Live

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One life to live

One love to give

One chance to keep from falling.

Alex Band, ‹‹Only One››

—München —dijo Leo cuando pasamos por delante del cartel que nos daba la bienvenida a la ciudad. Se aclaró la voz y volvió a bostezar.

Los tres chicos íbamos con gafas para soportar mejor la desesperante resaca. Emma conducía con Selena de copiloto. A pesar de nuestras quejas, a la hora estipulada por nuestras acompañantes, estábamos en recepción con las maletas intactas.

No tengo ni idea de a qué hora nos dimos por vencidos de hablar y acabamos durmiendo juntos en la cama de matrimonio, con la luz encendida y sin cambiarnos siquiera de ropa. Para entonces, había pronunciado tantas veces el nombre de Emma y Zoe, y Leo tantas el de Sophie y Selena que se nos atragantaban y se nos confundían en la lengua.

Supongo que resolvimos todos nuestros problemas y los del resto de la humanidad, pero por desgracia, para cuando el estridente pitido del teléfono de la habitación comenzó a sonar, lo habíamos olvidado.

Fui yo quien alargó el brazo y, con voz rasposa, preguntó quién era. Emma fue quien respondió al otro lado de la línea. Que las habían avisado de recepción porque el coche ya estaba arreglado y esperándonos en el aparcamiento del hotel. Que ellas bajaban a desayunar ya y que no nos retrasásemos mucho porque querían llegar antes de la hora de comer.

—Pues buena suerte —creo que mascullé, aún bajo los efectos del sueño, antes de colgar y escuchar el principio de mi nombre.

Volví a caer dormido junto a mi hermano e Ícaro, y allí habríamos seguido al menos hasta media tarde de no ser porque el traidor del recepcionista les entregó a las chicas la llave de nuestro cuarto y pudieron entrar a despertarnos a gritos.

Cuando llegamos al hotel Vier Jahreszeiten Kempinski que Ícaro se había encargado de reservar, no me lo podía creer. Después de las pensiones en las que habíamos estado los últimos días, lo que menos esperaba era que el americano hubiera pagado para que nos hospedásemos en un hotel de cinco estrellas en pleno centro histórico.

A diferencia de Florencia, Munich ofrecía un aspecto general mucho más moderno e industrializado debido, como nos explicó Selena, a las reconstrucciones sufridas tras la Segunda Guerra Mundial. En cualquier caso, en la zona tan céntrica en la que nos encontrábamos, los cientos de turistas que se paseaban por ella proporcionaban un nivel de actividad frenético que me encantó desde que puse un pie fuera del coche.

En la misma puerta del hotel, un hombre uniformado se encargó de llevarse nuestras maletas a las habitaciones.

—Aquí tenéis —dijo Ícaro, entregándonos a cada uno nuestra tarjeta-llave. Una vez más, Zoe y yo compartiríamos habitación.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Emma.

—Nosotros, grabar. Porque ayer perdimos el día entero —respondió Selena, y le hizo un gesto a mi hermano para que asintiera—. Lo único es que…

—Necesitáis saber si habrá concierto en Munich o no —adiviné. Me volví hacia Zoe y añadí—: Dadnos tiempo hasta la hora de la comida para decidirlo.

Quedamos en vernos en recepción al cabo de una hora y cada uno nos fuimos a nuestros respectivos cuartos. En cuanto dejamos las maletas en el suelo de la increíble suite que nos había tocado, me acerqué a Zoe y le di un beso en la mejilla, otro en la frente y, por último, uno en los labios.

—¿Y esto a qué viene? —quiso saber, alzando una ceja.

—Viene a que no hemos estado solos desde hace casi dos días y lo echaba de menos —contesté, y no mentía.

Por muchas dudas que sintiera, no podía evitar que el pulso se me acelerara con solo ver el cuerpo de Zoe y recordar lo mucho que me gustaba recorrerlo con mis manos.

Fui a darle un nuevo beso, pero ella se apartó delicadamente.

—Podríamos haber estado solos si ayer no te hubieras pillado el pedo del siglo con los chicos —dijo.

—En realidad no bebimos tanto. —«Al menos yo no», pensé—. Lo necesitábamos. ¿Qué tal vosotras?

—¿Lo necesitabais? —preguntó Zoe—. ¿Desde cuándo os habéis vuelto unos alcohólicos?

—El alcohol no, ya te he dicho que casi no bebimos. Únicamente nos quedamos hablando hasta muy tarde. Me refiero a estar solo con mi hermano e Ícaro. Fue divertido —añadí, encogiéndome de hombros.

Zoe frunció el ceño, y con ese simple gesto a mí se me quitaron las ganas de estar allí, de intentar recuperar el tiempo perdido, de contarle nada.

—¿Qué? —le espeté—. ¿Qué he dicho ahora que te haya molestado?

—Nada, nada. No has dicho nada. —Y para convencerme, me dio un beso rápido.

Era consciente de que Zoe no había contestado a mi pregunta anterior, pero tampoco quise insistir.

—Entonces ¿cómo ves lo de actuar hoy? —le pregunté.

—¿Tú quieres?

Asentí. El susto de la policía había sido bastante grande, pero podíamos organizarlo de alguna manera para que no volviera a repetirse.

—Quizá podrían tener el coche preparado —sugerí— y que vinieran a buscarnos cuando termináramos. Sin autógrafos ni firmas.

—No es mala idea —accedió Zoe tras valorarlo—. Siempre podemos salir huyendo, montarnos en el coche de un salto y escapar.

A la hora de la comida se lo comunicamos al resto. Habría concierto, pero con algunas condiciones de huida y seguridad que no habíamos tenido ni en Barcelona ni en Florencia.

—¿Han dicho algo en tu canal? —pregunté a Leo cuando nos sentamos en el restaurante que nos había recomendado la recepcionista de nuestro hotel y al que habíamos podido llegar caminando.

Emma, después de teclear algo, me pasó su móvil.

—Compruébalo tú mismo.

Lo que aparecía en la pantalla era un listado de resultados de Google con cientos de entradas en diferentes idiomas sobre nuestra improvisada gira sorpresa. Medios de todos los países, blogs y foros dedicados a mí, a Zoe o a los restantes integrantes de T-Stars se volcaban en la promoción de un tour que ni siquiera nos habíamos planteado.

Había quienes aseguraban, con absoluta confianza, que aquello estaba amañado. Que la productora del programa estaba detrás y que, en palabras suyas, «seguro que el último concierto coincidía con la salida de nuestros nuevos discos».

—Y yo con estos pelos… —mascullé, divertido por las paranoias que era capaz de inventar la gente.

También estaban las noticias catastrofistas sobre el peligro que suponían esa clase de actos incontrolados. Como ejemplo, por supuesto, ilustraban con fotos lo que había sucedido en Florencia, y mencionaban que cinco personas habían resultado heridas. Sin embargo, por lo que nos llamaron nuestros padres hechos unas furias justo cuando terminábamos de comer no fue ni por lo de Florencia ni por lo famoso que se estaba haciendo el canal de Leo, sino por haber asistido a una fiesta okupa.

—¿A vosotros os parece normal? —preguntó mi madre controlando sin mucho éxito el enfado—. ¡Podría haberos pasado cualquier cosa!

—¡Diles que la policía podría tomar medidas contra ellos! —oí gritar a nuestro padre al fondo.

—Coméntale a papá que esté tranquilo, y que prometemos no volver a hacerlo.

—Más os vale —me advirtió.

Cuando se hubo calmado, nos preguntó qué tal el resto del viaje y nosotros pudimos hablar con Alicia unos minutos. Esther, como cabía esperar, estaba fuera.

—Con su novio —especificó nuestra hermana pequeña—. A papá no le gusta.

Me reí por el comentario y apunté mentalmente escribirle un mensaje más tarde para darle ánimos. Desde luego, debía de estar encantada de que nuestro padre hubiera decidido volver al núcleo familiar justo cuando ella empezaba a salir con chicos.

Leo fue quien dirigió la tarde de turismo.

De camino al restaurante se había comprado una guía en inglés y ahora se comportaba como un absoluto experto en la ciudad germana. Del Siegestor, o puerta de la Victoria, un arco de triunfo con la estatua de Bavaria, fuimos al famoso mercado de comida Viktualienmarkt, y de allí a la catedral. Por último visitamos la impresionante Plaza de María, o Marienplatz, en la que desembocaban las principales calles peatonales y cuyo campanario contaba con un asombroso carillón en el que, a determinadas horas, las figuras de caballeros con armadura, tiroleses y bailarinas danzaban al son de las campanadas.

Pero por supuesto aquello no fue lo único que se había empollado mi hermano.

—Discotecas —dijo unas horas más tarde, cuando Selena apagó la cámara y volvieron a unirse al resto del grupo para seguir con el paseo—. Babylon 2. Elijo esta.

—¿Y el resto tenemos opción de decir algo? —pregunté quitándole de las manos el libro para ver qué decían del lugar elegido. Los demás se reunieron a mi alrededor para estudiarlo.

—Dadme el capricho… —nos rogó con ojos de cordero degollado.

—Porque nos gusta el sitio, que si no… —comentó Selena.

—¿El Babylon 2 entonces? —preguntó Ícaro, y todos asentimos.

El enorme local se encontraba en la zona de Kultfabrik y, según lo que ponía en la descripción, contaba con múltiples salas con música techno, ambiente house y hasta una con canciones antiguas.

Cuando llegamos, después de cenar en uno de los restaurantes cerca del hotel y de habernos puesto nuestras mejores galas, nos encontramos con una fila considerable de personas esperando para entrar.

—Mierda… esto nos va a llevar una eternidad —me quejé.

—No contigo aquí —respondió Ícaro, y agarrándome de los hombros me arrastró hasta la entrada. Los demás nos siguieron a cierta distancia.

En la puerta, y hablando en inglés, le explicó al portero quién era yo y añadió que él era mi representante. Que queríamos haber avisado previamente de que iríamos, pero que nos había sido imposible. Los demás eran mi entourage, añadió, señalando a los otros.

El tío, después de comprobar que no mentía flasheándome con una diminuta linterna en la cara y revisando mi carnet de identidad, hizo una llamada y nos dejó pasar.

—Eres la llave maestra a todos los locales del mundo, chaval —me dijo el joven magnate dándome una palmada en la espalda. Y a mí se me dibujó una sonrisa bobalicona en la cara por haber sido útil de alguna manera.

Cuando entramos, la oscuridad se desmenuzaba en cientos de fragmentos atravesados por múltiples haces de luz que cruzaban de un extremo a otro la inmensa sala llena de jóvenes bailando. Creo que alguien le ofreció a Ícaro que pasáramos a la zona VIP, pero él desestimó la idea porque, según escuché, prefería disfrutar de la fiesta real. Pues a mí no me hubiera importado, ciertamente: el lugar estaba tan abarrotado que más que bailar lo único que se podía hacer era moverse, subiendo y bajando los brazos con cierto encanto, doblando y estirando las rodillas al ritmo de la música.

Una vez que tuvimos nuestras bebidas, Zoe y yo nos apartamos de los demás para seguir bailando a nuestras anchas. Aquella noche, la violinista llevaba un vestido negro y plateado de tirantes y su pelo corto se zarandeaba de un lado a otro mientras ella, con los brazos en alto, se contoneaba al ritmo de mi baile. No me di cuenta, pero de repente nos habían hecho hueco en la pista y habíamos dejado de ser una pareja más entre cientos…

Como siempre, en cuanto alguien pronunció mi nombre, se rompió el hechizo y de pronto todo el mundo sacó sus cámaras para grabarnos sin dejar de vitorearnos o gritarnos cosas en idiomas que desconocíamos. Daba igual, la música y nuestras respiraciones aceleradas extinguían todas las voces y sus mensajes. O al menos eso creía hasta que escuché en inglés:

—Pero ¿esa tía no es la ex?

Lo dijo alguien a mi espalda, así que me di la vuelta sin perder el paso ni soltar a Zoe y comprobé lo que me temía: que estaban señalando a Emma, que bailaba sin enterarse de nada con Selena y mi hermano. De Ícaro no había ni rastro.

Los chavales siguieron hablando entre ellos hasta que el primero sacó su móvil y lo dirigió hacia ella con intención de sacarle una foto. En un acto reflejo, agarré a Zoe por la cintura y giramos para acercarme a los desconocidos. Sin más dilación, levanté el brazo en un movimiento improvisado y con un golpe seco mandé el móvil del chaval volando por encima de las cabezas del público.

—Pero ¡qué leches…! —exclamó el tío, un palmo más alto que yo y dos cuerpos más ancho, mientras me disculpaba con palabras vagas. La atención de todos los que nos rodeaban se desvió de nosotros hacia aquellos tipos—. Tío, o encuentras mi móvil o me pagas uno nuevo —me amenazó.

Una chica me tendió en ese momento el aparato recogido por otra persona y yo lo agarré musitando una disculpa porque estaba desmontado, con la batería colgando sin la tapa y la pantalla partida.

—Págame —me ordenó el tío. Sus colegas, desternillándose, habían sacado sus propios teléfonos para inmortalizar el momento.

—Ahora no llevo dinero suelto —le dije justo cuando mi hermano y mis dos amigas aparecieron a nuestro lado para preguntar qué sucedía.

—El famoso, que me ha roto mi puto teléfono —explicó el otro sin reconocer a mi hermano hasta que levantó la mirada. Entonces vio a Emma a su lado y se le iluminaron los ojos—. Dice que no tiene pasta, pero a lo mejor entre tú y su nueva novia podéis reunir lo que me debe.

—¿Su nueva novia? —preguntó Emma, alucinando.

—¿Seguís juntos entonces? ¿Qué pasa, que os paga a las dos para que os montéis tríos con él?

El bofetón de Emma resonó por encima de la música, de las voces e incluso del láser de luz verde que iluminaba la sala.

—Vaya hostia —exclamó un colega del gigante, desternillándose.

Pero al otro no le pareció en absoluto graciosa la reacción de la chica, e hizo ademán de acercarse para devolvérsela. Esta vez Leo y yo salimos al ataque y le empujamos como si lo hubiéramos ensayado. El golpe pilló tan de improviso al tipo que tropezó hacia atrás y cayó sobre sus colegas.

—Hora de largarse —masculló mi hermano.

Pero yo no estaba por la labor de marcharme sin dejarle las cosas claras a ese tío. Me acerqué a él, que ya se había puesto en pie, rabioso, y le advertí con el dedo que no volviera a levantarle la mano a una tía nunca más, y menos a ella, y señalé a mi ex.

—Eres un maricón de mierda, y tu hermano igual.

—No respondas. Vámonos —me advirtió Leo en su papel de hermano mayor.

Sabía que había una decena de móviles y cámaras apuntándonos a todos, y por eso opté por hacer caso a mi hermano y alejarme unos pasos.

—Eso, largaos ya de aquí con vuestro harén de putas —dijo con una sonrisa de perro que dejó a la vista una dentadura brillante.

Entonces Leo se paró en seco y se volvió despacio hacia el tío.

—¿A quién has llamado puta? —preguntó con un tono grave que no le había escuchado nunca.

—A esa, a esa… y a esa —dijo el otro, señalando a Emma, a Zoe y, por último, a Selena.

Pero antes de que pudiera bajar el dedo, mi hermano le agarró el codo y tiró de él hacia delante. Con un golpe seco en la tripa le hizo doblarse y con el siguiente, lo dejó tendido en el suelo.

Los amigos del matón se echaron sobre nosotros justo cuando los de seguridad del recinto aparecían para detener la pelea. Aun así, yo me tragué un puñetazo por parte de uno de sus compinches y mi hermano acabó en el suelo de un fuerte empujón. Pero eso fue todo. Dos gorilas vestidos de negro nos agarraron en ese momento por los hombros y nos sacaron de allí con las chicas por delante.

—¿E Ícaro? —preguntó Emma entonces.

—¡Allí! —exclamó Zoe, señalando al frente.

Nuestro amigo tenía una cara horrible y parecía estar tan desorientado como si hubiera estado inmerso en la pelea. Selena corrió hasta él y le sujetó porque también tuvo la impresión de que podría desmayarse en cualquier momento. Le explicó en breves palabras lo que había sucedido y le acompañó con el resto a la salida.

El segurata nos advirtió a gritos algo en alemán, pero nosotros ni nos volvimos. Seguimos andando hasta encontrar una parada de taxis y nos metimos tres en cada uno, de vuelta al hotel.

—Gracias por lo de antes —dijo Emma, sentada a mi derecha—. A los dos, en realidad —añadió, y entonces advertí que Leo era quien había entrado con nosotros en ese coche, y que Zoe debía de ir en el otro, con Selena e Ícaro.

—No ha sido nada —le aseguré.

—Además, tampoco es que necesites mucha ayuda con esos tortazos que te gastas —añadió Leo poniendo cara de dolor—. Como demuestres ese genio a la hora de besar…

—Sabes que no —comentó ella.

—Ya —dije yo con una media sonrisa de picardía… que se borró de mi cara en cuanto reparé en que mi hermano había respondido la misma palabra.

A la vez.

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