Loki

Loki


Capítulo once

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Capítulo once

La pequeña diosa estaba encerrada a salvo en las entrañas de Thrymheim, y Thiazi estaba cada día más satisfecho. Los Aesir envejecían por momentos y se volvían más flojos; era sólo cuestión de tiempo que se derrumbaran como sacos de huesos. Imaginó los ejércitos de Jotunheim arrasando Asgard como una fuerza de la naturaleza, destruyéndolo todo a su paso, profanando las tierras de los dioses y aniquilando todo rastro de que alguna vez hubieran existido. Con fuego y muerte purgaría su estigma de los Nueve Mundos y pisotearía sus huesos hasta reducirlos a polvo.

Había eliminado la distancia entre Asgard y Jotunheim con su poder para espiar a todos los Aesir, deleitándose con su miserable estado. El vínculo de los dioses con Idun se había seccionado deprisa; disfrutó viendo cómo se arrugaban ante sus ojos sin que el don revitalizante de Idun los mantuviera con vida. No había sido capaz de percibir todas las imágenes con claridad y en detalle, pero lo que había visto le había satisfecho.

Freyja había cojeado fuera de su torreón como una vieja bruja arrugada, llorando constantemente y lamentándose de su belleza perdida. La habían atendido sus sirvientes, como siempre, pero nunca antes se habían visto obligados a soportar su peso mientras abandonaba sus salones con lentitud laboriosa, paso a paso. Llevaba la cabeza muy inclinada y, al caminar, murmuraba para sus adentros con el entendimiento claramente podrido. ¿Quién la tomaría ahora? Aunque, en sus patéticos estados, no es que ningún otro de los Aesir hubiera podido tener relaciones con ella.

Tyr tenía incluso peor aspecto, si tal cosa era posible. Él, una vez magro y de anchos hombros, un guerrero en su cenit que no conocía rival, era ahora un viejo encogido, chocho y tembloroso que tenía que ser acarreado de un lugar a otro por sus criados en una silla cargada con mantas para que su sangre delicada no se congelara con el frío viento de Asgard. Se aferraba a la espada que yacía, envainada, sobre las mantas en su regazo, con manos paralíticas y nudosas que temblaban descontroladas. La piel de su cuello colgaba sobre su cabeza oscilante, y sus ojos miraban fijamente a la nada.

Thiazi los miró a todos por turnos, disfrutando de sus enfermedades. Balder el guapo, Balder el joven, yacía en su cama sobre un charco de su propio excremento. Frey no podía hacer nada más que repetir las mismas quejas y cuitas sin cesar, mientras sus siervos, sobrepasados, retorcían desesperados las manos. Hod el ciego, el fiel hermano de Balder, también se había convertido en Hod el Sordo y Hod el Incontinente. Sif, la hermosa esposa rubia de Thor, simplemente se sentaba y permanecía mirando una pared lisa durante horas, perdida en su propia conciencia ajada, entendiendo cada vez menos.

No pudo encontrar al Tuerto, pero no importaba. Odín era casi tan antiguo como la creación misma: era probable que ya hubiera sucumbido y ésa fuera la razón por la que era incapaz de verlo. Incluso si todavía estaba vivo, ¡qué frágil e impotente sería! Thiazi imaginó a Odín muerto en sus aposentos, con los gusanos arrastrándose a través de la cuenca hueca de su ojo perdido mientras las larvas devoraban lo que quedaba del otro.

Pese a que obtenía un gran placer derivado del sufrimiento de aquellos dioses, experimentaba una satisfacción mucho mayor al saber que los había destruido desde dentro, utilizando a uno de los suyos. O, en cualquier caso, a quien una vez habían considerado como tal. Loki era ya menos Aesir que Thiazi, y los dioses se arrepentirían eternamente por haberlo enviado a sus manos.

Qué fácil había sido secuestrar a Idun y llevarla a Thrymheim. Le gustaba regodearse, verla en persona en su celda húmeda, enterrada en las entrañas de su fortaleza, impotente para cambiar las mareas que fluían en contra de los de su especie.

Thiazi recorrió el camino largo y sinuoso que descendía bajo Thrymheim a las cavernas, donde un áspero calabozo había sido escarbado muchos siglos atrás. Aunque no se construyó para alguien tan menudo como ella, era una estancia conveniente. Carecía de luz y de vida, y cualquiera que se encontrara en aquella prisión se contagiaría de la tristeza y la desesperación de la propia roca en la que estaba tallada. Mientras estuviera presa allí, Idun, la dadora de vida eterna, se pudriría hasta morir. Era apropiado que se viera obligada a pasar sola y en la oscuridad el poco tiempo que le quedaba.

Sentía su presencia al acercarse a través de los túneles tortuosos bajo Thrymheim. Su energía vital era vigorosa, sobre todo para alguien tan pequeño, pero Thiazi sabía mejor que nadie que las apariencias pueden engañar. Por más que se mostrara como una niña de no más de diez veranos, era probablemente tan antigua como Odín y de hecho mucho más vieja que el propio Thiazi. Darse cuenta de aquello le hacía sentirse poderoso y lo convencía aún más de que éste era el final de Asgard. Aunque no creía en sus ridículas profecías, tal vez cuando pisara el suelo sagrado de la ciudad habría que declarar que el Ragnarok había llegado, sólo para ver cómo sus espíritus se arrugaban junto a su carne seca. «El Ragnarok ha venido a por ti, Tuerto», se imaginó diciéndole a Odín antes de pisotear el pecho del dios para aplastar sus últimos vestigios de vida.

Lo arrancó de sus meditaciones otra presencia que identificó y sobre la que pudo sentir su control tan firme como antes: Loki estaba a sus órdenes incluso si no lo aceptaba totalmente, y estaría a su lado mientras mataba a los Aesir; un último insulto que apilar sobre ellos, el último adiós de uno de los suyos que finalmente se había vuelto en su contra. En verdad sería dulce disfrutar de su amargura e impotencia.

Cuando entró en el calabozo vio a Loki junto a la celda de Idun. Parecía minúsculo al lado de la enorme puerta, como un niño pequeño que no puede manipular los objetos básicos de los adultos.

—¿Haciendo compañía a Idun?

—Observándola. Tratando de entender su vínculo con los Aesir y cómo fue capaz de darles la eterna juventud. Parece extraño que su cautiverio aquí no me afecte. Me preguntaba si podría haber envejecido como ellos.

—Así corroboras otra vez que no eres uno de los suyos. Idun no tiene ninguna influencia sobre ti: el caos que tienes dentro es el que te mantiene vivo.

—Siento cierto pesar por haberla traído aquí. Ella nunca me ha hecho daño.

—Su misma existencia es un ataque a nuestra especie. Sin ella, los dioses habrían envejecido y estarían muertos hace incontables años. En cambio siguen siendo una amenaza y así seguirá siendo hasta que una de las dos razas se extinga.

—Lo sé, pero incluso así es difícil. Sólo aparenta ser una niña inocente.

—No te dejes engañar por su aspecto: tiene una edad incalculable. Y además, no hacemos nada salvo impedir que regrese a sus huertos. Es un trato mucho mejor del que tú o yo recibiríamos a manos de los Aesir.

Loki asintió, reconociendo la verdad de sus palabras.

—Echemos un vistazo a nuestra invitada para ver cómo está. Eso debería lavar tu conciencia —dijo Thiazi.

Se acercó al portón y lo abrió. No estaba bloqueado, no había necesidad allí en Thrymheim. Incluso si Idun lograba abrir la enorme puerta, sería incapaz de encontrar la salida. La fortaleza era como un laberinto y sólo Thiazi conocía los caminos de entrada y salida.

Aunque la celda no era grande para un gigante, resultaba descomunal para Idun. Su diminuta figura se perdía por completo dentro de la enorme cárcel. A medida que la débil luz de la puerta abierta la golpeaba, ella parecía ser el único punto de blancura en un estanque de color negro.

La celda había sido labrada en la roca sólida de la montaña, en lo profundo de sus entrañas y, por tanto, no tenía ventanas ni ninguna otra iluminación aparte de las antorchas parpadeantes que colgaban de unos apliques en las paredes. La puerta no tenía ventanuco, así que mientras permaneciera retenida, la única claridad que le podía llegar venía de la estrecha franja entre la base de la puerta y el suelo de roca.

Se sentaba arrodillada en el centro de la prisión, con las manos en el regazo, la cabeza y los ojos bajos, lánguido el pelo dorado. Su sencillo vestido blanco estaba cubierto de suciedad y su piel pálida —una vez radiante y con brillo— era ahora del blanco de un gusano enfermizo que nunca había visto la luz del día.

Thiazi entró despacio en la habitación, ocupando con su volumen la mayor parte de la entrada. Si Idun se fijó en él, hizo caso omiso. Siguió sin más en medio de la celda como si fuera una estatua, con los ojos mirando al suelo.

Thiazi no podía negar que proyectaba una imagen simpática, pero no se permitió olvidar lo que esta criatura era en realidad. Idun era tan niña como pudiera serlo él y su poder consistía en mantener a los dioses eternamente jóvenes y saludables. Más que cualquier otro Aesir, ella era el enemigo más peligroso de los gigantes. Si no fuera por la longevidad de los dioses, Jotunheim no estaría bajo una constante amenaza de destrucción a manos de los arrogantes que vivían en las alturas.

Recordar que ese golpe contra los dioses podía terminar para siempre con el peligro que encarnaban para los gigantes marcaba otra vez su propósito con firmeza. No era una jovencita, sino una diosa cuya mera existencia era anatema para los de su especie: se pudriría en aquella celda hasta que los propios dioses fueran polvo bajo sus talones, y entonces, una vez que tuviera la certeza de que los demás estaban muertos, ella también moriría.

—¿Puedes sentir cómo se mueren? ¿Incluso aquí puedes sentir su angustia?

Idun no se movió, pero desde ella se alzó una voz suave, débil y suplicante.

—Por favor, déjame ir. No te he causado ningún mal. —Si se dio cuenta de que Loki estaba detrás de Thiazi, no lo indicó.

—Oh, sí que lo has hecho. Mantienes fuertes a los dioses. Sin ti serían viejos chochos que apenas podrían controlar sus esfínteres.

De nuevo la débil voz, tan inocente en apariencia como la de un niño.

—Mis huertos se han malogrado: no tengo ningún poder. No puedo salvar a nadie. Por favor, déjame ir para que pueda morir con los de mi raza.

Era cierto que sus huertos habían desaparecido. Había visto a Loki infectándolos, provocando que se secaran y pudrieran, pero no sabía con seguridad si su magia permanecía sin sus huertos y ciertamente no se arriesgaría liberándola temerariamente, incluso si era cierto que ahora carecía de poderes.

—No —dijo Thiazi—. Serás mi invitada hasta que haya pisado los cadáveres fétidos de aquellos a los que amas. —Percibió cómo agachaba mínimamente la cabeza, como si esto fuera un nuevo golpe para ella, una última esperanza pisoteada—. Sin embargo, no te dejaré sola. —Hizo un gesto con la mano y Loki se acercó, situándose a un lado y justo detrás de Thiazi.

Idun no se movió sino que murmuró una palabra como si fuera la única cosa en los Nueve Mundos que pudiera aplastar su espíritu más completamente de lo que Thiazi había logrado ya.

—Loki.

Thiazi sonrió. Aquélla era la sensación más gratificante que había tenido hasta el momento: forzar al enemigo más poderoso de Jotunheim a compartir el espacio con aquel cuya traición había causado la destrucción de todo lo que conocía y amaba. Ni siquiera importaba que Loki no dijera nada: su sola presencia bastaba para sofocar cualquier esperanza de libertad que Idun pudiera albergar todavía.

—Loki te hará compañía hasta que arrasemos Asgard. Te traeré un recuerdo —¿Mjolnir? ¿Gungnir? ¿El cráneo de Balder?— para que puedas recordar a los Aesir cuando todos se hayan ido.

Thiazi se volvió hacia Loki.

—Disfruta de tu tiempo con ella. Es tuya para hacerle lo que quieras. Puede que descubras su vínculo con los Aesir.

Se dio la vuelta y salió de la celda dando un portazo que envió intensas reverberaciones por la cámara de piedra. Mientras subía las escaleras de vuelta a la parte superior de la fortaleza, percibió que el deseo de Loki coincidía con el suyo. El Astuto era realmente uno de ellos.

Tyr se desplomó en una silla repleta de mantas, mirando por la ventana de su sala. En su mano temblorosa agarraba una nota con runas garabateadas por alguien que conocía, aunque no podía recordar quién era esa persona. Su vista le fallaba, pero si entrecerraba los ojos lo suficiente y mantenía la nota cerca de su cara, podía leer su mensaje. Sentía que la nota era importante y tenía una necesidad imperiosa de hacer lo que decía, pero era incapaz de comprender su significado completo. La leyó de nuevo, quizá por novena vez, murmurando con sus labios las palabras cuando sus ojos pasaban por encima de ellas, tocando lentamente cada letra con el dedo según avanzaba.

Llamó a uno de sus siervos. Su mano arrugada apretó la espada que había estado usando como bastón y la golpeó bruscamente contra el suelo de madera. Momentos después, entró apresuradamente en la habitación un joven, al que había visto antes, que se quedó cerca de su silla.

—¿Qué quieres? —Tyr no entendía por qué le molestaban. Notó que estaba sosteniendo algo en la mano, pero no podía recordar lo que era.

—Me ha hecho llamar, mi señor. —El chico parecía preocupado por algo.

—¿Yo te he llamado? —No recordaba haberlo hecho.

—Sí, mi señor. Con su espada.

Tyr bajó la vista y se sorprendió al ver la espada apoyada en su pierna y la mano descansando en la empuñadura.

—¿En la nota, mi señor? ¿Había algo en la nota?

A Tyr no le gustó la mirada en el rostro del muchacho, como si se burlara de él. Si el cansancio en sus huesos no le pesara tanto, le golpearía por su insolencia. ¿Qué era lo que había dicho? El muchacho había dicho algo y le sonaba familiar.

—La nota que tiene en la mano, mi señor. Se la entregue no hace una hora. ¿Podría ser la razón por la que me llamó?

—¿La nota? ¿Qué nota? —Tyr observó su mano y se sorprendió al ver que apretaba algo en su mano arrugada. Se lo acercó al rostro, entrecerró los ojos y lo leyó lentamente. Sus labios pronunciaban las palabras cuando sus ojos pasaban sobre ellas.

—¿De quién es?

—Del Padre de Todo, mi señor.

—¿Dice que se recoja leña y se amontone contra la muralla de Asgard? —Miró inquisitivamente al chico. No sabía qué hacer con esa información.

—Sí, mi señor.

Tyr se quedó mirándolo. Había algo que tenía que hacer, pero no estaba claro. Sus pensamientos eran como peces: resbaladizos y difíciles de entender, aquí un momento y al siguiente zambulléndose rápidamente bajo la superficie.

—¿Tal vez debe enviar a sus siervos y criados a recoger madera, como ha ordenado el Alto, señor?

—¿Recoger madera?

—Sí, mi señor. Como dice en la nota.

Tyr estaba cansado de aquello. El único pensamiento reconfortante que tenía era descansar en su silla y mirar por la ventana como había estado haciendo antes de que ese cachorro le inquietara. Le pegaría si estuviera a su alcance.

—Haz lo que quieras —murmuró antes de volverse hacia la ventana. Sin darse cuenta, su mano había soltado la nota, que cayó lentamente al suelo, aleteando en las ráfagas calientes que surgían de la chimenea más cercana a la ventana. Volvió a colocar su mano en el regazo y se quedó mirando las vastas torres tras el ventanal, preguntándose por un momento por qué había tanto movimiento y actividad en los caminos que entretejían Asgard y sus alrededores.

Thiazi vendría pronto.

Odín había despachado a todos los Aesir la orden de prepararse para su llegada, como vio que haría mientras colgaba de Yggdrasil tantos años atrás. Como siempre, el pasado y el futuro se fundían dentro de su mente, colocando ante él, en todo momento, un flujo de imágenes, sentimientos e impresiones que no siempre diferenciaba del presente. Sin embargo, estaba claro tanto lo que iba a hacer como que sus órdenes serían obedecidas, aunque con reticencias provocadas por la situación de debilidad de los otros Aesir.

—¿Es éste el final? —Le preguntó al otro ocupante de la sala. La cabeza sin cuerpo se lo quedó mirando con la boca abierta, como siempre.

… no es el final…

Odín estaba seguro de que la cabeza de Mímir siempre había acertado. Él mismo había preservado la cabeza de su amigo junto con las runas que le otorgaban la sabiduría de los muertos, y había aprendido ese conocimiento de su terrible experiencia en Yggdrasil. Aquellos secretos, dolorosamente aprendidos, creaban un corredor de tiempo que sólo él podía atravesar, de modo que lo percibía todo como una sola cosa. No podía afirmar que aquel conocimiento era una bendición, porque, perversamente, esa sabiduría le hacía impotente.

—¿Pero Thiazi se acerca?

… se acerca…

—¿Se recuperarán los Aesir? ¿Volverá Idun a sus huertos? La veo allí, pero no puedo decir si es pasado o porvenir.

Mímir guardó silencio. No siempre respondía a las necesidades de confirmación y Odín ya conocía las respuestas a las preguntas formuladas. Mímir estaba ahí para decirle sólo lo que él no supiera ya, o para ayudarle a distinguir el pasado y el presente del futuro.

Miró hacia arriba, hacia el cielo estrellado. Fuera, el día era brillante, pero allí en su sala siempre podía ver las estrellas iluminando el cielo nocturno y las ramas de Yggdrasil rozando las partes más altas de los cielos.

Trató de impulsarse para abandonar la silla, pero tampoco él era inmune a la debilidad de la vejez que recientemente había asolado a todos los Aesir. Dejó caer las manos hacia abajo sobre su regazo. De ser necesario, podría convocar a los siervos para ayudarle, pero no había una necesidad apremiante. Por el momento estaba satisfecho con hundirse en su silla, enfermo y débil.

Odín era casi tan antiguo como la creación misma y habían pasado eones desde que su aspecto fuese el de un joven. Todos los Aesir conocían su rostro como el de un anciano, pero en su estado actual estaba mucho más gastado. Siempre había parecido viejo, pero dicha apariencia nunca se había extendido a sus fuerzas. Sin embargo, sin Idun sentía los efectos igual que cualquiera de los otros.

Era satisfactorio, al menos, haber conservado su ingenio pese a que la vejez había maltratado su cuerpo. Tyr se repantigaba en una silla en su sala sin saber lo que se había dicho o hecho sólo unos momentos antes; Heimdall permanecía en su cama en un estado de estupor, atendido por sirvientes que sólo podían sacudir la cabeza mientras murmuraba incoherencias una y otra vez; Bragi se sentaba en el suelo llorando sobre un charco de su propia orina, poco dispuesto o incapaz de moverse hasta con la ayuda de sus sirvientes; Freyja no era más que una cáscara vacía de sí misma, tan devastada por la pérdida de su belleza que no podía pensar en nada más. Era mucho mejor, se convenció, que él mantuviera su ingenio, incluso aunque ellos estuvieran cruelmente atrapados en aquellas carcasas seniles.

—¿Dónde está Thor?

A Mímir se le pusieron los ojos en blanco.

… en su morada…

—¿Todavía blande a Mjolnir?

… Mjolnir cuelga a su lado… inseguro sobre su capacidad para blandirlo…

Odín entrecerró los ojos y se acarició la barba blanca.

—¿Es rival para Thiazi?

… no…

—¿Alguno de los Aesir es rival para el gigante?

… no…

Odín suspiró. Consideró su plan. Si no funcionaba como pretendía, entonces Thiazi tendría libertad para vagar por Asgard sin ser molestado, matándolo todo a su paso, y nadie podría detenerlo. Era una amenaza mucho mayor que la del constructor.

Podía ver a Thiazi muriendo en algún momento en el futuro, aunque no estaba claro cuándo y dónde. Había llamas, pero podía ser una pira funeraria. ¿Y las llamas consumían también Asgard? Vislumbraba las murallas a través de la bruma roja, pero no podía distinguir si formaban parte de las llamas o simplemente estaban más allá de ellas.

—¿Pero esto no es el Ragnarok?

… no es la perdición de los dioses…

—Entonces, si no es el Ragnarok, ¿qué es este suceso que se cierne sobre nosotros y me llena de tal pavor? No lo puedo ver con claridad.

Mímir se quedó en silencio por un momento, con los ojos cerrados, como si considerara la pregunta. Sus párpados se abrieron lentamente, aunque se limitó a mirar hacia el espacio, sin fijar sus ojos en ninguna cosa en la sala.

—¡Respóndeme! —Odín sentía una cálida oleada de ira impotente. Se dio cuenta de que antes de que aquella enfermedad degenerativa se cebara con él, no era tan impaciente. Tal vez su agudeza no estaba tan intacta como había creído.

No es el Ragnarok —dijo Mímir despacio— pero es el principio del fin.

El alma de Odín se afligió. Sabía que esto sucedería, lo había sabido hace una eternidad, y su inminencia lo arrastraba. Pero aún más funesto que saber qué iba a venir era el conocimiento de que él mismo lo había puesto en movimiento.

Tras lo que le pareció un interminable periodo de espera en la oscuridad de la celda, Loki sintió que era hora de actuar. Idun no había hecho nada más que sentarse de rodillas con la cabeza gacha todo el rato. Él había estado también en silencio y ella le había ignorado. Sabía que era consciente de su presencia, aunque optaba por permanecer quieta y en silencio, tal vez esperando a ver qué iba a hacer él o, más probablemente, tan devastada por la pérdida de sus huertos que no podía hacer otra cosa salvo esperar a que llegara el final.

Se acercó a ella sintiendo el caos dentro de él cambiar y concentrarse, comenzando a fluir hacia el exterior. Estaba empezando a dominar el cambio de su propia forma, pero aún no lo había probado en otros. Tenía pocas opciones y escasísimo tiempo. Debía intentarlo y tendría que confiar simplemente en que iba a funcionar como estaba previsto.

Loki se arrodilló al lado de Idun. Cuando sus husmeantes e invisibles zarcillos de caos la rozaron, ella comenzó a cambiar.

—¿Loki? —dijo, como si despertara de un sueño profundo.

—Sí.

Lo miró. Loki apenas podía distinguir sus rasgos en la oscuridad de la celda, pero podía notar su mirada sobre él: había confusión, pero también ira y la dolorosa puñalada de la traición. Reconoció bien aquella última sensación; la había sentido él mismo en innumerables ocasiones. Pero los sentimientos de Idun eran débiles y casi imperceptibles. No sería capaz de mantener su propia vida durante mucho si se quedaba en Thrymheim.

—Siento algo extraño. ¿Qué me estás haciendo?

Cerró los ojos y se concentró para enviar los zarcillos caóticos dentro de ella, impregnándola con su poder.

—Hago lo que debo.

Podía sentir su resistencia, pero era instintiva, involuntaria. Ella no sabía contra qué luchaba, por lo que realmente no podía resistir su asalto. Al enviar las hebras más profundamente, encontró su esencia, el faro de luz en su interior que resumía todo lo que ella era. Estaba débil, lo cual era bueno, porque en otro estado no hubiera sido capaz de afectarla. Rodeó ese faro con su propia energía y deseó que ella se transformara.

El cambio comenzó dentro de Idun. Su conciencia se volvió poco a poco menos coherente, menos consciente, como si estuvieran drenándole el conocimiento y la inteligencia. A diferencia de las transformaciones iniciales de Loki, donde de alguna manera su conciencia se convertía en lo que se transformaba, la de ella simplemente se debilitaba cada vez más, adaptándose progresivamente al cambio que le estaba forzando.

A medida que su conciencia se desvanecía, sentía también cómo disminuía su cuerpo. Lentamente se encogía sobre sí misma, replegándose brazos y piernas dentro de su tronco y secándose sus entrañas en el interior. Los cabellos de oro mate se acortaron y retiraron al interior de su cabeza, que se reducía más y más mientras su piel, una vez pálida, se oscurecía. Todo su cuerpo pareció derrumbarse sobre sí hasta que poco quedó de ella salvo una semilla ovalada, no más grande que el puño de un niño, tendida en el gélido suelo de piedra de la celda.

Loki abrió los ojos y se estabilizó. Se sentía mucho más débil y agotado. Le había costado sacar la energía para proyectar un cambio fuera de sí. Se quedó mirando la semilla marrón que tenía a los pies y se preguntó si aquello había salido bien. Idun ciertamente se había transformado, pero ¿habían persistido allí algunos restos de lo que ella era, o la diosa había desaparecido por completo? Si era así, entonces había fracasado y todo estaba perdido.

La cogió y la sostuvo con cautela, acercándosela al rostro, examinándola en busca de alguna señal de que la esencia de Idun estaba presente en aquella pequeña promesa de vida potencial.

Al principio no pudo detectar nada, pero tras mantenerla cerca y sentirla contra su piel, recogió pensamientos vagabundos a través de sus zarcillos de caos. Lentamente, se filtraba desde la nuez una energía que portaba sentimientos e impresiones que una simple semilla nunca tendría y que sólo podían pertenecer a un ser con pensamientos, ideas y afectos. De la semilla emanaban la ira y la confusión, el amor y el odio, el deseo y la esperanza, todo lo que habría sentido si estuviera delante la propia diosa en lugar de sostenerla transformada sobre su palma.

Loki se puso lentamente de pie, sujetando la semilla con firmeza en la mano. Dio media vuelta y salió deprisa de la celda, avanzando hacia la escalera de piedra y a través de las entrañas de la fortaleza.

Thiazi estaría en su cámara o en algún lugar cercano, lo que daría a Loki la holgura suficiente para encontrar el camino a la cima de la fortaleza. El gigante había sido muy consciente de la presencia de Loki durante meses, desde su llegada a Thrymheim. Al principio, sus habilidades de transformación debían parecerle al gigante como una llama brillante, pero había aprendido. Aunque podía sentir los pensamientos del gigante hurgarle en su interior como órdenes tácitas, nunca se había sentido obligado a escuchar, pero servía a su propósito dejar que Thiazi pensara que estaba bajo su control.

Recorrió el camino a través de Thrymheim y sus pasos lo llevaron a una torre alta que sobresalía de la fortaleza de la montaña. Una vez allí miró por encima de la cordillera que circundaba Jotunheim. Las ciudades y los pueblos de los gigantes se repartían por todo el país hasta donde alcanzaba la vista.

Agarrando a Idun en su palma, cerró los ojos y se concentró, ordenando su propio cambio. Le resultaba más rápido y sencillo que antes de venir a Thrymheim, notando apenas como si dejara caer una capa de ropa y vistiera una nueva muda. Thiazi le había enseñado bien.

Transformado una vez más en halcón, apretó la semilla en su garra. Cuando la hubiera devuelto a Asgard, la semilla en que se había convertido Idun restauraría lo que se había perdido. A lo lejos, apenas divisaba un arco flamígero de múltiples colores. Desde la parte superior de la torre voló de nuevo hacia Bifrost.

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