Live

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Can we pretend that airplanes

In the night sky

Are like shooting stars?

I could really use a wish right now.

B.o.B (feat. Hayley Williams of Paramore), ‹‹Airplanes››

Uau

¿Quién me iba a decir que Aarón tuviera talento para la improvisación? Cuando Melanie había comenzado a preguntarle respecto a nosotros, se nos cayó el alma a los pies. Selena tuvo que agarrarme para no salir al escenario y desmantelarle el plató a la rubia traidora.

Enseguida le pedí que filtrara la noticia sobre Bianca Leroi, que el mundo entero descubriera dónde se encontraba realmente… Pero nada de aquello hizo falta. Primero, porque Aarón supo reaccionar con el talante de una estrella, dejando por los suelos a la estúpida presentadora y convirtiéndose en nuestro héroe. Y segundo, porque Selena había preferido jugar sus cartas de la única manera que ella sabía: limpiamente.

Así, antes de que comenzara el programa, escribió a la propia Bianca Leroi un e-mail en el que le adjuntaba las fotos y el resto de las pruebas que demostraban que sabíamos dónde se encontraba, y le avisó de que nada de aquello se filtraría si su hermana era leal a su palabra y no preguntaba nada sobre nuestras relaciones personales. Cuando Melanie nos clavó el puñal por la espalda, Selena escribió un segundo correo en el que se limitó a poner: «Ya ves lo mucho que le importas a tu hermana».

Aquello fue todo. Conociendo como conocíamos a Bianca, sabíamos que se tomaría muy a pecho la traición de Melanie y que se encargaría de devolvérsela de alguna manera.

Nosotros abandonamos los estudios de la cadena una hora después, tras un fantástico concierto de cuarenta y cinco minutos en el que Zoe y mi hermano interpretaron diversos temas originales que entusiasmaron al público. En directo, seguimos los comentarios que los espectadores iban dejando en mi canal de YouTube y, más allá de lo mucho que les gustaron las canciones, lo mejor fue que ninguno se enfadó por lo que había dicho mi hermano. ¡Al contrario! Todo el mundo despreciaba la actitud de los medios hacia nosotros, en particular la de Melanie, y exigían la privacidad que merecíamos.

Nos marchamos sin despedirnos de la rubia, con la cabeza bien alta y el orgullo intacto. Cuando Selena les contó a los otros la razón por la que no había hecho público el paradero de la pequeña de las Leroi, Aarón estuvo de acuerdo conmigo:

—No se me habría ocurrido peor castigo que lanzarle a Bianca cabreada. La va a destrozar. No sé cómo, pero lo va a hacer.

Pasamos el resto de la mañana en el Louvre acompañados por una guía que no dejó de hacerle ojitos a mi hermano durante todo el recorrido, comimos en uno de los restaurantes que había dentro del museo y, por la tarde, seguimos visitando unas cuantas salas más, hasta que nuestras piernas dijeron basta. Bueno, nuestras piernas y yo, que por entonces ya estaba harto de los cuadros y de las esculturas.

—Y sé que no soy el único —añadí, acusándoles con la mirada—. Pero me sacrifico por los demás para quedar como el único inculto. Ahora, vámonos.

Y nos fuimos… pero no al hotel, como yo esperaba.

—Os he preparado una última sorpresa antes de regresar a casa —nos informó Ícaro—. Además, no podemos marcharnos sin visitar el lugar más famoso de toda Francia…

—¿Disneyland? —pregunté.

—¡La torre Eiffel! —exclamó él, emocionado.

Así que ese fue nuestro siguiente destino. De camino allí pudimos contemplar los impresionantes campos Elíseos, y sacarnos decenas de fotos en el monumento de hierro con el que tantísimos turistas se habían retratado en el pasado. Solo que nosotros no éramos turistas corrientes, como Ícaro nos recordó unos minutos después tras desaparecer y regresar al cabo de un rato para avisarnos de que ya podíamos subir.

—¿Ya podemos? —pregunté—. ¿Acaso antes no podíamos?

Pero él se limitó a mirarme de manera misteriosa y a sonreír.

Nos metimos todos, guardaespaldas incluidos, debajo de la extraordinaria estructura de hierro y tomamos el ascensor hasta el último piso. Lo primero que me impresionó cuando salimos al exterior fue que estaba vacío. Se escuchaba a gente en los pisos inferiores, pero en aquel no había nadie. Me volví hacia Ícaro.

—¿Lo has hecho tú? ¿Que estemos solos?

Él se encogió de hombros.

—Pero… ¿cómo? En serio, ¿quién eres?, ¿Dios?

—Soy hijo de un papá que ya me ha perdonado, con muchos contactos y muchos favores que cobrar, aparentemente…

Mientras hablábamos, el resto se habían desperdigado por toda la plataforma, admirando y comentando el paisaje de París. Nosotros les acompañamos, deteniéndonos en algunos puntos para señalar alguna curiosidad y saborear el frío de las alturas y la suerte que teníamos de poder disfrutar solos de aquel privilegio.

—Es alucinante. Ícaro, gracias —le dijo Emma, agarrada de la mano de Aarón.

—De nada, pero esta no era la sorpresa. Al menos, no toda…

Nos reagrupamos a su alrededor y él nos pidió que le acompañáramos hasta la puerta del cuartito en la pared de la estructura sobre el que había un cartel en el que se leía «Bar à champagne» en letras rojas. La puerta estaba abierta, y dentro había estanterías con botellas colocadas unas junto a otras, pero Ícaro pasó de largo, se agachó frente a la caja registradora y de un armarito sacó una pila de folios cuadrados de diferentes colores y un montón de rotuladores negros que desperdigó por la barra.

—¿Qué…? —empezó Aarón, pero no supo ni cómo seguir.

—¿No pretenderás que nos pongamos a dibujar ahora? —intervine yo.

—El otro día me pedisteis que no os ocultara más cosas, que no hubiera más mentiras —dijo él, ignorando mi pregunta—. Bien, pues quiero enseñaros mi secreto mejor guardado…

—Al menos podemos descartar que se vaya a bajar los pantalones —mascullé, aunque solo me reí yo—. Pues tenía gracia… —añadí, y Selena me dio una palmada en los hombros.

—Os presento mi lista de deseos imposibles —dijo entonces Ícaro. Sacó un papel del bolsillo y extendió delante de nosotros la hoja de cuadrícula azul, desgastada y con los dobleces tan marcados que amenazaba con romperse en cualquier momento. En ella, escrita con una letra que iba cambiando cada pocos guiones, había una lista.

Emma se la quitó de las manos con la misma delicadeza con la que se trataban los objetos de anticuario y las obras de arte, y la estudió con calma antes de empezar a recitarla en voz baja para los demás:

—Aprender a montar en bicicleta, hacerse un tatuaje, conocer a alguno de los Doctores, pisar los cinco continentes, colarse en la fiesta de alguien, viajar por Europa con mis amigos, conducir un Bugatti, tener un Bugatti, ayudar a alguien a cumplir su sueño, lanzar un mensaje en una botella, inventarme una historia sobre una constelación y que la gente se la crea, volver a ver a mi madre, escribir un epitafio épico, que me recuerden cuando no esté…

La enumeración seguía, pero Emma paró de leer y alzó la mirada hacia Ícaro. Todos lo hicimos. Y por primera vez, era él el que tenía los ojos brillantes.

—Ya lo sabéis… —dijo con la voz ronca. Se secó las lágrimas y, aunque seguían derramándose otras nuevas, sonrió—. Empecé esa lista cuando volvieron a diagnosticarme el tumor, y la he ido rellenando con los años. Las que… las que están tachadas es porque ya las he cumplido.

Cogí el papel de las manos de Emma y comprobé que la mayoría de ellas las había vivido con nosotros en aquel viaje.

—El resto… bueno, mi intención es llegar a cumplirlas. Pero soy el primero que sabe que el tiempo es limitado, y más en mi caso. Por eso… —Se aclaró la garganta—. Por eso, antes de… morirme, vaya, quería enseñárosla y demostraros que gracias a vosotros he podido tachar muchas de ellas.

Tuve que morderme los labios para no romper a llorar. No quería, y sabía que a Ícaro no le gustaría. A mi alrededor, el resto parecían no tener en cuenta ese hecho y comprobé que todos tenían los lagrimales a punto de desbordarse.

Yo carraspeé y tomé aire antes de preguntar:

—¿Y para qué estamos aquí arriba?

El americano se pasó el brazo por los ojos y esta vez, cuando sonrió, supe que no habría más lágrimas por su parte.

—Os he traído aquí arriba por esta. —Y señaló la frase de lanzar un mensaje en una botella.

—Dime que no quieres que tiremos esas —y señalé las de champán de su espalda— desde esta altura. Porque estoy seguro que ni tu padre podría conseguir sacarte de la cárcel como lo hicieras.

Todos se rieron, y el ambiente fue relajándose un poco.

—Habría que verlo, pero no: he pensado que, mejor que botellas con mensajes, podríamos lanzar aviones de papel… con mensajes.

—¿Desde aquí arriba? —preguntó Aarón—. Creí que estaba prohibido lanzar cualquier cosa. Precisamente por eso han colocado esa red ahí.

—Ya, bueno… solo van a ser hojas. Seguro que no nos meten en la cárcel por lanzar aviones de papel, ¿no? —añadió él, convencido.

Yo me volví y comprobé que los agujeros de la red eran bastante amplios como para que entrara de sobra un brazo, pero no el cuerpo entero de nadie.

—¿Y qué mensajes quieres que lancemos? —preguntó Zoe.

—¡Los que a vosotros os apetezcan! Frases que os hayan ayudado en la vida, que hayáis leído o escuchado. De libros, de películas, de filósofos, de amigos…, yo qué sé. Frases que alguien encuentre en mitad de la acera, lea y le alegre el día. ¿Os… apetece? —preguntó con vacilación.

En lugar de responder, Emma agarró el primer folio, uno de los rotuladores y se colocó sobre la pared para escribir la primera frase:

—«Lo esencial es invisible a los ojos» —dijo en voz alta mientras escribía—. Antoine de Saint-Exupéry.

En el tiempo que doblaba el papel hasta darle forma de avión, los demás cogimos los nuestros y nos pusimos a escribir.

—¿Te importa si lo grabamos para el canal de Leo? —preguntó Selena.

El americano dijo que no con la cabeza mientras escribía.

Las mías no serían citas tan memorables como las que había leído de soslayo en las hojas de los demás, pero serían sinceras.

Cuando el sol se estaba poniendo ya en el horizonte y sentía las manos ateridas, al borde de la congelación, Ícaro consideró que ya podíamos dejarlo y empezar con la parte más divertida.

Nos acercamos al borde de la estructura con la bolsa llena de papeles e Ícaro metió la mano para sacar los primeros y repartirlos entre todos. Selena encendió la cámara y empezó a grabar. Cuando cada uno de nosotros tuvimos el nuestro en la mano, propuso leerlos en voz alta y después lanzarlos a la vez.

—«La edad no se mide en años, sino en ganas» —leyó Zoe.

—«Todo lo que merece la pena en la vida, nos produce un miedo atroz antes de hacerlo» —recitó Emma.

En el turno de Selena, yo le cogí la cámara.

—«Lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad». De Gladiator —dijo.

Mi hermano fue el siguiente:

—Otra de cine: «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad».

Esa era mía. Bueno, de Spiderman, pero la había metido yo.

—«En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario». De J. R. R. Tolkien. Qué genio —comentó Selena.

—Esta es de Virginia Woolf —aclaré cuando fue mi turno—. «Nuestras mezquinas vidas solo se revisten de esplendor y tienen sentido cuando las contemplamos con los ojos del amor».

Y por último, Ícaro dijo:

—«Puedo creer cualquier cosa, con tal de que sea increíble». Oscar Wilde.

Leídos todos los mensajes, sacamos los brazos por los agujeros de la red de seguridad, cogimos impulso y a la de tres lanzamos los primeros aviones, que surcaron cielo parisino arrastrados por el viento. Se alejaron dando vueltas para después recuperar el rumbo y volver a alzarse como si siguieran el perfil de montañas invisibles dibujadas por un niño.

Mientras los primeros aviones se perdían algunos en la lejanía y en la profundidad, otros, sacamos nuevos aviones de la bolsa y procedimos a leerlos antes de liberarlos.

Las hojas de colores atravesaban el cielo con una elegancia tal que parecía que hubieran nacido de árboles con deseos de ser pájaros.

Así continuamos…

—«Vivir no es solo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar». De Gregorio Marañón.

Avión de papel, tras avión de papel…

—De Jane Austen: «Lo que nos define no es ni lo que decimos ni lo que pensamos, sino lo que hacemos».

—«A veces no hacemos cosas que queremos hacer para que los demás no sepan que queremos hacerlas». De El bosque.

—«Soy quien quise ser desde que quise ser alguien», de JPelirrojo.

Hasta que, después de más de medio centenar lanzados, quedaron los últimos en la bolsa… Ícaro nos los repartió como las demás veces.

Emma se aclaró la garganta y comenzó:

—«Todos estamos en el fango, pero algunos miramos las estrellas». Oscar Wilde.

Después fue mi hermano:

—«La suprema felicidad de la vida es saber que eres amado por ti mismo o, más exactamente, a pesar de ti mismo».

Selena:

—«Es a lo desconocido a lo que tememos cuando vemos la muerte o la oscuridad, a nada más». J. K. Rowling.

Zoe:

—«Hay personas que viven más en veinte años que otras en ochenta. No es el tiempo lo que cuenta, es la persona». El décimo Doctor.

Ícaro:

—De Cortázar: «Ven a dormir conmigo. No haremos el amor; él nos hará».

Y por último, yo:

—«Un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto». Del señor William Shakespeare.

—Gracias a todos —dijo entonces Ícaro.

—¿Me estás vacilando? —respondí mientras los demás le aseguraban que no había por qué darlas—. Esto ha sido lo más guay que hemos hecho nunca. ¿Os imagináis que mañana sale en todas las noticias? Ya puedo verlo: ¡Decenas de aviones de papel de procedencia indeterminada alegran el día a los parisinos!

—Una cosa más que tachar de tu lista de deseos no tan imposibles —le dijo Emma, y se acercó a Ícaro para darle un beso en la mejilla.

De vuelta en la tierra, mi hermano recibió una llamada en su móvil.

—¡Haru!, ¿qué tal estás? —dijo antes de apartarse un poco.

Todos nos quedamos observándole con sorpresa. ¿Qué querría su antiguo profesor? Por sus aspavientos y mirada circunspecta, parecía algo importante.

En ese instante, un trío de jóvenes turistas se acercaron a nosotros con cierto disimulo y los ojos puestos en los guardaespaldas que nos cubrían.

Bonsoir! —exclamé, y a continuación añadí en inglés—: ¿Necesitáis algo?

Las chicas se acercaron con un poco de vergüenza para pedirnos fotos y autógrafos a Zoe y a mí. Antes de que mi hermano terminara de hablar por teléfono, siempre bajo la atenta mirada de Sergio, volvimos a quedarnos solos y aprovechamos para hacernos las típicas fotos como turistas cualquiera.

—Se me ha quedado la mano helada —se quejó Aarón cuando regresó unos minutos después.

—¿Y bien? —preguntó Emma—. ¿Qué quería Haru?

Él nos miró antes de responder.

—Pues me ha llamado porque… —Tragó saliva—. ¿Me mataríais si cambiásemos la última parada de Copenhague por Londres?

—¿Londres? —preguntó Zoe.

—Oh, la City… —suspiró Ícaro—. El Big Ben, el London Eye, Doctor Who

—¿Y a ti qué se te ha perdido en Londres? —pregunté, extrañado.

—La Royal Academy of Music. Haru está de profesor allí y hace unos días me comentó la posibilidad de matricularme…

—¿En la Royal Academy of Music? ¿Y cuándo pensabas contárnoslo? —le increpé.

—¡Cuando hubiera decidido algo! —respondió, ofuscado—. En caso de que me interese, ha conseguido que me hagan un hueco para las pruebas de acceso de pasado mañana.

—¡Aarón, eso es genial! —exclamó Zoe—. Tienes que ir. Es una de las mejores escuelas de música del mundo. ¿Qué dudas tienes?

—¡No lo sé! Ninguna… creo.

—Pues ya está, decidido —cortó el americano—. ¿Quién quiere ir a Londres?

Todos levantamos la mano. Me apetecía volver a Inglaterra para reconciliarme con ella y ver su cara más amable después de lo mal que lo había pasado allí intentando convertirme en una estrella.

—¿Y después? —preguntó Zoe de camino a los coches.

Ícaro le pasó un brazo por encima de los hombros y la atrajo hacia sí.

—Después vendrán los abrazos, los deseos de buena suerte… Y, más tarde, la añoranza por este viaje que hemos conseguido entre todos que fuera memorable.

—A veces me pregunto si no sería mejor olvidar para no tener que echar de menos… —masculló la violinista, y arropada por el brazo del americano me pareció una niña pequeña.

—Ambos sabemos que la respuesta es no —respondió él—. Como dijo Sarah Jane Smith: «Hay cosas que vale la pena que te rompan el corazón». Y esta puede ser una de ellas.

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