Lily

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Capítulo 23

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Finalmente decidieron hacer la reunión en la iglesia, después de todo. La señora Thoragood abordó a Ezequías.

—Las mujeres me han pedido que hable en nombre de todas. Se niegan a entrar en una cantina.

—Pero si accedieran a conocer a las chicas en su propio terreno, harían una magnífica demostración de su espíritu de perdón y comprensión —dijo Ezequías—. Y así es más fácil que las chicas crean en la autenticidad de nuestro esfuerzo.

—Todo eso está muy bien, pero se niegan a poner los pies en la cantina. Y no se trata de nuestro esfuerzo, sino del suyo. Usted se dejó convencer por Lily Randolph de hacer esto, pero a nosotras nadie nos pidió nuestra opinión.

—Usted debe entender que sería una buena demostración de fe.

—Exponer a nuestros maridos a una clase de mujeres de las que preferiríamos no saber nada sería, más bien, una buena demostración de estupidez. —La señora Thoragood hablaba con creciente irritación—. Todo el mundo sabe que los hombres tienen poca resistencia frente a las tentaciones del mal. La mujer que expusiera deliberadamente a su marido a una tentación como esa sería tonta.

—Me parece que usted tiene una opinión muy dura acerca del carácter de esas jóvenes. Yo quedé muy favorablemente impresionado con varias de ellas, en especial con la señorita Julie Peterson.

—Estoy segura de que así fue. Los hombres suelen impresionarse con esa clase de mujeres, incluso los hombres buenos. Pero eso no cambia los hechos, las mujeres se niegan a ir a la cantina. Y yo las apoyo en su decisión.

—Entonces haremos la reunión en la iglesia. —Ezequías admitió su derrota con un triste suspiro—. Pero me temo que no tendremos tan buena asistencia como en la taberna.

Sarah Thoragood se ocupó de que el salón de la parroquia quedara adecuadamente decorado para la reunión, pero el resultado no era bueno.

Cuando Zac se enteró de que finalmente planeaban usar la iglesia, se negó a cerrar el Rincón del Cielo.

—No veo por qué debería perder dinero sin razón —le dijo a Lily.

—Cerrando demostrarías que apoyas a Ezequías frente a esas estiradas.

—Claro, pero resulta que no lo apoyo. Estaré allí para apoyarte a ti, no a él, pero, en lo que a mí respecta, el esfuerzo de las chicas por volverse respetables acabó con el caso de Bella, a todas luces ridículo. ¡Era mucho mejor cuando se la consideraba una perdida! No voy a prohibir a las chicas que vayan, pero tampoco las voy a obligar a acudir.

Lily estaba dispuesta a discutir el asunto durante horas, pero Zac ya había tomado una decisión y se negó a seguir hablando del tema. Lily no tuvo más remedio que aceptar la decisión de su marido.

Como era de esperar, algunas chicas no estaban nada interesadas en la reunión. Otras dijeron que preferían acudir a un segundo encuentro, cuando vieran qué salía del primero. Las había que querían ir, pero no deseaban faltar al trabajo. Entre unas cosas y otras, al final solo fueron siete.

La congregación no estaba mucho mejor representada. Aparecieron unas cuantas damas, pero todas dejaron a sus maridos en casa. Y por supuesto, a sus hijos, sobrinos y nietos.

Lily estaba desalentada.

—El propósito de todo esto era que las chicas conocieran una clase distinta de hombres.

—Es evidente que estas señoras no tienen la intención de que las chicas conozcan a ninguno de sus hombres. —Zac miraba a Ezequías, que en ese momento hablaba con Julie Peterson y esbozaba una sonrisa—. Ezequías y tú tendréis que pensar en otra cosa o esperar mejor ocasión.

—Si no hacemos algo pronto, no habrá otra ocasión —dijo Lily—. Ninguna chica volverá para que la miren como a un animal raro al que nadie se acerca.

—¿Qué sugieres?

—Tenemos que encontrar algo que todas, las estiradas y las chicas, tengan en común.

—Pero no tienen nada en común.

—Sí, sí tienen cosas en común. Todas son mujeres. Todas tienen familia, casa, ropa, todas viven en esta ciudad, hay muchas cosas. Solo tenemos que encontrar una que podamos usar para que comiencen a hablar unas con otras.

En ese momento apareció Kitty Lofton, que llegó corriendo con su bebé en brazos.

Al verla, Lily gritó entusiasmada.

—¡Eso es! Bebés. Todas las mujeres adoran a los bebés.

—Pero solo tenemos uno.

—Solo se necesita uno. —Lily se dirigió hacia Kitty—. En especial cuando es una criatura tan absolutamente adorable.

Zac no estaba convencido.

—Un bebé no podrá arreglar este desastre —le dijo Zac a Dodie, que se encontraba a su lado.

—Si alguien puede arreglar esto, esa es Lily.

Dodie había ido a la reunión porque, según dijo, no se habría perdido eso por nada del mundo. Zac estaba contento de ver que su amiga había dejado de beber, pero no le gustó saber que había encontrado otro trabajo.

—Si van a hablar de bebés, no me necesitan. Me vuelvo al Rincón del Cielo.

Pero Lily llegó corriendo en ese instante.

—Kitty dice que sabe dónde está Jack.

—¿Quién es Jack? —preguntó Dodie.

—Su marido. Fue secuestrado y ella quiere que tú, Zac, vayas a rescatarlo.

El tahúr la miró como si fuera una extraña.

—¡Estás loca! Si lo hiciera, terminaría navegando el mar de la China junto a él.

Pero Lily no pensaba rendirse.

—Tienes que ayudarlo. Es el padre del hijo de Kitty y siempre has dicho que todos los niños deben tener un padre.

—Pero ahora no se trata de convencer a un hombre para que se case con la madre de su hijo. Esos tíos son criminales muy peligrosos. Se llevan a hombres adultos y los mantienen prisioneros durante años. ¿En qué barco está?

—En el Hechicera del Mar.

—¡Joder, precisamente el barco con peor reputación en todo San Francisco!

—Kitty está desesperadamente enamorada de él. No sé si podría soportar perderlo otra vez.

—Además, es imposible que pueda estar segura de que se encuentra en esa embarcación. Solo debió escuchar un rumor.

—¿Tú podrías averiguar algo?

—Tal vez, pero no puedo hacerlo desde aquí. Tengo que regresar a la cantina. Conozco a unos cuantos tíos con los que puedo hablar. Tal vez podamos pensar en algo, pero no te hagas muchas ilusiones. Se necesitaría un pequeño ejército para sacar a un hombre de una de esas naves. Necesitarías a Monty y a Hen. A ellos les encanta pelear.

—Tú puedes hacerlo —dijo Lily—. Yo sé que tú puedes.

Zac pensó que había ocasiones en las que Lily llevaba demasiado lejos su fe en él, su ciega creencia de que era capaz de hacer cualquier cosa. No se daba cuenta de que estaba hablando de hombres que recurrían a la fuerza, al uso de drogas, armas o cualquier cosa que tuvieran a mano para salirse con la suya. Jamás había visto a un criminal de aquellos, ni en Salem ni en San Francisco.

Zac tomó aire y se dijo que se estaba volviendo tan débil como sus hermanos, haciendo una locura tras otra por culpa de las mujeres. Y todo porque Lily no podía dejar de ayudar a la gente. Dijera lo que dijera, ella nunca le hacía caso y siempre lograba arrastrarlo en sus aventuras. La chica tenía un corazón demasiado tierno y a él se le estaba ablandando el cerebro.

Tendría que hablar con ella, hacerle entender que él no podía hacerse cargo de todas las mujeres desamparadas de San Francisco. Lo que él había comenzado a hacer para su propio beneficio, ayudar a sus empleadas, ella lo estaba empezando a convertir en un fin en sí mismo. A ese paso no tardaría en pedirle que empezara a recibir a niños sin padre. Tenía que poner coto a todo eso. No quería que hubiese niños sin padre, pero ciertamente no tenía intención de llenar su local de huérfanos.

Pero eso tendría que esperar. Ahora había vuelto a ceder y tenía que pensar en cómo sacar al marido de Kitty del lío en que estaba. Estar a la altura de lo que Lily pensaba de él se estaba volviendo una tarea completamente agotadora, además de peligrosa.

No hacía más de veinte minutos que Zac se había marchado cuando llegó corriendo a la iglesia la madre de Kitty. Si se sorprendió al ver a todas aquellas mujeres turnándose para hacer mimos a su nieto, no lo demostró. Fue directamente a donde estaba su hija.

—El Hechicera del Mar zarpa esta noche.

Kitty casi se desmaya. Se volvió hacia Lily, y Lily se volvió hacia Dodie, que enseguida habló.

—Zac no puede hacer nada con tan poco tiempo. No creo que haya podido hablar con nadie todavía.

—Pero tenemos que hacer algo. —Kitty estaba casi histérica—. Si Jack se marcha, nunca lo volveré a ver. No podría soportarlo.

No pasó mucho tiempo antes de que todos los presentes se enteraran que el marido de Kitty, el padre de aquel bebé, estaba retenido en las bodegas del Hechicera del Mar. A nadie, sin embargo, se le ocurría nada para remediarlo.

Kitty tomó una decisión desesperada.

—Voy a ir a ese barco. Tal vez pueda convencer al capitán de que suelte a Jack.

Lily intervino de inmediato.

—No puedes ir sola. Yo iré contigo.

—¿Estás loca? —Dodie alzó la voz, para que entrasen en razón—. No iréis a ese barco. No saldríais vivas de allí.

—No puedo creer que ocurra esto —terció Ezequías—. Estamos en los Estados Unidos. La gente es libre de ir a donde le plazca.

Dodie le dio una lección de realismo.

—Pero esto es San Francisco, y aquí la gente no siempre puede hacer lo que le place.

La señora Thoragood también tuvo un arrebato heroico.

—Iremos todas. Nunca se atreverían a atacar a un grupo de mujeres de la iglesia.

—Sería mejor esperar a Zac. —Dodie estaba cada vez más alarmada. Y Kitty, cada vez más desesperada.

—Pero no tenemos tiempo: el Hechicera del Mar zarpa esta noche.

Ezequías se sumó a la iniciativa de las señoras.

—Yo iré con ustedes.

Una tras otra, todas las mujeres se ofrecieron a ir. Dodie se quedó sola en su postura más prudente. La señora Thoragood la interpeló.

—¿Qué pasa con usted, viene o no viene?

—Yo voy a ir a buscar a Zac. Alguien tiene que decirle a la policía dónde debe buscar sus cadáveres.

Lily la agarró del brazo.

—Dile que se reúna con nosotros, pero espero que hayamos podido liberar a Jack antes de que encuentre a esos hombres con los que quiere hablar.

—Por favor, apresurémonos —dijo Kitty.

Lily le entregó el bebé a Dodie.

—Encárgate de él. Volveremos dentro de un rato.

La maldición de Dodie, que estaba muy enfadada, hizo que varias de aquellas buenas cristianas se sonrojaran.

Zac se había puesto pálido.

—No te creo. Ni siquiera Lily haría algo tan descabellado.

Dodie no tenía ganas de discutir.

—Mírame. ¿Alguna vez me habías visto con un bebé en brazos?

—Ahora que lo dices, no.

Zac y se dio cuenta de que, por increíble que pareciera, Dodie debía de estar diciendo la verdad.

—¡Las van a matar!

Zac echó a correr hacia su oficina.

—Eso es lo que he estado tratando de decirte —le gritó Dodie a sus espaldas.

Asa White, uno de los clientes habituales, se acercó a Dodie.

—¿Qué es lo que ha alterado tanto a Zac?

Dodie le explicó la situación rápidamente. Asa reaccionó con voz atronadora.

—¡La señorita Lily no puede ir allí!

—Ya se fue, y Zac marcha tras ella.

—Pero un solo hombre no puede hacer nada contra ese montón de forajidos.

—Es una pena que no tengas un arma —dijo Dodie—. Tú podrías acompañarlo.

—Claro que tengo un arma. —Asa sacó una pistola que llevaba escondida en la espalda—. Nunca voy a ninguna parte sin ella. ¡Oye, Eric, Bob, la señorita Lily ha bajado a los muelles! ¡Tenemos que ayudar a Zac a encontrarla y traerla de vuelta! ¿Vais armados?

Cada hombre fue sacando una pistola que llevaba escondida. Dodie no sabía si reprenderles o besarles.

—¡Se suponía que aquí todos deberíais ir desarmados!

Asa la miró con picardía.

—¿Estás loca? Esto es San Francisco.

Cuando Zac regresó de la oficina, la mitad de los hombres de la cantina ya se habían enterado de lo que había pasado con Lily y todos estaban armados y listos para acompañarlo.

Asa actuó de portavoz.

—Te acompañaremos a buscar a la señorita Lily.

Gritos de «sí, sí, iremos todos» resonaron por todo el salón.

Dodie le miró, con media sonrisa.

—Dijiste que necesitarías un ejército. Pues bien, parece que ya tienes uno.

—Solo espero que lleguemos a tiempo.

—Me acercaré corriendo al Círculo Dorado —dijo un hombre—. Tengo un par de amigos allá a los que les encantaría tomar parte en esto.

Antes de que hubiesen recorrido unas pocas calles, Zac ya iba acompañado por una variopinta horda de al menos un centenar de hombres, todos armados con pistolas, cuchillos y palos. Conocían a Lily y estaban decididos a evitar que la muchacha corriera algún peligro. El ejército siguió creciendo, calle tras calle. Cuando Zac llegó a los muelles, le seguían varios cientos. Lo único que tenía que hacer ahora era organizar a sus hombres para el ataque.

Pero ¿cómo se organiza una muchedumbre?

Cuanto más se acercaba su pequeño grupo a los muelles, más dudas tenía Lily acerca de la prudencia de su decisión. Y percibía que todo el mundo sentía lo mismo. Lily podía ver sus caras de preocupación, el miedo en sus ojos, la forma en que parecían ir frenando poco a poco, temerosos de llegar. Se dijo que su padre no tendría miedo. Y Zac tampoco. No sería digna de ninguno de los dos si se acobardaba ahora.

Pero la verdad era que estaba asustada.

El puerto ocupaba, a lo largo, más de quinientos metros de la bahía. Había muchas naves alineadas, una junto a otra, y sus mástiles y sus chimeneas recordaban a un bosque en invierno. Muchas tripulaciones estaban descargando o subiendo la carga que llevarían en su próximo viaje. Las lámparas salpicaban la oscuridad de la noche como luciérnagas gigantes. En todos lados se oían ruidos que revelaban actividad: el suave roce de las cuerdas, el agudo tintineo de los metales, el golpeteo de las pisadas sobre los muelles, el quejido permanente de un torno, el rumor del vapor.

El aire de la noche se hacía pesado por el olor de la sal, el pescado y las algas. La luna estaba tan brillante que su reflejo se podía ver sobre el agua al otro lado de la bahía. No había mucho viento y, por fortuna, no hacía frío.

Lily deseó que Zac estuviera allí. La presencia de Ezequías y el señor Thoragood no era ni la mitad de tranquilizadora que la de su poderoso marido.

La joven virginiana se dirigió a los demás.

—Creo que deberíamos trazarnos un plan.

Ezequías ya tenía uno.

—Hablaré con el capitán. Estoy seguro de que, después de unos cuantos minutos de conversación, el señor Thoragood y yo podremos convencerlo de que libere a ese joven.

Lily no llevaba mucho tiempo en San Francisco, pero sabía que las cosas no iban a ser tan fáciles. Prefería no pensar en lo que Zac habría dicho al oír las bobadas optimistas de Ezequías. Aún no se había acostumbrado a las blasfemias e improperios de Zac. La chica podía quitarse de encima el persistente temor de que cualquier día la Divina Providencia se hartara y diera su merecido, por mal hablado, al hombre que tanto amaba ella. Ya solo esperaba que no fuese un castigo muy feroz, pero tenía la sensación de que los castigos divinos siempre eran feroces.

Saliendo de sus meditaciones, la chica miró a su antiguo pretendiente.

—¿Has traído una pistola?

—No necesitamos una pistola para hacer el trabajo de Dios.

Lily recordó el mandato bíblico de forjar espadas con los arados. ¿O era al revés? No importaba. Ahora no iba a poder convencer a Ezequías de que cambiara de opinión, pero no le parecía que alguien que anduviera por ahí secuestrando hombres adultos estuviera dispuesto a escuchar mansamente a un par de predicadores desarmados y a un puñado de mujeres.

Pasaron frente a las primeras embarcaciones. A Lily no le gustó la forma en que los marineros las miraron. Y tampoco se sintió más tranquila cuando vio al menos una docena de hombres en cada barco. La energía y la decisión de su grupo parecía disminuir a cada paso. La muchacha rezó con fervor para que la bondad de su misión compensara la fuerza de la que carecían. Habría preferido depender de Zac.

Kitty se detuvo y dio un grito.

—¡Ahí está!

El Hechicera del Mar; una nave grande y sombría, estaba anclado al final del muelle. Tenía la pintura descascarillada, y agujeros en la estructura de madera. Las enormes maromas que la mantenían amarrada al muelle parecían viejas y gastadas. La pasarela carecía de barandillas y una capa de grasa y hollín cubría las ventanas, de manera que era difícil mirar hacia el interior. Se diría que era un ave marina maligna, de enormes dimensiones, flotando en el agua.

Lily se estremeció, pero se armó de valor. No se podía echar atrás a esas alturas. Ya estaban muy cerca, no era cuestión de pensarlo demasiado.

Se veía a varios hombres moviéndose por la cubierta. Otros estaban cargando la mercancía apilada en el muelle. Tal vez Jack fuera uno de esos hombres.

Kitty se apresuró a acercarse al primer hombre que vio, un tipo que parecía estar supervisando a los otros. Lily se percató enseguida de que en realidad estaba vigilándolos para que no escaparan.

Kitty abordó al individuo en cuestión.

—¿Conoce a un hombre llamado Jack Lofton? Me han dicho que está en este barco. Es mi marido. Por favor, necesito verlo.

—No conozco a ningún Jack Lofton, señorita, así que no está en este barco. Ahora, usted y sus amigos deben marcharse. Tenemos mucho trabajo que hacer antes de zarpar.

—Se lo suplico, él no quiere ser marinero y tiene un hijo que nunca ha visto.

—Mire, señorita, ya se lo he dicho, no conozco a ningún Jack Lofton. Se lo repito: lárguese antes de que alguien resulte perjudicado.

Lily se daba cuenta de que a cada momento flaqueaba más y más la determinación de su grupo, que parecía dar por buenas las explicaciones del marinero. No sabía si realmente creían a ese hombre o si sentían miedo y cedían. Ella, desde luego, no creía que aquel tétrico fulano le dijera la verdad a nadie, así que se encaró con otro de los marineros que andaban trajinando con la carga.

—¿Qué me dice usted? ¿Conoce a un hombre llamado Jack Lofton, que podría estar en este barco o en cualquier otra embarcación anclada en el puerto?

El interpelado la miró con ojos cansados y siguió caminando por la plancha sin responder.

—¿Lo conoce? —Lily se dirigía ahora a un segundo hombre, que también siguió caminando en silencio.

El que parecía el jefe perdió la paciencia.

—¡Lárguense! Dejen a esos hombres tranquilos. Tienen mucho trabajo que hacer.

Lily, como siempre, porfió con valor.

—Estamos buscando a Jack Lofton, que está en uno de estos barcos. Alguien debe de haber oído hablar de él.

—Aquí nadie ha oído nada sobre nadie.

—Quisiera hablar con su capitán. —Ahora era Ezequías el que entraba en acción—. Tal vez él sepa algo sobre el marido de esta jovencita.

—El capitán no sabe nada. Se lo digo por última vez, lárguense de aquí y déjennos trabajar.

Ezequías resultó tener más coraje del que aparentaba.

—Insisto en hablar con el capitán. Si usted no lo llama, entraré a buscarlo yo mismo.

—No puede abordar el barco sin permiso.

—Entonces llame a su capitán.

Lily estaba tan absorta en la discusión, que estuvo a punto de pasar por alto lo que le susurró un hombre que pasó por su lado mientras regresaba al barco con la carga.

—Jack está encadenado en la bodega.

Lily siguió con la vista al hombre, que siguió de largo sin dar muestras de fijarse siquiera en ella. Entonces miró rápidamente hacia donde el capataz estaba discutiendo con Kitty, Ezequías y ahora también con el señor y la señora Thoragood. Ante tanta presión, el hombre cedió y comenzó a llamar al capitán a gritos.

Pero los temores de Lily aumentaron cuando vio al hombre que apareció en cubierta. Era enorme, moreno, sucio, un tipo sin afeitar cuya ropa más parecía la de un criador de cerdos que la del capitán de un barco.

—¿Qué quieren ustedes?

—Quieren saber si tenemos a bordo a un tal Jack Lofton —dijo el capataz.

—Nunca he oído hablar de él. Fuera de aquí.

—Usted sí ha oído hablar de él. —Lily había dado un paso adelante—. En este momento lo tiene encadenado en la bodega.

Zac se detuvo cuando llegaron a los muelles.

Asa dio su opinión.

—No podemos atacar todos al mismo tiempo. Podrían tomar a las mujeres como rehenes. Pero tampoco podemos escondernos fácilmente siendo tantos, y tan dispuestos a pelear.

Zac trataba de pensar rápidamente. Solo tenía unos pocos minutos para decidir qué hacer. Un retraso excesivo podía ser fatal.

—Entonces, dejémoslos pelear.

Es probable que todos los barcos que hay en el muelle hayan secuestrado a algunos hombres para completar su tripulación. Dividíos en grupos y atacadlos, para despistar. Luego, cuando yo dé la señal, que todo el mundo se dirija al Hechicera del Mar. ¿Alguno estaría dispuesto a abordar la nave desde el agua?

—Claro, hay muchos, siempre y cuando no tengan que quedarse en remojo mucho tiempo.

—Bien. Hay que pillarlos por sorpresa.

—Hay que salvar a la señorita Lily. Es una mujer muy bonita. No me puedo imaginar lo que estaría dispuesto a pagar cualquier desgraciado para tenerla solo para él.

Zac había estado tratando de no pensar en eso. Conociendo la zona de Barbary Coast y los gustos de los hombres que llegaban allí, sabía que eso era exactamente lo que trataría de hacer cualquiera de ellos si la apresaban.

Y él estaba dispuesto a matar a cualquier hombre que tocara a Lily.

—Yo me ocuparé de Lily. Vosotros encargaos del resto.

A Lily no le gustó la manera en que el capitán la miraba. Si los Thoragood y Ezequías querían una prueba de que Zac no era malo, una sola mirada a este hombre debería convencerlos de que, comparado con la de ese tío, el alma de Zac era tan pura como la nieve.

El torvo individuo se dirigió a Lily.

—¿Quién le ha dicho que Jack Lofton estaba en mi barco?

—Alguien que no me dio su nombre. —Por supuesto, no habría dado el nombre aunque lo supiera. No descartaba que el capitán lo matara.

—¿Y usted cree a esa persona en lugar de creerme a mí?

—Usted no tiene pinta de ser demasiado honesto.

Las exclamaciones de temor de los acompañantes de Lily fueron silenciadas por el rugido del capitán.

—¿Se atreve a tachar de mentiroso a Rafe Borger?

Lily se estremeció un poco ante el estallido de la ira del hombre, pero no iba a retroceder. Estaba segura de que dentro de ese barco había otras almas desafortunadas que quizá podrían ayudarles.

En medio del silencio que siguió al grito del capitán, Lily oyó golpes y ruidos de enfrentamientos y rogó para que, fuera quien fuese, atacaran el Hechicera del Mar.

—Solo he dicho que usted parece un mentiroso. Ahora, quisiera que dejara de gritarme y enviara a alguien a buscar a Jack. Ese pobre hombre no ha visto a su esposa en casi un año. Ni siquiera sabe que tiene un hijo.

La rabia del capitán pareció ceder en parte, aunque Lily se habría sentido más tranquila si el gesto de ira no hubiese sido reemplazado por una mirada y una actitud maliciosas.

—¿Cuál de todas estas mujeres es la esposa?

Kitty dio un paso al frente.

—Yo.

—Ajá, no es tan bonita como la otra, pero servirá. La dejaré zarpar con él. ¿No les parece un acuerdo la mar de justo?

Lily volvió a salir en defensa de los suyos.

—Ella no puede hacer eso. No puede dejar a su bebé.

—Deje que ella decida —dijo el capitán.

Ahora fue Ezequías quien dio un paso al frente.

—Escuche, buen hombre, usted no puede obligar a una mujer a tomar una decisión como esa.

El capitán Borger lo miró con sorna.

—¿Quién diablos es usted?

—Soy Ezequías Jones, un ministro de Dios. Y me acompaña este señor, Harold Thoragood. Él también es ministro.

—Dos predicadores. —El capitán Borger soltó una carcajada—. Apuesto a que en este muelle nunca se había visto a dos predicadores a la vez. Dudo que alguna vez se haya visto a uno solo. Pero, en fin, no les tengo miedo. —Luego se volvió hacia Kitty—. Mujer, si quieres a tu marido, sube a bordo y podrás verlo.

Lily agarró a Kitty de la mano para detenerla.

—Que salga el prisionero y podamos verle.

El capitán la miró como si fuera a negarse, pero pareció rectificar sobre la marcha.

—Suban a Lofton.

A Kitty le flaquearon las piernas.

—Ay, Dios, sí que tienen a Jack.

—No puedes subir a esa embarcación —le dijo Lily a Kitty—. Si pones un pie en esa pasarela, nunca volverás a ver tierra firme.

—¿Cómo podría ver a Jack y no salir corriendo a abrazarlo?

—Piensa en tu bebé, por Dios, te va la vida en ello.

Cuando el marido de Kitty fue sacado de las entrañas de la nave y llevado a cubierta, Kitty se quedó pálida y muda de la impresión. El hombre llevaba una cadena alrededor del tobillo. Tenía la ropa hecha jirones. Parecía hallarse al borde de la desesperación, pero los músculos de los brazos indicaban que el capitán alimentaba a su tripulación para que fuera capaz de trabajar.

—¡Jack! —gritó Kitty.

—Kitty, ¿eres tú? —El prisionero pareció resucitar.

El capitán Borger metió baza.

—¿Por qué no subes aquí, donde él te pueda ver?

Jack reaccionó de inmediato.

—¡No subas! Este hombre es un desalmado. Váyanse todos, antes de que acabe con ustedes como acabó conmigo.

El capitán Borger le dio un terrible golpe. Luego miró a la desesperada esposa del golpeado.

—¿Quieres ver a tu marido? Tienes que subir aquí. Y tienes que traer contigo a esa otra mujer.

—No se atreva a tocar a estas mujeres —dijo Ezequías—. Dios lo castigará.

Pero el que castigó a Ezequías fue el guardia corpulento. Le dio un tremendo puñetazo. Julie cayó de rodillas junto al cuerpo inerte de Ezequías.

—Trae a las dos mujeres a bordo, Caradec. —La voz del capitán se estaba volviendo difícil de oír a causa del fragor que provenía de las otras naves—. Parece que hay problemas aquí. Carguemos el resto de la mercancía y larguémonos de aquí.

—No puede tocar a estas mujeres.

La valiente admonición del señor Thoragood no sirvió de nada. Un nuevo puñetazo de Caradec lo mandó al suelo junto a Ezequías. La mano inmensa del sicario se cerró luego alrededor del brazo de Kitty. Y entonces extendió la otra mano para agarrar a Lily.

—Si la tocas, te meteré una bala entre los ojos.

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