Lily

Lily


Capítulo 5

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Zac soltó una carcajada. Estaba tan cansado y tenía tanto sueño que no sabía muy bien cómo reaccionar ante la insólita situación, ni entendía el porqué del comportamiento de la joven. Tenía claro, eso sí, que ya no se podía volver a acostar. La pequeña descarada había arruinado su descanso.

Después de que la puerta se cerrara tras Lily, el hombre se dirigió al baño. Dejó caer la sábana, sacó toallas limpias y se metió en la bañera. Esperaba que hubiesen calentado suficiente agua por la mañana. No podía recordar si alguien, aparte de Dodie, solía bañarse antes del mediodía.

El agua salió caliente. Encontró la temperatura a su satisfacción y comenzó a enjabonarse el cuerpo mientras se llenaba la bañera. Tenía que asegurarse de que Lily no emprendiera de nuevo el camino hacia su habitación al día siguiente. Tal vez si le encontraba un empleo, estaría demasiado ocupada para molestarlo. Esa idea hizo que la perspectiva de salir a recorrer las calles a semejantes horas se le hiciera menos terrible.

Se tendió en la bañera y dejó que el agua le quitara la espuma de encima del cuerpo. No solía sentir gratitud hacia sus hermanos, pero se alegraba de que Tyler hubiese insistido en que instalara una caldera para su baño. Zac recordaba a Rose calentando agua en la cocina cuando él vivía en el rancho. No olvidaba los baños que se daban en un gran barreño frente al fogón de la cocina. Una tina llena de agua caliente en su propio baño privado era un lujo del que no estaba dispuesto a privarse nunca más.

Se preguntó si su estrafalaria primita habría tomado alguna vez un baño en una bañera como la suya. Tenía que preguntárselo. Tal vez podría ofrecerle que la usara en alguna ocasión. Zac soltó otra carcajada. Lo más probable es que se estremeciera de horror al oír la demoníaca propuesta. Seguramente pensaría que si usaba la bañera de un hombre se podía contaminar de alguna manera, o hasta quedarse embarazada. No sería nada raro que su desquiciado padre le hubiera dicho una locura de esa clase para mantenerla alejada de los hombres.

Y probablemente era buena idea. Cualquier mujer con una apariencia como la de Lily estaba condenada a atraer a los hombres. A muchos hombres de muchos tipos, no todos ellos recomendables. Pensando en ello, maldijo para sus adentros. No había ningún otro lugar en el mundo entero donde pudiera atraer a más hombres poco recomendables que en San Francisco.

Se apresuró a enjuagarse, salió de la bañera y comenzó a secarse con la toalla con movimientos rápidos y enérgicos.

Lo malo, pues, no era que atrajera a los hombres, sino que sin duda atraería a los tipos de mala calaña, muy abundantes en San Francisco. Precisamente por la elevada población de sinvergüenzas se había mudado allí y había gastado una fortuna construyendo la cantina más grande y más elegante del estado. Su negocio se basaba precisamente en satisfacer los gustos de aquellos hombres que no quería que tuvieran nada que ver con Lily.

Después de ponerse ropa interior, Zac agarró su tazón para el afeitado y comenzó a preparar un poco de jabón. En pocos segundos su cara quedó cubierta de espuma blanca. Se afeitó con el cuidado de siempre. No era prudente apresurarse con una navaja en la mano.

En cuanto terminó de rasurarse y echarse loción, que se ponía en abundancia pues odiaba el ardor que le producía la navaja, se dirigió al vestidor. Pensó qué debía ponerse. Algo sobrio, un traje de hombre de negocios. Tenía que parecer lo más respetable posible. Que vieran a su prima en compañía de uno de los tahúres más conocidos de San Francisco no ayudaría en nada a Lily en la búsqueda de trabajo.

Cuando Zac bajó las escaleras, varias de las chicas estaban tratando de enseñar a bailar a Lily. Era una escena extraña. Más que interpretar, Dodie aporreaba una melodía en el piano, con un solo dedo, y al tiempo daba golpecitos a la tapa con la palma de la mano para llevar el ritmo. Las chicas, cuyas batas de colores brillantes formaban un verdadero caleidoscopio que parecía devorar el vestido negro de Lily, y cuyos cabellos envueltos en rulos o recogidos bajo pañoletas contrastaban con los mechones plateados de la prima, que caían sobre sus hombros como una capa refulgente, revoloteaban alrededor de la recién llegada. Se movían con una precisión muchas veces ensayada, que contrastaba con los pasos dubitativos de Lily.

Parecía un cisne en medio de patitos feos. Un cisne que no sabía bailar.

La virginiana tenía un resplandor del que las otras carecían. Y no se trataba solamente del color de su pelo o la pureza de su piel. Tampoco del brillo de su sonrisa ni de la chispa que refulgía en sus ojos. Parte del resplandor era producto de su felicidad, del genuino placer que le proporcionaba lo que estaba haciendo. Otra parte provenía de la concentración con la que trataba de dominar unos pasos que resultaban completamente desconocidos para sus pies. Y otra parte debía atribuirse a la manera en que había conseguido unir a estas chicas en la reunión más amistosa en la que Zac recordaba haberlas visto.

Pero tenía que haber algo más, algo que hacía que Zac se sintiera más atraído hacia ella que hacia cualquiera de las otras personas presentes en el salón. La muchacha tenía una cualidad esencial, maravillosa, que Zac no era capaz de definir, pese a que la sentía, le encandilaba.

De pronto, con un estremecimiento de horror, el tahúr cayó en la cuenta de que esa cualidad que le volvía loco era la inocencia, la pureza, algo que nunca había llegado a conocer de verdad, y que tampoco había valorado mucho en el curso de su vida. Incluso había llegado a considerarla un estorbo. Creía que era una cualidad que por lo general volvía a la gente estrecha de miras y antipática.

Pero, para su sorpresa, ese no era el caso de Lily. La pureza no la hacía adusta, sino todo lo contrario.

La miró con involuntario arrobo y se preguntó por qué estaba bailando, por qué parecía tan fascinada con el salón y con su modo de vida. Por qué, además, parecía tan fascinada con él. Todo aquello más bien debería haber ofendido a una mujer con su educación. Algunas cosas la ofendían, sí, como su tendencia a maldecir, pero no lo suficiente como para hacer que le diera la espalda. Lily parecía decidida a no rechazar el todo solo porque no aprobara alguna de las partes. Y a Zac esa actitud le resultada totalmente nueva.

Y encantadora.

¡Por Dios! Las chicas le estaban mostrando cómo levantar la pierna para dar una patada alta, ese conocido paso de baile de las cabareteras. En pocos instantes, Lily tendría las enaguas en la cabeza y eso no era algo que ella pudiera practicar por las noches en la sala de estar de Bella Holt.

Zac se apresuró a llegar hasta la tarima.

—Ya es suficiente por hoy. —Hizo un gesto a las chicas para que se retiraran—. Si no volvéis a la cama, estaréis tan cansadas por la noche que echaréis el whisky en el suelo en lugar de hacerlo en los gaznates de los clientes.

Mientras las chicas corrían rumbo a las escaleras, Zac se volvió hacia Lily.

—Y tú estarás demasiado cansada para ir a buscar trabajo.

—Tonterías. —La joven tenía las mejillas rojas por el ejercicio y los ojos brillantes de pura felicidad y satisfacción—. En casa trabajaba desde las seis de la mañana ordeñando, ayudando con el desayuno, limpiando, lavando… Esto no me cansa nada.

—Para un poco, me agotas. Como sigas así tendré que volverme a la cama. —Mientras hablaba, Zac se arrastraba hasta una silla y aceptaba con agradecimiento la taza de café que Dodie le ofrecía—. Me recuerdas mucho a Rose en la época en que llegó al rancho. Nunca pude seguirla, fui incapaz de hacer todo el trabajo que ella esperaba que hiciera.

—Me gusta estar ocupada. —Lily se acercó a Zac—. Papá dice que aunque soy pequeña, estoy llena de energía.

El primo hizo una mueca de fastidio.

—Trata de contener tu energía al menos el tiempo suficiente para que me tome este café tranquilamente. Nunca lo voy a lograr contigo brincando en la tarima y haciendo más ruido que un desfile del 4 de julio.

—¿Te duele la cabeza?

Dodie se rio entre dientes.

Zac le lanzó una mirada de odio.

—No me pasa nada que no se pueda curar con otras siete horas de sueño.

Lily se acercó un poco más y miró a Zac como si estuviera examinándolo con ojo clínico.

—¿No será que bebes con demasiada liberalidad?

La carcajada que soltó Dodie hizo que Zac le gruñera con fiereza.

—¿Tú no tienes nada que hacer?

—Nada urgente. No me perdería esto por nada del mundo.

—¿Qué es lo que no te perderías? —preguntó Lily.

—El espectáculo de Zac tomándose una taza de café antes de las diez y media de la mañana.

—Vete al infierno —rezongó Zac.

—Estoy esperando para acompañarte —replicó Dodie—. Creo que vas a recibir una invitación del diablo impresa con letras doradas.

—Uno no recibe invitaciones para ir al infierno. —Lily no podía dejar de ser inocente ni un minuto—. Al infierno te envían sin consideración alguna.

—Entonces a Zac lo llevarán atado con cadenas doradas y montado en un carro de fuego.

Lily miró con asombro a la otra chica.

—¿Tú también has estado bebiendo más de la cuenta?

Ahora fue Zac el que se rio.

—No hagas caso a Dodie —dijo Zac—. Solo trata de molestarme.

—Papá dice que el alcohol te vuelve tonto. Dice que…

—No es el alcohol —replicó Zac—. Es la falta de sueño. Y no me mires así. —Dio un golpe cuando ella comenzó a examinarlo de nuevo—. Yo no bebo alcohol.

—Pensé que los jugadores se emborrachaban constantemente.

Dodie volvió a reír, lo que le granjeó otra mirada de odio intenso del tahúr, que dio un furioso sorbo a su café.

—En mi trabajo tengo que mantener la cabeza despejada, si quiero sobrevivir. Si me dedico a beber toda la noche, estaré tan confundido como los pobres imbéciles que vienen aquí con la esperanza de enriquecerse.

Lily no parecía muy convencida.

—Mi negocio es honrado. Nadie hace trampa; nadie sube a las habitaciones con las chicas. Las normas son muy estrictas: solo los clientes beben. No estoy en contra del alcohol por principio. Sencillamente, pienso que no se debe mezclar con los negocios.

—Ah.

Lily parecía sorprendida, pero al parecer finalmente le creía.

Su inocencia seguía intrigando a Zac. Obviamente, le habían enseñado que todo lo que estuviese relacionado con el juego era malo, en particular los jugadores, y sin embargo parecía dispuesta a creerse cualquier cosa que él dijera. Y eso le resultaba muy agradable. Las demás personas que conocía desconfiaban por principio de cualquier cosa que él dijera.

De nuevo intentó calmar los ímpetus de la jovencita.

—Cierra la boca un rato, no vayas a tragarte una mosca.

Lily le hizo caso y cerró la boca.

—Ahora siéntate.

Volvió a obedecerle.

—¿Te gustaría tomar un poco de café?

—Ya he tomado café.

—Lo siento, se me olvidaba que te has levantado para ordeñar. ¿Cómo está ella?

—¿Quién?

—La vaca, naturalmente. ¿Había dormido bien o la despertaste cuando apenas llevaba dos o tres horas de sueño reparador?

Lily sonrió. Su primo siguió haciendo comentarios mordaces.

—Debes saber que en San Francisco la leche viene en botellas. Aunque nunca las he visto, supongo que las vacas de aquí deben de ser muy pequeñas. Las botellas no tienen mucha capacidad.

—¿Siempre es así? —le preguntó Lily a Dodie.

—No lo sé. Nunca lo había visto a una hora tan temprana. Ni siquiera recuerdo haberle visto alguna vez por la mañana.

—Y nunca volverás a hacerlo. —Zac se puso de pie. Agarró a Lily de la muñeca y la hizo levantarse de la silla—. Vamos. Tenemos que atrapar ese empleo del demonio antes de que alguien se nos adelante.

—Pero no has desayunado.

—Acabo de hacerlo. Es que tú no estabas prestando atención. Estabas bailando y hablando de vacas.

—Solo te has tomado un café.

—Eso es todo lo que desayuno.

—De esa manera te vas a quedar sin energía enseguida.

—Nunca me ha faltado energía, y no sé si buscarte un trabajo requiere gastar muchas fuerzas, pero en fin, conociéndote… Dile al cocinero que prepare algo con carne para la cena —le dijo a Dodie—. Presiento que pronto me voy a sentir muy débil.

Lily se soltó de la mano de su primo y lo miró con furia.

—No voy a permitir que te burles de mí. Es verdad que ignoro muchas cosas, pero no soy estúpida.

—Nadie dijo que lo fueras.

—Me estás tratando como si fuera una imbécil.

El tahúr se dio cuenta de que la muchacha estaba muy molesta. No había sido su intención contrariarla. Solo estaba diciendo tonterías, como hacía siempre. Era parte de su personalidad, o mejor dicho de su trabajo. Era lo que todo el mundo esperaba de él. Y a los clientes les fascinaba. Nadie se tomaba en serio sus sarcasmos, ni siquiera los borrachos que estaban perdiendo más de lo debido. ¿Por qué aquella inocente muchacha llegada de las colinas de Virginia tenía que ser diferente?

—Vamos, Zac, céntrate. —Dodie le puso en la mano otra taza de café—. Tómate un poco más de café y, mientras lo bebes, pregúntale qué clase de trabajo sabe hacer.

Zac quería más café, y tampoco tenía ganas de saber más cosas de su primita. No le importaba qué clase de empleo consiguiera, con tal de que lo dejara dormir.

Reflexionó un poco, contuvo su temperamento, su impaciencia y sus deseos de comportarse como si esta última hora hubiera sido solo una pesadilla. Al fin y al cabo, la pobre chica no tenía la culpa de que él se pasara la vida haciendo invitaciones que no pensaba cumplir. Tenía que ayudarla a encontrar un trabajo para que pudiera comenzar a hacerse cargo de sí misma. Luego podría dormir un poco.

—No fue mi intención herir tus sentimientos. No hagas mucho caso de las cosas que digo, no suelo hablar en serio.

—Papá dice que no se debe decir nada que no valga la pena.

—Estaba seguro de que tu papá tenía algo que decir al respecto. Parece tener algo que decir sobre todo lo divino y lo humano.

Lily parecía avergonzada.

—Supongo que no debería andar citando siempre a mi papá.

—Al menos, no a primera hora de la mañana.

Zac fue más tajante que Dodie.

—Ni por la mañana ni por la tarde, nunca. Ahora deja de hacer pucheros como si estuvieras a punto de llorar y háblame de ti. Siéntate. Podrías empezar por contarme por qué decidiste venir a California y por qué no quieres regresar a tu casa. No acabo de entender ni una cosa ni la otra.

—¿Estás segura de que no quieres un poco de café? —Dodie miraba con aire amistoso a Lily.

—No. Papá dice que… no, gracias.

—A lo mejor estabas harta de las opiniones de papá —dijo Zac y se volvió a sentar—. Ese hombre debe de hablar sin parar para poder expresar esa enorme cantidad de opiniones. Sin duda se levanta a las seis de la mañana para que le dé tiempo a pontificar todo lo que tiene que pontificar. Está bien, dejémonos de bromas y cuéntanos…

Lily habló con tono tímido.

—Hui porque no quería casarme con un ministro.

Zac pensaba que lo mejor y lo más seguro para su primita era casarse, pero también le pareció que sería una pena, por no decir un desastre, que lo hiciera con un reverendo palurdo. Un ministro campesino la mantendría toda la vida cubierta con cofias negras y asistiendo a reuniones de oración, sin percibir su inteligencia, su sensibilidad y su naturaleza maravillosamente abierta y condescendiente. Probablemente insistiría en que se quedara en casa, lejos de cualquiera que pudiera ser una mala influencia para ella, y nunca se le ocurriría pensar que era una mujer capaz de hacer grandes cosas.

Zac, tras estas meditaciones, le lanzó una brusca pregunta.

—¿Eso es todo lo que te asusta?

—A mí me parece bastante —comentó Dodie.

—Es más que suficiente —subrayó Lily—. ¿A ti te gustaría ser un ranchero como George y los gemelos?

—¡Dios me libre! Odio las vacas. Por no hablar del barro, el olor del campo y los achaques y dolores que produce montar a caballo todo el día y dormir en el suelo toda la noche.

—La verdad es que casarme con Ezequías no sería tan malo como eso —reconoció honradamente Lily.

—¡Ezequías! —Zac parecía asombrado—. ¿Cómo es posible que una mujer racional ponga ese nombre a su hijo?

Lily sonrió.

—A Ezequías le gusta mucho su nombre. Piensa que le viene muy bien.

—¿Y es cierto? ¿Le cuadra?

—Por desgracia, sí, y es una de las razones por las que no me quiero casar con él. Ezequías no es exactamente un hombre muy bien parecido…

—No podría ser apuesto y llamarse Ezequías —convino Zac.

—Pero es un hombre muy bueno y absolutamente sincero.

—O sea, un pelmazo.

Lily suspiró, pero no protestó por la contundencia de Zac.

—Yo lo admiro mucho, pero nunca me permitiría aprender a bailar. ¿Crees que podré intentar hacer la patada alta mañana?

Zac tuvo que admitir que Ezequías tal vez sí entendía un par de cosas acerca de Lily. Desde luego, si no la dejaba bailar, sus razones tendría.

—Pero seguro que tendrías otros pretendientes. —Zac tenía la esperanza de que Lily dejara de pensar en la dichosa patada alta del baile—. No puedo creer que una chica como tú no tuviera una corte de campesinos revoloteando como potros en celo a su alrededor.

Zac estaba sorprendido consigo mismo, no sabía muy bien por qué estaba hablando tanto ni por qué fingía tanto interés en la vida privada de Lily. No era muy propio de él. Debía de ser la falta de sueño. Estaba tan aturdido que no sabía lo que hacía.

—Papá nunca lo permitiría.

—¿Pero es que ese hombre no tenía otra cosa que hacer, además de vigilarte? Con toda seguridad hasta en Salem debe de haber alguna oveja descarriada que necesite que su pastor la devuelva al redil.

Lily suspiró.

—No necesitaba vigilarme. El día que cumplí quince años, mi padre anunció en la iglesia que la voluntad del Señor era que yo fuera la mujer de Ezequías. También dijo que a quien tratara de alterar ese plan divino le sucederían cosas terribles.

—¿Y nadie trató de alterar el plan divino?

—Me temo que no. ¿Tú lo habrías hecho?

—Probablemente no. Supongo que sería terriblemente difícil tratar de ser romántico y cortejar a una chica cuando estás preocupado por la posibilidad de que te parta un rayo o te caiga una lluvia de ranas o te asalte una plaga de esos insectos que se lo comen todo.

—Las langostas.

—Eso. ¿Y tú nunca le dijiste a tu padre que no te querías casar con el pobre Ezequías?

—Se lo dije cientos de veces, pero papá nunca escucha a las mujeres. Dice que las mujeres deben ser vistas, pero no oídas.

Como él alguna vez había expresado esa misma opinión, Zac prefirió no detenerse en ese tema.

—¿Y tu madre qué opinaba?

—A ella le gusta Ezequías. Piensa que yo sería perfectamente feliz con él.

El tahúr se recostó en la silla y puso los pies sobre la mesa.

—¿Y por qué no podrías ser feliz con él? Al fin y al cabo, siempre estás citando la Biblia y repitiendo como una cotorra todo lo que dice tu padre.

—Papá piensa que yo voy camino del pecado.

—¿Tú? —Zac se enderezó tan rápido que la mesa se tambaleó y el café se derramó un poco—. Pero, dime, alma bendita: ¿qué has hecho tú en la vida que no puedas divulgar a los cuatro vientos?

—Me gusta reír y asistir a fiestas. Me gusta que la gente me diga que soy bonita. Quiero bailar.

Zac sacudió la cabeza.

—Qué horror, eres la misma encarnación de Satanás. Y pensar que nunca lo había sospechado…

Lily se rio.

—¿Sabes que hoy he bailado por primera vez en mi vida? Papá lo tiene prohibido. Y Ezequías está de acuerdo. Dice que su esposa debe estar por encima de cualquier reproche, debe ser un modelo para la comunidad. Dice que debo llevar el pelo cubierto con una cofia. Piensa que es presuntuoso querer que la gente lo vea.

—Probablemente quiere tenerte para él solo y no quiere que a nadie se le ocurra nada raro. —Zac la miraba intensamente mientras hablaba. Aquel pelo ciertamente podía inspirar alguna tentación a los campesinos, y al lucero del alba. A él ya se le habían ocurrido varias cosas poco confesables, y no había actuado en consecuencia porque no quería comprometer a su pariente, pero…

—Ezequías no es así —dijo Lily, sacándole de sus tentadores pensamientos—. Él dice que los ministros deben vacunarse contra los pecados de la carne.

Zac estuvo a punto de soltar una carcajada.

—Me parece que has escapado de Salem justo a tiempo. No sé qué diablos voy a hacer contigo, pero no te puedo enviar de regreso a un lugar como ese. Al parecer, todo el mundo está un poco loco allí.

—Más que mucho loco, hay mucho santo —dijo Dodie.

—Cualquier hombre que mire a Lily y diga que está más allá de los pecados de la carne está loco o es un imbécil.

Lily lo miró sorprendida.

—¿Crees que soy bonita?

—Claro que lo creo. —Zac le guiñó un ojo—. Cualquier hombre pensaría lo mismo.

Zac vio un destello especial en los ojos de Lily y enseguida comenzó a sentirse incómodo. Hacía muchos años que conocía a las mujeres y sabía lo que eso significaba.

Ahora Lily querría que se pasara una hora explicándole lo linda que era y debatiendo sobre cada parte de ella, como si fuera posible desmontarla en diversas piezas y luego reconstruir el armonioso conjunto. Nunca había entendido cómo era posible que un hombre se excitara con un cuello, una cintura o unas simples pestañas, cuatro pelillos como quien dice. A él le excitaban las mujeres en su totalidad.

—Te diré lo que haremos. —Zac decidió intervenir antes de que Lily pudiera hacer la pregunta que estaba a punto de soltar—. Creo que debes visitar a Rose. Como las gemelas están en la escuela, a ella le encantará tener compañía. La vida en el sur de Texas es horriblemente aburrida.

Lily fue tajante.

—Yo no voy a ir a ningún rancho en Texas. Eso sería peor que vivir en Salem.

—Tienes razón —convino Zac, resignado—. Yo he vivido en el Séptimo Círculo y hasta las vacas se ponen felices cuando se van. ¿Qué te parecería Madison? Tiene cinco hijos varones y…

—Estoy cansada de vivir rodeada de hombres. Todos piensan que el mundo entero tiene que girar en torno a sus deseos.

—Una descripción perfecta de Madison. —Zac volvió a poner cara de resignación—. Bueno, no se hable más. Entonces tendrás que irte al hotel con Tyler y Daisy.

—¿Qué hotel? —Lily seguía recelando.

—No puede alojarse en el Palace —dijo Dodie.

—¿Por qué no? —Zac no veía inconveniente—. Es el mejor hotel de San Francisco. Mejor dicho, el mejor hotel de todo el Oeste.

—Eso es lo que piensa todo el que tiene la suerte de tener unos cuantos cientos de dólares en el bolsillo. —Dodie miraba a Zac con aire de reproche—. ¿Esa es la clase de gente que quieres que esté cerca de tu prima?

Zac pensó en la última vez que había estado en el bar del Palace. Dodie tenía razón, eso sería como arrojar a Lily a una cueva de leones. La devorarían antes de que pasara la primera noche.

—Entonces supongo que te vas a tener que quedar con Bella Holt. —Zac se puso de pie—. Es hora de ver si te podemos encontrar un trabajo. Habrá de ser uno que empiece bien temprano y no te deje ni un minuto libre hasta las seis de la tarde.

—Para que no pueda volver a despertarte, ¿verdad?

—Exacto. —Zac asintió, triunfal—. Todavía no me funciona bien la cabeza y creo que no voy a ser capaz de recordar ni la mitad de lo que he dicho desde que irrumpiste de esa desconsiderada manera en mi habitación.

—Yo te lo recordaré —dijo Lily—. Tengo la cabeza bien despejada. Creo que la mañana es una parte maravillosa del día. La mejor.

Zac gruñó.

—Menos mal que en cuanto te encuentre trabajo nos veremos poco.

—¿Nos vamos a ver poco? —Lily no pudo ocultar su decepción.

—¿Cómo podríamos vernos? Tú vas a estar trabajando todo el día. Cuando yo abra los ojos, estarás cenando y preparada para meterte en la cama, a descansar para ir a trabajar al día siguiente.

—Podría venir aquí al terminar el trabajo. —Lily los miraba esperanzada—. Charlaría un rato con Dodie, si a ella no le molesta, o con alguna de las otras chicas. No te molestaré.

—No creo que sea una buena idea. —Zac estaba alarmado. Se imaginaba muy bien lo que diría Rose: que era un sinvergüenza que arrastraba a las jovencitas por el mal camino. Es cierto que ya tenía veintiséis años, pero para Rose él siempre sería un chiquillo al que tenía que educar y orientar constantemente.

—Solo os conozco a vosotros. Si no os veo, me voy a sentir muy sola. Prometo no causar problemas.

Lo miró con tal calor que sus ojos podrían haber derretido el acero. Y de esa manera casi lo hizo cambiar de opinión, pero Zac resistió, porque sabía que eso era lo peor que podía hacerle a su prima. La muchacha no tenía cabida en la vida que él llevaba. Era tan ingenua, tan confiada, que solo podía ver el brillo y la alegría superficial de aquella existencia, sin percibir su maldad de fondo. Lily, en realidad, nunca podría apartarse demasiado de las enseñanzas de su padre. Y si permitía que entrara en su vida, no pasaría mucho tiempo antes de que la chica comenzara a reprobar su comportamiento, incluso más de lo que lo hacía su propia familia.

Y Zac sabía que eso no le iba a gustar.

—Ahora no lo entiendes. No puedes…

—Si su majestad el rey está muy ocupado, yo tendré mucho gusto en charlar contigo. —Dodie miraba al tahúr de soslayo, con aire de reproche, mientras se dirigía a la joven—. Igual que las chicas. Les caes bien.

Lily sonrió con tanta felicidad y pareció tan aliviada que Zac se sintió un poco culpable. Era el malo de la función. No estaba acostumbrado a sentirse así y no le gustó en absoluto.

—En fin, ya veremos, ahora busquemos un trabajo para ti.

Lily se puso de pie de un salto y lo siguió. Zac se detuvo en la puerta y se volvió hacia ella.

—¿Qué clase de cosas puedes hacer?

—Ah, cualquiera. —A Lily le seguían brillando los ojos—. Puedo cocinar, coser, ordeñar y limpiar una casa. Mamá dice que nadie bate la mantequilla mejor que yo.

—Ya veo que esto va a ser pan comido —susurró Zac con ironía—. Lo único que tengo que hacer es encontrar una granja en medio de San Francisco.

—Pero, si no te molesta, preferiría no hacer nada de eso.

—Tonterías. —Zac se rascó la cabeza y la miró a los ojos—. Lo de cocinar es lo más sencillo. Y conozco el lugar perfecto.

El sol pegaba fuerte y Zac tuvo que usar la mano como visera. Pero aun así solo podía ver la silueta de Lily.

—Vamos, no te pongas quisquillosa. Tú querías un trabajo y yo te voy a conseguir uno que no está nada mal.

Charlie Drayton le debía un favor, y además siempre estaba necesitado de cocineros. El tahúr prácticamente arrastró a Lily por el estrecho callejón y luego a través de la puerta trasera del restaurante familiar de Charlie. Llegaron a una cocina que ya estaba inundada por el olor de lo que estaban preparando para la hora del almuerzo.

Charlie cortaba un trozo de carne. Tenía el delantal y los brazos manchados de todo tipo de restos de comida e ingredientes varios. Sus dos ayudantes estaban igual de sucios. Todo lo que estaba a la vista: las ollas y cacerolas, el fogón, los hornos, las paredes, el suelo, las cortinas, los cocineros, parecían rebozados en grasa. El olor del aceite caliente, la carne cocinada y el ajo hizo que Zac arrugara la nariz con disgusto, pues nunca había pensado que una cocina pudiera ser tan desagradable.

El calor que salía de los hornos convertía toda la cocina en una auténtica caldera.

Charlie, al verlos, dejó de cortar carne.

—¿Qué estás haciendo aquí? —No quitaba los ojos de encima a Lily ni un instante.

—Quiero que le des trabajo a mi prima. —Zac, a la vista de la infernal cocina, se dijo que era la solución perfecta para que Lily se arrepintiera de su aventura—. Dice que sabe cocinar.

—Perfecto. Siempre me viene bien ayuda. ¿Cuál es tu especialidad?

—La zarigüeya —respondió Lily rápidamente.

—¿Qué has dicho? —Charlie estaba perplejo.

—La zarigüeya. —Lily no sabía qué era lo que aquel hombre no entendía.

—Está bromeando. —Zac, casi tan estupefacto como Charlie, trataba de salvar la situación—. Dile lo que de verdad sabes preparar.

—También se me dan muy bien el mapache y la ardilla. Puedo cocinar conejo, pero no igual de bien.

—Para mis clientes, eso sería como servirles ratas.

—Nunca he cocinado rata, pero supongo que no será muy distinta de la ardilla.

—Lo suyo, bromas aparte, es el cerdo. —Zac seguía intentando salvar la situación, y además luchaba contra la rebelión de su estómago, revuelto por las imágenes que se le vinieron a la cabeza—. Tú sabes preparar cerdo, ¿verdad?

—Claro. Puedo cocinar tripa de cerdo al menos de cinco formas distintas. —Sin darse cuenta del efecto que causaba, Lily alardeaba de su talento culinario con las vísceras—. Todo el mundo dice que preparo las mejores criadillas de cerdo de todo Salem. Desde luego, se tarda un poco, pero está muy bueno.

Charlie resopló.

—¿Alguna vez coméis productos vacunos?

—Claro. Mamá prepara una excelente morcilla con sangre de buey…

Charlie se volvió a concentrar en el trozo de carne de res que estaba cortando. Lo dejó dividido en dos pedazos iguales.

—En este momento no necesito cocineros. ¿Por qué no la llevas a Chinatown? Tal vez allí coman algo de lo que ella sabe preparar.

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