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You tell her that the only way her heart will mend

Is when she learns to love again

And it won’t make sense right now.

Robyn, ‹‹Call Your Girlfriend››

—Ya.

La palabra seguía sonando en mi cabeza. Glubs.

Mantuve la expresión congelada en mi rostro. Sabía que si dejaba de sonreír o si miraba hacia Emma o si, simplemente, apartaba los ojos de Aarón, me delataría por completo.

Mi comentario había sido una broma, y no esperaba que ella fuera a replicar. Por eso me había pillado tan desprevenido como para haber soltado aquel maldito «Ya» por el que mi hermano me estaba fulminando con la mirada en ese instante.

—¿O… me equivoco, eh, Aarón? —dije entonces aprovechando la primera maniobra de distracción que se me ocurrió—. Ya veo que no —añadí dándole en el hombro con camaradería.

Pero el gesto de desconfianza de Aarón no varió ni un ápice.

En esas llegamos al hotel y en el intervalo que tardábamos en pagar, intercambié una breve mirada con Emma, que alzó las cejas significativamente en alusión a nuestra metedura de pata.

En el vestíbulo nos encontramos con los otros tres. Mi hermano seguía sin pronunciar palabra, como si estuviera rumiando la escena que acababa de vivir, en busca de alguna grieta que le confirmara las sospechas que yo le había inducido a tener. Por suerte, en cuanto Zoe anunció que se marchaba a dormir, él la siguió a todo correr, olvidando al instante (o eso quería pensar) lo sucedido.

Una vez más, Emma y yo compartimos una mirada silenciosa antes de que ella siguiera a la pareja hacia los ascensores.

—Te acompañamos a la habitación —le dijo Selena a Ícaro, que tenía peor cara y se apoyaba en la barra de la recepción de forma precaria.

—Si quieres irte a dormir, me encargo yo —comenté, pero ella se negó y me ayudó a dirigir los pasos de nuestro amigo hasta su cuarto en uno de los últimos pisos.

Entre los dos lo desvestimos hasta dejarle en ropa interior. Cuando cayó como un saco sobre la cama fuimos a buscar su pijama.

—No tengo… —musitó él entre gruñidos de dolor.

Por supuesto.

—¿Quieres que te traigamos algo? ¿Que avisemos a un médico? —preguntó Selena, preocupada. Pero su negativa fue radical. Estaba bien, aseguró. Solo necesitaba descansar.

—No os preocupéis, me ha debido de sentar algo mal —masculló, acurrucándose dentro de las sábanas.

La periodista y yo nos miramos preocupados, pero sabíamos de sobra que no había nada que hacer si Ícaro no quería que le ayudásemos. Además, parecía que ya se había dormido.

Salimos del cuarto y caminamos de vuelta a los ascensores.

—La verdad es que ahora no tengo ningunas ganas de irme a la cama —confesó ella al abrirse las puertas del ascensor.

—Entonces te invito a la última en el bar de abajo —sugerí.

—Prefiero dar un paseo, ¿te vienes?

—Por supuesto —contesté con una sonrisa.

La noche de Munich era considerablemente más fría que la de Florencia, pero después de los últimos acontecimientos nos vino bien poder tomar el aire y refrescar un poco las ideas.

Caminamos sin rumbo fijo por las callejuelas de la ciudad antigua, flanqueados por los altos edificios de paredes claras. A pesar de la hora que era, aún había gente por la calle. Gente que, a diferencia de nosotros, caminaba con prisa hacia sus destinos.

—¿Qué crees que le ha podido ocurrir a Ícaro? —preguntó Selena unos minutos después de haber abandonado el hotel.

—No lo sé. Supongo que se habrá metido algo que no debía… ya le conoces. Eso le pasa por no compartir —dije en broma.

—A veces se le ve con tanta energía y otras… parece como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Quizá deberíamos hablar con él.

—Le conozco desde hace tiempo y sé que con él este tipo de encerronas no funcionan. Lleva veintiséis años viviendo así y no le va tan mal. Estará cansado, nada más.

Selena dejó de preguntar, pero noté que su curiosidad no había quedado satisfecha. Sonreí al comprobar hasta dónde se dejaba llevar por su vena periodística.

—Así que… un hombre —comenté cuando llegamos a la plaza del glockenspiel.

Ella me miró unos instantes sin comprender antes de saber a qué me refería.

—Créeme, no quieres conocer la historia completa —dijo.

—¿Cómo que no? No se me ocurre mejor plan para este momento y lugar.

La plaza, iluminada por la luz de las farolas del propio Ayuntamiento y de los soportales inferiores, estaba algo más concurrida que las calles por las que habíamos venido. Anduvimos hasta la columna sobre la que se sostenía la estatua de la Virgen María que daba nombre a la plaza y allí nos quedamos, apoyados contra el murete que la protegía de los paseantes y con la vista puesta en el impresionante reloj.

—Se llamaba… bueno, se llama Gabriel —dijo Selena esbozando una sonrisa—. Estoy tan acostumbrada a no hablar de él que, cuando lo hago, los verbos me salen en pasado. Era unos cuantos años mayor que yo y mi profesor en la universidad, en París. Daba historia de la comunicación, aunque pronto dejamos de vernos solo en clase y empezamos a quedar, como te conté: para charlar, ir al cine, tomar cafés, asistir a exposiciones… Dime si no resulta repugnantemente típica la historia —comentó, ladeando la cabeza para mirarme.

—Por el momento me parece repugnantemente romántica. Yo solo me he enamorado de una profesora en mi vida: la que me daba filosofía con quince años, y a lo máximo que llegué fue a invitarla a un Sugus un día que traje una bolsa al colegio. Lo rechazó muy cortésmente.

Selena se rió mientras se deslizaba hasta quedar sentada en el suelo, sin importarle mucho que estuviera sucio. Encantado, la imité y le pedí que siguiera.

—Como en cualquier historia de este tipo, él no dejaba de repetir que no era buena idea lo que estábamos haciendo. Que podíamos meternos en un lío, pero a mí me daba igual. Cuando empezamos a salir en secreto, mi vida dio un vuelco radical. Ya te conté que yo nunca había tenido muchos amigos. Además de solitaria, era una persona… pesimista, según unos, incomprendida según otros. Borde, frívola… creo que me han llamado de todo. Me encantaba estar siempre de malhumor, pero es que tampoco encontraba razones por las que sonreír. Así que por eso, cuando conocí a Gabriel, supe lo increíble que podía llegar a ser el mundo si lo compartía con alguien que me entendiera como él lo hacía. Cuando terminó el segundo curso me dijo que se marchaba a Madrid. Que le habían ofrecido un trabajo en la Complutense y que teníamos que dejar de vernos.

Su voz no transmitía dolor, sino cierta incredulidad y vergüenza por la chica que había sido. Como si le costara recordar que hablaba de ella misma y no de otra persona.

Podría haberle dicho algo, pero sabía que cualquier cosa habría sonado ridícula y banal, así que me limité a permanecer en silencio y a escuchar.

—Por suerte solo se es joven una vez, ¿no? —comentó—. Aunque las decisiones que tomemos nos acompañen toda la vida…

—¿Por suerte? —pregunté.

—Quiero pensar que, cuando se crece, se cometen menos errores.

—Puede que sí… pero también cuesta más aprender. Y cambiar.

Selena se volvió para mirarme con un brillo en los ojos diferente. Fue como si me estuviera redescubriendo y le gustara lo que veía.

—¿Quién me iba a decir que acabaría hablando contigo de algo así? —dijo.

—Nadie, gracias a los dioses. Porque si la vida, encima de una mierda, también fuera predecible, sería para pegarse un tiro.

Selena apoyó su cabeza en mi hombro.

—Entiendo que superaste lo de Gabriel, ¿no? —pregunté—. Entonces ¿cómo acabaste de todas formas en Madrid?

—Sencillo: porque quería volver a verle. Un par de años después, cuando yo ya me había recuperado, en el último curso de carrera fui a España. Necesitaba hablar con él, aunque fuera una última vez, para intentar comprender qué era lo que me había enamorado de él e intentar encontrarlo en otras personas, en otras cosas…

—Eso sí que es una decisión madura y lo demás, tonterías.

Selena se encogió de hombros.

—Ya, bueno. Por suerte sirvió de algo. Aunque lo que me había llamado la atención de él era tan personal como su color de ojos o la manera en la que jugueteaba con el bolígrafo mientras corregía, al final aprendí a verle, a tratarle y a quererle como a un amigo, y él se encargó de presentarme a otras personas con las que podía encajar como no había hecho nunca… y terminó de convencerme de que dependía de nosotros, de nuestros pequeños actos, hacer del mundo un lugar mejor en el que vivir —añadió, acariciándose el tatuaje de la mariposa que llevaba en la muñeca. Antes de que la soltara, la tomé entre mis dedos y reseguí el diseño con la yema del índice en silencio.

—Debo decir que se te da bien eso de salvar a pobres almas en desgracia como yo —comenté. Y me hubiera gustado poder susurrarle aquellas palabras a su muñeca, acompañando mis palabras no de roces, sino de besos.

—Me alegro de que pienses así, porque eres el primero con el que lo he intentado.

—Pues… ha merecido la pena —le aseguré, volviendo la cabeza para mirarla.

Y entonces, como había sucedido en el parque de Barcelona, supe que aquel momento era el indicado.

No quise esperar a convencerme. Me acerqué a ella, y Selena hizo lo mismo, y nuestras bocas se encontraron a mitad de camino, guiadas por nuestras manos, que enseguida corrieron a acariciar nuestras mejillas y nuestros cuellos.

La periodista tenía razón. Aquel beso sabía diferente, era diferente. Ni siquiera los de Sophie habían sido así.

Aquel beso sabía a algo más que a deseo y saliva. Sabía a la noche de Munich, a la soledad en compañía de aquella plaza ahora desierta. Sabía a nuestros cuerpos sentados sobre el empedrado, a nuestras manos intentando encontrar más resquicios de piel escondidos bajo nuestra ropa. Sabía a Selena y a mí, y a las historias que nos habíamos contado y a las que nos quedaban por contar.

Aquel era un beso que, definitivamente, podíamos calificar de real, único y verdadero. Y era nuestro, solo nuestro.

Terminamos en mi habitación, con las sábanas y el enorme edredón blanco que la cubría tirados en el suelo, como nosotros. Fue una noche única e hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos para no cedérsela al día siguiente hasta caer rendidos, desnudos y sudorosos sobre el colchón.

Antes de perder la conciencia, tuve la brillante idea de escribir un mensaje de móvil a mi hermano para decirle que no nos esperasen al día siguiente. Ni para desayunar ni para dar el paseo que yo mismo había organizado con tanta ilusión. Munich había dejado de importarme. Todo el turismo que quería hacer se encontraba en esa habitación, a mi lado.

También le pedí que se acercara a ver cómo se encontraba Ícaro. Me despedí diciéndole que ya nos veríamos directamente en el sitio acordado para el concierto de aquella noche. No aguanté mucho más despierto.

Cuando nos levantamos, era pasado el mediodía y el sol entraba a raudales por la ventana, ya que se nos había olvidado correr las cortinas. No sé cuál fue el beso que desveló a Selena, si el de la mejilla, el de los labios, el del cuello o el de la cintura, pero a diferencia de mí, pasó de viajar entre sueños a encontrarse allí, en la habitación, atrapándome entre sus brazos en cuestión de un segundo. Cuando me acerqué a ella para susurrarle buenos días, ella me respondió juntando sus labios a los míos.

La tarde anterior, antes de irnos al Babylon-2 había dejado el nuevo vídeo de mi canal subiendo con las pistas para que encontraran el espectáculo de Aarón y Zoe en la ciudad alemana. La publicidad en los distintos medios, las noticias sobre los problemas que podían originar conciertos improvisados como aquellos y los diferentes debates que habían surgido en la web de Nosolorumores.com habían aumentado la emoción de aquella nueva faceta mía de los vídeos.

Si bien Selena no permitía que me desviara de la razón principal por la que lo habíamos creado, es decir, hablar de lo que quisiera sin dejar de ser yo mismo, me encantaba aquella dinámica de movilizar a cientos, tal vez miles de desconocidos en países en los que no había estado nunca para que escucharan en directo a mi hermano y a la violinista.

Selena y yo no salimos de la habitación en todo el día. Cuando miré el móvil tenía un mensaje de mi hermano diciéndome que Ícaro ya se encontraba mejor y que no había querido perderse el día en la cama, así que los cuatro se habían marchado a visitar algunos monumentos y a pasear por el Englischer Garten, uno de los espacios verdes más grandes en el interior de una ciudad y donde tendría lugar el concierto esa noche.

—Espero que, en su estado, no se le haya ocurrido hacer la locura del surf que nos contó ayer… —dijo Selena cuando le leí lo que me había puesto Aarón.

Como si nos hubiera escuchado, a los diez minutos me llegó un vídeo grabado desde el móvil en el que se veía a Ícaro vestido con un traje de neopreno que a saber de dónde habría sacado, haciendo surf en uno de los saltos de agua que se originaban en el Eisbach, el arroyo que cruzaba el parque y que nos había enseñado en YouTube el día anterior.

—Está como una cabra. Como una maldita cabra… —dije, aunque me alegró verle tan animado.

Antes de salir a cenar y al concierto, aprovechamos para entrar en el canal y corroborar lo que ya imaginábamos: que el número de suscriptores se había vuelto a disparar y ya estaba rayando el millón. ¡Un millón de personas!, era imposible de creer. Y más alucinante era que, aunque había comentarios negativos y algunos vídeos marcados con pulgares abajo, seguían teniendo muy buena acogida y las opiniones de apoyo se contaban por cientos.

—Mira cuánta gente pide vivir la experiencia, aunque sea a través de la pantalla… —dijo Selena.

—Ya, ¿y eso cómo lo hacemos?

—Grabando todo de un tirón y subiéndolo al canal sin editar ni cortar… y acabo de tener una idea aún mejor —dijo, emocionada. Después me pidió el teléfono para llamar a mi hermano.

Contrariado, se lo pasé y esperamos hasta que Aarón descolgó. Cuando lo hizo, Selena le contó el plan que había tenido y al final añadió:

—También tú podrías grabar un rato a Zoe, durante una canción o dos nada más, y después que ella hiciera lo mismo contigo —resumió Selena—. Seguro que a la gente le encanta esa nueva perspectiva, ¿no? ¿Crees que podrías comentárselo para ver qué le parece a ella la idea?

Mi hermano debió de decir que sí, porque a Selena se le iluminó el rostro con una sonrisa. Cuando colgó, me dio un beso de varios segundos antes de seguir estudiando la red.

Nuestra sección de Nosolorumores.com era la más visitada con una diferencia de miles de clicks en comparación con la siguiente más valorada.

—¿Qué te dice tu jefa de ello? —le pregunté, intercalando cada palabra con un beso en su hombro descubierto.

—La verdad es que no he mantenido mucha correspondencia con ella estos días —confesó—. Pero créeme, si estuviera disgustada, ya lo sabríamos. Y esta nueva idea le va a encantar.

A las nueve de la noche cogimos la TARDIS para ir hasta el Englischer Garten. El lugar, considerado uno de los jardines urbanos más grandes de Europa, impresionaba tanto o más que Central Park. Habíamos escogido ese lugar para el concierto porque podíamos entrar en coche por sus carreteras internas y, llegado el momento, escapar con mi hermano y Zoe. En concreto, el sitio donde se desarrollaría el espectáculo era junto a una preciosa pagoda nombrada en todos los mapas como la Chinesischer Turm.

El monumento, de cinco plantas y más de veinte metros de altura, estaba construido enteramente de madera y a su alrededor había una explanada amplia con mesas donde sentarse y varios restaurantes de comida rápida que solo abrían durante el día. El sitio era ideal para lo que queríamos nosotros.

Selena estaba preocupada por que hubiera sido demasiado críptico a la hora de dar las pistas en mi vídeo, pero si la gente había encontrado la esquina en Florencia, aquello iba a ser pan comido.

Sus dudas se mantuvieron hasta que nos adentramos por las calles del parque y empezamos a ver que la concurrencia de jóvenes crecía, a pesar de la hora que era, según nos acercábamos al punto acordado.

Suponía que sucedería como todas las demás noches, y que mientras mi hermano y Zoe repartían autógrafos y sonrisas entre sus fans, yo me mimetizaría con el resto del grupo de desconocidos y desaparecería. Pero desde el instante en que bajamos del monovolumen, comprendí que estaba equivocado.

Las primeras en acercarse fueron un grupo de chicas alemanas que en inglés me preguntaron si podía posar para una foto. Selena se encargó de hacerla. En cuanto se marcharon, se acercó una pareja cuchicheando para pedirme un autógrafo y felicitarme por el canal y la propuesta de los conciertos sorpresa. Por primera vez en mi vida no supe qué decir ni cómo reaccionar a sus muestras de entusiasmo.

La situación se siguió repitiendo cada varios metros hasta que llegamos al punto acordado, donde Emma e Ícaro nos esperaban. Mi hermano y Zoe ya habían tomado posiciones en el escenario improvisado sobre una de las mesas del parque y estaban terminando de afinar sus instrumentos. Les saludé levantando la mano y ellos me respondieron con un gesto de cabeza, concentrados.

—¿Todo bien? —pregunté a los otros.

—Todo muy bien —contestó Ícaro con una sonrisa de soslayo—. Aunque eso deberíais responderlo vosotros. ¿Todo bien? —repitió, poniendo gesto de listillo.

—Anda, cállate —respondí entre risas.

—Voy a buscar a Zoe —dijo entonces Selena, y salió corriendo para hablar con mi hermano y la violinista. En el tiempo que tardaba en volver con ella de la mano, un puñado de chavales me pidieron que me fotografiara con ellos. Mi cara de estupefacción era proporcional a la de Ícaro y Emma, que se apartaron para dejar sitio.

—Hola de nuevo —saludó Zoe, algo contrariada.

Selena procedió a explicarle el manejo de la cámara, que era bastante sencillo. La violinista hizo algunas pruebas y después repitió la orden principal de la francesa:

—No cortes en ningún momento, ni siquiera cuando se la pases a Aarón.

Por lo visto, mi hermano cantaría dos temas en solitario, ella grabaría lo que quisiera, y después le pasaría el relevo a Aarón. El resto del concierto lo grabaría, como siempre, Selena.

Mi hermano saludó en ese momento al público y, tras una fuerte ovación, comenzó a tocar un tema nuevo que yo no había escuchado hasta entonces, pero que provocó suspiros y gritos de emoción a nuestro alrededor. El público se había multiplicado desde la última vez que me había fijado y nosotros nos encontrábamos rodeados por personas que miraban alternativamente a Aarón, Zoe, que lo grababa todo, y nosotros cuatro.

—Oye, Leo… —Emma se acercó y me puso una mano en el hombro. Su tono invitaba a la confidencia, aunque tuvo que subir un poco la voz para que pudiera escucharla entre la música y el resto de la gente—. No hemos podido hablar desde lo del coche…

—Lo sé —contesté, conteniendo una sonrisa—. Fue una cagada mía.

—Fue una cagada de los dos —replicó ella.

—Ya, bueno. De no haber estado tan distraído con todo lo demás, Aarón se habría dado cuenta.

—¿A qué vino ese comentario?

—Yo qué sé. Ya me conoces. Fue solo una broma… Se me escapó. —Y me encogí de hombros—. Además, tienes razón, tú también la cagaste.

—¡Mi comentario podría haber ido dirigido a los dos!

—¡Y el mío también! —me defendí.

—El primero, quizá, aunque iba con mala baba. Pero tu «Ya» tendrías que haberlo evitado…

Yo resoplé aún sonriente.

—Fue un lapsus mental. Culpa del alcohol o de la pelea previa. No tiene otra explicación…

—… aparte de que eres idiota —me interrumpió.

—Además, joder, siempre andamos con las mismas; ¿y qué si se entera de que nos liamos hace meses? Estábamos borrachos. Fin de la historia.

Emma suspiró y se apartó de mí.

—Bueno… Solo digo que preferiría que no volviera a surgir el tema.

—Por mí puedes estar segura.

Emma asintió y volvimos a concentrarnos en el concierto justo cuando mi hermano terminaba la primera canción. Entre los aplausos y los vítores oí que Selena le pedía a Zoe que, a mitad de canción, fuera acercándose al escenario para que la cámara cambiara de manos. La violinista asintió y volvió la cámara hacia nosotros para captar un plano de los cuatro saludando.

—Estás demasiado cerca —le dije entre risas—. Voy a salir deforme.

—¡Pero si la belleza está en el interior! —respondió ella, y tras guiñarme un ojo se perdió entre la gente al tiempo que comenzaba la segunda canción de Aarón.

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