Live

Live


6

Página 8 de 40

She’s been chasing an answer

A sign lost in the abyss, this Metropolis.

Daughtry, ‹‹Waiting for Superman››

El Diógenes Laercio resplandecía en mitad de la avenida privada de la urbanización como un asteroide caído del cielo. Parecía que se hubieran gastado todo el presupuesto para las asignaturas extraescolares en iluminar hasta el último ladrillo del edificio principal.

Resultaba extraño estar de pronto allí, después de casi una semana hablando sobre aquel momento en el que nos reencontraríamos con viejos compañeros para intercambiar anécdotas y abrazos y besos y sonrisas tirantes. El truco para aquel tipo de eventos era concienciarse de que tu vida había sido alucinante desde que abandonaste el colegio, que habías alcanzado todas las metas que te habías propuesto y que la fortuna te sonreía con una dentadura perfecta.

Para hacer el reencuentro más emocionante, el exclusivo colegio prefería organizar fiestas de ese tipo cada tres años, aunque yo sabía que la verdadera razón era seguramente que, de hacerlas todos los años, estarían casi vacías.

—Repasemos la historia —le pedí a Aarón en el coche.

—Otra vez no, por favor —me suplicó poniendo los ojos en blanco. Se le veía incluso más nervioso que a mí, como si eso fuera posible—. Me ha quedado claro, de verdad: la idea de Play Serafin fue de los dos, ¿contento?

Asentí, conforme, y lo dejé estar. Esperaba que recordase con la misma exactitud el resto de los detalles de la nueva versión de nuestro éxito. Lo último que quería era tener que soportar en directo las burlas de mis ex compañeros respecto a todo el asunto de YouTube. Por lo que a ellos respectaba, un día le había propuesto a mi hermano la idea de dar a conocer sus canciones y, como Aarón era tan vergonzoso, habíamos optado por utilizar mi imagen. El resto, ya lo conocían. Al final, cuando Aarón estuvo preparado para volar sin ayuda, yo me aparté, regresé a España y comencé mi carrera en solitario.

—Nada de mencionar a Develstar.

—Leo, ¿te crees que soy imbécil o qué? —me espetó, frotándose las palmas de las manos en sus vaqueros de diseño. Si yo estaba un poco nervioso, Aarón parecía a punto de sufrir un ictus.

La verdad, tampoco tenía ninguna razón. ¿Qué le preocupaba? ¿Que de pronto le pidieran una foto o un autógrafo? Con qué gusto le daría a mi hermano a veces una bofetada…

Cuando el coche se detuvo frente a nuestro antiguo colegio, le apreté el hombro para infundirle ánimos y salimos cada uno por una puerta.

El guardaespaldas se pegó a nosotros hasta que estuvimos dentro del recinto. Entonces se separó varios metros y se mantuvo vigilando desde la distancia.

De haber sido por Aarón, Sergio se habría quedado en casa. Consideraba que ya iba a atraer él solito suficiente atención como para encima tener que ir con un gigante trajeado a todas partes. Yo, por mi parte, estaba encantado de poder presumir de guardaespaldas.

Me recoloqué la camisa por debajo de la americana negra y me alisé las mangas. Echando un vistazo rápido en la ventanilla tintada del coche comprobé que todo estuviera en su sitio y di una palmada al aire. Estaba listo.

Junto a los escalones del edificio principal nos esperaban David y Oli, él con una sonrisa contenida y una pajarita sobre su camisa azul claro; ella con un bonito vestido de color verde y zapatos a juego.

—Empezábamos a pensar que no vendríais —dijo ella antes de saludar a Sergio desde lejos.

—Si hubiera sido por este, aún estaríamos en casa —contesté empujando hacia delante a Aarón. Los cuatro echamos a andar por el porche hacia el inmenso comedor donde tendría lugar la cena. Desperdigados por el patio, llenando la noche de grititos y carcajadas, había grupos de chicos y chicas tan trajeados como nosotros, que se abrazaban y saludaban con una ilusión casi contagiosa bajo una noche totalmente quemada por los focos de las paredes.

Al pasar, la gente que reparaba en nosotros nos miraba, volvía a sus conversaciones y al instante siguiente giraban de nuevo la cabeza para comprobar que habían visto lo que creían haber visto. Sí, éramos nosotros, estuve a punto de decir cuando oí a un par de chicas hacerle la pregunta al resto de sus amigos.

—Antes he visto a la gente de tu curso, Leo —me dijo David—, supongo que estarán ya dentro.

—Genial, os veo luego. —Me despedí de ellos y me dirigí con paso seguro hacia mi destino. Antes de llegar, pude escuchar el murmullo de la música.

Al entrar, mi antiguo profesor de gimnasia, que parecía estar de guardia con otros tres, me saludó con energía y me señaló a mis antiguos compañeros, junto a las ventanas del comedor alrededor de una de las mesas repletas de sándwiches y canapés.

A unos metros de acercarme a ellos, Susana Rodríguez y Rita Sáez, las delegadas de clase, se volvieron hacia mí y, tras unos instantes de desconcierto que achaqué a la sorpresa de verme allí, me saludaron. Las otras cuatro personas, una chica y tres chicos, se acercaron también entre cuchicheos que preferí ignorar.

—¡Leo, nadie me avisó de que vendrías! —me dijo Verónica Roldán, tras los dos besos de rigor. Como cuando estábamos en el colegio, seguía llevando el pelo castaño y liso por la cintura y los dientes con aparato, dos características que le habían granjeado todo tipo de motes relacionados con el mundo equino.

—Ya sabes que me gusta aprovecharme del factor sorpresa —bromeé mientras terminaba de saludar a los chicos con un apretón de manos rápido.

Jordán, Sergio y Guille habían jugado siempre en otra liga distinta a la mía. Entonces los había considerado unos empollones, más preocupados por ver quién sacaba más libros de la biblioteca del colegio que por las eliminatorias del torneo de fútbol. Ahora, sin embargo, me avergonzaba reconocer que con sus chaquetas algo pasadas de moda y sus zapatos deslucidos tenían pinta de conocer no solo las respuestas del universo, sino las de sus propios futuros, lo que me resultaba aún más envidiable.

—Vaya, no somos muchos —comenté.

—Somos pocos los que tenemos tiempo y ganas de recordar —respondió Susana encogiéndose de hombros. De pronto recordé cómo nos encantaba imitar ese gesto para tomarle el pelo, y tuve que contenerme para no hacerlo allí mismo.

En estas llegó un puñado más de gente con la que apenas había tenido trato cuando iba al colegio. Formado un corrillo a mi alrededor pude contarles la nueva versión de la historia de los Serafin, consiguiendo que la mayoría asintiera y se pusiera completamente de mi lado.

¿Dónde estaba todo el mundo?, me pregunté. La gente guay. La gente con la que salía los fines de semana, con la que me iba de pellas. La que, probablemente, tenía el futuro menos resuelto que yo, pero con la que al menos habría podido alardear y echarme algunas risas.

De pronto, alguien pegó un chillido emocionado al fondo del comedor y todos nos giramos para ver qué sucedía. Y lo que sucedía era que mi hermano había entrado en escena. Un grupo de chicos y chicas se habían acercado en masa a donde se encontraba Aarón, flanqueado por Oli y David, y habían comenzado a disparar flashes y a ondear papeles blancos en las manos en busca de su autógrafo.

—¡¿Ha venido

tu hermano?! —exclamó Verónica a mi espalda—. ¿Cómo no nos lo has dicho?

Yo me volví contrariado.

—No sabía ni que le conocierais…

—¿Eres bobo? ¡Pues claro que le conocemos! —intervino Susana—. Nos lo vas a presentar, ¿no?

Tuve que hacer un esfuerzo titánico para que no se reflejara en mi cara el deseo de mandarles a la mierda.

—Está cambiadísimo… —dijo Verónica devorando a Aarón con la mirada.

—Oye, Leo, ¿y tú qué eres ahora, su mánager o algo así? —preguntó Sergio poniendo la guinda al pastel.

—No —contesté con sequedad—, de esos asuntos se encarga

nuestra agente. Yo soy actor.

—¡Es verdad! Ahora estás en la serie esa de los okupas, ¿no?

—¿Y vosotros? No me habéis dicho a qué os dedicáis ahora —dije para cambiar de tema.

—Yo estoy terminando ingeniería de montes —comentó Jordán, con una sonrisa que quise borrarle de un manotazo. ¿Ingeniería de montes? ¿Qué era eso, la versión

light de la de caminos? En mi vida había oído hablar de ella…

—Yo estoy en cuarto y he empezado las prácticas en un bufete de abogados —contestó Sergio.

—Y yo sigo estudiando medicina.

Verónica chasqueó la lengua impaciente.

—Va, venga, mientras estos se ponen al día de sus cosas vamos a saludar a Aarón —decidió agarrando del brazo a Susana—. Rita, ¿llevas la cámara?

La otra chica dijo que sí en un tono casi imperceptible y siguió a sus dos amigas hacia el apelotonamiento de gente.

—Es como una fiesta privada para conocer en persona al gran Aarón Serafin —comentó Sergio terminándose de un trago su refresco—. Era de esperar.

—¿Aquí no sirven alcohol? —me limité a comentar, y me serví un refresco.

—Debe de ser una putada, imagino —comentó Jordán, el tercero en discordia; un chico que había sido bajo toda su vida y que seguía siéndolo en la actualidad, con unas prominentes entradas y las uñas roídas. Al ver que yo no decía nada, añadió—: Ser el hermano de Aarón Serafin, digo. Mis hermanas están encoñadas con él a un nivel preocupante. Contigo también lo estuvieron hasta que se supo la verdad, claro. Desde que se enteraron de que teníamos esta fiesta no han dejado de darme la plasta para que las dejara venir, solo por si acaso aparecía. Y míralo, ahí está. Si ahora las llamase, serían capaces de escalar los muros y colarse por las ventanas para arrancarle un mechón de pelo.

Tras aquella disección del comportamiento de la adolescente media en relación con mi hermano, volvió a guardar silencio. Una parte de mí ya sabía que iba a suceder lo que estaba ocurriendo, pero también pensaba que yo recibiría mi parte correspondiente de admiración. Al fin y al cabo, junto a Dalila Fes, había sido la primera estrella que salió de aquel colegio. ¿No merecía cierto reconocimiento?

—Oye, ¿y es verdad… —Sergio se aclaró la voz como si hubiéramos compartido un silencio incómodo que yo no había advertido— lo de que tuvisteis que dejar de fingir que tú no cantabas y todo eso porque llegaron millones de demandas de fraude?

—¡¿Qué?! —exclamé yo dejando mi vaso en la mesa.

—Sí, la verdad es que oímos unas cosas muy chungas —añadió Jordán—. Que tenías una novia a la que dejaste preñada cuando amañasteis el concurso ese donde estuvo tu hermano…

—¡¿Que yo qué?! ¡Eso son gilipolleces! Yo no he preñado a nadie. Y lo que pasó fue que a mi hermano le daba palo que conocieran sus canciones y lo que yo hice fue…

—Ya, no, si todos sabemos lo que hiciste, pero ¿es verdad lo de que te tienen cogido con demandas y juicios? —insistió Sergio—. Lo digo porque mi bufete podría echarte una mano con todo eso. Y, joder, me apuntaría un tanto si les trajera el tema de Play Serafin a mis jefes. ¿Cómo lo ves?

—Veo que te estás ganando un viaje al hospital como no dejes de decir chorradas —mascullé en voz baja.

—Eh, eh, tranquilo, tío —intervino Guille, poniéndome una mano en el pecho—. Creo que ya has bebido suficiente.

—¡Pero si solo es Fanta! —estallé yo, alzando el vaso que me había servido.

—Pues te está alterando mucho. Sergio solo quería echarte una mano.

Yo di un paso hacia atrás, alucinado por cómo se habían desarrollado los acontecimientos.

—Me voy a tomar un poco el aire —comenté, frotándome la frente con la mano.

Esquivé a los grupos que salían a mi paso intentando no hacer caso de los pocos que se daban codazos para después susurrar mi nombre, y llegué a la puerta principal.

—Yo te recomendaría que no salieras por ahí…

—Y yo te recomendaría que te metieras en tus asuntos —le espeté a la chica que acababa de hablar, sin girarme siquiera para ver quién era.

Sin hacerle caso, abandoné el comedor y atravesé el patio hasta la puerta principal. Pero al instante advertí el tumulto que había allí y me detuve en seco. Aquellas luces que rodeaban la puerta no eran solo las que había puesto el colegio, sino las de las cámaras de una decena de periodistas que se agolpaban como aves de rapiña en busca, sin duda, de alguna imagen exclusiva de Aarón o mía.

Mis sospechas se confirmaron cuando el grupito de chavales que habían aprovechado para disfrutar de unos escasos minutos de gloria se giraron y me descubrieron observándoles.

—¡Leo! ¡Mirad, allí está Leo Serafin! —grito una de ellas.

—Leo, ven, ¡que quieren entrevistarte! —gritó otro, al que no conocía de nada, antes de girarse hacia los periodistas que comenzaban a agitarse al otro lado de la verja—. ¡Llama a tu hermano y venid!

Una ráfaga de flashes me hizo retroceder y dar media vuelta, cabreado.

—Te lo dije.

Esta vez sí alcé la vista para encontrarme con una chica rubia de pelo largo y ojos azules, casi fantasmagóricos, que me observaba envuelta en una gabardina marrón larga, con un cigarrillo de liar entre los dedos. A través de la puerta del comedor llegó el rumor de las voces y de un hilo musical que hasta hacía unos instantes no estaba. El resto del patio, más allá de los tarados de la puerta, estaba vacío.

—Dime que no vas desnuda —le dije a la desconocida, señalando su gabardina.

—¿Esa es tu manera de disculparte?

Esbocé una sonrisa y me acerqué a ella, que se mantenía envuelta en sombras, con un pie sobre el primer escalón de las escaleras del edificio principal. Hasta entonces no había advertido en su voz el deje francés que tenía al pronunciar algunas palabras.

—Soy Leo. Y siento no haberte hecho caso antes —reconocí—. ¿De qué curso eres? No recuerdo haberte visto antes por aquí…

—Como si alguna vez te hubieras fijado en alguien que no estuviera en tu curso o superiores —me espetó ella, llevándose el cigarrillo a los labios y soltando a continuación el humo muy despacio—. Me llamo Selena.

Me acerqué a darle dos besos, pero ella alargó la mano a toda prisa para estrechármela.

—No sabes lo que detesto esta costumbre de estar besando todo el rato a todo el mundo —dijo como explicación, y yo no pude evitar sonreír porque estaba bastante de acuerdo con ella, aunque con chicas así no me importaba hacer el esfuerzo.

—Yo estoy fumando, ¿cuál es tu excusa para estar aquí fuera en lugar de divirtiéndote con tus amigos ahí dentro? —preguntó.

Me apoyé en la pared a su lado y esperé unos instantes antes de contestar. El aroma del cigarro se mezclaba con su perfume de una manera que, lejos de incomodarme, me agradaba.

—No sé qué te hace pensar que ahí dentro tengo algún amigo. Y fumar está prohibido en todo el recinto escolar —le advertí.

—¿No me digas? —preguntó sorprendida. Sin pensárselo dos veces, lo tiró al suelo y lo apagó con la suela de una de sus botas—. Listo.

Envueltos por las voces y la música enlatada de la fiesta, me pregunté quién era esa chica misteriosa y qué hacía allí. Disimuladamente, miré el reloj y comprendí que aún era muy pronto para irse.

—¿Deberías estar en algún otro lugar? —me preguntó ella—. ¿O solo es que te aburres aquí conmigo? Si acabamos de conocernos…

Fui a contestar cuando advertí unas siluetas acercándose a la puerta desde dentro del comedor y, en un acto reflejo, agarré de la mano a Selena y la arrastré conmigo, porche abajo.

—Ven, quiero enseñarte algo.

—¿Me estás raptando? —preguntó ella de broma—. ¿Con todos esos periodistas ahí fuera? No me parece muy inteligente…

Seguí caminando sin responder. El edificio de enfrente, el que daba al enorme gimnasio del colegio, contaba con una escalera de emergencia que reptaba por la pared exterior y que había sido nuestro falso refugio durante muchos recreos. Comprobé con alegría que el acceso estaba despejado y me colé seguido de Selena.

—¿En serio vamos a hacer pellas de la fiesta?

—¿Te has dado cuenta de la cantidad de preguntas que haces por minuto? —le espeté yo, al tiempo que empezaba a subir la escalera de metal.

La verdad es que no entendía qué estaba haciendo. Era como si la situación —volver al colegio, el patético reencuentro con mis compañeros y la aparición de los periodistas— me hubiera puesto nervioso. Desde fuera debía de parecer un maníaco, alejándome al lugar más solitario y oscuro del colegio mientras todo el mundo se divertía en el comedor. Pero lo cierto era que, dado que esa iba a ser la última vez que pisaría aquel sitio —de eso no tenía ninguna duda—, prefería despedirme de uno de los lugares más especiales del recinto antes que estar fingiendo sonrisas y forzando conversaciones. Aunque la pregunta que debía hacerme era: ¿por qué me seguía ella en lugar de darse la vuelta y regresar con

sus amigos?

Voilà! —exclamé cuando llegamos al último tramo de escaleras. Desde allí arriba no solo podía contemplarse todo el colegio, sino también los alrededores. Las luces de los chalets cercanos resplandecían en la noche con el fulgor de la ciudad de Madrid en el horizonte.

—No está nada mal —dijo Selena apoyándose en la barandilla y sacando de su gabardina un nuevo cigarrillo de liar—. ¿Quieres uno? —me preguntó. Cuando contesté que no, comentó—: No es como si debieran preocuparte tus cuerdas vocales…

Me volví hacia ella y solté una risotada falsa. La fama me precedía.

—Y yo que pensaba que había subido aquí arriba para no tener que aguantar ese tipo de comentarios… —dije, sentándome frente al inmenso paisaje nocturno con la espalda apoyada en la pared.

—Era broma. Lo siento —se disculpó ella, apoyando los codos en la barandilla y mirándome—. Pero es extraño tenerte aquí delante. Y para mí sola. Leo Serafin.

Esta vez, mi nombre en su boca adquirió un deje reverencial, casi fascinante, y un escalofrío me recorrió la espalda. No sé qué me hizo llegar a la siguiente conclusión, pero cuando me volví para observarla con calma supe que no me confundía al decir:

—Tú no eres una antigua alumna, ¿verdad?

Durante una fracción de segundo, Selena —si es que se llamaba así— pareció dudar. Sus ojos recorrieron el patio y cuando volvieron a posarse en mí, todo rastro de duda se había esfumado.

—No, no lo soy —contestó, y supe que ahora estaba diciendo la verdad. El problema era que sonó igual que las otras veces. Su respuesta me hizo ponerme alerta.

—¿Eres periodista? —pregunté—. Dime por favor que no estás aquí por mí y por mi hermano, y que solo has venido a hacer un reportaje sobre fiestas de antiguos alumnos. Por favor…

—He venido para hablar contigo.

—Genial —dije con resentimiento, y aplaudí mi estupidez—. Parezco nuevo…

Fui a levantarme para marcharme, porque sabía que eso era lo que tenía que hacer en esos casos, pero ella se acercó y se acuclilló frente a mí.

—Sé que debería habértelo dicho desde el principio, pero los dos sabemos que no me habrías hecho ni caso y que habrías avisado a tu guardaespaldas para que me echase al instante.

—Veo que has hecho bien tus deberes.

Ella esbozó media sonrisa.

—Me he colado aquí dentro, ¿no? —dijo—. Además, no he sido yo quien te ha raptado y te ha traído al lugar más oscuro y alejado del colegio… —Cuando resoplé, ella se puso seria y apoyó las manos en mis rodillas, aunque parecía estar manteniendo el equilibrio perfectamente sobre los tacones de sus botas—. Quiero proponerte algo, y creo sinceramente que deberías aceptar.

—Esto mejora por momentos. —Aunque una parte de mí seguía gritando que saliera de allí, cerrara la boca y no volviera a abrirla hasta estar junto a Sergio, la otra, la inconsciente, la que siempre me metía en problemas, me arrastraba a seguir hablando con ella—. ¿Y qué se supone que es eso que tanto me va a interesar?

—Quiero que cuentes tu verdadera historia.

Yo la miré con socarronería antes de soltar una carcajada. Aquel comentario había terminado definitivamente con mi paciencia.

—Ha sido un gusto conocerte —dije, y me levanté como un resorte. Ella me imitó y se colocó entre la salida y yo.

—Espera, escúchame. Quiero ayudarte, de verdad. Mira, llevo siguiendo toda vuestra historia desde que empezó y… y estoy harta de ver lo que dicen de vosotros, sobre todo de ti.

—Y tú vas a hacer que todo eso cambie, ¿no? —me burlé.

—Al menos quiero intentarlo. Trabajo en una web…

—Ah, fantástico…

—Nosonrumores.com. Seguro que te suena. Tiene redacciones en el mundo entero y recibe millones de visitas diarias.

No es que

me sonara. Me avergonzaba reconocer que era uno de sus fieles seguidores. Era una de las pocas webs de prensa rosa y social en la que me atrevía a buscar mi nombre o el de mi hermano. Aquel

site era mundialmente conocido precisamente por no inventarse rumores, como su nombre indicaba, sino cotejar y desmentir los que aparecían en otras webs. Era una de las redes más fiables del panorama y contaba con cientos de entrevistas de algunas de las celebridades más importantes del planeta.

—Ya, ¿y por qué estás de pronto interesada en mí? ¿Cuál es la auténtica razón para que estemos manteniendo esta conversación tan surrealista ahora mismo? —añadí con ironía—. Ni siquiera sé si el nombre que me has dado es el tuyo. ¿Es así como trabajáis en esa web?

La aparté con suavidad y comencé a bajar los escalones. A cada paso, el metal reverberaba en la noche.

—Me llamo Selena. No te he mentido en eso. En realidad, ¡no te he mentido en nada! Tan solo… he ocultado información. —Bajó un par de escalones para no perderme de vista—. Por favor, al menos piénsatelo.

Me detuve y alcé la mirada hacia ella. Selena sacó entonces de su gabardina una tarjeta y me la acercó inclinándose sobre la barandilla. Alcé el brazo y se la cogí.

—Piénsatelo —repitió con los bajos de la ropa y el pelo rubio ondeando al viento como las ramas de un árbol deshojado.

Sin decir nada más, me guardé el papel en el bolsillo trasero y seguí bajando con la cabeza hecha un lío. Entonces llegué al patio y advertí que la gente había salido del comedor y que se apiñaban en la entrada de los baños. No fue hasta que estuve más cerca que descifré lo que gritaban a coro:

—¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!

El mal presentimiento que me produjo me hizo acelerar el paso mientras me remangaba las mangas de la chaqueta y la camisa.

Ir a la siguiente página

Report Page