Live

Live


22

Página 24 de 38

Stop complaining low

Life is pure imperfection.

Nikosia, ‹‹Wabi Sabi Love››

Cada vez entendía menos a las mujeres. Yo, que me había considerado siempre un experto en el tema, ahora me daba de bruces con la realidad. Era como si, a raíz de la infidelidad de Sophie, hubiera perdido mis superpoderes. Como si, al pasar tanto tiempo con Aarón, se me hubiera pegado su debilidad y su melancolía a la hora de pensar en el sexo opuesto.

Sí, las dos noches en Florencia habían estado bien, pero por alguna razón, no fueron perfectas. Por mucho que intenté concentrarme en las curvas perfectas de Giulia, la morena de la noche anterior, mi mente vagaba libremente alrededor de una melena rubia que no lograba olvidar.

No sabía cómo había pasado, pero había vuelto a ocurrir. Por mucho que lo negara, por mucho que lo odiara y no lo quisiera, volvía a estar pillado por una tía. Por una tía que, dicho sea de paso, aparentemente solo me quería como amigo… excepto en los momentos en los que pudiéramos compartir besos de los de verdad.

¡Besos de los de verdad! Yo lo que quería era compartir con ella besos de todos los tipos.

Con un gruñido me incorporé y me quedé mirando por la ventana del cuarto. Fuera, la mañana florentina ya estaba avanzada. A mi lado, Giulia suspiró en sueños y siguió durmiendo plácidamente.

Acabamos, como la noche anterior, en mi habitación, desnudos y agotados. Y aun así, yo no logré conciliar el sueño hasta que oí entrar por la puerta a los demás. Entonces me levanté, y con el pretexto de querer beber agua, comprobé que seguían siendo tres y que Selena no había traído a nadie consigo.

Lo más doloroso era ver cómo ella parecía inmune a mis silenciosas súplicas. ¿Acaso no entendía que cuando besaba a otras chicas era en ella en quien pensaba? ¿Que desde que la había conocido volvía a tener una motivación por la que triunfar? ¿Que si me encantaba la idea del canal de YouTube era en buena medida porque con la excusa de las grabaciones podíamos estar solos sin dar explicaciones a nadie, ni siquiera a nosotros mismos? ¿Y que gracias a ella había terminado de reconquistar el único espacio que aún le pertenecía a Sophie, el de mi corazón y mis recuerdos?

Aparentemente, no. Selena no era consciente. Pero no por ello dejaba de ser menos real.

De pronto oí que se abría la puerta principal y que alguien entraba en la casa. Comprobé en el reloj de la mesilla la hora. Las cinco de la mañana. ¿Desde cuándo mi hermano trasnochaba tantísimo? Decidí que, si quería estar en condiciones para viajar al día siguiente hasta nuestro siguiente destino, Munich, más me valía forzar el sueño. Pero entonces oí las voces airadas de Aarón y de la violinista y un par de puertas que se abrían en el pasillo y no tuve más remedio que levantarme a ver qué pasaba.

En el salón se habían reunido todos menos Ícaro, que debía de estar durmiendo a pierna suelta, como siempre.

—¿Qué pasa? —pregunté en pleno bostezo—. No sabía que hubiéramos quedado en mitad de la noche para contar historias… ¿o queríais fugaros sin mí y sin Ícaro?

Nadie respondió a mis bromas y comprendí que allí pasaba algo serio.

—¿Qué ocurre? —insistí.

—Zoe y Aarón han tenido problemas para volver esta noche al hotel… —contestó Emma.

Problemas es una manera muy suave de exponerlo —replicó la violinista. Después se volvió hacia mí—. La policía nos ha tenido que traer hasta la puerta.

Me volví hacia mi hermano, conmocionado, y le pedí que se explicara.

—Al principio pudimos hacernos cargo de la situación. La gente más o menos estaba controlada y había cierto orden. Intentamos explicarles que solo íbamos a firmar, no a hacernos fotos, para ir más rápido. Pero por supuesto fue inútil. La peña quería fotos, autógrafos y hasta besos.

—No hay mal que por bien no venga, ¿no? —comenté en broma para calmar un poco los ánimos. Aunque por la mirada que me dedicó Aarón, supe que había conseguido lo contrario.

—Me hubiera gustado verte allí —dijo con un tono gélido, tensando los músculos como si quisiera saltar sobre mí—. Me hubiera encantado ver cómo reaccionabas con toda esa gente empujando y gritando e insultándose sin dejar de pedirnos que nos hiciéramos fotos y les firmásemos los malditos autógrafos. En serio, me hubiera encantado saber qué habrías hecho tú, Leo.

Zoe le puso una mano en el brazo, en un gesto tranquilizador, y después habló ella.

—Por suerte no ha pasado de ahí. Ha venido la policía, ha desalojado a la gente, hemos recogido los bártulos y han podido traernos de vuelta.

—Lo sentimos de verdad —intervino Selena—. La próxima vez lo plantearemos mejor.

—No sabemos si habrá próxima vez —anunció la violinista con la mirada clavada en mi hermano.

—¿Cómo que no? —pregunté, escandalizado—. Pero ¡si ha sido un éxito! ¿No era eso lo que buscábamos?

—Te estás ganando un puñetazo en la cara —me advirtió Aarón con la voz ronca—. ¿Por qué no dejas de pensar en ti y comprendes el lío en el que nos podríamos haber metido?

—¡Es que no entiendo por qué nos culpáis a nosotros de lo que ha pasado! —repliqué, cada vez más enfadado—. Si mal no recuerdo, todos estábamos de acuerdo en organizar el concierto. ¡Vosotros también! ¿Qué queríais, que nos quedáramos allí durante horas mientras firmabais vuestros autógrafos?

Aarón dio unos pasos hacia mí y yo me alejé, sin poder evitarlo.

—Lo que queríamos era que no nos dejarais solos. ¿Tan difícil es de entender?

—No, no lo es —dijo Emma, mirando primero a mi hermano y después a mí—. Y no lo haremos más si no tenéis ganas, por supuesto.

—Tampoco necesitamos que nos des tu permiso para hacer lo que nos dé la gana —le espetó Zoe—. A veces parece que se te olvida que ya no estamos en la empresa de tu padre.

Y con aquel comentario, concluyó la discusión. La mirada que cruzaron Emma y la violinista bastó para hacernos entender que la rencilla había cambiado de naturaleza.

—No era mi intención —respondió Emma.

A continuación masculló un buenas noches a todo el mundo y regresó a su cuarto. Los demás, tras unos instantes de silencio, decidimos también que lo mejor era irse a dormir para estar frescos por la mañana.

Antes de desaparecer por el pasillo, me volví para dirigirle una mirada de extrañeza a mi hermano y a Zoe. La situación, que todos habíamos intentado ignorar durante los últimos días, se estaba volviendo cada vez más y más insostenible. Y lo más preocupante era que mi hermano parecía no advertirlo…

Al mediodía siguiente estábamos en la carretera, camino de Munich. Habíamos hecho las maletas y preparado todo en un tiempo récord. Por desgracia, el mal ambiente que se había generado durante nuestra reunión improvisada de madrugada nos había acompañado hasta el coche y se había instalado entre los asientos, el volante y el freno de mano. Incluso las canciones de la radio parecían estimular el malhumor que parecía irradiar de todos nuestro cuerpos. Tan solo Ícaro que conducía ajeno a lo ocurrido, con el codo apoyado en la ventanilla abierta y tarareando las canciones que salían por los altavoces, las conociera o no, mantenía el espíritu alegre del primer día.

En Trento nos detuvimos para comer y estirar las piernas. Tampoco entonces conseguimos rebajar la tensión, y al final tuve que llevarme aparte a Ícaro para contarle lo que había ocurrido durante la noche.

El americano, consternado y sintiéndose culpable por haber provocado aquella situación al haber invitado a Emma sin tener en cuenta las consecuencias, propuso hablar con los demás y zanjar el asunto lo antes posible. Si Zoe y Aarón no querían que hubiera más conciertos, no los habría, aseguró.

—Pero ¡es que ese no es el problema! —le dije cortándole el paso para evitar que fuera a hablar con ellos—. Mientras Emma y Zoe sigan juntas, es cuestión de tiempo que salte todo por los aires.

Evité mencionar, más por pura cobardía que por otra cosa, cómo estaba la situación entre Selena y yo. Y tampoco era necesario comentarle que los hermanos volvíamos a estar enfadados por culpa de la extrema prudencia de Aarón y mi facilidad para decir siempre la verdad, por mucho que doliera escucharla.

—Entonces ¿qué propones? —me preguntó el americano.

—¿Yo? Nada. Esperar, supongo. A que mi hermano se aclare… o a ver quién sobrevive —añadí en broma. Ícaro frunció el ceño—. ¿Qué? Llámame cobarde, pero prefiero no ser un daño colateral. Además, solo quedan tres ciudades, ¿no? Quizá esté exagerándolo todo y en realidad no pase nada…

La respuesta pareció calmarle por el momento, pero me advirtió que si la situación se descontrolaba, intervendría.

—Somos como los geos del amor, ¿eh? —Y le cuqué con el codo.

Una vez más, volví a reírme yo solo de mi propia broma. Debía de estar perdiendo mi punto.

Regresamos al coche y esa vez sí que tuve que subir el volumen de la radio para ahogar las palabras que ninguno queríamos pronunciar. Ícaro desviaba de vez en cuando la mirada para contemplar por el espejo retrovisor los gestos mohínos de los demás ocupantes.

De pronto el motor soltó un rugido espantoso y el americano tuvo que dar un volantazo improvisado para controlar el vehículo. Los chillidos de los de atrás se mezclaron con el chirrido de las ruedas y un fuerte olor a goma quemada. Cuando volví a abrir los ojos, sin saber cuándo los había cerrado, Ícaro había logrado detener el coche en el arcén de la autopista.

—¿Estáis todos bien? —preguntó, volviéndose.

—Joder, ¿qué ha pasado? —Las manos me temblaban sobre el regazo.

—No lo sé.

Nos pusimos los chalecos naranjas y salimos a comprobar el estado del motor (como si supiéramos qué hacer). En cuanto abrimos el capó, una nube de humo nos cubrió enteros. Nos apartamos tosiendo y volvimos para comprobar que, definitivamente, no teníamos ni idea de cómo proceder.

—¿Alguno entiende de motores? —pregunté, pero como esperaba, los otros ocupantes negaron en silencio.

—Genial… —musitó Aarón, bajando también del coche—. Lo que nos faltaba.

—¿Va a explotar? —pregunté, mirando de soslayo el humeante capó—. Lo digo por avisar a las demás para que se bajen.

—No creo —respondió Ícaro, y buscó en su teléfono hasta dar con el número de un servicio de grúas que pudiera ayudarnos mientras las chicas también salían al arcén.

—Simplemente, fantástico… —musitó mi hermano, y yo no pude contenerme más tiempo.

—Si tú sabes cómo arreglarlo, te suplico que lo hagas, genio.

Él bufó en silencio, pero no replicó. Cogió los triángulos de señalización que Emma había sacado del mismo lugar que los chalecos y se alejó para colocarlos.

—¿A cuánto estamos de Munich?

—A unas tres horas y media, quizá más —contestó Ícaro al tiempo que colgaba el teléfono tras una breve conversación en inglés a gritos para hacerse escuchar por encima del estruendo de la carretera.

Selena y Zoe también bajaron para que Ícaro nos explicara la situación a todos.

—La grúa viene ya de camino —dijo—. Nos acercarán a un hotel para pasar la noche y seguiremos el viaje mañana por la mañana, cuando arreglen el coche.

Vinieron a recoger la TARDIS veinte minutos después. Tras ella apareció una minivan en la que nos subimos, cada uno con nuestra maleta. Sin necesidad de explicarle nada a la conductora, nos llevó hasta un hotel cerca de la autopista donde nos habían reservado las dos últimas habitaciones que quedaban libres.

Advertí la intención de Aarón de proponer que él dormiría con Zoe y con alguien más en uno de los cuartos, pero enseguida Ícaro tomó las riendas de la situación y le lanzó una de las llaves a Emma y se quedó la otra.

—Chicos, doscientos cinco. Chicas, trescientos uno. Nos vemos a la hora de la cena.

Y dicho esto, cogió su maleta y se dirigió al ascensor. Mi hermano dijo que prefería estar con Zoe, pero aún debía de quedarme algo de poder de hermano mayor porque con una simple mirada bastó para que nos siguiera sin rechistar.

El cuarto contaba con una cama de matrimonio y una supletoria.

—Leo, sé que te gustaría que tu sueño de dormir conmigo se hiciera realidad —dijo el americano, soltando las maletas—, pero seré bueno y os dejaré a los Serafin compartir la grande y yo sufriré en la pequeña.

Chasqueé la lengua, fingiendo estar ofendido, y me asomé por la ventana. El sol se estaba poniendo tras los camiones que abarrotaban el aparcamiento del hotel.

—La luz del baño está fundida —anunció mi hermano.

—Es para hacerlo todo más romántico —explicó Ícaro, y se tiró cuan largo era sobre su cama, provocando una sinfonía de chirridos.

Mi hermano colocó su maleta a los pies de la cama e hizo el ademán de marcharse, pero le pedí que esperara.

—Quiero ir a ver qué tal le va a Zoe.

—Déjate de chorradas —le espeté—. A Zoe le va perfectamente. No la hemos dejado con una manada de lobos, y tampoco eres su guardián.

Ícaro se incorporó sobre los codos y frunció el ceño.

—Aarón, ¿qué está pasando entre ella y Emma?

—Nada —replicó él, sonrojándose. Pero mis ojos en blanco fueron lo suficientemente elocuentes como para obligarle a corregir su respuesta—. No lo sé. Bueno, sí. Pero no… no sé…

Yo resoplé con impaciencia.

—Ya te digo yo lo que les pasa: celos.

—Pero ¡no tiene motivos! —exclamó mi hermano, apoyándose en la pared con los brazos cruzados—. Ya le he dicho mil veces que Emma es mi ex, nada más. Que apenas compartimos un par de besos antes de que se marchara de Nueva York.

—Sí, Aarón. Es verdad. Pero no quita que sigas sintiendo algo por ella.

—¡Yo no siento nada por Emma! Solo somos amigos —añadió en un tono de voz más calmado.

—No hace falta que nos convenzas a nosotros, sino a ti mismo.

—Yo ya estoy suficientemente convencido.

—¿Seguro?

Aarón levantó la vista, nos miró y, tras unos instantes de indecisión, negó. Ícaro se levantó de su cama y se acercó a él para darle unas palmadas en la espalda.

—Arg, ¡qué cruel puede llegar a ser el juego del amour!

—No te quejes, que al menos tú tienes a las dos chicas rendidas a tus pies.

En cuanto hube pronunciado las últimas palabras, me arrepentí.

—¿A las dos? —preguntó. Y los ojos de Ícaro y Aarón me atravesaron como rayos X buscando respuestas—. ¿Has hablado con Emma de esto?

—Hum… A ver…

—No, a ver, no. ¿Lo has hecho? ¿En vuestra fiesta de pijamas del otro día? ¿Y por qué no me has dicho nada? —Sonaba tan dolido que no pude evitar echarme a reír, lo cual le molestó aún más—. ¿De qué te ríes, idiota?

—Mírate, anda. Hace un segundo te avergonzaba reconocer que seguías pillado por Emma y ahora…

—No te vayas por las ramas, Leo —intercedió Ícaro—. Deja de hacer el capullo y responde a tu hermano. ¿Qué sabes?

—¡No sé nada!

—Mientes.

—Vale, muy bien. Sé que Emma tampoco ha olvidado lo que pasó entre vosotros. ¿Contento?

—No. ¿Eso qué significa? ¿Que volvería a salir conmigo?

—¿Volverías a salir con ella? —le repliqué, golpeándole en el pecho con el dedo índice—. ¿Dejarías a Zoe? ¿Perdonarías a Emma lo que te hizo en Nueva York?

Las preguntas fueron minando la actitud de mi hermano hasta dejarle apoyado de nuevo contra la pared.

—No lo sé —dijo.

—Pues entonces resuelve esas dudas antes de pedirle explicaciones a los demás.

Ícaro se colocó entre ambos y nos pasó un brazo a cada uno por los hombros.

—¿Sabéis qué? Esta noche nos vamos a quedar aquí a hablar. Hay demasiados temas pendientes y muy pocas oportunidades para estar libres de las malditas feromonas que tanto nos atontan. Será una noche de tíos.

—Te advierto que no vamos a desnudarnos, si es lo que pretendes —le dije.

—Bueno, yo solo he hablado de charlar. Pero no te cierres puertas tan pronto, que la noche es joven —replicó él con un guiño—. Pediremos que nos suban la comida aquí.

—No creo que aquí tengan servicio de habitaciones —añadí.

—Seguro que hacen un esfuerzo si se lo pedimos —comentó sacando algunos billetes de su cartera—. Y que de paso suban algo de alcohol, porque me temo que tampoco hay minibar y vamos a necesitarlo.

Ir a la siguiente página

Report Page