Lily

Lily


Capítulo 29

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El atrio de la iglesia parecía más lleno que el interior. Once jóvenes Randolph esperaban nerviosamente en la puerta, seguros de que de alguna manera tenían la culpa de que las cosas estuvieran saliendo mal.

El hijo mayor de Madison dio explicaciones a Zac.

—Ella nunca salió de ese cuarto. Esperamos aquí tal como dijo mamá, pero ella nunca salió.

De pronto sonó tras él la voz de Isaac Sterling.

—¿Es usted el Zac Randolph que se dice esposo de mi hija?

—Por supuesto. —Zac había contestado sin detenerse, pues iba directo al cuarto de la novia—. ¿Cree que iría disfrazado de camarero francés si no lo fuera?

Zac recorrió un corto pasillo, dobló a la derecha y entró en una estancia llena de cajas y papel de envolver. El velo y la cola del vestido de Lily estaban sobre la mesa, esperando a que se los pusiera. Su ropa de calle estaba cuidadosamente colgada en un armario abierto. En el suelo había naipes. Una sola carta, la jota de picas, estaba sobre la mesa.

Lily había desaparecido.

Zac se sintió aturdido por el miedo, pero hizo un esfuerzo para superarlo. Tenía que pensar. Tenía que entender qué le había ocurrido a su amada.

Al principio pensó que ella habría huido porque creía que él no la amaba, pero aquella maravillosa muchacha no lo habría abandonado sin decirle nada en un momento como aquel. Era impulsiva, sí, pero solo cuando se trataba de ayudar a otras personas. No, no se había fugado. Por alguna razón, había sido sacada de allí a la fuerza. Pero ¿por qué? ¿Por quién?

De inmediato Zac pensó en el capitán Borger. Ellos habían liberado a su tripulación y luego quemaron su barco… Pero Borger buscaría a Zac, no a Lily.

Isaac Sterling, que le había seguido, se abrió paso a la fuerza hasta el cuarto de la novia.

—¿Dónde está Lily? —Sus ojos echaban llamas—. ¿Qué habéis hecho con ella?

Zac le miró con hostilidad y soltó un gruñido.

—Es un poco tarde para comenzar a preocuparse por su hija. Tan pronto como la encuentre y celebremos esta boda, tengo que decirle unas cuantas cosas a usted. Pero, hasta entonces, quítese de mi camino.

—¿Usted sabe dónde está Lily? —Esta vez la pregunta la hizo una suave voz de mujer.

Zac enseguida se dio cuenta de que esa mujer era la madre de Lily.

—No, y no voy a poder descubrirlo con tanta gente haciendo preguntas.

Dodie también llegó al cuarto, aumentando la confusión. Al entrar, miró a su alrededor con expresión de asombro y desconcierto.

—Se fue —dijo Zac—. Desapareció.

—¿Tienes alguna idea de lo que ha pasado?

—Pensé que pudo ser cosa del capitán de ese barco, pero luego lo descarté. Ese tipo vendría a por mí directamente. ¿Quién más podría odiar a Lily?

Dodie lo miró, muy seria.

—También puede ser alguien que quiera hacerte daño a ti…

Zac dejó escapar un gemido.

—Entonces es sospechosa la mitad de la ciudad.

—¿Qué hacen estos instrumentos del demonio en el cuarto donde estaba mi hija? —Sterling señaló la baraja.

Zac saltó, furioso.

—¿Es que no puede dejar de preocuparse por el pecado durante cinco minutos?

—Lily estaba jugando a las cartas para calmar los nervios —dijo Dodie.

—Pero no entiendo por qué están en el suelo. —Zac había empezado a reflexionar en voz alta—. Todo lo demás está en perfecto orden.

Zac y Dodie se miraron a los ojos.

—¡Lily hizo eso adrede! —Zac apretó los puños—. Es un mensaje. Se supone que debe darnos una pista sobre su paradero.

Sterling seguía a lo suyo.

—Solo un tonto miraría una baraja en busca de ayuda.

—Cállate, Isaac. Deja pensar al señor.

Isaac Sterling se quedó callado, seguramente conmocionado por la sorpresa. Zac se dijo que debía ser la primera vez en su vida que su mujer le mandaba cerrar el pico.

Dodie se pasaba la mano por el rostro, pensando casi con desesperación.

—¿Qué nos puede estar tratando de decir con la jota de picas?

—¡Chet Lee! —Zac acababa de descubrir quién se había llevado a Lily—. Ese tío no solo es un truhán de malos sentimientos, sino que tiene razones para odiarme, y para odiaros a ti y a Lily.

Zac pasó junto al reverendo Sterling y corrió hacia la iglesia. En cuanto llegó gritó a sus hermanos.

—Lily ha sido secuestrada.

Los Randolph se movilizaron de inmediato. Mientras llegaban hasta él, Zac habló a los demás invitados.

—Quedaos aquí, amigos. La traeré de vuelta lo antes posible.

—¿Quién la tiene? —preguntó Asa White, que estaba sentado cerca.

—Chet Lee.

Asa puso un arma en la mano de Zac.

—Toma, vas a necesitar esto.

Hen fue el primero de los hermanos en llegar.

—¿Qué quieres que hagamos nosotros?

—Seguidme. Creo que sé adónde se la ha llevado. Necesito que os aseguréis de que ese desgraciado no escape.

George resopló.

—Me temo que estoy desarmado. Nunca pensé que podría necesitar un arma en la iglesia.

—Ninguno de nosotros está armado —dijo Madison.

De repente, doce o catorce invitados se pusieron de pie y les ofrecieron pistolas de distintos tipos y tamaños.

—¡Joder! —Los ojos de Monty brillaban de placer al aceptar una pistolita de cañón corto y una Colt de cañón largo—. Mi boda no fue ni la mitad de divertida que esta.

Con el rabillo del ojo, Zac vio que Madison y Rose se encargaban del padre de Lily. Una preocupación menos. Cuando regresaran, seguramente ya lo tendrían domesticado. Zac esperaba que Tyler y Jeff pudieran convencer a los invitados de que esperasen. No le gustaría regresar a una iglesia vacía.

Con esos pensamientos, salió corriendo del templo, seguido por los ojos de todo el mundo. Se encaminó directamente a uno de los coches que estaban esperando a los invitados para llevarlos a la recepción en el hotel.

—Al muelle de la calle Clay.

Monty y Hen se subieron al coche detrás de Zac. El primero le hizo un pequeño reproche.

—No nos vas a dejar atrás.

—Entonces tendréis que correr como corro yo. —Zac tenía una mirada que jamás le habían visto sus hermanos. Nada podría detenerle.

—Tal vez seamos algo mayores, tal vez tengamos treinta y cinco años —dijo Monty—, pero montar a caballo todos los días nos mantiene en mejor forma que los jóvenes que se pasan el día echando barriga frente a una mesa de juego.

Hen miró a Zac, sonriendo por broma de su hermano.

—¿Adónde vamos?

—Creo que se la ha llevado a los muelles. Lo único que puede hacer es tratar de ocultarla en una cantina y luego montarla en un barco. Ese idiota tiene que saber que si la esconde en la ciudad la gente la reconocerá. Me parece que sé a qué local ha podido llevarla.

Los hermanos no hablaron mucho durante el viaje hasta el puerto. Zac no dejaba de hacerse reproches. Se decía que, si se hubiese casado como debía la primera vez, eso nunca habría ocurrido. Habría vendido el local hacía mucho tiempo, esa desastrosa partida de cartas con Dodie jamás habría tenido lugar y ahora estaría tratando de pensar cómo convencer a Lily de que subiera a acostarse con él a media tarde.

El coche se detuvo frente a una construcción de madera bastante anodina, que tenía un andén cubierto enfrente. La parte trasera del edificio daba al agua. Se bajaron de un salto. Hen interrogó a Zac.

—¿Cómo es el interior?

—Abajo hay un gran salón de juego y están algunas de las oficinas. Las chicas tienen sus habitaciones arriba.

—¿Las chicas? —A Monty le brillaron maliciosamente los ojos.

—Yo miraré en las habitaciones —dijo Zac—. Ocupaos de las oficinas y procurad que nadie me siga.

Todos entraron por la puerta como una tromba, pero casi ninguna de las personas que estaban en el salón se fijó en ellos. Zac se fue directamente a donde estaba el cantinero.

—¿Chet Lee ha pasado por aquí hace poco?

—No lo he visto en todo el día.

El hombre le dio la espalda. Zac se inclinó por encima de la barra, agarró al tipo del cuello y lo levantó del suelo. Luego le golpeó la cabeza contra la barra.

—Te lo preguntaré una vez más. ¿Chet Lee acaba de llegar aquí con una mujer vestida con un traje de novia?

—Ahora que lo dices, creo que sí lo vi pasar.

—¿Por dónde se fue?

—No me fijé.

Zac volvió a golpear la cabeza del cantinero contra la barra. Esta vez le hizo sangrar por la boca y por la nariz.

—Arriba —balbuceó el hombre, mientras luchaba por respirar.

—Este lugar tiene más vías de escape que una madriguera —le dijo Zac a Hen—. Trata de cubrir cuantas puedas.

Zac subió las escaleras de tres en tres. Luego comenzó a abrir las puertas de todas las habitaciones que veía. Detrás de él iba quedando una estela de mujeres histéricas y hombres iracundos. No se detuvo hasta que llegó a una puerta cerrada que estaba al fondo del pasillo. Zac no vaciló: dio una brutal patada a la cerradura. La madera se astilló y la puerta se abrió de par en par. Tras ella apareció una estrecha escalera.

Zac bajó los dos tramos de escalones de un par de saltos. Daban a otra puerta cerrada. No tenía llave y cedió sin problemas. Daba a un cuarto que parecía un almacén. Zac oyó ruidos de forcejeos que venían de abajo. Casi de inmediato encontró la trampilla y la abrió justo a tiempo para ver cómo se abría una puerta al fondo.

La luz que entraba por ella recortaba la silueta de Chet Lee y de Lily, en medio de un forcejeo.

—¡Lily! —Zac saltó como un tigre al interior del sótano—. ¡Te amo!

La joven dejó de forcejear por un momento, lo que Chet aprovechó para empujarla hacia afuera y cerrar la puerta con llave detrás de él. Zac cargó contra ella con violencia, pero esta puerta era mucho más fuerte que las otras y resistió el golpe.

Se oyó la voz de Lily desde el otro lado.

—¿Qué decías?

—¡Que te amo! —Tras gritar esto propinó una enorme patada a la puerta, que resistió, pero Zac notó que la madera comenzaba a ceder. Siguieron otras dos patadas. Aún aguantaba la maldita puerta, y el novio podía acabar cojo, y por tanto incapacitado para una persecución. Por eso cargó con el hombro. La puerta se abrió y él cayó al suelo, quedando casi al borde del agua.

Zac se puso de pie rápidamente y alcanzó a ver a Chet y a Lily cerca de una barca, Chet tenía una pistola apuntando a la cabeza de Lily. Se dirigió a Zac con voz sorda.

—No te acerques más.

—Será mejor que te rindas —dijo Zac—. No vas a ir a ninguna parte y si le tocas un solo pelo de la cabeza te mataré.

—Tengo un arma.

—Y yo tengo dos. —Zac se sacó las pistolas de los bolsillos y empezó a avanzar hacia Lily—. Suéltala.

—Quédate donde estás.

—Ríndete, Chet. —Seguía aproximándose, implacable—. No tienes salida.

—Déjamelo a mí. —Monty había salido por el ala izquierda del edificio.

—Yo soy el mejor tirador de la familia. —Hen se aproximaba desde el otro lado—. Lo mataré en cuanto me des la señal.

Al encontrarse frente a tres hombres armados y con todas las salidas por tierra bloqueadas, Chet abrió los ojos con terror y comenzó a arrastrar a Lily hacia un bote que estaba amarrado en la playa. Pero no podía controlar a la secuestrada y mantener la pistola en su sitio al mismo tiempo. Zac ya casi estaba junto a ellos.

—Vamos, Chet. Yo siempre he admirado un buen farol, pero te estás enfrentando a una mano invencible. A veces eres un jugador imprudente, pero nunca has sido un estúpido.

—Sube a la barca —le dijo Chet a Lily—. Sube o le dispararé a él.

Zac siguió avanzando, ahora con pasos más cortos.

Sonó una voz por encima de ellos.

—No te molestes. Todavía soy capaz de meter una bala por un anillo lanzado al aire. Así que supongo que soy suficientemente bueno para acertar a la espalda de un cobarde.

Era George. Estaba sobre el muelle, a unos tres metros por encima de las cabezas de los demás.

Chet dio media vuelta y soltó a Lily. Ella trató de salir corriendo, pero se cayó al suelo. Chet se volvió, aterrado al verse expuesto a los cañones de cuatro armas. Una furia ciega brillaba en sus ojos y de pronto, con gesto enloquecido, apuntó su pistola hacia Lily.

Una descarga llenó el aire. Chet Lee cayó al suelo con el cuerpo lleno de balas.

Lily hablaba a Zac, ansiosa aún, mientras volvían a la iglesia.

—Entró en el cuarto justo después de que salieran Dodie y Julie. Estaba jugando a las cartas para calmar los nervios, pero no me dio tiempo a nada. Había repartido la primera carta cuando me sorprendió.

—La jota de picas.

—No sabía qué hacer. Nadie oiría mis gritos porque el órgano ya lo estaba atronando todo. Tiré las otras cartas al suelo con la esperanza de que relacionaseis los naipes con Chet.

—Eso es inteligencia. Y también fue buena idea resistirte de esa manera. Pero me temo que se ensució tu vestido.

—No me importa el vestido siempre y cuando hablases en serio cuando me dijiste lo que me dijiste.

—¿Te refieres a cuando te grité que te amo?

Lily sonrió con timidez.

—Sí, a eso me refiero.

—Cada palabra era absolutamente seria. No sé si antes estaba loco o era un imbécil, pero hace mucho que tenía que haberme dado cuenta.

—¿Estás seguro? Es decir, ¿estás realmente seguro al cien por cien?

—Tal vez esto me ayude a convencerte.

Cuando Lily salió del abrazo de Zac, con el vestido ligeramente más arrugado, suspiró y se recostó contra los cojines del asiento del coche.

—Tendremos que cancelar la boda. He arruinado mi vestido.

Zac sintió que el pánico lo invadía. Después de haber llegado tan lejos, no podían echarse atrás por nada del mundo.

—Nadie lo notará.

—Claro que lo notarán. —Lily señaló una mancha enorme—. Además, me imagino que todo el mundo se debe de haber marchado ya.

Con un terrible sentimiento de desazón, Zac se dio cuenta de que iba a tener que compartir con Lily el secreto que esperaba llevarse a la tumba. Si dejaba que la boda se cancelara ahora, sería muy difícil organizar otra sin contarle a todo el mundo lo que había hecho. Quizá Lily no lo matara, pero sabía que sus hermanos lo harían sin duda alguna. Al final, de la manera más inesperada, estaba a punto de averiguar hasta qué punto lo amaba aquella mujer.

Zac tragó saliva y empezó a hablar.

—Tengo una confesión que hacerte. Por favor no digas nada hasta que termine.

—¿Tan terrible es?

—Peor. No estamos casados.

—¿Cómo?

—No estamos casados. Le pedí a Windy Dumbarton que realizara la ceremonia y llenara todos los papeles, pero que no los registrara. No creía que quisieras permanecer mucho tiempo casada con un jugador… Estaba seguro de que, al cabo de unos pocos días, cambiarías de opinión. Si el matrimonio no tenía validez legal, lo único que tendríamos que hacer era fingir que nunca había ocurrido nada. —Zac bajó la cabeza. Se imaginaba que querría abofetearlo o estrangularlo, y lo tendría merecido. No la había mirado a los ojos mientras hacía esa confesión—. Pero enseguida me di cuenta de que era una idiotez, un truco infame… Traté de mantenerte alejada de mí, pero empezaste a hablar de hacer un hijo… y no pude contenerme. Traté de encontrar a Windy, pero no hallé. Lo busqué por todas partes y hasta contraté a un detective privado. He estado en lugares que espero no volver a ver, pero ese maldito fulano ha desaparecido de la faz de la tierra. No sabes lo avergonzado que estoy por lo que hice. Mi acción imperdonable me ha estado volviendo loco. Entendería perfectamente que no quisieras volver a hablarme. Pero yo te amo. Si me dejaras ahora, te seguiría a todas partes por el resto de mi vida.

Hubo un silencio. Zac levantó los ojos y Lily le lanzó una mirada extraña. El angustiado novio siguió hablando.

—Daría un lamentable espectáculo esperándote en la puerta, merodeando por tu casa, siguiendo el coche en el que fueras, acechando el lugar donde trabajaras. Te sentirías avergonzada. Eso también afectaría a mi familia. Probablemente comenzara a beber.

Lily no dijo nada, pero debía de estar realmente furiosa porque temblaba.

—Además, no sé cómo explicar el asunto a tu padre y a Ezequías. Creo que lo más probable es que me maten antes de que logre terminar de contárselo.

Lily soltó una carcajada.

Zac estaba confundido, aliviado y ligeramente irritado.

—No es gracioso, estuve a punto de volverme loco buscando a ese maldito Windy, preocupado por si averiguabas la verdad y nunca me volvías a dirigir la palabra. Me devané los sesos días y días buscando una excusa para proponerte una segunda boda sin decirte la verdad.

Lily dejó de reírse.

—¿De verdad quieres casarte conmigo otra vez?

—Claro que quiero. ¿Crees que me habría tomado tantos desvelos si no quisiera hacerlo? Esta vez, cuando hagamos todas esas promesas, quiero hacerlas de verdad.

—No tienes que hacerlo otra vez si no quieres. Sí estamos casados.

—No, no lo estamos. Te lo acabo de explicar.

—Windy me dio los papeles del matrimonio a mí. Dijo que iba a emigrar a Australia y tenía que entregárselos a alguien. Debió de escuchar a su conciencia, decidió no hacerte caso y registró todos los documentos antes de marcharse. Tengo el certificado de matrimonio debidamente firmado y sellado.

Zac se quedó sin aire. Había estado a punto de volverse loco por nada. Al final, resultaba que sí estaba casado. Lily no iba a dejarlo. Su familia no iba a repudiarlo. Saldría vivo de aquel endemoniado lío.

Dodie siempre decía que Zac tenía mucha suerte.

Lily lo miró con ojos ardientes.

—Yo también tengo una confesión que hacerte. Debí decírtelo antes, pero no sabía cómo te lo tomarías.

A Zac nunca le habían gustado las confesiones. Normalmente, eran preludio de desgracias.

—Vamos a tener un bebé.

El extahúr volvió a quedarse sin aire.

—Te refieres a que… todas esas veces que nosotros… ¿Estás segura?

Lily asintió con la cabeza.

Una idea súbita cruzó por la cabeza de Zac y sintió que su estómago daba otro de aquellos horribles saltos.

—¿No habrás decidido quedarte conmigo solo por el bebé? Aunque no fueras a tener un bebé, no querrías divorciarte, ¿verdad?

—Nunca he querido dejarte, por ninguna razón. Solo tenía miedo de que te enamoraras de otra, de que apareciera otra, alguien a quien pudieras amar de verdad. Ya sé que lo hicimos todo mal, pero no lo lamentas, ¿verdad?

—No. Estar enamorado es maravilloso. Lo que es un infierno es el camino que lleva a descubrirlo.

Para sorpresa de la joven, los invitados todavía estaban en la iglesia cuando los novios regresaron. Por lo visto, nadie había querido perderse el final de una tarde tan extraña. Era la primera vez que secuestraban de aquella manera a una novia en San Francisco.

Se repitió el desfile, que fue igual que la primera vez, salvo por unos cuantos cambios. Esta vez el primer banco de la parte asignada a la novia estaba ocupado por la madre y los hermanos de Lily. La madre, como era natural, lloraba. Los hermanos parecían incómodos.

Alguien consiguió más pétalos de rosa y las niñas estaban encantadas, esparciéndolos.

La novia entró a tiempo y once apuestos jóvenes Randolph llevaban la cola de su vestido de forma impecable. Lily fue entregada en el altar por su padre, a quien más tarde, cuando aceptó su segunda copa de champán en la suntuosa recepción que tuvo lugar en el hotel Palace, se le oyó decir que, en general, en Salem lograban hacer estas cosas sin tantas complicaciones.

El novio iba muy elegante. El vestido de la novia estaba rasgado en algunas partes y algo manchado de polvo y barro, pero a nadie pareció importarle, y menos que a nadie, al novio. A pesar de los inesperados contratiempos, Zac parecía estar en el nirvana. Sin embargo, de vez en cuando ponía mala cara y comenzaba a rezongar algo sobre naufragios de buques que se dirigían a Australia… Uno de los invitados le preguntó a la novia si su marido tenía algo contra los australianos.

La novia dijo que detestaba los canguros y se echó a reír.

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