Live

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We are shining stars

We are invincible

We are who we are.

Fun, ‹‹Carry On››

—¡>Día de hombres! —le dije a Ícaro cuando lo encontré a la mañana siguiente junto a la recepción del hotel, donde habíamos quedado.

—¿Y tu hermano qué?

—Mi hermano sigue siendo un niño.

Él se rió.

—Claro.

Aquella mañana todo el mundo, excepto nosotros, había madrugado para ensayar el concierto de la tarde. Incluso Selena se había despertado bien temprano y había bajado a la sala que el hotel les había facilitado, con intención de grabar y así tener contenidos adicionales que colgar en mi canal.

Así que solo quedábamos Ícaro y yo para pasar el día juntos hasta la hora del evento. Y como ya era costumbre, aunque yo había sugerido algunos planes, como pasarnos por el mercadillo de Camden (el barrio, no el actor) para recordar viejos tiempos, él ya había organizado la agenda con otras ideas. La verdad es que no sabía qué haría cuando no estuviera…

El mero pensamiento me provocó un retortijón y me mudó el gesto alegre de la cara.

—¿Estás bien? —me preguntó de pronto, y yo me esforcé por volver a componer la sonrisa de antes.

Sergio bajó unos minutos después. Dado que mi hermano no iba a abandonar el hotel en todo el día, y que sus otros compañeros no se separarían del grupo, él prefirió salir y cubrirnos las espaldas a nosotros. Espalda que, por cierto, me molestaba considerablemente por culpa del tatuaje y la capa de plástico que debía llevar para protegerlo. Aunque el esfuerzo merecía la pena: me lo había mirado por la mañana y la verdad es que quedaba genial la bola 8 con las alas de fuego justo al comienzo de la espada.

—Muy bien, chicos —dijo Sergio, enseñándonos las llaves del coche—. Vosotros decís adónde vamos.

—No será necesario conducir —le dijo el americano—: está a quince minutos andando.

The Attendant, me dijo que se llamaba de camino allí. Una cafetería en Foley Street de lo más particular de la cual había oído hablar en algún programa de televisión y quería visitarla.

—Dicen que tienen el mejor café de Londres —añadió, emocionado.

Por el camino no nos asaltó ningún periodista ni tampoco ningún fan. Y en lugar de ofenderme, como seguramente me habría pasado unos meses atrás, sentí un alivio inmenso.

Con lo sucedido en los últimos días, lo cerca que había estado de perder por completo a mi hermano y a mi grupo de amigos, había empezado a entender que prefería no seguir regalando de esa manera mi vida privada. El canal de YouTube, los eventos como el concierto de esa noche o alguna entrevista esporádica eran la única parte de mí que quería mostrar a los desconocidos. El resto, ahora lo veía claro, prefería guardarlo solo para mí y evitar de ese modo los flashes que buscaban inmortalizar otros momentos que no surgieran de mis méritos propios. Suficiente daño había hecho ya mi ansia por convertirme en una estrella a cualquier precio.

Cuando Ícaro anunció que ya habíamos llegado, pensé que se había equivocado. En mitad de la acera solo había una estructura de hierro negro con un par de bancos pegados que más bien parecía la entrada a un aparcamiento o a unos baños antiguos. Pero en la parte superior podía leerse con letras claras el nombre de la cafetería.

—Hemos quedado dentro —se limitó a decir, y echó a andar escaleras abajo.

—¿Hemos quedado? ¿Con quién? —pregunté, pero Ícaro no se detuvo a responder.

Una vez en la cafetería, sonreí orgulloso de mí mismo: había acertado de pleno, aquel lugar era un antiguo cuarto de baño. Un cuarto de baño de verdad. Con sus urinarios y todo, ahora reconvertidos en las originales patas de una larga barra en la que algunos apoyaban su desayuno sentados sobre taburetes altos. Las paredes, de adoquines verdes y blancos, las lámparas y la cisterna en el techo eran casi toda la decoración del sitio, y parecían los originales. Enfrente de los urinarios, los camareros servían café, té y una variedad inmensa de sándwiches y dulces.

Iba a decirle a Ícaro lo chulo que me parecía el sitio cuando él levantó el brazo y saludó a alguien al fondo del local. Era un hombre trajeado, de pelo cano y mandíbula cuadrada con algo de barriga, gafas y una sonrisa amable. Seguí a mi amigo, esquivando a la gente que se apelotonaba para hacer su pedido, hasta que llegué a su lado.

—Travis, te presento a Leo Serafin —dijo Ícaro después de saludarse ellos—. Ha venido de Estados Unidos solo para conocerte.

—Así es —respondió el otro con acento americano—. Icarus me ha hablado mucho de ti.

Yo miré a mi amigo de soslayo mientras le estrechaba la mano al desconocido.

—Vaya… Me encantaría poder decir lo mismo —me disculpé—, pero ahora mismo no caigo en…

—Tranquilo —me cortó él—, ya me dijo que prefería no decirte nada. Una sorpresa, según él.

—Parece que este viaje va de sorpresas… —musité para mí mientras me agenciaba uno de los dos taburetes libres que había conseguido Ícaro.

Sergio, aunque no tenía por qué hacerlo, tomó nota de lo que queríamos pedir y se puso a hacer la cola mientras nosotros hablábamos.

—Leo —dijo mi amigo, controlando a duras penas la ilusión en su voz—, Travis es uno de los productores ejecutivos de la cadena de mi padre.

—Y uno de sus amigos más antiguos —añadió el otro, y le dio una palmada en el hombro—. Y estamos interesados en ti.

—¿En… mí? —pregunté. No podía haber escuchado bien.

Ícaro asintió emocionado.

—Quieren ofrecerte un espacio en el canal. Un show para ti.

—El show de Leo —dijo Travis—. ¿Cómo te suena? El título es provisional, por supuesto. Pero nuestra intención es arrancar con él la próxima temporada, si tú estás de acuerdo y…

Me volví hacia Ícaro con el ceño fruncido y el corazón escalando la garganta e intentando escapárseme por la boca.

—¿Esto es una broma? —pregunté—. Porque si lo es, no me hace ni…

Ícaro negó con la cabeza sin que menguase ni un centímetro su sonrisa.

—No, tío. Te juro que no fue idea mía —me dijo—. En serio.

—Nos encanta tu canal, Leo —me aseguró Travis, y aunque tardé unos segundos en mirarle a los ojos, cuando lo hice pude ver que era sincero—. Hemos estudiado tu… peculiar carrera desde el principio, y en ninguna parte te ves tan suelto, tan natural y tan único como cuando hablas a tus seguidores por el canal. Cuando descubrimos que eras buen amigo de Icarus, le llamamos para concertar una cita contigo.

Si hubiese sido el antiguo Leo, el que se quejaba por no tener paparazzi esperándole a la puerta del hotel, habría pedido a gritos un boli para firmar el contrato allí mismo con los ojos cerrados. Pero, para bien o para mal, ya no era el mismo. Por eso dije:

—Es la falta de guión lo que me hace ser… así en el canal. ¿Hasta qué punto estaré controlado si empiezo a trabajar en vuestra cadena? ¿De cuánta libertad dispondré?

—De la misma que ahora, prácticamente.

—Ya… Es el «prácticamente» lo que me preocupa. Lo digo porque me conozco: llevo años intentando actuar, y estaréis de acuerdo conmigo en que no es lo mío. No sé ser otras personas.

—¡Pero es que no queremos que seas otras personas! Se te da demasiado bien ser tú mismo. Escucha: esto solo es una primera toma de contacto, ¿de acuerdo? Te enviaremos todas las ideas que habíamos pensado y tú decides. Te vienes a Nueva York y haces la prueba, cambiaremos lo que consideres necesario… Pero, Leo, te queremos en la cadena. Queremos ese entusiasmo que desprendes, queremos que los millones de seguidores que tienes en la red te sigan desde nuestro canal, queremos ofrecerte un equipo técnico profesional…

—Y un salario nada desdeñable, no nos olvidemos —añadió Ícaro—. Podrás irte con Selena.

—Sí, eso es —dijo Travis—. Se me había olvidado: también queremos trabajar con la chica que te descubrió.

Aquello sí me hizo sonreír.

—¿Entonces…? —insistió el director ejecutivo—. ¿Te hemos convencido?

—Tendré que revisar los detalles… pero me suena realmente bien. Gracias —añadí, primero mirando a Travis y después a mi mejor amigo—. Gracias, tío.

Él hizo un ademán con la mano.

—Ya te he dicho que yo no he hecho nada; solo tienes lo que te mereces.

Sergio se unió a nosotros cuando trajo la comida y las bebidas y alargamos la mañana sin darnos cuenta hasta que llegó la hora de la comida. Nos despedimos de Travis y, aunque se había levantado un viento frío bastante molesto, regresamos caminando al hotel.

—Eres un cabrón —le dije a Ícaro en cuanto estuvimos solos. Sergio andaba unos pasos por detrás de nosotros—. ¡Eres un cabrón!

—Soy un genio —respondió él—. Eso es lo que soy. Aunque en realidad no he tenido que hacer nada para convencerles: me llamaron absolutamente convencidos, tío. En serio, Leo: les encantas. Si no, no te habrían ofrecido lo que te han ofrecido. ¡Y mucho menos habrían venido hasta aquí para hablar contigo en persona!

Aunque intentaba ocultarlo, parecía que alguien hubiera encendido una caja de fuegos artificiales y petardos en mi pecho. Trabajo. En Estados Unidos. En la televisión. Haciendo lo que me gustaba. Joder, ¡dirigiendo mi propio show! Le pasé el brazo por encima a Ícaro y le estreché contra mí sin dejar de andar.

—Te debo una —le dije.

—No me debes absolutamente nada. Esto te lo has ganado tú solo. Yo solo he acelerado el proceso, ¿entendido?

—¡Sí, capitán! —respondí.

—Además, soy yo el que está en deuda contigo por abrirme los ojos…

Me volví para mirarle sin entender de qué hablaba.

—Hoy he llamado a mi padre: vuelvo a casa —dijo—. Voy a… intentarlo. Voy a seguir luchando. Por él, por ti, por mi madre, por los demás… supongo que por mí también.

La revelación me dejó petrificado y me devolvió de golpe a la vida real. ¿Cómo era capaz de alegrarme por una nimiedad como un trabajo cuando la vida de mi mejor amigo estaba pendiendo de un hilo?

—¿Sabes? —le dije—. Voy a aceptar el trabajo. Aunque solo sea para hacerte de niñera, que ya sabemos lo quejica que eres…

Ícaro soltó una carcajada que me devolvió un poco de optimismo.

—No lo hagas por mí.

—Sí, sí —insistí, fingiendo absoluta seriedad—. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, y si tengo que viajar a Nueva York, ganar un pastón y salir por la tele para cuidarte en mis ratos libres, ¡pues qué le vamos a hacer!

—Eres un auténtico capullo, Leo Serafin. Lo sabes, ¿no?

—Por supuesto. Pero me esfuerzo día a día por ser tu capullo favorito.

—No hace falta que te esfuerces mucho más —respondió, dándome un leve empujón—. Ya lo eres.

Pasamos el resto del día con los demás: comimos en el hotel y ellos siguieron después con el ensayo. Selena aprovechó que me tenía allí para grabarme un rato haciendo el tonto y después incluirlo en el montaje del canal.

Aparte, grabé un segundo vídeo más corto recordando el concierto de esa noche para los despistados. Y ya que estábamos, saqué el dado de Tonya y en directo le pregunté si iba a ser alucinante. Como no podía ser de otro modo, la yema del dedo terminó sobre el «Sí», y lo mostré a la cámara, triunfante.

Después, cuando se subió a la habitación a editar y a colgar el vídeo, la acompañé y le conté la conversación de por la mañana con Travis e Ícaro.

—Leo, eso es… ¡increíble! —me dijo, sinceramente contenta. Se puso de pie y me dio un abrazo—. Enhorabuena.

—Enhorabuena a ti también, porque quieren contratarte.

Le expliqué lo que el productor nos había dicho y sentí que me faltaba el aire de la alegría al ver cómo se le agrandaban los ojos y se le ponía una sonrisa idéntica a la mía. Habría que ver las condiciones, le dije, pero de primeras estaba tan encantada como yo con la idea. Selena me volvía loco a cada segundo que pasaba con ella.

Para ir hasta Hyde Park alquilamos un minibús en el que cupiéramos nosotros once y los cuatro guardaespaldas. Puede que alguno estuviera nervioso, pero ninguno daba muestras de ello. Habíamos pasado la tarde riendo, poniéndonos al día de lo que no había dado tiempo la tarde anterior y votando los temas que más nos gustaban y el orden para que los interpretaran.

—Espero que venga gente —dije con el sentimiento de preocupación de siempre.

—Y si no —respondió Chris— siempre podemos tocar para nosotros solos y después irnos a un bar a terminar la noche.

—Ah, eso desde luego: lo del bar es obligado —dictaminó David, y todos tuvimos que darle la razón.

Aarón, que iba a mi lado, en el centro, se inclinó entonces hacia delante y tomó aire.

—Me parece, Leo, que no vamos a tener que preocuparnos… Mira.

El coche redujo la velocidad en ese instante en el que ingresamos en el parque por Brook Street. La gente se amontonaba a ambos lados de la carretera, camino del lugar más iluminado de todo el parque en ese momento. Entre el Serpentine, el río que cruzaba Hyde Park, y la carretera, había un amplio descampado libre de vegetación en el que se había colocado el escenario. Además de la empresa de seguridad que Ícaro y Camden habían contratado, también había una patrulla de policías que nos dejaron pasar al otro lado del escenario para aparcar allí y bajarnos sin peligro. Pero en cuanto la gente advirtió que el coche tomaba un rumbo distinto y se salía de la carretera, sumaron dos y dos, descubrieron que nosotros íbamos dentro y comenzaron a gritar y a intentar alcanzarlo. Por suerte, en cuanto cerraron las vallas que habían colocado, siguieron andando en busca de un buen sitio para disfrutar del concierto al aire libre.

—Joder, qué frío —me quejé al salir del coche, frotándome los brazos por encima del plumas que me había comprado a propósito el día anterior. Aún faltaban cuarenta minutos para que empezara el espectáculo, y tenían que probar las guitarras, los micrófonos, el órgano eléctrico que habían traído y la batería.

—¿Una batería? —preguntó Ícaro—. Eso es nuevo, ¿no?

—Eh, sí —intervino Shannon—. Me apetecía recordarle a la gente uno de mis talentos ocultos.

Hasta que esa tarde no lo había comentado, a mí también se me había olvidado el impresionante espectáculo que la chica ofreció en T-Stars con las baquetas.

Un par de técnicos de sonido llegaron entonces para ponerles los micrófonos de diadema y pedirle la guitarra acústica a mi hermano para comprobar que funcionara bien.

El tiempo pasó volando, y antes de que quisiéramos darnos cuenta ya habían salido al escenario los cinco artistas. Nosotros, Emma, Ícaro, Oli, David y yo, nos mezclamos con la gente entre el público y comenzamos a aplaudir. Selena, por su parte, también subió al escenario, pero ella con la cámara en mano para poder grabarlo todo de una manera más cercana.

En cuanto los focos iluminaron a los artistas, la gente reaccionó con unos alaridos y unos aplausos a los que nos sumamos con el mismo entusiasmo desbocado. La marea de gente se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Allí debía de haber reunidas más de dos mil personas, apelotonadas, dispuestas a darlo todo por sus ídolos.

Mientras Zoe y Aarón interpretaron los temas que más habían gustado en los conciertos anteriores, Shannon sorprendió con nuevas versiones de sus canciones más famosas y Camden nos dejó a todos boquiabiertos con algunos números de musicales tan populares como El Fantasma de la Ópera, Rent o Wicked. De hecho, el público se pasó minutos aplaudiendo sin parar cuando terminó de cantar una versión a tres voces de «Defying Gravity» junto a Shannon y a Aarón.

Los minutos transcurrieron a la velocidad de la luz. A pesar de estar rodeado por desconocidos, me sentía tan bien acogido como si estuviera entre amigos. Nosotros cantábamos con el público todos los temas a voz en grito, abrazándonos entre nosotros, alzando los móviles, haciendo los gestos de «ILU» que yo inventé para la canción hacía tanto, tanto tiempo, y hasta saltando como posesos cuando la ocasión lo requería.

No quería que se acabara aquella noche. No quería que llegara el siguiente amanecer y tuviéramos que separarnos. Que tuviéramos que seguir con nuestras vidas. Con un futuro tan incierto que daba miedo afrontarlo.

Ellos eran mi familia. La que yo había escogido. Aarón, Ícaro, Emma, Zoe… Selena. Los seis que habíamos viajado durante tantos días por Europa, que habíamos vivido tantísimo sin apenas darnos cuenta, y los que nos estaban acompañando en aquella noche.

Agarré el dado de Tonya y lo apreté con fuerza entre mis dedos. Tan claro como que el corazón de mi bola 8 se encontraba presente en las veinte caras de aquel dado, sabía que el mío había quedado repartido entre ellos, entre mis mejores amigos. Y que mientras siguieran a mi lado, nadie podría hacerme tanto daño como para conseguir que me rindiera.

—¡Y ahora, querido público, tenemos una sorpresa muy especial para alguien muy, muy especial! —anunció Aarón.

Había llegado el momento.

Nosotros nos miramos. Todos excepto Ícaro, que aplaudía y gritaba sin saber que mi hermano se refería a él hasta que, con un grito y una salva de aplausos, pidió que Ícaro Bright subiera al escenario.

El americano nos miró con unos ojos de terror que hicieron que me atragantara de la risa. Y aunque se resistió, entre todos conseguimos arrastrarle hasta la plataforma a través de la masa de gente que se abría para dejarnos pasar entre aplausos y algún que otro pellizco en el culo que no me pasó desapercibido.

—Sois unos cabrones —dijo Ícaro en voz baja. Oli, David y Emma también habían subido con nosotros y saludaban con timidez—, ¿qué me habéis preparado?

—Ahora te jodes. Tanta sorpresita, tanta sorpresita —le dije entre risas—. Pues esta es para ti.

—¡Como veis —siguió diciendo mi hermano por el micrófono—, nuestro buen amigo Ícaro no tenía ni idea de que esto iba a suceder! Pero queremos que le deis un fuerte aplauso porque él es quien ha hecho posible, con ayuda de Camden, que este concierto y, en realidad, todos los que hemos dado por Europa, hayan tenido lugar.

La ovación que recibió superó cualquiera de las anteriores, y él la recibió con una divertida reverencia que supe con seguridad que habría enamorado a más de uno.

—Lo que vosotros no sabéis es que Ícaro es un gran admirador de Doctor Who —añadió Aarón con la soltura del profesional en el que se había convertido. En cuanto mencionó el título del programa, se desató una nueva oleada de aplausos—. Y que siempre ha querido conocerlo sin saber que en realidad él es el auténtico Doctor.

Y con aquellas palabras, Shannon, que se había colocado en la batería, comenzó a tocar la base del tema original de la serie. A continuación entraron Zoe con el violín y mi hermano con la guitarra, y cuando las primeras lágrimas rodaron por las mejillas de Ícaro, que no sabía nada de aquello, Emma y Camden se unieron a la canción con sus voces ante la mirada atónita del americano y de todos los que estábamos allí reunidos.

Era la primera vez que escuchaba aquella música, pero ya fuera por la emoción del momento, el alucinante talento de sus artífices o las miradas de fascinación de la gente, me pareció la melodía perfecta para concluir aquella noche.

Y cuando terminó, todos nos acercamos para darnos el abrazo más sincero y fuerte que hubiéramos compartido nunca sin importarnos quién estuviera mirando. Sentí que los aplausos que nos dedicaban no provenían solo de aquellos que se habían reunido esa noche para vernos, sino del mundo entero… del universo; que llegaba de más allá de las estrellas, con los vítores y las ovaciones de quienes estaban sin estar, y que las felicitaciones no eran solo por el concierto, sino por haber logrado, al menos durante un fugaz instante, hacer de esta vida algo épico y memorable.

Algo que, pasara lo que pasase, ninguno, jamás, olvidaríamos.

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