Loki

Loki


Capítulo diecisiete

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Capítulo diecisiete

El olor de la enorme cueva era repulsivo. Freyja conocía las historias que contaban cómo Odín había creado a los enanos a partir de los gusanos de la carne de Ymir, pero hasta ese momento nunca había considerado seriamente que aquello fuera cierto. Abrumada por su olor y apariencia, no tenía ningún problema imaginándolos como lombrices.

—¿Tenéis lo que busco? —preguntó.

Habló el líder del clan, una delgada criatura llamada Radsvid: —Es probable que tengamos lo que quieras, pero, si no, siempre se puede crear. Estamos deseosos de servir a los dioses, hermosa Freyja—. Esbozó una sonrisa de dientes marrones y torcidos y le recorrió el cuerpo con los ojos.

—Si lo tienes, entonces tráelo.

Los demás enanos de la sala, en torno a una docena, también la miraban con lascivia, aunque con menos descaro. El líder los había presentado a todos, pero ella no los distinguía.

Radsvid sólo ofrecía confirmaciones serviles.

—Oh, sí, lo vamos a traer, en efecto, querida Freyja. Nos honra satisfacer los caprichos de los dioses. —Freyja notó la deliberada ambigüedad. A pesar de sus alegatos en contra, los enanos no estaban dispuestos a servir a nadie más que a sí mismos, y ella lo sabía. Hizo una señal a sus criados, que trajeron un pequeño cofre y lo dejaron a sus pies.

—He traído el pago. —Abrieron el cofre. El brillo del oro trajo más luz a la oscura cueva y ella sonrió ante los ruidos de satisfacción de los enanos al contemplar el tesoro.

—Hay más para vosotros si podéis entregarme el grillete y sirve a su propósito.

—Ciertamente, es una buena compensación, encantadora Freyja. —La miró. Sus ojos eran de color gris pálido y daban la impresión de ceguera. No podía asegurar si era joven o viejo, pero los movimientos de su cuerpo transmitían la sensación de una lombriz retorciéndose. La diosa pensó una vez más en los gusanos de la carne de Ymir.

—Pero seguramente hay algo más que puedes ofrecernos. —Radsvid subió la mano y le recorrió el vestido, tocándole la piel del muslo.

Ella se agachó y lo agarró del cuello, alzándolo en el aire con un rápido movimiento. Apretó, y un chasquido resonó en las paredes de la cueva. Dejó caer el cuerpo sin vida al suelo. Los otros enanos la miraron con miedo palpable en sus rostros.

—Haríais bien en no ponerme a prueba otra vez. —Dejó que sus ojos se posaran en cada enano, marcando a fuego la amenaza en sus cerebros—. ¿Quién habla ahora por vosotros?

Un enano, más pequeño y un poco menos repelente, dio un paso adelante.

—Yo lo haré, diosa. —No detectó ningún propósito ulterior en su voz—. Me llamo Aurvang.

—¿Traerás mi grillete?

Aurvang miró el cadáver del líder anterior y gruñó a algunos de los enanos. Dio órdenes tranquilas en un idioma gutural que Freyja no conocía y alzaron el cuerpo de Radsvid, llevándolo al interior de la cueva hasta que desapareció en la oscuridad.

—No lo tenemos, pero podemos fabricarlo. Hará falta tiempo. —La miró desafiante, pero mantuvo la distancia—. Y más oro.

Freyja asintió a sus siervos, que trajeron dos cofres más y los depositaron a los pies de Aurvang.

—Cuando hayáis terminado, entrega los grilletes a mis siervos.

Aurvang asintió e hizo una reverencia, manteniendo un ojo en la diosa mientras ella abandonaba rápidamente la cueva.

A Odín nunca dejaba de sorprenderle el ingenio de los enanos. No eran dioses, ni tenían acceso a ninguna brujería, y sin embargo eran capaces de fabricar objetos que rivalizaban con cualquiera que los Aesir pudieran haber creado.

La delgada cinta de plata que sostenía en la mano era sin duda uno de sus mayores logros. No parecía gran cosa, pero Odín percibía su poder y su artesanía. Esa cinta retendría a cualquier criatura de los Nueve Mundos a la que atara y la apresaría hasta el Ragnarok, cuando todos los vínculos se romperían y reinaría el caos.

Alguien llamó a la puerta. Odín hizo pasar a Balder a sus aposentos.

—¿Me ha llamado, padre?

—Balder, ¿temes a Fenrir?

La pregunta le cogió desprevenido, aunque la respuesta era bastante simple.

—Es una criatura peligrosa con un padre malvado, pero no, no le tengo miedo.

—¿Crees que eres rival para su poder?

—Sí, padre. Es una bestia y no podría enfrentarse a ninguno de los Aesir.

Odín asintió.

—Así que si se tratara de atacarme, ¿no te preocuparías por mi seguridad?

Balder entrecerró los ojos.

—¿Por qué estas preguntas? ¿El lobo planea atacar?

Odín lo meditó. Fenrir no pensaba atacar, al menos de momento, y hasta pasado un tiempo no sería un verdadero peligro. Se preguntó si su hijo recordaría esa conversación cuando saliera de Yggdrasil para comenzar de nuevo.

—Responde a mi pregunta —dijo Odín.

—Es una idea ridícula, padre. No hay nadie que pueda enfrentarse a ti y lo sabes muy bien. ¿Cuál es el sentido de estas preguntas?

Odín suspiró. Era una carga pesada conocer los sucesos venideros pero no poder compartirlos. Le tendió la cinta de plata a su hijo.

—¿Qué es esto?

—Se llama Gleipnir y es un grillete creado por los enanos. Tómalo.

Balder extendió el brazo y cogió suavemente el grillete de manos de su padre. Lo sostuvo y lo examinó con curiosidad.

—Parece fuerte a pesar de su peso. ¿Por qué me lo da a mí?

—Llegará el momento en que lo necesites. Llévalo contigo y está preparado para usarlo.

—Sí, padre. —Se lo metió en el cinturón y se preguntó por qué el Alto le hacía preguntas que parecían tener respuestas tan claras.

Fenrir se giró al oír un ruido detrás de él, sorprendido de que algo fuera capaz de aproximarse tanto sin que él lo supiera. Miró a su alrededor y no vio a nadie, aunque había un débil aroma vagamente familiar en el aire. Era el olor de algo que había conocido mucho tiempo atrás pero que no podía ubicar.

—¿Quién está ahí? —gruñó. No hubo respuesta.

Al principio, su vida en Asgard —como acabó por aprender que se llamaba aquel lugar— había estado ocupada con la supervivencia. Había criaturas más poderosas que él acechando en los bosques. Pero Fenrir era rápido, inteligente y feroz cuando surgía la necesidad. Con el tiempo, se había convertido en aquel al que temer y las demás criaturas mantenían una enorme distancia o se convertían en sus víctimas.

Pronto no se conformó simplemente con ser el amo de aquellos bosques. Una vez que ya no tuvo que preocuparse por su propia seguridad, su inteligencia en rápido avance le había conducido a buscar respuestas al misterio de su existencia. Había visto manadas de lobos en muchas ocasiones y sabía que él no era uno de ellos. Eran criaturas básicas, guiadas tan sólo por el instinto, y él en cambio era un ser consciente.

Merodeó cerca de ciudades y pueblos, escuchando tras puertas y ventanas y reuniendo la información que pudo. Aprendió mucho de lo que se le había ocultado.

Esas criaturas se llamaban a sí mismas Aesir y tenía mucho en común con ellas. Sus historias hablaban de batallas y guerra, de la lucha contra los enemigos que amenazaban con destruirlos. Dichos enemigos eran los gigantes, pero era extraño que los Aesir los odiaran tanto por algo que no había sucedido todavía.

La conversación siempre les conducía a una cosa llamada Ragnarok, pero no le quedaba claro lo que significaba. Lo temían, aunque Fenrir no habría dicho exactamente que les asustara: era más algo contra lo que clamar, algo que presentaban como si se tratara de un enemigo que no podía vencer su coraje ni siquiera al hablar de los Nueve Mundos ardiendo. No tenía sentido para él, pero había detalles de la historia que le llamaban la atención.

El cielo se oscurecería antes de que llegaran los gigantes. Entonces, un lobo enorme se tragaría el sol, dejando a los Nueve Mundos en tinieblas. Oír hablar de ese lobo siempre le habría producido escalofríos de satisfacción: no sabía de dónde venía o cómo podía tragarse el sol, pero, pese a todo, le gustaba aquella historia.

También oyó hablar de un desterrado, un Aesir que había sido exiliado. A este ser se le conocía como Embaucador o el Astuto, se hablaba de él con odio y desprecio y era nombrado en raras ocasiones. En su momento aprendió su nombre verdadero y lo reconoció a pesar de no haberlo oído antes. El nombre removía algo en él.

Había tratado de forzar una respuesta de Tyr, pero el que le había alimentado y ayudado a sobrevivir no le decía nada. Fenrir, sin embargo, estaba seguro de que Tyr conocía las respuestas. Lo odiaba por no revelar lo que sabía.

Escudriñó cuidadosamente entre los árboles en la oscuridad, en busca de alguna señal de un intruso en sus bosques. El olor todavía estaba en el aire y sabía, aunque no pudiera verlo, que ese ser estaba cerca.

—Te encontraré —se dijo en voz baja.

Oyó entonces una voz débil como un susurro en el viento. Se quedó inmóvil y aguzó las orejas, escuchando con atención. Alguien habló con una voz tan baja que apenas podía distinguir las palabras.

Tú eres el que no tiene raíces —dijo la voz.

—¿Quién eres tú? —Se volvió lentamente, tratando de encontrar el origen de los susurros. Al borde de su campo visual percibió algo que aleteaba en la suave brisa. Se dio la vuelta, pero no había nada.

Serás enterrado hondo en Midgard.

—Hablas con atrevimiento para ser alguien que se esconde entre los árboles.

Has sido traicionado.

Sus oídos se aguzaron al oír eso.

—¿Traicionado por quién?

Por quien te ofrece la vida aunque te la ha quitado.

—Hablas con acertijos. Muéstrate.

No sabes nada de quien te dio a luz.

La voz se burlaba de él con las dudas que buscaba contestar. Guardó silencio.

Te fue arrebatada cuando eras nuevo. Y también otros lo fueron.

—¿Qué quieres decir?

Estás solo y no estás solo. No hay nadie como tú y hay dos como tú. Se los llevaron junto a la que te dio a luz.

—Bah. De nuevo hablas con acertijos. —A pesar de su curiosidad, se volvió para internarse más en el bosque. No se fiaba de esa voz incorpórea.

Se detuvo cuando una forma vaga se materializó delante de él. Era un hombre delgado con un rostro hermoso y el cabello rubio rojizo. Su aspecto era insustancial: Fenrir podía ver los árboles a través de él.

—¿Quién eres?

Yo soy el Astuto, soy el Embaucador, soy el Viajero del Cielo. Soy quien tomó a Sleipnir, soy quien asume muchas apariencias. Soy Loki. Soy tu padre. —La voz seguía siendo el mismo susurro en el viento.

—¿Eres mi padre? ¿Qué eres tú?

Una vez fui uno de los dioses, pero me desterraron injustamente. Tú cargas ahora el peso de su maldad, pero ellos te han tratado mucho peor que a mí.

—¿Qué quieres decir?

Tu madre fue asesinada mientras te amamantaba. Tu hermano y tu hermana también fueron asesinados, niños inocentes que no habían hecho ningún daño a nadie.

Fenrir supo que lo que decía aquella aparición era cierto. La furia hervía en su interior. Había buscado las respuestas y eran más sombrías de lo que imaginaba. No lo sentía por aquellos a quienes nunca había conocido: lo sentía por cómo había sido engañado.

Vendrán a por ti. Sólo te dejarán aquí suelto durante un tiempo. Te atarán y torturarán, como también me harán a mí.

—¿Quién los mató?

Lo sabes: quien tiene una deuda que pagar, quien ha tratado de compensarte por esos asesinatos, quien te ha facilitado la vida para resarcirte por lo que te arrebató.

—Tyr —gruñó, enseñando los dientes y tensando sus músculos.

Ahora ves por qué no podía ofrecerte las respuestas que buscabas.

—Voy a matarlo. —Recordó al dios lanzándole grandes trozos de carne y sintió la punzada ardiente de la traición.

Él te ve como una amenaza e incluso ahora planea atacarte. Puede que sea demasiado tarde. Es poderoso.

—Aquí he crecido fuerte. Iré a por él. Me daré un festín con sus entrañas.

Entonces debes ser rápido. Estarás perdido si te demoras.

—¿No vendrás conmigo?

No puedo. Ahora me falta la fuerza. Pero nos encontraremos muy pronto y me deleitaré con la historia de cómo mataste a Tyr.

Fenrir gruñó por toda respuesta y luego corrió, alejándose. Mientras se apresuraba hacia la oscuridad de los árboles, la forma de Loki cambió.

Creció, se volvió más delgado y un manto gris le cubrió. Tenía la piel arrugada y su barba se volvió parda y poblada. Llevaba en la mano una larga lanza. Vio desaparecer la silueta de Fenrir con su único ojo bueno.

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