Lily

Lily


Capítulo 12

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Dodie empezaba a impacientarse.

—Si no te quedas quieta, acabaré llenándote toda la cara de carmín.

Pero Lily no podía quedarse quieta. Estaba extrañamente nerviosa. Era la primera vez que se maquillaba. Su padre decía que era pecado alterar lo que la madre naturaleza te había dado. Pero Dodie había insistido en que Lily desaparecería bajo las luces si no tomaban medidas preventivas como las que en ese momento estaban aplicando. Si quería impresionar a su primo, no tenía ningún sentido hacerlo a medias. No era hombre de medias tintas, desde luego.

No se trataba solo del maquillaje: también había un cambio en el peinado. En lugar de dejar caer el pelo sobre los hombros, se lo había recogido en un moño, y se había puesto en todo lo alto un adorno de nomeolvides azules.

—¿Vamos con los ojos? —Dodie la miraba con satisfacción.

—Ponme un poquito de sombra. No quiero que los ojos y las cejas queden perdidos en medio de la cara. Soy demasiado blanca. Quisiera tener el pelo negro. —En ese momento pensaba con envidia en las cejas y las pestañas como el ébano de Zac.

Dudaba si ponerse o no el vestido que Julie había hecho para ella. Aunque no le gustara aparecer en la cantina cuando estaba abierta, Julie disfrutaba, era dichosa ayudando a su amiga. Había usado una tela azul que brillaba con la luz. El vestido dejaba los hombros casi descubiertos y el escote era tan bajo que Lily sentía frío con solo mirarlo. Para mayor picardía, dejaba ver los tobillos.

El padre de Lily sufriría un ataque si la viera en ese momento. La joven virginiana solo esperaba que Zac no tuviera una reacción similar.

—Listo —dijo Dodie—. Ya hemos terminado. Ahora puedes salir y enfrentarte al mundo.

Lily buscó el espejo.

—Déjame ver.

—No te vas a reconocer —le advirtió Dodie.

—De eso se trata.

Lily agarró el espejo y lo levantó. Una cara llena de maquillaje la miró desde el cristal.

Dodie sonreía, expectante.

—¿Te gusta?

—Claro que le gusta —dijo Julie—. ¿No ves que se ha quedado sin palabras?

Lily apenas podía creer que estuviera contemplando su propia imagen. El carácter de su cara había cambiado por completo.

—¿De verdad es mi cara?

—No, todavía no es plenamente tuya, porque aún tienes que domarla. Es como un caballo salvaje. —Dodie sonreía aún más—. Cuando tengas domesticado ese rostro, podrás capturar y domar a ese tal Zac Randolph, que también está muy asilvestrado.

Pero Lily no estaba segura de tener tantos deseos de capturar y domar a Zac como para andar por la vida con semejante aspecto. Se sentía como Dalila al acecho de Sansón.

Julie le quitó el espejo.

—No te queda tiempo para tontear delante del espejo. Ya estoy oyendo la música de tu canción. Tienes que estar en el escenario dentro de dos minutos.

Lily se puso de pie. Se sentía muy rara caminando con tacones altos, y era todavía más difícil bailar con ellos… pero sabía que era necesario. Nada de templar gaitas. No estaba segura de que estuviera siguiendo el mejor camino, pero después de haber convencido a todo el mundo para que la ayudara, no se podía echar para atrás. Las dudas eran lo peor en semejantes circunstancias.

Estaba tan nerviosa que le preocupaba no ser capaz de entonar ni siquiera la primera nota de su canción. Había trabajado en el número una semana entera. Las otras chicas se habían levantado una hora antes todos los días para poder ensayar sin miedo a que Zac bajara y descubriera lo que estaban tramando. No podía fallarles ahora.

Y sonaba ya, en efecto, la introducción de su canción. Lily sintió un breve ataque de pánico. Un absurdo arrepentimiento se apoderó de ella. Si Ezequías hubiese aparecido ante ella en ese instante, Lily se habría arrojado a sus brazos y le habría rogado que hiciera con ella lo que quisiera. Pero la pérdida del control duró solo un instante. No había Ezequías que valiera. No tenía sentido venirse abajo ahora. Lo único que tenía que hacer era cantar una cancioncilla delante de unos cuantos hombres. Eso no tenía nada de especial. Ya llevaba una semana haciéndolo.

Tomó aire y se esforzó en sonreír, ofreció una plegaria al ángel que cuidaba a los tontos y los borrachos —últimamente era como su ángel de la guarda— y salió al escenario.

Zac se había llevado su café a la oficina para tomárselo mientras revisaba las facturas de la semana. La taberna nunca había dado tanto dinero. Si las cosas seguían así, iba a tener que comprar otra cantina o comenzar a hacer inversiones, legales por supuesto. Zac sonrió para sus adentros. A Madison y a Jeff les encantaría oír aquellos pensamientos de su díscolo hermano. Llevaban años gestionando la herencia de Zac, salvo la parte que usaba para jugar y para su local.

El ruido que venía del salón principal del local interrumpió sus pensamientos. Era difícil concentrarse con aquel jaleo. Ya tendría que estar en la barra, como cada día, pero la noche anterior se había acostado incluso más tarde de lo normal. Había tenido una buena racha. No parecía que pudiera perder ni una partida. Tuvo que sacar a rastras a Chet Lee, mientras le dirigía un insulto tras otro. Zac sabía que era una tontería no prohibirle la entrada, pero no podía resistir la tentación de quitarle su dinero, e incluso encontraba un perverso placer en perder con él en algunas ocasiones. Chet parecía tener un talento especial para detectar a inversores recién enriquecidos y estafarlos, por ejemplo quitándoles las acciones de sus minas. Zac gozaba despojándolo de las ganancias mal adquiridas.

El jaleo aumentaba. Sería mejor que saliera a ver qué era lo que sucedía. Cuando se puso de pie, se preguntó dónde estaría Dodie. Por lo general le gustaba estar con él cuando revisaba las cuentas de la semana. Pero probablemente no había podido ir por lo que estaba sucediendo en el salón, fuera lo que fuese. Tal vez se trataba de una pelea tumultuosa. Si Chet Lee era el responsable, le rompería la cabeza.

Pero cuando Zac entró en el salón, se dio cuenta de que no había ninguna reyerta. La gente parecía estar enloquecida por una cantante a la que él nunca había visto. Y tenían razón para volverse locos. La nueva mujer era deslumbrante. Su voz se parecía mucho a la de Lily, pero no se asemejaba en nada más a ella ni se comportaba como ella. Vio a Dodie recostada sobre una de las mesas de juego desiertas y se dirigió hacia allí.

—¿Por qué no me dijiste que has contratado a una nueva cantante? ¿Lily se puso muy triste cuando la remplazaste?

—Ni lo más mínimo. —Dodie le respondía sin mirarlo—. Fue idea de ella.

Zac miró con más atención.

—Me parece conocida. ¿Quién es?

—Una.

—¿Dónde la encontraste?

—Por ahí.

—Déjate ya de evasivas. —Zac percibía en el tono de voz de Dodie lo mucho que la buena mujer estaba divirtiéndose—. Una mujer como esa no sale de la nada. No pasaría desapercibida. Seguro que siempre tiene una multitud de hombres siguiéndola por la calle.

—Así es. Y por eso nunca podía conservar un empleo.

Zac sintió como si lo acabaran de golpear en la cabeza con la culata de un rifle. ¡No podía ser! ¡Era imposible! Pero así era.

¡Esa mujer era Lily!

Zac no sabía qué era lo que más lo asombraba: la apariencia de Lily, la forma en que se comportaba, o el hecho de que al menos cien hombres estuvieran observándola con fascinación. Algunos llegaban incluso a estirar la mano para tratar de tocar el vestido cuando la chica pasaba cerca del borde del escenario. Pasada la primera impresión, se centró en una idea. Tenía que bajar a Lily de aquella maldita tarima fuera como fuese, y tenía que hacerlo en ese mismo instante.

Casi sin darse cuenta, el apuesto tahúr ya se había abierto paso a través de la multitud y estaba subiendo al escenario. Alcanzó a Lily con apenas media docena de zancadas. A su alrededor, las chicas, sorprendidas al verlo irrumpir absolutamente furioso en medio de ellas, convirtieron su armónica danza en puro caos. Lily, que al principio no lo vio acercarse, descubrió su presencia con horror justo cuando terminaba de entonar el estribillo.

—Lo siento, señores, pero no se puede quedar. Ha habido una desgracia en su familia.

Zac agarró a su prima del brazo y la arrastró fuera del escenario, y luego del salón principal. La concurrencia, estupefacta, no tuvo tiempo de reaccionar. Todo el mundo estaba desconcertado, boquiabierto.

Tras unos eternos instantes de confusión, el piano comenzó a sonar de nuevo.

Mientras, Lily había tenido que seguir a su primo tambaleándose sobre aquellos tacones altos que le resultaban tan extraños.

Cuando pasaron junto, a Dodie, Zac la interpeló.

—¿Esto fue idea tuya?

—Fue idea mía —aclaró Lily, jadeante—. Y te agradecería mucho que me soltaras el brazo.

—No te soltaré hasta que haya cambiado unas cuantas palabras con vosotras dos en mi oficina.

La terrible mirada de aquellos ojos negros que a veces eran como rocas había vuelto a aparecer. La muchacha se sintió intimidada. Dodie se limitó a sonreír y se dirigió a la oficina sin poner la más mínima objeción.

Entraron, el hombre cerró la puerta y se encaró con las dos mujeres, a las que miró alternativamente. Luego se dirigió a su prima.

—Ahora, dime, ¿qué diablos estabas haciendo ahí afuera vestida como una prostituta?

Fue Dodie quien respondió.

—Lily quería que te fijaras en ella. Dijo que estaba cansada de que la trataras como a un mueble.

Zac miró a Lily con la boca abierta. La joven le sostuvo la mirada.

—Me alegra ver que al final podréis discutir esto como dos adultos —dijo Dodie—. Ahora creo que lo mejor será que eche un vistazo a lo que está sucediendo ahí fuera. Al haberte llevado malamente a la estrella del nuevo número puedes haber provocado incidentes.

Nada más salir su ayudante, Zac volvió a interrogar a su prima.

—¿De qué demonios hablaba Dodie? Me parece que últimamente se está volviendo loca.

—Dijo lo que yo le conté. No está loca, de ninguna manera. Todo esto ha sido idea mía.

—Eso dijo Dodie, sí, pero ¿qué es eso de que quieres que me fije en ti? ¿Te parece que me fijo poco? ¡Llevas semanas armando líos que luego me toca a mí resolver!

—Ese es el problema, precisamente. —Lily recobró un poco el ánimo al comprobar que su primo no estaba especialmente alterado—. Soy un estorbo, una molestia, un problema, una responsabilidad que preferirías quitarte de encima.

—Nunca he dicho eso ni nada similar. Yo…

—Acabas de decir que llevo semanas armando líos. Aunque no has dicho el resto, estoy segura de que lo piensas.

—Pues si eso es lo que has entendido, lo siento, no quería decir eso. Solo trataba de probar que te presto atención, aunque solo sea porque me metes en constantes líos.

—Me alegro.

—¿Te alegras?

—Sí, me alegro. Llamar la atención por revoltosa o como quieras llamarme es mejor que ser ignorada.

—Yo no te he ignorado. Santo cielo, ¿cómo iba a ignorar a la mayor fuente de problemas que me he encontrado en la vida?

—¿Ves?, a eso es a lo que me refiero. Soy un problema.

—Maldita sea, estás tergiversando mis palabras.

—No maldigas.

—Maldigo todo lo que me da la gana, y no me digas que eso es propio de quien tiene un vocabulario limitado, porque me trae sin cuidado. Cuando digo maldita sea, eso es exactamente lo que quiero decir.

—Papá dice que…

—¡Papá, papá, papá! ¿Nunca piensas por ti misma?

—Claro que sí.

—Entonces deja de introducir todo lo que dices con eso de papá dice que. Me importa un pepino lo que diga tu padre. En lo que a mí concierne, tu padre es un torpe y un estúpido, o nunca habría permitido que huyeras de tu casa. Y en cuanto a todas esas cosas sabias que dice, probablemente las sacó de algún libro. Es evidente que ese hombre no tiene la inteligencia suficiente ni para darse cuenta de que tiene una hija hermosa, brillante y valiente. Si fueras hija mía, ya estaría aquí para llevarte de vuelta a Virginia, y pegaría un tiro a todo tipejo que simplemente pusiera cara de tener ganas de rozarte.

Lily no dijo ni una palabra. Solo se quedó mirándolo.

—No me mires. Me pones nervioso.

—No puedo evitarlo. Estaba convencida de que pensabas que era una tonta campesina que se dejaría engullir por lo más estúpido de la ciudad en cinco minutos, si tú no estuvieras a mi lado vigilándome todo el tiempo.

—Y eso es lo que creo. Bueno, menos que seas una campesina tonta. Pero tú no sabes qué hacer en una ciudad. Eres demasiado confiada. Casi vuelves locos, sin darte cuenta, a esos hombres de allá afuera.

—Es cierto. ¿No te pareció maravilloso?

—¿Maravilloso? Ha faltado un pelo para que les sacase los ojos a todos. No sé cómo voy a explicarles ahora que no vas a volver a aparecer. Tengo un gran problema.

—Qué va, no tienes ningún problema, porque sí que voy a aparecer de nuevo en el escenario.

—No, no lo harás. En este local, que es mío, yo digo, entre otras muchas cosas, quién canta y quién no.

—Puedo pedir trabajo en la cantina de al lado. O en la de enfrente. Después del éxito de esta noche, todos querrán contratarme.

—No, no lo harán. Los mataré si lo intentan.

Lily se echó a reír. Sus carcajadas eran alegres, llenas de felicidad.

—No puedes andar por ahí sacando los ojos y pegando tiros a todo el mundo. No es una buena estrategia comercial, ¿no te parece?

—Sí, sí puedo matar a todo el mundo.

—Ahora eres tú el que se porta como un tonto. Solo voy a hacer un número. Dos veces por noche. Y tú y tu negocio saldréis ganando.

—¿Dos veces? —Zac no se sabía capaz de gritar tanto. Más que un grito había sido un trueno.

—Dodie dice que desde la apertura hasta que el local alcanza un buen rendimiento pasan lo menos tres horas y cree que mi número es lo que necesitas para que la cantina empiece a funcionar enseguida. Así podrás ganar más dinero y no tendrás que quedarte levantado hasta tan tarde.

—¡No!

—Si sigues así, te vas a convertir en un anciano antes de que cumplas treinta años. Papá dice que… —Lily hizo una pausa al darse cuenta de que estaba usando el latiguillo de siempre—. Yo digo que necesitas descansar más, comer mejor y tener horarios más razonables.

Zac comenzó a preguntarse si aquella chica no tenía, en el fondo, el propósito de volverle loco. ¿Por qué, si no, siempre le daba la vuelta a todo hasta que la realidad adquiría la apariencia que ella deseaba? Hasta la llegada de la endemoniada prima, él era el más astuto, el que manejaba a la gente para lograr lo que deseaba, el que obtenía las respuestas antes de que se formularan las preguntas. Pero cuando discutía con Lily parecía quedarse sin astucia, sin inteligencia, sin la más mínima frescura mental.

—Quiero cantar dos veces. —La inocente Lily seguía, como siempre, con su obstinación implacable—. Necesito sentir que estoy ganando mi propio dinero y ayudando a que mejore la situación de la cantina y de todos.

—Pero ya te estoy pagando por tu trabajo como ayudante de Dodie.

—Ella no necesita ayuda. Me pagas por nada. Pero si atraigo nuevos clientes, lo que me pagues estará bien invertido.

¿Cómo iba a meterle en la cabeza a la tozuda y hermosa muchacha que sus objeciones no tenían nada que ver con el dinero? Ella estaba obsesionada con eso de mantenerse económicamente, y él prefería que no ganara un centavo, si eso significaba que tenía que exhibirse delante de todas aquellas miradas lujuriosas.

—Esto no tiene nada que ver con dinero.

—Sí, sí tiene que ver. He sido una carga para ti desde el instante en que llegué a esta ciudad. Ahora por fin he encontrado algo en lo que puedo ser útil, una manera de ayudar y de ganarme la vida. Eso es importante para mí. Deberías entenderlo. Tú dijiste que así era como te sentías cuando huiste de tu casa para poner en marcha tu propio negocio.

Zac no tuvo más remedio que asentir con la cabeza.

—No puedo decirle a mi padre que creo que se equivoca con respecto a mí si no soy capaz de mantenerme, de ganarme el pan con el sudor de la frente. No quiero ser una fracasada. ¿Entiendes lo que trato de decirte?

Claro que lo entendía. Las palabras de su primita se parecían mucho a lo que él había sentido ocho años antes. En realidad, la coincidencia le parecía asombrosa. Pero, para una mujer, la vida no siempre es igual que para un hombre. Ella no podía salir y agarrar el toro por los cuernos, pues tenía muchas más posibilidades de terminar corneada.

Pero Lily no entendería aquello mientras estuviese saboreando las mieles del triunfo. Zac tendría que esperar para hacerla entrar en razón, debería armarse de paciencia y elegir el momento oportuno, y entonces habría de escoger las palabras con cuidado. El apuesto tahúr tomó aire y se dijo que tarde o temprano tenía que convencerla de que estaba equivocada.

—Ahora quédate aquí hasta que termine. —Lily sonreía mientras hablaba, consciente de que había recuperado todo su poder—. No creo que debas salir al salón si ello te va a perturbar. ¿Por qué no te tomas un poco de ese coñac que tienes guardado para Dodie? Ella dice que es maravilloso para recuperarse y desde luego tú tienes cara de necesitar un trago.

El hombre, momentáneamente derrotado, se sentó a mirar la puerta que se cerró detrás de Lily. Intentaba asimilar todo lo que había sucedido en menos de una hora. Era como si hubiese habido una súbita inundación que borrara todos los caminos y se llevara todas las casas. Una catástrofe que lo hubiese dejado sin referencias, sin puntos cardinales, sin nada. Ahora estaba en lo alto de un promontorio, rodeado por las aguas, y no sabía qué demonios iba a hacer después.

Se puso de pie. Se tomaría un trago, la mejor idea que Lily había tenido en toda la noche. Luego iría al salón y molería a golpes al primer hombre que olvidara tratarla como a una dama.

—No me puedo imaginar qué podría hacer con esto una mujer decente. —La señora Wellborn levantaba una pieza de ropa interior hecha de un material casi transparente, adornada con cintas y flores bordadas.

Las mujeres parecían escoger ropa en el salón de la señora Thoragood, un lugar lleno de muebles y adornos, lo que contrastaba con la austeridad de la apariencia y el carácter de la dueña de la casa.

—Tal vez se pueda transformar en otra cosa —dijo Bella.

—Yo también pienso que habría que cortarlo y usarlo para otra cosa completamente distinta. —La señora Thoragood, tras mostrarse de acuerdo con Bella, miró la montaña de prendas que estaban seleccionando—. Es una desgracia que la mayor parte de la ropa que tenemos para el reparto de caridad provenga de las bailarinas de cabaret y las meretrices de las tabernas.

—Creo que deberíamos estar agradecidas por la ropa, independientemente de dónde venga. —Lily, como siempre, hablaba sin temor al qué dirán—. Son prendas alegres, coloridas, y la tela está en buen estado.

—Pero ¿cómo podría usar esto una mujer decente? —La señora Thoragood alzaba en ese momento un vestido confeccionado en una tela tan fina que era casi transparente.

Lily respondió enseguida.

—Sería una bonita combinación para el verano.

—Tal vez en Sacramento, donde hace un calor terrible. —La severa dueña de la casa había arrugado el entrecejo—. Pero no en San Francisco, donde hay neblina y mucha humedad. Una mujer podría atrapar una neumonía si usara algo como… eso.

La señora Chickalee se mostró más puritana que nadie.

—Podríamos negarnos a aceptar esta ropa.

—Lo he pensado —dijo la señora Thoragood—. Incluso hablé con Harold. Él dice que tal vez sería preferible no repartir nada entre los pobres, a darles algo que puede minar todavía más su moral, que ya está peligrosamente deteriorada.

Ahora fue Lily quien arrugó el ceño.

—No estoy de acuerdo.

Las otras cuatro mujeres se volvieron hacia la joven al mismo tiempo. La señora Thoragood actuó de portavoz de todas ellas, interpelándola con tono poco amistoso.

—¿Por qué no?

—Porque no se debe rechazar un regalo, y la posibilidad de dar es en el fondo un regalo. Creo que el acto de dar es mucho más beneficioso para el que da que para el que recibe. Además, sería una actitud poco cristiana pedir a la gente que done la ropa que ya no usa y decirle luego que lo que dieron no es lo suficientemente bueno.

—¿Cómo te atreves a contradecir la opinión de mi marido, un ministro de Dios? —La señora Thoragood tenía la cara peligrosamente roja y usaba un tono extrañamente agudo.

—Dan lo que tienen. Es la ropa que usan las bailarinas —dijo Bella con calma, haciendo un evidente esfuerzo por evitar una explosión.

—No queremos que la gente piense que estamos de acuerdo con lo que hacen esas mujeres —dijo la señora Wellborn.

Lily la miró intensamente.

—¿Y qué es lo que hacen ellas que le parece tan malo?

Las puritanas se quedaron sin habla. La joven virginiana siguió con sus argumentos.

—¿Han estado alguna vez en un salón?

La señora Thoragood alzó el índice, como un juez supremo.

—¿Cómo te atreves a hacernos esa pregunta?

—¿Con eso quiere decir que no? De acuerdo, entonces, ¿cómo saben que las bailarinas hacen cosas malas?

—Querida, todas sabemos que como vienes de un pequeño pueblo en las montañas de Virginia, desconoces lo que sucede en San Francisco.

—Pues creo que sé mucho más que cualquiera de ustedes. —Lily ya había perdido la paciencia—. Yo vivo en un salón.

Bella se puso colorada como un tomate. Las otras mujeres no pudieron ni quisieron ocultar su sorpresa.

—Pensé que vivías en casa de Bella —dijo la señora Thoragood.

—¿No se lo ha contado? —Lily, al dejar en mal lugar a Bella, sintió una satisfacción un poco maligna en el fondo de su alma—. Bella me echó porque pensó que estaba acabando con la reputación de su casa. Me llevó al Rincón del Cielo y, como yo no tenía dinero, mi primo no tuvo otra opción que dejar que me quedara allí.

—Pero Bella dijo que tenías un empleo.

—Lo tuve. Tuve varios trabajos, en realidad, pero la señora Wellborn y la señora Chickalee me despidieron. También dijeron que estaba acabando con la reputación de sus negocios.

Era evidente que ninguna de las damas había tenido el valor de contarle a la señora Thoragood lo que había hecho. Lily, pese a su innata bondad, era humana, y no pudo evitar disfrutar mucho al ver cómo las tres mujeres se retorcían bajo la mirada severa de la esposa del ministro.

—¿Rechazarían la ropa que yo pudiera donar? —Lily, una vez dada aquella lección a las brujas, pretendía reconducir la charla.

—Claro que no, pero… —La señora Thoragood parecía renuente a desviar la atención de los interesantes fallos que estaba encontrando en su congregación. La joven la interrumpió cuando iba a volver a ese asunto.

—¿La aceptarían incluso si cantara allí?

—No seas absurda. —La señora Thoragood rechazó el comentario con un gesto—. Es hasta ridículo tratar de imaginarse algo así. Tú nunca…

—Pues lo hago. Uso un vestido azul y me pongo flores en el pelo. Incluso bailo un poco. No lo hago muy bien, pero a los clientes parece gustarles. Las otras chicas lo hacen mucho mejor.

—Otras chicas… —La señora Thoragood hablaba ahora con voz débil.

—Son doce en total. Zac ordenó que todas subieran al escenario conmigo.

Las cuatro mujeres miraron a Lily con la boca abierta, como si se tratara de una Salomé a la que solo le faltaran los siete velos para lanzarse a interpretar la más escandalosa danza de la historia.

—No puedes seguir haciendo semejante cosa. —La señora Thoragood parecía haber recuperado repentinamente la voz—. Tienes que dejarlo de inmediato.

—Pero es mi trabajo.

—Te encontraremos otro trabajo mucho más digno. —La voz de la mujer del ministro, totalmente restablecida, vibraba con indignación.

—Por fin soy capaz de pagarme la habitación, la ropa y la comida y todavía me sobra algo.

—Y desde luego, también encontraremos otro lugar para que vivas. —Al decir esto, la jefa de las brujas lanzó a Bella una mirada llena de censura—. Es inconcebible que una mujer de tu naturaleza esté bailando en una cantina. Piensa en el peligro que corres, en la cercanía de tantos hombres que apenas son mejores que los animales.

—No se preocupe. —Lily no tuvo más remedio que sonreír ante la escabrosa imagen que parecía tener la señora Thoragood de lo que sucedía en una cantina—. Estoy perfectamente a salvo. Zac nunca sale del salón cuando estoy haciendo mi número y hace que los dos enormes guardas que tiene en el salón para echar a la gente que causa problemas se coloquen entre el escenario y los clientes. Lo peor que ha ocurrido es que algunos hombres se pelearon por ver quién conservaría un pañuelo que dejé caer. Otra vez comenzaron a tirar los dados para ver quién me invitaba a cenar, pero Zac paró el juego y los echó a la calle.

—Peleas, dados, canciones, baile. —La señora Wellborn soltó esta letanía con una voz que se iba debilitando a cada palabra que pronunciaba.

La señora Thoragood suspiró y tomó la palabra.

—Hay que hacer algo. Un miembro de nuestra congregación no debe verse forzado a trabajar en un lugar así.

—No es tan malo. —Lily sonreía beatíficamente—. Creo que es divertido.

—¿Lo ven? Ya les dije que el pecado podía corromper hasta el alma más pura —sentenció la señora Thoragood—. No hay tiempo que perder.

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