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I bleed my heart out on this paper for you

So you can see what I can see.

Hot Chelle Rae, ‹‹Bleed››

—¿Me veis? —pregunté.

—Te vemos perfectamente, y te oímos alto y claro —respondió Oli desde la pantalla del portátil. A su lado, David me saludó con la mano.

Zoe se había levantado temprano para dar un paseo por la ciudad a sus anchas y se había llevado el violín con ella, imagino que para practicar sin más espectadores que los edificios antiguos y los desconocidos que pasaran por su lado.

De los demás no había tenido aún noticias, así que, cuando terminé de desayunar en el increíble comedor-restaurante del hotel, decidí conectarme para hablar con David y Oli.

En menos de una hora, que yo aproveché para darme un chapuzón en la piscina climatizada, ambos se habían reunido en casa de ella para conectarse.

—¿Qué tal te va? —me preguntó David—. ¿Seguís en Munich?

—Seguimos en Munich, sí. Aunque mañana ya nos marchamos. Próxima parada… ¡Atenas!

—Menuda suerte… —comentó Oli—. ¿Cuándo dices que vamos a hacer nosotros un viaje como ese?

—En cuanto Aarón sea rico… —le respondió David y, tras pensar—: Oh, wait

Los tres nos echamos a reír y después les prometí que organizaríamos algo juntos en cuanto volviera a Madrid.

—¿Los tres solos? —quiso saber David.

Yo puse cara de sorprendido.

—¿A quién más queréis invitar?

—No sé… ¿A tu novia, quizá?

—Ah…, claro —respondí.

Menos de un segundo fue lo que Oli necesitó para saber que algo no marchaba bien. Cuando me preguntó, les hice un ademán para que estuvieran tranquilos.

—No nos hagas ir hasta Munich a darte una colleja y habla —me advirtió David.

—Es que tampoco sé muy bien cómo explicarlo —me excusé—. No ha sucedido nada. Ha sido una serie de pequeños detalles y tonterías que… mirad, en serio, da igual —concluí, dándome por vencido.

Pero ellos no estaban por la labor de dejarlo correr.

—Es por Emma, ¿no? —tanteó Oli.

—Es un poco por todo. Por mí, porque no me aclaro, porque no sé si me precipité con Zoe, porque no entiendo lo que me pasa con Emma… —Suspiré como si hubiera hecho una maratón—. ¿Se puede querer a dos personas a la vez?

—Se puede querer a muchas personas a la vez, Aarón, la cuestión es averiguar cómo quieres a cada una de ellas —respondió mi amiga con ese tono de voz tan dulce que de tantas dudas me había sacado en el pasado.

—Deberías hablar con Zoe —dictaminó mi amigo—. Si tienes dudas, es que lo tienes claro. Hazlo antes de que sea demasiado tarde.

Entendí a la perfección lo que quería decirme, por eso resoplé con desesperación.

—Es que creo que ya es tarde.

—Pues con más razón, tío. Habla con ella si no quieres perderla para siempre.

—¿Y Emma? —preguntó Oli—. ¿Le has dicho algo…?

—¿De qué?

—No sé, ¿no habéis hablado?

—¿Para qué iba a hacerlo? ¿Para liarlo todo un poco más? Paso…

David carraspeó.

—Solo por aclararnos: gustarte, te sigue gustando, ¿no?

—¡Creo que sí! ¡Sí, vaya! —contesté—. Si no fuera así, me estaría ahorrando unas cuantas ralladas…

—Ralladas que has generado tú solito —intervino Oli.

—¿Yo solito? Te recuerdo que estaba dispuesto a darlo todo por ella… Pero qué queréis que os diga, su traición me hizo más daño de lo que esperaba.

—¡Eh! —se defendió ella—. No te estoy diciendo que no sean legítimas, ojo.

—Podría haberla perdonado a los dos días —continué, empecinado—. Podría haberla perdonado cuando me ayudó a escapar de Develstar. ¡A lo mejor ya lo he hecho y lo que sucede es que no quiero reconocerlo! Pero, tíos, tengo miedo. Lo vi tan claro cuando estuvimos juntos… estaba tan convencido de que iba a salir bien que el palo fue el doble de duro. Y no quiero volver a sufrir de esa manera. Llamadme cobarde.

—Cobarde —dijo David, y Oli le dio un codazo—. ¡Es que es verdad! —se defendió él mirándome—. ¿Qué vas a hacer? ¿Pasarte la vida entera con el corazón envuelto en papel de burbujas para que no sufra y dejar pasar la oportunidad de estar con quien de verdad quieres por miedo a que no salga como lo has planeado? Déjate de excusas y lánzate. Y mira, si te haces daño, está demostrado que la mejor venda para esa clase de heridas es el tiempo, y por suerte de eso tenemos un rollo infinito.

Les agradecí sus palabras, pero preferí cambiar de tema porque sabía que tenían razón. Me había dado un plazo de tiempo para decidirme, y aquel ya había vencido. Por eso les pedí que me contaran cómo les iba a ellos. Ambos habían empezado las clases en la universidad, pero todavía seguían con el chip del verano.

—Ya verás qué pronto se nos pasa. En cuanto nos den las fechas de los primeros exámenes —dijo él—. ¿Cómo dices que se hace para ser artista?

Me reí del comentario y le propuse que fuera mi asistente cuando volviera a España.

—Sabes que sería un pésimo criado y que me revelaría contra el poder.

—Lo sé —reconocí—. Y después irías de plató en plató contando mis secretos más íntimos. Nada, mejor sigue con tu carrera.

—Sí, por mi bien y el de mis padres. Que suficientes sorpresas han recibido ya esta semana.

Esta vez mi gesto se transformó en uno de alegre sorpresa, que creció cuando Oli me leyó el pensamiento y asintió a su lado.

—¿Se lo has dicho ya? —pregunté. Cuando David asintió sonrojándose levemente, aplaudí—. ¿Y qué tal fue? Bien, ¿no?

—Sí. Mejor de lo esperado…

Ocurrió durante la cena de hacía un par de noches: se había pasado buena parte de la misma sin abrir boca y cuando su madre le preguntó qué le pasaba, les dijo que había algo que quería contarles desde hacía tiempo. Cuando sus padres se miraron, él adivinó que ya lo sabían.

—Solo con ese gesto, tío. Una mirada entre ellos y entendí que era estúpido estar agobiado por descubrirles quién soy, y más cuando ellos ya estaban enterados. Aun así, se lo dije. Necesitaba que ellos lo escucharan de mi boca, que dejara de ser una especulación y fuera una realidad…, ¿no?

—Me alegro un montón. ¿Ves como no era para tanto?

Él sonrió.

—Ya, claro, ahora que lo he hecho, no te digo. Cuando me senté a la mesa esa noche estaba temblando.

—Y ya ves que no había razón —comentó Oli pasándole un brazo por encima antes de volverse para mirarme a través de la pantalla—. Así que tú haz lo mismo.

—¿Salir del armario? —repliqué.

—Si lo crees necesario… —Se rió—. Pero no, yo me refería a hacernos caso y averiguar lo antes posible si puede haber algo entre Emma y tú. Si no lo haces a lo mejor te pierdes la única historia de amor verdadero que te tenía reservada la vida.

—Además, tío —añadió David—, no hay nada que devore más el alma que una hipótesis con ganas de ser recuerdo.

—¿Y eso qué significa? —pregunté. Él puso los ojos en blanco.

—Pues que, como no lo intentes, te vas a estar arrepintiendo toda la vida, pensando qué podría haber sucedido.

Iba a prometerles que lo pensaría, justo cuando llamaron al teléfono de la habitación.

—Tengo que dejaros —les dije—. Pero hablamos pronto, ¿vale? Os quiero.

—Y nosotros a ti, artista.

Apagué el ordenador y me estiré para agarrar el auricular.

—Reunión urgente en la quinientos doce —me anunció Leo, y colgó.

Sin entender nada, me calcé las chanclas y, aún en bañador, me dirigí a la habitación de Ícaro con la tarjeta-llave en la mano. Emma fue quien me abrió la puerta y me saludó con una sonrisa que supe que escondía algún secreto. Zoe también estaba allí. Cuando me vio, me saludó con un gesto de la mano antes de volverse hacia Ícaro, que era quien estaba hablando en ese momento.

—Vale, ahora que estamos todos quería deciros que os hice caso… y que he estado investigando sobre el paradero de mi madre.

El ambiente de la habitación se transformó y todos nos acercamos a él como si fuera a revelarnos un secreto que nadie más pudiera escuchar. Yo me apoyé en la cómoda que había junto al espejo y dejé allí la tarjeta de mi cuarto.

—He descubierto que está en Salzburgo —anunció.

—¿Salzburgo? —dijo Leo—. ¿Y eso a cuánto está de aquí?

—A menos de dos horas —contestó Emma, mirando su móvil.

—Pues ¿a qué estamos esperando? —pregunté yo.

Ícaro nos miró extrañado.

—¿Estáis seguros…? A lo mejor lo he mirado mal y la compañía con la que trabaja ya no está allí o… yo qué sé. El siguiente destino era Atenas. ¿De verdad que no os importa cambiarlo y acompañarme?

—Tú estás tonto —le espetó mi hermano. Se sentó a su lado en la cama y le pasó un brazo por encima del hombro—. Aunque no nos hubieras pagado este viaje tan increíble te acompañaríamos, no se te ocurra dudarlo.

Todos asentimos ilusionados.

—Gracias —nos dijo el americano con una sonrisa contagiada por las nuestras.

Quedamos en vernos al cabo de media hora en la recepción para hacer el check-out y ponernos en marcha. De camino a nuestra habitación, le di la mano a Zoe y ella me la agarró y me sonrió. En la espalda llevaba la funda del violín.

—¿Qué tal ha ido el ensayo?

—Ha sido… reconfortante —respondió ella—. Echaba de menos eso de tocar solo para mí.

—A mí ya se me ha olvidado lo que era eso —comenté, y aunque pretendía que fuera una broma, advertí que había más parte de verdad de la que me habría gustado.

Cuando llegamos a la puerta y fui a sacar la tarjeta, descubrí que no la tenía.

—Me la he dejado en la habitación de Ícaro, mierda —me quejé.

Zoe tampoco llevaba la suya, así que salí corriendo de regreso, pero cuando doblé una esquina oí una voz alterada que reconocí enseguida: la de Selena.

Fui a seguir mi camino cuando dijo:

—¡No! No pienso hacer eso. No es en lo que quedamos… ¡Pues claro que me molesta! No pienso ni preguntárselo… —Me asomé y la vi a las puertas del ascensor, esperando a que llegara—. Sí, en publicitar su canal, exacto, no en… ¡ya lo sé! Entonces ¿cuál es el problema? ¿No son suficientes? ¿Miles de visitas no son suficientes?… Lo… lo siento, pero es que no lo entiendo… Esa no es la filosofía de la web ni la razón por la que entré a trabajar con… —Su tono de voz se endureció—. ¿Es una amenaza? ¿Tuya o viene de arriba también?… No, la que lo siente soy yo… ¡No, Joanne, no voy a cambiar de opinión! ¡Ni hoy ni dentro de tres…! ¿Cuánto?… ¿Solo por hacer esto? —Selena guardó silencio varios segundos antes de chasquear la lengua. El timbre del ascensor avisó de su llegada. Cuando volvió a hablar, sonó menos enérgica que antes—. Mira, no sé… esta tarde subo el nuevo vídeo. A ver qué os parece. Ahora tengo cosas que hacer. Te escribo luego.

Me asomé para comprobar que se marchaba y, cuando las puertas se cerraron, seguí mi camino rumiando lo que acababa de escuchar. Estaba claro que hablaba sobre Leo. Pero ¿qué es lo que le habían pedido hacer? Fuera lo que fuese, se trataba de algo que probablemente le afectaría de manera negativa.

En esas llegué al cuarto de Ícaro. Llamé con los nudillos y me abrió mi hermano, que todavía seguía allí.

—Se me ha olvidado la tarjeta —expliqué, y entré a por ella. Ícaro seguía tumbado en la cama, riéndose.

Iba a comentarles lo que acababa de escuchar en el pasillo cuando el americano se me adelantó.

—Ay, Aarón, tu hermano se ha vuelto a enamorar —me dijo, y yo miré a Leo, que puso los ojos en blanco—. Y parece que la cosa va bastante en serio.

—¿Me… tengo que alegrar? —dije poco convencido.

—Selena es una buena tía. Creo que ya puedes reconocerlo sin morir en el intento —me dijo él—. Hasta Tonya lo dice. —Y se señaló el colgante que llevaba por fuera de la camiseta.

—Hacía tiempo que no veía ese dado —comenté.

—Debe de ser que estoy haciéndome mayor.

—A mí también me parece genial —intervino Ícaro—. Tenéis mi bendición para casaros y tener churumbeles que me llamen tío Ica.

Nosotros soltamos una carcajada al ver su gesto serio.

—Espero que aún pase tiempo para eso…

—Sí, claro —comentó él—, pero no demasiado.

—¿Tú cómo lo llevas? —quiso saber Leo—. ¿Ya has hablado con Zoe?

Suspiré cansado y sin ganas de volver a mantener la misma conversación que hacía unos minutos con Oli y David.

—Lo haré pronto —me limité a contestar.

Con la tarjeta en la mano, me acerqué a la puerta. Pero antes de salir, me volví y pensé en comentarles lo de Selena… pero cambié de opinión.

—Os veo luego. —Y salí al pasillo.

Definitivamente, prefería no tener que hacerlo, y menos sin estar completamente seguro de lo que había escuchado. Estaría atento, y si se daba la ocasión, le preguntaría antes a ella. Mi hermano estaba en lo cierto: hasta el momento no había dado ni una sola razón para desconfiar de ella. Prefería resolver el malentendido sin meter a Leo.

—Ya pensaba que te habías fugado —dijo Zoe cuando me vio llegar.

Mientras recogíamos la habitación, me estuvo hablando del rincón que había encontrado en el Englischer Garten donde había estado tocando hasta que le dolieron los brazos.

—No sé cómo Ícaro puede estar así de tranquilo sabiendo que va a volver a ver a su madre después de tanto tiempo… —comenté un rato después. Zoe había terminado de colocar toda su ropa doblada sobre la cama y se disponía a guardarla ya en la maleta.

—A lo mejor no lo está. Puede que le dé miedo ilusionarse y que luego no salga bien. Aun así, me alegro muchísimo por él.

Alcé los ojos y observé a Zoe colocar cada prenda en su sitio con el cuidado con el que acariciaba las cuerdas del violín cuando tocaba.

—Oye, Zoe —ella alzó la mirada—, ¿alguna vez te has preguntado quiénes son tus padres?

—Todos los días de mi vida —respondió, y en sus labios apareció una sonrisa nostálgica.

—Claro, lógicamente. Perdona… ¿y no has intentado, no sé, buscarlos?

Ella negó con la cabeza y después se apartó unos mechones tras las orejas para seguir guardando cosas.

—He preferido no hacerlo. Si me dejaron en el orfanato sin una sola seña de identidad, sus razones tendrían. Lo mejor de no saber quiénes son es que pueden ser cualquiera. Quién sabe, a lo mejor estás hablando ahora con una princesa —bromeó, y regresó al armario a por su calzado.

—Eres increíble —le dije, admirado por su entereza.

La misma energía que me había fascinado desde el primer día que la conocí en Develstar estaba presente en todos los aspectos de su vida, incluso en los más tristes.

—No lo soy —replicó ella—. No pienses que no les he odiado cada noche de mi infancia. El orfanato es una experiencia que poco tiene que ver con las pelis y los libros y, aunque no es una cárcel, sí que puede llegar a convertirse en algo parecido si no tienes gente a tu alrededor en la que apoyarte… y mis padres fueron los que me condenaron a ello —añadió, sentándose en la esquina de la cama—. Pero también aprendí a defenderme, a pelear por lo que es mío, a aceptar las derrotas con dignidad y a valorar cada oportunidad que me ofrece la vida. Como todo, es cuestión de cómo se vea, ¿no?

—Claro… Y por eso te admiro —le dije, colocándome a su lado—. De haberme pasado a mí, habría perdido la fe en el ser humano en cuanto hubiera sabido lo que era —bromeé.

—Eres demasiado autocrítico, Aarón… Tienes siempre más en cuenta tus errores que tus aciertos, cuando los segundos superan con creces a los primeros.

—Enséñame a ser diferente —le pedí, y apoyé mi cabeza en su hombro.

—Nadie quiere que seas diferente. Ni siquiera tú, aunque te cueste creerlo. Son nuestros errores los que nos hacen como somos.

Me maldije en silencio. ¿Por qué no podía sentirme perdidamente enamorado de alguien como ella?

¿Y si me daba una prórroga?

Quizá fuera cuestión de tiempo. A lo mejor, si esperaba, cambiaba de opinión y aquella fascinación, aquella amistad devota que sentía por ella se metamorfoseaban en el amor que Zoe me pedía y me entregaba.

—Vamos a terminar —dijo Zoe, y yo di un respingo antes de comprender que se refería a las maletas.

Después se levantó y se dirigió al cuarto de baño.

No, aquello no sucedería. Por mucho que lo intentara, por mucho que me esforzara, nunca amaría a Zoe como ella se merecía, como deberían amarse todas las parejas: con la seguridad absoluta de que un sentimiento tan increíble solo puede tener cabida en los versos de las canciones y las páginas de los libros.

Porque sabía que esa clase de amor no necesita de esfuerzos. Nace con la naturalidad de una melodía y trepa por cada órgano de nuestro cuerpo con la terquedad y la decisión de una música que no te puedes quitar de la cabeza. Un amor que arranca de cuajo el metrónomo de tu alma para marcar un compás completamente nuevo, el de la otra persona, para el resto de tu vida.

Y lo sabía porque mi mundo, desde hacía mucho tiempo, había empezado a rotar al ritmo de Emma Davies.

Me levanté dispuesto a zanjar la primera parte del tema y explicarle a Zoe la situación cuando el teléfono de la habitación comenzó a sonar como una alarma. Me detuve a mitad de camino. Miré a la puerta del baño, al teléfono y de nuevo a la puerta. Fui a dar un nuevo paso hacia ella cuando la voz de Zoe desde dentro me pidió que lo cogiera, y con esas palabras se esfumó todo mi coraje.

Descolgué para escuchar la voz de Emma. Ya estaban todos en recepción esperándonos.

—Ahora bajamos.

Cuando colgué, me dije que aquella había sido la última excusa.

Ya podía estallar la Tercera Guerra Mundial, que antes de que acabara el día habría reconocido mis sentimientos a Zoe.

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