Live

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No matter where you are I’ll be with you

No matter who you are I’ll be with you

No matter where you are I’ll protect you.

Scott Mallone, ‹‹What We Are Made Of››

—¡Ni se te ocurra! ¡Gwendolyn, por favor!… ¿Qué? ¡No, claro que no pienso volver en la próxima…! ¡Ya te lo he dicho, será por Europa! Pero eso no cambia lo que… ¡Gwendolyn, por favor, por fav…! —Zoe me miró con la cara descompuesta y pálida, y los ojos brillantes—. Me ha colgado —añadió.

—¿No te deja venir? —pregunté con el tono más suave que logré utilizar.

Zoe avanzó unos pasos y se sentó en el primer banco que encontró. Allí, con la mirada perdida en los árboles colindantes, me dijo que a su madre adoptiva le daba igual si se quedaba en España o si se iba de peregrinación a la Meca. Lo que quería era que, ahora que ya era mayor de edad y que tenía sus propios ingresos, se marchara de su casa de una vez por todas.

—Ya no le sale rentable tenerme allí —añadió, esta vez mirándome—. Quiere que me vaya y me ha amenazado con tirar todas las cajas que guardo en su garaje. No quiere esperar a que vuelva y me las lleve con el resto de mi mudanza.

Me incliné hacia ella y le di un beso en la frente. Y un segundo y un tercero.

—No te preocupes —le dije—. Sea lo que sea lo que contengan esas cajas, si te las tira, te lo compraré todo nuevo.

Ella sonrió triste y alzó los ojos.

—Son sobre todo recuerdos.

—Entonces crearemos unos nuevos. —Y le di otro beso, más pausado, antes de levantarla para seguir caminando.

Habíamos aprovechado la tarde para hacer turismo y habíamos acabado en el parque de El Retiro. Sergio había insistido en acompañarnos, pero al final le habíamos convencido para que nos dejara solos.

Las hojas de los árboles comenzaban a amarillear y a decorar los parterres de césped. Zoe llevaba consigo dos cámaras de fotos, la de mentira, idéntica al llavero que me regaló a mí, y una réflex de esas con objetivos intercambiables con las que a mí me salían borrosas todas las fotos.

Entre besos, risas e instantáneas, recorrimos los caminos de gravilla hasta descubrir el estanque de las barcas. Zoe apretó el paso hacia él y yo la seguí al trote.

El sol se reflejaba sobre las suaves ondas del agua oscura. Al fondo, el monumento a Alfonso XII custodiaba el estanque, las barcas y los patos. Aquel era uno de mis rincones favoritos de Madrid, y en los bancos de alrededor, tirados en el césped tomando algo, Oli, David y yo habíamos pasado numerosas tardes de verano.

—Me pasaría días enteros aquí —dijo Zoe cuando se lo conté.

Apoyados sobre la barandilla que nos separaba del agua, nos dimos el enésimo beso del día. Y como los anteriores, lo disfruté tanto como el primero. Pero ella se separó antes de lo previsto. Fui a insistir para que siguiéramos, pero Zoe apartó la mirada, de pronto melancólica, dirigiéndola al horizonte, más allá de los árboles y del puesto de títeres en el camino, más allá de donde yo podía ver. Fue como si con aquel beso hubiera aletargado su entusiasmo.

—¿Estás bien? —le pregunté, preocupado por que fuera a sufrir un desvanecimiento como en el reality.

Ella tardó en responder, y en aquellos segundos no aparté mis ojos de los suyos sin lograr que ella me devolviera la mirada a pesar de los gritos mudos de mis pupilas.

—Creo que sí —musitó al fin, pero no me atreví a bajar la guardia. Ese «creo», esa única palabra, escondía un millar de posibilidades que mi mente no tardó en desplegar ante mí como una partitura inconexa con cientos de melodías posibles, a cada cuál más estridente que la anterior.

—¿Qué te pasa? —insistí.

Por respuesta, ella se pegó a mi pecho y me abrazó con la fuerza y el miedo de quien teme que la realidad vaya a desaparecer. Como si yo fuera lo único que pudiera detener su caída.

—Ven —le dije. Quería que me contara lo que le pasaba, y tal vez un cambio de escenario la ayudase.

Anduvimos en silencio hasta la entrada del estanque. En verano, la cola para alquilar durante un rato una barca podía hacerse eterna, pero en ese momento el lugar estaba casi vacío. Pagué y entramos. Zoe comenzó a despertar de su repentino apocamiento en cuanto comprendió lo que estábamos haciendo.

Yo fui el primero en subirse a la barca. Le tendí la mano y ella me la tomó con la cadencia de una princesa. Una vez los dos dentro, se agarró a mí hasta recuperar el equilibrio, y durante ese instante pareció que flotábamos sobre una nube que se apartaba para dejar paso a su triste sonrisa.

Remé en silencio mientras Zoe mantenía la mirada puesta en las ondas que dibujaba la brisa en el agua. Cuando un rato después llegamos al otro extremo del estanque y la violinista seguía sin decir nada, comenté:

—Zoe, por favor, dime qué te pasa. ¿Por qué te has agobiado de repente?

Ella desvió la mirada y suspiró como un alma en pena. Pero esta vez, pasados unos instantes, sí se enfrentó a mi mirada y dijo:

—Porque soy demasiado feliz. Aquí. Ahora. Y hacía mucho que no me pasaba. Y tengo miedo porque sé que puede terminarse en cualquier momento, como me ha demostrado la vida tantas veces en el pasado y… —La frase terminó en un soplido con sus manos cubriéndole el rostro—. Tú no puedes entenderlo. Tienes una familia que te quiere, éxito, dinero y la vida resuelta…

—También estás tú —le recordé, sobreponiéndome—. Y sé que no tengo razones para pedírtelo, pero querría saber algo más de ti. Sobre quién eras antes de entrar en Develstar, antes de conocerte.

—Esa es la cuestión, Aarón: que que tienes razones para pedírmelo. Pero nunca lo has hecho. Nunca me has preguntado. Somos novios y apenas nos conocemos.

—Zoe…

Ella me interrumpió.

—¿Sabes lo que es que, después de seis años viviendo en un orfanato, te digan que por fin alguien ha decidido adoptarte? ¿La ilusión con la que haces la maleta, la de cuentos que se despliegan en tu mente con finales felices y sus princesas sonrientes y sus abrazos cálidos y sus castillos brillantes? No, no lo sabes. Ni tampoco sabes lo duro que es descubrir que en realidad la mujer que supuestamente va a hacerse cargo de ti a partir de ese momento te quiere menos que la directora del orfanato a la que nunca veías, y te ha adoptado como quien compra un perro, para que le haga compañía y la cena de paso todas las noches. —Quise agarrarla el brazo para acariciárselo y decirle que no tenía por qué seguir, pero ella se zafó y continuó—: Siempre he tenido una actitud positiva ante la vida, siempre he creído que hay algo bueno para todos al final del camino. El problema es que confundimos el final con un mero cambio de rasante. Yo la primera. Por eso, las desilusiones duelen tanto. Solo el violín ha sido una constante de felicidad en mi vida. La inmediatez de la música, la concentración que me supone, lo que llega a despertar en mí es algo que nada ni nadie ha despertado nunca. Hasta ahora. Por eso me asusta lo que pueda pasar.

»Querías saber lo que me agobia, ¿no? Pues es eso. Que acabo de entender que ahora es cuando lo nuestro parece que va en serio. Hasta que nos hemos visto, con el reality de por medio y después solo con las llamadas por Skype y los mensajes, todo tenía tintes de ilusión. Pero ahora es una realidad tangible. Una realidad tangible que puede desmoronarse.

—No tenemos por qué dejar que ocurra.

Ella suspiró y miró al cielo.

—Sé que lo dices de verdad —me aseguró, y yo no entendí a qué venía esa actitud—. Tú, aquí y ahora, me juras que no dejarás que ocurra. Y yo tampoco. Pero ¿y mañana? ¿O pasado? ¿O al día siguiente? Ninguno de los dos podemos asegurar qué sucederá ni qué querremos entonces. Y eso es lo que me agobia y me da miedo…

—¡Claro que no lo sabemos! A lo mejor esta noche encuentro un mundo mágico a través del espejo de mi habitación y me enamoro de la reina que vive al otro lado…

—A lo mejor ya lo has hecho y no te has dado cuenta —musitó tan bajo, tan bajo, que supe que no había querido decirlo en voz alta.

Pero lo había dicho. Y yo lo había escuchado. Y me pareció tan injusto que tuve que hacer un esfuerzo titánico para no volver a mi sitio y remar de regreso. ¿Cuándo le había dado yo razones para dudar de lo nuestro?

—Al final es decisión tuya —le dije después de un rato de silencio, cuando conseguí tranquilizarme—. Tú misma has dicho que a todos nos espera algo bueno al final del camino. Déjame que añada algo: solo si luchamos por ello y no nos cansamos de buscarlo.

—¿Y si te quedas sin ganas de buscar y prefieres marcharte y dejarlo todo?

—Haru me dijo una vez que nuestra existencia es demasiado limitada como para pasar parte de ella huyendo. Y creo que ha sido uno de los mejores consejos que me han dado nunca. Tú nunca has huido de nada. Al contrario, has aceptado lo que te ha venido con una sonrisa y una fuerza que a mí me salvó de seguir en Develstar. ¿Por qué ibas a dejar de pelear ahora?

Una nube cubrió el sol y, con el suave bamboleo de la barca, recordé dónde estábamos. Como seguía sin decir nada, fui a moverme para recoger los remos y regresar al embarcadero cuando ella me puso una mano sobre la pierna.

—Júrame que me avisarás si descubres que esto no es para siempre, ¿vale?

—Te lo juro —le dije—. Pero mi yo de aquí y ahora cree que sí lo será.

—El mío también —contestó ella, y por fin esbozó una sonrisa de las de verdad, de las que me habían alumbrado cuando solo me rodeaba la fría luz de los focos, y con ella borró los últimos minutos.

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