Loki

Loki


Capítulo trece

Página 25 de 45

Capítulo trece

Loki entró a través de las puertas de Gladsheim. Había sido convocado por Odín y se dirigió allí rápidamente. Sólo habían pasado unos días desde que Thiazi fuera derrotado. Tras haber comido las frutas de Idun, los Aesir recuperaron su vigor y vitalidad. Había visto a Tyr levantándose de la silla para sostenerse por sus propios pies mientras desaparecía la niebla de su mente; por primera vez en semanas parecía saber dónde estaba y lo que estaba sucediendo a su alrededor. Thor se irguió una vez más, recuperando su envergadura, y los colgajos que le rodeaban brazos y piernas fueron de nuevo como tendones de hierro. Balder, el de menor edad y una vez el más hermoso de todos, comenzó a recuperar esa claridad de tez que lo marcaba como eternamente joven y vital. A Freyja, calva a excepción de los largos mechones blancos que se aferraban patéticamente a su óvalo arrugado, se le suavizó el rostro, le regresó su pelo plateado y su figura se repuso. Ya no era simplemente una carcasa de huesos para su piel frágil y de papel. Y aunque todavía no estaba tan radiante como siempre, era indudable que volvería a estarlo.

Loki fue testigo de aquellas transformaciones con expectación. Era cierto que lo culpaban por su decrepitud, pero también era cierto que tanto sufrimiento había sido necesario para poner fin a la amenaza de Thiazi. Ahora que les había sido devuelta su juventud, ¿no verían que sus acciones formaban parte de un plan mayor? E incluso si no lo hacían, Odín debía reconocer su papel. Los otros, por más rencor que le guardaran, no tendrían más remedio que aceptarlo.

Todos los Aesir estaban situados en sus asientos habituales. Odín se sentaba en su trono con Frigg, su esposa, a la derecha. A derecha e izquierda se reunía el resto de los Aesir. A un lado: Thor y su esposa Sif de los cabellos dorados; Balder y Nana, su consorte; Bragi el maestro de la poesía; Njord de los Vanir y los hijos de Odín, Vali, Vidar y Hermod. A otro: Tyr y los gemelos Freyja y Frey; Ull el maestro arquero; Forseti el justo; Magni, el hijo de Thor, de quien se decía que quizá rivalizara en fuerza con su padre; Aegir de los océanos; Heimdall, en una rara salida de Bifrost, y la fiel esposa de Loki, Sigyn. Todos los rostros estaban serios, todos los ojos puestos en él mientras se acercaba.

—¿Me has convocado al consejo, Padre de Todo?

Odín lo miró fijamente y Loki se preguntó si el Padre de Todo lo veía o, pese a tener su ojo clavado en él, contemplaba algo completamente distinto.

—Tyr, expón los cargos.

En respuesta a la orden de Odín, Tyr se levantó lentamente de su silla; no había recuperado su fuerza por completo.

—Loki, se te acusa de traicionar a Asgard y de confraternizar con nuestros enemigos mortales en Jotunheim. Robaste a Idun de sus huertos sagrados e hiciste caer una plaga sobre los Aesir. Trajiste al gigante Thiazi a nuestra propia puerta. Si no hubiera sido por la sabiduría omnisciente del Altísimo, todo se habría perdido. No pudiste…

La atención de Loki se fue apagando mientras observaba los rostros de los convocados. Sólo dos no eran abiertamente hostiles: el de su esposa, Sigyn, que parecía amable, y el de Thor, con aspecto aburrido. Podía soportar la ira de los demás: era la declaración de Odín la que contaba.

Cuando Tyr terminó su letanía, los otros murmuraron en tono de enfado. Balder se dedicó a quejarse ferozmente a Nana y a gesticular airadamente hacia él. Heimdall miró en silencio. Sigyn mantuvo la cabeza gacha, con aspecto culpable e incómodo.

Un gesto de Odín los silenció.

—¿Qué dices en tu defensa?

Loki hizo una pausa, contemplando una última vez a los dioses que lo enjuiciaban. Se sentía extrañamente a gusto a pesar de las incómodas miradas. El Padre de Todo pronto perdonaría sus pecados, explicaría cómo él mismo le había encargado la tarea de atraer a Thiazi hacia Asgard y Loki obtendría una gran satisfacción al ver la sorpresa en sus rostros.

—Todos los presentes me han dado ya por traidor —comenzó diciendo—. Sin embargo, mis esfuerzos han conservado Asgard y nos han protegido contra nuestros enemigos. He sufrido indignidades que ninguno de vosotros podría soportar y he perseverado, por el bien de Asgard. —Las miradas de enojo continuaron.

—Es cierto que mis métodos no son habituales. No tengo la habilidad de Tyr con la espada, ni la fuerza de Thor, pero mis dones sólo se emplean para defender Asgard.

»Hemos abierto nuestras puertas a dos que son distintos y los aceptamos como iguales, a pesar de que hubo una época en la que eran nuestros enemigos jurados. Ahora que los Vanir y los Aesir ya no luchan, invitamos a Frey y Freyja. Si hemos ofrecido la bienvenida a los extranjeros y sus costumbres, ¿por qué se le ha negado a alguien que ha estado aquí desde que los Nueve Mundos eran jóvenes?

Algunos de los dioses se miraron brevemente, pero Loki no podía afirmar si había convencido a alguno de ellos. Odín permanecía sentado, en silencio y con el rostro petrificado, sin ninguna indicación sobre cuál sería su juicio. Pero había sido él quien lo envió a Thiazi y, de todos ellos, sería el Padre de Todo quien agradecería su servicio a Asgard.

—Vosotros me llamáis el Astuto e incluso cosas peores, pero es mi propia capacidad para elaborar planes la que me ha permitido asistir a Asgard de manera decisiva. ¿Podría la fuerza de mi acero haber alejado el caballo del constructor, rompiendo así el pacto? Y ahora nuestro muro está reconstruido, mejor que antes, así que cuando venga el Ragnarok, estaremos mejor preparados para hacerle frente.

»Es cierto que me llevé a Idun, pero si no lo hubiera hecho, el gigante Thiazi podría haberla encontrado y haberla secuestrado él mismo. Y el precio habría sido terrible. Fui capaz de convencerla para venir conmigo mientras mantenía sus huertos sanos y salvos, y fui yo quien la rescató de Thrymheim, atrayendo al gigante aquí, hacia su muerte, poniendo fin a su amenaza y garantizando la seguridad de Asgard una vez más.

»Cada sacrificio, cada plan, cada acción que emprendo, está al servicio de Asgard. Antes de emitir un juicio sobre mí, considerad lo que habéis logrado y lo que podríais haber perdido si no fuera por mis acciones.

La sala quedó en silencio. Al mirar frente a frente, vio cierto ablandamiento en sus expresiones, aunque no excesivo. Sin embargo, cualquier cambio en sus posturas era inesperado.

Loki permaneció erguido, anticipando la respuesta. No se hacía la menor ilusión en cuanto a que un alegato pudiera cambiar la percepción que tenían de él: sería un proceso lento y sólo un necio podría pensar que todos lo aceptarían. Heimdall lo vería en adelante como a un enemigo y es probable que Balder siempre estuviera enemistado con él. Muchos, sin embargo, quizá fueran capaces de dejar a un lado los agravios del pasado y permitir que las viejas heridas sanaran. Podía imaginar a Tyr perdonándole, e incluso a Thor, a quien había ayudado muchas veces. Por su parte, dejaría que las viejas rencillas se desvanecieran; sustentándolas nada se ganaba y mucho se perdía.

Odín miró a los dioses reunidos a un lado y al otro antes de dirigirse a ellos.

—Decid lo que pensáis.

—Por su culpa el fin de Asgard casi ha caído sobre nosotros —dijo Balder—. Una y otra vez, Loki ha demostrado que no tiene respeto por nada más que por su propia piel. Afirma servir a Asgard, pero sus planes traen los problemas a nuestra puerta.

—Pero es cierto —dijo Tyr— que ayudó a terminar con la amenaza de Thiazi. Si el gigante no hubiera muerto, seguiría amenazando Asgard. ¿Podría haber enviado a más como el constructor?

Balder volvió a hablar, todavía enconado:

—Padre de Todo, es una mancha en el carácter sagrado de Asgard. Si se queda, con certeza nos traerá el fin. Debe, por lo menos, ser exiliado.

—No es como los Aesir —se alzó la suave voz de Freyja—. Hay una oscuridad dentro de él, algo cambiante y negro. Me temo que Balder está en lo cierto. No pertenece a este sitio y permitir que se quede es coquetear con la muerte y la destrucción que se cierne sobre nosotros.

—Lo siento, pero no estoy de acuerdo, hermana. —Era Sif de cabellos dorados, la esposa de Thor—. Si bien los métodos de Loki van contra nuestras costumbres, no creo que él sea el precursor del Ragnarok como das a entender. No me parece prudente que expulsemos a uno de los nuestros cuando el propósito de sus acciones era puro, a pesar de la mácula de esos mismos actos. Se han cometido errores, pero ¿quién puede decir lo que habría sucedido sin él? —Loki recordó la furia de Sif cuando muchos años atrás le rapó el pelo en un momento de pueril abandono. Estaba felizmente sorprendido al ver que había sido capaz de dejar a un lado ese viejo rencor.

—Eres indulgente, hermana —contestó Balder—, pero ¿cuáles serán sus próximas acciones? ¿Cuál será el siguiente enemigo al que abra nuestra puerta? No me gustaría despertar una mañana y ver al dragón Nidhogg por mi ventana y después escuchar a Loki explicar lo necesario que era traer esa criatura aquí para que pudiera salvarnos de ella.

Sif no respondió.

Loki miró a Sigyn. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Lamentó la angustia que le había causado; la habría excluido de este consejo si hubiera podido, a pesar de que ella lo apoyaría claramente incluso en contra de todos los demás: no tenía un carácter fuerte o valiente, pero era leal. Loki hubiera deseado ser un marido más atento, pero el pasado no puede cambiarse; cuando Odín le prestara su apoyo y terminara ese consejo, se comprometería a ser un mejor esposo.

Odín habló:

—Ninguno de vosotros tiene más quejas. —Era una afirmación, no una pregunta. Lo había previsto y había hecho una simple observación.

Loki dirigió toda su atención al Padre de Todo. Con los puños apretados a los lados, esperó la sentencia.

Odín vio dos hileras de dioses, una a cada lado, frente a frente. Uno permanecía entre ambas, anticipando algún tipo de juicio. Estaban en Gladsheim y todo estaba bien en Asgard. ¿O no? ¿Era éste el presente?

La escena cambió y donde antes se sentaban los dioses ahora se veía un ejército cerniéndose sobre el horizonte y un puente de arco iris roto en la distancia. A medida que las huestes avanzaban, dejaban un reguero de cuerpos rotos a sus pies, matando a todos los que se interponían entre ellos y Asgard. Aunque su altura variaba —algunos sólo doblaban a Thor en tamaño y otros se elevaban casi tanto como el constructor—, todos ellos eran hijos de Jotunheim y habían venido a aplastar a los dioses.

A lo lejos, una figura examinaba la devastación. Era enorme y estaba envuelta en una columna suelta de humo y fuego de la que emanaba muerte y destrucción. La mayor parte de lo que se podía ver de ella estaba esbozado por las llamas. A medida que se acercaba, Odín observó que estaba tallada de la propia llama y era un ser elemental más que una criatura de carne y hueso. Se preguntó si ese ser podía sentir la mordedura del acero.

Miró hacia arriba. Un barco navegaba en las alturas, flotando en las nubes por encima de ellos. La tripulación se tambaleaba sobre el barco, renqueando como ratas cojas. En la proa había uno que Odín distinguió del resto. Vio claramente su rostro durante un instante y supo su nombre, pero la visión no duró.

Y entonces apareció en otra parte. Miró alrededor de la sala, sintiendo su familiaridad, tratando de adaptarse a las circunstancias. Todos los Aesir estaban reunidos, una fila a cada lado, y le miraban esperando una respuesta. Había uno en el medio.

En un instante, el techo había desaparecido y Odín miró hacia el negro cielo nocturno. Otros se reunían en torno suya, buscando consejo una vez más a pesar de que las escenas parecían muy diferentes. Se colocó la mano en el mentón y se sorprendió cuando sus dedos tocaron piel suave. Debía haber expresado su confusión por las miradas extrañadas de los rostros a su alrededor, pero rápidamente recuperó la compostura. Había aprendido a adaptarse rápidamente a las circunstancias cambiantes en las que continuamente se encontraba.

Los rostros le resultaban familiares. Uno de ellos hablaba.

—¿Qué hacemos con el cuerpo? —La pregunta iba dirigida a él.

Frunció el ceño, pero no podía recordar de qué cuerpo estaba hablando ese hombre que, ahora se daba cuenta, era su hermano Vili.

—¿Qué es este cuerpo?

Vili y Vé, su otro hermano, se miraron.

—Es el cuerpo de Ymir, hermano.

El nombre le resultaba familiar —todos los nombres le resultaban familiares: era enloquecedor—, pero no podía ubicar dónde lo había oído antes.

—¿Quién es Ymir?

Una vez más hubo miradas entre los dos. En lugar de palabras, Vili hizo un gesto a algo detrás de Odín.

—Allí —dijo.

Se volvió a ver la planta de un pie gigantesco y blancoazulado que se elevaba por encima suya, muerto y ensangrentado. El pie estaba unido a una pierna que se extendía casi hasta donde alcanzaba la vista. Más allá de aquello, sólo había una vaga sugerencia de un cuerpo que empequeñecía a las montañas mismas.

«Ymir», dijo y los recuerdos corrían de nuevo. Había sido un gigante de la escarcha, el primero de su raza, y su maldad había estado clara para los tres hermanos, Odín, Vili y Vé. ¿Ellos lo habían… matado? ¿Fue así? Pero había algún tipo de vínculo con la criatura que casi podía nombrar. Lo recordó de repente y se estremeció por un breve segundo. ¿Era cierto que la sangre de aquella monstruosidad que había ayudado a matar era la que corría por sus propias venas?

—¿Era nuestra familia?

Los dos habían acabado claramente con la conversación:

—Basta ya de esto. ¿Qué hacemos con el cuerpo de Ymir?

¿Por qué le planteaban esa pregunta? Pero también sabía la respuesta. Los huesos, los dientes, el pelo, todo podría ser utilizado para algo. Abrió la boca para responder, pero la imagen se desvaneció.

Sintió un gran dolor en el costado. Descubrió que no podía mover su cuerpo y que incluso sus brazos estaban confinados por encima de su cabeza. Sólo podía girar el cuello para ver lo que había a su lado. La punta de una lanza estaba atrapada en su interior y la sangre manaba de la herida abierta. Estaba desnudo y tan por encima del suelo que sólo podía ver vastos paisajes y los accidentes del terreno. Recordó que esto había sucedido, estaba seguro, en el pasado. Era Yggdrasil, su sacrificio para adquirir conocimiento y sabiduría.

Estaba débil. No sabía cuánto tiempo llevaba en el árbol. Antes de que pudiera preguntarse algo más, la escena cambió de nuevo.

Balder hablaba, presentando una queja en contra de alguien. Estaban en Gladsheim. Estaba en el presente de nuevo. Loki estaba ante él, delante de todos, a la espera de una respuesta.

El Astuto había seguido bien sus órdenes. El gigante Thiazi había sido asesinado y habían garantizado la seguridad de Asgard. Pero no había enviado a Loki hasta Thrymheim por eso. En el ojo de su mente volvió a ver la procesión de gigantes cayendo sobre Asgard, la figura oscurecida por el humo en la retaguardia, el jefe de todos los ejércitos del caos flotando en el barco sobre Odín. De pie en la proa, mirando por encima del borde, Loki contempló su ejército con la venganza claramente grabada en su rostro.

Era como Odín había previsto. No estaba en su mano negar el destino que se arrastraba cada vez más cerca. ¿Acaso su sacrificio no le había mostrado con nitidez la suerte que le estaba predestinada a cada uno?

Se levantó de su silla para encarar a los Aesir allí reunidos.

—Tenéis motivos para recriminar a Loki y todos los cargos deben ser respondidos porque todos sois mis hijos y yo soy el Padre de Todo. Pero como niños, no veis más allá de la mano delante de vuestra cara y pensáis que sois sabios. Ninguno de vosotros puede conocer el destino que yo he visto y que ya he experimentado, por lo que ninguno de vosotros está en condiciones de emitir un juicio aquí.

Podía ver los ojos de Loki y la barbilla ligeramente levantada, esperando una respuesta a los cargos presentados. Incluso él, el más astuto de todos los dioses, no era más que un cervato que pensaba que el bosquecillo donde había nacido era la totalidad del mundo. En otra época, Odín podía haber sentido alguna pizca de compasión por sus manipulaciones, pero ahora estaba muy alejado de esa emoción. Todo lo que sentía era la imperiosa necesidad de responder a los designios del destino.

—Loki, has servido a Asgard y a los Aesir y has sido maltratado como recompensa. Es adecuado que recibas el respeto que te ha faltado.

Una lenta sonrisa se deslizó sobre el rostro de Loki.

Odín sintió una pena fugaz por lo que debía hacer, pero se desvaneció rápidamente para ser reemplazada por la certeza de que las acciones que debía tomar eran correctas.

—No puedo, sin embargo, conferir ese respeto a quien no es verdaderamente uno de nosotros. —La sonrisa desapareció del rostro de Loki—. No eres un Aesir ni jamás lo has sido: eres un hijo de Jotunheim y por tanto enemigo de Asgard y de todos los que viven aquí. Yo te destierro de este reino para siempre: no volverás a poner un pie en Asgard como amigo.

Incluso los otros dioses reunidos se quedaron sin habla.

Loki miró fijamente, con la boca abierta, pero Odín no le ofreció como respuesta nada más que una mirada en blanco. Poco a poco, las expresiones de sorpresa en el rostro de los Aesir fueron reemplazadas con un creciente entendimiento. No esperaban tal sentencia, pero la verdad que les había sido revelada —que por las venas de Loki corría la sangre de los enemigos sobre los que se profetizó que destruirían Asgard— les permitía comprender por fin las artimañas de Loki.

—Padre de Todo, no puede alejarme de Asgard. —La respuesta de Loki se percibía débilmente, como si todas las consecuencias del pronunciamiento de Odín tuvieran que ser comprendidas todavía.

—No eres uno de los nuestros más de lo que lo era el constructor.

Loki se sorprendió visiblemente por la comparación. Apenas podía encontrar las palabras.

—Pero Padre de Todo, yo…

—No. No soy el Padre de Todo para ti. Para ti soy ahora el Terrible, el Dios Tuerto de los que viven en lo Alto, el Gris Portador de la Muerte. Soy eternamente tu enemigo y te mataré sin vacilar si por casualidad me encuentro contigo. Tu nombre siempre será inmundo. Los escaldos cantarán canciones de tu traición y tu engaño y te llamarán Embaucador y Padre de las Mentiras. Se te conocerá como el Heraldo del Caos y todo aquel que te dé abrigo será nuestro enemigo. Amasaré ejércitos de Aesir y einherjar y valkirias para destruirte a ti y a los tu clase y lucharé contra ti en el Ragnarok. No somos ya ni parientes ni de la misma especie: los demás asgardianos y yo te repudiamos aquí y para siempre.

Loki ya no miraba sorprendido. En cambio, sus puños estaban apretados y sus ojos eran de fuego, ardiendo con rabia clara y evidente hacia Odín. Habló con voz tenue y llena de amenaza.

—Vosotros, todos vosotros —volvió la cabeza a ambos lados para fijar la vista en cada uno de ellos brevemente antes de volver su atención a Odín— lamentaréis el día de hoy. Os juro que ésta no será la última vez que me veáis. —Se giró y salió airadamente por las grandes puertas de madera.

Odín sabía que Loki tenía razón. Lo volvería a ver. Él lo había propiciado, poniendo en marcha los acontecimientos que no podían ser alterados. La venganza de Loki, elaborada por Odín, caería sobre Asgard y todos ellos pagarían el precio de la decisión que había tomado. No hablaría de ello, por supuesto. Era la carga que tenía que acarrear. El precio del conocimiento era en efecto pesado, pero había que pagarlo; ni siquiera Odín era inmune a la parte inevitable del destino.

Cerró su ojo y vio a Loki cruzar Bifrost. Mientras el Astuto desaparecía lentamente de escena, Odín sintió una momentánea punzada de arrepentimiento que pronto se desvaneció: cuando llegara el Ragnarok habría tiempo suficiente para lamentarse. Abrió los ojos, se levantó de su trono y se dirigió a los atónitos Aesir sentados junto a él en concilio.

Ir a la siguiente página

Report Page