Live

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As reason clouds my eyes, with splendor fading.

Illusions of the sunlight.

And a reflection of a lie, will keep me waiting.

Trading Yesterday, ‹‹Shattered››

A la mañana siguiente me despertó un haz de luz dirigido a mis ojos con tal precisión que costaba no calificarlo de intencionado. A mi lado, Zoe seguía dormida. El último día había sido raro para ambos. Entre la agotadora ruta turística que nos habíamos marcado y la fiesta posterior, no habíamos podido hablar nada, y presentía que era necesario hacerlo pronto.

Cuando regresamos al hotel, bien entrada la madrugada, quise preguntarle si le pasaba algo, pero enseguida tuve la sensación de que la sonrisa y el buen humor que la habían acompañado mientras estábamos con los demás en la discoteca se habían esfumado y que una barrera invisible e impenetrable se había alzado en mitad del colchón. Mis sospechas se confirmaron cuando me acerqué a ella con intención de cubrir de besos sus hombros, sus labios, sus mejillas y todas las partes del cuerpo que me dejara porque apenas me permitió darle el primero antes de darse la vuelta y separarse de mí.

No insistí. No estaba de humor. ¿Quería estar enfadada? ¿Quería ahogarse en aquel injusto silencio? No sería yo quien se lo impidiera. Estaba tan cansado que bastó con cerrar los ojos para caer dormido. Pero con la mañana y mi desvelo habían regresado las dudas y la preocupación que había pretendido ignorar en la noche.

Me quedé observando las facciones de Zoe en silencio. Las pecas sobre su piel clara, sus mechones de pelo corto sobre la frente tan perfectamente colocados como si fuera una ilustración… ¿Qué me pasaba? ¿Por qué no conseguía aclararme? ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? ¿Por qué tenía que hacerlo

yo todo tan complicado?

Aquel viaje cada vez parecía más una trampa, aunque no supiera quién la había diseñado ni por qué. O quizá era yo el que lo estaba convirtiendo en eso. Fuera como fuese, estaba cayendo de pleno en ella.

Me incorporé. Zoe masculló algo en sueños y se dio la vuelta, ovillándose como un gatito. Contuve las ganas de acariciarle la espalda que dejaba entrever su camiseta de tirantes y me vestí con un pantalón de chándal, una camiseta y una sudadera para salir a correr antes de que se despertaran los demás.

Quería mantener la buena forma física que había conseguido a base de entrenar prácticamente todos los días durante los últimos meses, y sabía que si no hacía nada hasta que volviera a España me costaría mucho recuperar el ritmo.

Salí del cuarto y procuré que ni las bisagras ni el picaporte desvelaran a Zoe. Cuando la puerta estuvo cerrada, me giré para darme de bruces con alguien y soltar una exclamación ahogada.

—¿Adónde vas tan temprano? —me preguntó Emma con un hilo de voz.

—A correr, ¿y tú?

—También —contestó con una sonrisa—. ¿Estás ya listo? Podemos ir juntos.

Tuve la tentación de mentir y decirle que fuera bajando sola, que ya la alcanzaría si eso, pero no lo hice. Lo que hubiera pasado entre ella y mi hermano (si es que había ocurrido algo) me daba igual, y esa era una manera perfecta de demostrárselo. Por lo tanto, asentí y salimos del piso.

A pesar de lo temprano que era, la ciudad bullía de vida. Emma, mucho más previsora que yo, había hablado con Lucilda el día anterior y esta le había recomendado que, si no quería subir pendientes, lo mejor era que permaneciera siempre cerca del río.

Los primeros minutos corrimos en silencio, Emma delante de mí, esquivando coches y peatones hasta llegar a la orilla del Arno. Una vez allí, acompasamos el ritmo para avanzar en paralelo.

—Me encanta esta ciudad —dijo de pronto Emma—. ¿Sabes esos lugares en los que, sin razón aparente, sientes que encajas? Pues para mí, este es uno de ellos. ¿Te das cuenta de todo el arte y la historia que nos rodea ahora mismo? —añadió, emocionada—. Esta ciudad vio nacer a Da Vinci, a Dante… ¡A Michelangelo!

La pasión con la que hablaba me hizo reír. Ella me miró de soslayo también con una sonrisa.

—¡No te burles de mí! Lo digo en serio. Además, como

Potterhead deberías saber que Rowling le puso el nombre de Firenze a su centauro en honor a esta ciudad y a Galileo Galilei, uno de los astrónomos más importantes de la historia.

—Como

Potterhead, ya lo sé —respondí sin perder el ritmo.

Yo también había leído la teoría en internet, pero el hecho de que Emma la conociera me emocionó tanto que no pude evitar empezar a hablar sobre la saga del niño mago igual que había hecho con Oli en su día.

Cerca del hotel, Emma propuso parar a comprar un par de bebidas en un puesto ambulante. Mientras nos las tomábamos, advertí que el silencio entre nosotros había cambiado de naturaleza, y que de pronto se había vuelto tan opresivo como el bochorno antes de la tormenta.

—Oye, Aarón —dijo entonces ella, confirmando mis sospechas—. Sé que ya te lo ha dicho tu hermano, pero lo de ayer…

—Ya sé que no pasó nada —la interrumpí con una sonrisa algo forzada.

—Exacto. Estuvimos hablando toda la noche y, por pereza, me quedé en su habitación…

—Claro. —Le di un trago al refresco y después añadí—. Aunque no sabía que fuerais tan amigos, la verdad…

—Supongo que el

reality nos obligó a pasar más tiempo juntos del esperado, y ya sabes eso de que el roce hace el cariño.

Asentí y volví a sonreír mecánicamente. Ahora que hablaba con Emma quise pensar que mi enfado del día anterior se debía principalmente a que mi hermano hubiera hecho tan buenas migas con ella mientras nosotros habíamos ido distanciándonos.

Terminamos los refrescos y nos pusimos en marcha otra vez. Ya fuera por el ritmo que elegimos, porque se nos hubieran acabado los temas o, simplemente, porque habíamos tratado el más importante de todos, no hablamos más hasta que llamamos al timbre para que nos abrieran.

Fue Zoe, aún en pijama, quien nos recibió a la entrada, y su gesto dejó clara la duda que al instante pronunciaron sus labios:

—¿Habéis ido a correr juntos?

—Sí —contesté sonriendo antes de darle un fugaz beso en los labios—. Así es mucho más entretenido.

Ella suavizó la mirada y nos dejó pasar. Emma le dio las gracias y desapareció en su cuarto mientras yo me dirigía al nuestro. Zoe vino detrás.

—¿Y qué tal? —preguntó.

—¿La carrera? Bien, normal. Hablando sobre

Harry Potter la mayor parte del tiempo.

—Que Emma también es muy fan, ¿no?

Respondí que sí mientras elegía la ropa para meterla conmigo en el baño y, tras la ducha, cambiarme.

—¿Te vas a la ducha? —preguntó, y cuando le dije que sí ella comenzó a desabotonarse la parte de arriba del pijama.

—¿Tú también? —quise saber con una sonrisa extendiéndose por mis labios. Ella asintió y fue hacia el baño. Yo la seguí en silencio, con la excitación aumentando por segundos.

No entendía qué había ocurrido desde la noche anterior, pero no estaba dispuesto a desperdiciar la oportunidad de pasar un buen rato juntos.

Y mereció la pena. Antes de abrir el grifo, nuestras lenguas ya se habían encontrado, y para cuando conseguimos que el agua no estuviera ni demasiado fría ni demasiado caliente, apenas existían centímetros de piel que no estuvieran cubiertos por los del otro.

La ducha empapaba nuestro pelo. Con delicadeza, aparté el de Zoe y le di un beso en el cuello. Y le habría dado un segundo de no ser porque unos golpes en la puerta nos arrancaron de nuestro particular sueño.

—¡Dejad de hacer cochinadas y salid de una vez! ¡Os estamos esperando todos! —exclamó mi hermano.

—Id tirando —le respondió Zoe, cortando el grifo para que nos escuchara—. Aarón y yo tenemos que ensayar para esta noche.

Leo se rió, y a sus carcajadas se le unieron otras.

—Ensayar, claro… —reconocí la voz de Ícaro—. Venga, nos vemos después.

Mientras nos secábamos escuchamos los pasos de los otros cuatro y la puerta que se cerraba tras ellos. Estábamos solos. Me giré hacia Zoe y compartí el pensamiento con ella con una sola mirada, pero ella negó, divertida.

—Hay que trabajar —se limitó a decir. Así que me resigné a darle un par de besos más en la espalda y a salir para secarme.

Durante el desayuno lo pasamos bien escogiendo el repertorio para esa noche. Pero cuando ya estábamos terminando, Zoe recibió un e-mail que leyó desde su teléfono móvil y que le cambió por completo la cara.

—Eh, ¿qué pasa? —le pregunté, preocupado.

—Es la señora Tessport —dijo con los ojos puestos en el aparato—. Me pide que cuando sepa dónde voy a vivir, le escriba un e-mail con la dirección para que pueda enviar mis cosas directamente allí. Que no hace falta que pase siquiera por casa… por su casa, quiero decir, a recogerlas.

—Pero… ¿por qué? —pregunté, horrorizado—. ¿Qué tiene esa mujer contra ti después de tanto tiempo viviendo juntas?

Zoe esbozó una sonrisa amarga.

—No es lo que tiene, Aarón, sino lo que no tiene. Ni tendrá nunca. De haber sido yo menor de edad cuando ocurrió todo lo de Develstar, ella podría haber actuado como representante legal y llevarse una parte de mis ganancias.

—¡Si no ganaste nada! —contesté, cada vez más enfadado, sobre todo al recordar cómo había terminado Zoe en el

reality—. Además, recuerdo perfectamente que ella estaba allí, en las oficinas, el día que nos conocimos.

—Me acompañó a Nueva York, sí. Y estudió los papeles conmigo, pero la firma y la decisión me correspondían solo a mí —explicó—. Y no, en

T-Stars no gané nada, pero a raíz de ello… los conciertos y festivales en los que he participado me han proporcionado suficiente dinero como para poder vivir de esto…

—¿Y cuál es el problema?

—Que cuando tuvimos la conversación sobre mis ganancias, ella intentó convencerme de que lo mínimo que debía hacer después de todos esos años cuidando de mí era devolverle el favor cediéndole la mitad del dinero.

Solté un resoplido de indignación y miré hacia otro lado.

—Lo sé… Después de todo lo que me criticó cuando sucedió lo de Develstar —prosiguió—. Las ganas que tenía de librarse de mí en cuanto el gobierno dejara de pagarle mi manutención… ¿Ahora quiere cobrar más que mi agente por haberme aguantado?

—Olvídala… —le sugerí—. Cuando las personas se convierten en un lastre y lo único que provocan es dolor, no queda más remedio que dejarlas ir. Y ha sido ella quien lo ha elegido, no tú.

—Puedo intentar olvidarla, pero no deja de dolerme que todo haya terminado así…

Me incliné y le di un beso en los labios.

—Vamos a seguir ensayando un poco y después llamamos a estos para ver por dónde andan.

—¿Y si pasamos el día los dos solos? —sugirió ella con un destello de desesperación—. Lo echo de menos…

—Sí, claro. Perfecto. Me parece genial.

Y muy despacio, mientras me acomodaba de nuevo en mi sitio, dejé el móvil dentro del bolsillo, donde ya había metido la mano para escribir un mensaje a Emma que nunca llegué a teclear.

Querido pupilo, compañero y amigo:

Espero que te esté yendo todo maravillosamente bien y que la vida te esté sonriendo tanto como mereces. Te escribo desde la neblinosa Londres. No importa la hora a la que mire por la ventana de mi despacho, las nubes presentan siempre el mismo telón de fondo. Por suerte, el resto de la vida me sonríe, las chicas están muy felices y te mandan recuerdos. Esperan verte pronto.

A propósito de esto, ¿cómo van tus composiciones? Estoy deseando escuchar tus nuevos temas. Verás, resulta que he estado pensando. O bueno, para ser fiel a la verdad, ha sido Maeko quien me lo sugirió. ¿Sabes ya qué vas a hacer de aquí en adelante? ¿Tienes representante? ¿Has firmado con alguna discográfica? En caso de ser así, que no me extrañaría, olvida este mensaje. Pero si no, tengo una proposición que hacerte. No, mejor dicho, una sugerencia: ¿por qué no te presentas a las pruebas de ingreso de la Royal Academy of Music?

No son fáciles, pero después de haber trabajado contigo estoy convencido de que tienes muchas posibilidades de entrar. Sí, el ritmo de trabajo es duro y muy exhaustivo, y los horarios (espero que no lo lean mis superiores) pueden llegar a ser una tortura, pero Aarón, ambos sabemos lo mucho que nos gusta vivir rodeados de música, vivir por y para la música. Y aquí podrías hacerlo sin dejar de aprender.

No te molesto más, la nena reclama la atención de su padre, y no imaginas lo persuasivos que pueden ser los niños con esas voces tan melódicas. ¡Parecen conocer el secreto de la flauta para encantar a humanos y ratones!

Un abrazo muy fuerte, amigo.

Haru

—Aarón, ¿estás listo?

Zoe asomó la cabeza por la puerta de la habitación. Yo dije que sí, cerré la cuenta de correo, apagué el portátil y agarré la funda de la guitarra.

—¡Que se os dé bien, queridos! —exclamó Lucilda, con quien habíamos estado cenando antes de prepararnos para el concierto. Los demás nos esperaban directamente en la plaza; no habían pasado por el piso en todo el día y habían preferido aprovechar las últimas horas de la tarde para dar un paseo y tomar un helado antes que volver al hotel.

Mientras caminábamos hacia allí, mi mente repetía en bucle las palabras de mi antiguo maestro. Ir a estudiar música a Londres. Nada menos que a la Royal Academy of Music. ¿Podía ser verdad? ¿Podía hacer que fuera real? Las manos me temblaban solo de pensarlo.

Volver a estudiar música.

¿Cómo no me lo había planteado siquiera? La situación con Develstar había sido tan precipitada, tan inesperada y rápida que en ningún momento llegué a pensar que tuviera nada más que aprender, cuando en el fondo era un absoluto ignorante. Sí, de niño y adolescente había asistido al conservatorio, pero ya fuera por pereza, por miedo o por mis padres, tan solo había terminado el grado medio. Lo que Haru me proponía era recibir una educación musical superior, con profesionales a los que les llegaba a la altura del betún, a los que admiraba sin conocerlos siquiera.

—Aarón, ¿estás bien? —preguntó Zoe girando el cuello para mirarme—. Si estás repasando alguna de las canciones, perdona.

—Estaba distraído —respondí.

Podía haberle contado lo que me había dicho el profesor, pero prefería tenerlo yo claro antes de enfrentarme al veredicto de los demás.

En esas llegamos a la Piazza della Signoria, el corazón de Florencia, y la primera sensación que tuve fue que parecía otro lugar completamente distinto al que habíamos visitado por la mañana. La noche y el ánimo de la gente que paseaba por ella, más apaciguado que hacía unas horas, le otorgaban un aspecto ancestral a las piedras que la formaban.

Había bastante actividad en los alrededores, pero costaba saber si eran posibles espectadores que hubieran descifrado las pistas de mi hermano y estuvieran esperándonos o meros transeúntes. Los que sí que estaban allí eran nuestros amigos, que se acercaron en cuanto nos vieron llegar.

—¿Estáis listos? —preguntó Leo, emocionado—. ¿Queréis que os presente o algo?

—Tampoco te pases —le dijo Selena—. Tú ya has hecho tu trabajo. Que empiece la música… y que sea la gente la que se acerque por su cuenta.

Dicho esto, mientras nosotros trasteábamos con los micrófonos, ella sacó la cámara. Nos desearon mucha mierda y se sentaron en el saliente de piedra de un edificio cercano. Nosotros nos situamos en la esquina acordada, colocamos las páginas con las partituras en el suelo, sobre la funda de la guitarra, y comprobamos que los instrumentos estuvieran afinados. Hacía buen tiempo, mejor que la noche anterior. Apenas corría una suave brisa y las estrellas destellaban en el cielo a pesar de la luz de las farolas que nos rodeaban.

Le hice un gesto a Zoe con la barbilla. Ella asintió, alegre, y comenzamos a tocar. «Music Takes You Everywhere» fue el primer tema elegido. Apareció en mi primer disco con Develstar, y supuestamente tenía prohibido tocar aquellas canciones porque, por contrato, ya no me pertenecían. Pero mientras no cobrara entrada ni sacara beneficio económico alguno de ello, no infringíamos ninguna norma. Emma nos lo había confirmado.

Al principio los únicos que seguían la canción con sus labios y sus pies eran nuestros amigos. La versión era un poco distinta para poder incluir el violín, pero el resultado era sorprendente. Aquella era una de mis composiciones favoritas: aunque partía de una situación personal, todo el mundo podía sentirse identificado con aquellas palabras de superación, de miedo y rabia en los momentos difíciles y de salvación gracias a la música.

Antes de llegar al estribillo, ya había una decena de personas a nuestro alrededor, móviles y cámaras en mano. Algunos se sentaron directamente en el suelo, imitados por otros. La mayoría se quedaron de pie. Mientras cantaba y Zoe se movía con el violín en alto, advertí que muchos de los allí reunidos tecleaban con desesperación en sus móviles, que llamaban o que incluso dirigían sus teléfonos hacia nosotros para que quienes estuvieran al otro lado de la línea pudieran escuchar. Cantamos y tocamos para ellos. Para todos.

Con «American Pie», que fue el segundo tema elegido, el lugar ya estaba abarrotado. La gente se había pegado a nosotros hasta solo dejar un pequeño círculo de no más de dos metros de distancia. Podía sentir el calor y sus respiraciones tan cerca como la de la propia Zoe, pero no me importó. La música nos había hermanado de forma mágica y única. Con cada nueva nota, con cada nuevo compás y verso, los allí reunidos, completos desconocidos la mayoría, cantábamos al unísono, compartíamos en silencio los recuerdos que cada tema nos traía a cada uno de nosotros.

Gritaban nuestros nombres con acentos de diferentes países, alzaban móviles y mecheros en las canciones de ritmo más lento, coreaban los estribillos… y entre toda aquella masa de gente, nuestros amigos. Selena intercalaba la grabación con algún paso de baile sencillo, Ícaro mientras se reclinaba sobre un grupo de chicas que tenían al lado y Emma… Emma con sus ojos puestos en mí, se contoneaba con los brazos en alto y los dedos estirados. Casi podía ver las corrientes de aire enredándose entre sus falanges como lazos de seda.

De repente tuve un

déjà vu de la primera vez que la vi, entre un público bien distinto, en unas circunstancias muy diferentes. En el Kamikaze, en Madrid, donde había destacado entre el resto de los asistentes por su actitud seria y distante. Era imposible pensar que fuera la misma persona. Y una vez más, por razones bien distintas, lograba destacar entre el resto del mundo como si la luna hubiera reservado uno de sus reflejos solo para ella.

—«Hey There Delilah» —me dijo Zoe, sacándome de mi ensimismamiento y acuclillándose para pasar la última página de las partituras que habíamos elegido.

No tuve ni que echarle un vistazo. Había hecho esa canción tan mía como los recuerdos que me inspiraba.

Comenzó Zoe con el violín, después yo con la voz nada más y, tras las primeras estrofas, entré con la guitarra.

La idea me la había sugerido Leo. Tantas veces me había hablado de la reconquista que estaba llevando a cabo de los lugares que habían pertenecido a su relación con Sophie, que yo había decidido hacer lo mismo. Aquel tema de Plain White T’s era uno de mis favoritos, incluso antes de conocer a la Dalila que me había roto el corazón, y no pensaba dejar que su memoria me lo robara. Por eso había esperado hasta el momento oportuno para volver a cantarla y que la situación fuera tan potente, única y especial que arrasase con los recuerdos ligados a ella y le diera un nuevo significado, acorde con mi yo de ahora.

Cuando canté el último verso y las últimas notas de la guitarra y el violín se fusionaron con los aplausos del público de Florencia, supe que lo había conseguido.

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