Live

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And you thought the lions were bad

Well they tried to kill my brothers.

Bastille, ‹‹Daniel In The Den››

—¡Leo y Aarón en París!

Cambié de canal.

Oui. Et ils s’en vont les trois!

Les quatre, chérie. Les quatre: Zoe Tessport y va aussi.

Cambié de canal.

—Fuentes fiables confirman que los hermanos Serafin se encuentran hospedados aquí, en el Hotel du Collectionneur Arc de Triomphe. Seguiremos inf…

… un concert surprise comme ceux des autres villes?

Cambié de canal.

Y cuando vi una foto de Emma y mía en un recuadro de la pantalla, estuve a punto de apagar el televisor definitivamente. Pero entonces la cámara enfocó a la presentadora de aquel magacín y el mando a distancia se me cayó de las manos.

Melanie Leroi, la mayor de las hermanas Leroi, dirigía desde un sillón blanco una tertulia sobre nosotros.

—¡Selena! —exclamé—. ¡Selena, ven! Necesito que me traduzcas lo que están diciendo.

Mi francés ya era bastante limitado cuando lo estudiaba en el colegio, pero después de cuatro años sin haber escuchado ni hablado una sola palabra parecía haberse esfumado por completo de mi mente.

La periodista salió del cuarto de baño vestida para marcharse.

—¿Qué dicen? —le pregunté.

Cuando Melanie Leroi intervino otra vez, Selena fue traduciendo:

—La relación de estos dos hermanos es tan complicada, tan surrealista, y está tan llena de mentiras que sorprende que no haya pasado aún nada grave entre ellos… Ya lo descubrimos con todo el follón de Play Serafin, lo demostraron en directo dentro de

True Stars y ahora lo corroboran con esta nueva sorpresa.

—Algunos piensan que es una estrategia publicitaria para preparar el lanzamiento de un nuevo disco, ¿tú qué opinas? —le preguntó su compañero de tertulia.

—Bueno, conociéndoles como les conozco…

—¡¿Qué?! —exclamé indignado.

—… es bastante probable —continuó Selena—. Aunque como mucho, se tratará de un disco de Aarón. Porque ya se sabe que Leo…

Interrumpió la frase con una risita y yo no lo soporté más. Recogí el mando del suelo y apagué el televisor.

—Estamos en todos los canales —le dije a Selena—. No pensé que llegaría a decir esto, pero me encantaría poder ser invisible y que nos dejaran en paz. ¡Ya han pasado varios días desde el vídeo! ¿Por qué no se olvidan?

—En primer lugar, no deberías haberlo encendido. En segundo, no se han olvidado porque aún no ha sucedido nada relevante que desbanque vuestra noticia. Además, ni siquiera os habéis pronunciado.

—¡Ni lo vamos a hacer! —repliqué, de mal humor—. ¿Ahora tengo que darle explicaciones a un millón de desconocidos?

—Leo, yo no pongo las normas —dijo ella con calma—. No te he dicho que lo hagas. Te digo las razones por las que siguen hablando de ello con más insistencia. Habéis estado desaparecidos los últimos días, y ahora estáis de pronto en París y los medios lo saben. A lo mejor deberíais contratar seguridad.

De haberme sugerido eso mismo el día anterior, cuando llegamos a la capital francesa, le habría contestado que no fuera paranoica. En ese momento, tuve que darle la razón. Por eso llamé a mi hermano a su habitación y le informé de que había que hablar con Sergio.

—Lo necesitamos ya mismo —concluí.

Aarón no puso ninguna objeción. Dijo que él se encargaría de llamarle y de pagarle el billete a Francia en el primer avión que pudiera tomar. Hasta que llegara, decidimos que lo más seguro era no salir del hotel.

—Malditas Leroi… —mascullé. Como si no tuviera suficientes cosas en la cabeza, ahora tenía que preocuparme por lo que la mayor de esas niñatas dijera de nosotros.

—¿Qué crees que debería hacer? ¿Grabar un nuevo vídeo y pedir disculpas a Aarón públicamente? ¿Ir a uno de esos programas y vender mi alma y lo que me quede de dignidad?

—Creo que deberías olvidarte de este asunto y hablar con Ícaro de una vez por todas.

—No tengo nada que decirle —repliqué, ofuscado—. Y preferiría que no volvieras a sacar el tema.

—Como tú quieras, pero él lo necesita tanto como tú, y creo que no estás siendo justo con él.

—¿Que yo no estoy…? —repetí, indignado—. ¡Ha sido él quien nos mintió!

Selena se llevó las manos a la cabeza, y yo me levanté para dirigirme a la ventana. No quería volver a tener la misma discusión de los últimos días con ella. La francesa había insistido una y otra vez en que hablara con Ícaro, que como amigo mío que era no se merecía eso.

En el fondo estaba de acuerdo con ella, pero me había hecho tanto daño descubrir lo de su enfermedad de aquella manera, que no me veía capaz de hablar con él sin acabar gritándole.

—Estoy segura de que él preferiría eso a lo que estás haciendo. Habladlo antes de que sea demasiado tarde. —Se acercó a mí por la espalda, me dio un beso en el cuello y se marchó a visitar a sus padres. Antes de cerrar, añadió—: y por las Leroi, no te preocupes: yo me encargo.

Sonó tan definitivo que temí que fuera a sacar una recortada y a liarse a tiros en mitad del plató de la estúpida ex cantante. Una sonrisa malévola se extendió desde la comisura de mis labios. Eso sería, cuando menos, interesante de ver…

Me di la vuelta sin saber en qué ocupar el tiempo y mis pensamientos cuando me encontré observando de frente mi reflejo. La falta de sueño en los últimos días y la verdad sobre la situación de Ícaro estaban causando estragos en mi imagen. Si ahora saliera por la puerta todos los medios se cebarían de lo lindo, y estaba seguro de que muchos achacarían mi dejadez a alguna crisis imaginaria con mi hermano.

Las ojeras me llegaban hasta el suelo, en diversos tonos de gris y morado; estaba despeinado (y esta vez no era uno de esos despeinados artificiales que quedan bien), y la barba que me había crecido en los últimos días y que no me había dado la gana de afeitarme había pasado de ser la de un joven atractivo y rebelde a la de un despojo social sin aspiraciones en la vida.

No era capaz de reconocerme a mí mismo.

Metí la mano bajo la camiseta y saqué el dado de Tonya. Había olvidado la última vez que le había preguntado algo. En ese momento tampoco sabía si quería formularle alguna cuestión, ni tampoco si quería conocer la respuesta que me daría. La miré con una sonrisa melancólica. ¡Cuántas cosas habíamos vivido juntos! ¡Cuánta rabia había sentido cuando mi hermano la estrelló contra el suelo de la habitación en Develstar y la había partido! Parecía que hubiera ocurrido hacía años.

Acaricié las caras del dado pensando si en el fondo la vida era tan complicada como pensábamos, o si en el fondo no existían más que aquellas veinte posibilidades encerradas en una bola 8 para enfrentarse a todas las pruebas que nos deparara el destino.

—Selena tiene razón, ¿no? Debería ir a hablar con Ícaro…

Le di una vuelta al dado sobre la palma de mi mano y coloqué el dedo sobre la cara que tenía escrito el «Sí».

—Ya me lo imaginaba —añadí, dándome por vencido.

Mientras me pegaba una ducha, me recordé que no solo lo hacía por él, sino también por mí. Los últimos días, desde la llamada de su padre, había sido incapaz de mirarle a los ojos sin sentir una llama interna por traicionar mi confianza. No dejaba de preguntarme si había hecho algo mal o si existía alguna razón por la que Ícaro pensara que no iba a ser capaz de guardar el secreto.

Las palabras y las dudas me estaban desgarrando por dentro, y aquella rabia les estaba afectando a los demás, pero era incapaz de contenerla. Quería hablar con él. Lo necesitaba, me repetí una vez fuera del agua mientras me afeitaba. Aunque solo fuera por desahogarme, necesitaba que entendiese que además del dolor que me carcomía por dentro al pensar que cualquier día quien consideraba mi mejor amigo iba a dejarme solo, sentía una impotencia inmensa al no entender cómo había sido capaz de mentirme cuando yo jamás había sido tan sincero con nadie como con él; cuando le consideraba el hermano mayor con el que hablar de todo y con el que podía contar para cualquier locura…

Al salir del baño, volvía a sentir la presión en el pecho de los últimos días. Como si alguien me estuviera agarrando el corazón y me lo estrujara al tiempo que mi mente proyectaba imágenes de los momentos que había vivido con Ícaro.

Una vez vestido, le llamé al móvil. Lo cogió al quinto tono, cuando ya estaba a punto de darme por vencido.

—Quiero que hablemos —le dije. Él me preguntó cuándo y dónde—. Ahora, en el vestíbulo del hotel.

Quedamos así. Un rato después, bajé al vestíbulo, donde ya estaba esperándome él con una copa en la mano.

—¿No es un poco pronto para darle a la bebida? —pregunté sentándome en la silla tapizada de enfrente.

—Es agua —contestó él.

Acerqué la nariz al vaso y comprobé que, como imaginaba, se trataba de ginebra. Iba a decir algo ingenioso al respecto, pero él se me adelantó.

—Vayamos al grano. En la escala de los quesos, ¿cómo de cabreado estás conmigo?

—¿A ti te parece que eso es ir al grano? ¿Te parece que tengo ganas de andarme con coñas?

—Tío, la escala de los quesos es una de las más precisas y respetadas que existen, y muchos… ¡Espera, joder, estaba de broma! —exclamó entre risas cuando vio que me levantaba para marcharme. Ahora sabía lo que sentía Aarón cuando intentaba hablar conmigo en serio y yo no estaba por la labor—. A ver, ¿qué más quieres oír aparte de la disculpa que ya te di en su momento?

—Nada. Una explicación. Otra disculpa… mira, ¡yo qué sé! —dije ofuscado y arrepentido de haber propuesto ese encuentro. Cuando me tranquilicé y conseguí ordenar las ideas, añadí—: Me encantaría poder decir que estoy bien y que me da igual, pero no es verdad. ¿Por qué no me dijiste nada?

Parecía Aarón pidiéndome explicaciones hacía un año por todo el asunto de las canciones en YouTube. La situación podía tener cierta gracia, solo que no la tenía.

Ícaro le dio un trago a su bebida mientras suspiraba.

—Leo, estoy

harto de que la gente se compadezca de mí. No imaginas cuánto.

—¿Te parece que ahora mismo te estoy compadeciendo? —pregunté.

—No, porque estás cabreado —contestó, divertido—. Pero es normal que lo estés. Un chico guapo, joven, rico, interesante como yo… al que le quedan ¿cuánto? ¿Dos años de vida? ¿Unos meses? ¿A lo mejor unas semanas?

—Joder, Ícaro… —Aparté la vista.

—¿Lo ves? —dijo, incorporándose con un gesto triunfal—. A eso me refiero. Yo lo tengo asumido. Me ha costado mucho, mucho tiempo hacerlo, pero lo he conseguido. El problema es que ni espero, ni puedo pedir, que los demás os lo toméis bien desde el primer momento, y es un coñazo aguantarlo. Por eso prefiero evitar la situación.

—Pues me parece una decisión jodidamente injusta y egoísta.

—¿Egoísta? —repitió él, sorprendido.

—Sí, egoísta. Mucho —dije, dolido—. Solo por cómo te afecte a ti, no quieres que los demás puedan sentir pena o… ¡indiferencia! ¡O rabia! O… ¡lo que les dé la maldita gana! —Ahora fui yo quien se echó hacia delante en la silla—. ¿Y qué si te compadezco? ¿Eh? ¿No lo ves normal? ¿Tanto te cuesta entender que si lo hago es porque soy tu amigo y te quiero y, joder, ¡porque si te mueres te voy a echar muchísimo de menos!?

No me di cuenta de que había alzado bastante el tono de voz hasta que advertí a un par de señoras que me miraban con gesto de sorpresa desde una mesa alejada. Tampoco me di cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima se coló por la comisura de mis labios. Me sequé la mejilla con rabia y le robé el vaso de ginebra a Ícaro para darle un trago que me hizo toser.

—¿No vas a decir nada? —le espeté tras unos segundos de silencio.

—Yo también te quiero, Leo —respondió al fin, con sus ojos claros taladrándome el alma. Solo con pensar que un día, más pronto que tarde, iban a cerrarse para siempre, me desgarraba por dentro—. Y soy consciente de que no he actuado bien. Pero durante tanto tiempo recibí esas miradas de pena, esas palabras de condolencia, como si ya me hubiera muerto, de tantos desconocidos a los que en el fondo les importaba una mierda lo que me pasara, y que lo único que les tranquilizaba era saber que no era a ellos a los que les pasaba nada que… no sé, supongo que me harté.

»Me daba cuenta de que cada vez que salía el tema, cada vez que revelaba mi enfermedad, estuviera con quien estuviese, dejaba de tratarme como lo había hecho hasta ese momento. Daba igual si me habían detestado, si se habían estado burlando de mí o si me admiraban —enumeró—. En cuanto pronunciaba la palabra «tumor», todo cambiaba, y de pronto sus palabras se cubrían de un velo perfecto de pena e hipocresía. Y a mí eso,

eso y no el maldito cáncer, era lo que me arrancaba de verdad la vida, tío.

Su mirada me atravesó antes de posarse en algún punto lejano. Se pasó la mano por el cabello y añadió:

—¿Te lo creerías si te dijera que una vez tuve pareja? Pareja estable, me refiero —añadió, por si no había quedado claro. Y desde luego, resultaba difícil pensar que hubiera escuchado bien. Como no respondí, él dijo—: Pues sí. La primera y la última que he tenido en toda mi vida. Paul Lynderman. Estuvimos un año y medio. Lo conocí en el primer año de universidad. ¿Cómo te quedas?

—¿Qué pasó? —repliqué.

—¿Tú qué crees? Pues que cuando volvieron los episodios epilépticos y le conté la verdad sobre mi enfermedad, todo el amor que me había jurado desde que empezamos a salir, chico, no sé cómo, pero ¡se esfumó! Me pidió disculpas, me dijo que lo entendiera, bla, bla, bla… y desapareció. —Ícaro se encogió de hombros, aparentando indiferencia, pero sus ojos le delataban—. Por suerte, yo no volví a clase nunca más y no volvimos a cruzarnos. Fin. Gracias a él comprendí que no podía hacerle algo así a nadie, y por eso me prometí aprender a disfrutar del momento, a hacer que otros lo disfrutaran y a no atarme a nadie ni a nada. Y, oye, me ha ido bastante bien…

—Hasta que nos conociste, ¿no? —aventuré.

Él sonrió y asintió dos veces.

—Hasta que te conocí, más bien.

Sus últimas palabras fueron el bálsamo que necesitaba para terminar de calmar mi conciencia.

—Así que —dijo él, acabándose la copa—, ya ves que soy un cobarde y que no os he mentido solo a vosotros… ¿Eso te deja un poco más tranquilo?

—Poco —dije, aunque los últimos flecos de rabia terminaban de diluirse en ese momento—. Pero te perdono.

—¿En serio? —preguntó él, llevándose una mano a la boca—. ¿Así de fácil? ¿Solo hacía falta que te contara hasta mis más oscuras intimidades? ¡Haberlo dicho antes!

—Cállate, idiota —le respondí, compartiendo con él la primera sonrisa sincera de los últimos días.

—¡Idiota! ¡Acabas de llamar idiota a un chico con cáncer! Tío, arderás en el infierno —me aseguró, y antes de que pudiera hacer nada, se levantó de su silla y se tiró sobre mí para darme un abrazo.

Cuando conseguí apartarle y respirar, descubrimos que las dos señoras de antes nos miraban aún más escandalizadas. Yo les dediqué mi gesto más angelical y, conteniendo una carcajada, dije:

—No querrán unirse, ¿verdad?

Sergio no llegó hasta primera hora de la tarde, y para entonces todos, excepto Selena que acababa de volver de comer con su familia, estábamos bastante hartos de esperar encerrados en el hotel sin poder disfrutar de París.

¿La novedad? Aarón y Emma habían hecho las paces, y por las miradas que se dedicaban, los gestos de complicidad y la tontería que les envolvía, estaba claro que no era lo único que habían hecho.

Zoe, aunque seguía sin ser la alegría de la huerta, parecía mucho más tranquila y relajada que cuando salía con mi hermano y sospechaba que él seguía enamorado de la hija del señor Gladstone. A mi entender, y aunque sonara cruel, el hecho de haber confirmado sus dudas le permitiría superarlo más deprisa.

—¿Os dejo dos semanas solos y la liáis de esta manera? —dijo por saludo el guardaespaldas cuando llegó con otros tres compañeros igual de cuadrados que él llamados Carlos, Arturo y José. Mi hermano y yo nos levantamos para saludarle con un abrazo.

Una vez que hubieron dejado sus cosas en las habitaciones que mi hermano les había reservado, nos sentamos con ellos y les explicamos por encima el culebrón que se había generado.

—Así que los

targets principales sois tú, tú, tú y… supongo que tú, ¿no? —resumió él, señalándonos a mi hermano y a mí, a Emma y, por último, a Zoe.

—Sí —contestó la violinista—, pero me temo que será Emma quien más os necesite.

Todos coincidimos en ello. Sergio, que trabajaría con Aarón como en Madrid, nos asignó a cada uno de nosotros a un compañero suyo y después nos preguntó qué planes teníamos para el resto del día.

Ícaro tomó la palabra entonces y, antes de que pudiéramos replicar, nos informó de que había pensado en dar un paseo por las orillas del Sena, visitar la catedral de Notre Dame antes de que anocheciera y después ir al bohemio barrio de Montmartre a cenar en un restaurante en el que ya había reservado mesa.

Viéndole hablar tan normal, tan tranquilo, sobre algo tan corriente como que dónde tomaríamos unas copas por la noche, me hizo comprender lo muchísimo que le había echado de menos y lo estúpido que había sido por haber estado tan, tan enfadado con él.

Nos íbamos a levantar ya para pedir un par de coches en recepción y así movernos por la ciudad sin necesidad de sacar la TARDIS del garaje del hotel cuando Selena nos informó de una noticia bomba más:

—No sé si tenéis ganas de dar un nuevo concierto —les dijo a Zoe y a Aarón—, pero en caso de que sí, hay un programa matinal que nos ofrece su plató para retransmitirlo en directo pasado mañana.

—¿El miércoles? ¿Aquí? ¿En Francia? —preguntó mi hermano tan sorprendido como el resto.

—¿Qué programa? —quise saber yo, temiéndome la respuesta. Cuando Selena se volvió hacia mí con una sonrisa, no me hizo falta más para confirmar mis sospechas—. ¿El de Melanie Leroi? ¡¿Has conseguido que la loca esa les deje tocar en su programa?!

—¿De qué estás hablando? —intervino Zoe.

—Esto huele a trampa —añadí—. Fijo que nos la lía. Fijo, fijo, fijo.

—Creedme, no lo hará.

La seguridad con la que habló nos dejó a todos perplejos. Fue mi hermano quien, después de escuchar la historia, le preguntó dónde estaba el truco.

—El truco está en que sé dónde está su hermana.

—De vacaciones en alguna isla de las Bahamas, ¿no? —dijo Zoe, y todos la miramos como si le hubieran salido alas de pronto—. ¿Qué pasa? Me gusta estar informada de todo…

Selena se rió con los demás, pero dijo que no con la cabeza.

—Eso es lo que han hecho creer a todo el mundo, pero en Nosolorumores.com sabemos la verdad: que está en un centro de rehabilitación fuera de Europa por sus problemas con el alcohol.

—Ni de coña —dije yo, alucinando.

La periodista asintió, y yo me incorporé para darle un beso.

—Yo me enteré de casualidad, pero alguien debió de pagar un pastón a mis jefes para que no publicáramos nada al respecto. Me enfadé muchísimo, pero al final tuve que ceder, como tantas otras veces. No colgamos la noticia de que andaba de vacaciones ni las fotos trucadas que envió su familia a todos los medios, pero tampoco pusimos la verdad… Total, que ahora que me he largado de la web…

—La has amenazado con hablar si no nos ayudaba, ¿verdad? —imaginó Emma.

—Se acabaron las noticias sobre vosotros en su programa… y, de paso, os ceden su plató para un concierto sorpresa. Si os interesa, claro.

Zoe y mi hermano cruzaron una mirada y un gesto de indiferencia.

—Por mí, bien —dijo Aarón, y Zoe asintió.

—Podría ser divertido.

—¡Perfecto! —exclamó la periodista—. En tal caso, dadme diez minutos mientras pedís los coches y voy a terminar de cerrarlo con los productores.

Se puso en pie de un salto, pero antes de que se alejara mucho salí tras ella y la alcancé cerca de los ascensores.

—Ya he hablado con Ícaro —le dije, y en pocas palabras le conté cómo había ido todo.

—Me alegro mucho —me dijo—. Espero que no te haya molestado lo de las Leroi. Que no te hubiera comentado nada antes, me refiero. Ha sido tan precipitado…

—¿Molestarme? Es la mejor noticia que he recibido en los últimos días. Me encantará verle la cara cuando aparezcamos por allí. Gracias por esto también —añadí.

—Era lo menos que podía hacer.

—No —le corregí—. Lo menos que podías hacer era nada, por eso te lo agradezco.

Ella sonrió y asintió. Justo cuando se abrían las puertas del ascensor, la atraje hacia mí y le di un nuevo beso.

—Creo que me estoy enamorando de ti —le dije en voz muy baja—. ¿Debería preocuparme?

—Deberías… —respondió—, de no ser porque creo que yo también me estoy enamorando de ti.

Esbocé media sonrisa.

—Debe de ser porque soy famoso.

—Debe de ser eso —corroboró, separándose y entrando en el cubículo—, porque ya te digo que por la madurez, seguro, seguro que no es —añadió con un guiño antes de que las puertas se cerraran.

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