Loki

Loki


Capítulo veintiuno

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Capítulo veintiuno

Permaneció en el borde de un pozo tan profundo que la oscuridad se tragaba el fondo. De alguna manera sabía que tenía fondo, que había algo ahí abajo. Lo habían llevado hasta allí, pero no sabía ni cómo ni quién.

Percibía una sensación de dolor y angustia, y oyó gemidos quedos de agonía que ascendían desde el pozo. Al principio parecían nacer de un único origen, pero, al escuchar más atentamente, se percató de que allí abajo había cientos —tal vez miles— de voces tenues, más allá de donde alcanzaba su vista en la negrura. No entendía lo que decían, pero creía que le hablaban. Se arrodilló, inclinándose aún más sobre el borde, para oír las voces con mayor claridad.

El miedo se le arrastró dentro como una ola de arañas. Allí abajo había algo que no quería ver y que sin embargo sabía que debía ser revelado. Al apoyarse más notó una sensación de caída, junto a la agitación desesperada de sus manos buscando algo a lo que agarrarse, antes de volcar hacia adelante y precipitarse de cabeza en el pozo.

Se puso de pie en una especie de terreno cambiante, resguardado en la oscuridad del fondo de la fosa. No recordaba haber golpeado el suelo tras la caída, pero al alzar la cabeza vislumbró muy arriba un pequeño círculo de luz.

Avanzó lentamente sobre un terreno que cambiaba y palpitaba bajo sus pies como un ser vivo. El gemido de las voces era más fuerte y todavía más confuso, como una multitud amorfa en la que todos hablaran a la vez pero en la que nadie pudiera hacer otra cosa salvo gemir de desesperación. Al colocar precariamente un pie delante de otro, se dio cuenta de que estaba siendo dirigido: las voces le conducían lentamente hacia algo. No estaba seguro de querer continuar, pero sabía que debía hacerlo, que le conducían hacia una revelación.

Pudo apreciar movimiento en la periferia: era lento y vacilante, y había fragmentos de color blanco pálido que aparecían y luego se fundían de nuevo con la oscuridad circundante. También se escuchaba una respiración ronca y fatigosa junto a un sonido de carne húmeda frotándose contra carne húmeda. El olor era fétido y putrefacto, pero subyacía un trasfondo extraño y agradable que lo redimía de alguna manera confusa.

La oscuridad se desvaneció y apareció frente a él una figura solitaria y una enorme sala que se cernía sobre ella y parecía como si se fuera a caer. Estaba modelada como un rostro, con dos hileras de ventanas que creaban la imagen de unos ojos improvisados y una puerta enorme, dentada por arriba y por abajo, con el aspecto de unas fauces listas para devorar a cualquiera que entrara.

La figura que estaba delante era femenina y menuda. Al acercarse, no pudo decidir si se dirigía hacia ella o hacia la imponente estructura que se alzaba detrás. La mujer vestía un manto negro encapuchado, pero su rostro, joven y hermoso, era visible bajo la capucha, que tenía mechones negros como el cuervo surgiéndole de los lados. La figura extendió una mano —su pálida piel blanca contrastaba con la oscuridad de la capa— y le hizo señas para que avanzara.

La familiaridad era palpable: era alguien a quien conocía. Estaba doblemente seguro de que nunca se habían encontrado, lo que provocaba que la sensación de familiaridad fuera aún más extraña. Siguió avanzando, incapaz de rechazar su llamada.

Ella habló desde el interior de la capucha.

—¿Has encontrado lo que buscabas? —Realizó la pregunta con el tono de quien ya conoce la respuesta.

—He encontrado algunas cosas, pero otras siguen ocultas. —Hizo una pausa, tratando de mirar más profundamente dentro de la oscuridad de la capucha—. ¿Sabes dónde están mis hijos?

—Yo no soy tu hijo —respondió. Alzó las manos y tiró de la capucha hacia atrás. Durante un instante su rostro estuvo desprovisto de carne y músculo y mostró un cráneo blanco que le devolvía la mirada desde unos cuencas sin ojos, pero la imagen se desvaneció rápidamente.

Era joven, de una belleza pálida que rivalizaba con la de Freyja. Su piel era blanca e inmaculada y su cabello negro caía en suaves bucles por debajo de los hombros, que había dejado al descubierto al retirar la capucha.

—No sabes lo que buscas —dijo.

La miró con curiosidad. A pesar de su apariencia juvenil, parecía muy antigua. Le recordaba a Idun, una anciana eterna de la que emanaba la sabiduría del pasado lejano, pero había una diferencia, pues mientras que Idun irradiaba vida, ella la absorbía. Podía sentir su presencia atrayéndolo, intentando devorarlo. No era mala o monstruosa: como Idun, era una criatura primordial, y existía al margen de los ámbitos normales de los Nueve Mundos.

—Los encontraré pronto. —Sintió crecer en su interior una brizna de desafío, pero sabía que estaba fuera de lugar. Esa chica no era su enemigo.

—Tu ejército está incompleto. Fracasarás. —De los pliegues de su manto surgió un bebé envuelto en negro. Lo sostuvo y él avanzó para tomar el pequeño paquete. Dejó caer la tela que lo envolvía y pudo verle en la garganta un agujero ensangrentado tan amplio que le abarcaba casi todo el cuello. Sorprendido por la herida mientras lo sostenía con el brazo extendido, la cabeza del niño se descolgó hacia atrás y cayó al suelo. Asqueado, dejó caer a sus pies el niño decapitado.

Alzó la vista para encontrarse con los ojos de la muchacha y vio caer su manto al suelo. De cintura para arriba era de una perfección impecable; por debajo, su cuerpo estaba reseco, negro y los huesos eran visibles allí donde le habían devorado la carne los gusanos que todavía se arrastraban por ella, dando lugar a nubes de moscas que zumbaban a su alrededor.

Bajo su repulsión sentía el indicio de un descubrimiento que no podía comprender por completo. Mientras la veía sonreír ampliamente, satisfecha, la sala comenzó a caer hacia ellos. Sin forma de evitar su inmensidad, levantó instintivamente un brazo para protegerse. La sala los aplastó a los dos. Sintió chasquear sus huesos como madera seca y su cuerpo fue reducido a pulpa. El dolor era un torrente blanco que lo cegaba a cualquier otra cosa.

Y después, estaba de regreso en su cabaña. Era de noche y estaba tendido en el suelo. Sintió desaparecer el dolor tan rápido como el recuerdo de lo que acababa de suceder. Se palpó en busca de heridas, pero no tenía ninguna: estaba entero e ileso. Se levantó lentamente, temblando una vez más con el recuerdo del dolor al ser aplastado por la enorme sala de Hel. Sacudió la cabeza y se puso en pie.

Había una figura con él, vestida de negro.

Al igual que antes, era delgada, y su rostro se perdía profundo en los escondrijos de su capucha. Sin embargo era ahora menos sustancial, pues podía ver a través de ella y se tambaleaba como las formas de niebla de las Nornas.

—Acudirás a mí —dijo—. Yo te proporcionaré los medios para tu venganza.

Dio un paso adelante, pero ella levantó una mano. La carne estaba podrida y los dedos esqueléticos sobresalían de la piel ennegrecida.

—Búscame cuando encuentres a mis hermanos. Adiós, padre.

La forma desapareció, dejando solo a Loki.

No entendía aquello. Hel había existido durante millones de años. ¿Cómo podía ser su hija si vivía desde mucho antes de que él respirara por primera vez? ¿Cómo podía una niña, asesinada tan sólo una docena de estaciones atrás, convertirse de alguna manera en la gobernante del reino de los muertos?

Y ella lo había llevado a su reino, estaba seguro de eso.

Había dicho que su ejército estaba incompleto y así era, pero ahora podía convocar las huestes que necesitaba para asaltar Asgard. Dirigiría una horda de gigantes y sus tres hijos irían a su lado. Estarían respaldados por un ejército de muertos, de todos los que habían caído sin poder alcanzar el Valhalla. Y qué sed de venganza tendrían contra los Aesir a los que habían adorado y que los habían enviado a Niflheim para pudrirse en la oscuridad.

Rechazó la confusión que sintió al darse cuenta de que su hija era la señora de Niflheim. No importaba cómo había ocurrido o incluso si era cierto. Lo que importaba era que iba a dirigir un ejército interminable contra Asgard y que incluso el poder de los Aesir caería ante él.

La débil sonrisa que había comenzado a aparecerle en el rostro se desvaneció cuando un trueno sacudió la cabaña. Miró por la ventana. La noche era clara, pero vio una capa continua de nubarrones, un banco oscuro de nubes que presagiaba algo más inquietante que cualquier tormenta. Un relámpago parpadeó mientras un rayo gigantesco trazaba un arco alrededor del cielo.

—No —murmuró, con los nervios de punta ante el inminente peligro—. Ahora no. Ahora no.

Se volvió hacia la puerta, listo para desaparecer antes de que pudieran alcanzarle. Se detuvo a mitad de un paso cuando otro relámpago silueteó la figura de la puerta. Era enjuta, musculosa y tenía la espada desenvainada. También le faltaba una mano.

—No puedes huir de nosotros —dijo Tyr.

Loki evaluó a toda prisa sus opciones. Incluso con sus habilidades al máximo no sería capaz de vencer a Tyr. Y Thor estaba con él en algún lugar cercano, haciendo inútil cualquier ataque. Buscó el caos dentro de él, pero, tras haberlo usado para buscar a sus hijos, apenas le quedaba suficiente para transformarse en la forma pequeña y débil que había planeado utilizar al encontrar por primera vez el arroyo.

Dio un paso atrás hacia la ventana. Tyr lo imitó, entrando en la casa empuñando el acero. Loki miró la otra mano, notando la funda metálica que la cubría.

—Nunca me pondrás las manos encima, Tyr. —Si no podía hacerle daño físico, al menos lo haría con palabras.

—Flaco favor el de tus insultos —se burló Tyr—, sólo nos dan más razones para causarte dolor. —Dio otro paso adelante.

Antes de que Loki pudiera contestar, se oyó un ruido desgarrador al ser arrancado un trozo del techo. Con los ojos centelleantes por el relámpago, el pelo rojo y la barba ardiendo, Thor apartó el techo con menos esfuerzo que el de un niño quitándose una manta. Agarraba a Mjolnir con una mano y miraba a Loki mientras la lluvia le caía del rostro.

Había uno más allí, estaba seguro de ello, probablemente el más peligroso de los tres. Aunque aquellos dos ciertamente podían matarlo, quizá pudiera evadirse mediante una acción rápida y decisiva. Sin embargo, de Frey y de su magia le sería más difícil escapar, aunque el tiempo se había acabado y si no intentaba huir ahora, nunca lo haría.

Se volvió rápidamente y llamó al caos en su interior, cambiando de forma sin esfuerzo a pesar de su cansancio. Lo había hecho tantas veces que invocar a la voluntad inconsciente del caos para que moldeara su cuerpo bajo una forma diferente le resultaba tan sencillo como respirar.

A medida que su aspecto cambiaba saltó por la ventana, aterrizó directamente en el arroyo y su cola recién formada se precipitó entre las aguas revueltas, mientras sus aletas y sentidos acuáticos lo guiaban alrededor de los escollos. Dejó que el flujo del agua aliviara sus esfuerzos, confiando en el torrente y en los múltiples obstáculos para enmascarar su trayectoria. Por temor a llamar la atención no avanzaba tan rápidamente como era capaz, pero mantenía su velocidad pareja a la de otros peces.

Se había encogido hasta un tamaño pequeño —no más que dos palmos— pues encontraba más sencillo descartar un cuerpo grande por uno pequeño que al revés. Sería difícil encontrarlo bajo esa forma y mucho más capturarlo. Cuando alcanzara el final del arroyo, se arrojaría con la cascada al mar y entonces toda esperanza de encontrarlo habría desaparecido.

Mientras atravesaba la corriente, sintió que el agua que tenía delante fluía de manera distinta a como lo hacía un instante atrás. Redujo la velocidad, temeroso ante algo que no encajaba. A medida que se acercaba, nadó tras una gran roca en torno a la que se frenaba el flujo de agua. Utilizó su caos para indagar: la obstrucción cubría el ancho de la corriente, permitiendo que el agua fluyera casi ininterrumpidamente pero deteniendo el progreso continuado de cualquier cosa de su tamaño u otro mayor. Se dio la vuelta y regresó por donde había venido, dándose cuenta de que no podría atravesar la red que habían colocado para atraparlo.

Se lanzó hacia atrás, luchando contra la corriente, y percibió entre dos grandes rocas un paso estrecho, la única forma de continuar remontando el río. Mientras nadaba hacia allí, sintió una gran perturbación cuando algo —lo reconoció como un hombre— se lanzó al agua en mitad de su trayectoria. Pese a todo, Loki estaba empeñado en seguir ese recorrido, pues la red era una amenaza mayor que un hombre torpe a través de cuyas piernas podía pasar flechado sin que siquiera lo supiera.

Mientras nadaba, se percató de que el paso era tan estrecho que lo más probable era que le rozara las piernas, y temía que eso pudiera alertarle de su presencia. En su lugar, optó por una táctica que el hombre no esperaría.

Aceleró y se acercó al paso. Con un impulso final de su cola, voló hasta caer al agua un poco más allá del hombre. En la parte inferior de su arco, a un instante de alcanzar la corriente, lo cogieron bruscamente. No importaba lo mucho que se retorciera, pues no aflojaron, y se encontró a sí mismo mirando ojos que brillaban con rayos.

Volvió de nuevo a su forma natural con la esperanza de poder hacer algo para liberarse del abrazo de Thor. Cuando concluyó la transformación, Thor dio un tirón de él hacia arriba, lo sacó del agua y lo hizo girar con una mano, lanzándolo contra un árbol en la orilla del arroyo al que golpeó con la espalda, lo que le produjo un intenso dolor por todo el cuerpo. Cayó al suelo, incapaz de hacer nada salvo ponerse de rodillas. No podía incorporarse y pensó que su espalda podría estar rota. Sin tiempo para contemplaciones, el Tronador estaba sobre él.

Se agachó y cogió a Loki por el cuello, levantándolo hasta el nivel de los ojos. Su presa era innecesariamente estricta y Loki no podía respirar, pero la mirada en el rostro de Thor era más intimidante que la falta de aire. Incluso a través de la bruma de dolor, sabía que no había nada que pudiera hacer para detener o siquiera dañar a Thor. Si estuviera descansado y fuerte podría engañarlo y luego huir, pero ahora estaba completamente indefenso: si Thor quería aplastarle el cuello, lo haría sin esfuerzo.

El Tronador se lo acercó al rostro.

—Te mataría por lo que has hecho —comenzó, el aliento caliente en la cara de Loki—, pero tu tormento habría terminado antes de tiempo. Tienes que sufrir más.

Lo empujó contra el árbol, haciéndole golpear de nuevo la cabeza contra la dura madera. Loki miró hacia abajo para ver a Mjolnir agarrado con fuerza en la otra mano de Thor. El martillo se alejó y Loki cerró los ojos, anticipando el dolor que vendría. Thor aplastó con Mjolnir el torso de Loki.

Hubo un momento de dolor incandescente y luego, cuando Thor lo soltó y se deslizó inconsciente por el árbol, no hubo nada.

Se despertó en agonía, inmóvil y a oscuras. Cuando poco a poco sus ojos se ajustaron a la penumbra, vio que estaba en una cueva. Tenía los brazos extendidos, atados con fuerza hasta arquear su espalda. Sus pies también estaban atados: no podía moverse en absoluto. Varios palmos por encima de su cabeza, en un promontorio de roca, había algo… sinuoso que se le adhería. Se concentró y trató de cambiar de forma, pero no pudo lograrlo.

—Hola, Loki. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez.

Reconoció la voz y supo por qué no podía cambiar de forma.

—Me has hecho algo. —Escupió al aire, incapaz de ver a Frey.

—Tus grilletes. No podrás escapar de ellos. —La voz de Frey era tenue pero inconfundible. Loki había sospechado que estaba junto a Tyr y a Thor, y lo había temido: su magia Vanir había echado la red en el arroyo, y ahora le impedía emplear su propio poder para escapar.

—Libérame. No tengo nada contra ti.

Frey se rió con frialdad.

—Tienes algo en contra de casi todo en Asgard, pero sabes mejor que nadie que tienes un precio que pagar por tus fechorías.

Loki pensó que sería capaz de escapar de los grilletes, a pesar de la magia de Frey, pero necesitaba tiempo para recuperar sus fuerzas. Tal vez pudiera debilitar el hechizo distrayendo a Frey. Trataría de apelarlo: ambos eran forasteros. Quizá por ahí pudieran empatizar.

—No somos distintos, Frey.

El príncipe Vanir caminó alrededor de una gran roca hasta estar a la vista. Inclinó la cabeza.

—No me vas a engañar, Loki. Tus artimañas son de sobra conocidas.

—Tal vez, pero ¿qué trucos puedo realizar aquí? Estoy completamente a tu merced. ¿Has pensado por qué se me castiga así?

—No hay que pensar mucho: mataste a Balder.

—Sí, lo hice. Pero ¿por qué?

Frey se detuvo un momento.

—¿Celos? ¿Despecho? ¿La venganza de los que eran tus hermanos?

Loki rió para sí, lo bastante alto como para que Frey lo escuchara.

—A pesar de tu sabiduría, todavía eres nuevo en los caminos de los Aesir. Te engañan poniéndote en contra mía. Tuve que matarlo por sus crímenes contra mí y contra mi familia, por el código mismo de los Aesir. No me castigan por su asesinato.

A pesar de su cautela, Frey parecía estar ligeramente interesado.

—¿Por qué entonces, si no es por el asesinato de Balder?

—Dime, Frey, ¿cómo ha sido estar lejos de tu patria? ¿Es la vida en Asgard tal como era en Vanaheim?

Frey frunció los labios ligeramente.

—Intentas que pique —dijo con calma—. No puedes. Estoy en paz con mis decisiones.

—¿Fueron tuyas, Frey? ¿Decidiste tú mismo dejar Vanaheim para volverte un rehén de tus antiguos enemigos? Sacrificas mucho por la paz. Dime, ¿se te aprecia por este sacrificio? ¿Los Aesir te ofrecen tributo y te aceptan plenamente en su grupo?

Un rápido destello de algo que no era satisfacción cruzó el rostro de Frey y desapareció. Sin embargo, no respondió a la pregunta.

—¿Empiezas a ver, Frey? Mis hijos también fueron castigados. ¿Qué delitos cometieron?

Frey entrecerró los ojos pero de nuevo no respondió.

—No contestas porque ya conoces la verdad. Fueron castigados, no por lo que habían hecho, sino por lo que eran. Los secuestraron y encarcelaron por atreverse a ser mi familia. ¿Empiezas a ver, Frey? ¿Ves cómo se trata a los que son como nosotros?

Frey respondió débilmente.

—No es lo mismo. Tú y yo somos…

—¡Sí lo es! —Loki alzó con fuerza su voz—. Estoy aquí en esta roca por atreverme a ser diferente de aquellos con los que he vivido durante tantas épocas. Estoy aquí porque mi sangre está teñida con los estigmas del enemigo. No importa que haya salvado Asgard y a los Aesir en innumerables ocasiones, ¡siempre está ese pecado que no puede perdonarse! —Hizo una pausa y sopesó la expresión del rostro de Frey. No estaba seguro de si sus palabras eran convincentes, pero al menos parecía que habían logrado algún efecto.

—Si estoy aquí ahora porque no soy uno de los Aesir, ¿cuánto pasará antes de que tú te encuentres en desacuerdo con aquellos a los que ahora llamas tu familia? Alguna vez pensé que era la mía. ¿Te acuerdas de cómo fui expulsado, Frey? Tú estabas allí. Oíste las palabras de Odín. Seré para siempre un enemigo de Asgard por la condena del Alto. ¿Cuándo será tu turno para ser expulsado? ¿Cuándo afrontaréis tu hermana y tú la cólera de los Aesir por el descaro de ser diferente a ellos?

Frey respondió la mirada callada de Loki con igual silencio. Al Astuto le quedaba un resquicio de esperanza si había encontrado un pensamiento común, si el príncipe Vanir, en el que nunca había confiado, al que nunca había apreciado, había visto la similitud. Notó que le volvía un poco de fuerza, pero además de ser insuficiente, había en los grilletes algo que lo drenaba y le impedía utilizar su poder.

Después de un largo rato de silencio, Frey habló.

—Retuerces la verdad. No somos tan parecidos como concibe tu mente. Es cierto que nuestros caminos son distintos a los de los Aesir, pero tú siempre tratas de subvertir el orden a tu alrededor. Dices que es tu persona y no tus actos los que te condenan, pero ambas cosas no pueden separarse con facilidad. Puedo sentir el desorden pugnando dentro de ti, como también puede sentirlo Odín: estoy seguro de que es evidente para ambos que serás la causa de muchas muertes y destrucción.

—¿Así que estoy maldito por lo que quizá haga? ¿Cómo puedes estar tan seguro de que Odín dice la verdad sobre el futuro? El Padre de Todo intriga y manipula para satisfacer sus caprichos. ¡Permitió que Balder fuera asesinado! ¡Él sabía que yo estaba en Gladsheim! ¿Ha revelado esto a sus «niños»?

Frey le miró fijamente, con una mirada incierta en su rostro.

—Mientes.

—¿Está seguro? ¿Confías en todo lo que dice? ¿Cuántos Vanir hizo matar en las guerras?

—Estábamos en guerra. Hay paz ahora.

—Por el momento, mientras convenga a sus fines. Pero no te engañes creyendo que no se volverá contra ti y contra los de tu clase cuando cambie de antojo. Una vez fui su mano derecha; me crió como a su propio hijo. Y ahora me inmola. Si sacrifica a dos de sus hijos, ¿crees realmente que un antiguo enemigo está a salvo de sus planes?

Frey no respondió.

—Libérame, Frey. Hemos tenido nuestras diferencias, pero juntos podemos convencer a los demás de las tretas de Odín. No podemos permitir que por motivos arcanos use a los que le rodean como peones. Hay que enfrentarse a él.

Hubo una mínima vacilación antes de que Frey hablara.

—Durante mucho tiempo he sabido de tu enemistad con mi hermana y conmigo. Yo no sentía lo mismo por ti y tenía la esperanza de que pudiéramos sentirnos una familia. Pero ese plazo expiró. Tus crímenes son demasiado grandes y no me atraparás con tus palabras.

Loki sintió una puñalada de decepción en sus entrañas. Rotas ya sus esperanzas de apelación al parentesco, empezó a escupir veneno.

—El Tuerto se arrepentirá de no haberme matado, porque te juro que me libraré de estas ataduras.

—Tal vez. No entiendo por qué el Alto ha decretado que sigas viviendo, pues tengo la sensación de que nada bueno puede surgir de prolongar tu existencia. Pero sufrirás por ella, ha dicho. Sufrirás como nadie ha hecho antes.

—Cuando esté libre, provocaré una matanza en los Nueve Mundos. Nadie —miró fijamente a Frey— escapará de mi ira.

—Tendrás poco tiempo para pensar en ello. Fíjate en la serpiente incrustada en la roca por encima de ti.

Loki miró hacia arriba para ver la forma sinuosa que se enroscaba sobre su cabeza. Apenas se movía —se asemejaba a una figura tallada más que a cualquier otra cosa—, pero vio su tenue respiración y el parpadeo regular de su lengua bífida al husmear el aire alrededor.

Oyó pronunciar las runas sagradas a Frey, que labró señales invisibles en el aire vacío ante él. Loki gritó cuando algo ácido le tocó la mejilla y comenzó a perforar un agujero en su cara.

—No estarás sin embargo solo en tu tormento.

Por el rabillo del ojo, Loki vio una figura familiar entrar en escena. Tenía la cara roja y manchada de lágrimas y sostenía un pequeño cuenco en sus manos. Junto al dolor físico de la quemadura del ácido en el rostro, sintió el amargo pesar de su traición a Sigyn. Ella, que nunca había herido a nadie, que había permanecido a su lado sin importar lo que ocurriera, que lo aceptaba como a uno de los Aesir incluso cuando los otros lo rechazaban. La había abandonado, desechándola sin pensarlo dos veces. Tener su compañía en esa hora, siendo inminente su muerte, añadía un daño mayor.

Sabía por qué la habían enviado y sintió rabia en el pecho ante su juego sucio. No era suficiente que le hicieran daño a él y a sus descendientes; tenían que agravar el insulto y traer a aquella criatura inocente —¡una de ellos!— para que sufriera junto a él.

—Sigyn, no deberías estar aquí —dijo con una tristeza y un pesar más grandes incluso que el dolor—. No he sido bueno contigo.

—No te contestará por decreto de Odín. Pero aliviará tu dolor, dándote tiempo para sanar.

Frey hizo una seña a Sigyn y ella se situó junto a su esposo, sosteniendo el cuenco sobre la cabeza de Loki. El dolor disminuyó hasta ser el de una quemadura embotada. La miró y siguió sus brazos hasta la serpiente incrustada en la roca, que segregaba una delgada tira de veneno por los colmillos. Loki sentía que su carne se regeneraba mientras el chorro caía en el cuenco, pero éste era poco profundo y pronto se llenaría.

Miró de nuevo a Frey y se percató de que pasaría un buen rato esperando a que Sigyn vaciara el recipiente y regresara. Durante ese intervalo, el veneno fluiría libremente por su rostro, por su boca y a través de su cuerpo. Había sentido una simple gota; la agonía del flujo continuo de veneno era inconmensurable.

Volvió el rostro hacia arriba y lanzó una mirada de odio absoluto a Frey. El respiro momentáneo que le ofrecía el cuenco de Sigyn no era ningún favor. Probablemente moriría si el veneno continuara fluyendo, pues su carne inmortal sería incapaz de tanta regeneración antes de que él simplemente sucumbiera y se hundiera en un doloroso olvido. En su lugar, tendría tiempo para sanar, el suficiente para reparar el camino quemado y sangriento del veneno, para que cuando empezara de nuevo tuviera carne recién cicatrizada que derretir. Y si Odín lo ordenaba, la leal Sigyn se quedaría toda la eternidad a su lado, los dos juntos en un retorcido abrazo que los unía mucho más que su lecho nupcial.

—¡Es mi crimen, no el suyo! ¡No puedes dejarla aquí conmigo!

—La voluntad del Alto no debe ser cuestionada. —Frey se volvió y luego se detuvo. Mirando hacia atrás por encima del hombro, dijo—: Tal vez no merezcas este destino, pero eso no me corresponde a mí decidirlo. Espero que tu sufrimiento no continúe para siempre. —Se dio la vuelta y salió de la cueva mientras Loki lo miraba.

Finalmente, Loki alzó la vista hacia el cuenco que tenía sobre su cabeza. Las lágrimas de su mujer caían libremente y le golpearon la cara donde el veneno le había quemado sólo momentos antes. Su estado de ánimo cambió de ira a tristeza amarga y a irremediable desesperación y repitió el ciclo una y otra vez durante el breve lapso en el que la taza se cubría despacio de veneno. Sigyn lo miró con profundo dolor en su rostro. Y entonces, el recipiente se llenó. Ella lo apartó y dejó que el veneno corriera.

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