Live

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Sometimes it lasts in love,

but sometimes it hurts instead.

Adele, ‹‹Someone Like You››

Me habían mentido. De nuevo.

Otra vez me sentía como un auténtico gilipollas. Ahora que empezaba a confiar… Después de todo el tiempo que había necesitado para superar la traición de Emma… ¿Cómo había podido liarse con mi hermano? Ni en mis pesadillas más delirantes habría imaginado algo así de ella. Pero tal vez, en el fondo, me había engañado en eso también y en realidad no la conocía en absoluto. Quizá por eso la noticia me dolía el doble. Por tenerla a ella de protagonista.

Y Leo… ¿Cómo había sido capaz? Liarse con mi ex y no decirme nada. De él sí que me esperaba algo así, pero no que guardara silencio y que me mintiera a la cara. Para que luego dijeran que las personas son capaces de cambiar; vaya patraña más estúpida.

Mientras caminaba a paso rápido por las calles de Salzburgo, sentía el corazón encogérseme en el pecho. Era como si alguien me lo estrujara cada vez que recordaba las palabras de Oli, la mirada de mi hermano, la incomprensión de Emma.

—Dios… —mascullé, apoyándome en la pared. Hasta entonces no advertí que estaba llorando.

Me había convertido en el hazmerreír de todo el mundo. Literalmente. Y, no obstante, mi rabia y mi impotencia estaban focalizadas en ellos dos. En mi hermano y la chica de la que estaba perdidamente enamorado.

—¿Estás bien? —me había preguntado Oli por teléfono. Cuando le respondí que perfectamente se hizo un silencio largo al otro lado de la línea—. Aarón, sé que te vas a alterar, pero no hagas ninguna locura… Es sobre Emma y tu hermano.

«Es sobre Emma y tu hermano»…

¿Cómo habían podido mentirme todo ese tiempo? Los recuerdos atravesaron mi mente como una película a cámara rápida con unas risas enlatadas de fondo dirigidas exclusivamente a mí. Las veces que les había visto charlar con tanta confianza, la noche en que se quedaron a dormir juntos en Florencia, el «Ya» de mi hermano cuando volvíamos al hotel de Munich en taxi…

Seguí caminando hasta que llegué al río. Crucé la carretera y me apoyé en el murete de piedra que me separaba de las aguas oscuras. En su superficie se reflejaban las luces de las casas de la orilla opuesta como fuegos fatuos atrapados en la corriente.

Ni siquiera en la noche de tíos que compartimos Ícaro, mi hermano y yo de camino a Alemania Leo tuvo el valor de mencionar nada. ¡Y yo hablándole de lo que sentía por ella!

Pero la mayor parte de mi enfado iba dirigido a Emma, por mucho que intentara que no fuera así. ¿Qué quedaba de todo eso de que buscaba mi perdón? ¿Se estaba burlando Leo también cuando me dijo que sabía que ella sentía algo por mí? Entonces ¿por qué había permitido que llegara a suceder nada entre ellos? ¿Por qué no me lo habían contado?

Como si de alquimia se tratara, la mentira había convertido mi sangre en lava.

Mi teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo del pantalón y yo di un respingo; por unos minutos me había olvidado del resto del universo. Lo saqué con desgana y observé el nombre de Zoe en la pantalla. Suspiré con impotencia. No podía enfrentarme a eso ahora. Era injusto, pero no podía.

Zoe…

De pronto pude imaginar cómo se habría tomado ella mi reacción y me sentí aún peor, como el gusano cobarde que era. Se lo debía, me convencí. Se acabó lo de seguir huyendo. Ya era hora de aclararlo todo, y aquella noche era tan buena como cualquier otra.

—Hola —dije cuando descolgué.

—Estaba a punto de darme por vencida —comentó ella—. ¿Dónde estás? Y ahórrate decir que prefieres estar solo. Quiero que hablemos. Y quiero hacerlo ahora —añadió con un tono imperativo que, a pesar de las circunstancias, me hizo sonreír.

Le dije que me esperase junto al puente más importante de la ciudad, el Staatsbrücke, en aquella misma orilla del río. Colgamos y fui caminando hacia allí, con las manos en los bolsillos, el frío acariciándome la cara y la cabeza gacha. Emma y Leo habían pasado a un segundo plano. ¿Cómo le diría a Zoe lo que sentía?

Su nombre en mis pensamientos pareció invocarla. Con su colorido abrigo hecho de parches y sus mechones de pelo ondeando con la brisa, salió de uno de los callejones y miró a ambos lados antes de cruzar hasta donde yo aguardaba.

Cuando llegó junto a mí, nos quedamos unos instantes quietos, mirándonos, sin saber qué decir ni quién debería comenzar a hablar. Como si ambos comprendiéramos que nos estábamos mirando de aquella manera por última vez…

—Zoe, yo… —me arriesgué, pero ella negó en silencio y levantó la mano para pedir que parase.

—Esto no es tan complicado —dijo, y me agarró la mano con determinación para acompañarme hasta el muro frente al río—. Es absurdo que sigamos fingiendo que lo nuestro va a ninguna parte.

—Lo siento —respondí sin apartar los ojos de ella. Zoe, por su parte, parecía hipnotizada con el río—. Me pediste que te avisara si empezaba a pensar que esto nuestro no sería para siempre, y no lo he hecho.

Ella se encogió de hombros y me miró con resignación.

—Al menos, me lo has puesto fácil para que me diera cuenta de lo que estaba pasando y que no quería ver…

—¿El qué? —pregunté en un murmullo de vergüenza.

—Pues que ya estabas enamorado, Aarón —contestó ella—. Pensé que te acabarías olvidando de Emma tarde o temprano. Pero desde el momento en el que apareció en el aeropuerto y tú la viste, supe que no sería tan sencillo… Necesité un par de días para entender que no pasaría nunca.

—Lo siento…

—¡Deja de decir que lo sientes, por favor! —exclamó, y tragó saliva—. No tienes que pedirme perdón. Has intentado quererme y no ha funcionado. No es la primera vez que cortan conmigo, y sé que no será la última. Sobreviviré.

Estaba tan enfadada y tan dolida que no entendía cómo era capaz de hablarme o de mirarme siquiera. Y no se lo reprochaba.

—No sé qué más hacer —dije.

—Nada, Aarón. En estos casos no se puede hacer nada más. Se acaba y punto. Uno se resigna, lo acepta, lo supera e intenta olvidar lo bueno y lo malo hasta que está preparado para recordar sin sufrir.

—De acuerdo, pero de verdad que lo siento —le aseguré, desesperado por que me creyera. Por que entendiera que, aunque no tuviera derecho, yo también me sentía una víctima de mí mismo. Ella no respondió, así que añadí—: Al principio todo fue tan sencillo, tan fácil, tan… natural.

Zoe asintió y suspiró desencantada.

—Y sé que no es justo —proseguí—, pero quiero que sepas que, a pesar de todo esto, te sigo considerando una de mis mejores amigas, y… y que gracias a ti creo que entiendo el mundo y la música un poco mejor. Y también sé que no puedo pretender que todo siga como antes, pero me gustaría intentarlo…

—No, no puedes —respondió ella. Y a mí se me partió el alma, aunque hice un esfuerzo por asentir y guardar silencio—. No ahora, al menos. Te mentiría si te dijera lo contrario, Aarón.

Volví a decir que sí con la cabeza. Lo entendía.

—Esperaré —le prometí—. Sé que volveremos a ser amigos.

Zoe se acercó al muro que nos separaba del río y, con la vista puesta en la lejanía, dijo:

—Entretanto, me parece que deberías hablar con Emma.

Creo que sus palabras me pillaron tan desprevenido como a ella misma.

—No… no tengo nada que decirle —respondí, contrariado—. Lo que ella y mi hermano me han hecho…

—Mira, no sé —me interrumpió ella—. Solo digo que creo que deberías hablar con ella. Nada más.

—Los dos sabemos que no es tan sencillo.

—¡Contigo nada es sencillo! —me espetó—. ¿Qué es lo que te atormenta? ¿Que el tío con el que se lió una vez, meses después de que tú rompieras con ella, fuese tu hermano?

—¡Pues sí! ¡Ese es el problema! ¿Tan difícil te resulta de entender?

—No te vuelvas contra mí… —me advirtió—. La verdad es que no sé ni por qué estamos manteniendo esta conversación…

—Porque estoy hecho un lío —le confesé.

—Estás hecho un lío porque te encanta hacer de todo un drama. A veces las cosas son más sencillas de lo que parecen. ¿Por qué has tenido que largarte de esa manera en lugar de pedirle explicaciones a Leo?

El comentario me hizo sonrojarme.

—Todo es culpa de esa maldita periodista —espeté, incómodo.

—¡No, Aarón! Otra vez te equivocas. Selena no ha tenido nada que ver con esto, su única culpa fue subir el vídeo sin comprobar antes todo el contenido porque duraba más de una hora.

—Seguro que lo sabía… Fijo que lo escuchó mientras grababa y decidió arrimarse a ellos para tener la exclusiva.

—¡Quieres dejar de decir eso! —exclamó, agarrándome de un brazo—. ¡Fui yo quien grabó el vídeo! Yo tenía la cámara.

La miré sin comprender.

—¿Tú…?

—Sí, yo. Y te aseguro que no me enteré de lo que estaban hablando cuando les grabé. Tú ya habías empezado a tocar y te estaba enfocando. A ti y a la gente de alrededor. Estaba más pendiente de la música y de que no se me cayera la cámara al suelo que de lo que comentaba nadie a mi espalda. Y eso también me hace sentirme como una imbécil porque podría haber evitado todo este follón.

Me apoyé en la piedra negando sin poder creérmelo, agotado y, nuevamente, sintiéndome un estúpido.

—No podrías haberlo evitado —dije al cabo—. Tan solo lo habrías retrasado.

—Mira, solo sé que esa chica merece una disculpa por tu parte. Tú verás lo que haces.

Asentí. Lo sabía.

—No podría haber manejado peor la situación, ¿eh? —comenté con sorna.

—Como todo lo que te propones: si lo haces, lo haces a lo grande.

Había algo más que quería decirle, que me ardía en la cabeza y en la lengua y sabía que, si no lo soltaba, me arrepentiría más tarde.

—Una cosa más antes de olvidar todo esto para siempre.

—Yo no pienso olvidar nada, Aarón.

—Vale… cuando te dije que te quería… solo quiero que sepas que lo decía en serio. Lo pensaba de verdad… Siempre te he querido, pero no como tú merecías.

—Lo sé —me aseguró.

—Y estoy seguro de que antes de lo que imaginas encontrarás a la persona perfecta para ti. Y que estará contigo para siempre. Y yo espero verlo, si me dejas.

Había lágrimas corriendo por las mejillas de Zoe cuando terminé de hablar, pero también sonreía y asentía con una confianza y una fuerza que hizo que algo estallara en mi pecho al comprender lo mucho que necesitaba que llegara a perdonarme.

—Volvamos con los demás —sugirió ella, y a mí me pareció bien.

Caminamos hasta el hotel en silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos. De pronto estar a su lado había dejado de resultarme una soga al cuello con forma de mentira.

—¿Qué hacemos con la habitación? —preguntó a unos metros de llegar.

Le dije que no se preocupara, que yo pediría que me pusieran en una nueva.

Ya en el vestíbulo, me dirigí a la recepción para pedir el cambio y la violinista se marchó al bar del hotel para ver si estaban allí los demás. Mientras esperaba a que me atendiesen, sentí que me atravesaba la cabeza una melodía de vergüenza. Prefería escapar y esconderme en algún agujero hasta que la tormenta hubiera pasado.

Después de hablar con Zoe, me sentía más tranquilo, pero la humillación seguía supurando de la herida que me había provocado descubrir el beso de Emma y mi hermano.

Zoe regresó para decirme que no había encontrado a nadie.

—Se habrán ido a la cama —supuso—. Y nosotros deberíamos hacer lo mismo. Cuanto antes termine el día, antes comenzará uno nuevo…

Accedí, aunque sabía que sino hablaba primero con Leo no podría pegar ojo. Con todo, me lo merecía y aceptaría mi castigo con la paciencia que me había faltado antes.

Me despedí de Zoe tras recoger mi maleta del cuarto que ahora solo le pertenecía a ella y marcharme a mi nueva habitación. Sin tan siquiera deshacerla, la dejé apartada en un rincón y me tiré sobre la cama boca abajo con el deseo de que el colchón me devorara y desaparecer para siempre.

¿Qué estaría diciendo la gente por internet? Hasta ese momento no me había detenido a pensar en la segunda parte del mensaje de Oli:

—Está por todas partes.

Era como revivir los peores momentos de mi vida. Los que tenían que ver con Play Serafin y Develstar. Los recuerdos más desagradables de las situaciones más insospechadas de mi vida.

En ese momento no me habría importado tener a un departamento legal, a Cora o a una mujer como la señora Coen, que pudiera contener la voracidad de los medios. Por suerte para nosotros, nos encontrábamos perdidos en mitad de Europa, y hasta el momento solo la madre de Ícaro me había reconocido. Por lo que sabía la gente, seguíamos en Munich, y seguramente ya habría bastantes periodistas rondando las inmediaciones del hotel en el que nos habíamos hospedado antes de venir a Salzburgo.

El problema sería cuando nos marcháramos de aquí… o cuando alguien diera el chivatazo y los medios vinieran. Entonces la pesadilla comenzaría de nuevo, y las cámaras no solo se dirigirían a mí, sino también a mi hermano, a Emma y probablemente a Zoe.

Detestaba la vida de famoso. Siempre la había detestado, pero cuando el amor se cruzaba entre las cámaras y yo era cuando más me superaba. En serio, ¿a qué venía aquel interés enfermizo por saber con quién salía o dejaba de salir un chaval de diecinueve años? ¿Cómo podía generar tantísima expectación una foto de dos jóvenes cogiéndose de la mano? No lo entendía antes, cuando no era yo quien salía en las portadas de las revistas, y ahora muchísimo menos.

Mi móvil vibró entonces y tuve que contener las ganas de levantarme, abrir la puerta del balcón y lanzarlo a las frías aguas del Saltz. Por el contrario, lo saqué del bolsillo y vi que era mi madre quien me había escrito un mensaje. Sentí un alivio repentino.

Me preguntaba si estaba bien, si había hablado con mi hermano, que la llamara cuando pudiera. También sentí de nuevo una oleada de culpa cuando terminé de leer el mensaje. Una vez más, nuestra familia se veía inmersa en una batalla que no era la suya. Otra vez se enteraban por los medios de lo que pasaba con sus hijos y debían imaginarse el resto de la historia. Otra vez habría personas que nos conocían y que no pegarían ojo en toda la noche por la preocupación…

Alguien llamó a la puerta en ese momento. Dejé el teléfono sobre la almohada y me arrastré como un gusano hasta el borde antes de ponerme de pie con ansiedad y miedo. Ansiedad por hablar con alguien. Miedo por no saber con quién tendría que hacerlo.

No tuve tiempo de reaccionar. En cuanto la puerta estuvo lo suficientemente abierta como para advertir que era Leo, este me empujó hacia atrás agarrándome de la camiseta y no me soltó hasta dejarme caer sobre el colchón. A su espalda, la puerta se cerró sola con un golpe seco.

Me intenté zafar de él, pero mi hermano opuso resistencia.

—Relájate si no quieres que te dé —me advirtió.

—Estoy relajado, imbécil —le espeté, y dejé de resistirme. Cuando Leo se apercibió, puso cara de desconcierto y terminó liberándome. Le aticé con la mano en el brazo y me incorporé—. ¿Estás loco o qué te pasa?

—No podía correr el riesgo de que me cerraras la puerta en las narices o que intentaras corregirme la nariz de un puñetazo.

—Hay poco que corregir en tu nariz.

—Lo sé. Gracias.

—De nada.

Nos quedamos en silencio, mis ojos puestos en la pared antes de volverlos hacia los de Leo con cierta vergüenza.

—¿Te ha escrito mamá? —preguntó él. Asentí—. No quiero ni imaginar la versión de la historia que les habrá llegado.

—Supongo que la misma que a todos —repliqué, mordaz—. La que Emma y tú habéis ofrecido.

—Ya me parecía a mí que esto estaba yendo demasiado bien… —comentó con ironía. Después se acercó al escritorio que había en un rincón del cuarto, agarró la silla y la arrastró para sentarse enfrente de mí—. Empecemos por el principio: Emma y yo no tenemos absolutamente nada. Solo somos amigos. ¿Te queda claro?

—Me queda claro que los amigos no se lían entre ellos.

Leo puso los ojos en blanco, pero me dio igual.

—Fue una noche nada más. ¡Un par de besos! Te juro que eso fue todo. Tú estabas en el reality, yo acababa de volver de ver a Sophie, y Emma…

—A ver, ¿cuál es su excusa?

—Emma sabía que la noche anterior te acostaste con Zoe en la habitación sin cámaras.

Habría esperado cualquier respuesta, excepto esa. Las palabras de mi hermano se repitieron en mi mente como un eco que cada vez sonaba más y más fuerte.

—¿Me… me estás diciendo que se lió contigo por despecho?

—Por despecho, por el alcohol, por las circunstancias del momento… ¡qué más da! —Se acercó y puso sus manos en mis hombros—. No significó nada. Por favor, créeme. Hemos seguido siendo amigos y no hemos vuelto a sacar el tema nunca más.

—Pero a ti te gusta… —supuse.

—¡Pues claro que me gusta! Pero como a cualquier tío que tenga ojos, Aarón. Emma es una chica increíble, y muy guapa. Y es estúpido que tenga que decírtelo yo a ti, cuando lo sabes de sobra. Pero eso no significa que queramos que vuelva a pasar nada más entre nosotros. Fue un error, y te pido disculpas. Igual que te pido disculpas por no habértelo dicho cuando debería, pero tú mejor que nadie tienes que entenderme: cometes un error y esperas que llegue el momento para intentar corregirlo, pero el tiempo pasa y pasa, y cuando te das cuenta la solución más sencilla y menos dolorosa para todo el mundo es dejarlo correr…

¿Cómo podía rebatirle eso después de ver la manera en la que había llevado yo mismo el asunto de Zoe?

Con todo…

—Emma es mi ex. ¿No hay algún tipo de código entre hermanos que prohíba eso?

—Depende de la historia, supongo —respondió él con una sonrisa—. En nuestro caso no se había dado nunca. Pero, bueno, si eso es lo que te preocupa, a cambio te permito que te líes con alguna de mis ex si se da la ocasión.

Solté una carcajada con ironía, aunque no pude evitar sonreír un poco. De nuevo había conseguido engañarme para que le perdonara.

—¿Hacemos las paces? —preguntó, como cuando éramos pequeños y nos enfadábamos y después nuestros padres nos obligaban a hablar entre nosotros para solucionar el malentendido.

—No. Por ahora, no. Vete y déjame descansar —respondí yo huraño.

—Sabes que eso no va a pasar —me advirtió, cruzándose de brazos y dejando claro con el gesto que no pensaba moverse de allí hasta que recibiera la respuesta esperada.

—Vete —repetí.

—Paces, o nada.

—Eres insufrible y despreciable y un capullo de manual.

Paces… o nada —repitió, estirando la sonrisa.

Yo gruñí con fuerza y me di por vencido. Todo fuera porque me dejara tranquilo.

—¡Paces! ¡Pesado, paces, ahora márchate! —exclamé, aunque todavía sintiera cierto resquemor que supuse que solo se curaría con el tiempo.

Alargué la mano para estrechársela y sellar mi decisión, pero Leo me la apartó de una guantada y se lanzó sobre mí con los brazos abiertos.

Cuando conseguí quitármelo de encima y que cayera rodando al suelo, entre insultos y gruñidos que seguramente nos costarían la visita de alguien de recepción, el dolor era un poco más leve, un poco más soportable.

Tras unos segundos, porque muy a mi pesar era mi hermano mayor, y porque no podía soportar mantenerlo en secreto por más tiempo, le conté cómo había ido mi charla con Zoe.

—Al fin empiezan a enderezarse un poco las cosas… —comentó él cuando terminé—. Me alegro de que no la hayas perdido como amiga, porque es una chica estupenda.

—Por favor, no te líes ahora tú con ella —dije, serio.

Leo pareció pensárselo unos segundos y de pronto, pillándome completamente desprevenido, volvió a placarme por la cintura y a tirarme sobre la cama. Cuando me tuvo completamente inmovilizado se acercó a mi oído y me susurró:

—No olvides quién es el hermano mayor —y tras darme un cachete en la mejilla, se levantó de un salto para evitar mi patada y salió corriendo hacia la puerta, pero justo cuando la abrió se quedó petrificado donde estaba.

—¿Está Aarón?

Me incorporé en un santiamén y me acerqué. Emma esperaba en el pasillo.

—Hola —saludé cohibido de repente. Todo lo que quería decirle se había esfumado de mi cabeza.

—¿Podemos hablar? —preguntó.

—Claro —respondió mi hermano apartándose para que entrara.

—Me refiero a Aarón y a mí. Solos —aclaró ella sin moverse.

Leo se rió e hizo un ademán con la mano.

—Ya lo sé. Nos vemos mañana —se despidió, y cuando ya se encontraba detrás de la chica me hizo señas desde el pasillo recomendándome calma.

Le cerré la puerta en las narices y me volví hacia Emma.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó ella, señalando la cama deshecha y la almohada en el suelo.

—La típica conversación entre hermanos… creo —dije, esbozando una sonrisa inesperada.

Cuando ella se volvió hacia mí, se agarraba las manos con fuerza y tenía una mirada decidida.

—He venido a aclarar lo del vídeo…

—Leo ya lo ha hecho —la interrumpí. De pronto, por mucho que hubiera deseado que aquella conversación tuviera lugar, me di cuenta de que no estaba preparado para escucharla de sus labios.

—Aun así, Aarón, necesito pedirte perdón. Sé que las cosas se demuestran con gestos y no con palabras… y que te he dado algunas razones para que desconfíes de mí. Yo soy la primera que aún no se cree que hiciera algo así. Pero de verdad que no significó nada… —Y separó sus manos y buscó la mía, desesperada.

Con delicadeza, y haciendo un esfuerzo inmenso, me deshice de su tacto y di un paso hacia atrás. Sentía que mi estado natural era estar a su lado, tan cerca que ni el aire pudiera colarse entre nuestros cuerpos. Pero al mismo tiempo, las dudas y las indecisiones, sus mentiras y silencios me obligaban a comportarme de otro modo.

—Me pides otra oportunidad, y yo te la doy —le dije—. Pero ¿cómo sé que no volverás a defraudarme igual que las otras veces? ¿Cómo sé que no hay más secretos esperando la menor oportunidad para salir a la luz?

—No los hay —me aseguró—. Te lo juro, Aarón.

No pude evitar sonreír con cierta sorna.

Mi hermano me había pedido calma para tratar el asunto. Como si fuera tan sencillo. Como si alguna vez lo hubiera sido… En aquel momento lo único que deseaba era echarle en cara todo lo que sentía por dentro.

—Te había perdonado, ¿sabes? —murmuré, sentándome en el borde de la cama—. No me había dado cuenta hasta esta noche, pero había perdonado todo lo que hiciste en Develstar. Por fin. Tal vez lo había hecho antes, no lo sé. El caso es que justo cuando pensaba que volvía a estar en paces contigo, descubro esto…

Emma se arrodilló ante mí para mirarme de frente y yo tuve que apartar los ojos. Estaba tan cerca… A un beso de distancia. Sentí su aliento en mi piel cuando me aseguró que el beso con mi hermano no había significado nada.

—¡Ya lo sé! —le espeté, controlando el tono de voz. Al menos la rabia era un sentimiento con el que me sentía seguro, protegido—. Lo que más me duele es el hecho de que no me lo dijerais, que me tratarais como a un idiota, que me mintierais…

—Aarón…

—Pero te perdono —concluí. Y lo que quiera que fuera a decir ella, se quedó en el tintero.

—¿Me… perdonas? —preguntó.

No lo repetí. Me puse de pie y anduve hasta la puerta. Ella me siguió.

—¿Qué significa que me perdonas? —insistió, alzando la voz—. ¿Que no te importa lo que pasó? ¿Que entiendes que no significó nada? ¿Qué vuelves a confiar en mí? ¿O solo que quieres terminar esta conversación para que me vaya?

—Significa que no hay nada que perdonar. —Esta vez alcé la mirada cuando respondí—. Que no eres mi novia, ni lo eras entonces, y que puedes liarte con quien quieras.

Advertí que mi contestación la había herido, pero se limitó a apretar los labios con vehemencia y a asentir.

—Gracias por aclararlo —dijo, y yo asentí. Antes de marcharse, se volvió para mirarme, y en un tono distinto añadió—: Zoe tiene una gran suerte de tenerte a su lado.

—Hemos roto. —Tampoco la miré al pronunciar aquellas dos palabras. No quería saber qué tenían que decir al respecto sus ojos ni qué callaba su boca—. Buenas noches, Emma.

—Buenas noches, Aarón.

Cuando cerré la puerta, me deslicé hasta el suelo con la espalda apoyada en la madera como ya hiciera en Nueva York tanto tiempo atrás. Y una vez más me pregunté si Emma habría hecho lo mismo al otro lado, en el pasillo. Y si, en el fondo, importaba lo más mínimo.

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