a los Aesir y Balder podría ser castigado con el águila de sangre, que haría que sus pulmones brotaran por la espalda como si fueran alas. Sin embargo, Tyr dudaba que Balder sobreviviera a un ataque al constructor y se preguntó qué ocurriría en tal caso.

—Puedo leer tus pensamientos, Tyr. No voy a hacer ninguna tontería. Me limitaré a buscar el consejo de aquel que nunca deja de tener un plan. Tal vez sus argucias puedan deshacer lo que han provocado.

—No hagas nada precipitado. No me gustaría verte castigado por interferir en los planes de tu padre. Su ira puede ser terrible.

—Sólo quiero encontrar una solución a este problema. Estoy seguro de que el Astuto será capaz de descubrir una manera de salvar a Freyja.

Balder espoleó a su caballo y se alejó, de regreso a Asgard.

Tyr lo vio partir y su ceño se arrugó preocupado. Balder nunca se acercaría a Loki. Ni siquiera soportaba estar en la misma habitación que él. ¿Se tragaría su asco e imploraría a Loki por esto? ¿Lo amenazaría? E incluso si se decidía, ¿podía confiarse en el consejo de Loki? Era tan cierto que sus planes a veces evitaban el desastre como que sus malicias irritaban a muchos de los Aesir.

El artesano continuó con la reparación hasta que se quedó sin bloques. Se dirigió entonces con su caballo a la cantera, viajando más rápido de lo que era posible. Pronto volverían con más piedra que añadir a la muralla. Tyr no creía que la reparación pudiera detenerse. Confiaba en que Balder, a pesar de sus recelos, encontrara la manera de hacerlo.

Servía de poco negar que el constructor probablemente completaría la reconstrucción de la muralla, pero de todas formas esto enfadaba a Loki. Se maldijo por ignorar el brillo de la hechicería que había visto en el hombre durante el concilio de Gladsheim. Sin duda era más aceptable culpar a la brujería que reconocer que podía haber sido engañado.

Pero ¿por qué había aceptado Odín el acuerdo si sabía que el artesano lo cumpliría? La amenaza del Alto le rondaba la cabeza y consideraba los castigos que podría recibir si el muro se terminaba. ¿Muerte? ¿Exilio? Si Odín conocía el resultado, ¿por qué iba a permitir que se pusiera en peligro? Tal vez significaba que algo iba a impedir que el constructor concluyera la tarea.

Sin embargo, se le ocurría poco que pudiera hacer. Cualquier hecho que interfiriese de forma evidente con el maestro de obras sería vista como una ruptura del acuerdo. Por improbable que fuera, estaba condenado a la esperanza de que no acabara.

Lo había observado, convencido de que la verdadera responsable era la brujería que ocultaba su auténtica naturaleza. No trabajaba como uno, sino como muchos. Su fuerza y su velocidad no eran las de los mortales ni incluso las de los dioses. Ninguno de los Aesir podría haber logrado lo que el constructor había hecho hasta el momento, lo que resultaba perturbador. No podía concebir un ser que controlara tales habilidades. Incluso los gigantes, a pesar de que eran fuertes más allá de toda creencia, carecían de los poderes de este mortal.

Se había alejado de los caminos de Asgard para contemplar la obra del artesano, pues recelaba de acercarse demasiado sin conocer la verdadera naturaleza de la criatura. Lo vio desde lejos, trabajando, transportando con facilidad bloques de piedra que habrían dado problemas a Thor. Nadie podría haber predicho que sería capaz de hacer cosas semejantes. Seguramente esto se tendría en cuenta si la muralla se terminaba.

Por ahora lo observaría y consideraría formas de detener la construcción. Si seguía a su ritmo actual, aún quedaban varias semanas antes de que el muro estuviera terminado. Plazo suficiente, pensó Loki, para idear una manera de detenerlo.

Mientras se movía alrededor de una esquina, acercándose a donde el maestro de obras trabajaba, sintió un fuerte golpe en la parte posterior de la cabeza. Tropezó y cayó al suelo, apenas consciente. Fue agarrado y arrastrado violentamente antes de que lo arrojaran al suelo.

Tumbado con el rostro en el polvo, luchando por superar las náuseas, se puso a cuatro patas y fue recompensado con una patada en el estómago. Vomitó, pero se las arregló para mantener su posición. Mientras se le aclaraban la cabeza y la vista, anticipó otro golpe que no cayó. Miró hacia arriba para ver a su atacante.

Había un semicírculo de hombres que lo rodeaban, una veintena de ellos, y un alto muro a sus espaldas. Vestían armaduras curtidas de cicatrices de batalla y armas gastadas que todavía se veían lo suficientemente sólidas como para cortar la carne. Ellos estaban igualmente dañados: a algunos les faltaban las manos e incluso los brazos; uno caminaba sobre una sola pierna, apoyándose con una muleta de madera áspera; varios carecían de ojos u oídos, o de ambos; todos tenían numerosas cicatrices visibles y más que no lo eran; sus armaduras habían perdido placas y tenían abolladuras y cortes donde innumerables espadas habían apuñalado, empalado y sesgado. Todos en Asgard conocían a estos hombres: eran el ejército de guerreros muertos de Odín, los einherjar. Batallaban en los campos de Asgard cada día y comían y bebían hasta el estupor cada noche, sólo para levantarse —tanto los muertos como los vivos— para repetir el ciclo al día siguiente.

Pero a pesar de que se alzaban para luchar nuevamente, no salían indemnes. Aquellos miembros que habían perdido no les volvían a crecer por arte de magia. Los que tenían los ojos apuñalados no recuperaban su visión. De hecho, algunos de los einherjar más gravemente heridos apenas eran humanos, pero pese a todo se arrastraban sobre el campo de batalla para combatir como podían. Los que habían sobrevivido intactos una y otra vez eran luchadores temibles, aunque pocos en número. Se les necesitaría en el Ragnarok, o eso decía la leyenda.

Loki estaba menos preocupado por un futuro legendario que por la amenaza inmediata que planteaban. Thor e incluso Tyr saborearían esa situación —una veintena de combatientes contra un único adversario—, pero él no se engañaba creyendo que era su igual. Hábil como era con el acero, no era rival para todos a la vez. Al menos no después de haber sido asaltado.

Se levantó lentamente, temeroso de otra patada. Al contemplar sus horribles rostros no vio nada en ellos que le hiciera pensar que aquellos guerreros habían estado vivos una vez. Sus ojos estaban apagados y exánimes y sus movimientos eran mecánicos. No había ni una chispa de vida dentro de ninguno de ellos. Loki podía sentir la lascivia sorda y sangrienta que emanaba de ellos como un hedor nauseabundo. No eran hombres, sino demonios.

—Habéis golpeado a un príncipe de Asgard —dijo. No hubo ningún cambio en sus inexpresivos rostros—. Al Padre de Todo no le va a gustar esto. Os arriesgáis a recibir su ira.

Uno, grande y calvo, se adelantó. Le faltaba un globo ocular y tenía cicatrices por encima y por debajo de donde el ojo había estado, como si una hoja enorme lo hubiera apuñalado allí. También le faltaba la oreja y parte de la cabeza en el lado derecho. El resto de él, aunque gravemente marcado, estaba intacto. Llevaba un hacha en la mano.

—No puede terminar el muro —dijo el guerrero. Su discurso era entrecortado y áspero, como si no hubiera hablado en años. Loki consideró que posiblemente así era: aquel guerrero podría haber pasado en Asgard muchas vidas mortales y apenas habría necesidad de que dijera nada. Los otros demonios, a pesar de sus posturas inmóviles, simplemente fijaban la vista y observaban como si estuvieran ansiosos por cortar y tajar cualquier cosa.

Nunca antes los einherjar habían atacado a un Aesir, y no parecía posible que pudieran haber urdido ésta o cualquier otra idea por su cuenta. Alguien les había ordenado que lo hicieran. Sospechaba que era Frey, probablemente enojado porque su hermana gemela era el pago por el muro.

—Estoy de acuerdo —dijo. Confundiría a estos guerreros mientras recuperaba su porte, descubriría quién los había enviado y luego los mataría a todos—. Tenemos que impedir que el constructor acabe la muralla, pero no podemos hacerlo aquí, batallando entre nosotros. Tengo que encontrar a vuestro maestro para planificar nuestra estrategia. ¿Dónde está ahora?

El guerrero calvo no respondió, pero tenía un aire de confusión, como si no estuviera seguro de lo que debía decir.

—Él nos dijo… —Hizo una pausa, buscando una respuesta—. No puede terminar el muro. Te mataremos si termina la muralla.

Loki sintió aumentar la amenaza. No estaba del todo seguro de que no lo fueran a matar ahora, antes de que pudiera averiguar quién los había enviado.

—El artesano es la amenaza. Tenemos que ayudarnos unos a otros. No se puede hacer nada mientras estamos aquí intercambiando palabras. ¿Está vuestro maestro en sus aposentos? Tengo que encontrarlo rápidamente, hay poco tiempo que perder: ¿dónde está?

El guerrero calvo miró a los otros einherjar. Hizo una seña a algunos cercanos a Loki, que lo agarraron de los brazos, uno a cada lado. Dando un paso adelante acercó su cara al Aesir. Su aliento era cálido y fétido.

Loki abrió la boca para convencer aún más al guerrero, pero le golpearon en el estómago con el mango de un hacha. Se dobló, aunque los dos que lo sostenían lo mantuvieron en pie.

—Detendrás la muralla o te mataremos.

Vio que las palabras no iban a funcionar.

—Sí —balbuceó—. Voy a ir a detenerla ahora.

Sintió que los dos que lo sostenían se relajaban mínimamente y pateó las ingles del calvo, que se dobló a sus pies. Aprovechó la sorpresa y liberó uno de sus brazos. Su mano encontró la empuñadura de su espada. La desenvainó rápidamente. Antes de que nadie más pudiera actuar, continuó el movimiento y barrió en un amplio arco, decapitando al que le estaba agarrando.

El otro tiró instintivamente, pero ése fue su último error. Loki giró la espada y lo atravesó con ella. Pero incluso con una hoja sobresaliéndole, el einherjar agarró a Loki con más fuerza y la inercia del golpe los envió a ambos al suelo. Loki liberó su brazo. La espada quedó atrapada en el cuerpo del guerrero.

Los otros einherjar avanzaron hacia él a trompicones, como si sus cuerpos estuvieran gastados. Se puso en pie y sacó un cuchillo. A medida que se acercaba, seccionó la garganta de uno y apuñaló en el pecho a otro. Ambos se desplomaron y el resto se abalanzó implacable sobre él. Fue arrojado al suelo y golpeado, desapareciendo finalmente bajo una masa de cuerpos retorcidos y apuñalados.

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