Loki

Loki


Capítulo nueve

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Capítulo nueve

Era agradable volver después de tantos meses al bosquecillo situado junto a la cantera. No le costó revivir aquellos momentos, especialmente al sentir que tanto su forma como su conciencia cambiaban. El recuerdo de lo que suponía convertirse en otra criatura era tenue pero indeleble. De alguna forma, cuando la vez anterior se transformó en caballo, logró conservar un propósito firme a pesar de que su yo normal desapareció casi por completo. Estaba seguro de que ahora ocurriría lo mismo: lograría estampar un pensamiento en su mente y lo perseguiría incluso al transformarse por completo en otra criatura.

Cerró los ojos y sintió que la energía fluía, atravesándole como la vez anterior. Sus pensamientos fueron los primeros en cambiar, volviéndose rápidos y fugaces. No podía fijar ninguna imagen o idea más que algunos instantes. Se le tensaron y endurecieron los músculos. Abrió los ojos. Cuello y cabeza se le giraron instintivamente hacia atrás y adelante como si buscara algo, aunque no sabía qué. Comenzó a estar atemorizado sin que eso le extrañara: mientras permaneciera a ras de suelo, llevaría dentro el miedo a que el peligro estuviera cerca y fuera inminente.

Comenzaron a crecerle pequeñas protuberancias en la piel, brotándole por todo el cuerpo. Su nariz se alargó, sus dedos se extendieron obscenamente y, al mismo tiempo, la piel interdigital se le empezó a desplegar. Encogió. Las sensaciones en esta ocasión eran muy distintas a la transformación en la vasta y poderosa figura de un caballo. Ahora se sentía delicado y frágil. Y sin embargo también poderoso. Estiró los brazos y se deleitó con su ingravidez casi total. Era más ligero y etéreo de lo que jamás se había sentido en su vida, y el tacto de la tierra bajo sus uñas encrespadas comenzó a repelerle.

La superficie del bosque no era su sitio: allí sería la presa de cualquier criatura más grande que tuviera apetito y cierta velocidad con la que atraparlo. Desplegó sus brazos hasta que alcanzaron su envergadura —¡qué ligeros era sus huesos!—, los agitó, y sus alas recién formadas controlaron fácilmente el viento, encaramándolo al cielo.

Su vista era sorprendentemente aguda. Al remontarse sobre las copas de los árboles pudo distinguir movimientos de los que no se habría percatado ni estado a un palmo de ellos. Los campos rebosaban vida y él estaba atento a los desplazamientos más pequeños. Notó con cierto asombro que los roedores estaban por todas partes entre las hierbas altas que se mecían allí abajo —ratones, ratas, conejos— y todos le provocaban el deseo involuntario de zambullirse. Sus garras se flexionaron, preparándose para una presa mortal sobre alguna de las criaturas de la superficie.

Al poco cedió a sus instintos y ajustó repentinamente el vuelo, racheando hacia un conejo veloz que sintió que la muerte caía sobre él. En cuestión de segundos las garras se hundieron en la espalda del animal, que abandonó toda lucha a medida que era izado. El ave aterrizó en un árbol muerto sin hojas en la copa que le ofrecía un lugar para su banquete. El conejo, todavía vivo, estaba sin embargo paralizado por el miedo o el instinto. Loki le clavó el pico en el vientre y se alimentó vorazmente mientras la vida de la criatura se derramaba lentamente sobre la madera muerta.

Poco después sobrevolaba Bifrost. Heimdall permanecía inmóvil como una roca a la entrada de Asgard. Su conciencia aviar no sentía nada en particular por aquel ser: sólo sabía que la criatura era demasiado grande para alimentarse de ella y demasiado lenta y lejana para ser una amenaza, por lo que le resultaba indiferente. En su interior, enterrada profundamente, notaba una sensación incapaz de identificar, un pequeño y desagradable ardor en su diminuto cerebro que su yo aviario no podía explicar. Era parecido al hambre, pero no se saciaba con la carne. Por un breve instante comprendió el desprecio y la ira que moraban en él, pero desaparecieron de inmediato para ser reemplazados por sus instintos de nuevo cuño. El único pensamiento que le quedaba de su yo anterior era la desesperada necesidad de viajar a la tierra de los gigantes.

Pasó deprisa sobre Midgard y su conciencia sumergida apareció en alguna ocasión. Veía su destino a gran distancia pese a que no tardaría más de un día en alcanzarlo. La tierra que sobrevolaba era muy similar a Asgard, aunque carecía de algún elemento vital: era como si la vida hubiera sido drenada de aquel sitio, como si fuera tan sólo una sombra de su tierra natal. Los humanos escaseaban, pero la fauna y la flora eran abundantes: vastos bosques cubrían gran parte de lo que contemplaba. Vislumbraba una sección del inmenso océano que rodeaba la tierra y, aún más allá, divisaba el humo de Muspelheim, apenas visible, a pesar de que no podía captar nada más de ese reino de fuego situado a las afueras de la creación. Incluso su yo aviario sentía alivio por no ver nada más de aquel lugar.

Jotunheim asomaba detrás de un enorme macizo montañoso situado muy al norte. La propia tierra parecía organizarse para configurar una estructura defensiva. Incluso a gran distancia podía sentir el caos que infundía aquel lugar. No podía verlo con exactitud ni siquiera con su vista de halcón, pero lo notaba, como una niebla espesa que cubriera todo el terreno y se concentrara en torno a la enorme ciudadela de Utgard, que sólo distinguía vagamente. Pero también había otro lugar, un sitio del que Odín le había hablado: Thrymheim, la fortaleza de las tormentas de Thiazi el gigante.

Thrymheim estaba esculpida en las cumbres más elevadas de la montaña que bordeaba y protegía Jotunheim, y hubiera sido difícil localizarla desde lejos para cualquiera que no tuviera la penetrante vista de un halcón. Rodeó la torre más alta varias veces mirando hacia abajo, a la enorme fortaleza. Mantenía poca de su auténtica inteligencia, pero le impulsaba una profunda necesidad de estar allí.

Cuando se alejaba hacia un bosque situado en la falda de la montaña, sus ojos se dirigieron de nuevo a la torre más alta. Sin su vista de halcón no habría descubierto a la solitaria figura en la torre de la cima del pico. La figura le miraba, y él dio la vuelta.

Su verdadera conciencia se elevó ligeramente y un único pensamiento, imposible de concebir si fuera tan sólo un ave, se formó en su cerebro, resonó y ganó intensidad. El ave sintió un vínculo indisoluble con aquella figura y, con los ojos siempre fijos en ella, voló en círculos cada vez más próximos con el fin de satisfacer una curiosidad claramente ajena a la de un pájaro. La figura le observaba, plenamente consciente del solitario halcón que trazaba círculos sobre ella. Tenía una mirada incitadora y extrañamente… esperada. La cautela habitual que como ave le habría invadido comenzó a evaporarse. Se acercó más.

Aterrizó en la cornisa de la amplia torre, a una distancia segura de la figura. A medida que su verdadera naturaleza se imponía, se percató de que la figura era un gigante, aunque de mucho menor tamaño que el monstruoso constructor. Dos veces más alto que Thor, carecía sin embargo de la imponente presencia física del Tronador. A pesar de eso, poseía un aura innegable a su alrededor, un brillo que Loki habría asociado antes con la hechicería pero que ahora reconocía de inmediato como caos. Era la misma aura cambiante que había visto por primera vez alrededor del constructor y también era la misma energía turbia que sentía dentro de sí.

Mientras contemplaba al gigante, el pensamiento solitario que lo había llevado hasta allí —Thiazi— se hizo prominente en su cerebro. Él era a quien buscaba; él era quien había enviado al maestro de obras a Asgard; él era el enemigo de los Aesir.

Thiazi habló, pero Loki no conocía las palabras. La comprensión llegó lentamente, a medida que su yo aviario cedía. Todavía con forma de halcón, empezó sin embargo a percibir el entorno con sus propios sentidos.

—Has volado desde lejos —dijo el gigante.

Loki fue incapaz de formar palabras para responder. Se sentó en el borde de la torre, intrigado pero listo para salir volando si Thiazi se convertía en una amenaza.

Como si leyera su mente, dijo:

—No pienso atacarte, Loki de Asgard. No trataré de herirte, como no lo haría con ningún otro de mi propia especie.

Loki le observaba con atención, pero Thiazi no realizó ningún movimiento o gesto de amenaza. Se limitó a permanecer mirándole desde el lado opuesto de la torre.

—El tuerto te envió aquí a buscarme, pero no sabía que te habías encontrado a ti mismo primero. Has descubierto mucho acerca de tu propia naturaleza y, más importante aún, has descubierto que nunca has sido uno de ellos.

Pronunciadas en voz alta, aquellas palabras le causaron cierto dolor. A pesar de haber comenzado a aceptarla, la verdad se hizo más real cuando surgió de la boca de otro. No era un Aesir y, aunque creía que eso ya estaba asentado en su propia mente, le quedaba un rescoldo de negación.

—Has sido enviado aquí para descubrir cómo pudo el constructor esgrimir tal poder destructivo. Fui yo quien le permitió alcanzar ese poder y fui yo quien lo envió a Asgard. Con el tiempo, enviaré más como él. Seguiré siendo una amenaza para los dioses hasta que Asgard sea reducido a escombros.

»Así que ahora que has descubierto lo que buscabas, emprende el vuelo de regreso para contarle al tuerto todo lo que sabes.

Loki se tensó, esperando algún gesto amenazador tras la revelación, pero Thiazi permaneció en el mismo sitio.

—O entra dentro de Thrymheim como Hijo de Jotunheim —porque eso es lo que realmente eres— y yo te enseñaré cómo manejar el poder que sientes emerger dentro de ti. Descubrirás que puedes emplear tu caos interior para cosas mucho más poderosas que un simple cambio de forma. La amenaza que ha supuesto el constructor no será nada comparada con lo que tú serás capaz de hacer. Y aquellos que te han rechazado y ridiculizado se verán obligados a tratarte con el honor que mereces o, de lo contrario, yacerán muertos a tus pies.

Thiazi dio un paso hacia la escalera que descendía por el interior de la torre.

—Estaré dentro. Nadie tratará de hacerte daño si decides volar de vuelta a Asgard y quizá nuestros caminos nunca se crucen de nuevo. Pero si optas por convertirte en mi discípulo te enseñaré a manejar el poder que llevas dentro. Es tu elección: permanece siendo quien eres, sirviendo el resto de tus días a los que te desprecian, o únete a mí y aprende cómo alzarte incluso por encima de los dioses. —Desapareció a medida que descendía por las escaleras en espiral, dejando a Loki solo, encaramado todavía a la cornisa.

Giró la cabeza y miró hacia Asgard. Hasta con su visión de rapaz estaba demasiado lejos para verlo, y apenas vislumbraba lo que intuía que era Bifrost. Heimdall estaría allí, quieto, y Loki recordó la sonrisa burlona en su rostro cuando había pasado con Sleipnir. Recordó también la malicia de los insultos de Balder y el menosprecio de los otros dioses en Gladsheim.

Abrió las alas a lo ancho. El caos se arremolinaba en su interior y sintió que su cuerpo volvía poco a poco a su forma original. Se alzó en toda su estatura y miró una vez más hacia Asgard. Ya no podía distinguir el puente del arco iris aunque imaginó su presencia, un faro de luz que anunciaba la entrada al reino de los dioses, el único hogar que había conocido.

Se volvió hacia la torre y comenzó a descender por las escaleras hacia el corazón de Thrymheim.

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