Loki

Loki


Capítulo doce

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Capítulo doce

Thiazi se percató del engaño cuando Loki ya se encontraba en la cima de Thrymheim. Lo había creído en las entrañas de la fortaleza, todavía junto a Idun, y eso lo confundió. Al darse cuenta de que había sido manipulado por completo, se maldijo a sí mismo: el dios de las dos caras le había engañado y se escapaba con Idun.

Apenas lo entendía. Había entrenado a Loki durante meses, influyéndole sutilmente con su propio poder, un poco más cada día, hasta que el dios estuvo bajo su control sin haberse dado cuenta. Había mezclado su propio caos con el de Loki, empujándole suavemente en la dirección que deseaba, por lo que cada vez que hablaba de uno de los Aesir le plantaba mala voluntad en su interior. Sabía que no podía borrar en un día la lealtad de Loki a los Aesir y por eso se había tomado su tiempo y lo había hecho poco a poco, ocultando sus verdaderas intenciones al mostrarle cómo manejar la energía de su propio caos.

Pero ahora Thiazi se veía obligado a concluir que Loki jamás había estado bajo su dominio y eso significaba que había estado engañado todo el tiempo. Y ahora se dirigía de vuelta a Asgard con el trofeo de Thiazi.

Su rabia amenazaba con sobrepasarlo y soltó un rugido de frustración que sacudió los cimientos de la fortaleza. Cargó desde la cámara con la transformación ya en marcha mientras subía paso a paso, avanzando mucho más rápido de lo que con su mole hubiera parecido posible. Captaba el cambio de Loki y su rabia aumentó cuando se dio cuenta de que no llegaría a tiempo.

La corona de la torre se hizo visible al rodear el tramo final de escalera, pero no se detuvo, sino que propulsó su masa a través de los últimos peldaños hacia el aire libre, transformándose en águila y levantando simultáneamente el vuelo. Miró a su alrededor buscando a Loki, pero no pudo verlo. Su vista, que mejoraba rápidamente, captó pronto un gran halcón que había partido de Thrymheim con una semilla marrón aferrada con fuerza entre sus garras. Se dirigía a Asgard con Idun.

Voló irritado y feroz tras el dios de las dos caras. Había cometido un error: había subestimado a Loki y sus capacidades cada vez mayores. Era mucho más astuto de lo que había dejado entrever, mucho más de lo que Thiazi había sospechado. No lo subestimaría de nuevo.

El halcón volaba rápidamente, pero Thiazi llevaba siglos usando su forma de águila. Capturaría a Loki y, cuando lo hiciera, despedazaría su cuerpo y contemplaría cómo sus restos revoloteaban hacia Midgard.

Los criados de Odín y los Aesir que todavía podían permanecer en pie defendían las murallas de Asgard con antorchas en la mano. Estaban confundidos. Pese a que no dudaban del Padre de Todo, desconocían por qué estaban allí. Mientras, Odín veía las miradas de perplejidad en los rostros a través del ventanal de su torre más elevada. Periódicamente alzaba la vista desde las escenas de la superficie hasta el cielo abierto.

Si bien no poseía la capacidad de Heimdall para ver a muchas millas, Odín podía percibir de otras maneras. Cuando se sentaba en su trono podía contemplar casi cualquier cosa de los Nueve Mundos, aunque no era exactamente igual que ver, sino que era como si la escena se desarrollara en su mente, como un recuerdo, pero que sucedía justo en ese momento. Vio el vuelo raudo de Loki, a Idun transformada y retenida con fuerza en una garra. Su avance hacia Asgard era veloz.

Sin embargo el águila ganaba terreno. Era un ave enorme rebosante de caos que recortaba la distancia con Loki con cada alada.

Odín había tomado la cabeza de Mímir de su habitual pedestal en sus aposentos y la había sentado sobre sus rodillas.

—¿Cuánto falta para que Thiazi lo alcance? —preguntó a la cabeza.

… pronto…

—¿Qué pasará cuando lo capture?

… muerte…

Odín gruñó, sobre todo a sí mismo. Estaba cansado, mucho más de lo habitual. Llevaba sobre sus hombros el peso del Ragnarok, como de costumbre, pero se agravaba por su condición de enfermo, como si los millones de años de su existencia lo hubieran alcanzado de repente de un solo golpe. Mímir había dicho que éste sería el comienzo del fin. Odín desestimó contarle que no impediría el Ragnarok incluso si pudiera.

Miró por la ventana, por encima de la llanura de Asgard. En la lejanía podía vislumbrar una pequeña mancha acercándose con celeridad. Loki no tardaría en llegar y el gigante le seguiría. Las llamas se encenderían y Odín salvaría a todos los que le llamaban Padre de Todo. ¿Pensarían con tanto afecto en él si supieran que salvarlos ahora sólo los maldecía después con una muerte peor?

Mientras miraba a los otros Aesir a su alrededor, Balder se dio cuenta de que sufría mucho menos que los demás la ausencia de Idun. Aunque su cuerpo padecía los espasmos de unos temblores paralizantes y su fuerza no era más que una fracción distante de lo que había sido, todavía era bastante más capaz físicamente que Tyr y que muchos de los otros. Al menos podía sostenerse sobre sus propios pies y su mente seguía lúcida, o tan lúcida como le permitía su avanzada edad. La claridad de pensamiento que normalmente lo destacaba estaba deteriorada, pero retenía la mayoría de sus entendederas mientras otros, con la mente tan ida como el cuerpo, apenas reconocían el sonido de su propio nombre.

El único que también había conservado alguna capacidad era Thor, pero incluso él había sufrido mucho. Su cuerpo, que una vez fue el de un guerrero, estaba ahora flaco y demacrado. Lo encorvaba la edad y ni siquiera podía blandir su propio arma. Aunque ya no podía levantar —ni siquiera acarrear— a Mjolnir, permanecía dispuesto con otra arma en la mano, un martillo más grande que el suyo pero que era tan sólo un arma mortal, sin nada del poder legendario del martillo místico forjado tantas eras atrás por los enanos.

Alzo la vista a la torre más alta del Valaskjalf. El Padre de Todo permanecía en la ventana, mirando más allá de la muralla algo que sólo él podía ver. Había un matiz en sus ojos que Balder no pudo identificar: parecía preocupado, como si una carga pesada lo agobiara. Pocas veces lo había visto así. Por lo general, su rostro era esquivo y resultaba casi imposible adivinar su estado de ánimo o sus pensamientos. A Balder le ponía nervioso ver los problemas tan claramente grabados en el rostro del Alto.

Mientras lo observaba, vio cómo se ponía en pie y se apoyaba parcialmente en la ventana, con las manos apuntalando su peso en el alféizar. Algo se acercaba. Preparándose, los esclavos y sirvientes sostuvieron en alto las antorchas, a la espera de una señal de Odín.

Balder desenvainó su espada, sintiendo su peso como un lastre en las manos: necesitaría esforzarse para manejarla, ahora que no era más que una sombra de lo que había sido. Pero si hoy era el día de su muerte, que así fuera. De buena gana encaraba ese destino con la hoja en la mano y sintió lástima por los que estaban demasiado decrépitos para estar allí con él. No era la muerte lo que los Aesir temían, sino la lenta deriva y la impotencia de la vejez. Consideró que morir en batalla ahora podría redimirle de su enfermedad. Una sonrisa curvó sus labios al imaginar una canción sobre «El viejo Balder defendiendo las murallas de Asgard». Es fácil ser un héroe cuando se es joven y fuerte. ¿Cuánta gloria más se puede obtener por una última y desesperada defensa atrapado en un cuerpo anciano?

Concentró su atención de nuevo en la muralla, a tiempo de ver a un halcón pasar disparado sobre ella en un arco descendente hacia el suelo. No oyó que Odín pronunciara palabra alguna, pero en su cabeza tenía la orden urgente de encender la madera contra la muralla.

Todo aquel que sostenía una antorcha actuó casi al unísono, y las astillas que habían sido apiladas rugieron intensamente con llamas que cubrieron la parte superior del muro de un infierno rojo que abrasó la piel, la ropa y el pelo de todos los que estaban alrededor. Puesto que Balder no había llevado antorcha y regresaba de las murallas a una posición estratégica, no sintió el beso de las llamas. Percibió sin embargo el choque de calor y por un momento juzgó que los siervos que acababan de cumplir la voluntad del Alto habían pagado por su lealtad. Pero ese pensamiento se desvaneció en el instante en que el águila se topó con el rugiente muro de fuego.

El enorme pájaro pareció darse cuenta del peligro justo al abalanzarse sobre las llamas y rápidamente alteró su trayectoria para ascender. Balder supo que era un error fatal. Si hubiera continuado a través de las llamas, tal vez podría haber sobrevivido con las plumas seriamente chamuscadas pero el resto intacto. En cambio, el calor era mayor cuanto más se elevaba. Al volar instintivamente hacia arriba, ella misma se atrapó en el muro de fuego durante más tiempo. Las plumas del águila estallaron en llamas en la cima de su trayectoria ascendente y luego cayó a tierra como una estrella derribada.

La respuesta de Asgard no se hizo esperar. Los einherjar se precipitaron sobre la criatura, que estaba ya medio transformada en su auténtica forma de gigante. Los gritos de agonía que acompañaron su cambio se convirtieron rápidamente en aullidos de rabia cuando le traspasaron lanzas y espadas. Repelió con una mano enorme a una docena de guerreros, matando al menos a la mitad en el acto y mandando sus cuerpos aplastados a las llamas. Se alzó por completo, empequeñeciendo a los guerreros a su alrededor, y con una sonrisa lúgubre les hizo un gesto para que se acercaran. Era obvio que estaba herido, pero también era evidente que el daño sufrido no era suficiente para derribarlo.

Los asgardianos que se acercaban para atacarle se detuvieron al surgir de él unos apéndices fantasmales largos y sinuosos que les recordaron a las múltiples extremidades del constructor. Aunque se lanzaron al ataque, el miedo era patente en sus rostros y se convirtió en terror cuando vieron al gigante aumentar también de tamaño.

Loki estaba realizando su propia transformación cuando presenció el asalto a Thiazi. Después de salir de las llamas con quemaduras graves, el gigante había resistido una ola de asgardianos que lo había herido en cierta medida, aunque todavía era lo suficientemente fuerte como para causar mucha muerte y destrucción.

Terminó por completo el cambio a su verdadera forma mientras observaba al gigante, que alejaba a los einherjar por docenas. Thiazi estaba invocando su energía caótica para ayudarle a destruir a los Aesir. Loki le había visto usarla de muchas maneras durante los meses que había permanecido con él aprendiendo a dominar su propio caos. Había sospechado que Thiazi no le había mostrado todo lo que sabía, pero se dio cuenta de que incluso lo que le había mostrado sería suficiente para hacer frente a los Aesir en su estado de debilidad.

Su propio poder no era tan grande como el de Thiazi, pero no tenía por qué equiparar fuerza con fuerza. Le había engañado durante meses, haciéndole pensar que era un hijo de Jotunheim cuando en realidad había estado aprendiendo todo lo que podía para poder terminar con la amenaza del gigante sobre Asgard: cada vez que Thiazi empleaba su poder, Loki le enviaba una pequeña parte del suyo para mezclarlos, reforzando así la impresión de sumisión y cooperación ante el gigante.

Invocó ahora a esa energía del caos, ordenándole despertar de su letargo dentro del coloso. Thiazi estaba utilizando la suya para transformarse en una criatura similar al constructor, con la clara intención de aplastarlos a todos como casi logró aquél. En su estado, no serían capaces de resistirse a otra criatura así.

Toda la energía de Thiazi se centraba en aumentar su tamaño y amenaza, sin guardar nada para ningún tipo de defensa. Su arrogancia lo dejaba vulnerable a un ataque desde dentro. Al despertar la energía de Loki en el interior del gigante, los múltiples brazos que le habían brotado se marchitaron y se desplomaron al suelo, y su aumento de tamaño se detuvo.

Loki disfrutó de la expresión de su cara cuando se dio cuenta de que había sido engañado una vez más, pero sabía que no sería capaz de impedir que recuperara su poder. Sólo esperaba que los asgardianos aprovecharan la oportunidad.

Balder maldijo su frágil cuerpo a medida que avanzaba, tan rápido como le permitían sus endebles piernas. Por algún motivo el gigante estaba debilitado y sabía que era el momento de redoblar los ataques.

El gigante ya estaba siendo abatido por una veintena de guerreros y unas pocas docenas lo apuñalaban con lanzas y espadas. Balder lo alcanzó y logró apenas esquivar un puño enorme que volaba por encima de él amenazando con arrancarle la cabeza de los hombros. Lanzó un tajo a la pierna del coloso, cortando a través de piel y músculo, y su grito de dolor impulsó a Balder, que sesgó una y otra vez con su espada, tan raudo como su viejo y tembloroso brazo le permitía.

El gigante estaba demasiado dañado por el fuego y demasiado abrumado por los atacantes asgardianos para concentrarse en un agresor, por lo que Balder pudo clavar reiteradamente su espada en la piel del gigante sin demasiado temor a las represalias. La sangre manaba de las heridas del coloso; Balder se preguntó cómo podía seguir en pie aún cubierto de atacantes.

Un sonido como el trueno sacudió el suelo y Balder vio a Thor lanzándose hacia la criatura. El tamaño de gigante no era en absoluto el del constructor, por lo que el Tronador fue capaz de saltar y golpearle la cabeza con el martillo. Si con toda certeza Mjolnir habría destrozado el cráneo de un golpe, la energía disminuida de su arma actual parecía provocar en Thor un aumento en la ferocidad salvaje de su ataque. Aplastó implacable el martillo contra el rostro y la cabeza del gigante, partiéndole los huesos y haciendo manar sangre con cada impacto. El gigante lo agarró con una mano todavía lastrada por atacantes, pero no pudo quitarse al viejo dios loco de encima.

Sus miembros perdieron velocidad y cayó de rodillas. Los asgardianos que todavía estaban en pie incrementaron su ofensiva. Balder, sin ninguna necesidad de evitar un ataque, lanzó tajos al cuerpo ennegrecido y sangriento que aún se alzaba sobre él. El gigante estaba muriendo rápidamente y sólo le impedía sucumbir su fuerza bruta.

Thiazi finalmente se derrumbó bajo el peso de sus adversarios después de que parte de su cráneo cediera al martillo de Thor. Cayó al suelo y se quedó allí, inmóvil, mientras asgardianos y Aesir cesaban en sus ataques y se levantaban del cadáver.

Balder jadeó en busca de aire y dejó caer la espada al suelo, quedándose rápidamente sin fuerza ahora que la furia de la batalla había pasado. Se inclinó y puso sus manos sobre las rodillas como apoyo, tratando desesperadamente de recuperar el aliento. Con el rabillo del ojo pudo ver que Thor estaba sólo un poco mejor, apoyando una mano sobre el hombro de un criado y agarrándose fuerte el pecho con la otra.

Balder tardó en recuperarse, pero al fin se logró levantar. Se giró para ver quién quedaba en pie y de repente, al reconocer el rostro, la victoria contra el gigante se volvió agria, pues de entre las caras que menos querría ver, estaba ante él la más odiosa a sus ojos.

Loki acunaba la semilla en sus manos. Había arriesgado mucho para traer a Idun de vuelta a Asgard. Puede que hubiera empeñado su vida, pero ¿qué significaba una vida en comparación con todas las de Asgard? Si Thiazi hubiera tenido éxito, Asgard habría caído ante los gigantes, destruyendo todo lo que conocía. La realidad sobre su verdadera estirpe no le haría traicionar a aquellos que todavía consideraba como su propia especie.

Pero el precio había sido alto.

Los Aesir estaban decrépitos, en algunos casos aferrándose apenas a la vida. La ausencia de Idun les había debilitado mucho más de lo que jamás lograría cualquier herida de batalla, pero peor que una muerte sangrienta era su patética agonía, un cruel insulto a los dioses guerreros que esperaban que su fin llegara con acero en la mano y fuego en sus ojos.

Probablemente su reputación se hubiera empañado todavía más de lo que ya estaba. A los Aesir no les importaría que se hubiera visto obligado a robar a Idun: sólo entenderían que su acción les había insultado y puesto en peligro. Tampoco podía contar con Odín para explicar su papel; el Alto no era dado a las explicaciones.

En cierto modo, esperaba que el retorno de Idun le ayudara a mostrarles su lealtad. Tomaría precauciones adicionales para asegurarse de que no podía ser robada de nuevo.

Agarrando firmemente la semilla en la mano, Loki se acercó a los dioses que estaban en torno al gigante muerto.

Balder se volvió y lo reconoció. Una mueca se extendió por el otrora joven y hermoso rostro que ahora le miraba con odio, con un desprecio ni siquiera disimulado. Loki alzó la mano con la semilla colocada cómodamente en el centro de su palma.

—He traído a Idun de vuelta a Asgard.

La curiosidad de Balder dominó momentáneamente su asco mientras miraba la semilla.

—¿Es Idun?

Loki asintió.

—¿Y tú le ha hecho esto?

Asintió de nuevo.

—Sí, era la única manera de traerla desde Thrymheim.

Balder no podía apartar los ojos de la semilla. Dio un paso adelante.

—¿Y qué es lo que le has hecho? —El odio se arrastraba de nuevo por su voz, estimulado ante la apariencia de Idun, que había sido alterada por algún poder claramente distinto de todo lo que los Aesir poseían o podían soñar con poseer.

Loki sopesó cómo explicarlo sin revelar el caos que le pugnaba dentro, la energía que le emparentaba con el enemigo.

—La he convertido en la esencia misma de lo que era.

Balder, aún curioso, no se quedó satisfecho con la explicación.

—¿Vive?

—En cierto modo. Pero ya no es como antes.

—¿Puedes rehacerla?

Loki se detuvo. No sabía si era posible devolverle la forma que antes tenía. Ella vivía, de algún modo, pero sus transformaciones eran diferentes: mientras él conservaba el pensamiento consciente en cualquier forma que tomara, Idun se había convertido en la semilla. Sólo quedaba la más mínima insinuación de que ella una vez había sido una diosa, pero sin embargo Loki tenía la certeza de que su presencia, bajo cualquier forma, devolvería la juventud y vitalidad a los Aesir.

—Voy a usar las runas para su restauración. —Las pronunciaría y sería el caos que fluía en él y no la magia de Asgard quien la transformaría, pero sabía que Balder, como de costumbre, no miraría más allá de la superficie.

Antes de apartarse de Balder notó la mirada ácida que le cruzaba el rostro. La ignoró: cuando los dioses hubieran recuperado lo que habían perdido, lo verían de otra manera.

Se acercó a un trozo de terreno intacto, marcado por la batalla tan sólo con algunas flores silvestres dispersas. Se arrodilló y metió la mano en la tierra húmeda, sintiendo la vida dentro de ella. Enterró la semilla y cerró los ojos. Cantó las runas, pero era sólo un ardid. En cambio, el caos fluía de él y unos zarcillos invisibles envolvieron la semilla. Podía sentir, atrapada en el interior, la esencia de lo que había sido, el enlace con la inmortalidad de los Aesir. Viviría de nuevo, pero no de la misma manera.

El caos se retiró y Loki abrió los ojos. Poniéndose en pie, se dio la vuelta para comprobar que Balder y Thor se habían acercado. Balder todavía mostraba una expresión de asco, pero estaba acompañada por el desconcierto de un anciano que no acababa de comprender lo que estaba presenciando. La expresión de Thor estaba en blanco, todavía agarrando su martillo, encorvado y temblando por el esfuerzo de mantenerse en pie.

Después de un largo rato Balder habló. De su voz goteaba veneno.

—¿Qué has hecho?

Loki le devolvió la mirada.

—He devuelto a Idun a Asgard. Os he traído de vuelta vuestras vidas.

—¿Y por qué no estás afectado como nosotros? ¿Qué trato con el gigante te ha mantenido joven?

Loki le ignoró y se centró en cambio en el lugar donde había enterrado la semilla.

El pequeño montículo de tierra tembló ligeramente ante un brote delgado y verde que se abría paso hacia el exterior y continuaba su lento ascenso. A medida que el brote crecía, se espesó y se volvió marrón, y los vástagos finalmente se dividieron y ramificaron siguiendo sus propios caminos, hacia arriba y hacia afuera, creando una red de ramas verdes y marrones que se propagaba rápidamente. Balder se quedó boquiabierto e incluso Thor se asombró al espesarse la corteza del joven árbol y brotar pequeñas hojas de las ramas.

Loki alzó la mirada para ver el crecimiento del árbol. El tronco se expandió, removiendo la tierra a su alrededor; pequeñas ramas salieron de las más grandes a la vez que las hojas erigían una gran marquesina que bloqueaba el sol; se formaron pétalos blancos que rápidamente maduraron hasta convertirse en flores y luego, con la misma rapidez, cayeron al suelo creando una tormenta de nieve a su alrededor. De donde habían surgido las flores nacieron pequeñas esferas, verdes al principio y luego amarillas hasta que alcanzaron un color dorado que rivalizaba con el pelo de Sif.

Loki levantó la mano y tiró de una manzana. Se la entregó a Balder.

—Idun está aquí, incluso más parte de Asgard que antes.

Balder la tomó vacilante y se la acercó, inspeccionándola con sus ojos cansados. Volvió a mirar a Loki con recelo.

—Esto no borrará tus maldades —dijo, antes de llevarse lentamente la manzana a la boca y hundirle sus dientes restantes en la carne.

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