Loki

Loki


Capítulo dieciséis

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Capítulo dieciséis

Odín recordada bien el día en que le trajeron a los dos hijos de Loki. Colocados ante él, gimiendo en su presencia, podía observarlos con claridad. Uno era la serpiente, el otro era el lobo. Casi le pareció divertido que esos dos bebés indefensos —aunque de gran tamaño— pudieran causar tal destrucción cuando llegara el momento.

Mientras los miraba, Balder había hablado del tercer niño.

—Padre, el tercer hijo…

—Está muerto. Lo sé.

—No fue a propósito.

—No pienses más en ello. Lleva ya incontables edades en Niflheim. Estaba destinada a morir.

Balder parecía confundido, pero Odín no le ofreció explicaciones.

—Lleva éste —había dicho, señalando con la cabeza al bebé reptil— al borde de Asgard y tíralo a los mares que rodean Midgard.

Balder había palideció.

—¿Padre? ¿Está bromeando?

—¿He bromeado alguna vez, Balder?

—Pero es sólo un bebé, no importa lo horrible que sea. Al menos déjame poner fin a su vida con rapidez antes de enviarlo a una tumba de agua.

Desde su alto asiento, Odín miró en su dirección.

—No será una tumba. Ahora haz lo que ordeno.

Con la cabeza gacha, Balder dijo: «Sí, mi señor» y se fue con el niño.

Odín se había vuelto hacia Tyr.

—¿Crees que mis sentencias son crueles?

—No me corresponde cuestionar al Padre de Todo.

—¿Qué piensas de este niño? Tendrá un destino diferente.

—Es mitad bestia, pero no es tan feo como el otro.

—Llévalo a los bosques que rodean Asgard y déjalo allí para los lobos.

Tyr no se estremeció.

—Sí, Altísimo.

Cuando se volvía para irse, Odín lo llamó por última vez.

—Asegúrate de que el niño sobreviva. No debe sufrir ningún daño.

Tyr lo miró extrañado durante un momento, pero dijo: «Sí, Alto. Se hará como dices». Salió con el bebé en brazos.

Desde su trono había observado a los dos niños, a pesar de que ya no eran niños. Habían crecido rápidamente y el caos en su interior les había cambiado de acuerdo a su entorno. La serpiente había alcanzado un tamaño enorme en el fondo del océano, donde se había alimentado de toda criatura que nadara o se arrastrara cerca. Crecería aún más, pero no necesitaba pensar en ella hasta el momento en que volvieran a encontrarse.

El lobo era un asunto diferente.

No era tan grande, pero, a consecuencia de ello, era más peligroso. Para sobrevivir, había tenido que ser rápido durante los primeros días en el bosque, robando la comida de donde hubiera y evitando a aquellos que harían un festín con él. Tyr lo había alimentado durante una temporada, que era como había sobrevivido entonces. Ahora reinaba supremo en ese bosque, y todas las demás criaturas huían de él o satisfacían su insaciable apetito.

Odín lo había visto vagar por los campos y bosques de Asgard desde hacía tiempo mientras sopesaba su próximo enfrentamiento con la bestia. No le agradaba el lugar al que la enviaba, pero por supuesto no había otra opción. Sintió un pequeño remordimiento por lo que debía hacerse y por quién debía ser herido, pero tales sentimientos eran inútiles. El Alto no podía permitir que las emociones interfirieran con el destino de los Nueve Mundos.

Los criados de Tyr condujeron el carro hasta el borde del claro. Con un movimiento de cabeza comenzaron a descargar el contenido y a tirarlo hacia la línea de árboles. Hicieron varios viajes, escrutando nerviosamente el bosque en busca de cualquier señal de Fenrir. El lobo no se presentó, pero incluso cerca del carro, muy por detrás de Tyr, todavía estaban temerosos. Algunos de ellos lo habían visto devorar la carne que Tyr le había dejado, y los que no, cuando menos habían oído hablar a los otros del tamaño y la ferocidad de la bestia.

Unn, un criado joven, se acercó mansamente.

—¿Mi señor?

Tyr no se volvió para mirarlo a la cara, sino que mantuvo sus ojos en los árboles.

—¿Qué?

—¿Qué pasa si el lobo…?

—Llámalo por su nombre.

—Sí, señor. ¿Qué pasa si Fenrir no está satisfecho con la carne que le ha dejado?

Tyr miró al sirviente, percibiendo claro el terror en sus ojos.

—¿Habías venido antes a alimentar a Fenrir conmigo?

—No, mi señor.

—¿Pero has oído a los demás contar historias sobre él?

—Sí, mi señor.

—¿Qué te han dicho?

Unn tragó.

—Que el lob… que Fenrir es muy grande y aterrador. Que traga toda la carne que se le ofrece y mira con avidez a cualquiera que esté cerca.

Tyr gruñó.

—Hay algo de verdad. ¿Tienes miedo?

—Sí, mi señor.

—Es bastante grande, eso es cierto, del tamaño de un caballo pequeño. Pero no siempre coge la carne que se ofrece. O al menos no mientras estamos cerca. A veces simplemente se queda mirando. Otras veces se acerca y pronuncia una o dos palabras.

—¿La bestia puede hablar?

—Sí, aunque su voz no es agradable de escuchar.

Unn parecía menos cómodo.

—¿Estamos en peligro, mi señor?

—Siempre hay peligro, incluso en el reino de los dioses. Pero Fenrir no se ha aproximado hacia mí. No puedo decir con certeza que nunca atacará, pero no parece probable que sea hoy. Y si lo hiciera, se enfrentaría a mi espada.

Tyr se volvió para ver las señales de miedo en el rostro de Unn. Puso una mano sobre el hombro del joven y se inclinó.

—Ningún asgardiano de mi casa será dañado mientras yo respire. —Unn asintió y se levantó minúsculamente más alto.

Los criados murmuraron tras él cuando una forma oscura salió lentamente del bosque y se dirigió hacia ellos. Fenrir se detuvo ante la carne que habían arrojado para él, la olió una vez y luego miró a Tyr. Se acercó, haciendo caso omiso de la ofrenda.

Tyr vio palidecer a Unn mientras Fenrir avanzaba hacia ellos. El joven sirviente estaba paralizado en el sitio, incapaz de retroceder para unirse a los demás. Suavemente, Tyr lo empujó hacia atrás.

Fenrir se detuvo a una espada de distancia de Tyr y se sentó sobre sus cuartos traseros. Su cabeza estaba al nivel de Tyr, lo que lo convertía en el mayor lobo que los criados hubieran visto en su vida. Su piel era oscura y había una inteligencia en sus ojos que dejaba claro que, pese a su tamaño, no era un animal normal.

—Tyr —gruñó.

—No comes.

—Tengo hambre de algo más que comida, Tyr. —Una vez más, el nombre fue pronunciado como un gruñido.

—No puedo responder a tus preguntas, como ya te dije.

Fenrir enseñó los colmillos. Se alzó a cuatro patas y Tyr escuchó tras él el jadeo contenido de los criados. Fenrir se giró y corrió de vuelta a la carne. Agachó la cabeza y tomó el pedazo más grande, tragándoselo rápidamente. Mientras Tyr y sus sirvientes miraban, Fenrir devoró el resto y luego trotó lentamente hacia los árboles.

Antes de desaparecer en el bosque, se volvió y miró a Tyr por última vez. Había una amenaza en esa mirada, pero había visto lo mismo cada vez que alimentaba al lobo. No estaba del todo seguro de por qué continuaba trayendo esas ofrendas a la bestia, pero no podía borrar la visión de la cabeza cortada de Angrboda cayendo al suelo.

Freyja pasó con cuidado sobre un árbol caído con la preocupación marcada en su rostro. Salvo los dioses, todos los seres vivos morían y esas muertes no le molestaban. Eran parte del ciclo de los Nueve Mundos y como Vanir no sólo era una diosa de la vida, sino también de la muerte. La naturaleza delicada de la vida lo hacía todo más valioso, a pesar de que los mortales rara vez entendían eso.

Sin embargo, no percibía ninguna sensación de belleza o conclusión en la muerte que el lobo había provocado al bosque. Los árboles salvajemente destrozados, las plantas pisoteadas a su paso y un montón de animales masacrados: un camino sangriento cuyo rastro nadie podría perder. Y todo aquello había sido destruido sin motivo. Ni siquiera había matado a los animales para alimentarse, sino que simplemente los había desgarrado por el puro placer de la masacre.

La tristeza se arrastraba sobre ella como un paño mortuorio. Siguió el rastro sin saber muy bien por qué lo hacía. Tenía la necesidad de ver a aquella criatura para tratar de entender por qué algo mataría tan insensatamente a los seres vivos que lo rodeaban. Podía sentir la malicia latente en el aire, el aura del lobo impregnando ese lugar sagrado. La idea de que podía seguir causando destrucción sin freno le produjo un escalofrío.

Freyja avanzó y su vínculo con el entorno le mostró más miseria a cada paso. Se detuvo en un claro del bosque; una sensación extraña se apoderó de ella, algo que no podía recordar haber sentido antes. Un desagradable hormigueo le bullía en el fondo del estómago y sintió la imperiosa necesidad de permanecer quieta y en silencio.

En el otro extremo del claro, Fenrir se acuclilló, masticando ruidosamente un gran animal muerto. Sus piernas estaban extendidas, formando una especie de semicírculo a su alrededor. Mientras devoraba, su cabeza y sus hombros se balanceaban y sacudían.

Fenrir no era tan grande como se había imaginado que sería, aunque ciertamente no era pequeño. Antes de dar un paso adelante, una tarea difícil de lograr, lo miró. Se percató de que lo que sentía era miedo. Lo había sentido antes, durante la guerra con los Aesir, sólo como un temor por la supervivencia de Vanaheim y los Vanir: no había sentido miedo por sí misma, sin importar cuántos asgardianos la amenazaran con espadas y hachas sangrientas.

Este temor era distinto y se dio cuenta de que se trataba de miedo por ella. Algo en aquella bestia le infundía un temor primario, algo que no habría creído posible. ¿Qué era esa cosa para que acobardara a una diosa Vanir con su sola presencia? Era algo más que su visión: irradiaba algo, una especie de aura que causaba una ofensa a sus sentidos. Se preguntó si los Aesir sufrirían los mismos efectos.

Se detuvo tras dar otro paso; la bestia se quedó quieta y estiró el cuello para ver a su visitante.

Su rostro era muy parecido a un lobo, con un hocico largo y dientes afilados visibles cuando sus labios se elevaban en un gruñido, pero no se sentaba sobre sus cuartos traseros como un lobo. Era más como un hombre, a pesar de estar cubierto de grueso pelo negro de pies a cabeza. Cuando la miró, tras sus ojos había al acecho algo sin duda inteligente.

Freyja quería apartar la mirada, pero temía que pudiera saltar. Había una buena distancia entre ellos, la suficiente para que alcanzarla le costara varios impulsos, pero estaba convencida de que podría cruzar rápidamente ese tramo.

—Me vigilas —gruñó. A ella no le sorprendía que pudiera hablar, pero era inconfundible el matiz de amenaza en aquella voz primitiva.

No sabía cómo responder, pero se sintió obligada a dirigirse a él.

—¿Por qué haces esto? —Indicó la destrucción con un gesto.

Él la miró fijamente un largo rato, con una expresión tan inmutable como ilegible.

—¿Quién eres tú?

Se produjo una sutil variación cuando la diosa le miró. Al principio pensó que podría haber sido un efecto de la luz, pero se dio cuenta de que su forma iba cambiando frente a ella. Su hocico se hizo menos pronunciado y su cuerpo cambió, haciéndole parecer más humano. Se preguntó si se trataría de una alteración consciente o de una respuesta instintiva.

—Soy Freyja —dijo sin más.

Él la miró con atención antes de hablar.

—No eres una de ellos. Eres diferente.

—No, no soy una Aesir. Soy una Vanir. No somos lo mismo.

El lobo miró alrededor, al caos que había causado, y luego de nuevo a ella.

—¿Esto es tuyo?

—Sí. ¿Por qué lo has destruido? ¿Qué ganas haciendo esto?

Él no contestó, pero tras un breve instante se dibujó una sonrisa en sus labios. Se volvió hacia su presa y metió la cabeza en su carne, ignorando a la diosa por completo.

Ella sintió la bilis en la garganta. Sopesó dirigirse a él de nuevo, pero estaba segura de que no iba a responder. Se alejó poco a poco antes de darse la vuelta y poner rumbo rápidamente a su morada.

Odín vio el miedo en los ojos de Freyja.

—Destruye todo cuanto toca. No debería estar aquí. Vi su mirada: es sólo cuestión de tiempo que ataque a uno de los dioses.

Odín no respondió. Sabía que lo que ella decía era cierto, pero también sabía que no era el momento para que Fenrir dejase Asgard.

—¿Lo viste en el bosque?

—Sí. Seguí el camino, atraída por la muerte y destrucción que percibía. No sabía que me iba a conducir a Fenrir. Pero cuando lo vi —palideció al recordar la mirada en el rostro de Fenrir cuando se giraba de nuevo hacia su presa— percibí su ansia de destrucción. Padre de Todo, no se contentará mucho más tiempo con recorrer los bosques y matar a sus criaturas.

De hecho, Fenrir ya había matado y devorado a varios de los einherjar, aunque nadie lo sabía salvo Odín. Aquellos guerreros no se habían levantado al día siguiente.

—¿Quieres que lo maten?

—No. Sabes que no quiero que las vidas se quiten caprichosamente.

—¿Entonces, qué? ¿Quieres que lo envíe a algún lugar de Midgard para que pase el rato alimentándose de mortales?

—No, por supuesto que no. No lo enviaría a ningún lugar donde pudiera dañar a otros. —Ella miró hacia abajo, valorando alternativas—. ¿Podría encadenarse?

—No se le puede retener por medios normales. Es una criatura del caos y ni siquiera él se ha dado cuenta todavía de su potencial.

—Podrían encontrar la manera de elaborar algo así en Nidavellir.

Odín sonrió. Se había preguntado cuándo caerían en lo de los enanos. Fingió pensar la solución.

—Sí, podrían crear una cadena que lo retuviera. Marcha entonces donde viven los enanos. Diles que deben forjar unos grilletes que no se rompan.

—Sí, Padre de Todo. Iré a Nidavellir de inmediato.

Freyja se marchó y Odín se sintió cambiar de lugar y de época. Vio un lobo, una cinta de plata y una grave herida.

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