Loki

Loki


Capítulo dieciocho

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Capítulo dieciocho

Unn arrojó otra carga de troncos cerca de la chimenea. Aunque estaba cansado de transportarlos, agradecía no estar en la cocina. Reabastecer el suministro de madera para las chimeneas de los salones era un trabajo duro, pero por lo menos no era la monotonía sudorosa del trabajo en los hornos, donde el fuego nunca cesaba. Probablemente pasara los próximos días talando árboles y, pese a que el trabajo era agotador, le encantaba estar al aire libre.

Caminó hasta la sala principal con su carro a remolque. Todavía quedaban grandes montones de troncos apilados más allá de las puertas principales y había mucho trabajo pendiente antes de que el señor Tyr volviera de la morada del señor Balder.

Le había halagado tanto como aterrorizado que le pidieran que acompañara al señor Tyr a ofrecer carne al lobo. Los que iban con el dios a ese encargo eran habitualmente siervos que llevaban allí mucho más tiempo que Unn, y se preguntó si era un buen presagio. Estaba ansioso por impresionar al Aesir y ascender quizá en las filas para convertirse en sirviente personal, de los que interactuaban continuamente con él, en lugar de ser uno más y encargarse de las tareas del día a día de la morada.

Y aquello ¿no había sido un gesto? El señor Tyr le había puesto una mano en el hombro y le había dicho que él lo protegería si el lobo atacaba. Ninguno de los Aesir era dado a tranquilizar a meros sirvientes, pero todos los asgardianos sabían que preservarían aquel reino sagrado y a sus habitantes, tanto dioses como mortales, contra las fuerzas del caos. Ser tranquilizado personalmente por un señor de los Aesir era sin duda una señal profética.

Con eso en mente, aumentó su ritmo. No se engañaba creyendo que un trabajo bien hecho atraería la atención de un señor de los Aesir. Era posible, sin embargo, que si seguía sirviendo con distinción pudiera convertirse en algo más que un ayudante del castillo.

La mirada decidida de su rostro vaciló al oír que algo golpeaba los portones principales, justo frente a él. Se detuvo mientras el temor se difundía a través de su cuerpo. Las grandes puertas de madera, lo suficientemente fuertes como para resistir los golpes de los gigantes, se habían doblado. Los pequeños jirones de polvo que procedían del marco fueron cubiertos por los pocos rayos de luz que entraban desde las ventanas más altas.

Mientras estaba allí sin saber qué hacer, las puertas fueron sacudidas de nuevo. Cayó más polvo del marco y Unn pudo ver cómo se astillaban los tablones de madera. Retrocedió lentamente, olvidando dejar su carrito a un lado.

Una vez más, algo se estrelló contra las maderas y una puerta fue arrancada de la bisagra superior. Se retorció hasta el suelo con un sonido desgarrador, mientras una forma oscura y peluda escalaba a través del agujero recién formado. Lo vio y sus mandíbulas amenazadoras se abrieron mientras se acercaba merodeando.

Unn se quedó paralizado y agarró con firmeza las asas del carro. Sus ojos se abrieron más y comenzó a temblar cuando Fenrir se acercó lentamente hacia él y un gruñido flotó a través de la distancia entre ambos.

—¿Dónde está Tyr? —gruñó. Fenrir acercó tanto sus fauces que Unn sintió en su cara el aliento cálido y pesado. Apestaba a carne podrida. Unn no encontró el valor para responder. Simplemente se quedó mirando al lobo con terror abyecto, incapaz siquiera de volver la vista hacia otro lado.

—¿Dónde está Tyr? —repitió.

De alguna manera, Unn obligó a su boca a moverse, y chirrió una sola palabra: «Fuera».

Fenrir gruñó y Unn pensó que ahora sería devorado. En cambio, el lobo se echó hacia atrás. Su carne se arrugó, al igual que la piel de su rostro. Su hocico se retiró y su faz adquirió una mínima cualidad humana. Se sentó sobre sus cuartos traseros y Unn apreció cómo también cambiaban sus brazos. Las patas se extendieron y se convirtieron en manos con dedos agarrotados. Se puso de pie y sus piernas eran similares a las de un hombre.

Todavía era mucho más alto que él, pero ya no era simplemente un lobo. De alguna manera era más terrible como mezcla de lobo y humano de lo que había sido como una mera bestia.

Alargó una pesada mano con garras y la colocó sobre el hombro de Unn.

—Esperaremos —dijo—, pero harás algo por mí.

Unn asintió, repentinamente agradecido por no haber sido descuartizado en jirones. Fenrir aproximó su cabeza y miró a Unn a los ojos. Aparte del miedo, sintió algo muy diferente. Podía oír sus pensamientos y sabía lo que quería que hiciera. De mala gana se alejó para completar su tarea, obligado por la voluntad de la criatura.

—¿Habías visto antes algo como esto? —preguntó Balder, sosteniendo a Gleipnir para que Tyr lo observara.

Tyr tendió una mano y cogió el grillete con cuidado. Se sorprendió por su peso y lo examinó de cerca.

—¿El Padre de Todo no dijo nada acerca de esto?

—Sólo que lo necesitaría y que lo mantuviera cerca.

Tyr continuó estudiando sus dimensiones.

—Los enanos son realmente artesanos magistrales. Es pequeño, pero rebosa poder. No me gustaría estar preso por esta delgada cinta.

—Ni a mí, pero me gustaría que mi padre fuera más claro. ¿Por qué no nos dice lo que sabe?

Tyr le devolvió a Gleipnir.

—Es casi tan antiguo como la Creación. Para él, somos como niños. Uno no revela todo lo que sabe a los niños.

—No es lo mismo. Yo no soy un mocoso llorica que se mea encima. ¿No somos Aesir?

—Ni siquiera los dioses son todopoderosos, Balder. Nadie sino el Padre de Todo ha visto lo que está por venir. Ninguno de nosotros existía cuando él se abrió el costado con Gungnir y se colgó de Yggdrasil. Y no podemos saber lo que se siente al ver lo que está por llegar.

Balder no quedó satisfecho con la respuesta.

—Esa explicación es…

Lo interrumpió un sirviente sin aliento.

—¡Mi señor! ¡Le pido perdón!

—¿Qué sucede? —dijo Balder.

—¡Algo anda mal en la morada del señor Tyr! ¡Las puertas se han roto, y los einherjar se apelotonan fuera, pero no entran!

Tyr partía de la sala, pero Balder lo cogió del brazo.

—Iré contigo.

Él asintió y ambos dioses se marcharon deprisa de la sala a través del pasillo principal de la fortaleza de Balder.

La multitud de einherjar reunida fuera del castillo de Tyr estaba intranquila. Dejaron paso a los dos dioses, que se dirigieron rápidamente hacia las puertas astilladas. Tyr agarró a uno de los guerreros que tenía cerca.

—¿Qué ha pasado aquí?

El guerrero le devolvió la mirada con los ojos vidriosos y dijo dos palabras que para Tyr explicaban la situación por completo: «el lobo».

Tyr se volvió a Balder.

—Es Fenrir. —Se volvió de nuevo hacia el guerrero—. ¿Por qué no le habéis abordado? ¿Por qué estáis aquí pululando alrededor cuando una de las fortalezas de los Aesir ha sido atacada?

El rostro del guerrero tenía un aspecto perplejo, como si no entendiera la pregunta. Después de una interminable cantidad de tiempo en la que Tyr se sintió tentado de estrangularlo, dijo:

—Los matará.

Tyr soltó el brazo del guerrero. Balder y él desenvainaron sus espadas y se acercaron a la entrada de su fortaleza.

Las puertas estaban rotas y astilladas, pero aún parcialmente adheridas a los marcos. Apenas vieron nada al asomarse al agujero que había abierto Fenrir, excepto que había un grupo reunido en el centro de la sala. Se miraron una vez el uno al otro antes de atravesar el agujero.

Sus ojos se adaptaron rápidamente a la escasa iluminación de la sala. En el centro del gran salón, un apretado semicírculo de criados se arrodillaba en el suelo de piedra, algunos gimiendo con la cabeza en las manos, otros sollozando en silencio y otros más, silenciosos y congelados por el miedo. Balder y Tyr vieron al gran hombre-lobo, justo detrás de la multitud protectora, a distancia de ataque de cualquiera de las pobres almas que se arrodillaban ante él.

Había otro siervo colocado justo enfrente de Fenrir, uno cuyo rostro recordaba. Era el muchacho que había sacado la carne para Fenrir y al que había tenido que consolar. Tyr sintió subirle la bilis. El lobo tenía su garra apretada sobre uno de los hombros del niño, con las largas uñas colgando hacia abajo. Era un gesto burlonamente protector que amenazaba al niño mientras prácticamente retaba a los dos dioses a seguir adelante.

Se mantuvieron firmes. La sonrisa en el rostro de Fenrir le dijo a Tyr lo que sucedería si se acercaba demasiado.

Tyr se dirigió a Unn.

—¿Estás herido?

—Tyr —gruñó Fenrir—. No he hecho daño al joven. Yo no haría daño a una criatura tan indefensa.

—¿Qué es lo que quieres?

Fenrir llevó su boca a la oreja de Unn y le susurró algo. Unn habló con voz temblorosa.

—Mi señor, él quiere que yo le diga que todos los sirvientes del castillo han sido traídos hasta aquí.

Tyr reconoció que era verdad. Había docenas de ellos alrededor del lobo, algunos lo suficientemente próximos para sentir su cálido aliento en el cuello.

—¿Qué quieres?

Hubo un gruñido. Tyr pudo sentir que pasaba a través de él.

—Tyr —dijo el lobo.

Unn dijo:

—Quiere saber de dónde procede, mi señor. Desea conocer las respuestas a las preguntas que le ha planteado. —Su voz tembló, pero mantuvo una firmeza que Tyr admiraba, especialmente en alguien que no era un guerrero.

Tyr y Balder intercambiaron breves miradas. Ambos sabían que aquello no iba bien. Fenrir estaba mucho más cerca de los siervos que ellos. Si cualquiera de los dos se movía hacia delante, Fenrir podría matar a una veintena de ellos antes de que lo alcanzaran. No era una situación que se pudiera solucionar con acero. Tyr se encontró deseando que Loki estuviera allí. Pensó en cómo el Astuto tendría una forma de engañar al lobo, pero luego cayó en la cuenta de que era él quien había engendrado a lo que se enfrentaban.

Tyr no vio nada que hacer salvo dar a Fenrir lo que quería.

—¿Quiere saber de dónde vienes? ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—Sí —gruñó Fenrir.

—¿Y cuando conozcas las repuestas —señaló a los sirvientes con la espada— los pondrás en libertad?

—Sí.

Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos antes de comenzar.

—Cuando eras un bebé fuiste arrebatado de tu madre y traído aquí.

Fenrir susurró de nuevo a Unn.

—Mi señor, dice que lo sabe. Desea conocer la historia completa.

—Hay poco más que decir.

La mano de Fenrir salió disparada y clavó sus garras en el hombro de la criada arrodillada más próxima. La mujer fue arrastrada hacia él, pero no tuvo tiempo de emitir ni una queja antes de que Fenrir abalanzara su cabeza sobre ella y le arrancara un lado del cuello. Dejó caer a sus pies el cuerpo sangrante y espasmódico mientras los gemidos y sollozos de los demás secuestrados crecían a un ritmo frenético.

Tyr se adelantó con rabia en su rostro, pero lo detuvo la firme presa de Balder sobre su brazo.

—Sólo matará a más —le susurró a Tyr—. No podemos ganar así. Tienes que decirle lo que quiere saber.

Tyr apenas podía contener su furia al contemplar la sangrienta sonrisa de Fenrir. La idea de que podía haber impedido una muerte sin sentido era como un puñal en sus entrañas.

—Cuéntame todo, Tyr.

—Vas a pagar por esto, bestia —murmuró en voz baja. Sus nudillos se volvieron blancos al apretar la empuñadura de su espada mientras luchaba por controlar su ira.

Le dijo todo lo que sabía: el viaje a Jotunheim para llevarse los tres hijos, la muerte del bebé, la matanza de Angrboda, el secuestro de Fenrir y de su hermano, el lanzamiento del segundo al mar y del otro al bosque. Sólo cambió una cosa. Se atribuyó él mismo la responsabilidad por el asesinato del niño. Cuando terminó, Fenrir le miraba con el odio patente en su rostro.

—¿El exiliado es mi padre?

—Sí.

—¿Dónde está?

—No se sabe.

Fenrir le miró, pero no dijo nada.

—Lo sabes todo. Ahora libera a mis siervos.

—Tyr, tú me lo arrebataste todo.

Tyr no respondió.

Fenrir esbozó una amplia sonrisa que se hizo más insidiosa por la sangre que aún goteaba de sus colmillos. A Tyr no le gustó su aspecto, pero se percató de lo que significaba un instante demasiado tarde.

—Deja ir a mi sirvientes —dijo Tyr, dando un paso hacia adelante.

Fenrir asintió lentamente. Volvió la cabeza hacia Unn y se inclinó más cerca, como si fuera a susurrarle algo al oído como antes. En su lugar, mientras su rostro se acercaba, sus mandíbulas se abrieron y hundió los dientes en el costado de la cabeza de Unn.

Las manos de Unn volaron a la cara en un gesto reflejo, pero incluso si no hubiera sido demasiado tarde, habría sido incapaz de contrarrestar la fuerza del lobo. Se escuchó un crujido audible al romperse el cráneo de Unn, seguido por el desgarramiento de la carne mientras su cabeza se partía por la mitad. El muchacho cayó al suelo, a los pies de Fenrir.

Los ojos de Tyr se abrieron y gritó:

—¡No!

Tyr atacó con los ojos fijos en Fenrir y la espada destellando en la tenue luz de la sala; Balder iba justo tras él, pero ambos estaban demasiado lejos para evitar que Fenrir arremetiera y eviscerara a los siervos más próximos. Apenas un puñado se puso en pie y escapó corriendo por su vida: la mayoría se paralizó de puro terror mientras el lobo destripaba y mataba a quienes tenía a mano.

En los pocos instantes que Tyr tardó en alcanzar a Fenrir, las partes del cuerpo de casi una docena de sirvientes fueron esparcidas frente al lobo. Tyr no se molestó en frenar su asalto o en nivelar un ataque con su espada, sino que cargó precipitadamente contra Fenrir. Los dos cayeron al suelo, batiéndose en ráfagas vertiginosas de movimientos.

Tyr estrelló la empuñadura de su espada repetidamente contra la cara de Fenrir mientras luchaban en el suelo de piedra. Compensaba con fuerza bruta la carencia de precisión de sus ataques, y Fenrir rugía furioso mientras intentaba quitarse de encima al dios que le había asaltado.

Balder condujo fuera a los criados mientras un río de einherjar se colaba por la puerta principal.

—¡Sacadlos fuera! —gritó a los einherjar—. ¡Dejad al lobo! —Sostuvo su espada como una barrera y los guerreros se apresuraron a acompañar fuera de la sala a los siervos que todavía podían caminar. Aquellos que yacían ensangrentados a los pies de Balder fueron acarreados. Puede que algunos sobrevivieran, pero la mayoría de los que Fenrir había atacado estaba más allá de toda ayuda.

Balder comprobó que Fenrir había adquirido de nuevo forma de lobo y, mientras luchaba y rodaba por el suelo, sus fauces babeantes trataron de arrancar el rostro de Tyr. Balder se aproximó dispuesto a cargar con su espada, pero los dos se golpeaban con tanta violencia que temía ensartar a Tyr en un intento de apuñalar al lobo.

Tyr atenazaba a Fenrir por el cuello e intentaba inmovilizar al lobo en el suelo. Agotado por el visible esfuerzo, gritó a Balder:

—¡El grillete! ¡Prepáralo!

Balder se maldijo por no haberlo recordado. Odín le había dicho que lo tuviera listo y a pesar de que lo llevaba encima se había olvidado de él. Enfundó su espada y sacó a Gleipnir, y Tyr perdió el equilibrio y fue arrojado al suelo.

Balder saltó hacia Fenrir, pero el lobo fue más rápido de lo que había previsto. Se agachó esquivando el ataque y hundió sus dientes en el muslo de Balder. El dios gritó de dolor, pero el grito fue acallado cuando Fenrir agitó bruscamente su cuello y sus hombros y aplastó a Balder contra el suelo. Soltó la pierna de su presa y le saltó sobre el pecho, dirigiendo las mandíbulas hacia su garganta.

Balder pudo sujetar el cuello del lobo con una mano para evitar que el hocico se acercara más, aunque podía sentir el aliento caliente y la saliva sobre su cara así como las hileras de dientes que el lobo chasqueaba. La bestia era fuerte, mucho más de lo que pensaba, y no estaba seguro de que pudiera continuar manteniéndola a raya. Tenía a Gleipnir apretado en su otro puño, inútil mientras sentía la firme y abrumadora presión del ataque de Fenrir.

De repente apareció Tyr agarrando al lobo del hocico y retirándolo de Balder. Tumbó a Fenrir sobre su espalda y aplastó la garganta de la bestia con una rodilla, que Fenrir presionaba con fuerza mientras lanzaba zarpazos con las cuatro garras. Arañó y rasgó a Tyr, y cada impacto de las garras le marcó al dios un largo corte en el pecho y en la cara, pero éste aprovechó su posición sobre el lobo y logró evitar la mayoría de los peores ataques.

—¡Átalo! ¡Ahora! —le gritó a Balder.

Balder abordó la mitad inferior del lobo, inmovilizándole las patas traseras, y comenzó a envolver a Gleipnir a su alrededor. Fenrir se enfureció más: curvó su cuerpo y luego flexionó los cuartos traseros, lanzando lejos a Balder. Tyr cambió de posición para mantener inmóvil a la bestia, pero su nueva postura proporcionó un escape a Fenrir, que se retorció súbitamente y empujó a Tyr, abalanzándose acto seguido sobre él. Fue detenido en seco cuando Balder le agarró por la cola. Fenrir se giró y arremetió contra el estómago desprotegido de Balder.

Tyr vio que Balder estaba a punto de ser destripado por el lobo. Atacó y lo retuvo por el hocico una vez más, pero, como Balder había descubierto, Fenrir era más rápido de lo que su corpulencia hacía suponer. Cuando estuvo a su alcance, Fenrir cambió de objetivo y hundió sus dientes en la carne del brazo derecho de Tyr. Las mandíbulas apretaron, atrapando dentro por completo la mano del Aesir.

Fenrir apartó violentamente la cabeza mientras apretaba el brazo de Tyr entre los dientes. Hubo un sonido de desgarro y luego un chasquido apenas audible bajo el grito de dolor de Tyr. Y entonces el dios cayó al suelo, su mano amputada ahora en la boca del lobo.

Fenrir se volvió hacia Tyr y sonrió antes de tragarse su mano. Pero su momentáneo regodeo dio una oportunidad a Balder. Hizo caer sus puños sobre la cabeza de Fenrir con toda la fuerza que pudo reunir. Atrapado por sorpresa, Fenrir soportó sobre su cráneo la fuerza completa del ataque del dios. Se desplomó en el suelo, aturdido.

Balder no dudó. Comenzó a envolver rápidamente al lobo con Gleipnir, atando primero el cuello, las mandíbulas y las patas delanteras. Fenrir no tardó en recuperarse y deshacerse de Balder, aunque la cinta se mantuvo ligeramente colocada en torno a la bestia.

Los einherjar próximos a aquella zona se unieron a la refriega. Fenrir los atacó salvajemente, pero era menos eficaz ahora que Balder lo había atado parcialmente. Sus mandíbulas se cerraron sobre algunos de los guerreros muertos, pero otros continuaron agarrándolo y reteniéndolo. Lo frenaron lo suficiente como para que Balder pudiera envolverlo varias veces más con la cinta, haciéndole caer sobre sus patas delanteras. Balder siguió atándolo con el grillete, que casi adquiría vida propia al limitar cada vez más los movimientos de Fenrir con cada vuelta.

Tyr detuvo con una tela rasgada el flujo de sangre de la muñeca cortada, más enfadado que dolorido. Una vez que Fenrir estuvo casi completamente atado, se acercó. El lobo gruñó amenazador, pero el grillete de los enanos había cumplido su propósito y ahora estaba indefenso.

—Tyr, tu mano… —dijo Balder.

—Sanará —dijo simplemente Tyr con un rastro de amargura en su voz—. Lo hemos detenido. Eso es lo único lo que importa.

Fenrir le gruñó.

—¡Te arrancaré más que la mano! ¡Cuando esté libre…!

Tyr lo interrumpió.

—Nunca estarás libre. Podrías haber vagado por estos campos en paz y sin embargo atacaste a los que te cobijaban.

Fenrir escupió asqueado.

—¿Paz? ¿Qué sabes tú de la paz, tú que asesinas niños?

Balder presionó rudamente la cara de Fenrir contra el suelo de piedra.

—Basta. No hablarás así a los dioses.

—Déjalo hablar. Ahora no puede hacer daño.

Balder apartó la mano de mala gana, los ojos furiosos de Fenrir fijos en él mientras se retiraba.

—Me liberaré y me daré un festín con tus entrañas. Tendrás que matarme.

Tyr hizo una mueca mientras apretaba la tela ensangrentada alrededor de su muñón, del que salía cada vez menos sangre.

—No, no te mataremos. El Padre de Todo lo ha prohibido. Pero nunca serás libre de nuevo. —Se volvió hacia uno de los einherjar más cercanos—. Ve y dile al Alto lo que ha sucedido aquí. Dile que requerimos su consejo sobre qué hacer con el lobo Fenrir. —El guerrero mutilado asintió, pero cuando se dio la vuelta, el Padre de Todo estaba allí, vestido con su capa gris de viajero y empuñando a Gungnir, disimulada como un bastón.

—Está atado —dijo Odín.

—Sí, Padre de Todo —dijo Tyr.

—Por ahora. —Dando la espalda a Balder y a Tyr, Odín se acercó al lobo, que no podía hacer nada salvo resollar a través de las ceñidas espirales de Gleipnir. Odín se puso la capucha y acercó su rostro.

Fenrir vio cambiar la vieja cara: las arrugas se suavizaron y la barba gris se retiró y aclaró. El rostro familiar —el rostro de su padre— le sonrió una vez antes de cambiar de nuevo. Atado, Fenrir pudo hacer poco más que sentir la rabia enturbiando su interior.

Odín se volvió hacia Balder y Tyr.

—Llevadlo a Gladsheim —dijo, antes de caminar hasta la puerta, dejando al lobo atado a solas con los dos dioses, que se preguntaban qué le habría dicho Odín para aumentar su furia.

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