Loki

Loki


Capítulo trece » Capitulo catorce

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Capitulo catorce

Freyja permaneció contemplando su imagen en el espejo. Pasaba gran parte de los días repasando una y otra vez su rostro y su cuerpo, deleitándose en su repuesta belleza, pero siempre con el miedo oculto de que pudiera desvanecerse de nuevo. Los recuerdos de su piel arrugada y sus pechos flácidos eran para ella un dolor físico que le producía escalofríos y a punto estaban de hacerle llorar. Dejando caer su bata al suelo, se examinó y reexaminó en el espejo desde todos los ángulos posibles en busca de cualquier defecto, cualquier imperfección que pudiera ser un signo de la fealdad que había sufrido. Como siempre, no encontró ninguno. Ella era la perfección física pura en rostro y cuerpo, y, sin embargo, no podía borrar de su mente el manto que se cernía sobre ella a causa de las fechorías de Loki.

Se acercó al estanque en calma situado en el extremo de sus aposentos. Freyja se arrodilló y pasó los dedos sobre el agua plateada en lentos círculos, tratando de conjurar una imagen. Vio muchas cosas: su casa en Vanaheim, a Odín en su cámara con la cabeza de Mímir pronunciando lentamente horribles presagios, a Heimdall atento como siempre en Bifrost. Aparecieron ciertas imágenes confusas, junto a otras algo más claras, que abarcaban la extensión de los Nueve Mundos. Algunas cosas las conocía y podía nombrarlas —los elfos de luz de Alfheim enredados entre los árboles; los enanos de Nidavellir enterrados en su hogar del inframundo, afanados en la elaboración de armas y herramientas—, pero vio más que no conocía: un rostro de fuego apenas entrevisto, un cadáver blanco como el hielo que se extendía durante millas y cuya antigüedad se medía en eones. Se apartó del estanque y se levantó para marcharse.

La atrajeron de nuevo las imágenes que bailaban girando dentro de las aguas, sugiriendo secretos. Se arrodilló y acercó su rostro a la superficie, mirando intensamente en sus profundidades mientras las escenas se sucedían.

Vio a una chica con el pelo azabache. Era hermosa, pero no con la belleza de una diosa sino más bien la de una guerrera, bien tonificada y con la piel tostada como si pasara mucho tiempo al sol. Se acostó en la cama y su rostro alternó entre violentos espasmos de intenso dolor y períodos de agotamiento total. Su frente estaba empapada de sudor y su vientre, enormemente hinchado, era el origen de su dolor.

La imagen persistió, a diferencia de la fugacidad de la mayoría de las imágenes en el estanque, y Freyja se sorprendió. Tras un breve descanso las contracciones comenzaron de nuevo y la chica se retorció visiblemente, haciendo aparecer su mano en la escena que mostraba el estanque. Se aferraba con fuerza a la mano de un niño, tal vez uno de los hermanos mayores que permanecía junto a su madre para ser testigo de la llegada a la vida de un nuevo hermano o hermana. Por el tamaño del vientre, Freyja estimó que probablemente se trataba de gemelos. Si uno muriera, al menos quedaría otro.

El niño, al que tan sólo se veía por la fuerte presa de la madre, era resistente a pesar de su corta edad. Freyja reconocía que era un niño por las líneas y el desgaste de la mano, y no mostraba signos de querer marcharse.

Continuó observando la escena íntima. Perdida en un momento que era sagrado para ella y para todos los Vanir, la llegada de una nueva vida, no cuestionó lo que le mostraba el estanque en aquel caso particular, aunque era raro que le enseñara la misma imagen durante mucho tiempo.

La mujer —Freyja no podía considerarla ya una chica— siguió sufriendo la agonía de las contracciones, pero la ferocidad de su expresión era sorprendente. La cruzaban cicatrices de batallas, por lo que estaba acostumbrada al dolor. Su reacción a los inquietos niños que llevaba dentro indicaba que ese dolor era mucho más intenso que cualquier otro que hubiera soportado. Freyja admiró a esa mujer mortal y se acercó más al estanque.

No había partera en la cama salvo por el fiel muchacho, que únicamente se había mostrado por el momento como una mano sin cuerpo en la borrosa oscuridad de la cámara. Freyja se percató de que estaba inventando escenas de la vida de aquella mujer. El padre, sin duda, era también un guerrero diestro, y era probable que estuviera en batalla, tal vez luchando contra un enemigo justo en los límites de sus tierras. No podía estar al lado de su esposa porque eso significaría la muerte segura para todos los que había jurado proteger.

Freyja sonrió ante la idea. Pese a que ella no era una diosa de la batalla, honraba el deber y el sacrificio. Estaba desgarrada entre la esperanza de que el estanque le mostrara una imagen de él y el temor a perderse el alumbramiento de los hijos de aquella mujer.

La agonía de la embarazada se hizo más intensa y frecuente. Los niños saldría muy pronto. Se sentía privilegiada por estar observando ese nacimiento y estaba segura de que ésa era la razón por la que la estanque le había mostrado la escena: había buscado un parto significativo, uno que podría tener importancia para la raza de los hombres, allí abajo en Midgard.

Inesperadamente, la escena del estanque se apagó y vaciló y Freyja deseó que le mostrara más; no iba a perderse el nacimiento de aquellos niños. La escena se estabilizó y pudo ver una zona un poco más amplia que antes. Las rodillas de la mujer se levantaron al comenzar a empujar, su rostro se volvió rojo por el esfuerzo y apretó su mano en torno a la de su hijo: en los antebrazos de la mujer se destacaron unos cordones hechos de músculos y sus nudillos se volvieron blancos. Por el tamaño de su puño el muchacho debía ser todavía un niño pequeño, pero cerró la mano con firmeza y no expresó ninguna queja que Freyja pudiera detectar.

Ese pensamiento la distrajo momentáneamente. Una mujer tan fuerte como aquella probablemente podría romper la mano de un niño pequeño, incluso de uno vigoroso, y no trataba de contenerse: pese a que era obvio que la cerraba con todas sus fuerzas, el pequeño no se había quejado.

Miró más de cerca el puño del niño y el pequeño trozo de brazo que era visible. No podía distinguir mucho, pero parecía que la piel de su dorso no era tan prístina como debiera para alguien tan joven. Aunque era difícil distinguirlo en la penumbra de la habitación, su brazo parecía tener una fina capa de pelo rubio rojizo que seguramente sería más clara, o incluso no existiría, en un niño de su edad, ¿o no?

La mujer se retorcía de nuevo con una punzada de dolor en el abdomen y el muchacho fue arrastrado momentáneamente hacia adelante, haciéndose visible durante el menor de los instantes antes de apartarse de la escena. Freyja cayó violentamente hacia atrás por la sorpresa, alejándose ella misma del estanque como si el dragón Nidhogg hubiera irrumpido de repente en el agua.

Se sentó allí aturdida y desconcertada, los ojos muy abiertos con asco y horror. No podía ser cierto, pensó. Se sentía manchada y sucia y todas sus atractivas fantasías se disolvieron en un instante. Quería huir de la habitación, pero tenía que comprobar si lo que había presenciado era cierto.

Lo había tenido en la cabeza durante meses, por lo que era comprensible verlo en la imagen del estanque. Probablemente lo había conjurado de entre sus pensamientos, mezclándolo con la visión que se le había mostrado. La conmoción inicial se desvaneció y Freyja comenzó a reemplazar el horror con la explicación más razonable, lo que le permitió arrastrarse de nuevo hacia adelante para observar la escena.

Era la misma que antes, pero la mujer estaba cada vez más próxima al momento del alumbramiento. Freyja miró con más cautela, temerosa de volver a verlo aunque desesperada por comprobar si era verdad. Al principio mantuvo la distancia, pero nuevamente se acercó para mirar, con el miedo y la expectación revueltos en su interior como uno solo.

Tras largo rato acabó por convencerse de que se había equivocado. Fue entonces cuando el muchacho se acercó a su madre para acariciarle la cabeza y ofrecerle palabras de aliento. La primera cosa que Freyja notó fue que las proporciones eran totalmente erróneas.

El niño tenía el pelo rubio rojizo y una barba rala del mismo color. Sus brazos eran enjutos y musculosos aunque no en exceso. Su mirada tenía el brillo claro de alguien que había vivido y planeado durante milenios y cuya maldad no conocía límites. Mientras observaba con un horror que aumentaba deprisa, Freyja se percató de lo pequeño que se veía en comparación con la mujer, como si fuera un chiquillo. La verdad finalmente le golpeó cuando la pequeña mano de Loki acarició la mejilla de la embarazada en un innegable gesto de amor. Pegada a la escena y cada vez más horrorizada, vio a la mujer empujar brutalmente con todas sus fuerzas.

Freyja se tambaleó de nuevo, cayendo poco elegantemente sobre su trasero. Se alzó y salió corriendo de la habitación, llamando para que sus siervos la atendieran de inmediato. Odín debía saberlo al instante. Y si bien era capaz de expresar su preocupación por la unión de Loki con una giganta de Jotunheim, no estaba tan segura de su capacidad para narrar lo que había visto salir de entre las piernas de la preñada.

A Balder no le agradaba estar allí, pidiendo el consejo de aquellas brujas. Se estaba perdiendo un tiempo precioso y apenas podía mantener su temperamento bajo control.

—¿Me vais a decir lo que tengo que saber?

—Nosotras…

—daremos…

—respuestas…

Las voces venían de ninguna parte y de todas a la vez, huecas y heladas. Nadie sabía ni siquiera lo que eran las Nornas, pero tenían conocimientos que nadie más poseía, ni siquiera Odín. Se decía incluso que eran el árbol, aunque Balder no pensaba demasiado en esas cosas.

Para él era suficiente con que Odín le hubiera enviado aquí para hablar con ellas. Llevaría a cabo esta tarea y luego se iría, esperaba que para reclutar un ejército con el que marchar sobre Jotunheim. El Padre de Todo había dicho que todavía no era el momento de la guerra, pero ¿quién sabía cuándo podía llegar ese momento? Y si las Nornas recomendaban atacar a los gigantes, Odín probablemente estuviera de acuerdo.

Miró alrededor de la cámara, con el ceño fruncido.

—Vengo a buscar vuestr…

Sabemos por qué…

estás…

aquí…

Balder apretó la mandíbula.

—Entonces mostraos. No soy una amenaza para vosotras.

Una risa hueca y delgada se filtró hasta llegar a él.

No…

eres…

una amenaza…

Balder continuó mirando alrededor de la cámara. Hasta donde veía, no había allí nadie salvo él mismo. Se alejó del pozo y sintió un ligero toque en la espalda, casi una caricia, pero tenía algo antinatural. Volvió la cabeza y, una vez más, no había nadie.

—¿Qué tengo que… qué hay que hacer con los hijos de Loki?

Contó el tiempo en silencio, esperando una respuesta. Algo se deslizó entre sus piernas, pero cuando dio un brinco ya no estaba.

Acércate más…

al…

pozo…

Contempla…

sus…

profundidades…

Vacilante, se aproximó lentamente al pozo y se arrodilló para mirar las negras profundidades. Comenzaba a perder la paciencia cuando vio a la oscuridad moverse y cambiar. Donde no había nada, ahora podía distinguir tres figuras, vagas e insustanciales. Mientras miraba, poco a poco comenzaron a transformarse en una nueva escena.

Tu nombre…

será…

legendario…

Se vio, pero en una extraña versión de sí mismo: estaba débil, delgado y muy hermoso. Reía mientras los demás Aesir arrojaban todo tipo de armas contra él, todas golpeándole y todas cayendo al suelo sin afectarle. El martillo de Thor le impactó directamente y no le dañó. De hecho, la versión extraña de sí mismo se echó a reír a carcajadas. Toda la escena tenía el aire enrarecido de lo falso, como si se tratara de la historia retorcida de algo que había ocurrido en realidad.

—¿Qué es esto? ¿Qué queréis mostrarme?

Su hermano Hod se acercó sosteniendo algo en la mano. Parecía una pequeña planta con bayas blancas, pero cuando alzó la mano toda la imagen se derrumbó sobre sí.

—¡Espera! ¿Qué tenía en la mano? ¿Qué significa esa imagen? —Balder sintió que se le había mostrado algo importante, pero se había ido antes de que pudiera darle sentido. Sin darse cuenta se inclinó más, acercando la cabeza al pozo.

Tu…

destino está…

a mano…

La imagen se volvió a formar y contempló a un recién nacido acunado por la oscuridad. A medida que la imagen se expandía despacio, donde antes había oscuridad ahora aparecía una madre con una expresión triste en su rostro sosteniendo al bebé. Era su propia madre, Frigg, y se dio cuenta de que el niño era él mismo, recién parido. Mientras lo sostenía las lágrimas se le derramaban por el rostro. Como la primera imagen, ésta parecía de nuevo falsa, fabricada, como si fuera la distorsión de un hecho real y no el propio suceso.

Antes de que pudiera profundizar en ella, la escena cambió una vez más. Su madre, apenas reconocible por su aspecto frágil y demacrado, se acercó a una mujer oscura en un trono. Se arrodilló y la mujer asintió. Frigg se levantó y tanto la gratitud como la preocupación le cubrieron el rostro.

Frigg desapareció por un pasillo oculto y Balder vio junto al trono la figura cubierta de sombras de un hombre que le miraba. El hombre dio un paso hacia adelante y la mujer alargó una mano hacia un lado, deteniéndolo de pronto y negándole el avance. Balder se quedó sin aliento al reconocer su propio rostro, insustancial y podrido, mirando a su madre con evidente angustia.

Sintió hervir su sangre.

—¿Estoy muerto? ¿Es eso lo que significa? Si ése es mi destino, ¡mostrádmelo!

Su ira seguía aumentando. Estaban quizá en la antesala del Ragnarok y perdían el tiempo con inútiles augurios. Hubiera sido mejor, con mucho, tomar medidas contra Loki y su prole en lugar de escuchar el parloteo inútil de aquellas brujas.

La neblina arremolinada cambió y Balder vio a Frigg entrar en una cueva. Se notaba cansada y era incluso más vieja, pero había un aire agradable a su alrededor, como si estuviera al final de un largo viaje. La oscuridad de la cueva fue traspasada por antorchas encendidas y una anciana enjuta apareció en escena. Estaba envuelta en un manto gastado; la edad no había sido amable con ella. Murmuró para sí y se meció adelante y atrás y continuó haciéndolo mientras Frigg se acercaba. Balder no podía oír lo que decía, pero cuando Frigg habló, la anciana dejó sus divagaciones.

La anciana abrió la boca con una sonrisa vil y sin dientes y se echó a reír sin alegría o felicidad. Movió la cabeza de lado a lado, dejando clara la respuesta a la petición de Frigg incluso a través del silencio de la imagen. El efecto en su madre fue evidente: se arrugó, bajó la cabeza, se volvió y salió de la cueva mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y el cacareo de la anciana la acompañaba.

La anciana asomó el rostro fuera de la cueva con una sonrisa oscura e inquietante cruzando sus facciones. Si no hubiera estado seguro, de tan distinto que era su cambio de actitud, Balder hubiera podido jurar que no era ni siquiera la misma mujer. Pero lo más impactante fue el cambio de rostro al retirarse de nuevo a la cueva, dejando al descubierto la cara detrás de la máscara.

Balder sintió la rabia trepando por su interior.

—Loki —escupió—. Siempre Loki.

La oscuridad se arremolinaba y la escena cambió.

Vio a Yggdrasil tomar forma y elevarse más y más, extendiendo sus ramas a lo ancho. Se formaron llamas en su tronco que inflamaban, calcinaban y amenazaban a Yggdrasil. Al ampliarse la escena, el árbol se hizo más pequeño y Balder pudo ver que no sólo ardía la base: las llamas envolvían todo lo que podía ver y prendían cada vez más abrasadoras, convirtiéndolo todo en cenizas.

De una brecha en el árbol emergió una figura y, al hacerlo, las llamas disminuyeron y finalmente se apagaron. La figura permaneció imperturbable contemplando la escena de matanza y devastación. Balder no podía distinguir quién era, pero vio una leve sonrisa formarse en aquel rostro antes de que la imagen se desvaneciera por completo, dejando tan sólo oscuridad.

—¿Quién es? —Balder se apartó del pozo—. ¿Es Loki regodeándose con la destrucción que pretende causar? —Hizo una pausa, pero no hubo respuesta—. ¿Qué hay que hacer para evitar que eso suceda?

Tres formas se materializaron entre la niebla y asumieron formas vagamente femeninas, aunque permanecieron intangibles y sin rostro. Sus voces le llegaban de todas partes.

Lo que debe…

ser…

será…

La ira de Balder era incontrolable.

—¿Por qué me mostráis visiones si no hay manera de cambiarlas?

Tú…

no sobrevivirás…

a su ira…

—¿A la ira de Loki? ¿Tratará de matarme?

Tú…

sobrevivirás…

a su ira…

—¿Cuál de las dos es cierta? Este enigma no tiene sentido.

Ambas…

lo…

son…

Maldijo en silencio a su padre por haberle enviado aquí. ¿Cuál era el fin de todo aquello?

Buscarás…

la prole…

maldita…

—¿A los hijos de Loki?

Traerás…

al de la sola…

articulación del lobo…

La mente de Balder daba vueltas, tratando de comprender el significado del mensaje de las Nornas. Balder no había oído antes esa expresión.

—¿Quién es el de la articulación del lobo?

Tú…

lo…

sabrás.

Apretó la mandíbula. «Malditas sean estas brujas», pensó. ¿Quiénes eran ellas para frustrar la voluntad de Asgard? Y sin embargo, ¿qué podía hacer sino desentrañar sus enigmas? Odín lo había enviado allí en busca de consejos sobre lo que debía hacerse con los hijos de Loki, pero no le habían revelado casi nada. Además, ¿para qué necesitaba consejo? Sabía lo que tenía que hacerse, pero su padre no quería que los Aesir fueran a la guerra contra los gigantes todavía. Aún no es el momento, había dicho, sin revelarle nada.

—Tenéis que decirme más. —Trató de no mostrar su irritación en la voz. Las formas de niebla se tambalearon, pero se mantuvieron en su lugar. Balder dio un paso vacilante y se derrumbaron sobre sí mismas, perdiendo toda coherencia y flotando hacia el suelo.

Tu fama…

menguará en vida y…

crecerá en la muerte, solamente…

para menguar y crecer…

una vez más sobre…

la ceniza…

Esperó más información, pero las Nornas quedaron en silencio. Tras un tiempo, se giró y volvió por donde había venido. No conocía el significado exacto de las palabras de las Nornas, pero no esperaría a que todos los enigmas se deshicieran antes de emprender el camino a Jotunheim para buscar a los hijos de Loki.

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