Lily

Lily


Capítulo 11

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Zac recuperó su cama tres días después. Lily seguía residiendo en la cantina. Cora Mae se marchó antes de lo esperado y Lily había ocupado su habitación y, al parecer, no parecía dispuesta a moverse de allí. Y además, quería trabajar, echar una mano en el propio local de su primo.

—Tienes que dejarme hacer algo, no puedo estar todo el día sin hacer nada, como un parásito.

Estaban en la oficina de Zac y él iba por su segunda taza de café. Dio un sorbo y respondió en tono casi paternalista.

—Ayudar a Dodie no es no hacer nada.

—Claro, pero a veces siento que lo que hago en realidad es estorbarla en sus labores, que ella no me necesita.

—Simplemente no está acostumbrada a tener ayuda. No se deja ayudar. Dale tiempo. Verás que dentro de poco cambiarán las cosas, y al final delegará en ti tal cantidad de trabajos que acabará durmiendo hasta más tarde que yo.

Dodie entró en la oficina en ese momento.

—¿Estabais hablando de mí?

—Trataba de convencer a Lily de que la ayuda que te está brindando es importante.

—Claro que lo es, pero ella quiere hacer algo más, y me parece que deberías permitírselo.

Zac se preguntó por qué le gustaba tanto a Dodie apuñalarlo por la espalda.

—¿Qué quiere hacer?, ¿manejar una ruleta?

—Algún día lo hará, y muy bien por cierto. Pero lo que desea hacer ahora es cantar.

—¡No! —La palabra estalló en los labios de Zac como un paquete de pólvora.

Lily se enfadó.

—No es necesario que grites. Las dos estamos muy bien del oído.

—No. Jamás. Nunca. De ninguna manera. Eso está fuera de discusión. No puedo creer que ni siquiera se os haya pasado por vuestras cabezas de chorlito.

—¿Ves? Te dije que no sería difícil convencerlo. —Dodie miraba a Lily con una sonrisa traviesa.

—No quiero cantar muchas canciones. —La primita no se iba a rendir a la primera—. Solo una o dos.

—¡No!

¿Cómo era posible que aquella muchacha no pudiera entender que ponerse a cantar en un cabaret la perjudicaría? Zac no cesaba de repetírselo, y ella no daba importancia a sus irrefutables argumentos.

—Las chicas parecen divertirse mucho.

—Tu padre se revolcaría en su tumba.

—Mi padre no está muerto.

—Entonces mi padre se revolcará en su tumba. Aunque probablemente ya debe de estar harto de tanto movimiento en su descanso eterno.

—No seas sacrílego. —Lily arrugó el ceño—. No me gustan esas observaciones tan absurdas.

—¿Quieres cantar en una taberna y dices que estoy haciendo observaciones absurdas?

—Tú estarás aquí. ¿Qué tiene de malo que cante?

Dodie apoyó por enésima vez a la jovencita.

—No le falta razón, explícanos qué tiene de malo.

Era muy propio de las mujeres formar un frente unido contra él.

—Acabará con su reputación.

—Según Bella, ya tengo una pésima reputación.

—No quiero que subas al escenario a que te observen cientos de hombres a los que no conoces.

No había querido hablar de ello antes, pero se había sentido inquieto desde que viera a aquellos hombres rondando la casa de Bella. No podía explicar lo que sentía, pero tenía muy claro que la chica solo estaría segura si él era el único hombre próximo. Si se exhibía ante todo el mundo, Zac ya no podría controlar lo que le sucediera.

Y al apuesto tahúr no le gustaba esa sensación.

A Lily no le faltaban argumentos.

—Cada vez que salgo a la calle me observan cientos de hombres desconocidos.

A su primo tampoco.

—A esa hora de la noche ya deberías estar en la cama.

—Nunca me acuesto antes de las nueve de la noche y a esa hora por lo general ya se ha terminado el primer espectáculo.

—Tu padre me cortaría en pedacitos si lo supiera.

—No se enterará. Ni siquiera ha respondido a mi carta, ni creo que lo haga.

—Pondrás en peligro tu alma inmortal.

—Mi alma se elevará si canto unas cuantas canciones.

La discusión siguió y siguió hasta que Zac llegó a la conclusión de que podía volverse loco ante tanta insistencia.

La rendición, no obstante, se demoró un par de días.

—¡Está bien, maldición! ¡Puedes cantar!

Lily y Dodie lo habían abordado en su habitación antes de que terminara de vestirse. Trató de resistir una vez más, pero en esa ocasión la primita parecía más ansiosa que nunca.

Parecía creer que se trataba de un asunto terriblemente importante, como si le fuera la vida en ello. En fin, allá ella. Si pasaba lo que Zac se temía, que se atuviera a las consecuencias. Lily podía cantar, y su primo estaba seguro de que iba a fracasar. Tal vez cuando ocurriera eso se conformaría con trabajar para Dodie. Quizá incluso perdiera aquella extraña fascinación por la cantina y aceptara mudarse al hotel. Tyler y Daisy estaban dispuestos a recibirla.

—Solo puedes cantar una canción. —Zac estaba sentado en una mesa frente al pequeño escenario que había en la cantina, vacía a esas horas. Lily estaba sola en la tarima. Parecía nerviosa—. El resto de las chicas deben acompañarte en el escenario y tienes que estar en la cama, dormida como un tronco, a las nueve en punto.

—Pero no puedo…

—No empieces a protestar. El trato es el trato. Tómalo o déjalo.

Dodie metió baza.

—Acepta por ahora. Más adelante podremos hacerle entrar en razón.

Ese comentario generó muchas sospechas en Zac. Al igual que la canción que Lily quería cantar.

—A esta gente no le puedes cantar una canción de amor. Esos tíos quieren algo animado. ¿Qué más tienes en tu repertorio?

La quinta propuesta de Lily fue la más aceptable para el dueño del local y de su destino. Era una melodía alegre, y la letra era divertida.

—Está bien, te colocarás en el fondo del escenario, en el centro. Pondremos una docena de chicas a tu alrededor. Que ellas bailen un poco y terminen luego con una patada alta. Eso servirá para añadir animación a tu número.

Cuando las chicas empezaban a ensayar con Lily, Dodie volvió a encararse con Zac.

—De esa manera nadie se dará cuenta siquiera de que Lily está en el escenario. —Dodie negaba enérgicamente con la cabeza.

—No quiero más pegas, hagámoslo tal como he dicho —bramó Zac—. Si pasa desapercibida, es exactamente el objetivo buscado. Así tal vez se le quiten las ganas de subir al escenario.

—¿No te das cuenta de que quiere hacer algo útil? Y además está deseando que le prestes un poco de atención.

—Maldición, mujer, ¿te parece que le presto poca? Vivo pendiente de ella todo el tiempo.

—Tonterías. Duermes todo el día y luego la mandas a acostarse antes de que haya tenido tiempo de digerir la cena. ¿Qué piensas hacer con ella? No puede pasar el resto de la vida aquí, ayudándome a administrar este lugar.

—No sé lo que será de ella. —Zac tenía ahora los ojos fijos en Lily. Incluso con su vestido negro, e inmóvil en el fondo del escenario, mientras que las otras chicas se movían a su alrededor, atraía la atención. Sencillamente, era demasiado hermosa para que nada ni nadie pudiera eclipsarla.

—Necesita un sombrero que le cubra el pelo —dijo Zac, en cuanto hubo una pausa—. Está demasiado resplandeciente con tanta luz sobre la cabeza. Podría dejar ciego a alguien.

—¿Por qué no la pones en un rincón, o mejor detrás del telón? —Dodie estaba a punto de estallar.

—No tendría que preocuparme por esconderla si tú me hubieses apoyado un poco.

—Como quieras, pero lo del sombrero no va a funcionar. La gente se va a fijar en ella hagas lo que hagas.

—No debería hacerlo. —Lily no dejaba de repetirlo mientras Julie Peterson la ayudaba a hacer los últimos ajustes a su sombrero, antes de subir al escenario—. Zac no quería, y mi padre dice que es pecado. Cometí una estupidez al empeñarme como una niña tonta y malcriada.

Julie la animaba.

—No vas a hacerlo bien, sino de maravilla. Tienes una canción muy bonita, la cantas bien y eres preciosa. ¡Qué más quieres!

Esa noche Julie se había aventurado a salir de la cocina, cosa que nunca hacía cuando el salón estaba abierto, para ayudar a Lily a prepararse. La joven virginiana sabía que su amiga estaba muy agradecida por la seguridad que le ofrecía la cantina, pero que todavía no se había adaptado al lugar tan bien como ella.

—Además, no se me podrá ver con todas esas chicas en el escenario… Y encima llevaré el vestido negro, con el que seré invisible del todo. Debería ponerme otro, un poco más llamativo.

Se sentía como un enterrador en medio de una verbena. No entendía cómo no había pensado en eso antes. Pero ya era demasiado tarde. Además, no tenía nada que no fuera negro.

Julie seguía a lo suyo.

—Claro que te van a ver, no lo dudes.

En realidad, Lily no estaba segura de querer que los hombres se fijaran en ella. Cada vez que se fijaban en ella empezaban los problemas. Finalmente había admitido para sus adentros que estaba haciendo todo aquello para atraer la atención de Zac. Pero a medida que se acercaba el momento de subir al escenario, comenzó a preguntarse si no podría haber encontrado otra manera de hacerlo.

Pero aunque no fuese una gran cantante, el canto era su único talento. Podía lavar la ropa de Zac, planchar sus camisas o prepararle la comida, pero había otras muchas que podían hacer todo eso. Ella quería destacarse, ser alguien especial. Se sentía demasiado vulgar, que era muy poca cosa, que Zac, con toda la razón del mundo, no la tenía en cuenta. ¿Por qué había de hacerlo, si no servía para nada importante?

Era la primera vez que intentaba atraer la atención de un hombre, y ciertamente no sabía cómo lograrlo. Actuaba a base de impulsos. Para colmo, sospechaba que no estaba bien hacerlo, que era una especie de pecado. Sabía lo que su padre diría… pero era la primera vez que un hombre la ignoraba como mujer, y eso también la picaba un poco, para qué negarlo. Su padre no debía enterarse de nada de aquello o enseguida llegaría a la conclusión de que cantar en una cantina era solo el comienzo de una vida de absoluta perdición.

—Tengo la garganta seca. No voy a ser capaz de cantar ni una nota.

—Es natural que estés nerviosa. —Julie le dedicó una cariñosa sonrisa—. Pero te vas a sentir perfectamente en cuanto empieces a cantar y los nervios se esfumen como por encanto.

De momento, cuando puso el primer pie en el escenario, la pobre se sintió peor que en toda su vida.

Zac miraba desde su puesto habitual, junto a la barra. Dodie tenía razón. Los hombres ciertamente se fijaron en Lily. Tal vez si hacía que las otras muchachas se movieran más, podría lograr su objetivo. Desde luego, siempre podía apagar las luces que caían sobre Lily y dirigirlas hacia las otras. Así, vestida de negro, su prima prácticamente desaparecería en medio de tanta oscuridad.

Pero su cara seguiría resplandeciendo. Lo único que podía disminuir un poco su esplendor era la oscuridad más absoluta.

Zac sonrió para sus adentros. La chica estaba muerta de miedo. Sonreía y cantaba apelando a todas sus fuerzas, pero si al final alguien la abucheaba, aunque fuera uno solo entre mil aplausos, se desmayaría allí mismo. Tenía que reconocer que su hermosa primita tenía mucho valor, tenía agallas.

Y una buena voz, tal vez demasiado buena. Cada vez eran más los hombres que dejaban su charla o su partida para escuchar. Incluso unos pocos se habían acercado a la tarima para observar mejor el espectáculo, y eso, por supuesto, no le gustó a Zac. Quería que los hombres mantuvieran la debida distancia, que mostraran solo un interés relativo, lejano por así decirlo.

Al mismo tiempo, pese a los celos, no podía evitar sentirse orgulloso de lo que ella estaba haciendo, superando su miedo de debutante. Pese a todo, la fuerza de los aplausos lo sorprendió. Era evidente que no había pasado desapercibida, sino todo lo contrario. Y les había gustado mucho.

—Deberías retirar a las otras chicas y dejar solo a Lily —le dijo Dodie en mitad de la ovación—. Tiene una voz bastante buena. En cuanto se acostumbre y se le pase el miedo, su número no será nada malo.

Zac respondió con la voz más alterada de lo necesario.

—No voy a hacer nada de eso.

—¿Por qué no? A los hombres les agrada. Mira a tu alrededor. La mitad de los jugadores han suspendido sus partidas.

—Pues yo no quiero que se suspendan las partidas. De eso dependen mis ganancias.

Dodie lanzó a Zac una mirada penetrante.

—No quieres que tenga éxito. ¿Por qué?

—Porque esto no es apropiado para una muchacha como Lily. Mírala. ¿Te parece la clase de chica que esperas encontrar en un salón de juego o en un cabaret?

—No, y precisamente por eso su número atraería el doble de público. Todos los hombres aprecian a una mujer como Lily.

—Como bien sabes, nunca quise que subiera al escenario, así que no voy a empeorar las cosas convirtiéndola en la última sensación de Barbary Coast. Era lo que le faltaba a la pobre.

Pese a su íntima satisfacción por el éxito de la chica, aún quería bajarla de la tarima, mandarla a su habitación, esconderla allí y decirle a todo el mundo que su prima había regresado a Virginia. Quería protegerla de los ojos curiosos y de los pensamientos que podía percibir detrás de aquellas miradas llenas de lujuria.

¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué le podían ofrecer a Lily? Nada. Los más decentes estaban casados, pero aun así perdían el tiempo y el dinero bebiendo whisky y en los juegos de azar. Miraban descaradamente los cuerpos de las mujeres, hacían comentarios vulgares y se iban a casa tan borrachos que no podían encontrar el camino sin ayuda.

A Lily no le convenían semejantes hombres. Ella se merecía un marido agradable, respetable, fiel y atento, que le diera el amor que se merecía y la casa que deseaba. No estaba hecha para la clase de existencia que, por otra parte, atraía tanto al apuesto tahúr. Si seguía cantando ante un montón de jugadores borrachos en el Rincón del Cielo no podría encontrar jamás el esposo adecuado.

Lily no estaba equivocada. Alguien estaba llorando. Nunca se habría dado cuenta si no hubiese regresado a su habitación a mediodía. Tenía el periodo y no se sentía muy bien.

No le tomó mucho tiempo encontrar la habitación de la que salían los sollozos. El nombre que estaba pegado a la puerta era Kitty Draper. Llamó suavemente. El llanto se detuvo de forma abrupta. Lily volvió a golpear en la puerta.

—¿Quiénes?

—Lily Sterling.

—¿Qué quieres?

—Me pareció que estabas llorando. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No.

—¿Estás segura?

Hubo una pausa.

—Sí.

—¿Puedo pasar?

Siguió otra pausa aún más larga. La puerta se entreabrió apenas un poco y una muchacha morena, que Lily no recordaba haber visto, asomó la cabeza.

—No pasa nada. Estoy bien.

—Lo sé. Solo pensé que tal vez te gustaría tener un poco de compañía, que me sentara contigo un rato. Yo también, a veces, me siento horriblemente sola aquí.

Kitty estalló en lágrimas. Lily empujó la puerta y entró en la habitación. Las dos se sentaron en el borde de la cama. La virginiana abrazó a la otra chica hasta que cesó la llantina.

—Lo siento —dijo Kitty—. Es que cuando dijiste que…

La chica volvió a romper en llanto.

—¿Qué sucede?

Kitty metió la mano en el bolsillo de su bata y entregó una carta a Lily.

Querida Kitty,

El bebé está enfermo de nuevo. El pobrecillo hace ruidos tan horribles que yo me muero del susto al oírlo. La señora McCutchen y su hija se van a mudar, así que estoy buscando otra nodriza. El bebé detesta el biberón y me rompe el corazón ver que no come, a pesar de que sé que tiene hambre. No quería enviarte estas malas noticias, pero pensé que deberías saberlo.

Te quiere,

Mamá.

Cuando Lily le devolvió la carta, la chica habló de nuevo.

—Solo tiene tres meses. Me sentí morir por tener que dejarlo.

—¿Por qué lo hiciste?

—Vine a buscar a su padre, pero ha desaparecido.

—¿Por qué no regresaste?

—Porque no hay trabajo en mi pueblo. Además, no tengo leche. Pensé que podía ganar lo suficiente aquí para mantenerlo y que mamá podría cuidarlo. Así también puedo seguir buscando a su padre. Pero no sabía que iba a extrañar tanto a mi niño.

—¿Y por qué no le dices a tu madre que venga a San Francisco?

—No tengo dinero suficiente.

—¿En qué trabajas?

—Manejo una de las ruletas. Ganaría más si fuera crupier de una mesa, pero Dodie dice que solo me puede cambiar cuando tenga más experiencia.

—No tengo ningún inconveniente en que Kitty sea crupier —dijo Dodie—. Pero es una regla impuesta por Zac. Seis semanas de experiencia es el tiempo mínimo para poder cambiarla.

—Pero ya lleva aquí casi cinco, y es un caso urgente.

—Entonces solo tiene que esperar diez días más.

—Echa mucho de menos a su bebé. Las otras chicas dicen que llora todas las noches, mucho rato, hasta que se duerme.

—No me atosigues a mí, que no puedo hacer nada. Habla con Zac. Pero espera a que se levante. —Dodie le sujetó el brazo cuando vio que la chica se ponía de pie dispuesta a ir en busca de su primo.

Cuando Zac bajó, lo estaba esperando al pie de las escaleras. El hombre la vio venir, como suele decirse.

—No digas ni una palabra hasta que me tome el café. Tengo el presentimiento de que me vas a pedir algo. Lío habemus, ¿verdad? ¡No, no me contestes, espera a que tome el café!

La joven no pudo contener una sonrisa mientras lo veía caminar hasta su oficina. Así, medio dormido, tenía un aspecto adorable. Era como un niño grande. Casi daban ganas de darle besos en los mofletes.

Lily lo siguió en silencio. Zac la estudió por encima de su taza de café con expresión cautelosa y desconfianza. Al cabo de un rato, habló.

—Tú quieres pedirme algo. Lo veo en tus ojos. Eres exactamente igual a Rose.

—Debe de ser una mujer maravillosa, a juzgar por lo que dices.

—La reina de las mujeres, por supuesto. Pero es la persona más activa que conozco, a excepción de Iris, claro.

—Creo que Rose e Iris deben de ser encantadoras.

Zac le dio un sorbo a su café y se quemó. Resopló y volvió a mirar a su prima.

—Está bien, habla.

—Quiero que traigas a San Francisco a la madre y el bebé de Kitty.

—¿Quién demonios es Kitty? ¿Y por qué debería preocuparme por su madre y su bebé?

—Te veo nervioso. Nunca sueles estarlo cuando te levantas. ¿Qué sucede?

—Tuve otra discusión con ese maldito idiota de Chet Lee. Me pasé la mitad de la noche en la comisaría.

Le dio tiempo para que tomara un poco más de café. Sabía que su primo terminaría por ceder. Tenía un corazón demasiado bueno para no hacerlo. Lo único que tenía que hacer era dejarlo rezongar un rato, para demostrar que él era quien mandaba. En eso, era igual que su padre, que se ponía furioso si creía que lo estaban manipulando. Lily sospechaba que a Zac le sucedía más o menos lo mismo.

Le parecía extraño que esos dos hombres tuvieran algo en común, que Zac pudiera parecerse a su padre, a pesar de ser su opuesto en tantas cosas. Y esa semejanza le hacía preguntarse si debería tener cuidado con Zac o si su padre no estaría tan equivocado como ella pensaba.

—Ahora dime por qué se supone que debo preocuparme por el bebé de esa mujer. ¿Quién es? ¿Dónde está? Me imagino que no la tienes detrás de la puerta, o metida en el armario, ¿no?

—Ahora mismo se está arreglando para bajar a trabajar. Le dije que le haría saber lo que decidas.

—Está claro que todas las mujeres sois iguales. Os ponéis de acuerdo para presionar a los hombres y luego decís que aceptaréis cualquier cosa que decidan.

—Pero yo no aceptaría fácilmente cualquier decisión. Me pondría muy triste si no ayudas a Kitty a traer a su bebé a la ciudad.

Zac se puso pensativo y habló como para sí, pero en voz alta.

—Kitty. De pelo negro. Se encarga de una ruleta. Lo hace bastante bien.

—Exacto. Solo necesita que la asciendas a crupier para ganar el dinero suficiente para poder mantener a su pequeño.

Resultaba que Zac no vivía tan en las nubes como creía Dodie. Fingía que no sabía lo que sucedía en la cantina, pero obviamente sabía más de lo que cualquiera de ellas pensaba. En realidad, lo controlaba todo.

—Dodie dice que ya ha ganado bastante experiencia y que no tendría problema en que tú…

—No puedo hacerlo. No sería justo con las otras chicas.

Era evidente que Zac tenía una posición muy firme en aquel asunto. Era una cuestión profesional de mucha importancia para el buen funcionamiento del local.

—Pero no entiendes su situación.

—¿Tú crees? Está bien, ayúdame a entenderla.

Al parecer, esta vez su primo no iba a ceder con facilidad, y esta nueva faceta del tahúr incomodó a la muchacha Mientras daba sus explicaciones, buscaba indicios de que Zac se ablandaba, pero todos sus esfuerzos fueron en vano.

Este debía de ser el otro Zac del que le había hablado Dodie, el Zac menos comprensivo, más egoísta y desagradable.

—Es muy cruel que tenga que estar separada de su bebé. Y para colmo no encuentra al padre de su hijo.

—No creo que lo encuentre, porque será el típico sinvergüenza… En todo caso no la voy a ascender hasta que pasen las seis semanas establecidas como norma, pero le prestaré el dinero. Podrá pagarme cuando obtenga el ascenso.

—Estaba pensando que podrías regalarle el dinero.

A Lily no le gustó la dureza con que Zac la miró. En ese momento parecía un hombre muy poco amistoso. Frío, estricto, casi un desconocido.

—Nunca le regalo nada a nadie. Eso no estimula a la gente a hacer las cosas bien, sino a esperar más y más regalos. Yo tengo un negocio y espero obtener de él buenas ganancias. Si no lo llevara con mano firme, tendría pérdidas, y la mitad de esas chicas irían a la calle.

Lily no sabía qué decir. Sus argumentos eran incontestables, pero no le gustaba aquella faceta de Zac. Reflexionó. Lo que le había respondido Zac era exactamente lo mismo que su padre habría dicho.

La mirada de Zac se volvió todavía más dura.

—¿Ella te ha pedido que hicieras esto?

—No. Por casualidad, oí a alguien llorando. Era ella, y al principio no quería contarme nada. Fue a mí a quien se le ocurrió lo de hablar contigo para esto.

—Te agradeceré que antes de hacer promesas a nadie primero hables conmigo. A veces la gente podría hacerse ilusiones que después no pudieran quedar satisfechas, y eso es peor. ¿Entiendes?

—Sí. —La joven se daba cuenta de que su primo tenía toda la razón.

—Ahora ve a buscar a Kitty. Le contaremos lo que hay, no es necesario prolongar su agonía.

Lily se disponía a marcharse, cuando la expresión del hombre cambió súbitamente. Volvía a sonreír, era el Zac al que ella estaba acostumbrada, así que contuvo el aliento y esperó un momento. Sabía que su primo aún quería añadir algo.

—Tienes un corazón bondadoso. Tal vez demasiado bondadoso.

Lily suspiró.

—¿Y tú no?

—Yo tengo que ser prudente. No puedo ayudar a todo el mundo. Si trato de hacer demasiadas cosas, puedo fallar a aquellos con quienes me he comprometido. Lo entiendes, ¿verdad?

Así era. Lily se reprochaba no haberlo entendido antes. Y por eso sintió unas ganas enormes de llorar.

—No puedo seguir subiendo al escenario vestida como si fuera a un funeral —le dijo Lily a Dodie.

—Habla con Zac. Él es el que no quiere que nadie te vea.

—Ya lo he hecho, y no quiere escucharme. En cuanto saco el asunto a colación, esos ojos negros que tiene comienzan a ponerse tan duros como las rocas oscuras que vi en Utah. Me mira con cara de pocos amigos y luego me dice que todo lo hace por mi bien. Y punto.

—¿Es que no le crees?

—Claro que le creo. Zac nunca me mentiría. No me mires así. No me puedo imaginar a Zac contando mentiras a nadie. Mentir implica tomarse demasiadas molestias y él es muy práctico. Además, como no le importa lo que piensa la gente, ¿para qué habría de molestarse en disimular?

Dodie soltó una carcajada.

—No tienes muy buena opinión de él, ¿verdad?

Lily se rio.

—Me gusta más de lo que debería gustarme, pero no estoy ciega. Papá puede ser muy anticuado y muy testarudo, pero me enseñó a no engañarme tratando de ver en la gente solo lo que yo quiero ver.

—Me alegra que tu padre te haya dicho algo útil, pero eso no soluciona el problema del vestido.

—Estoy cansada de que Zac me mire y no me vea, como si fuera transparente, como si no existiera —confesó Lily—. Tal vez si gusto de verdad a los clientes, deje de considerarme una molestia de la que espera deshacerse pronto.

—No te estarás enamorando de él, ¿verdad? —Dodie la miraba con aire inquisidor y un poquito de afectuosa ironía.

La propia Lily se había hecho esa misma pregunta un montón de veces, sin obtener una respuesta satisfactoria. No había renunciado a su misión de salvar a Zac de sí mismo, pero cuanto más tiempo pasaba cerca de él, más creía que en realidad no necesitaba que lo salvaran de nada, sino más bien que alguien le diera una razón para dejar de desperdiciar su vida entre cartas y tapetes verdes.

Cuando pensaba en las mujeres a las que Zac había ayudado, la muchacha se preguntaba si no sería ella la que tenía que tomar ejemplo de su primo. A su manera, Zac estaba haciendo más cosas buenas de las que ella había hecho en toda la vida.

—No sé si me estoy enamorando. —Una vez más, habló con la sinceridad más absoluta—. A pesar de lo que Zac dice sobre sí mismo, es un buen hombre. Tiene unos principios muy fuertes, y se apega a ellos. Luego, claro, tiene el aspecto que tiene…

—Sí, todas las mujeres terminan por sucumbir a su atractivo rostro, tarde o temprano. Casi siempre más temprano que tarde.

—¿Cómo no sucumbir ante un hombre tan apuesto como Zac?

—En eso no te puedo decir nada que no sepas. Yo ciertamente sucumbí.

—Y todavía lo quieres, ¿verdad?

Dodie hizo una pausa para encender uno de sus delgados cigarros.

—Si he de ser totalmente honesta, supongo que tengo que admitir que siempre amaré a Zac. Él me devolvió la vida y no pidió nada a cambio. Solía pensar que ese hombre no es capaz de sentir una emoción de verdad… hasta que apareciste tú.

—¿Yo? ¿Qué insinúas? Si casi ni se da cuenta de que existo. Si desapareciera mañana, cuando se diera cuenta, que no sería enseguida, soltaría un suspiro de alivio y se olvidaría de mí en una semana.

—Qué va, estás muy equivocada. Has removido algo en su interior. Me di cuenta desde el principio, y por eso te ayudé a sacarlo de la cama. Si no hubiera sido por ti, jamás me habría atrevido a hacer semejante cosa. Además, a cualquier otra chica que hiciese tu número Zac la habría puesto en primer plano del escenario y en todo el centro, con un vestido de ruedo alto, muy escotado y suficiente maquillaje en la cara como para que la vieran en medio de la penumbra más feroz.

—¿Estás segura? A mí me parece que no le intereso nada.

—Estás enamorada de él, no hace falta que te lo preguntes más.

—Es muy difícil saberlo con certeza, precisamente porque no me hace caso. No puedo discernir si me gusta de verdad, o si solo estoy interesada porque ha herido mi vanidad.

Dodie soltó una carcajada.

—Al menos eres sincera.

—Papá dice que…

—¡No me lo digas! Papá dice que la sinceridad es una virtud cristiana y bla, bla, bla. Es como si lo conociera de toda la vida, y nunca lo he visto. ¿De verdad quieres averiguar qué siente Zac?

—Sí, aunque me da un poco de miedo. Mejor dicho, me da pánico no poder satisfacer sus expectativas.

—Si Zac se enamora de verdad algún día, estará tan ocupado tratando de satisfacer sus propias expectativas, que no se dará cuenta si tienes un desliz de vez en cuando.

Lily tomó aire… y una decisión.

—Creo que es hora de que lo averigüemos. Hablemos con las otras chicas. Quiero cambiar todo el número.

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