Lily

Lily


Capítulo 6

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Cuando salieron, Zac no parecía muy contento.

—Lo has hecho a propósito, estoy seguro.

—¿Qué es lo que he hecho? —Lily tenía los ojos muy abiertos y una desconcertante expresión de inocencia.

—Contarle que solo sabes cocinar esas cosas tan asquerosas. ¿De verdad alguien come eso en Salem?

Lily soltó una carcajada, y para su sorpresa Zac no percibió ni una pizca de sentimiento de culpa en aquella risa.

—¡Sé preparar conejo y ardilla! Nunca he comido patitas de cerdo, pero conozco a mucha gente a la que le gustan. En cuanto a la tripa de cerdo y la morcilla…

—¡Olvídalo! —Zac se sentía completamente horrorizado al saber que alguien podía comer semejantes cosas—. No creo que la cocina sea el empleo adecuado para ti. Nunca me había dado cuenta de que las cocinas eran unos lugares tan sucios. No entiendo por qué a Tyler le gustan tanto.

—Supongo que la cocina de Tyler es mucho más limpia. ¿Qué tal si probamos con la limpieza y la costura?

—Esos trabajos tampoco te convienen. —Zac sentía en el alma, y se notaba en su expresión, tener que descartar las posibilidades más fáciles—. Necesitas algo más adecuado para una jovencita respetable.

Tenía que haberlo pensado antes. Era estúpido pensar que Lily se podía sentir cómoda trabajando con Charlie. Además, nada de aquello era apropiado en este caso. Ella era su pariente, aunque fuera una pariente lejana. No podía permitir que Lily desempeñara un oficio de tan baja categoría, propio de criadas.

—¿Qué podrías hacer? —Otra vez tenía el sol en los ojos, así que renunció a tratar de ver la expresión de Lily y se concentró en alejarse lo más posible de Barbary Coast.

—No estoy segura. Podría trabajar en tu taberna. Podrías enseñarme.

Zac se detuvo y la miró otra vez mientras se hacía sombra con la mano.

—Si esas son las ideas que se tienen madrugando, me alegro mucho de no hacerlo. Mi taberna es el último lugar donde podrías trabajar.

—¿Por qué?

—Porque todo el mundo te tomaría por una bailarina de cabaret.

—Claro, porque sería una bailarina de cabaret.

—No digas disparates. A una bailarina de cabaret le gustan los hombres rudos. Al menos, no le molestan y sabe cómo tratarlos. Muchas de las chicas beben alcohol y juegan y suben con hombres a sus cuartos. Mis chicas no lo hacen, pero otras sí y la reputación es igual de mala para todas, lo hagan o no lo hagan. Tú nunca podrías ser una de ellas. El sol hace que me duelan los ojos y eso, unido al maldito madrugón, me produce jaqueca. Haz el favor de portarte como una chica razonable, y veamos si podemos convencer a la vieja señora Ripple de que te dé un trabajo en su tienda de víveres.

No pudieron convencerla. La señora Ripple dijo que tenía dos hijos y un sobrino trabajando en la tienda y que no podía permitir que se volvieran tontos, babeando el día entero por la proximidad de una preciosidad como Lily. Los propietarios de las dos tiendas siguientes dijeron que no necesitaban ayuda por el momento. Zac no creía que hubiesen contratado a Lily aunque necesitaran empleados.

La primera, una carnicería, era propiedad de un gordo jovial que estaba casado con una mujer delgada, la cual miró a Lily con cara de pocos amigos. La otra tienda era propiedad de una bruja con acento francés que trataba de vender pan a sus clientes mientras los miraba como si quisiera cortarles el cuello. A Zac no le sorprendió que les mostrara la salida enseguida, mientras profería lo que se imaginó que serían insultos en francés. El francés que aprendió en la escuela no le daba para tanto.

—Esto no va a ser fácil, ¿verdad? —Lily empezaba a preocuparse.

—Es que no estamos visitando los lugares adecuados —confesó Zac.

Ya estaba lo suficientemente despierto como para darse cuenta al fin de que cerca de su cantina no había ningún lugar apropiado para que Lily trabajara. Si no hubiese tenido tanta prisa por deshacerse de ella, se habría percatado de eso desde el comienzo y no hubiese perdido el tiempo de una manera tan lastimosa. Además, cuanto más lejos de la cantina trabajara Lily, menos probable sería que pudiera ir a visitarle, tal y como la chica pretendía.

Pero buscar en lo que creía que era la parte adecuada de la ciudad tampoco sirvió de nada. De repente parecía que nadie necesitaba empleados.

—Nadie la contrata. —Zac le dijo con desaliento a Bella Holt cuando acompañó a Lily de regreso a la posada—. Si no puede conseguir trabajo, tendrá que regresar a Virginia.

—Pero no lo va a hacer. —Bella negaba con la cabeza—. Anoche tuvimos una larga charla y me quedó muy claro que está decidida a no volver.

—Lo sé. Incluso me pidió que le permitiera trabajar en la cantina.

—¿Y qué le dijiste?

—Me negué. ¿Qué creías que podía hacer?

—Contigo nunca se sabe.

—¿Acaso crees que estoy loco?

—No, solo eres un egoísta, y no me hubiera extrañado que pensaras que ella podría atraer más clientes a tu negocio.

—Probablemente así sería, pero esos clientes estarían más interesados en mirarla que en jugar, que es lo que de verdad me produce beneficios.

—Siempre pensando en ti mismo, ¿eh?

—¡Maldita sea, Bella, no desbarres! Llevo todo el día pensando en Lily. Incluso decidí no dejarla trabajar en una cocina ni limpiando.

Bella suspiró con disgusto.

—Yo sé por qué no la contratan.

—¿Por qué?

—Porque va contigo.

—¿Y qué tiene eso de malo?

—¿De verdad no lo sabes? Mírate. Traje negro, bigote, sombrero alto, camisa y corbata blancas impecables, y esa cara siempre tan atractiva.

—¿Y eso qué tiene de malo? —Zac no había encontrado nada que objetar en la descripción de Bella.

—Nadie va a pensar que una mujer que anda colgada de tu brazo es una chica inocente. Con un solo vistazo estarán seguros de que ella es…

—No hace falta que lo digas. —Zac no tenía más remedio que darle la razón a Bella. Deseó intensamente que a Lily no se le ocurriera la misma explicación—. Preferiría que te concentraras en encontrar la manera de convencer a alguna persona respetable de que la contrate.

—¿Y qué obtendría yo a cambio?

Zac había oído esa pregunta muchas veces, y casi siempre sabía cómo responder. La mayoría de las mujeres que conocía aceptarían encantadas dinero y regalos, tal vez incluso su atención exclusiva durante un tiempo. Pero desde que Bella se había vuelto respetable, Zac nunca sabía por dónde iba a salir.

—No pienso rebajarte los intereses del préstamo.

—Ni yo te he pedido semejante cosa.

A juzgar por la seriedad de la expresión de Bella y la rigidez de su postura, Zac supuso que eso era exactamente lo que Bella pretendía pedir a cambio de encontrarle trabajo a su prima.

—De acuerdo, pues deja de poner esa cara de momia y dime qué puedo hacer para que Lily consiga un buen trabajo.

—Tú no se lo vas a conseguir. Lo voy a hacer yo. Y me vas a pagar por hacerlo.

—¿Cuánto?

—Una semana de alquiler y de manutención por cada día que nos tome hacerlo.

Era mucho, pero aceptable si eso le permitía dormir.

—Trato hecho. ¿Puedes empezar mañana antes de las nueve de la mañana?

—¿Por qué tan pronto? Nadie abre antes de las diez.

—Entonces tienes que hacer algo para mantenerla ocupada de seis a diez. Piensa algo, es cuestión de vida o muerte.

—¿Por qué?

—Si no la retienes aquí, irá a despertarme de nuevo.

—¿A despertarte?

—Irrumpió en mi habitación a las nueve y pico de la mañana. Solo pude dormir tres horas y estoy tan aturdido que incluso traté de conseguirle un empleo con esa bruja de la panadería.

—¿La francesa?

—La misma.

Bella estalló en una carcajada. Por un momento le recordó a la antigua Bella. A Zac le gustaba más la antigua Bella, pero al parecer la nueva necesitaba respetabilidad y ahora él necesitaba que fuera respetable por el bien de Lily.

—Me hubiera encantado verlo.

—Y a mí me hubiera encantado que estuvieses en mi lugar —dijo Zac—. En fin, antes de que Lily baje de nuevo y me meta en algún otro lío, me marcho. Si no duermo un poco, voy a perder hasta la camisa antes de que amanezca.

—Siempre te queda la posibilidad de abandonar el juego.

—Empiezas a parecerte a Rose.

—Es una mujer muy inteligente.

—Por eso me mantengo lo más alejado de ella que puedo. Ya me contarás cómo te van las cosas con Lily mañana.

Y mientras decía eso, Zac se escabulló.

—¿Dónde está Zac? —Cuando bajó las escaleras, Lily tenía la esperanza de convencerlo para que la llevara de nuevo a la taberna por la tarde. Le agradaban las chicas. Le agradaban sus sonrisas y su buen espíritu. Pero sobre todo le agradaba su sentido de libertad, la sensación de que podían hacer todo lo que quisieran sin preocuparse de lo que pensaran los demás. Ella no se había sentido así en toda su vida y le parecía una sensación maravillosa.

—Durmiendo. No querrás que por la noche esté tan adormilado que pierda la cantina, ¿no?

—No, claro que no. Solo tenía la esperanza de que…

—Lo sé. Es la esperanza de toda mujer que conoce a Zac. Pero eso es lo único que puede ser, una esperanza. Jamás se convierte en realidad.

—Ah, no me refería a eso. Yo…

—Sé exactamente a qué te referías, pero no nos vamos a quedar en casa toda la tarde. Voy a presentarte al ministro de mi congregación. —Bella se apresuró a aclarar las cosas al ver que Lily fruncía el ceño—. No te preocupes, no es ni remotamente tan estricto como tu padre.

Lily no se sentía cómoda en el austero recibidor del reverendo Harold Thoragood. Se dio cuenta de que así era como debía sentirse la gente cuando iba a ver a su padre, y eso no la ayudó en absoluto.

Bella daba explicaciones al señor Thoragood.

—Lily acaba de llegar a San Francisco.

—¿Tienes familia aquí? —El señor Thoragood miró afablemente a la muchacha.

—Sí, tengo un par de primos.

—¿Y yo los conozco?

Bella frunció el ceño, pero Lily se apresuró a contestar.

—Estoy segura de que los conoce. —Le dedicó una sonrisa de oreja a oreja—. Uno se llama Tyler Randolph. Es el dueño del Hotel Palace. El otro es Zac Randolph, su hermano. Es el dueño del Rincón del Cielo, en la calle Pacífico.

Al oír esas palabras el señor Thoragood se quedó tieso como un palo.

—Te aconsejo que no tengas ninguna relación con él —dijo el señor Thoragood—. Estoy seguro de que tu padre no querría ni siquiera que conocieses a alguien como él.

Lily pensó que no era buena idea contarle al señor Thoragood que estaba huyendo de su padre, pero tampoco iba a permitir que un desconocido hablara de Zac de aquella manera y mucho menos que pensara que ella estaba de acuerdo.

—No sé qué le habrán dicho sobre Zac, pero si son cosas desfavorables, lo han informado mal. Me llevó a la posada de la señora Holt en cuanto llegué. Luego me ofreció darme todo lo necesario hasta que pudiera encontrar un trabajo.

—Estoy seguro de que así fue, pero no puedes…

—Mi primo ha sido muy amable y servicial. No permitiré que usted diga cosas malas de él.

—El señor Thoragood te está diciendo eso por tu propio bien. —Bella trataba de usar el tono más conciliador posible—. Yo misma te lo habría dicho, pero pensé que sería mejor que lo escucharas de sus labios.

—Es posible que el señor Randolph sea sincero en su deseo de ayudarte —convino el señor Thoragood—, pero es un jugador y un mujeriego. Si deseas tener una buena reputación, deberás mantenerte alejada de él y de su negocio.

—Mi padre siempre ha predicado en contra del juego, pero ahora me pregunto si en realidad sabe algo al respecto. Dice que las cantinas son viveros del vicio, nidos de pecado y degradación.

—Y tiene razón. —El señor Thoragood asentía enérgicamente.

—Pero allí todo el mundo fue muy amable conmigo. —Lily miró a los ojos al señor Thoragood—. No entra en mis planes depender de mi primo, no quiero que me mantenga nadie, pero no puedo permitir que usted lo calumnie sin conocerlo. Ni siquiera mi padre haría eso.

—El padre de Lily también es ministro. —Bella usaba un tono que indicaba que quería calmar las aguas, que le parecían cada vez más agitadas.

El señor Thoragood pareció feliz por esa revelación.

—¿Y su congregación está cerca? Creo conocer a la mayor parte de los ministros desde aquí hasta Sacramento.

—Se encuentra en Salem —dijo Lily.

—No conozco ningún pueblo que se llame así.

—Está en Virginia.

Durante un momento, el hombre pareció quedarse en blanco.

—¿Te refieres al estado de Virginia, el que está en el otro extremo del país?

Lily asintió con la cabeza.

De repente alguien habló en la puerta.

—Me pregunto cómo es posible que te dejara venir tan lejos.

Al oír esas inquisitivas palabras, las tres personas que se encontraban en el salón levantaron la cabeza para ver a una mujer que Lily supuso que debía de ser la señora Thoragood.

—Mientras esté al cuidado de la señora Holt, podemos estar tranquilos —le aseguró el señor Thoragood a su mujer, con una sonrisa menos sincera que la de unos momentos antes—. Dime, Lily, ¿te veremos en nuestra congregación el próximo domingo?

—Pues hasta ahora no había pensado en esas cosas. He estado totalmente centrada en la idea de conseguir trabajo.

—Siempre hay que pensar primero en la iglesia. —La señora Thoragood hablaba con tono sentencioso, no muy cordial—. Si eso es lo primero que hacemos, todo lo demás viene por sí solo.

Hablaba exactamente como el padre de Lily.

—Estoy seguro de que ella piensa en la iglesia, querida, pero debes admitir que es muy preocupante no tener trabajo.

—Me he propuesto conseguirle un empleo —terció Bella, con tono zalamero.

Lily pensó que Bella le gustaba más cuando no estaba cerca de la señora Thoragood.

—En ese caso no tengo de qué preocuparme. —La señora Thoragood esbozó una sonrisa forzada—. Ahora me temo que tendréis que excusarnos. Harold tiene una cita.

Lily se puso de pie antes de que Bella pudiera prolongar un poco más la visita.

—Tengo muchos deseos de escuchar su sermón. —Tendió la mano primero a la señora Thoragood y luego a su marido.

—Pues te vas a deleitar —dijo Bella—. El señor Thoragood puede hacer temblar con sus palabras al mismo demonio.

Sarah Thoragood volvió a intervenir. Y tenía una expresión cada vez más amarga.

—Lo haría temblar si alguna vez lográramos hacerlo entrar en la iglesia. ¿De qué sirven todos esos sermones si los hombres que deberían escucharlos están tendidos en un callejón completamente ebrios, o en una cama que no es la suya propia?

Lily tuvo la impresión de que la señora Thoragood se refería a Zac. Y se preguntó por qué le dolían tanto las palabras de la desagradable dama.

—Entonces —dijo Lily— debería salir a buscarlos.

—Eso es imposible —respondió Bella.

—Papá los buscaría. —Estaba segura de que su padre encontraría a Zac y le sacaría el demonio de las entrañas. Una vez más, Lily comenzó a preguntarse por qué eso la perturbaba. No era normal, a menos que Zac le gustara tal como era, con todas sus perversiones y defectos. Sabía que eso estaba mal, pero la verdad es que tal certeza no cambiaba sus sentimientos.

—¿De qué te ríes? —La señora Thoragood encontraba sospechosa la sonrisa que había asomado involuntariamente al rostro de la muchacha.

—Estaba pensando en San Francisco y lo feliz que me siento aquí. Es una ciudad tan hermosa…

Lily no estaba acostumbrada a mentir, ni siquiera a decir pequeñas mentiras sin importancia, pero nadie la entendería si dijera la verdad. En realidad estaba pensando en el aspecto que tendría el señor Thoragood al irrumpir en la habitación de Zac para despertarlo y encontrarse ante un pecador que yacía completamente desnudo en la cama.

A Lily se le escapó una risita.

—Te estás riendo de mi marido, ¿verdad? —La señora Thoragood parecía cada vez más irritada.

—No encuentro nada risible en su marido —le aseguró Lily.

—Bien, espero que así sea. La salvación de las almas de estos pecadores es un asunto muy serio y necesitamos toda la ayuda que podamos encontrar. No es cuestión de risa.

—Estaré encantada de hacer cuanto esté a mi alcance.

La señora Thoragood examinó a Lily por unos instantes.

—No estoy segura de que seas exactamente lo que necesitamos. Pareces más una invitación al pecado que una representante del castigo divino.

Lily se regocijó pensando que eso era lo más amable que le habían dicho en aquella ciudad.

Ese día, Zac no bajó al salón hasta las ocho de la tarde. El salón estaba lleno de hombres que reían, gritaban y maldecían su suerte. Los jugadores de su mesa de póquer favorita ya iban por la cuarta partida.

—Empezaba a pensar que no te volveríamos a ver hoy —le dijo Dodie—. ¿Tan agotado te dejó tu primita?

—Deja de incordiarme. —Zac usaba su habitual tono zumbón. Tras el largo sueño, parecía haber recuperado el buen humor—. No pude encontrar a nadie que quisiera contratarla, así que le encargué el asunto a Bella. Le di órdenes estrictas de conseguirle un trabajo que comience antes de las nueve de la mañana y no termine hasta las seis, al menos.

Dodie se rio.

—¿Y existe algún trabajo así?

—Aparentemente hay muchos trabajos así. No tenía idea de que la gente tuviera horarios tan absurdos.

—Lo natural es levantarse con el sol. —Dodie lo miraba con ojos pícaros.

—Para mí eso es antinatural. Ahora deja de molestarme y llévame a la mejor partida de esta noche. Presiento que hoy voy a tener mucha suerte.

Pero era una impresión equivocada. No se sentía igual cuando, a eso de las cinco y media de la mañana, se arrastraba hasta la cama. Había pasado por la peor racha de suerte que podía recordar. Había estado en un tris de perder hasta la camisa.

Para consolarse, se dijo que seguramente estaba ante el movimiento natural del péndulo del destino, que después de sacar una escalera real tenía que llegar algo de mala suerte para equilibrar las cosas. Pero la verdad era que no había ganado ni una sola partida en toda la noche. Y diez o doce veces su mano había sido tan mala que había tenido que abandonar sin hacer siquiera la apuesta.

Esperaba que su racha de mala suerte no tuviera nada que ver con Lily, que no fuera el resultado de una maldición que su padre le había lanzado por arrastrar a la niña lejos de la seguridad de su casa.

No, eso era una tontería. Al día siguiente las cosas serían distintas. Y esta vez no lo despertarían a las nueve de la mañana.

Zac no estaba del todo equivocado. Lily lo despertó en esta ocasión a las ocho de la mañana con unas sacudidas y unos chillidos desagradablemente alegres.

—¡Despierta! ¡Despierta! ¡Ya tengo trabajo!

—Maravilloso.

Tras decir esa palabra, el tahúr hundió la cabeza debajo de la almohada.

—¿No quieres que te cuente de qué se trata?

—No.

—Tienes que oírlo. No tengo a nadie más a quien contárselo.

—Díselo a Dodie.

—Está ocupada.

Las implacables sacudidas continuaron. Al cabo de unos frenéticos instantes, Lily le arrancó la almohada de los brazos. Zac quedó frente a un hermoso rostro cuyo brillo lo deslumbró tanto como la luz del sol que entraba por las ventanas con aplastante intensidad.

El tahúr parpadeó, pero era demasiado tarde. La luz brillante ya había penetrado en sus globos oculares y se había estrellado contra el centro de su cerebro con fuerza explosiva. No se habría sentido peor si hubiera tenido resaca.

—No te vas a ir de aquí, ¿verdad? —Más que hablar, susurraba, hundido en la miseria.

—Debería hacerlo enseguida, pero tienes que levantarte.

—Si te vas para que me levante, no me levantaré.

Zac no sabía qué demonios lo había empujado a pronunciar esas palabras. En efecto, sin pensarlo, le había pedido que se quedara, que arruinara su descanso, que lo hiciera sentirse igual de miserable que la mañana anterior.

Debía de estar loco.

Había una pequeña parte de él que no estaba completamente segura de querer que la chica se fuera, pero era una parte muy pequeña. Por lo general, Zac era capaz de hacer caso omiso de los impulsos de naturaleza alocada. Además, Lily era una mujer con nombre de flor y por eso ya sabía que estaba pisando un terreno pantanoso. Invitarla a quedarse en su habitación era lo mismo que correr hacia la zona más peligrosa del pantano.

Ninguna mujer había tenido nunca semejante influjo sobre él. No entendía qué era lo que lo causaba, pero estaba haciendo que se sintiera extraño, muy extraño.

Tal vez no fuera influjo de Lily. Quizá se debiera a algo que había comido. Tenía que preguntarle al cocinero si las ostras le habían sentado mal a algún cliente. De ser así, no volvería a probarlas.

La propia Lily cortó súbitamente sus estrafalarias meditaciones.

—Dodie dice que debo llevarte abajo de inmediato. Dice que tengo que decirte que Josie está encinta y que los guardas ya fueron a buscar al pichón. No tengo idea de qué está hablando, pero dice que tú lo entenderás.

Zac soltó un fuerte gruñido.

—Le advertí a esa tonta chiquilla de lo que le iba a pasar si seguía andando con ese inútil papanatas. Debería saber que no se puede confiar en un jugador.

Zac se incorporó y comenzó a apartar las sábanas, pero su mano se detuvo a medio camino.

—Será mejor que vuelvas abajo mientras me visto.

—Esperaré. Dodie dijo que eso hará que te apresures.

—Estoy desnudo y a ti no te gusta eso.

—Cerraré los ojos hasta que llegues al baño. Si dejas la puerta un poco entornada, podremos hablar mientras te vistes.

Zac sabía que debía insistir en que Lily se marchara, pero no tenía fuerzas para discutir.

—Date la vuelta.

Cuando Lily lo hizo, Zac agarró la sábana y se dirigió al baño con unos saltitos bastante ridículos. Luego se apresuró a abrir el grifo de la bañera y se metió en ella, decidido a darse la mayor prisa posible. Con un poco de suerte, terminaría antes de tener que oír una sola palabra.

En contra de lo que esperaba, cuando salió del baño la habitación estaba en silencio. Se secó, se puso ropa interior y se sentó para afeitarse.

—Ahora que ya te has bañado, te hablaré de mi empleo.

Zac levantó la mirada y vio un ojo azul observándolo a través de la pequeña apertura que había dejado en la puerta. Dio un salto. Por fortuna aún estaba preparando la espuma. Si se hubiese estado afeitando, seguro que se habría cortado.

—Estoy seguro de que tu padre se horrorizaría si supiera lo que estamos haciendo.

—Yo solía llevarle el agua para afeitarse y me la llevaba cuando terminaba.

—Pues bien, la mía desaparecerá por este desagüe.

—¿Y adónde va?

—No lo sé. Probablemente llegará hasta la bahía.

—¿Y cómo puede llegar hasta allá?

—A través de tuberías.

—¿Todas las casas tienen tuberías?

—Supongo que muchas.

—La de Bella no. ¿De dónde sale el agua caliente?

—De este tubo. —Zac abrió un grifo y del tubo brotó un chorro de agua hirviendo.

—A papá y a los chicos les encantaría esto. Papá siempre se está quejando del agua, porque está demasiado caliente o demasiado fría, y los chicos están hartos de cortar y cargar leña. ¿La bañera funciona igual?

—Sí.

Era extraño ver cómo Lily se maravillaba ante cosas que a él le parecían normales.

—¿Me dejarás bañarme ahí alguna vez?

—No lo creo. Tendrás que conformarte con la bañera de Bella.

Esta vez Lily no preguntó por qué y Zac respiró aliviado.

—¿Qué es esto? —Lily señalaba la taza.

—Es un inodoro. —Zac no sabía cómo explicarle lo que era—. El agua… se lo lleva todo cuando terminas.

Lily lo observó con asombro.

—Mamá y papá no podrían creer que existen estas cosas. No estoy segura de creerlo yo misma.

—Ya te acostumbrarás. Ahora debo afeitarme. Trae una silla y cuéntame lo de tu trabajo.

Lily llevó una silla de la habitación y se sentó. A Zac se le secó la espuma y tuvo que preparar un poco más. La chica empezó con su relato.

—Fue una cosa inesperada. Anoche Bella me llevó a visitar a algunos de sus amigos, una señora perfectamente encantadora. Resulta que ella tenía el empleo preciso para mí: en una tienda de ropa para damas. Ya sabes, donde venden las prendas que se supone que no han de ver los hombres.

—Ya. Probablemente yo sé más de eso que tú. —Zac esbozó una sonrisa perversa mientras se miraba al espejo.

Lily prefirió dejar pasar el comentario de su primo.

—Empiezo hoy a las doce. Tenía que venir a contártelo. Sé que querías saberlo. Bella estaba un poco decepcionada porque, al conseguir el empleo tan rápido, no iba a ganarse ninguna bonificación, pero yo le aseguré que tú le pagarías de todas maneras.

—Eres muy generosa con mi dinero. —Zac se arrepintió inmediatamente de estas palabras, al ver que su prima pareció sentirse culpable—. Olvídalo. Solo estaba bromeando. Ya conoces a los jugadores, siempre quieren gastarse el dinero de los demás antes que el propio.

—No sé nada sobre los jugadores, aparte de lo que papá solía decir… pero tú no pareces tan malo.

Zac sintió deseos de preguntarle por qué no le parecía tan perverso, pero desistió de hacerlo. Cuando un hombre comienza a preguntarse lo que piensa a una mujer, no se sabe cómo pueden acabar las cosas.

—¿Por qué no vas a contarle a Dodie todo lo de tu trabajo? —Ahora Zac quería que la chica se fuera. No se sentía cómodo con ella allí mientras se vestía. La situación parecía absolutamente… matrimonial, y cualquier cosa de esa naturaleza le causaba escalofríos.

—He intentado contárselo, pero estaba demasiado alterada por ese asunto de Josie. Dijo que querrías saberlo de inmediato. Supongo que debes apresurarte. He abreviado mi historia para que no llegues tarde.

Zac estaba agradablemente sorprendido. Al parecer, Lily era capaz de resumir las cosas, de ir al grano, y como tenía la impresión de que iba a verla con mucha frecuencia, esa virtud le alegró notablemente.

A Zac siempre le habían gustado las mujeres, pero no cuando hablaban y hablaban. Le gustaban bajo sus propias condiciones. Eso significaba que pensaba en ellas cuando estaba con ellas, pero apenas podía recordar su apariencia física cuando no las tenía enfrente. No le gustaba pensar en él mismo como un tío que usara a las mujeres o las maltratara. El placer era mutuo y cualquier sentimiento de afecto era transitorio. Y punto.

Terminó de afeitarse. Abrió el armario para elegir la ropa de la jornada. Su mirada se posó en una chaqueta con solapas y puños de terciopelo marrón. Luego recordó que ese día asistiría a una boda, así que se decidió por un traje negro sin adornos.

No tenía sentimientos de intenso afecto por Lily, ¿cómo podría tenerlos cuando ella no le había causado más que problemas?, pero la verdad era que se pasaba el rato pensando en ella. Su imagen lo acechaba. Peor aún: no dejaba de pensar en que él era un pecador y ella el ángel que había sido enviado a salvarlo. Como era un vicioso tan redomado, le habían enviado al ángel más hermoso e indefenso que tenían.

No era justo enviarle a una mujer aparentemente indefensa. Todo el mundo sabía que su familia tenía profundamente arraigada la famosa caballerosidad sureña. Zac había tratado de apartarla de su ánimo, pero bastó la aparición de Lily para dejarle claro que todavía tenía mucho de caballero. Mucho más de lo que le hubiera gustado.

Empezó a forcejear con el cuello almidonado. Aquella maldita prenda era imposible de abotonar. Pensó que los puñeteros inventores debían dejarse de una vez de tantas tonterías como esas bombillas de luz y esos carros sin caballos e inventar la camisa con un cuello como Dios manda. El botón del cuello, de los de quita y pon, salió volando desde sus dedos y rodó detrás de la cesta de la ropa. Maldijo a voz en grito. Tuvo que ponerse a cuatro patas para buscarlo; pero Lily se le adelantó y lo encontró sin dificultad. Con dedos ágiles, la joven lo volvió a poner en el cuello.

—Siempre le colocaba el cuello a papá. Dame los otros, que lo hago en un momento.

Zac le entregó los otros botones. Para ser un viejo puritano santurrón, Isaac Sterling le dejaba hacer a su hija un montón de cosas que a Zac le incomodaban.

El joven tahúr no entendía por qué una cosa tan simple como sentir los dedos de Lily en su cuello podía perturbarlo… no lo entendía, pero así era. Tenía unas manos suaves, ligeras. Su contacto parecía el de unas plumas, y pese a tanta liviandad conseguía estremecerle. Aquella ligera intimidad, aquella maravillosa proximidad física le aceleraba el pulso. Y eso no solo lo notaba en las sienes o en el pecho.

Se oyeron golpecitos en la puerta.

—Ve a abrir —le dijo a Lily, deseoso de poner un poco de distancia entre ellos hasta que pudiera entender lo que le estaba sucediendo.

—Es Dodie. —Lily había vuelto casi de inmediato—. Dice que el pichón está aquí y a tu disposición. Dice que tienes que darte prisa antes de que cambie de opinión. Pensé que se trataba de un pajarito.

Zac se dijo que sería una gran imprudencia dejar suelta a Lily en una ciudad como San Francisco. A saber en cuántos líos podría meterse. Y conociéndola, ya sabía que era inevitable que aquellos líos se convirtieran, impepinablemente, en problemas que al final tendría que resolver él.

Se puso la chaqueta, se echó un vistazo en el espejo y se pasó un cepillo por el pelo un par de veces.

—Un pichón es un hombre al que convences para que haga algo que no quiere hacer.

La chica no entendía.

—¿Algo como qué?

—Como casarse con Josie.

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