Loki

Loki


Capítulo cuatro

Página 13 de 45

Capítulo cuatro

El insistente golpe del puño en el roble resonó en toda la sala, sorprendiendo a Sigyn con su urgencia. Envió a los sirvientes a contestar y luego decidió verlo también por sí misma.

Cuando las puertas de la oscura sala se abrieron, dos figuras se siluetearon contra la luz del sol. Altas y delgadas, la luz reflejada en sus armas y armaduras metálicas disipaba cualquier impresión de debilidad. Las reconoció como dos de las valkirias, Tiempo de Hacha y Portadora de Lanza, aunque las conocía sólo de nombre.

Su atención se dirigió de inmediato a la carga que llevaba una de ellas. Lo que al principio, en la oscuridad del pasillo, parecía ser un gran saco, se concretó más claramente cuando las puertas se cerraron y sus ojos se reajustaron a la penumbra de la sala.

Una de las doncellas guerreras acarreaba un cuerpo sobre su hombro. Una punzada de alerta se convirtió en horror al reconocer a quien portaban. Corrió hacia ellas.

—¿Vive? —preguntó con la respiración jadeante y entrecortada a causa del pánico. Sin esperar una respuesta, las hizo pasar a un dormitorio.

—¡Aquí! ¡Ponlo aquí!

Tiempo de Hacha depositó con cierta brusquedad el cuerpo inerte de Loki sobre la cama.

—Vive —dijo—. Pero ha sido gravemente golpeado.

Sigyn dio órdenes a los sirvientes cercanos, que se marcharon deprisa hacia las entrañas de la morada en busca de lo que necesitaba. Se inclinó sobre la forma inconsciente de Loki y con la manga de su vestido le limpió cuidadosamente la sangre de la cara.

—¿Cómo ha ocurrido? —Su voz amenazaba con desbordarse por la emoción.

Ambas valkirias miraron impasibles a la pareja sin manifestar ninguna emoción.

—Lo encontramos así —dijo Tiempo de Hacha—. Estaba en el suelo, cerca de las murallas. Sus atacantes se habían ido cuando llegamos.

—Eran muchos. Las señales de la lucha eran claras —añadió Portadora de Lanza.

Sigyn alzó la vista hacia ellas mientras un abanico de emociones cruzaba su rostro.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué señales?

—Señales de reyerta —dijo Portadora de Lanza, como si fuera sentido común—. Primero le golpearon por detrás. Cayó. Lo arrastraron para poder agredirle sin ser vistos. Lo rodearon y luego se abalanzaron sobre él y le atacaron, todos a la vez.

—¿Cómo ha podido suceder esto en Asgard? ¿Hay enemigos entre nosotros de los que no somos conscientes?

Tiempo de Hacha negó con la cabeza.

—No, señora.

—Entonces ¿quién ha hecho esto?

—No querían matarlo —dijo Portadora de Lanza.

Sigyn detuvo sus curas; Loki no se movió.

—¿Qué quieres decir? Míralo: ¿cómo podrían no querer matarlo? —Sintió desatarse su ira, pero se obligó a aplacarla. No quería cargar su pena con quien había recogido a su marido del polvo.

—No usaron armas sino que le golpearon con los puños desnudos. Él derramó su sangre y pudo haber matado a algunos, pero retiraron a los muertos y heridos.

Portadora de Lanza sacó el cuchillo y la espada de Loki, todavía cubiertos con la sangre de sus agresores, y los depositó en el suelo para que Sigyn los examinara.

Los sirvientes corrieron a la habitación y empezaron a limpiar las heridas de Loki mientras le aplicaban ungüentos y vendajes curativos y sumergían los paños en cuencos de agua tibia. A medida que retiraban la sangre, el agua se tornaba rosa.

Sigyn se levanto y permaneció cerca, con una mano sobre Loki. Tomó el cuchillo y lo examinó.

—¿De quién es esta sangre?

—Einherjar —dijo Portadora de Lanza.

—¿Qué? Eso no puede ser.

Las dos valkirias la miraron sin más.

—¿Cómo lo sabéis?

Habló Tiempo de Hacha:

—Durante edades incontables hemos recogido a sus caídos del campo de batalla. Conocemos a estos guerreros mejor que a nadie: estamos atados a ellos.

Portadora de Lanza añadió:

—Nadie más puede haberlo hecho. Sabe tan bien como nosotras que no puede ser un Aesir. Ninguno dios atacaría a otro en la tierra sagrada de Asgard. Y no hay nadie en Asgard que pueda hacerle esto a un dios salvo los Aesir, los einherjar y las valkirias.

—¿Y cómo sabes entonces que no ha sido una de las tuyas?

Si las dos valkirias se sintieron ofendidas, no dieron ninguna señal de ello.

—Vivimos para servir al Alto —contestaron sin más, como si eso disipara toda duda.

Volvió a mirar a su marido. Bajo el cuidado de los criados comenzaba a tener mejor aspecto, pues su capacidad inmortal de curación remendaba ya su cuerpo. Sigyn podía ver cómo las magulladuras se desvanecían lentamente. No pasaría demasiado tiempo hasta que se recuperase por completo.

—¿Por qué iban los einherjar a atacar a mi marido? Nunca antes han hecho algo así.

Portadora de Lanza bajó la mirada hacia Loki. No había ni amor ni odio en sus ojos.

—Es extraño, pero no podemos adivinar por qué harían tal cosa. Debe buscar las respuestas en el Alto. —Tiempo de Hacha asintió.

—No tiene sentido. Mi señor también sirve al Alto. ¿Qué razón podrían tener los guerreros de Odín para atacarle? —No lo dijo en voz alta, aunque también se preguntó por qué lo habían dejado con vida. Era una advertencia, pero ¿de quién?

—Buscad al Alto, señora —dijo Tiempo de Hacha, y las valkirias no dijeron más.

Sigyn les dio las gracias por traer a Loki e hizo que varios siervos las acompañaran a la salida. Mandó a otro a bloquear la puerta principal para no dejar entrar a nadie y después se sentó junto a Loki, tomándole la mano con delicadeza. Sus heridas, aunque graves, sanarían. Dio gracias porque no resultara sencillo matar a un dios, aunque era consciente de que tampoco era imposible.

Sabía que esto se debía al pacto con el artesano. Loki nunca había sido popular en Asgard, pero el rápido e inesperado avance hacia la finalización del muro había puesto a todos los Aesir en su contra más aún que de costumbre. Le dolía que no lo valoraran como era debido y se sabía incapaz de hacer nada para alterar su opinión sobre él: sus métodos eran distintos y probablemente nunca sería plenamente aceptado por los Aesir.

Pero Sigyn no se podía envenenar odiándolos, pues ella también era una Aesir y, aunque apoyaba a su marido y se sentía herida por el rechazo y el ridículo al que se enfrentaba, no podía darle la espalda a su propia especie. Sintiéndose arrastrada en dos direcciones opuestas, descansó la cabeza sobre su brazo.

Varias horas más tarde notó una agitación. Se había quedado dormida. Al incorporarse vio a su marido observándola, aturdido, con los ojos abiertos.

—Fui atacado —dijo, casi como una pregunta.

—Sí, mi señor. Fuiste atacado por…

—Los einherjar —completó—. ¿Cómo llegué aquí?

—Te trajeron dos valkirias. Te hallaron cerca de las murallas, derrumbado.

Loki asintió lentamente, como si pudiera recordar cómo lo habían traído.

—¿Cuánto llevo encamado? —Se sentó, retirándole con suavidad la mano a Sigyn y poniendo los pies en el suelo.

—Todavía no deberías levantarte. Fuiste golpeado a conciencia. Debes curarte y descansar.

—Hay poco tiempo para eso —espetó—. ¿Cuánto he estado inconsciente? —Sus ojos se clavaron en ella. Insistentes. Impacientes.

—Diría que sólo unas horas. Me dormí velándote. No creo que haya pasado un día.

Asintió y se incorporó.

—Bien. Hay mucho que hacer y el tiempo se acorta deprisa.

—Déjame llamar a los sirvientes para que cumplan tus órdenes mientras te recuperas. No hay necesidad ni siquiera de que abandones la cama.

Sus ojos brillaron irritados, pero pudo mantener la lengua bajo control casi por completo.

—Si no descubro el secreto del constructor, y pronto, estas heridas no serán nada comparadas con las que recibiré de manos del Padre de Todo.

—El Alto nunca te haría daño —dijo ella con el rostro alarmado.

—No seas necia —siseó—. Si este acuerdo hace que perdamos a Freyja, el Padre de Todo y el resto de los Aesir me culparán a mí por impulsarlo; matarme será lo mínimo que harán conmigo.

—No. No te harían tal cosa. Sólo te amenazan. Odín no permitiría que te hicieran ningún daño, incluso si perdemos a Freyja.

Él negó con la cabeza.

—Conoces poco sobre Odín. —Había en sus palabras un filo oscuro que la hizo detenerse.

—¿Qué quieres decir?

Loki hizo una pausa y mantuvo la mirada baja, como si buscara entre sus recuerdos.

—Siempre se me acusa de tratos ambiguos, pero las maquinaciones del Alto hacen palidecer las mías. Si supieras las cosas que ha hecho.

Ella se apretó las manos y sacudió la cabeza lentamente.

—No te creo. El Padre de Todo es bueno y amable.

Loki miró fijamente a su esposa. En sus labios se dibujó una fina línea:

—¿Quieres conocer sus oscuras hazañas?

Sigyn palideció y no respondió.

—Hace muchas épocas, en un viaje a Midgard, nos acercamos a nueve esclavos que labraban un campo. Dejó entrever lo suficiente de sí mismo para que supieran que no trataban con un simple viajero. Sacó una piedra de afilar de su bolsa y la sostuvo para que la vieran.

«Esta amoladera —dijo— hará que vuestras hojas estén tan afiladas como las de los dioses». No le creyeron, por lo que afiló una de sus guadañas y se la devolvió. Cuando el esclavo barrió la hierba con su hoja, segó las cañas altas sin esfuerzo. Sus ojos se abrieron de par en par, y Odín afiló todas las guadañas. Los esclavos pudieron segar todo el campo en tan sólo unos minutos, lo que antes les habría llevado horas.

—Así que los ayudó. Ya ves que es benigno y generoso.

Loki la miró antes de continuar.

—Cuando el campo estaba segado, el Padre de Todo les dijo que daría la piedra a uno de ellos. Los esclavos, ansiosos por tener la amoladera, discutieron entre sí sobre quién debería tenerla. Miré a Odín y había un brillo terrible en sus ojos. Lanzó la piedra en mitad del tumulto. Al final yacieron a sus pies nueve esclavos masacrados, cada uno reclamando la piedra para sí. El Alto sonrió y guardó la piedra. Luego seguimos nuestro camino.

Con el rostro horrorizado, Sigyn todavía no podía creer que el Padre de Todo hiciera tal cosa.

—Debió ser un malentendido: no podría haber previsto lo que sucedería.

Loki no respondió.

—Los mató su propia codicia. No es culpa del Padre de Todo que estuvieran dominados por sus emociones.

—Te engañas: disfrutó viéndoles destruirse. No será el Alto el que me perdone las consecuencias.

—Mi señor, estoy segura de que…

—Ya basta —dijo. Se llevó una mano a la cabeza y paseó por la planta—. Tengo que descubrir qué hechicería hay detrás del constructor. Fui un insensato al impulsar este pacto aún cuando podía entrever que nos ocultaba algo. Pero ¿por qué no puedo detectarlo?

Ella se cruzó de brazos y miró hacia abajo. No le importaba lo que pensara su marido: no podía creer que Odín hubiera hecho tal cosa. Tampoco podía creer que Loki estuviera en peligro incluso si perdían a Freyja. Nadie estaría contento y sin duda lo rechazarían incluso más que ahora, pero el Padre de Todo no le daría de lado a su propia especie. Tuvo que existir alguna razón para la muerte de los esclavos, algo que sólo Odín sabía y que Loki confundió con un mirada o un gesto. Conocía lo suficiente a su marido como para saber que a menudo veía las cosas más descarnadas de como realmente eran.

Apartó ese pensamiento por el momento. Lo había visto lanzar las runas muchas veces y cada una de ellas había terminado frustrándolo, incapaz de encontrar nada sobre el maestro de obras. Se acercó a Loki, posando ligeramente una mano sobre su hombro.

—¿No has encontrado nada en las runas?

—Nada. —Pronunció aquella palabra como si fuera una maldición—. La brujería tras la que se esconde está más allá de mi habilidad de penetración. Si pudiera detectarla entonces quizá podríamos justificar la ruptura del trato, pero sin ese conocimiento, debe mantenerse. Y el muro está casi terminado: quedan semanas o días para que acabe.

Ella se inclinó, pasándole un brazo alrededor.

—Si se trata de hechicería, podrías consultar con aquellos que son expertos en esos asuntos.

Rompiendo el abrazo, volvió la cabeza para mirarla. Sabía a quiénes se refería.

—No acudiré a ellos.

—Pero los Vanir tienen acceso a magia que puede ayudarte a encontrar una respuesta. Es Freyja quien está en juego: ¿no estaría ella dispuesta a utilizar su poder para descubrir el secreto del constructor?

—¿No habrían acudido ya al Padre de Todo si tuvieran una respuesta? ¿Y si, de alguna manera, son ellos la causa de este problema?

Una mirada de inquietud cruzó el rostro de Sigyn.

—No crees que puedan estar confabulados con el constructor, ¿verdad? No traicionarían a Asgard.

—¿Y por qué piensas eso, esposa? No han estado con nosotros lo suficiente como para olvidar que una vez fuimos enemigos, que una vez usaban su magia para matar a los Aesir.

—Pero ahora ellos también son Aesir: han sido aceptados por el Padre de Todo.

—O eso al menos les permite creer. ¿Por qué estás tan dispuesta a confiar en aquellos que mataron a tu familia?

Ella agachó la mirada.

—La guerra ha terminado, mi señor.

—Por ahora. ¿Puedes asegurar que no comenzará de nuevo? ¿Y qué venenos podrían propagar mientras permanecen aquí? ¿A qué planes están dando vueltas en este mismo momento, planes que significarán tal vez la muerte de todos los Aesir? ¿Por qué permitimos vivir al enemigo entre nosotros?

Ella mantuvo la cabeza baja y no respondió. Hubo unos instantes silenciosos donde todo lo que pudo oír fue el lento ritmo de su propia respiración.

Loki se apartó y no se volvió hacia ella cuando habló.

—No hay nadie aquí a quien pueda consultar. El Padre de Todo no revela lo que sabe sobre el presente o el futuro y no hay otros que posean la habilidad necesaria para ayudarme a descubrir el secreto de este artesano.

—¿Hay algún otro que pueda ayudar? ¿Alguien fuera de Asgard?

Se dio la vuelta para mirarla; los pensamientos ya se gestaban en su mente.

—Sí —dijo—. Por supuesto. —Atenuó su voz mientras contemplaba el vacío—. Ellas lo sabrán. ¿Por qué no se me ocurrió antes?

—¿Quiénes, mi señor?

Se acercó a la puerta y la abrió antes de hacer una pausa para volver la vista.

—Que los siervos preparen mi caballo: parto esta noche.

—¿Pero dónde, mi…? —Antes de que pudiera terminar la pregunta ya había atravesado la puerta. Le llegó la respuesta cuando se puso en marcha para avisar a los siervos, y sus ojos se abrieron de par en par. Ellas lo sabrían, por supuesto. Tendrían la respuesta al problema. Pero sólo el Alto las había visto y revelaba poco de lo que sabía.

Se decía que vivían en el Pozo de Urd, un lugar lejos de Asgard. Incluso si Loki encontraba el camino hacia ellas, Sigyn no entendía por qué le iban a ayudar. Volvió a pensar en la historia acerca de Odín. ¿Y si estaba equivocada? ¿Y si el Alto tenía un lado que nunca antes había mostrado? Lo que podría depararle a su marido que Freyja se perdiera. De pronto sintió la desesperación caer sobre ella, se sentó en la cama, puso su cabeza entre las manos y sollozó en voz baja.

Ir a la siguiente página

Report Page