Loki

Loki


Capítulo veinte

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Capítulo veinte

Los dioses observaron con calma silenciosa mientras los criados apilaban las pertenencias y tesoros en el barco robusto y delicadamente construido: formaban una lenta y larga procesión cargados con armas y armaduras, utensilios de plata para comer, dorados cuernos de oro ahuecados para beber, ropa y tapices finamente tejidos, cofres llenos de oro, plata y piedras preciosas, y otros bienes que antes tenían su lugar en el pabellón de Balder. Por turnos, depositaron los objetos con cuidado sobre la cubierta del barco, conscientes de que debían dejar un pequeño espacio en el centro alrededor de la pira, el armazón de madera sobre el que yacía el cuerpo sin vida de Balder.

Los criados en procesión se retiraron con la cabeza gacha, privados de su carga. La fila avanzó tortuosa hasta la cima de una colina, y las hileras de asgardianos que permanecían hombro con hombro se apartaron para dejarles pasar. Cerraron filas cuando el último de los sirvientes desapareció tras ellos, volviendo a formar al menos diez hileras de profundidad sin interrupciones que se extendían a lo largo de la costa hasta donde alcanzaba la vista. Todos tenían miradas lúgubres en sus rostros y las mandíbulas tensas de ira.

Los Aesir rodeaban el barco de Balder, que esperaba el último impulso sobre las olas.

Con un gesto silencioso, Tyr caminó sobre las aguas poco profundas con una antorcha en la mano y prendió fuego a la leña de la base de la pira. Mientras las llamas se levantaban y Tyr daba un paso atrás, Thor se dirigió a la proa. Haciendo una breve pausa mientras la pira era lentamente engullida por las llamas, cogió el dragón del mascarón de proa con sus enormes manos y empujó el barco hacia el mar tranquilo y oscuro.

La nave se alejó con calma. Las llamas se alzaron cada vez más altas, subiendo incesantes por el mástil y prendiendo la vela cuadra, extendiéndose desde la pira a las vigas de la cubierta y de ahí a los costados mientras la embarcación se alejaba de la orilla, a la deriva. Los dioses reunidos observaban en silencio sin que ninguno apartara la mirada de los últimos ritos de fuego.

El reflejo sobre las aguas tranquilas creó un aura de luz mientras las llamas consumían el barco sin dejar intacta ninguna parte. El fuego se elevó en el cielo nocturno y las chispas que surgían como luciérnagas dieron un último homenaje al perdido. El incendio alcanzó su clímax —el calor de las llamas apenas llegaba a los que contemplaban desde la costa— antes de que el casco, que se desintegraba rápidamente, comenzara a fallar y la nave emprendiera su lento descenso hacia el agua oscura.

Los ojos lo siguieron mientras se hundía y el agua extinguía las llamas con un silbido audible. El mástil se mantuvo intacto desafiando al incendio que lo asolaba —la vela se había convertido en ceniza casi al instante— y permaneció obstinadamente vertical mientras la nave descendía a las profundidades, desapareciendo al fin con una breve expiración de la última de las llamas.

Y entonces había concluido. Lo que quedaba del cuerpo de Balder era alimento para los peces, y el hermoso barco que una vez lo había llevado con rapidez y firmeza a través de mares turbulentos ya no existía. Se había llevado con él sus posesiones más preciadas, a pesar de que ni los propios dioses sabían si le serían de utilidad en Niflheim.

Los de las colinas fueron los primeros en volver, casi al unísono, y lentamente todos se dirigieron hacia el santuario de Asgard para reanudar sus vidas. Una nube se cernía sobre ellos y ninguno dejó de pensar que esa trágica muerte podía señalar el comienzo del fin. Los Aesir se retrasaron un tiempo antes de acercarse finalmente a Odín, poniéndole por turnos una mano en el hombro y marchándose con los ojos bajos en una lenta y escalonada procesión que conducía de nuevo a sus grandes salones.

Finalmente, se quedó solo, sin dejar de mirar al mar vacío donde el barco de Balder se había hundido. El Alto esbozó una sonrisa triste y amarga.

—Puedes acercarte —dijo. Su voz, a pesar del tono bajo y susurrado, se proyectaba con claridad hacia la solitaria figura situada sobre el bajo y rocoso promontorio—. Estoy aquí solo, como buscabas.

El pájaro encaramado a las rocas que miraban al mar creció y cambió de forma hasta que ya no era un pájaro sino un hombre. Loki dudó brevemente antes de saltar a la orilla de arena y caminar hacia el Padre de Todo.

—Sabías que estaba aquí. —Loki hizo una pausa, esperando una respuesta antes de darse cuenta de que no era necesaria—. ¿Por qué dejaste que Balder muriera? —preguntó.

—¿Quién eres tú para cuestionar mis motivos? Eres menos que una pulga para alguien como yo, que ha levantado mundos con sus propias manos. —Odín lo miró fijamente con su ojo lleno de amenaza—. Pones tu vida en peligro al acudir aquí.

—Si me quisieras muerto, ya habrías actuado —respondió sin dejarse intimidar—. ¿Por qué no señalar mi presencia a Thor? ¿O a Tyr? No me has delatado a la multitud reunida, al igual que no me delataste en Gladsheim cuando serví a Balder su última taza de aguamiel. Pero ¿por qué?

Odín no se volvió para mirarlo, sino que continuó contemplando el mar vacío.

—No es posible que lo comprendas. —No había amenaza, sino una gélida apatía.

—Como siempre, me juzgas mal, Padre de Todo. Sé mucho más de lo que me acreditas. Tal vez los demás Aesir estén interesados en saber cómo cruzamos las miradas en Gladsheim, en cómo obtuve tu aprobación para mi oscura hazaña.

—No te creerán. Eres el Padre de la Mentira.

Loki se quedó perplejo.

—Eso se dice. Sin embargo, se podría insinuar la más mínima duda, que se alimentaría hasta que diera un fruto amargo. ¿Qué pensarían del Alto entonces, cuando finalmente se revelara que prácticamente asesinó a su propio hijo, confabulado además con el más odiado en Asgard?

Odín se volvió hacia él. La expresión de su rostro era imposible de leer.

—No se lo dirás. Lo he visto, tal como he visto todo lo que nos ha traído a este momento y todo lo que sigue. No trates de engañarte creyendo que gobiernas tu destino.

Loki sintió un frío enfado creciendo en él. Tendría que haber previsto que Odín trataría de quitar importancia a lo que había hecho. Le apuñaló devolviéndole sus palabras.

—¿Y cuál es mi destino? ¿Sembrar la discordia y la miseria en todo Asgard? Al menos sobre eso algo he hecho.

—Tú engendras lo que ha de ser engendrado. Tú comienzas lo que ha de comenzar.

—Hablas con acertijos. Aún no has contestado a mi pregunta.

—Antes de lo que sueñas llegará un tiempo en el que lamentarás lo que has puesto en marcha. Tu sufrimiento será grande, más grande que cualquiera que haya existido. Y eso volverá tu corazón más negro de lo que ya es. —Hizo una pausa, entrecerrando los ojos al mirar a Loki, midiendo el efecto que sus palabras tenían sobre él—. Nadie puede comprender mi propósito, y tú eres sólo un peón ignorante movido por mi mano invisible. Te halagas creyendo que eres más importante que eso.

Loki se negó a ser objeto de burla.

—No empequeñecerás mi venganza con tus mezquinas manipulaciones. He matado a uno de los vuestros y no me engañas: la herida se adentra en el corazón de Asgard.

—Fue una muerte necesaria.

—Si los otros Aesir simplemente se percataran de tus intrigas. ¿A quién sacrificarás a continuación para tu gran propósito?

Odín lo observó en silencio y Loki se quedó helado ante su fría mirada.

—Veré los Nueve Mundos quemados. Y tú y yo nos reuniremos una vez más. Después, aprenderás la verdad de mis manipulaciones, para tu pesar.

Con dificultad, Loki controló su temor hacia el Alto.

—No tengo necesidad de seguir por este camino. Os he dañado y no necesito hacer nada más que dejar que la herida supure. A partir de aquí, nuestros caminos se separan.

Volviendo la cabeza para mirar al mar vacío donde el barco de Balder había bajado a la eternidad, sintió de nuevo satisfacción por lo que había hecho. Odín nunca podría evitar el asesinato de Balder. Y nunca estaría libre de la terrible conciencia de que él había dejado que aconteciera.

Cerró los ojos y sintió su forma cada vez más pequeña, más ligera. Con un batir de sus alas recién formadas, remontó hacia Midgard.

Loki examinó el arroyo, siguiéndolo con la vista en su serpenteo hacia el abrupto acantilado por donde el agua se despeñaba al mar en un torrente continuo. No era tan ancho ni tenía la profundidad suficiente como para llamarlo río, pero tampoco arroyo era la denominación más adecuada: la corriente se movía con rapidez y le cubría hasta la cintura en algunas zonas, un caballo fuerte no podría cubrir su anchura de un salto y, al descender gradualmente de altitud, el torrente se veía obstaculizado por las rocas que habían caído por la ladera de la montaña.

Sería difícil atrapar a un pez en ese rápido, pensó, y por eso había elegido esta ubicación.

Sabía que la inminente confrontación con los Aesir era inevitable. Todos sabrían que era él quien había matado a Balder y eso era lo que pretendía. La angustia sería mayor así. Quería que se dieran cuenta de que eran sus propias acciones las que habían provocado todo aquello. ¿Cuánto más sufrirían por el dolor de la pérdida de Balder una vez que supieran que sus propios errores se habían vuelto en su contra?

Se preguntó qué le harían si lo atrapaban. Seguramente no lo matarían al instante, sino que querrían que sufriera. No era tan tonto como para pensar que podría defenderse de ellos en caso de que se unieran, pero no necesitaba hacerles frente si lograba eludirlos.

Había construido con rapidez la cabaña, transformándose a sí mismo en un gigante para que su fuerza y su tamaño se multiplicaran. De esa forma podía acarrear mucha más carga con facilidad y trabajar más deprisa. Se surtió de los árboles y grandes rocas cercanos para levantar un refugio que casi podría llamarse una casa, aunque era algo más pequeño. Lo construyó sin descanso y serviría a su propósito hasta que llegaran.

Pero ¿era inevitable que lo encontraran? Había tomado precauciones: un lugar remoto apartado de cualquiera que pudiera verle, su propio poder volcado en disipar las huellas de su presencia para que pareciera que no estaba en ninguna parte, y otras medidas que podrían servir para cegar a quienes lo buscaran. Se decía que Odín podía verlo todo cuando miraba a través de los Nueve Mundos, pero se decían muchas cosas de Asgard y no todas eran ciertas o siquiera posibles. La visión de Odín era profunda y extensa, aunque tal vez no era absoluta. Tal vez había tomado precauciones suficientes para evitar que lo descubrieran.

Era inútil preocuparse por las cosas que no podía controlar, así que se centró en las que sí controlaba. La corriente, por lo menos, siempre sería una vía de escape fácil en caso de que lo encontraran. Y si eso resultaba necesario, se iría después a otro lugar. Con el tiempo encontraría lo que buscaba y no tendría necesidad de huir.

Se sentó en el suelo y cerró los ojos. El poder le fluía ahora sin problemas y aparecía de inmediato cuando lo requería. Lo sentía más como una pieza íntima de su persona que como algo externo, y había aprendido a manipularlo para más fines que la transformación.

Sintió como fluían docenas de delgados e inquisitivos zarcillos que tomaban caminos diferentes. En un instante habían recorrido cientos de leguas, cada uno atento a señales de los dos a los que buscaba. No sabía cuánto tardaría, y los Nueve Mundos eran enormes, pero estaba convencido de que daría con ellos; tenía margen suficiente por ahora. Encontraría a sus hijos y, cuando lo hiciera, la necesidad de una retirada habría terminado. Entonces sería el momento de hacer frente a los Aesir en su mismo terreno; juntos formarían ejércitos que harían temblar a los dioses.

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