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Seize a chance, follow a dream

Be yourself, don’t plan and scheme.

The Sound of Arrows, ‹‹Magic››

Selena me esperaba en la cafetería donde nos habíamos citado, sentada a una de las mesas del fondo. No había ni rastro de su gabardina color crema. En su lugar, un abrigo oscuro reposaba sobre la silla de al lado junto a un paraguas. Su vestido azul con ribetes blancos dejaba a la vista un par de piernas que podrían haber protagonizado cualquier anuncio de medias o de cereales con fibra.

En la fiesta había asumido que era de algún curso más bajo que el mío y, por tanto, más joven que yo. Pero aquella idea se me fue de la cabeza cuando la vi allí sentada, con el portátil abierto y tecleando como si no existiera nada más importante en el mundo; la luz de la pantalla reflejada en sus gafas.

Cuando alzó la mirada y me vio en la puerta, cubierto con mi cazadora de cuero y el gorro de lana negro, alzó el brazo para que me acercara y después cerró y guardó el ordenador en una funda de tela.

—Me alegro de que pudieras cambiar la hora. Gracias por venir —le dije mientras le daba la mano por saludo.

—Gracias a ti por decidirte a llamarme. ¿Qué quieres tomar? —Le hizo un gesto a la camarera y yo pedí un café con leche; todavía sentía la nube de la resaca sobrevolando mi cabeza y necesitaba estar despejado para mantener aquella conversación.

Había recibido su e-mail de respuesta a lo largo de la noche, pero no lo había visto hasta que Zoe me había despertado con su violín. Después de que Ica nos contara sus planes para esa noche, tuve que cambiar la cena por un café tardío y, como lugar, una pequeña cafetería en el barrio de Alonso Martínez, cerca de la plaza Santa Bárbara, y decorada entera con temas de cine que Sophie había descubierto mientras vivió en Madrid conmigo.

Me había propuesto, como reto personal, recuperar todos aquellos lugares de los que, de alguna manera, ella se había apropiado en mi cabeza. Y pensé que esa tarde era tan buena como otra cualquiera para seguir con la reconquista.

—No tienes muy buena cara —me dijo la periodista guardando las gafas de pasta en la funda, que a su vez guardó, en su enorme bolso negro.

—He pasado una noche bastante… ajetreada —contesté esbozando una sonrisa cansada. Después añadí—: Antes de empezar, quiero pedirte que nada de lo que hablemos aquí hoy salga de esta cafetería.

—Lo prometo.

—No tengo ningún papel para obligarte a firmar, solo tu palabra. Si algo de todo esto se filtra, no volverás a verme ni a tener la oportunidad de acercarte a mí.

—Ya has visto que juego limpio.

Tardé unos instantes en hacer como que sopesaba todas las posibilidades que ya había valorado antes de salir de casa. Después asentí conforme, y me relajé. Total, de haber algún mal, ya estaba hecho. Sabía que Cora nunca, jamás, bajo ningún concepto, me habría permitido quedar con una periodista a solas para hablar sobre mi vida. Pero Cora ya no estaba, y ahora era yo quien tomaba todas y cada una de mis decisiones.

—Había pensado comenzar un canal de YouTube —dije por entrar en materia cuanto antes—. Una amiga me ha dicho que están bastante de moda y que podría servirme para dar a conocer al mundo las historias que hay detrás de las cámaras, de los castings, de los rodajes. Y aprovechar para contar… bueno, la verdad sobre Play Serafin. O al menos las razones reales por las que Aarón y yo nos embarcamos en esa locura, o lo que surja. ¿Cómo lo ves?

—Caramba, me ahorras muchísimo trabajo: era justo lo que había pensado proponerte yo. Así que lo veo estupendamente. Pero ¿hasta qué punto estás dispuesto a hablar?

Medité la respuesta unos segundos antes de responder:

—Quiero limpiar mi nombre, y si para eso tengo que mancharlo con la verdad… que así sea. No me arrepiento de ninguna decisión tomada, pero como cualquier persona yo también cometo errores. Y, no sé, ahora prefiero que me consideren alguien corriente, que también comete fallos y también sufre, que no seguir siendo un personaje casi de ficción, una marioneta…

Ella asintió, conforme con mis palabras, y me preguntó si ya tenía el equipo necesario. Yo la miré sin comprender.

—Hasta donde sé, es cuestión de una cámara y de conexión a internet para subir lo que grabe, ¿no?

—Bueno, sí. En teoría es eso. Pero creo que alguien como tú, que ya tiene un nombre…

—… que pretendo limpiar.

—Sí, que pretendemos limpiar. Alguien como tú necesita entrar por la puerta grande. Una buena cámara y una buena iluminación son absolutamente necesarios en tu caso. Por supuesto, podrías combinarlos con vídeos más caseros, más espontáneos, pero te recomiendo que, siempre que puedas, pienses a lo grande.

—Yo siempre pienso a lo grande —le repliqué, divertido.

En ese momento nos trajeron los cafés.

—Mi propuesta —continuó Selena— es la siguiente: dirigirte levemente a la hora de grabarte los vídeos para que tengan cierta continuidad, cierto orden. Sin ningún tipo de censura, lo prometo. Al ritmo que tú quieras. Y, si me dejas, podríamos combinarlos con entrevistas personales que yo te haría, también en vídeo, y que colgaríamos en ese mismo canal.

—La última vez que trabajé con una web similar, salí bastante escaldado —dije con la mente puesta en Kevin y preguntándome qué habría sido de él.

Selena alargó entonces la mano y me agarró el brazo. En su muñeca quedó a la vista un pequeño tatuaje con forma de mariposa.

—No vamos a firmar ningún contrato para esto tampoco —dijo—. Cuando quieras dejarlo, podrás dejarlo. Lo único que te ofrezco es la plataforma y mi ayuda. No quiero dinero a cambio. No quiero menciones en tus redes sociales ni tampoco un puñado de secretos inconfesables para vender al mejor postor. A no ser que tú quieras dármelos, claro.

¿De dónde había salido esa chica?, me pregunté mientras ganaba tiempo dándole un sorbo a mi café. ¿Qué era lo que quería de mí en realidad? ¿Por qué estaba tan interesada en limpiar mi nombre cuando no nos conocíamos de nada? No podía ser que existieran esa clase de buenos samaritanos. No actualmente. Y así se lo dije.

—Siento que pienses así —me replicó ella, mirándome con un sentimiento de lástima que, más que molestarme, me hizo sentir diminuto—. Pero me temo que, una vez más, solo tengo mi palabra para convencerte. Eso y una historia.

—¿Una historia?

—¿No quieres escucharla? —dijo para pincharme—. ¿Acaso Leo Serafin es demasiado mayor para cuentos?

—Solo para los que tienen finales felices.

—Bueno, este todavía no tiene final escrito, si te sirve de consuelo.

Yo me acomodé en la silla, me terminé el café y me crucé de brazos, listo para escuchar.

—Esta historia habla de una chica a la que, como a muchas otras, la maltrataban en clase. Sus padres, aunque estaban enterados del asunto, ni tenían tiempo para actuar ni hubieran sabido qué hacer. Así que la niña creció y aprendió a defenderse del mundo por sus propios medios.

—Es todo muy bonito —dije.

—No tanto. La manera en la que aprendió a protegerse de los ataques fue atacando ella primero. Descubría los secretos más sucios de sus compañeros, de la gente que le molestaba, incluso de los profesores que le caían mal, y los exponía de la manera más cruel posible para que los conociera todo el mundo.

Mientras hablaba, Selena no apartaba los ojos de los míos. Apenas parpadeaba y su voz, cálida y grave, con acento extranjero, arrastraba consigo no solo las palabras, sino una mezcla de nostalgia y de rabia, de tristeza.

—Y así le fue: sin amigos, sin pareja y cada vez más amargada hasta que un día conoció a alguien que le hizo comprender que esa forma de ser no solucionaba nada, y que siempre habría alguien que intentaría amargarle la vida. Que era mejor echar una mano a quien se lo mereciera y, no sé, supongo que hacer del mundo un lugar mejor…

—Buen consejo.

Selena asintió.

—Lo fue. Y el tío que se lo dio era tan interesante, sabía tanto de todo, que al final pasó lo que tenía que pasar.

—Uf, el amor entra en escena. Ya la hemos cagado… —dije, y ella asintió con resignación.

—Sí, ella se enamoró de él. Y empezaron a quedar a diario, aunque solo fuera para hablar y hablar y hablar… Su mundo empezó a girar solo a su alrededor. No le importaba nada que no tuviera que ver con él. Y al final de todo ese tiempo compartido…

—Se hizo monja —la interrumpí.

—Tú sí que sabes reventar el clímax de una historia —me espetó. Le pedí disculpas sin poder contener la risa, y ella continuó—. No, no se hizo monja. Pero llegó a creerse que el mundo no era tan malo como ella pensaba y que merecía la pena darle una oportunidad y utilizar su don de desenmascarar a los demás para otros fines.

—¿Como por ejemplo…?

—¿Alguna vez te han dicho que eres desesperantemente impaciente?

—No te quejes, significa que me está gustando la historia.

Selena me miró unos segundos, sopesando si seguir o si castigarme con su silencio, pero al final dijo:

—Para echar una mano a quien ella considerase que lo merecía.

—¿Y yo lo merezco? —pregunté.

—Ella cree que sí. Por eso me gustaría ayudarte. —Selena se acarició distraídamente la mariposa en el interior de su brazo derecho.

—Me da que eso tiene algo que ver con la historia —dije señalando el dibujo.

—Es un símbolo de renovación, de cambio. De superación —se limitó a decir.

Después se quedó en silencio y yo la miré con el ceño fruncido y un millón de preguntas en la cabeza.

—Es una historia muy bonita —comenté después de unos segundos—, y, oye, me encantaría conocer el final, en serio. Pero aunque te agradezco tu interés, las últimas veces que me he aliado con alguien para llevar a cabo un proyecto… he salido escaldado. Además, hay algo que no me has dicho todavía: tú tienes jefes, ¿no?, los directores de la web, alguien que te pida cuentas…, ¿qué dicen ellos de todo esto? ¿De verdad te dejan hacer lo que te dé la gana? ¿Me dejan a mí hacer lo que quiera? ¿Decir lo que se me pase por la cabeza?

—Como esa respuesta requiere su tiempo, ¿te importa si salimos fuera y te la cuento mientras me fumo un cigarrillo?

Tras pagar, abandonamos el local y nos encontramos con un Madrid ya nocturno, con las calles empapadas, pero el cielo, después de una tarde de tormenta, ofreciendo una aparente tregua.

—Mis jefes solo se preocupan de que no bajen las visitas —explicó cuando terminó de liarse el cigarrillo y echamos a andar sin rumbo—. Les propuse hablar contigo y les pareció fantástico. Como imagino que sabrás, tu nombre siempre viene acompañado de polémica. Y la polémica trae de la mano las visitas.

—Que hablen de uno, aunque sea mal —comenté con ironía. Nunca me había gustado ese dicho, y ahora menos.

Ella se adelantó unos pasos para mirarme de frente y siguió andando marcha atrás.

—Pero eso puede cambiar. ¿No ves que la gente podrá saber tu versión de todas las historias que quieras contar? El objetivo principal de esos vídeos es el de desmitificar la figura de Leo Serafin, ¿no? Hacerle de carne y hueso para el resto de los mortales.

Supuse que sí, que el papel de famoso se me había dado fatal. A lo mejor, si me presentaba como un tipo corriente con una cara más bonita que la de la media y un puñado de secretos por revelar sobre cómo llegar a ser una estrella, me ganaría algún que otro corazón.

Por otro lado, si esta vez no funcionaba…

Bah, interrumpí aquel pensamiento ipso facto. No pensaba ni planteármelo. Siempre que pensaba que algo saldría mal, al final acababa saliendo mal. Era yo quien trastocaba mi karma con aquellos pensamientos tan negativos. Era subir vídeos y hablarle a una cámara. Sin guión, sin directores tocapelotas, sin problemas de audiencia. Solo mi público y yo. ¿Qué tenía que perder?

—De acuerdo. Lo haré.

Tomar la decisión y que se desatara un monzón sobre nuestras cabezas fue todo uno. Me calé el gorro hasta las orejas mientras Selena abría su paraguas y nos cubría a los dos. Después corrimos hasta un portal cercano, donde ella me preguntó si había oído lo que creía haber oído.

—Sí, lo haré —repetí, los dos sobre el escalón de aquel edificio. El humo de su cigarrillo nos envolvía como una serpiente bajo el paraguas inclinado. El pelo rubio y largo le caía sobre el abrigo negro como una capucha.

—En ese caso, déjame unos días para preparar una lista de posibles ideas por si no sabes con qué empezar —la verdad es que no sabía con qué empezar— y después añade tus propuestas y les haremos hueco. ¿Te parece?

—Me parece perfecto.

—Os he reunido aquí esta noche porque tengo algo que proponeros —dijo Ícaro con tono solemne cuando estuvimos todos sentados a la mesa—. No tenéis que responder esta misma noche a mi propuesta. Os doy de plazo hasta mañana para que lo meditéis.

—Me estás dando miedo —comenté. Frente a mí, Aarón y Zoe miraban con unas sonrisas dubitativas a Ícaro, tan perdidos como yo.

Cuando llegué a casa, nuestro invitado había dispuesto la mesa del salón como si fuera la última cena que íbamos a compartir con él: no solo estaba todo cuidado hasta el último detalle (velas incluidas), sino que además se había encargado de llamar a un espectacular restaurante que servía la comida en casa y que había preparado una bandeja de solomillitos con guarnición de manzana y cebolla confitada. La casa entera olía como nunca. Básicamente, como cuando vivíamos con nuestra madre.

Para más asombro, Ícaro se había vestido con unos pantalones oscuros, camisa, corbata y chaqueta con coderas.

—No hay nada que temer, mi joven amigo —contestó él mientras le íbamos pasando los platos para que nos sirviera la comida—. Mi proposición es tan sencilla como… un viaje.

—¿Adónde? —pregunté yo.

—¿Cuándo? —quiso saber Aarón.

Ícaro dejó los platos de servir en la bandeja y soltó un soplido.

—¿Os importaría dejarme terminar antes de empezar con las preguntas? —Se sentó, extendió la servilleta sobre sus rodillas con calma, para darle aún más dramatismo al asunto, y probó la carne. Tras masticar, dijo—: Pues está bien rica. ¿Os gusta?

—¡Ícaro! —exclamó Zoe con una risotada, tan impaciente como nosotros.

—¡Vale, vale! —replicó él—. Qué manera de banalizarlo todo. Pues eso, que quiero invitaros a un viaje por Europa. Seis ciudades, escogidas al azar. El tiempo que dure. Empezando… en los próximos días.

—¿Un viaje por Europa? —preguntó Aarón, que fue el primero en salir del shock—. Pero, Ícaro, ¿cómo nos vas a invitar a los cuatro a un viaje por Europa? Eso es un pastón. A mí me parece bien ir a algún país, y más ahora que estamos todos de vacaciones…

—… algunos forzadas —añadí con un carraspeo.

—Pero podemos pagárnoslo nosotros —concluyó mi hermano.

—¡No! —exclamó él—. La propuesta es la que es: seis ciudades. Yo corro con todos los gastos. El tiempo que dure. O lo tomáis, o lo dejáis.

Mi hermano, Zoe y yo nos miramos entre nosotros y después dije:

—Ya sabes que yo sería el último en rechazar un regalo, y menos uno así. Pero ¿a qué viene esto? ¿Por qué ahora?

—Esa es la segunda condición del viaje —dijo él—: nada de preguntas ni de explicaciones. Lo hago porque quiero. Y lo hago con vosotros porque sois mis amigos.

Como si aquello lo explicara todo, volvió a concentrarse en su plato y siguió comiendo mientras nosotros valorábamos los pros (todos) y los contras (ninguno).

La verdad es que a mí no se me ocurría ninguna razón por la que no hacerlo. ¿Un viaje por Europa? ¿Con los amigos y todo pagado? Por mí, podíamos dejar la cena, preparar las maletas y marcharnos ya mismo.

—¿Y cómo se elegirán las ciudades? —preguntó Zoe al cabo de un momento.

—Lo descubriréis en Barcelona, la primera ciudad —respondió Ícaro—. Eso si aceptáis venir, por supuesto…

—¡Pues claro que aceptamos! —dije, y miré a mi hermano—. ¿No?

Aarón se encogió de hombros y musitó un «supongo» que para mí fue suficiente.

—Pero al menos déjame preguntarte por qué nosotros. No te lo tomes mal, pero… vaya, que me… nos sentimos muy, muy halagados, pero ¿no querrías hacer este viaje con otros amigos que conocieras de hace más tiempo?

Ícaro me puso una mano en el brazo y me lo apretó.

—Leo, si quisiera hacer este viaje con otras personas, lo habría hecho. Pero por muy triste que pueda sonar, en el poco tiempo que os he conocido, os habéis convertido en personas lo suficientemente importantes para mí como para querer hacerlo con vosotros. —A continuación chasqueó la lengua y se echó en la silla—. Vamos, que sois mis únicos amigos. Amigos, amigos, quiero decir. De los que no pedís nada, de los que os preocupáis por los otros. No os imagináis la mierda que hay en los círculos en los que me he movido toda la vida. Lo perdida que está la gente y lo mala que puede llegar a ser. O, lo que es peor, lo fría, hueca y vacía que es. Vosotros… sois diferentes. Y puestos a vivir un viaje como este, he preferido compartirlo con vosotros que con todas esas sombras de personas. ¿Contesta eso a tu pregunta?

—La contesta perfectamente —respondí, emocionado.

—Solo me queda una última cosa que añadir: como no sabía que ibas a estar, Zoe, la idea de este viaje era hacerlo con Leo y Aarón…

—Oh… —musitó la chica, decepcionada—. Bueno, lo entiendo. Si no puedo…

—Espera, espera, no he terminado. La idea era irnos de viaje los tres, pero que cada uno pudiéramos escoger a un acompañante. Seis en total.

—¿Eso quiere decir que Zoe solo puede venir si la elijo? Interesante… —comentó mi hermano—. Tendré que pensármelo, porque no sé si… ¡Au! ¡Joder, que era broma! —exclamó él entre risas cuando ella le soltó una colleja.

—Muy bien. Aarón ya ha elegido. ¿Leo?

—¿Yo? Ni idea —contesté—. ¿Para cuándo tendría que saberlo?

—Dependerá de cuándo queramos salir. Yo preferiría no retrasarlo mucho. ¿Menos de una semana?

Zoe carraspeó entonces y le dio un codazo a Aarón antes de decir:

—Creo que entonces aquí el amigo tiene algo que decir al respecto, ¿verdad, Aarón?

—No sé de qué…

La chica le dirigió una mirada bastante significativa.

—Aarón pretendía presentarse a la próxima convocatoria para sacarse el carnet de conducir, dentro de seis días, ¿verdad?

—¡No era seguro, seguro! —se defendió Aarón.

—Está dentro del plazo —dijo Ícaro—. Por mí, perfecto.

Mi hermano resopló y dejó caer la cabeza para atrás.

—¿Es que no voy a poder librarme de este infierno nunca?

—Sí, cuando apruebes —le dijo Zoe—. Ya verás como nosotros te traemos suerte.

Mi hermano gruñó dándose por vencido.

—Vale, de acuerdo. Pero como suspenda, no volveréis a darme la murga hasta dentro de, como poco, un año.

Hablado todo, y a falta de ultimar los detalles de aquella sorpresa tan inesperada, decidimos concluir la noche viendo una película. Mientras recogíamos entre todos la mesa, me acordé de una pregunta que había querido hacerle a Ícaro antes:

—¿Y tú a quién piensas invitar al viaje?

—Dime que no será ninguno de tus affaires nocturnos, por favor —suplicó mi hermano al pasar por nuestro lado.

Ícaro se rió misteriosamente antes de decir:

—No, yo ya he elegido a mi acompañante… y nos esperará en Barcelona.

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